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UNIVERSIDAD FERMIN TORO

VICE RECTORADO ACADEMICO


FACULTAD DE CIENCIA POLITICAS Y JURIDICAS
UNIVERSIDAD FERMÍN TORO - POSTGRADO

ENSAYO SOBRE EL PATRIARCADO

ALUMNOS:
DEIVI ROA CI: V- 16.795.521
PROF: Dra. Laura Adams
Desde la prehistoria hasta hoy existe un paradigma sobre la forma patriarcal en
que está compuesta la sociedad, desde el génesis vemos como Eva y Adan son
expulsado del paraíso pero la culpa recae en Eva, por tener la culpa de incitar a
Adán a tener actos carnales, luego en la época de la inquisición las mujeres eran
perseguidas por la iglesia por herejes, es entonces donde ya comenzamos a ver
una preferencia machista y una debilidad jurídica en esos tiempos, sin embargo a
lo largo de la historia vemos como siempre la mujer ha estado bajo la tutela
patriarcal, de hecho en España hasta el año 1981, la mujer obtuvo el permiso de
su marido para poder tramitar la licencia de conducir.

Para marta Fontela Los debates sobre el patriarcado tuvieron lugar en distintas
épocas históricas, y fueron retomados en el siglo XX por el movimiento feminista
de los años sesenta en la búsqueda de una explicación que diera cuenta de la
situación de opresión y dominación de las mujeres y posibilitaran su liberación.

Las feministas han analizado y teorizado sobre las diferentes expresiones que ha
ido adoptando a largo de la HISTORIA y las distintas geografías, estructurándose
en instituciones de la vida publica y privada, desde la familia al conjunto de la
social. También fueron definiendo los contenidos ideológicos, económicos y
políticos del concepto que, conforme a Carol Pateman (1988), es el único que se
refiere específicamente a la sujeción de las mujeres y singulariza la forma del
derecho político que los varones ejercen en virtud de ser varones.

En los relatos sobre el origen o la creación de los sistemas de organización social


y política, del mundo público y privado, hallamos historias conjeturales,
considerando algunas que la sociedad emerge de la FAMILIA patriarcal, o las más
actuales, que se origina en el contrato. El PODER en el patriarcado puede tener
origen divino, familiar o fundarse en el acuerdo de voluntades, pero en todos estos
modelos, el dominio de los varones sobre las mujeres se mantiene.

Gerda Lerner (1986) lo ha definido en sentido amplio, como “la manifestación e


institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y niños/as de la
familia y la ampliación de ese dominio sobre las mujeres en la sociedad en
general”. Sus investigaciones se remontan a la Mesopotamia, entre los años 6.000
y 3.000 A.C. “En la sociedad mesopotámica, como en otras partes, el dominio
patriarcal sobre la familia adoptó multiplicidad de formas: la autoridad absoluta del
hombre sobre los niños, la autoridad sobre la esposa y el concubinato”.

María Milagros Rivera Garretas, señala como estructuras fundamentales del


patriarcado las relaciones sociales de parentesco y dos instituciones muy
importantes para la vida de las mujeres, la heterosexualidad obligatoria y el
contrato sexual. La institución de la heterosexualidad obligatoria es necesaria para
la continuidad del patriarcado, ya que expresa la obligatoriedad de la convivencia
entre varones y mujeres en tasas de masculinidad/feminidad numéricamente
equilibradas. Junto con estas dos categorías se encuentra la política sexual o
relaciones de poder que se han establecido entre varones y mujeres, sin más
razón que el sexo y que regulan todas las relaciones.

Para la Fundación Juan Vives Suriá, La condición de nacer y vivir en un cuerpo


femenino, crecer y hacerse mujer configura una forma de existencia, que en su
diversidad respecto a la condición masculina, es el elemento principal del que -en
la ideología patriarcal- se desprende la desigualdad de poder entre los géneros, y
en consecuencia, la experiencia de la subordinación social de las mujeres. La
sociedad patriarcal instaura su modelo de lo humano en el hombre, en el ser
masculino. A éste se le endosan todas las cualidades positivas, y a lo que no es
hombre, a la mujer, se le ve como su opuesto. Esto se denomina androcentrismo

Cuando se habla de discriminación y marginación de las mujeres, no pocos


hombres y hasta algunas mujeres se extrañan. Puede que les resulte difícil
entender que las diferencias que conocen y han vivido no son “naturales”.
Entender que mujeres y hombres son diferentes es aceptado, pero la mayor parte
de las diferencias son consecuencia de la desigualdad social y de derechos, no
sus causas. Ello conduce a develar los valores sexistas implícitos en la forma
como se reconocen y explican las diferencias entre hombres y mujeres, cuya
consecuencia es la aceptación y reproducción de las desigualdades, inequidades
y discriminación.
La diferenciación se transforma en discriminación por la valoración, oculta o
explícita, asociada a las explicaciones sociales de las diferencias entre hombres y
mujeres. Esta valoración asigna una superioridad a los hombres basándose en su
rol dominante y en la fuerza física, mientras a las mujeres se les asigna una
supuesta inferioridad porque son diferentes y se les atribuye debilidad (por aquello
del “sexo débil”), así como otras características en oposición al hombre.

La ideología patriarcal y sus jerarquías de género imponen estas ideas como


diferencias culturalmente elaboradas que se transforman en desigualdad. Se ha
demostrado que no existe una base biológica, antropológica, sociológica o
científica que permita justificar estas desigualdades, ya que éstas responden sólo
a tradiciones y costumbres repro- Lentes de Género. Lecturas para desarmar el
patriarcado 39 ducidas culturalmente. Es decir, diferencia no implica desigualdad,
pero de la desigualdad deriva la discriminación y marginación de las mujeres.

La explotación del trabajo femenino -evidente en la doble jornada y la sobrecarga


de tareas domésticas y cuidados de la familia-; la marginación a lo doméstico –
presente en las construcciones genéricas que le atribuyen los roles del hogar
como su función social primordial- y las violencias contra las mujeres son
expresiones de la discriminación de género. Estas situaciones compartidas
-comunes a todas las mujeres con particularidades regionales, étnicas, de edad y
de clase social-, determinan las relaciones sociales de manera tal, que la inmensa
mayoría de las mujeres en todas las sociedades ocupan roles subordinados, son
minusvaloradas y se encuentran en posiciones inferiores de poder respecto a los
hombres.

El hecho de que la mayoría de las mujeres asuman la carga del trabajo del hogar,
y esto sea una labor que realizan con abnegado amor a su familia, no exime la
necesidad de apropiación por parte del hombre, la familia y la sociedad, de
hacerse también responsables de estas tareas en pro de su beneficio. Muchas
veces ellas no sólo también aportan económicamente, sino que son el sostén del
hogar, y en ocasiones del marido. Igualmente, como en todo trabajo asalariado,
las tareas domésticas permiten transformar los recursos en alimentación, cuidados
familiares, ropa lavada y planchada, en las impecables condiciones del hogar,
involucra una labor y esfuerzo físicos, que no se compensan con la provisión de
una mesada familiar. El amor, dedicación y apego a la familia es parte de esta
plusvalía emocional que producen las mujeres. El aporte femenino a la sociedad
es tan importante como esencial su valoración equitativa.

En las últimas décadas, se ha tendido a reemplazar el término patriarcado por el


de sistema de género (o de sexo-género ). Esta sustitución ha sido y es discutida
en los ámbitos de pensamiento feminista con diversas y fundamentadas razones
que no puedo aquí desarrollar por razones de espacio. Para muchas personas,
entre las que me incluyo, el concepto de género como construcción cultural de las
identidades y relaciones de sexo puede ser de utilidad para la comprensión de la
organización jerárquica patriarcal si no se abandona el talante crítico feminista que
pone de relieve la persistente desigualdad entre los sexos.

La reacción indignada de tantos articulistas y literatos ante la generalización del


uso de este término me ha reforzado en tal convicción. Un conocido lingüista
propuso "sexo" y "naturaleza" como términos adecuados en lugar de "género". El
13 de mayo de 2004, la Real Academia Española llegó a emitir un informe
instando al gobierno a utilizar, en la denominación de la ley integral en curso de
preparación, la expresión "violencia doméstica" en vez de "violencia de género".
Creo que a esta fuerte resistencia a aceptar un término que apunta al carácter
estructural, cultural, histórico y sistemático de la organización patriarcal puede
aplicarse el concepto de Pierre Bourdieu de violencia simbólica como mecanismo
que dificulta la lucha cognitiva tendente a alcanzar la autoconciencia y la
autonomía de un grupo oprimido.

En nombre de las normas lingüísticas, se obstaculiza el uso de instrumentos


conceptuales capaces de desafiar la relación de subordinación. Se priva, así, de
significantes y significados adecuados a quienes intentan transformar las
relaciones sociales. "Género" queda excluido del lenguaje por ser "una mala
traducción del inglés" gender y "patriarcado" en el diccionario de la Real Academia
no alude más que a una "organización social primitiva" en la que la autoridad
recaía en el varón jefe de cada familia, o al "gobierno o autoridad de un patriarca".
A su vez, "patriarca" es definido como "persona (sic) que por su edad y sabiduría
ejerce autoridad en una familia o en una colectividad". Ni rastros de la
reelaboración feminista y de su fuerte impacto en las ciencias sociales
contemporáneas. ¿Simple casualidad? Quizás debamos pensar que no lo es,
sobre todo cuando todavía el término "feminista" es utilizado como un insulto
contra los que creen que la igualdad entre los sexos es un legado y una promesa
del pensamiento democrático.

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