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CASOS CLÍNICOS I: TRASTORNOS DE ANSIEDAD Y RELACIONADOS

CON EVENTOS TRAUMÁTICOS, TRASTORNOS DE LA CONDUCTA


DISRUPTIVA Y POR TICS, TRASTORNOS DE LA CONDUCTA
ALIMENTARIA, TRASTORNOS DE LA ELIMINACIÓN Y TRASTORNOS
DEL SUEÑO

(ACTIVIDAD DE EVALUACIÓN CONTINUA I)

Recurso para realizar la Actividad de Evaluación Continua (AEC1)


Máster Universitario en Psicología General Sanitaria
Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA)
CASO 1: PEDRO.

Pedro es un chico de 12 años de edad al que derivan al psicólogo por presentar ansiedad de larga
duración ante la idea de perder a sus padres y, desde hace relativamente poco tiempo, por la
posibilidad de contraer una enfermedad grave. Aunque los padres describieron un largo historial
de ansiedad, el problema agudo de Pedro había comenzado cinco semanas antes de la consulta,
cuando vio un programa de televisión sobre enfermedades raras y mortales.

Los padres refirieron tres episodios en los dos meses anteriores caracterizados por palpitaciones,
mareos, sudores y sensación de falta de aire, que aparecen de manera repentina, así como miedo
a estar teniendo un problema de salud y, a consecuencia del mismo, morir. Esto le sucedió
cuando estaba solo en casa sin sus padres y creía que a estos les pasaría algo malo. Insistió que
que no le daba miedo tener más episodios de ese tipo pero la idea de que lo dejaran solo y
enfermo lo petrificaba. Más o menos al mismo tiempo, Pedro empezó a quejarse de dolores
frecuentes de cabeza y estómago. La teoría del niño era que los dolores, muy desagradables, se
debían a su propio miedo a estar enfermo y a que sus padres lo abandonaran.

Pedro había comenzado a experimentar miedos de pequeño, entre ellos, a la oscuridad, a dormir
solo o a estar solo. De hecho, eso había impedido que Pedro fuera a los campamentos del colegio
con sus compañeros o que se quedara a dormir en casa de sus amigos, algo que le apetecería
hacer, pues sus amigos sí se quedan a veces en su casa por la noche. El temor más persistente,
que también presentaba desde pequeño, se refería a la seguridad de sus padres; se encontraba
normalmente bien cuando ambos estaban en el trabajo o en casa, pero cuando estaban de camino
a casa o en cualquier otra parte, temía casi siempre que murieran en un accidente. Cuando
volvían tarde del trabajo o trataban de salir juntos o hacer algún recado sin él, Pedro se ponía
frenético, llamando y mandando mensajes de texto constantemente. A Pedro le preocupaba, sobre
todo, la seguridad de la madre, que había reducido al mínimo, poco a poco, sus actividades sola.

Pedro y su familia acudieron varios meses a terapia cuando el chico tenía 10 años. El padre dijo
que la terapia había ayudado a que su mujer fuera menos sobreprotectora y que parecía que la
“ansiedad” de Pedro había mejorado. Ella estaban de acuerdo con esa valoración, si bien dijo que
no sabía qué se suponía que debía hacer cuando el hijo tenía esos episodios de “ansiedad” cada
vez que ella intentaba salir de casa.

El desarrollo de Pedro no presentaba rasgos reseñables. Sus notas eran buenas. Los profesores
coincidían en que era un chico tranquilo que tenía varios amigos y cooperaba bien con los
demás. Sin embargo, era dado a malinterpretar las intenciones de los compañeros y era muy
sensible a cualquier indicio de que se estuvieran metiendo con él.

Durante la exploración, Pedro se comportó como un chico amigable, elocuente y pragmático.


Estuvo de buen humor aunque lloró al hablar de su miedo a la muerte y la enfermedad. Negó
tener ideas de suicidio y desesperación pero señaló que le corría mucha prisa superar sus
“problemas” antes de empezar Bachillerato. La cognición era correcta y la introspección y juicio
parecían intactos.

Recurso para realizar la Actividad de Evaluación Continua (AEC1)


Máster Universitario en Psicología General Sanitaria
Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA)
CASO 2: PASCUAL.

Pascual, es un niño de 9 años de edad que es llevado al psicólogo por su madre debido a su
progresiva desobediencia y a su mal comportamiento en la escuela. Diversos acontecimientos
que sucedieron el mismo mes convencieron a su madre de que tenía que hacer algo para que el
niño cambiara su conducta. En una ocasión no usó los frenos y se empotró contra el cristal de un
escaparate, agrietándolo. No ha cometido ningún acto de mayor gravedad, aunque una vez
rompió una ventana cuando montaba en bicicleta con un amigo.

Ya desde que iba a la guardería Pascual había sido un niño problemático. Los problemas habían
ido en aumento lentamente. Cuando no se le vigila, se mete siempre en líos. En la escuela le han
castigado y reñido por molestar e insultar a los otros compañeros desde los primeros cursos de
Educación Primaria. Se le describe como un niño irritable y con muy mal carácter, a pesar de que
algunas veces parece pasárselo bien en el colegio. A menudo molesta de manera intencionada a
sus amigos de clase pero siempre refiere que han sido ellos quienes han empezado. No se ha
visto envuelto en peleas muy serias, si bien en ocasiones ha intercambiado algunos golpes con
algún niño.

Pascual a menudo se niega a hacer lo que los profesores dicen y este año ha resultado ser
especialmente complicado con el profesor que le enseña matemáticas y ciencias naturales. Da
muchas excusas para no realizar los deberes y se enfada si alguien está encima de él diciéndole
que trabaje. A pesar de esto, sus notas son buenas y han sido cada vez mejores a medida que ha
ido pasando el curso, especialmente en matemáticas e informática, asignaturas impartidas por el
profesor con el que tiene problemas.

En casa, la conducta de Pascual es variable. Algunos días se muestra desafiante y maleducado


con su madre, haciéndole repetirle las cosas varias veces antes de hacerlas; otros días, en cambio,
se muestra amable y encantador. No obstante, predominan sus días malos. La madre comenta que
“el más pequeño detalle le altera y entonces grita y chilla”. Su hermano mayor le describe como
malo y rencoroso; incluso durante los días que está de buen humor la manera de comportarse con
él es horrible.

La capacidad de concentración de Pascual es buena y no deja nunca las tareas a medio hacer. Su
madre le describe como “siempre activo” pero no inquieto. Sus profesores han estado siempre
preocupados por su conducta, constantemente desobediente, y no por su nerviosismo e
intranquilidad. Su madre explica, asimismo, que dice pequeñas mentiras; pero cuando se trata de
asuntos de importancia, no miente.

Recurso para realizar la Actividad de Evaluación Continua (AEC1)


Máster Universitario en Psicología General Sanitaria
Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA)
CASO 3: DANIEL.

Daniel, un estudiante de bachillerato de 15 años de edad, es derivado al psicólogo porque padece


síntomas de ansiedad a raíz de un grave accidente de circulación ocurrido dos semanas antes. El
día del accidente, Daniel iba en el asiento delantero junto al conductor, cuando al salir de un
vado el coche fue embestido por un todoterreno que se había saltado a toda velocidad un
semáforo en ámbar. El coche recibió el golpe en el lado del conductor, dio una vuelta de
campana y luego quedó derecho, sobre las ruedas. El golpe produjo un ruido extremadamente
fuerte.

El conductor del coche, un primo suyo de 18 años, quedó inconsciente unos instantes, sangrando
por una brecha en la frente. Al ver a su primo herido, Daniel temió que estuviera muerto.
Además, la puerta de Daniel no se abría y el muchacho tenía miedo de que el coche se incendiara
con él atrapado en el interior. Al cabo de unos minutos, ambos pudieron salir por la puerta del
otro lado y alejarse del coche. Los dos fueron llevados a un servicio de urgencias, donde les
atendieron y dejaron al cuidado de sus padres al cabo de unas horas. De esto último, así como de
las distintas pruebas que le realizaron, Daniel no se acuerda de nada, lo que sabe se lo han
contado sus padres.

Daniel no ha podido dormir bien desde el accidente; de hecho, tiene problemas para conciliar el
sueño por las noches. Suele despertarse en plena noche con el corazón acelerado, viendo cómo
unos faros se le echan encima. También ha tenido problemas para concentrarse en clase y es
incapaz de terminar los deberes escolares debidamente. Los padres, que habían empezado a
llevarle y traerle del colegio en coche, han notado que se pone nervioso cada vez que salen del
vado o cruzan una bocacalle. También se muestra inusualmente irritable con los padres, los
amigos e incluso sus hermanas pequeñas, con las que se llevaba muy bien. Recientemente, había
ido a ver una película, pero se salió del cine antes incluso de que empezara diciendo que el
sonido estaba demasiado alto. Los padres, preocupados, tratan de preguntarle qué le pasa pero él
los corta en seco irritado. Sin embargo, después de hacer mal un examen muy importante accedió
a acudir a terapia por recomendación de su profesor preferido.

En la entrevista, Daniel dijo que estaba harto de asustarse y dar un respingo cada vez que oía un
ruido fuerte y que no podía quitarse de la cabeza la imagen de su primo herido e inconsciente; no
lo podía evitar, aunque lo intentaba. Constantemente, le vienen sentimientos de ira hacia el
conductor del todoterreno. Explicó que se sentía avergonzado por sus miedos y el
comportamiento con personas a quienes quería. Además, estaba siempre triste y refería no
disfrutar ninguna actividad con la que antes sí lo pasaba muy bien.

Recurso para realizar la Actividad de Evaluación Continua (AEC1)


Máster Universitario en Psicología General Sanitaria
Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA)
CASO 4: ELVIRA.

Elvira, una niña de 11 años, alumna de un colegio de superdotados, fue derivada a un especialista
de salud mental debido a la preocupación por el peso de la joven, que no alcanzaba el percentil
10. Previamente, otro psicólogo había tratado a Elvira por presentar rasgos de perfeccionismo
que le producían considerable ansiedad. Esas sesiones se dedicaron a la ansiedad, no a aspectos
vinculados a la conducta alimentaria, a pesar del bajo peso que ya presentaba la paciente.

Los problemas alimentarios de Elvira habían comenzado a los 9 años de edad, momento en el
que empezó a negarse a comer y a decir que le daba miedo tener que vomitar. Por entonces, su
pediatra explicó que era normal que los niños pasaran por diferentes fases. Con 9 años estaba por
encima del percentil 25 en cuanto a estatura y peso (1,32 metros, 26 kilos); sin embargo, a los 11
años, en esencia, había dejado de crecer y descendido hasta el percentil 5 de las curvas de
crecimiento (1,33 metros, 25 kilos).

Hija única de dos profesionales que se habían divorciado hacía 5 años, Elvira vivía con la madre
los días hábiles y con el padre los fines de semana. Entre sus antecedentes destacaba el haber
nacido prematura a las 34 semanas de gestación. Tardó en alcanzar los primeros hitos del
desarrollo, pero a la edad de 2 años este ya era normal. Las exploraciones físicas anuales habían
sido normales, excepto por el reciente declive del ritmo de crecimiento. Elvira siempre había
sido menuda pero su estatura y peso nunca había descendido del percentil 25 propio de su edad.
Elvira era una buena estudiante a la que apreciaban los profesores. Siempre había tenido pocos
amigos pero, recientemente, había dejado totalmente las relaciones sociales y había vuelto
directamente a casa al salir del colegio diciendo que notaba el estómago más calmado en el
hogar.

En los dos años anteriores, solo había ingerido pequeñas cantidades, empleando mucho tiempo
en comer. Sus padres habían tratado de estimular su interés experimentando con platos de
distintas culturas, con colores y texturas diferentes. Nada de eso logró mejorar su apetito.
Trataron también de que escogiera ella restaurantes para probar, pero la niña poco a poco se fue
negando a comer fuera de casa. Los dos padres refirieron patrones parecidos a la hora de comer:
Elvira acepta sentarse en la mesa pero se pasa el tiempo removiendo el alimento en trocitos
pequeños y llorando al urgirla a ingerir otro bocado. Al preguntarle más sobre el miedo a
vomitar, Elvira recordó un incidente a los 4 años: estaba comiendo sopa, le entraron náuseas y
vomitó a continuación. Más recientemente, a Elvira le había empezado a dar miedo comer en
público y no comía nada durante la jornada escolar. Dijo que no le preocupaba su aspecto y que
se había dado cuenta de lo poco que pesaba a raíz de la última visita al pediatra. Al explicarle los
peligros de tener poco peso, Elvira empezó a llorar y expresó un claro deseo de ganar peso.

NOTA: la descripción de los casos se ha extraído de los siguientes manuales, si bien ha sido levemente modificada:

- Spitzer; R.L. et al. (2003). DSM-IV-TR. Libro de casos. Barcelona: Elsevier Masson.
- Barnhill, J.W. (2015). DSM-5. Casos clínicos. Madrid: Ed. Panamericana.

Recurso para realizar la Actividad de Evaluación Continua (AEC1)


Máster Universitario en Psicología General Sanitaria
Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA)

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