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La parábola del buen hijo

4 dic. 2020 - 10:00 p. m.Por: Julio César Londoño


Algunas de las respuestas de Tomás Uribe a la entrevista de Semana fueron muy buenas.
Por ejemplo, cuando le preguntaron sobre su negocio más cuestionado, la venta de un lote
de la familia Uribe para la expansión de la Zona Franca de Mosquera, Tomás explicó que el
cambio del POT del municipio se hizo en el 2000. Punto para Tomás. ¿Republicanos o
demócratas? Lo importante es que haya apoyo bipartidista estadounidense a la lucha contra
el crimen en Colombia. ¿Las marchas en el país? Participantes legítimos y saboteadores
ilegítimos.

Sus otras respuestas oscilaron entre la ternura filial y el credo que el joven profesa, que es
obtuso y reduccionista como todos los credos extremistas (es verdad que las ideologías son
como religiones, pero los extremismos son meras sectas. Ni siquiera tienen dogmas, solo
supersticiones).

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La novedad es que Tomás dice «neosocialismo» en vez de «castrochavismo» (tiene el
sentido del ridículo del que carece su padre): «Los neosocialistas no confiscarán la
propiedad, necesariamente, pero suben los impuestos a un nivel que confisca las rentas de
la propiedad, que es peor aún». Hay que decirlo, Tomás está en otro nivel.

Cuando le tocaron ciertos temas, su cerebro se cortocircuitó. Así, cuando le hablaron de la


JEP, Tomás dijo que era muy cara, que tenemos muchos jueces y que «en Colombia hay 15
por cada 100.000 habitantes mientras que el promedio de la OCDE son 30» (¿?). Cuando le
recordaron, en mitad de una larga diatriba contra el precandidato, que Fajardo escribió
muchas columnas elogiosas sobre Álvaro Uribe, Tomás dijo, sin solución de continuidad,
que «en la familia le tenemos cariño personal».

El tema Iván Cepeda también le trueca los cables: «¡Hay un frente de las Farc que lleva el
nombre del papá de Iván Cepeda!». Hombre, Tomás, respete. O al menos lea. El Estado
colombiano fue condenado por el asesinato del padre del senador, que hizo parte del
genocidio de la UP, la página más sórdida de nuestra sórdida historia.

Y agregó esta candidez: «¡Imagínense que un bloque paramilitar llevara el nombre de mi


padre!». No, Tomás, no lo imagino: llamar «Álvaro Uribe» a un mero bloque sería un
honor mezquino para el gran trabajo de su padre en la gesta paramilitar.

Luego confiesa su terapia, que parece inspirada en los pasajes más tiernos de Petro: «Con
Iván Cepeda pongo en práctica la bondad amorosa, una meditación que consiste en desear
el bien para uno, las personas que uno ama y los que nos han hecho daño».
Despacha la ñeñepolítica diciendo que el Ñeñe era un bocón y que las interceptaciones
fueron ilegales. Cuando le recuerdan que también Caya Daza está involucrada, balbucea:
«No… no sé de Cayita desde hace mucho tiempo. Para mí fueron una sorpresa esos audios.
Es diferente a la persona que yo conocía».

Cuando le recuerdan los líos de su padre con la justicia, Tomás dice que las cortes quieren
vengarse de Uribe, pero olvida decir qué es lo que querrían vengar. Para demostrar que el
magistrado que le dictó detención domiciliaria a su padre tenía conflictos de intereses en el
caso, afirma que fue contratista de la administración Santos, pero no explica qué tiene que
ver Santos con Cepeda, el «abogánster» y este lío de Uribe.

El remate es de antología: ¿qué piensa cuando llaman genocida y paramilitar a su papá?


«La verdad, ya poco me afecta. Mi mamá no habría estado casada 40 años con Álvaro
Uribe si tuviera la más mínima duda de su integridad».

Conclusión. Como precandidato, Tomás es buen hijo. Tiene la simpleza necesaria para ser
candidato del Centro Democrático e irradia una bondad amorosa capaz de defendernos del
neosocialismo, sí, ¿pero quién nos salvará de Tomás Uribe?

https://www.elespectador.com/opinion/la-parabola-del-buen-hijo/

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