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DEVOTO Y PAGANO, LA RENOVACIÓN HISTORIOGRÁFICA= Se busca proponer nuevas ideas para la historiografía argentina, en el

contexto del autocontrol de las instituciones académicas por parte de la NEH y de una opinión pública influida por los debates propuestos
por el revisionismo, que sí sugerían nuevas interpretaciones del pasado no innovan en técnicas, ni los temas, esto no era una tarea simple.
El conjunto de estudiosos, agrupados proposiciones aquellas formas de hacer historia antes que por otras cosas, intentaron lograr en
partes realizarlo desde adentro desde afuera de la disciplina. Los primeros encuentran su punto de partida en el clima cultural en Argentina
de la década del 30 y del 40 con una figura de José Luis Romero. Los segundos, en las nuevas propuestas provenientes de las expansivas
ciencias sociales en Argentina en los años posteriores a 1955.

La imagen clásica de Romero enfatiza las dificultades personales y académicas que tuvo que atravesar para encontrar un lugar en los
ámbitos académicos. En la Facultad de humanidades de la Universidad de La Plata, la figura de Levene dominaba sin rivales los estudios
históricos. Nunca hubo empatía personal y profesional entre el joven Romero y la nueva escuela histórica. La excesiva concentración de los
historiadores en la operación erudita de crítica y edición que iba acompañada por un enfoque excesivamente descriptivo y demasiado
orientado a la dimensión “ético-política” del pasado, o a la desconexión entre historia y vida no generaban entusiasmo en Romero, aunque
no negaba y descartaba la operación documental como parte inherente de la labor del historiador, no creía que ella debiera ser dentro de
su tarea, así como tampoco creía en estrecha especialización que parecía signo de la NEH. No obstante, logró finalmente un lugar en la
universidad Platense anterior al peronismo, como docente de historia de la historiografía.

En la Argentina de entreguerras, existían muchas cosas más que la nueva escuela o revisiones. Romero más que alinearse con Ranke lo
hacía con Burckhardt. Del primero lo separaba desde la centralidad que atribuye al Estado la diplomacia y la política a su predilección por la
psicología individual de los hombres notables hasta su insistencia en el método de la crítica fisiológica. A Burckhardt en cambio, lo unía una
vasta curiosidad casi limitada y la prioridad otorgada a la historia de la sociedad por sobre la del Estado, a la de la cultura por sobre de la
política, a la de las fuentes literarias por sobre otras, y en sentido amplio los enfoques sistemáticos como preferencia a aquellos
cronológicos.

En una conferencia La formación historia, Romero crítica no al erudición en sí, sino la desconexión entre ella y el tiempo presente,
orientadora y guía de la mirada al pasado cuyo propósito no debía ser otro que el de construir una conciencia histórica que iluminará y
orientar al hombre en sus inquietudes y en su quehacer contemporáneo. Historicismo y etnicismo se unían el Romero. Así una de las
diferencias de primero con muchos contemporáneos es el sólido optimismo que alimenta con más allá de prevenciones retóricas, imagen
del futuro. Otra de las claves historiográficas perdurables del Romero y que la diferencia de muchos contemporáneos fue la noción de que
el destino argentino, su futuro pero también su pasado, se entroncan en un proceso universal del que son parte. Y allí su lejanía con
cualquier nostalgia nativista como a la que circulaba en variados nacionalismos de una historiografía argentina que era demasiado local en
su empeño por cimentar la nacionalidad. No había historia Argentina sino historia universal, es decir, historia de la civilización occidental.

En la época de mayor crisis del liberalismo, Romero sigue siendo un liberal en el sentido amplio del término, desconfiando y siendo hostil a
los nuevos modelos políticos contemporáneos.

Sus inquietudes como historiador se orientaron tempranamente a la historia antigua, especialmente a la República romana.

Sin embargo cuando se le cierra el acceso a la cátedra de historia antigua Universidad de La Plata, se desplaza hacia la historia medieval y a
la modernidad, y por otro lado, hacia la historia Argentina. Así, en 1943 apareció un largo artículo dedicado Mitre. Para Romero, la
reflexión historiográfica era tributaria del momento en que es realizada y enriquecedoras eran las épocas de crisis y transformación. El
presente te abría un horizonte de futuro y ello permitía una renovada mirada sobre pasado. Esa era la condición, de Mitre en 1852, el
momento fundador de la segunda Argentina. Y de la crisis de 1943 surgiría el colapso definitivo de ella y la apertura hacia una impredecible
tercera Argentina. Empero, si Mitre, a la vez, hombre de acción y la reflexión, historiador y político, logra construir una obra que despierta
la admiración de Romero, es porque ha conseguido elevarse del mero americanismo a la auténtica conciencia histórica, que une
indisolublemente presente y pasado desde una perspectiva de porvenir. La época de los proscritos no había dado ninguna historia con hace
un Romero sino una “matiz sociológica” (Alberdi, Echeverría, Sarmiento). Distanciándose de otras lecturas precedentes, Romero relativiza
la centralidad de la labor erudita en Mitre y disuelve la contraposición formulada por Carbia entre historia erudita e historia filosofante.
Ambas dimensiones están presentes en Mitre, según Romero.

Sin embargo, la importancia de Mitre no está, sino es su capacidad de encontrar una respuesta histórica para el problema de la situación
post- Caseros que era la consolidación definitiva de la nación Argentina. En el discurso de Mitre estaba contenida su tesis de la
preexistencia de la nación y la orientación y los propósitos de la labor histórica futura de Mitre: el historiador de la nacionalidad, filiar en el
pasado el surgimiento y desarrollo del “sentimiento nacional”, contribuye a la construcción de “una conciencia colectiva”. Mitre, el
historiador y el político, se enriquecían así mutuamente. Otras cosas en Mitre que atraían a Romero era su confianza en las enseñanzas que
brinda la historia, la utilidad pedagógica de las mismas, su búsqueda del sentido que hilvanaba un proceso histórico, su capacidad para
presentar el desarrollo de las ideologías y, sobre todo, la interacción de sus relatos de “elementos e ideas que subyacen en el” en el afán
por reconocer y presentar al pasado en su complejidad. Sería mitre era capaz de brindar un historia integral en la que tanto las minorías
ilustrada como las masas populares ocupaban un papel.

En el año 1943, Romero también brindó una lectura de otro gran historiador argentino decimonónico, Vicente Fidel López. Romero define
la constitución de una historia universal que se plantea y que el mismo López habría defender en su polémica con Mitre. Esa mirada de
López que coloca todas las historias nacionales en un cuadra de conjunto global y unitario era mucho más congenial a Romero que la del
historicismo nacionalista de Mitre. También señala Romero que al igual que Mitre, López estableció una vinculación entre problemática
presente y la reflexión sobre el pasado. No obstante, las simpatías a López no llega hasta levantar las acusaciones contra él, en tanto
historiador poco preciso y poco confiable como habían levantado el mismo Mitre y Groussac. Así mismo, es evidente la lectura tan
unilateral de López y su tan cerrada defensa de las minorías ilustradas que no podía complacer a Romero, amante de percibir los procesos
en su complejidad y en la interacción de múltiples actores. La distancia en relación con López puede emplearse en dos planos: en el
historiográfico, remitida la historia entendida como el resultado del accionar de individuos notables y, en el político, a un liberalismo
menos progresivo y democrático que el que creía percibir en Mitre.

Romero luego se encargó de un proyecto más amplio: Las ideas políticas en argentina, por encargo para ser editado por el fondo de cultura
económica. El libro aparecerá en 1946 y dará una gran visibilidad a Romero en el campo cultural argentino. El interés de Romero en la
historia Argentina puede vincularse con dos cuestiones de índole diferentes. Por un lado con material proveniente de su compromiso cívico
y político en momento de perentorias definiciones en Argentina. Ambientes intelectuales que Romero frecuentaba desde los 30 lo
colocaban en el campo de la cultura antifascista y, desde allí, lo llevan a la oposición del golpe de 1943 y luego al antiperonismo, su filiación
al partido socialista dar cuenta de ello.

El libro del Romero presenta dos partes bien diferenciadas. En la primera puede rastrearse la huella de la lectura de Romero de algunos
clásicos de la historia Argentina: Juan Agustín García en el retrato de la mentalidad colonial, José ingeniero en Los orígenes de la dicotomía
de las dos líneas históricas organizadas a partir de la contraposición entre Austrias y Borbones, Mitre en la mirada de la revolución de mayo
y dos días de la democracia, doctrinaria e ignorancia, son algunos de ellos. En la tercera parte, dominada la era aluvial, el autor se
desprende de toda autoridad, aunque puede detectarse así la presencia del último Sarmiento, de Ezequiel Martínez Estrada y más en
general de las mediaciones críticas de la década de 30, y coloca en el centro de su reflexión no son un conjunto de lecturas sino también su
propia experiencia de observador atento. La primera edición culminaba con la revolución de 1930 vista como resultado de una
combinación de elementos conservadores con otros que desde allí habían comenzado en la década precedente hacia el fascismo. Luego
Romero escribió un epílogo, donde señalaba que los avatares de la política posterior a 1930 probaron que el ciclo iniciado por la era aluvial
se mantenía abierto y que era difícil determinar objetivamente y sin que influya en las preferencias personales en la posible evolución
futura. Romero sugiere que la desconcertante Argentina de esos últimos decenios es menos el resultado de la lógica política que de los
profundos cambios estructurales que conmovían a su sociedad. Crisis, cambio, largo plazo, de ahí el resultado de su mirada histórica. Se
presentan con claridad las inevitables tensiones entre el historiador y el ciudadano comprometido con su tiempo y todas sus diferencias,
sea con la historiografía de la NEH, sea con las historias militantes.

La tesis de Romero era que el ámbito de las ideas es puesto en el contexto de las transformaciones sociales y económicas en donde la
inmigración ocupa un lugar central por el surgimiento de una sociedad hibrida donde la cohesión tardaba en llegar. La tensión criollo-
migratorio permeó a las clases medias y obreras dominadas por el ascenso social, y también afectó a las clases altas que se sentían
amenazadas por el avance de aquellas. Las transformaciones agravan la escisión entre masas y minorías ilustradas y subtendía líneas
históricas distintas. La del liberalismo conservador (de aquí Romero rescata su voluntad liberal reformadora en el plano económico) y la de
la democracia popular (elogia las virtudes cívicas por ejemplo del radicalismo, pero critica la oscuridad de su programa y que se veía un
cierto retorno de elementos de la antigua tradición rosista). Sugiere que la desconcertante Argentina de esos últimos decenios es menos el
resultado de la lógica política que de los cambios estructurales que conmovían a su sociedad desde hacía un siglo y que demoraban la
aparición de un nuevo horizonte más homogéneo y por ello más estable.

El advenimiento del peronismo, en 1946, produjo un desplazamiento de Romero, como de tantos otros, de la Universidad. Eso lo orientó
múltiples dirección. Por un lado, hacia la labor de dirección de recepciones de las versiones de libros y, por el otro, aceptó en 1948 la oferta
de la facultad de humanidades Y ciencias de la Universidad de la República de Montevideo. Esto permitió a Romero con otro desplazado de
la universidad Argentina, Emilio Ravignani, reunir a un núcleo de discípulos que luego de 1955 formaron parte de varias de sus múltiples
iniciativas académicas. Por otra parte, su posición se hizo cada vez más central en el campo de la cultura no oficial de la argentina peronista
a través de los libros publicados en esa década y de su presencia en diferentes iniciativas editoriales.

La relación entre Braudel y Romero tendría muchas implicancias posteriores. Ante todo, género los primeros lazos externos de prestigio
para un grupo renovador que siempre reposara sobre ellos para contrabalancear, primero su total ausencia de los ámbitos académicos
oficiales argentinos y, luego de 1955, sus disputas en el plano institucional con la NEH. Esas relaciones fructificaran de diferentes modos.
Uno de los vínculos que los unía era la idea de que ambos compartían un espacio historiográfico, una especie de tercera vía, en pugna a la
vez con la historiografía tradicional y con la historiografía militantemente política, en expansión luego de la SGM.

EL MOMENTO IMAGO MUNDI= Durante el decenio peronista una de las iniciativas con mayor implicancia fue la creación, en 1953, de una
revista de historia de la cultura: Imago Mundi.

Es bien evidente que la iniciativa de la búsqueda de visibilidad se cumplió cabalmente. Pero posicionó a su director, José Luis Romero,
aunque también a la gran mayoría de los miembros del comité de redacción y aún a mucha de los colaboradores, un lugar central en el
campo de las humanidades en la universidad posterior a 1955. Es evidente que la revista constituyó además de un espacio de intercambio
intelectuales, un ámbito de sociabilidad en el que se forjaron amistades y lealtades destinadas a perdurar. Ya en el primer número se
anunciaba los propósitos y el campo temático al que iba a dedicar. La divisa “historia de la cultura” era empleada para contraponer la
fórmula superadora de hacer historia a otra, llamada “historia de los hechos”, detrás de la cual se divisa el rostro de la NEH. Ambas no se
oponen por sus temas, sino por sus objetivos y métodos.
A la hora de definir el campo de temas se enumera la historia política, la historia de las ideas en general y la historia de las diversas formas
de saber y de la creación: filosofía, la música, la literatura, derecho, ciencia, educación, artes plásticas, etcétera, unidas entre sí en la
perspectiva historicista.

Es evidente que esta es una nueva síntesis interdisciplinaria superadora de los enfoques tradicionales, y era muy diferente de la que
contemporáneamente estaba en acto entre los grupos más renovadores de la historia nordatlántica bajo el paraguas de las ciencias
sociales. Cabe recordar que la nueva denominación de la revista Annales, desde 1946, era Annales, Economía, Sociedad, Civilización, esto
revela hasta qué punto la historia económica pasaba estar en el centro de la escena, sin embargo en la propuesta inicial de Imago Mundi
estaba completamente al margen. Con todo puede observarse que Romero hace referencias a las dimensiones económicas en los
diferentes trabajos que dirige, por ejemplo en los breves textos firmados por Halperín Donghi.

José Luis Romero escribe un texto titulado “reflexiones sobre historia de la cultura”, que presentan forma extensa y articulada la nueva
propuesta historiográfica. Tres órdenes de cuestiones son interesantes en este artículo, aún para analizar las ideas de Romero que el
programa de la revista. En primer lugar una presentación del objeto de la historia como constituido no sólo de los “hechos” sino también
de ideas y representaciones. Esos planos, en permanente interacción, son definidos por Romero con los términos de orden fáctico y orden
potencial. Ambos están interrelacionados y la tarea del historiador es exhibir un proceso más complejo que reposa en las conexiones
indisolubles entre estos y otras diferentes planos.

Reflexiones historiográficas más importantes de Romero son:

1- La historia de la cultura no se refiere a un campo temático sino a un modo de preguntar sobre el pasado.
2- La historia de la cultura debe ser comprendida en su dinámica del cambio historiográfico y en sus dimensiones de
diversidad.

La revista Imago Mundi era un notorio esfuerzo por elevar el nivel de las humanidades en Argentina y dar cuenta de la actividad académica
en el extranjero. También era un modo de debatir con la cultura académica oficial de la universidad peronista considerada arcaica y poco
atenta al estado de los estudios históricos en otras partes del mundo.

Las aperturas culturales de su principal figura no impiden percibir que la labor erudita y filológica seguían vigentes. Estudiar la antigüedad y
la Edad Media implicaba, necesariamente, el estudio de gabinete.

Alberto Salas: Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras y recibió una fuerte influencia de Ravignani y Caillet-Bois. Tuvo una fuerte
reorientación hacia la literatura lo que le permitió desarrollar un importante talento narrativo. La novedad de su obra se encontraba en
que proponía, en la práctica de la investigación, una muy temprana e innovadora convergencia entre historia y etnografía.

Salas fue un historiador que llevó el ejercicio de la tradición erudita a uno de sus niveles más altos en la Argentina del siglo XX y supo
aplicarlo a objetos innovadores. Sin embargo la Academia nunca lo incluyó entre sus miembros.

Salas estaba bastante lejos del espíritu reformista de tintes laicos y socialistas del grupo de Imago Mundi y las diferencias se hacían
insalvables en el momento post 55. Asimismo su historia narrativa, tradicional, descriptiva y razonada pero sin disgresiones lo alejaba de
los renovadores, mientras que la audacia de sus temas y la distancia con el academicismo establecían una valla insalvable con la NEH.

Tulio Halperín Donghi: En 1951 Halperín escribió el ensayo sobre El pensamiento de Echeverría. Su autor expresaba un conjunto de rasgos
diferenciales de los historiadores que colaboraron con Imago Mundi.

En cuanto su formación hay dos vías paralelas: la formal y la derivada de su familia. Con relación a la primera, transitó la Escuela Argentina
Modelo y en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Con relación a la segunda más influyente, Halperín perteneció a una familia de
intelectuales. Halperín hizo estudios en paralelo en la Facultad de Derecho en la Filosofía y Letras.

Las apologías de Echeverría constituían espacios desde los cuales polemizar indirectamente con el régimen. Su libro estaba lejos de
cualquier voluntad hagiográfica (es una composición biográfica acerca de los santos) y constituía en este sentido una notable y saludable
excepción a la vez que uno intenta dejar atrás las rígidas dicotomías que se habían reforzado con el advenimiento del periodismo y entre lo
oposición. En términos historiográficos, es difícil no ver al Echeverría de Halperín como una obra que reúne a las principales virtudes de la
casa tradición italiana y las que por razones económicas podemos llamar croceana.

En 1963 se produce el encuentro con Fernand Braudel. Halperín estaba deslumbrado por “El Mediterráneo y el mundo mediterráneo de
Felipe II”. Para Braudel, el historiador argentino fue el único que había entendido el libro. A Halperín le atrajo la erudición y la crítica
documental usada por Braudel como así también la sugestivita narrativa braudeliana. Las aspiraciones de una gran historia que era total en
sus aspiraciones como en sus asociaciones entre fenómenos distantes en el tiempo y en el espacio, como en su aspiración a describirlo
todo. Esto era para Halperín una forma distancia de la historiografía académica argentina y del ensayismo pero también de la propuesta de
la “historia de la cultura” defendida no solo por Romero sino por aquel mundo de la Argentina de entreguerras. Halperín buscó
deliberadamente un camino independiente y singular. Halperín se moldeó en muchos planos en el espejo braudeliano como búsqueda de
la originalidad interpretativa, en la imaginación en la operación documental o en la extensa erudición.

Aportes más importantes de Halperín: genealogía de nociones como constitución, patria, nación, revolución para dar cuenta de los
diferentes contextos ideológicos o políticos permiten reconstruir un itinerario historiográfico particular.
Los motivos que abrían los trabajos de Halperín impactarían en suma sobre un reducido grupo de historiadores profesionales y no más allá.
Muchas de las líneas de trabajo de Halperín y su modo de mirar los procesos históricos y el comportamiento de los actores sociales,
culminaran en su extraordinario libro Revolución y Guerra publicada en 1972 (el libro aspira a ser ahora una historia “total” que reflexiona
sobre las relaciones con el espacio, la economía, la sociedad y la política).

El nuevo escenario posperonista

La caída del peronismo en el 55 parecía abrir enormes posibilidades para la renovación historiográfica, al menos en las Universidades de
Buenos Aires y del Litoral. El mejor ejemplo de ello es la designación de José Luis Romero como interventor de la UBA, así como la
designación de varios miembros de Imago Mundi como decanos interventores en distintas facultades. La tarea de ellos era depurar la
universidad peronista. La coyuntura permitió a grupo renovador reinsertarse en la Universidad. Romero crea la catedra de Historia Social
en 1957 desde donde se produjo un fuerte impacto en la actualización historiográfica en consonancia con la actualización de la
historiografía que empezaba a recuperarse y a los nuevos climas emergentes en relación con el proceso de expansión de las ciencias
sociales. La cátedra puede percibirse desde dos lugares. Una es la composición: Tulio Halperín Donghi, Reina Pastor, Alberto Pla, Ernesto
Laclau, etcétera, reflejan la pluralidad de perspectivas y la riqueza de motivos historiográficos. Por su parte, los materiales de la cartera
también exhiben una voluntad de actualización de la historiografía Argentina bajo el signo de heterogeneidad.

La influencia de la tradición de Annales y su tendencia dominante, la historia económica-demográfica como temática serial y cuantitativa
como método, se hará aunque no excluyente si dominante, se hará notar entre los Estudios Monográficos de Historia Social. También se
dio una renovada colaboración franco-argentina: creación de la asociación Marc Bloch permitió canalizar financiamientos concedidos por
Braudel para distintos proyectos.

La presencia del mundo editorial también fue importante para la historiografía renovadora. Los lazos con este mundo permitieron asegurar
un espacio en el campo de los libros académicos prestigiosos. Nacen en esta época las editoriales Siglo XXI y la Amorrortu. A una historia
más científica correspondía un público más restringido y baste pensar en casos como la historia económica serial o la historia demográfica
para darse cuenta de que es difícil que pudieran acceder a muchos más lectores que los pertenecientes al territorio académico. Romero va
a adquirir gran importancia como referente de la cultura laica y progresista.

MÁS ALLÁ DE BUENOS AIRES= La renovación no puede reducirse solo al espacio de la UBA. Otros ámbitos fueron partícipes como la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Litoral en Rosario de la que Halperín será decano.

Nicolás Sánchez Albornoz se desempeñó en Buenos Aires, Rosario, La Plata y Bahía Blanca. Sin embargo en el lugar que invirtió sus mayores
esfuerzos fue en la Universidad de Litoral en Rosario donde impulsó la demografía histórica y tuvo un destacado papel. Trabajó en conjunto
con José Luis Moreno escribiendo La población en América Latina (1968). Investigó sobre las poblaciones de Santa María en la encrucijada
de las actuales provincias de Catamarca, Tucumán y Salta desde fines del siglo XVIII hacia fines del siglo XIX. Para este trabajo, se integró
con antropólogos y otras disciplinas. Así, en Rosario se formó un significativo grupo de jóvenes estudiosos.

La presencia renovadora se proyectó hacia otros ámbitos del Litoral como el Instituto Superior del Profesorado de Santa Fe en el que
enseñaban Sergio Bagú, Ernesto Laclau o el de Paraná José Carlos Chiaramonte.

Chiaramonte: Cursó sus estudios en Filosofía y parcialmente de Historia en la facultad rosarina entre 1949 y 1956. Su formación se debe,
no obstante, a otros ámbitos. Militó en el Partido Comunista desde 1949 pero se alejó de él en la década siguiente. Esa militancia le
permitió salir del aislamiento rosarino y tomar contacto con seguidores de Gramsci en Bs As como Héctor Agosti y por otro lado con
jóvenes intelectuales reunidos en la revista Nueva Expresión como Juan Carlos Portantiero y Juan Gelman. Su autodidactismo y su interés
por los clásicos del marxismo como por los clásicos griegos y romanos le valieron una gran formación. También tenía un importante interés
por los ambientes literarios. Se vinculó con el grupo de Romero en Buenos Aires al participar de la catedra de Historia Social y por medio de
él con Rugerio Romano al compartir seminarios sobre historia económica. En sus Ensayos sobre la Ilustración argentina se define el
itinerario del autor: abordar un tema desde ángulos acotados. El interés por la ilustración rioplatense nos lleva a inferir su gran curiosidad
por el pensamiento y el fermento de las ideas en el mayo revolucionario totalmente relacionado con el contexto de Ilustración española del
siglo XVIII. El exhaustivo análisis que Chiaramonte hace de los textos se debe a su formación filosofía y participación en ámbitos literarios.
Su obra se debe al clima de época en el que se estaban expandiendo las ciencias sociales lo que lo llevó a sostener una conexión necesaria
entre sistemas de pensamiento, características de las clases sociales y estructura económica. En 1964 abre una polémica al publicar un
artículo sobre los debates en torno al proteccionismo, los sectores terratenientes pampeanos y el liberalismo desenfrenado posterior a
Caseros que revisionistas antiguos nuevos se empeñaban en resaltar. Por otra parte con la nueva temática qué aspiraba a un estudio de la
totalidad social como el entonces publicado se acercaba aquella dominante en la historia de aspiración científica que consideraba a la
historia económica o socioeconómica como la única en la que podría cumplirse con los nuevos requisitos exigidos historiador. Analiza las
posturas de Vicente Fidel López y los defensores del proteccionismo en la década de 1880. Sin dudas, Chiaramonte fue pionero en la
indagación de la dinámica económica argentina hacia fines del siglo XIX.
Assadourian: Existían otros ambientes renovadores de la historiografía como la Universidad de Córdoba asociada al nombre de Ceferino
Garzón Maceda, director del Departamento de Historia y del Instituto de Estudios Americanistas en la Facultad de Filosofía y Humanidades.
También fue profesor en la de ciencias económicas. Se orientó a los estudios sobre sistemas económicos y revalorizó las rutas comerciales
coloniales que tenían como epicentro el Potosí conectándolo con el Norte argentino.

Otro de ellos fue Carlos Sempat Assadourian, quien recibió influencia justamente de Garzón Maceda. Tuvo una tradición del marxismo
exhibida en su participación en la Revista Pasado y Presente en 1964. Luego del golpe de 1966, Assadourian sócalo en Chile, donde siguió
sus investigaciones y en 1968 publicó un trabajo ambicioso: Economías regionales y el mercado interno colonial. El caso de Córdoba en los
siglos XVI y XVII. Centra su interés en los intercambios dentro de un espacio regional americana, no son las transacciones de larga distancia
lo que ahora le preocupan sino aquellos al interior del espacio que articula Córdoba con el Potosí. Supo complementar el marxismo y la
erudición histórica. Incorporó las relaciones conflictivas entre distintos actores sociales y esbozó, por otra parte, vínculos entre la economía
natural y monetaria como responsables de las fluctuaciones económicas.

Assadourian propone una lectura original que abreva en la tradición francesa, en el marxismo y en los motivos de la economía de la CEPAL,
sobretodo el tema del desarrollo. Discute, incluso, teorías más amplias respecto a la teoría del comercio internacional.

Armó un esquema novedoso acerca de la economía del virreinato peruano en torno a la extracción de metales. Le otorgó gran importancia
a los factores internos que estructuraban ese espacio y las contradicciones que lo llevaron a su lenta desintegración, antes que a aquellos
que la vinculan con la metrópoli y en general con la economía mundo. Enfoque que lo aleja de la tradición de Annales.

La historiografía renovadora fue claramente minoritaria en los ambientes académicos y más aún en aquella nutrida historia provincial local
articulada con la Academia Nacional de la Historia. Lo hubiese sido aún más de no mediar el aporte concurrente de otras ciencias sociales,
que fueron a veces punto de partida para sucesivos itinerarios en el ámbito de la historiografía, a veces tradiciones persistentes de sus
propias disciplinas, pero que contribuyeron a renovar las imágenes del pasado argentino. Todo esto nos obliga a introducir a otros actores
que más allá de los historiadores interactuaban con estos bajo el signo de una palabra que parecía haber insospechadas perspectivas y
además por entonces tan frecuentada: interdisciplinaridad.

LA TRADICIÓN SOCIOLÓGICA= Dos fueron los lugares privilegiados para contribuir en la renovación de la historiografía argentina: las
ciencias sociales y el marxismo, entendido como una ciencia social total. En las ciencias sociales, fueron dos las que adquirían en ese
entonces como emblemas de una cierta “modernidad”: la sociología y la economía. El clima intelectual del decenio entre 1955 y 1966
estaba asignado por una actitud general de innovación y modernización que parecía la consigna de la hora y era compartida por casi el
conjunto del campo cultural Argentina pero no sólo por él. La idea de modernización era patrimonio también del mundo de la economía y
de la empresa, de las costumbres sociales, de ciertas instituciones y de una parte de la misma clase política, por ejemplo, el frondizismo. En
este terreno es difícil subestimar el papel desempeñado por si Gino Germani, nuevo profesor de sociología y director del Instituto. Era un
italiano antifascista que llegó a Argentina en 1934.

En cuanto a la contraposición de la sociología antes y después de Germani, se refiere a una entre una aproximación dominada en ámbitos
académicos por lo que el tipo historia del pensamiento sociológico versus una nueva sociología empírica y más aún entre aproximaciones
no sistemáticas y sistemáticas. Uno de los libros más importantes es Estructura social Argentina donde, en su primera parte, presenta un
amplio cuadro de transformaciones en la población Argentina moderna en la perspectiva, ya de por sí histórica, de la “tradición
demográfica”, de la que brinda una imagen más optimista en contrapunto con los trabajos de Alejandro Bunge. La segunda parte es un
estudio de las transformaciones de las “estructura social” argentina, construido a partir de la formación estadística de Germani y de los
modelos que provee en especial la tradición durkheimiana francesa.

En 1949 será cuando Germani desarrollará más extenso los problemas de la estructura social Argentina en una auténtica dimensión
temporal, en el contexto de su preocupación por otra transición: la de la sociedad “tradicional” a la sociedad “moderna”, por debajo de la
cual reposaba otra idea: la idea de los desajustes sectoriales y regionales y la de los ritmos diferenciados que existían las transformaciones
argentinas del siglo XX. Su obra se reduce sustancialmente hacer depender la estructura social de la ocupación. La importancia de Germani
y no sólo está en su uso, sólo sociológica histórica, sino en su capacidad, luego de 1955, para articular una serie de proyectos y programas
en el que confluyen los historiadores renovadores y los sociólogos de la escuela germaniana, así como reclutar a otros estudiosos de otras
áreas que sí terminaban como caracterizados historiadores de la renovación habían comenzado su aproximación a la misma participando
en el Instituto de Sociología.

ECONOMÍA E HISTORIA ECONÓMICA= el otro aporte invalorable para la nueva historiografía fue la proveniente de la interacción con la
economía. La difusión de la economía del desarrollo y la problemática del desarrollo, desde la apertura de la CEPAL, luego la FLACSO o la
creación del Centro De Investigaciones Económicas Del Instituto Di Tella favorecen esa colaboración, escogían un enfoque histórico para
fundamentar o a valer sus propuestas.

Fue la fundación del Instituto De Desarrollo Económico Y Social (IDES) el ámbito decisivo para la colaboración entre economistas,
historiadores y sociólogos. Un grupo de economistas de tradición se nuclean para generar un espacio para promover una modernización de
las ciencias sociales bajo la consigna del “desarrollo”. Las figuras centrales fueron Óscar Allende, Aldo Ferrer y Óscar Cornblit. La historia
económica constituía por entonces el territorio en el que más factible era la colaboración de los historiadores con las ciencias sociales. Lo
era porque mucho más que la historia social era el terreno considerado predilecto para la nueva forma de hacer historia. Las mismas
corrientes historiográficas que actuaban como referente de la nueva generación, desde anales al marxismo, se orientaban en ese sentido.
Es interesante observar historiadores, incluso marxistas, utilizan largamente el concepto de desarrollo, o las expresiones variable y modelo,
lo que indica una cierta extensión del vocabulario de las ciencias sociales y un clima de época. Todos además colocaban una explícita
vinculación necesaria entre presente, pasado y futuro: los proyectos modernizadores y en qué medida la experiencia histórica podía
orientarlos. Por otro lado, la convergencia estaba en la voluntad de discutir y de compartir un espacio y los problemas tan evidentes que no
sólo eran argentinos. Estaban ligados también una estrategia interdisciplinar que todos se empeñaban en defender porque se revelaba
dificultosa y más dificultosa aun cuando se trataba de ser una convergencia de métodos más que de prácticas concretas.

Itinerarios convergentes y divergentes fueron los de Roberto Carlos Conde y Ezequiel Gallo. Ambos estudiaron en la facultad de Derecho y
ambos actuaron en el ámbito de la cultura estudiantil reformista. Ambos se acercaron a las ciencias sociales, vía la sociología, aunque
siguieron en ese proceso itinerarios distintos. La actividad de los dos historiadores fue muy intensa en los años. Ambos historiadores
escribieron trabajos en conjunto como parte de una colaboración que culminaría en La formación de la Argentina moderna en 1967. Este
pequeño libro constituye, un ejemplar compendio de los esquemas conceptuales de los 60: se tratan de una lectura articulada en torno a 2
dicotomías complementaria: sociedad tradicional o criolla- sociedad moderna e interior-Buenos Aires, en la cual las primeras aparecen
como una dimensión estructural de largo plazo que coloca frenos o bloqueos a la expansión plena de las segundas. Se aparecen las
perspectivas ligadas a la insuficiencia de la política orientada en la industrialización y el mercado interno que se harán visibles a partir del
agotamiento del factor “tierra”, los problemas de los inmigrantes, el sector industrial y la participación política o la connotación estrecha en
términos sociales. La modernidad del grupo dirigente que era también cultural e ideológica y que permeable la acción del estado por el
dominado permitía, a Gallo y Conde, un juego de modalidades y rigideces, mirar el proceso posterior a 1870, de un modo sustancialmente
positivo.

EL FIN DE UN CICLO= La intervención de las universidades en 1966 por parte de la “Revolución Argentina”, es sin duda una fecha clave para
la historiografía renovadora. La decisión de renunciar de tantos profesores ante la intervención no podía sino agravar las cosas. Algunos
historiadores optaron por radicarse en el exterior definitivamente. Otros volvieron o se instalaron definitivamente en instituciones privadas
como el Instituto Di Tella y otros, o lograron permanecer en universidades periféricas o, tras un paréntesis, se reincorporaron a la
universidad Pública para ser expulsado nuevamente de ellas con el advenimiento de nuevas intervenciones durante el gobierno de Isabel
Perón (Aróstegui, Reina Pastor, Carlos Assadourian, José Carlos Chiaramonte) y poco después tuvieron que tomar el camino del exilio
exterior o interior. Así como a la transmisión institucional de saberes o la formación de discípulos se interrumpió bruscamente. Cuando el
telón se levantó nuevamente, en 1983, eran ya mucho más otras voces y otras tradiciones las que imperaban y aunque aquellas remitiesen
una continuidad ideal con los 60 las cosas no eran exactamente así, con pocas excepciones.

Hacia principios de la década de 1970 aparece La historia Argentina en la editorial Paidós, dirigida por Halperín, en la que colaboraron sus
distintos volúmenes mucho de los historiadores renovadores. Luego del golpe de 1966 la radicalización se hizo mayor y más numerosa en
los ambientes intelectuales y en los sectores medios urbanos en la sociedad. Era ahora el polo radicalizado el que actuaba como imán
atrayendo a importante franjas de aquellos que habían participado en la experiencia “científica“ y no al revés. Varios marxistas liberados
ahora de la prudencia sobre las formas académicas que exigía el clima científico precedente, una izquierda nacional que no cesaba de
reclutar nuevos adherentes, poniendo en circulación viejos temas del revisionismo y otros nuevos, eran el signo de los cambios en los
climas ideológicos y en la trayectoria del peronismo. Aunque la historiografía renovadora no aspiraba capturar grandes públicos, no dejaría
para ella de ser descorazonador el nuevo ambiente imperante. Las convulsiones que entre fines de los 60 y 70 afectaban también los
ámbitos académicos y a los medios intelectuales y aunque no sin esfuerzo, y van acompañadas también por significativos cambios en las
orientaciones historiográficas. Entre ellos, un cuestionamiento y a la vez una redefinición de la relación entre la historia y aquella ciencias
sociales que había sido el perno de la renovación historiográfica.

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