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Instituto Politecnico Nacional

Centro Interdiciplinario de Ciencias de la Salud


Unidad Milpa Alta

Unidad de Aprendizaje:
Historia y Filosofía del Cuidado

Producto:
Resumen Cuidados en la Independencia

Catedrático:
Docente adscrita al Departamento de Enfermería
Franco Morales María Elena

Presenta
Torres Benítez Idelberto

Licenciatura en Enfermería

Grupo 1EM2

Perido escolar
2021-1

Cuidad de México a 30 de Noviembre de 2020


EL CUIDADO EN LA INDEPENDENCIA
1821 – 1910
El periodo independiente (1810-1905), se caracterizó por las numerosas convulsiones
político-sociales que aquejaron al país, entre otras el movimiento de Independencia
(1810-1821), una severa epidemia de cólera (1833), las Guerras de Reforma (1854-
1857), la intervención Francesa y el establecimiento del Imperio Francés (1863-1867),
por lo cual se fomentó la Medicina y la Enfermería Militar.

Por instrucción formal de las parteras en toda la República, tenían un lugar social
distinguido, con una práctica no enfocada al lucro y con un grupo destinatario propio;
finalmente, la mayoría se encontraba en una situación educativa privilegiada en un país
donde el analfabetismo predominaba, la educación primaria no correspondía a la gran
mayoría de las mujeres a quienes se consideraba “incapaces de estudiar una carrera
universitaria”.

Las opciones que tenía la mujer para estudiar se centraban en las profesiones de maestra
principalmente y de partera. Aunque ya para el siglo XIX la mayoría de las universidades
del país ofrecían la carrera de partera,

La situación de las enfermeras era muy distinta. En primer lugar cabe aclarar que con el
nombre de “enfermera”(o) se denominan las actividades que mujeres y hombres
realizaban en los hospitales desde el siglo XVI en la Nueva España. Las personas que
trabajaban como enfermeras y enfermeros realizaron durante mucho tiempo actividades
de limpieza y mensajería en los hospitales y dependían jerárquicamente de la partera, el
médico y/o las órdenes religiosas, según las características y la administración de las
instituciones en que se encontraran.

El 21 de noviembre de 1831 se publica “La Ley de cesación del tribunal del Protomedicato
y la creación de la Facultad Médica del Distrito Federal”, a este respecto refiere el Dr. F.
Flores, que eran en aquel fatal momento los protomédicos.
En rigor debía contar con ocho médicos-cirujanos y cuatro farmacéuticos con atribuciones
similares al Protomedicato y con la obligación de formular un Código Sanitario, que no se
pudo cumplir con las diversas contingencias políticas, a pesar de que sobrevivió hasta
1841 en que es reemplazada por el Consejo superior de Salubridad, mismo que persiste
a la fecha.

Los fundadores de este Consejo, según el mismo decreto que lo creó el 4 de enero de
1841, fueron las mismas personas que formaban la Facultad Médica y el Protomedicato;
Las funciones del Consejo eran lo suficientemente amplias para tratar de regular el
ejercicio de la medicina y la cirugía así como de los farmacéuticos y de las boticas, de los
dentistas, parteras y flebotomianos y de tomar todas las medidas conducentes a
favorecer la salubridad pública, sobre todo en casos de epidemias.

Las Hermanas de la Caridad en México


La situación de México en 1844, era tan similar a la vivida por San Vicente de Paul, en
los siglos XVI y XVII, la iglesia había perdido el concepto de caridad cristiana y a pesar
de la guerra nadie atendía a los enfermos y soldados heridos. Con la independencia se
cerraron en México muchas instituciones, entre ellas la Real y Pontificia Universidad, con
lo cual todo aquel que deseara estudiar una carrera universitaria debería ir a Europa,
considerándose a Francia como el país más avanzado científica y filosóficamente, por lo
que el privilegiado grupo de médicos mexicanos se formaría allá. Uno de ellos siendo ya
casi doctor en medicina, Manuel Andrade, había compartido la maravillosa labor de las
hermanas de la caridad en París, de donde le surgió la idea de invitarlas a establecerse
en su país, aquí no existía ningún servicio parecido y los hospitales estaban en pésimas
condiciones y en el peor abandono.

Su establecimiento en México fue originado por una información de Don Tadeo Ortiz,
cónsul de México en Burdeos. El 8 de octubre de 1843, el Dr. Manuel Andrade y el
bachiller José Guadalupe Romero, obtuvieron de Don Valentín Gómez Farías entonces
Presidente de la República, la necesaria autorización para que un grupo de “Hijas de la
Caridad” vinieran a México, ya que sus reglas no estaban en contra de las leyes de
nuestro país.

Las fundadoras de las Hermanas de la Caridad en México fueron Agustina Inza


(superiora), Josefa Ramos, María Elio, Micaela Ayanz, Gregoria Bota, Magdalena
Latiegui (boticaria), Teresa Corritido, Luisa Mariadet y Juana Bautista Artia. Para entrar
al país, requirieron del dictamen del Consejo de Estado, pues no se podían instalar en
México ni como orden ni como Congregación, sino bajo el “compromiso" de dar, servicio
desinteresado en los hospitales, casas de beneficencia y a todos los pobres y
menesterosos.

Las mujeres españolas y criollas ricas, solteras y viudas, alfabetas, encontraron un lugar
provechoso en donde volcaron sus creencias y apoyaron al país con gran esfuerzo y
utilizando desde un principio sus relaciones sociales, indispensables para vivir de la
caridad, pues solamente los ricos, es decir, sus parientes y amigos la podrían ejercer.
Poco a poco los hospitales que sobrevivieron a los embates de la antigua Caridad,
pasaron al mando y servicio de las hermanas.

La mano de obra era fundamental, pues el agua se traía del pozo, la lumbre se hacía con
leña y carbón, se requería de: cocineras, tortilleras, atoleras, colchoneros, costureras,
lavanderas, planchadoras, mozos, sirvientes, bomberos, caballerangos, incluso quién se
hiciera cargo del corral, pues en malos momentos económicos ayudaban a completar la
dieta del establecimiento. El abasto de todo lo necesario, médico o no, dependía de la
responsabilidad de la misma superiora, quien en caso de no haber dinero conseguiría
limosnas para liquidar a los abastecedores.

El trabajo que desempeñaban era múltiple: acompañarían a las visitas médicas todos los
días debiendo seguir las instrucciones para los enfermos que los médicos de cada sala
dejaran, sin tomar atribuciones, llevando a la cocinera las dietas y a la farmacéutica lo
indicado para cada enfermo, debían controlar a los auxiliares médicos y ayudar en las
curaciones, hacer guardia de día y de noche. Había en todos ellos una hermana boticaria,
quien hacía los preparados y pócimas como si fuera una farmacia pública.

En caso de gravedad del enfermo proporcionar ayuda cristiana, conseguir al cura para
los viáticos y al fallecer asentar el descanso en el Registro Civil. A pesar de que
realizaban trabajos "No aptos para su sexo" y más allá de sus fuerzas, como consta en
la documentación de los cuatro nosocomios y del Hospicio de pobres, pocas veces su
labor era reconocida, por diversos motivos.

Desde el punto de vista de la enfermería moderna, fueron la clave de la organización,


función que aun hoy día menciona Elsa Malvido, para bien o para mal fundamenta esta
actividad. Por lo tanto, es a partir de ellas cuando la historia de la profesión debe ser
estudiada, ya que marcaron un estilo, un modo, una estructura que difícilmente pudiera
suplirse cuando son expulsadas ni se podía esperar que cualquier sirviente analfabeta y
sin entrenamiento previo las sustituyera. Entre las enfermeras “Hijas de la Caridad de
San Vicente de Paul”, que tanto bien hicieron en nuestros viejos hospitales “con celo
extraordinario que sólo podía ser engendrado por una virtud excelsa”, se destacan, como
ejemplo de constancia, abnegación y santidad, la delicada figura de Sor Micaelande
Ayanz

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