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El Ecocidio como neologismo, es decir, como una “nueva” realidad conceptualizada, fue
acuñado para definir un deterioro sistemático del medio ambiente y de los recursos
naturales en un medio geo-estratégico en particular. Históricamente, esta situación ha sido
soterrada e invisibilizada a la par de relaciones de fuerza normalizadas y de sus
involucrados, pensados como sujetos objetivizados. A partir de una discursividad que
Foucault planteo como la Contrahistoria se posibilita el cuestionar, desempolvar y
legitimar luchas que constituyen subjetividades, que trasciende hasta nuestra sociedad
interconectada del siglo XXI.
Esta contrahistoria es la que introduce el modelo de la guerra para pensar la historia del
poder, se fundamenta una nueva forma de continuidad histórica: el derecho a la rebelión.
Con el objetivo puntual, según estimaba el propio Foucault (1977) “de dar por fin la palabra
a quienes no pudieron tomarla hasta el presente, a quienes fueron forzados al silencio por la
historia, por la violencia de la historia, por todos los sistemas de dominación y
explotación”.
Todo esto poniendo de manifiesto su definición “El ejercicio del poder consiste en guiar la
posibilidad de conducta y poner en orden sus efectos posibles. Básicamente el poder es más
una cuestión de gobierno que una confrontación entre dos adversarios”. El poder produce,
induce, potencializa, pero no reprime y castiga. Los presupuestos foucaltianos nos permiten
dilucidar como, el colonizado o nativo, el loco, el criminal, el degenerado, el perverso, el
judío o todo aquel categorizado como “anormal”, aparecen como los nuevos enemigos de la
sociedad. La guerra se concibe en términos de supervivencia de los más fuertes, más sanos,
más cuerdos, más arios aparentemente libres. Sin embargo, con un campo de acción y de
resistencia limitada en donde nadie está a salvo, es un flujo inconmensurable que atraviesa
todo el entramado social en donde cada uno está en situación de sufrirlo tanto como de
ejercerlo.
Cabe aclarar que en los territorios selváticos habitan 350 grupos indígenas que viven y
dependen del bosque tropical, además de etnias ocultas que han permanecido sin ningún
contacto con la civilización desde la época de la conquista en la cual fueron sometidos a los
más viles vejámenes contra su humanidad e identidad histórica y, por supuesto
categorizados y divididos por razas. Decidieron huir de las enfermedades y hostigamientos
de los españoles y portugueses para camuflarse entre lo más profundo de la selva.
Enfatizando que, los saberes ocupan un campo estratégico y son elementos de tácticas
variables usadas permanentemente por el gobierno de bolsonaro. Son discursos-fuerza no
reducidos a un estado señalado como posible principio de articulación de las relaciones de
poder múltiples y dispersas, sino como una variable estratégica que se superpone en
cualquier dominio (político, económico, ideológico, social, científico, religioso) de la
sociedad y que supera toda soberanía desde las relaciones Infinitesimales entre sujetos
“libres” hasta las relaciones diplomáticas.
Por ello suscribo, y me parece más que pertinente la tesis foucaultiana de la contrahistoria
que se deriva de concebir que la política es la guerra continuada con otros medios,
invirtiendo la afirmación de Clausewitz. El poder político, en esta hipótesis, tiene de hecho
el papel de inscribir perpetuamente, a través de una especie de guerra silenciosa, la relación
de fuerzas que van más allá de las instituciones, de las desigualdades económicas, en el
lenguaje, hasta en los cuerpos de unos y otros.