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EL DERECHO DE MATAR

Autor: Barón Biza, Raúl

Editorial: M. Alfredo

Angulo

Colección:

Género: Novela

Lugar: Argentina

Edición: 1

ISBN:

Nº Páginas: 96

Año Publicación: 1937

Veces visto: 1443

Este es uno de los dos libros "malditos" de Argentina si es que se puede calificar así a un pobre libro que
únicamente transmite la obra de una persona. Así pues, mejor sería calificar al escritor de este libro y a su
hijo, Jorge Barón Biza, autor del otro libro (El desierto y su semilla) como "malditos" pero no en cuanto a
literatos sino por lo "diferente" que han sido sus vidas personales al compararlas con el resto de los
mortales. Tuve conocimiento de estos dos peculiares ejemplares a través de un artículo periodístico de
Ricardo V. Canaletti, publicado en el diario Clarín de Buenos Aires el 10 de noviembre del 2005. La
curiosidad me incitó, con ocasión de unas vacaciones en Buenos Aires, a buscarlos por toda la hermosa
capital argentina. "El desierto y su semilla" resistió una tarde de búsqueda, pero "El derecho de matar" se
empeñó en no aparecer, pero como contraprestación nos obligó a recorrer una y otra vez las calles de
Buenos Aires, rebuscando en múltiples librerías de "antiguo y usado" para, al cabo de diez días de
infatigables recorridos (eso sí, con innumerables y sabrosas paradas a degustar cafés y pasteles en las
inacabables cafeterías de la ciudad). Al final apareció en un pequeño negocio de Suipacha sito en el
número 500 de dicha calle. El costo en dólares fue elevado y los intentos de regatear el precio fueron
abortados por el propietario de la librería con este demoledor argumento: "Si no lo compra aquí tendrá que
volver a recorrer otra vez muchas calles, posiblemente no lo encuentre y cuando vuelva el precio habrá
subido". Puedo asegurar, sin miedo a equivocarme, que ha sido la mejor manera de conocer y amar a una
ciudad. A continuación transcribimos el artículo periodístico que dio origen a toda esta historia. LA
DEFORMACION PERMANENTE DE LA CARA. La gran tragedia del rostro perdido. A la entrada, sobre
una mesa, había un saco de mujer, negro pero quemado. En el living, dos botellas y cuatro vasos. Cerca, un

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sillón con el paño chamuscado. Eran rastros del drama ocurrido en el departamento 33 del 8vo. piso de
Esmeralda 1256, el domingo 16 de agosto de 1964. Raúl Barón Biza había citado allí a su mujer, Rosa
Clotilde Sabattini, para hablar del divorcio. También a los abogados. Raúl nació en Córdoba en 1899. Era
hijo de los millonarios Wilfrid Barón y Catalina Biza, establecidos en Alta Gracia. Fue militante
yrigoyenista, playboy, duelista, escritor y hombre de mundo. En 1928 conoció en Venecia a Rosa Martha
Hoffmann, una novel actriz austriaca que usaba el apodo de Myriam Stefford. En la basílica de San Marcos
de esa ciudad se casaron en 1930 pero se radicaron en Córdoba. En 1931, antes de terminar el curso de
piloto de avión y dos días antes del primer aniversario de casados, ella se mató con su pequeño biplaza
alemán bautizado Chingolo II en San Juan. Fue sepultada en el camino que une Alta Gracia con la ciudad
de Córdoba. La tumba no pasa inadvertida pues Raúl, en su memoria, hizo levantar un obelisco de granito
y mármol de 82 metros de alto. Se dice que allí también están sepultadas todas las joyas de Myriam, hasta
el famoso diamante Cruz del Sur de 45 kilates. La literatura es un capítulo central en la vida de Barón
Biza. Su obra le valió desprecio social y religioso, el mote de pornógrafo y procesos por obscenidad, uno
por su novela "El Derecho de Matar", de 1933, cuyos 5.000 ejemplares fueron secuestrados de la imprenta
sin orden judicial. A los 36 años se casó en secreto con Rosa Clotilde Sabattini, de 17 años, hija del fuerte
dirigente radical Amadeo Sabattini, que dejó de ser su amigo en ese momento. La pareja tuvo tres hijos:
Carlos, Jorge y Marisa Cristina. Cuando Arturo Frondizi fue presidente, designó a Rosa al frente del
Consejo Nacional de Educación. pero ya en esa época el matrimonio estaba quebrado. Los detalles de la
separación se iban a discutir en el departamento de la calle Esmeralda ese domingo de 1964, a las 20.
Enseguida el anfitrión ofreció whisky. Su mujer no quiso. Raúl se quedó con un vaso. Se acercó a Rosa y
le tiró el liquido en la cara. Era ácido muriático. Rosa gritó desesperada. Los abogados quisieron asistirla y
Raúl se encerró en otra habitación. El rostro de ella se desfiguraba. Tenía quemaduras profundas. El ácido
había destruido la nariz, los pómulos, un párpado y dañado el ojo. Alcanzó además el pecho, los brazos, las
manos y el cuello. A las 12 del 17 de agosto Raúl fue hallado en el departamento, tendido en la cama. Se
había pegado un tiro en la sien derecha. La vida de Rosa no fue vida sino un tormento físico y psicológico
desde el ataque. Los médicos, de aquí y de Europa, donde viajó con su hijo Jorge, no pudieron ayudarla.
En 1978, en el departamento de la calle Esmeralda, se tiró por la ventana. Jorge, que fue un escritor
talentoso, autor del libro "El desierto y su semilla" donde cuenta la desgarradora búsqueda europea de la
cara perdida de su mamá, también se mató, en 2001. El rostro somos nosotros. Nos identificamos por la
cara. Define el sexo, hasta la edad. Demuestra sentimientos, estados de ánimo. Con ella hay comunicación
pues se aleja o atrae a los otros; se emiten y reciben mensajes y de ahí la importancia del rostro materno en
el desarrollo humano. Los antiguos latinos no hablaban de persona como propietario de derechos.
Hablaban de "cabeza" (rostro), ya que "es por la cabeza, de la que se hace la imagen, que se es conocido".
La cara se cuida, se embellece. Dañarla multiplica las heridas pues se suman las sociales y las psíquicas,
que son profundas y a veces irreversibles. Perder la cara es lesión grave para la ley nacional, y el autor
puede recibir hasta 6 años de prisión. La ley italiana de 1889 tenía dos tipos de lesiones: "Lo sfregio
permanente del viso", como grave, y la "deformazione permanente del viso", como gravísima. "Sfregio", en
español, es corte, tajo, cicatriz. "Viso", es rostro. Los italianos entendían que la deformación supone una
modificación en la cara que la torna repugnante o desagradable. La ley argentina agrupa como lesión grave
tanto el tajo como la deformación, y no es necesario que ésta cause repulsión. ¿Qué se entiende por cara?

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Anatómica o plásticamente es el espacio delimitado por el nacimiento del pelo, la barbilla y ambas orejas.
Pero como las razones de este delito son estéticas y sociales, también se extiende el concepto a las orejas,
al cuello y hasta a los daños en el hueso frontal y temporal. Se ha dicho que no es lo mismo una cicatriz en
el rostro de un hombre que en el de una mujer. pero en verdad no es así: para el derecho penal es igual la
cicatriz en el labio de un "bigotudo" que en el de una actriz. Lo que pasa es que para la reparación
económica del daño provocado, las realidades sociales e individuales toman otra dimensión.

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