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Georg W. F.

Hegel

El mito de la revoluciones o de que la guerra es necesaria para el progreso humano.

Se le considera como el padre de la “dialéctica” contemporánea. La filosofía de Hegel


rescató este término de los pensadores griegos, como Heráclito, Parménides y Zenón, quienes lo
usaban como forma de confrontación entre posiciones opuestas, de las que al final surgía el
conocimiento verdadero. La dialéctica era también el método a seguir en la obtención del saber
que se desarrollaba mediante tres fases: tesis, antítesis y síntesis. Hegel creía que la evolución
histórica de la humanidad debía entenderse como un movimiento guiado por la razón y la
providencia. Lo importante de tales transformaciones era el resultado final.
Mediante tales ideas Hegel propuso una nueva filosofía social consistente en la
modificación del mito del contrato social. Su nuevo mito afirmaba que como el hombre era malo
desde su origen y la sociedad imperfecta, sólo sería posible la reforma y el progreso social por
medio de las revoluciones violentas que poco a poco iban transformando la humanidad, con
arreglo a la idea y la voluntad divina. Todo lo negativo finalmente se transformaría en positivo.

VALE ACLARAR QUE PARA HEGEL NO ERAN VALORACIONES MORALES. HEGEL NO ESTA HABLANDO
DE ALGO BUENO O MALO SINO DE PERSPECTIVA, DE POSICIONAMIENTO. EJEMPLO DE
NATURALEZA. CUANDO EL HOMBRE TRANSFORMA LA NATURALEZA EL HOMBRE NIEGA A LA
NATURALEZA EN CUANTO TAL (no de manera de que la naturaleza no existe solo soy yo. La
naturaleza va a estar ahí pero de otra manera), PORQUE AL TRANSFORMARLA LA MODIFICÓ Y LA
HUMANIZO.

Si el hombre era un esclavo de la historia, un títere manejado por los hilos de la razón
divina, entonces dónde quedaba el compromiso personal y la libertad de decidir y actuar en
consecuencia. La mayoría de los movimientos políticos que despojaban al hombre de su
responsabilidad y de su derecho a ser persona libre, se fundamentaban en el mito de Hegel.

En lucha con el enigma del mundo

Georg Wilhelm Friedrich Hegel nació el 27 de agosto de 1770 en la ciudad alemana de


Stuttgart. En octubre de 1788 ingresó en el seminario de teología luterana en Tubinga.
La juventud alemana se identificaba con los ideales de esta revolución y hacía suyo el
famoso lema sobre la libertad, la igualdad y la fraternidad. Hegel siempre se consideró luterano y
entendió el protestantismo no sólo como religión, sino sobre todo como cultura racional ya que se
basaba en un espíritu de reflexión.
Para él la revolución era como “una magnífica salida del sol, una sublime conmoción, una
exaltación del espíritu”, como un importante momento histórico en el que lo divino y lo mundano
se reconciliaban.

¿Utiliza Dios el egoísmo humano para lograr su fin?

Tres momentos históricos típicos del pensamiento hegeliano son: la tesis, la antítesis y la
síntesis. El primero afirma que la meta de la historia universal sería el progreso en la conciencia de
la libertad. Por su parte, la antítesis dice que los medios para lograr esta libertad habría que verlos
–por paradójico que pareciera- en las pasiones y en los egoísmos humanos. Mientras que la
síntesis concluye señalando que el ámbito de la libertad es precisamente el Estado, la institución
que aseguraría la consecución del fin que se dirige toda la historia. El ser humano podría gozar de
verdadera libertad y de una existencia racional, exclusivamente en el ámbito de la institución
estatal. De ahí que sólo en el Estado pudiera existir el arte, la filosofía y la religión.

Libertad: Según Hegel, “la conciencia de la libertad” surgió por primera vez entre los
griegos y los romanos pero de una manera imperfecta ya que estos pueblos creían que sólo
algunos hombres podían ser libres, la mayoría seguían siendo esclavos que realizaban tareas
manuales para que sus amos pudieran gozar de libertad. Y las naciones germánicas de la época de
Hegel, las únicas que al ser influidas por el cristianismo habrían desarrollado la conciencia de que
todos los hombres son libres.

La visión hegeliana de la historia hunde sus raíces en las concepciones griegas del tiempo
cíclico. Según éstas, las transformaciones de la naturaleza y de las culturas son como una sucesión
de círculos que se repiten siempre. Las civilizaciones nacen, crecen y desaparecen para dejar paso
a otras que evolucionarán de la misma manera. La historia es como un eterno retorno, como una
carrera de relevos en la que cada pueblo pasa al siguiente el testigo del que es portador. Los
individuos y los imperios sólo son los medios que usa la historia, pero el verdadero protagonista es
el testigo, es decir, el espíritu que persigue como fin absoluto la conquista de la libertad.

Si durante la Edad Media la teología católica creía que todo lo relacionado con el mundo
era malo, la Reforma protestante entendió lo temporal y mundano como el ámbito en el que se
podría realizar la justicia y la ética del Estado. Hegel pensaba que el ser humano sólo podía llegar a
disfrutar de la auténtica libertad cristiana mediante la obediencia al Estado.

El Dios de Hegel recorre toda la historia de la humanidad, la impregna en todos sus


acontecimientos más mínimos y se manifiesta en cada situación concreta.

La concepción del tiempo en la Biblia

Si en la filosofía griega el tiempo se desenvolvía de una forma cíclica o circular, ante la cual el ser
humano carecía por completo de libertad y era como un esclavo del destino o de la fatalidad, para
el hombre de la Biblia en cambio el tiempo era entendido como un proceso lineal ascendente en el
que era posible diferenciar claramente entre el ayer, el hoy o el mañana. El hombre era libre para
actuar con arreglo a su conciencia o a su voluntad y, por lo tanto, responsable delante de Dios.
Precisamente por esta concepción en línea recta del tiempo, los cristianos primitivos pudieron
entender la revelación y la salvación en momentos históricos sucesivos. El judaísmo distinguía tres
etapas clave en el camino histórico hacía la salvación: antes de la creación, desde la creación hasta
la parusía y después de la parusía. Sin embargo, el cristianismo partió la historia de la salvación en
dos grandes etapas: Antes y después de Cristo.

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