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LA INTOLERANCIA,

DENSA NUBE QUE NOS OBSCURECE

Si los intolerantes volaran, ciertamente que no veríamos el sol... En


tiempo de crisis, de acelerados cambios, como los que parecemos vivir, cunde
la intolerancia como actitud, que no tolera la pluralidad de opiniones,
posiciones, creencias e ideas. Se siente que la verdad es "única, propia e
unilateral". Es más cómodo aferrarse a lo conocido y se dogmatiza, como "mi
verdad que debe ser tú y nuestra verdad". Para los intolerantes, los demás
son considerados como contrincantes porque siempre están luchando por
imponer su opinión. Sólo se podrá construir cuando existan distintas opiniones
que van finalmente aunándose en la confrontación tranquila, como los
distintos esteros que van formando un gran río. Todo surge del diálogo
constructivo, paciente y esforzado. Sólo con la tolerancia realmente se
avanza. La tolerancia abre caminos en el intrincado éxodo para llegar al
consenso y a la verdad.

La intolerancia como actitud negativa la vemos patentemente en el


mundo de la política y de la sociedad, pero también en toda clase de
ambientes. La autoridad intolerante impone temor y crea sentimientos no
expresados que larvadamente van minando su presencia. Se obedece pero
desde los dientes para afuera. La autoridad intolerante se desacredita y no se
la respeta profundamente. Todo poder debería tener voces discordantes, con
respeto, para conseguir la verdad transparente. Un buen test de la tolerancia
son las diversas voces y opiniones, no una sola, por ejemplo en una reunión.
Esta es por lo demás, la base de la democracia. Muchos años (o al revés), la
ignorancia, la superficialidad y el aislamiento potencian la intolerancia.

La intolerancia en nuestra Iglesia es mucho más grave porque atenta


contra la novedad del Espíritu, como caudal de verdad y comprensión. Es
"babel" como una gran voz, que sobresale imponiéndose. Los períodos
históricos más obscuros de nuestra Iglesia fueron los más intolerantes. Una
oración profunda y tranquila lleva a la actitud de búsqueda por los caminos,
muchas veces inciertos y sorpresivos de Dios. La frecuente lectura de las
Sagradas Escritura que nos re-orienta y posesiona como criaturas y no dioses
nos debería "aterrizar" evangélicamente. La liturgia también nos debería
ubicar, al celebrar abiertos y humildes al único Dios que debemos
transparentar. Jesús fue el tolerante por excelencia. Entregó su mensaje en
cercanía, con paz, con humildad y en diálogo con todos.
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El tolerante evita apropiarse de la conciencia ajena. Admite que llegar a


la verdad es una búsqueda en común, muchas veces cansadora. Ser tolerante
no es ser pusilánime o debilucho. Es hacer presente mi verdad, muchas veces
con fuerza pero abierto a las otras, en un discernimiento continuo. En realidad,
el intolerante es el más débil porque sólo se afirma en la fuerza de su poder,
muchas veces ocasional.

El tolerante siempre se mantendrá joven porque será flexible su


estructura sicológica y espiritual. Se llenará de vida porque siempre estará
abierto a lo nuevo. Su actitud lo llevará a la paz y a la celebración porque
estará construyendo sobre la roca de la unión, de la común-unidad.

Uno de los mayores desafíos que tenemos es trabajar por un mundo,


una sociedad y una iglesia más tolerante, sobre todo los cristianos. Nuestra fe
debe traducirse en actitudes, en cambios de hábitos, no solo en devociones
por muy buenas y santas que sean. Especialmente, si los más pobres y
débiles son los que más sufren por estas conductas, de los que podamos tener
poder. Y todos tenemos algo, comenzando en nuestras familias. El Papa Juan
Pablo II nos abrió el camino al reconocer ciertos pecados de nuestra historia
eclesial y pedir perdón.

Dejemos finalmente que San Pablo tome la palabra, como fiel testigo de
la tolerancia que dio los rumbos apropiados al surgir la Iglesia, en su famoso
Himno al Amor de la primera carta a los Corintios (13,4-7). "Es paciente,
servicial, y sin envidia. No quiere aparentar ni se hace el importante. No actúa
con bajeza, ni busca su propio interés (...). No se deja llevar por la ira, sino que
olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra de algo injusto y siempre le
agrada la verdad (...). Disculpa todo; todo lo cree, todo lo espera y todo lo
soporta.. (Cor13,4-7).".

P. Juan Carlos Bussenius, S.J.

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