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El pueblo de Dios en tiempos de pandemia

2 Crónicas 2:20 y 2 Crónicas 7:14.

Quizás este sea uno de los mensajes más difíciles de predicar. En


un tiempo como este hay muchas emociones encontradas y es
fácil irnos a un extremo o al otro. Podemos predicar solamente
consolación dadas las circunstancias del momento y eso sería
apropiado. Pero de hacerlo así, dejaríamos fuera algunas
verdades de cómo Dios ha usado tiempos como estos en el
pasado para obrar Su plan de salvación a mayor escala.

Por otro lado, podemos enfocarnos en como Dios supo traer


calamidades en ocasiones a Su propio pueblo en momentos de
rebeldía para santificarlo y volverlo a Su camino. Si nos
enfocamos en este aspecto solamente, corremos el riesgo de
traer un mensaje de condenación en momentos donde ya hay
suficiente dolor. 

Entonces, la línea a caminar es bien fina. No hay duda, de que,


en momentos de dificultad, dolor y sufrimiento, hace falta un
mensaje de consolación y de esperanza. Sin embargo, conociendo
el estado actual de la iglesia en diferentes regiones de América,
creo que traer a la iglesia un mensaje de esperanza, sin traer un
mensaje de arrepentimiento al mismo tiempo, constituiría más
bien una hipocresía.

Para muchos de los que viajan y que reciben noticias


continuamente de diferentes partes del globo terráqueo, saben y
nosotros lo sabemos por las comunicaciones que ellos hacen, las
redes sociales, que la iglesia protestante ha abrazado múltiples
corrientes antibíblicas y hasta herejes en los últimos años,
predicadas desde múltiples púlpitos. Dios no ha pasado por alto el
daño producido por dichas enseñanzas ni ha olvidado a Sus
verdaderos predicadores seguidores.
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En enero de este año el mundo despertó a la realidad de que la
nación de China se encontraba en medio de un brote epidémico
debido a un nuevo coronavirus que desde entonces ha sido
denominado SARS-Cov-2. Hoy en día, unas 691,867 personas
han sido infectadas y unas 32,988, recuperados 146,613. USA
125,161 infectadas y 2,194 muertes, con una mortalidad global
calculada entre un 4.5 y 5%.

El número de casos ha sido tan numeroso, en tan poco tiempo,


que las medidas que han sido tomadas por diferentes naciones
han tenido que ser extremas, pero necesarias, tratando de
contener el impacto de la pandemia. 

La realidad es que las epidemias o pandemias han estado con la


humanidad desde el segundo siglo de nuestra era y hasta antes.
Algunas de ellas fueron tan severas como para eliminar millones
de personas como lo hizo la gripe española de 1918 que eliminó
50 millones de personas o la peste bubónica de los años de 1346-
1353 que terminó con la vida de 100-200 millones de habitantes.

Menciono esto no como interés médico en este momento, sino


para recordar que el pueblo de Dios siempre ha tenido que vivir y
servir en medio de estas pandemias que han azotado a la
humanidad sin distinguir raza, estatus económico, nivel
académico, sexo, edad o cualquier otra clasificación que
quisiéramos usar. 

En los tiempos del Antiguo Testamento también tenemos relatos


de algunas pestilencias, como fueron llamadas, que terminaron
con la vida de miles de personas. En medio de muchas de ellas,
se encontraba el pueblo hebreo o el pueblo de Dios; este nunca
ha quedado exento de ninguna de las calamidades que el mundo
ha sufrido. De hecho, en ocasiones, Dios trajo las calamidades

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exclusivamente sobre Su pueblo como una forma de devolverlos
al camino. 
En los tiempos del profeta Amós, el pueblo de Dios andaba muy
mal; había mucha idolatría e inmoralidad sexual en medio de
ellos.

Además, había un gran optimismo nacional, un aumento de los


negocios y de la avaricia, una hipocresía religiosa y un sentido
falso de seguridad. El pueblo de Dios estaba viviendo de espalda
a Dios como muchos que dicen ser cristianos lo están haciendo
hoy en día. Entonces, Dios les trajo grandes calamidades (Amós
4:6-10) pero el pueblo se había vuelto tan insensible que ni
siquiera las grandes calamidades le hicieron volver a los caminos
de Dios. 

Hoy nos encontramos ante un enemigo microscópico que ha


puesto al mundo con la cabeza hacia abajo… y pensar que apenas
estamos al inicio de la pandemia, la cual tendrá grandes efectos
económicos. Más aún, ese no es nuestro único problema mundial;
sin lugar a duda, es una gran pena que los últimos tres meses
hayan muerto más de 30,000 personas como resultado de
infecciones por el coronavirus, pero no podemos tener una
panorámica balanceada si no vemos toda la problemática del
mundo como un todo.

Por ejemplo, diariamente mueren 155,520 más o menos en el


mundo. ¿De ellos, entre 15 y 16 mil niños de hambre? Esto
implica que en los tres meses que esta pandemia tiene, han
muerto unas 30,000 personas de este coronavirus y 1.5 millones
de niños han muerto de y por el hambre mientras el mundo ha
estado en silencio.

Pensemos, ¿Cuál pandemia es mayor? Muchos han dicho por las


redes sociales que esas dos comparaciones no son justas pero la
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única respuesta que yo encuentro es que la diferencia estriba
entre las dos tragedias es que el coronavirus me puede afectar a
mí y a mis hijos mientras que la hambruna no lo ha hecho y
probablemente nunca lo hará.

Sabemos que ni los millones de niños que han muerto por


hambre ni los millones de niños extraídos del vientre de sus
madres han sido pasado por alto en los cielos. De la misma
manera, Dios tampoco ha olvidado los pecados de Su iglesia y de
sus líderes. Si Dios se hiciera de la vista gorda ante los males de
Su pueblo y de la sociedad en general, Él no sería un Dios digno
de adorar. 

Pero ese no es el caso; Dios siempre ha permitido dificultades


para llamar al incrédulo a un encuentro con Él o para disciplinar y
limpiar a Su pueblo. Si nos dedicamos a predicar solamente
consolación en un tiempo como este, posiblemente estemos
dejando a un lado, una de las oportunidades más importantes
para llamar al pueblo de Dios a la reflexión y al arrepentimiento y
para animar a ese mismo pueblo a que use este tiempo para
compartir las buenas nuevas de salvación. 

Ante la enorme amenaza que enfrenta el mundo, quiero iniciar


citando 2 Crónicas 20:3,4, “Y Josafat tuvo miedo y se dispuso a
buscar al Señor, y proclamó ayuno en todo Judá. Y se reunió
Judá para buscar ayuda del Señor; aun de todas las ciudades de
Judá vinieron para buscar al Señor.” En ese momento, el pueblo
judío se veía amenazado por un gran ejército que venía contra
ellos; los moabitas, los amonitas y los del Monte de Seir venían a
pelear contra el rey Josafat. Ante el anuncio de esta amenaza,
Josafat tuvo miedo, así como lo tienen muchos hoy ante esta
pandemia; el ejército contra Josafat era visible y de miles, así
como el ejército de coronavirus es invisible y de trillones. 

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Aun así, Josafat “se dispuso a buscar al Señor, y proclamó ayuno
en todo Judá.” Una de las cosas buenas que el temor hace es que
nos empuja a buscar de Aquel que controla cada molécula del
universo y cada microbio que puede invadir mi cuerpo.  Josafat se
propuso a buscar del Señor y a ayunar cuando, posiblemente, sin
la amenaza de la invasión, Josafat no lo hubiese hecho.

Toda Juda fue convocada: “Entonces Josafat se puso en pie en la


asamblea de Judá y de Jerusalén, en la casa del Señor, delante
del atrio nuevo, y dijo: Oh Señor, Dios de nuestros padres, ¿no
eres tú Dios en los cielos? ¿Y no gobiernas tú sobre todos los
reinos de las naciones? En tu mano hay poder y fortaleza y no
hay quien pueda resistirte.” (2 Crónicas 20:5-6)

Josafat reconoce la grandeza, la soberanía y el poder de Dios y


sabía que nadie puede oponerse a Sus planes y propósitos.
Declaró que, si fuera calamidad alguna a ellos, del tipo que sea,
espada (o sea guerra), juicio o pestilencia, en cualquier caso, se
presentarían delante del templo y delante de Dios porque Su
nombre está, sobre todo.

Finalmente, estas son las palabras de Josafat ante el peligro


inminente y esas deben ser nuestras palabras: “Oh Dios nuestro,
¿no los juzgarás? Porque no tenemos fuerza alguna delante de
esta gran multitud que viene contra nosotros, y no sabemos qué
hacer; pero nuestros ojos están vueltos hacia ti.” (2 Crónicas
20:12)

El pueblo hebreo se sentía intimidado por este gran ejército


visible a sus ojos, de la misma manera que muchos se sienten
intimidados hoy.

Ellos pudieron haberse llenado de pánico o pudieron haberse


llenado de Dios… y eso fue lo que hicieron. Por eso dice: “no
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sabemos qué hacer; pero nuestros ojos están vueltos hacia ti.”
Esta expresión es una forma de decir que confiaban en Él, Su
poder, Su fidelidad y Su amor. 

Dios escuchó la oración de Josafat y de todo el pueblo y los libró


de aquella invasión dándoles la victoria. 

Quizás algunos estén preguntando, ¿Cómo volvemos nuestros


ojos a Dios? Veamos 2 Crónicas 7:12-14: “Y el Señor se apareció
a Salomón de noche y le dijo: He oído tu oración, y he escogido
para mí este lugar como casa de sacrificio. Si cierro los cielos
para que no haya lluvia, y se humilla mi pueblo sobre el cual es
invocado mi nombre, y oran, buscan mi rostro y se vuelven de
sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré
su pecado y sanaré su tierra. o si mando la langosta a devorar la
tierra, o si envío la pestilencia entre mi pueblo.”

Este texto contiene una promesa para la nación de Israel en un


momento dado cuando Dios quería mostrar Su fidelidad al pacto
que había hecho con Abraham, Isaac y Jacob. Quizás esa
promesa no está vigente hoy como lo fue para la nación de
Israel, pero estas palabras de Dios para la nación de Israel
encuentran aplicación en la iglesia de hoy, aunque no de la
misma manera.

Esta era la segunda vez que Dios se la aparecía a Salomón


durante la noche y lo hizo para garantizarle que su oración previa
había sido oída. Dios entonces procede a describir una serie de
calamidades que pudieran venir sobre la nación y luego le
informa que, si el pueblo escoge un cierto camino, El prometía
parar las calamidades y sanar la tierra.

De nuevo, esta fue una promesa hecha a la nación de Israel y su


cumplimiento no se daría igual en nosotros hoy, pero los
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principios detrás de este texto son válidos para la iglesia de
nuestros días y para el liderazgo de esa iglesia que se ha
desviado de la verdad.

 En primer lugar, notemos que Dios habla a un pueblo en


particular para llevar a cabo acciones particulares. Dios habla
de “mi pueblo” sobre el cual se invoca “mi nombre.” Si
fuéramos a aplicar esta sola frase al momento actual, ese
pueblo corresponde a la iglesia en particular o aquellos que
han sido redimidos por la sangre de Cristo.
 La segunda razón por la que Dios se refiere al pueblo sobre
el cual se invoca Su nombre es porque cuando Dios se
identifica con un grupo de personas, Él tiene la integridad de
Su nombre invertida en dicho grupo (Salmos 23). Una de las
razones para caminar en integridad de corazón es
precisamente porque nuestro pecado compromete la integridad
del nombre de Dios. 

La iglesia de Dios ha dejado caer la santidad de Su nombre y es


mi impresión que Dios está tratando de hacer algo en nuestros
días para levantar lo que nosotros como iglesia no hemos sabido
cuidar.

La primera necesidad de 2 Crónicas 7:14 es la humillación del


pueblo. La manera como el pueblo hacía esto en la antigüedad
era ayunando y vistiéndose de silicio y cubriéndose de polvo y
ceniza como señal externa de lo que se suponía que estaba
ocurriendo en su interior que era arrepentimiento de pecado.

¿Por dónde comenzamos? Arrepintiéndonos de nuestro pecado de


orgullo. Nos arrepentimos de pretender ser algo que no soy; de
proclamar una cosa que no vivo; de afirmar con mis labios lo que
mi corazón realmente no siente; y a veces hasta vivir con una
máscara frente al mundo ocultando mi verdadero yo. 
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Tiempos de aislamiento y te quietud, son propicios para
comenzar a revisar lo que mi corazón conoce. Dios utiliza las
circunstancias dolorosas para destruir nuestro orgullo,
enseñándonos cuan vulnerables somos, que tan indefensos
quedamos con un simple virus, que tanto temor experimentamos
ante la posibilidad de enfermarnos y tener de un 1-2% de chance
de perder la vida. El orgullo es fácilmente intimidable cuando
pierde el control. Lo único que le da seguridad al orgullo es
cuando él se siente en control de sus circunstancias.

Dios nos llama a primero a humillarnos y luego nos llama a orar.


Él conoce que el orgullo ora poco, sino que se caracteriza de su
control, manipulación, justificación y autodependencia. Las
pandemias son excelentes tiempos para orar y pedir no que Dios
se lleve el virus de en medio nuestro, sino que el virus no se vaya
de en medio nuestro sin realizar el trabajo en nosotros para el
cual fue permitido en primer lugar. 

Debemos orar por nuestra condición interior y la condición de los


líderes del pueblo de Dios. Debemos orar por las ovejas
desviadas y poco santificadas, por las autoridades de turno y por
los médicos tomando decisiones difíciles en medio de una
pandemia.

Tiempos de pandemia, son tiempos para ejercitar la fe en el Dios


de los microbios. Dios creó dichos microorganismos, pero no con
el propósito de dañar al hombre, sino de ayudar al ecosistema. La
caída volvió al hombre contra el hombre, al león contra el cabrito
y a los microorganismos contra los macroorganismos como
nosotros. 

Si nos humillamos como iglesia, oramos, buscamos Su rostro y


nos volvemos de nuestros malos caminos no tenemos la garantía
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que Dios le dio a Israel de sanar a toda la tierra. Aun así, sin
estas condiciones, definitivamente no podemos contar con la
mano de Dios a favor nuestro porque, sin lugar a duda, la Palabra
declara que Él se opone al orgulloso. La misma Biblia afirma que
no tenemos por qué no pedimos que es otra forma de decir
porque no oramos, Dios ha revelado que la única manera de que
Él se nos acerque es si nos acercamos a Él.

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