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ESTUDIANTE :
SECCIÓN : “A”
AÑO :
2020
INDICE
El derecho a la tutela jurisdiccional efectiva es aquél por el cual toda persona, como
integrante de una sociedad, puede acceder a los órganos jurisdiccionales para el
ejercicio o defensa de sus derechos o intereses, con sujeción a que sea atendida a
través de un proceso que le ofrezca las garantías mínimas para su efectiva realización.
El calificativo de efectiva que se da le añade una connotación de realidad a la tutela
órgano jurisdiccional, a través de un proceso con garantías mínimas”. De Bernardis
define la tutela jurisdiccional efectiva como “la manifestación constitucional de un
conjunto de instituciones de origen eminentemente procesal, cuyo propósito consiste
en cautelar el libre, real e irrestricto acceso de todos los justiciables a la prestación
jurisdiccional a cargo del Estado, a través de un debido proceso que revista los
elementos necesarios para hacer posible la eficacia del derecho contenido en las
normas jurídicas vigentes o la creación de nuevas situaciones jurídicas, que culmine
con una resolución final ajustada a derecho y con un contenido mínimo de justicia,
susceptible de ser ejecutada coercitivamente y que permita la consecución de los
valores fundamentales sobre los que se cimienta el orden jurídico en su integridad”.
Sin embargo, no es suficiente que un derecho esté reconocido expresamente en los
textos constitucionales, pues la verdadera garantía de los derechos de la persona
consiste en su protección procesal, para lo que es preciso distinguir entre los derechos
y las garantías de tales derechos, que no son otras que los medios o mecanismos
procesales a través de los cuales es posible su realización y eficacia. Es por ello que,
muchas veces, se reclaman nuevas formas procesales que aseguren,
fundamentalmente, una tutela jurisdiccional pronta y eficiente.
Nuestro Código Procesal Civil de 1993, con una depurada técnica legislativa, establece
en el artículo I del Título Preliminar el derecho a la “tutela jurisdiccional efectiva”, al
señalar:
Morello a su turno señala que “la efectividad de las técnicas (acciones y remedios) y
de los resultados jurisdiccionales es la meta que en estas horas finiseculares signa la
eficiencia en concreto de la actividad jurisdiccional, ese propósito es notorio y cobra
novedosa presencia como exigencia perentoria del Estado de Derecho, en el clásico
brocárdico: ubi remedium ibi ius”, que “la exigencia de efectividad (...)
representa el común denominador de cualquier sistema de garantías. Es que la sola
efectividad, en último análisis, permite medir y verificar el grado variable de la
protección concreta que reviste la garantía tanto desde el punto de vista formal (o
extrínseco) cuanto de contenido (intrínseco) que es capaz de asegurar la situación
subjetiva que abstractamente la norma procura proteger”, y finaliza:
Acceso a la justicia:
La posibilidad de acceder a los órganos jurisdiccionales, ya sea como demandante o
demandado, con el propósito de que se reconozca un interés legítimo.
Sentencia de fondo:
Los jueces deben dictar, por regla general, una sentencia sobre el fondo del asunto
materia del petitorio para solucionar el conflicto intersubjetivo de intereses o eliminar la
incertidumbre, ambas con relevancia jurídica; empero, en el caso de no poder entrar al
fondo, porque no concurren los presupuestos procesales y las condiciones de la
acción, dictarán una resolución fundada en derecho.
Doble instancia:
Es la posibilidad que tienen las partes de impugnar la sentencia que consideren
contraria a derecho, con el propósito de que sea exhaustivamente revisada por el
superior jerárquico y, de ser el caso, se expida una nueva sentencia adecuada.
Ejecución:
Es el derecho a solicitar y obtener el cumplimiento material efectivo de la sentencia
definitiva, pues resulta insuficiente la declaración de que la pretensión es fundada o
infundada (aun cuando se sustente en sólidos fundamentos doctrinarios). La efectividad
de las sentencias exige, también, que ésta se cumpla (pese a la negativa del obligado)
y que quien recurre sea repuesto en su derecho violado y compensado, si hubiera lugar
a ello, por los daños y perjuicios irrogados; de lo contrario, las sentencias, y el
reconocimiento de los derechos que ellas comportan a favor de alguna de las partes,
se convertirían en meras declaraciones de intenciones.
En este sentido, Jesús González Pérez ha señalado que: “El derecho a la tutela
jurisdiccional despliega sus efectos en tres momentos distintos: primero, en el acceso a
la justicia, segundo, una vez en ella, que sea posible la defensa y poder obtener
solución en un plazo razonable, y tercero, una vez dictada la sentencia, la plena
efectividad de sus pronunciamientos. Acceso a la jurisdicción, proceso debido y eficacia
de la sentencia”
Podríamos decir que la noción de "tutela" puede ser entendida como la protección que
viene ofrecida a un determinado interés ante una situación en la cual el mismo sea
lesionado o insatisfecho.
Por ello, cada vez que se reflexione sobre la tutela debemos necesariamente
reflexionar sobre los diversos medios que el ordenamiento jurídico prevé en el caso de
la lesión o amenaza de lesión de una situación jurídica y la forma de tutela de las
situaciones jurídicas por excelencia es la tutela jurisdiccional, la misma que se Ileva a
cabo a través del proceso. De esta forma, la tutela jurisdiccional hace que la tutela
prevista por el ordenamiento jurídico a los di versos intereses, sea efectiva.
Según el segundo sentido para entender la efectividad, esta tiene que ver con la real y
verdadera tutela que debe brindar el proceso a las situaciones jurídicas materiales
amenazadas o lesionadas. Es decir, en este segundo sentido la tutela jurisdiccional
efectiva tiene que ver directamente con el hecho que el proceso debe cumplir la
finalidad a la que está llamado a cumplir. De esta manera, "es indispensable que la
(la utilidad) que el ordenamiento jurídico reconoce y garantiza.
En efecto, el derecho procesal cumple una función instrumental esencial: esto es, debe
permitir que los derechos e intereses legítimos, garantizados por el derecho sustancial,
sean tutelados y satisfechos. El principio de efectividad, en esa perspectiva, constituye
un aspecto de Ia visión más general de la efectividad del ordenamiento jurídico, y en
consecuencia es justificada la afirmación según la cual el derecho a la tutela
jurisdiccional efectiva se encuentra dentro de los principios supremos del
ordenamiento, en estrecha relación con el principio de democracia.
a) Tiene una doble naturaleza, pues por un lado desarrolla una función en el plano
subjetivo actuando como garantía del individuo; y por otro, desarrolla una función en el
plano objetivo, asumiendo una dimensión institucional al constituir uno de los
presupuestos indispensables de un Estado Constitucional).
b) Es un derecho que vincula a todos los poderes públicos, siendo el Estado el primer
llamado a respetar este derecho. Con ello, cualquier acto del Estado expedido por
cualquiera de sus órganos que lesione o amenace este derecho es un acto
inconstitucional.
c) No se requiere la existencia de una norma legal para que dicho derecho sea exigible
ante los Órganos jurisdiccionales.
d) Todo juez está obligado a inaplicar cualquier disposición legal o de rango inferior a la
ley que lesione o amenace el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva.
e) Toda norma del ordenamiento jurídico debe ser interpretada conforme al contenido
del derecho a la tutela jurisdiccional efectiva. De esta manera, cada vez que un órgano
jurisdiccional deba interpretar o aplicar una norma procesal, debe hacerlo a la luz del
derecho a la tutela jurisdiccional efectiva.
f) Existe la posibilidad de interponer una demanda de amparo contra cualquier acto que
lesione o amenace el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva.
h) El Poder Legislativo está obligado a respetar este derecho constitucional en su tarea
de producción normativa.
Dejando de lado la grave omisión del constituyente del rasgo de la efectividad del
derecho a la tutela jurisdiccional, la misma que puede excusarse si admitimos que una
tutela jurisdiccional que no es efectiva no es en realidad una verdadera tutela; el
constituyente peruano nos enfrenta a un problema adicional, que es la relación que
existe entre el derecho al debido proceso y el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva,
asunto sobre el que ya se ha pronunciado un sector de la doctrina nacional, tema en el
que nos detendremos a continuación. Sin embargo, creemos importante señalar que
consideramos un importante avance el logrado por el texto constitucional de 1993 al
haber consagrado de manera expresa el derecho a la tutela jurisdiccional (efectiva)
como derecho constitucional, pues el mismo no se encontraba previsto en Ia
Constitución Política de 1979.
Como los demás derechos humanos es un derecho que los seres humanos tienen por
el hecho de ser hombres. Los ordenamientos positivos se limitan a recogerle, como
recogen otros principios del Derecho Natural, al lado de los principios políticos y
tradicionales.
A lo largo de la historia del Derecho Procesal, un tema que sin duda reclama mayor
importancia es el del Derecho de Acción, sin embargo, hoy en día no tiene mayor
presencia. En tal sentido, el enfoque se ha trasladado hacia la tutela Jurisdiccional
efectiva a causa del fenómeno de constitucionalizarían que atravesó el Derecho de
Acción. El estudio de lo que viene pasando en la actualidad con la Tutela Jurisdiccional
La efectividad de la tutela jurisdiccional es la gran preocupación del derecho procesal
actual. el gran aporte en este punto se debe a los estudios del profesor Andrea Proto
Pisani.
La efectividad se define fundamentalmente como la necesidad de que la tutela
jurisdiccional de los derechos que se brinda a través del proceso sea adecuada (o
idónea) y oportuna. De este modo, si la tutela jurisdiccional no es adecuada ni idónea
no es efectiva, y si no es efectiva, señala el profesor Andrea Proto Pisani, simplemente,
“no es”.
De este modo, se trata entonces de una idoneidad en doble sentido; una idoneidad
material y una idoneidad instrumental.
La idoneidad material parte de reconocer que entre necesidad y remedio existe una
relación directa. Es decir, entre la necesidad de protección de un derecho y su medio
de protección (remedio) debe existir una coherencia de modo que se asegure con el
medio de protección aquello que el derecho requiere para su satisfacción.
La idoneidad instrumental o procesal supone que el proceso debe ser el adecuado para
brindar el remedio que el ordenamiento jurídico haya previsto para la protección del
derecho material. Dicho de otro modo, atendiendo a la necesidad de protección del
derecho y a su naturaleza, el proceso debe estar en capacidad brindar esa respuesta
del ordenamiento, de modo que se logre con ella, la plena satisfacción del derecho.
El proceso, por ende, no debe ser un obstáculo, sino un vehículo para la obtención de
la protección prevista por el ordenamiento jurídico para la específica protección del
derecho. Por ello, la efectividad de la tutela jurisdiccional reclama del proceso que este
sea diseñado y llevado a cabo de modo que la tutela material que brinda el
ordenamiento jurídico se dé en sus mismos términos, de modo de obtener aquella
satisfacción que con él se quiere dar.
El derecho a que la tutela jurisdiccional sea oportuna. La oportunidad hace más bien
referencia al momento en el que debe darse esa respuesta jurisdiccional. De este
De este modo, en el momento en el que el derecho material requiera que la tutela
jurisdiccional intervenga de inmediato, el proceso debe estar en capacidad de hacerlo,
sea de modo provisional o definitivo, en caso contrario, “el proceso se resuelve en una
sustancial denegatoria de justicia”.
Siendo que el tiempo es un evento del que el proceso no se puede librar, deben
entonces diseñarse todos los medios necesarios no solo para hacer que lo resuelto sea
efectivo, sino para garantizar que, llegado el momento, los efectos puedan producirse.
De este modo, no solo basta con asegurar la efectividad una vez dictada la sentencia
con calidad de cosa juzgada, sino también asegurarla en un momento anterior a él.
En el caso de las resoluciones declarativas el solo hecho que con la expedición de una
resolución que adquiera la calidad de cosa juzgada se obtenga la protección solicitada,
a veces pone en riesgo la intensidad de dicha protección, especialmente en lo que se
refiere a los alcances de dicha declaración y a los efectos subjetivos, objetivos y
temporales que esta pudiera tener.
La efectividad de la tutela jurisdiccional hace que este tipo de resoluciones tenga toda
la intensidad necesaria para hacerle frente a cualquier tipo de comportamiento,
declaración o situación que se quisiera producir con posterioridad al momento en el que
sentencia declarativa adquiriera la calidad de cosa juzgada y que pretendiera restarle
eficacia o negarla. En ese sentido, no se hace necesario que conjuntamente a la
declaración se haya dictado una orden jurisdiccional para hacerla más intensa o para
entender que tiene un grado mayor de obligatoriedad. Toda aquella fuerza con la que el
estado hace cumplir las sentencias de condena, es la misma fuerza que se pone a
disposición de la tutela declarativa. Lo que ocurre es que el modo de hacerla valer no
puede equipararse en modos, pero sí en intensidad, respecto de la sentencia de
condena.
sin embargo, más allá de establecer esas competencias y alcances de la función del
Poder Judicial de adecuar las normas procesales ¿puede el poder judicial, en aras de
dar una protección eficaz a los derechos, crear para el caso concreto un remedio que
no ha sido previsto por el legislador, modificarlo o atenuarlo? No hablamos de la
función de crear derechos, sino de ingresar solo al ámbito de los remedios. ¿O es que
el Juez está circunscrito a satisfacer derechos dentro de los límites y con los remedios
previstos por el legislador?
Si el Estado prohíbe a los particulares el recurso a la autotutela para que estos puedan
proteger sus intereses, es evidente que el Estado debe garantizar que los particulares
puedan acceder a la función jurisdiccional para que a través del inicio de un proceso
se pueda lograr una tutela a Ia situación jurídica de ventaja que ha sido amenazada o
lesionada. Si no se permite este acceso o este se restringe, entonces, ello será lo
mismo que admitir que el Estado no tiene ningún inter& en tutelar determinado
derecho.
La importancia del derecho de acceso a la jurisdicción para la efectiva tutela de las
situaciones jurídicas de ventaja puede ser constatada con las palabras de Mauro
Cappelletti, para quien "(e)n realidad, el derecho a un acceso efectivo se reconoce
cada vez más como un derecho de importancia primordial entre los nuevos derechos
individuales y sociales, ya que la posesión de derechos carece de sentido si no existen
solamente proclamar derechos de todos"(80). La consideración de Cappelletti del
derecho de acceso a la jurisdicci6n como el más fundamental de todos, parte de una
consideración evidente: la única forma de garantizar la eficacia de las situaciones
jurídicas es garantizando a las personas el libre e igualitario acceso a la jurisdicción
para la defensa de sus derechos. Si ello no se garantiza, las situaciones jurídicas
sedan una mera proclamación.
Para ello, el Estado debe procurar eliminar todas las maneras que limiten, restrinjan o
impidan el libre e igualitario acceso a los Órganos jurisdiccionales.
Ahora bien, dos de las tradiciones jurídicas más importantes que existen en el mundo
son la romano-germánica y la anglosajona. Si bien son tradiciones jurídicas que en
nuestra época están en constante dialogo y comunicación, las mismas tienen
diferencias de origen, culturales y estructurales fundamentales. La primera de ellas
tiene un origen mucho más antiguo, pues sus orígenes pueden remontarse hacia el año
450 a.C., fecha probable de la aparición de las XII Tablas en Roma; mientras que la
segunda al año 1066 d.C., fecha en la cual los mandos conquistan Inglaterra. Mientras
en la primera de ellas las fuentes del Derecho más importantes son formales
(Constitución, ley, reglamento, y solo en defecto de estas la jurisprudencia, costumbre y
principios generales); en la segunda las principales fuentes del Derecho son la
jurisprudencia y la costumbre. Mientras en la segunda el desarrollo de la tradición
jurídica radica en los jueces a través de la doctrina del stare decisis, en Ia primera el
papel del juez no es tan difundido e importante como el que tiene la legislación formal o
la doctrina.
En efecto, mientras que la tradición jurídica del Common Law es una tradición jurídica
de jueces, la romano-germánica es una tradición jurídica de doctrinarios y legisladores;
de forma tal que, mientras en un caso el Derecho avanza con las decisiones
jurisprudenciales, en el otro con los aportes doctrinarios que posteriormente son
recogidos por las leyes. De ahí que la importancia de la ciencia jurídica en una tradición
sea mayor que en la otra. No es esta la sede para delinear una diferencia de las dos
tradiciones jurídicas, ni es este un trabajo de derecho comparado; sin embargo, la
enumeración hecha demuestra la gran diferencia entre ambas concepciones.
En ese sentido, el profesor Rubio Correa afirma que: "(...) el debido proceso es una
institución anglosajona que se comporta como anglosajona y que, por consiguiente,
solo puede ser definido y precisado por la propia ley y jurisprudencia que lo aplique
creativamente. De la misma manera podemos decir que el derecho a la tutela
jurisdiccional efectiva es una institución romano-germánica que se comporta como tal.
De esta manera, mientras el debido proceso es una institución cuyo contenido será
determinado por los jueces en su actividad jurisdiccional, es decir, es un derecho cuyo
contenido irá variando dependiendo de su aplicación al caso concreto; el derecho a la
tutela jurisdiccional efectiva es un derecho cuyo contenido es elaborado por la doctrina
sobre la base de la trascendencia y finalidad que cumple dicho derecho en todo el
sistema jurídico, para luego, ser reconocido por el legislador y aplicado por los jueces.
Mientras en un caso se espera que los jueces creen el contenido, en el otro se espera
que los jueces lo apliquen y lo respeten (aunque, claro está, no solo los jueces).
Pero además, creemos que en la denominación del derecho está su real alcance y
contenido: lograr una efectiva tutela jurisdiccional; alcance y contenido que no se logra
extraer de la denominación "debido proceso", denominación que pone énfasis en el
instrumento, antes que en la finalidad; que se preocupa del medio, antes que del
resultado. Lo trascendente es que el medio se ha adecuado para alcanzar el resultado.
No que el medio se respete sin importar el resultado. Creemos que el énfasis puesto en
Ia propia designación del debido proceso está en el proceso mismo y no en la tutela
que el brinda. La noción de tutela jurisdiccional responde más a esa necesidad de que
el proceso cumpla realmente los fines a los que está llamado a cumplir. Pero no solo
ello, no podemos en un país como el Perú, esperar que el derecho a un debido proceso
evolucione y complete su contenido como lo hace en los Estados del Common Law,
pues las realidades, culturas y comportamientos son distintos; porque el sistema
jurídico todo se comporta diferente.
En ese sentido, incorporar una noción ajena a nuestra tradición jurídica puede generar
serias distorsiones en nuestro sistema de justicia y en las garantías de los particulares
frente a él. Esa distorsión, creemos, se demuestra en una sentencia de nuestro
Tribunal Constitucional, al afirmar en el expediente No. 1941-2002-AA/TC que "el
Tribunal Constitucional opina que no en todos los procedimientos administrativos se
titulariza el derecho al debido proceso. Por ello, estima que su observancia no puede
plantearse en términos abstracto, sino en función de Ia naturaleza del procedimiento
que se trata, teniendo en cuenta el grado de afectación que su resultado -el acto
administrativo- ocasione sobre los derechos e intereses del particular o administrado".
Sigue el Tribunal Constitucional señalando más adelante lo siguiente: "en tal sentido la
ratificación o no de magistrados a cargo del Consejo Nacional de la Magistratura, se
encuentra en una situación muy singular. Dicha característica se deriva de la forma
como se construye la decisión que se adopta en función de una convicción de
conciencia y su expresi6n en un voto secreto y no deliberado, si bien esta decisión
debe sustentarse en determinados criterios; sin embargo, no comporta la idea de una
sanción sino solo el retiro de la confianza en el ejercicio del cargo. Lo que significa que,
forzosamente, se tenga que modular la aplicación -y titularidad- de todas las garantías
que comprende el derecho at debido proceso, y reducirse esta solo a la posibilidad de
audiencia". De esta manera, el Tribunal Constitucional concluye: "(e)l establecimiento
de un voto de confianza que se material iza a través de una decisión de conciencia por
parte de los miembros del Consejo Nacional de la Magistratura, sobre la base de
determinados criterios que no requieran ser motivados, no es ciertamente una
institución que se contraponga al Estado Constitucional de Derecho y los valores que
ella persigue promover, pues en el derecho comparado existen instituciones como los
jurados, que, pudiendo decidir sobre la libertad, la vida o el patrimonio de las personas.
at momento () de expresar su decisión, no expresan las razones que las justifican".
De esta manera. compartimos la opinión de Montero Aroca sobre el particular, quien
sostiene que "lo difícil es llegar a saber que es realmente el 'debido proceso', pues, (...)
la frase es bellísima retóricamente, pero que técnicamente no solo no dice nada, sino
que constituye Ia negación misma del proceso y de la ciencia procesal. En efecto,
incluso en los Estados Unidos se admire que la expresión tiene un sentido flexible y de
acomodación a los tiempos, en el que se introducen elementos jurídicos, pero
también políticos, sociológicos, éticos y morales de contornos poco definidos, y ello
hasta el extremo de que no se define positiva y de modo general lo que sea el debido
proceso, sino que la jurisprudencia ha ido y sigue diciendo caso por caso que una
determinada actividad o la falta de la misma en un proceso da lugar a la vulneración del
derecho a un debido proceso"("). De esta manera, en opinión de Montero Aroca la
noción de "debido proceso" que surge en la Constitución de los Estados Unidos se
debe a que el constituyente norteamericano desconocía los enunciados fundamentales
de la ciencia procesal: "el error de partida está en que no se tenía ni se tiene una
vida, de la libertad o de la propiedad sino por medio del proceso, sin que la palabra
debido añada nada al derecho. No existen un proceso debido y otros indebidos; existe
verdadero proceso, sin más, o no existe proceso"
En el Perú, esa es la principal razón por la que se sostiene que el reconocimiento del
debido proceso hubiera sido suficiente en nuestro texto constitucional, sin que se
reconozca el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva. Nosotros somos de la opinión
que en la medida que el proceso supone el ejercicio de la función jurisdiccional del
Estado, los particulares tienen un sin número de derechos que solo son aplicables y
oponibles en ella y ante ella. En eso consiste el complejo de derechos que forman parte
del derecho a la tutela jurisdiccional efectiva. Sin embargo, no se puede transportar
todo ese complejo de derechos a ámbitos distintos al jurisdiccional, como al
procedimiento administrativo o a procedimientos entre particulares, pues la naturaleza
de estos es sustancialmente distinta. Ello no quiere decir que en estos procedimientos
no exista una serie de derechos que deben ser respetados por todos, como el derecho
de defensa, a la prueba, etcétera; y que tienen naturaleza constitucional; sin embargo,
existen otros que no pueden ser transportados a ámbitos distintos al jurisdiccional,
como el derecho a la doble instancia, a la efectividad de las sentencias o a Ia cosa
juzgada, para citar algunos ejemplos.
"En ese sentido, el Tribunal Constitucional debe recordar que el derecho constitucional
a la tutela jurisdiccional, reconocido en el inciso 3 del artículo 139 de la Constitución, no
que las resoluciones que los tribunales puedan expedir resolviendo la controversia o
incertidumbre jurídica sometida a su conocimiento sean cumplidas y ejecutadas en
todos y cada uno de sus extremos, sin que so pretexto de cumplirlas, se propicie en
realidad una burla a la majestad de la administraci6n de la justicia en general y, en
forma particular, a la que corresponde a la justicia constitucional". Esta sentencia sin
duda refleja la tesis doctrinaria según la cual el debido proceso forma parte integrante
del derecho a la tutela jurisdiccional efectiva.
Una más reciente sentencia (20 de junio de 2002) es la expedida en el expediente No.
1230-2002-HC/TC (caso Tineo Cabrera) en la cual el Tribunal Constitucional
establece algunas nociones importantes. La primera afirmaci6n importante es aquella
según la cual "(u)na interpretación desde la Constitución (...) no puede obviar que la
Constitución de 1993, al tiempo de reconocer una serie de derechos constitucionales,
también ha creado diversos mecanismos procesales con el objeto de tutelarlos. A la
condición de derechos subjetivos del más alto nivel y, al mismo tiempo, de valores
materiales de nuestro ordenamiento jurídico, le es consustancial el establecimiento de
mecanismos encargados de tutelarlos, pues es evidente que derechos sin garantías no
son sino afirmaciones programaticas, desprovistas de valor normativo. Por ello, si bien
puede decirse que, detrás de la constitucionalización de procesos como el habeas
corpus, el amparo o habeas data, nuestra Carta Magna ha reconocido el derecho
(subjetivo-constitucional) a la protección jurisdiccional de los derechos y libertades
fundamentales".
Resulta pues manifiesta la expresión de nuestro máximo interprete de la Constitución
de que los derechos necesitan ser efectivos y que para ello se requiere de la protección
jurisdiccional de los mismos, de allí que la Constitución haya reconocido el derecho a la
"protección jurisdiccional de los derechos y reconocer el derecho a una tutela
jurisdiccional efectiva, por la sencilla razón de que los elementos de esta Ultima están
comprendidos dentro del primero “libertades fundamentales" cuyo reconocimiento,
como to sostiene la propia sentencia "es consustancial al sistema democrático". De
esta manera, el Tribunal Constitucional entiende que "el reconocimiento de derechos
fundamentales y el establecimiento de mecanismos para su protección constituyen el
supuesto Básico del funcionamiento del sistema democrático".
Una primera interpretación de dicha sentencia podría Ilevarnos a concluir que el
derecho a la protección jurisdiccional de los derechos y libertades es sinónimo del
derecho a Ia tutela jurisdiccional efectiva, sin embargo, más adelante en la propia
sentencia el Tribunal Constitucional sostiene "el concepto de `proceso regular' (...) esta
inescindiblemente ligado al desarrollo normal y respeto escrupuloso de los derechos de
naturaleza procesal: el de tutela jurisdiccional efectiva y el debido proceso y, con ellos,
todos los derechos que
lo conforman". Luego, refiriéndose al caso que resolvía el Tribunal Constitucional
manifiesta: "no puede decirse que el habeas corpus sea improcedente para ventilar
infracciones a los derechos constitucionales procesales derivadas de una sentencia
expedida en un proceso penal, cuando ella se haya expedido con desprecio o
inobservancia de las garantías judiciales mínimas que deben observarse con toda
actuación judicial, pues una interpretación semejante terminaría, por un lado, por vaciar
de contenido al derecho a la protección jurisdiccional de los derechos y libertades
fundamentales y, por otro, promover que la cláusula del derecho a la tutela
jurisdiccional (efectiva) y el debido proceso no tengan valor normativo". En esta parte
de la sentencia el Tribunal Constitucional reclama que tanto el derecho a la tutela
jurisdiccional efectiva, como el debido proceso tengan, como cualquier otro derecho
fundamental, un mecanismo de tutela o protecci6n jurisdiccional, y esa es una
manifestación más del derecho a la protección jurisdiccional de los derechos y
libertades fundamentales.
En lo personal creemos que existe un derecho a la tutela (o protección) jurisdiccional
efectiva de todas las situaciones jurídicas de ventaja reconocidas por un ordenamiento
jurídico; incluidas, claro está, todas las situaciones jurídicas de ventaja fundamentales o
derechos fundamentales. Pero no existe un derecho a la protección jurisdiccional de los
derechos y libertades fundamentales distinto al derecho a la protecci6n o tutela
expresión "derecho a la tutela jurisdiccional efectiva" que, además, se encuentra
expresamente prevista en la Constituci6n. De esta manera, lo único que se está
haciendo es contribuir a la complejidad del problema que ya había planteado la
Constitución de 1993, pues a las referencias realizadas al "derecho al debido proceso"
y a la "tutela jurisdiccional" que hace la Constitución, el Tribunal Constitucional agrega
el "derecho a la protección jurisdiccional"; sin precisar claramente los contenidos de
estos tres derechos.
El instituto de la tutela diferenciada tiene que ver con la necesidad de que el proceso
sirva a los fines para los que ha sido creado, para que la sociedad reconozca en el
proceso la justicia que vivamente busca, para que el proceso sea un medio efectivo de
protección de las situaciones jurídicas materiales.
De esta manera, se busca que el proceso responda con mayor eficacia a la exigencia
de tutela que reclaman los ciudadanos, que sea cada vez más adecuado a las nuevas
necesidades de tutela de las situaciones jurídicas materiales, se busca un medio de
tutela distinto para cada situación particular.
La tutela de urgencia "tiene por finalidad neutralizar o eliminar la frustración que puede
producir el peligro en la demora durante la secuela del proceso"; de esta manera, se
parte de la hipótesis que existen determinadas situaciones donde la providencia
jurisdiccional debe actuar de manera inmediata, urgente, pues de no hacerlo la
situación jurídica podría verse lesionada de manera irreparable; por ello, no puede
esperarse llevar un largo proceso cognitivo para después de recién dictar una
resolución sobre el tema de fondo; si la respuesta no se da hoy, la situación jurídica
material no sería realmente protegida.
Esta forma de tutela tiene a su vez varias manifestaciones. Lo trascendente es que
todo lo expuesto parte de ver como el instrumento poco a poco se va adecuando a las
situaciones materiales, pues finalmente para eso existe el proceso. Los mecanismos
procesales ni las respuestas jurisdiccionales pueden considerarse como dogmas, como
institutos inamovibles, sino que deben ir modificándose conforme las exigencias de
tutela varíen.
Monroy Gálvez y Bidart Campos hablan de tutela judicial antes del proceso y durante
él.
La diversidad de opiniones en la doctrina nacional es evidente y es que el tema de
marras no es sencillo, pues el origen de la dificultad de establecer las relaciones entre
el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva y el derecho al debido proceso radica
precisamente en el origen de estos dos derechos fundamentales.
En el primer caso se sostiene que aun cuando el ciudadano no tenga un conflicto
concreto ni requiera en lo inmediato de un órgano jurisdiccional, el Estado debe proveer
a la sociedad de los presupuestos materiales y jurídicos indispensables para que el
proceso judicial opere y funciones en condiciones satisfactorias. Así, debe existir un
órgano jurisdiccional autónomo, imparcial e independiente; preexistir al conflicto las
reglas procesales adecuadas que encausen su solución; existir infraestructura (locales
y equipos) adecuada y suficiente para una óptima prestación del servicio de justicia;
existir el número necesario y suficiente de funcionarios que presten el servicio.
En el segundo caso, esto es durante el proceso la tutela judicial efectiva debe
verificarse en todos sus momentos, acceso, debido proceso, sentencia de fondo, doble
grado y ejecución de sentencia. En buena cuenta se trata del derecho al proceso y el
derecho en el proceso.
Después de todo, el derecho de acceder a la justicia tiene que ser garantizado para
que su ejercicio pueda serlo en condiciones de igualdad, de allí que exista la obligación
estatal de remover todos los obstáculos que impiden su ejercicio, como en reiteradas
ocasiones lo ha establecido la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos.
En este sentido, los obstáculos o barreras que impiden el acceso a la justicia pueden
ser agrupados en tres clases: las barreras institucionales que afectan a toda la
población, indistintamente de su posición social o económica; las barreras económicas
que afectan las transacciones y el desarrollo de un país, así como a sectores
poblacionales precarios; y las barreras sociales que afectan a determinados grupos
sociales, especialmente a los tradicionalmente marginados.
1. BARRERAS INSTITUCIONALES
Son aquellos obstáculos que involucran a sectores significativos no mayoritarios de
la población. Se refieren a las barreras que el propio sistema de justicia origina por
su concepción o diseño, y que conducen a que los ciudadanos no recurran a aquel.
Entre ellos tenemos:
2. BARRERAS SOCIALES
Afectan a determinados grupos sociales por su situación de desigualdad real o
vulnerabilidad, lo cual se evidenciará al pretender acceder a alguna instancia de
impartición de justicia. Entre ellas tenemos:
En tal sentido, la Comisión tiene como reto fortalecer un Poder Judicial que
permita el acceso a la justicia en condiciones igualitarias de todas las
ciudadanas y ciudadanos, garantizándoles un servicio de justicia de calidad.
3. BARRERAS ECONÓMICAS
Sobre lo primero, los costos formales de un proceso judicial resultan una forma
indirecta de discriminación para personas de menores recursos. Si a ello
agregamos las serias dificultades que existen desde el Estado para proveer de
defensa letrada gratuita a quienes no pueden asumirla, tendremos un panorama de
evidente indefensión para un segmento social específico. Al respecto, según cifras
del Ministerio de Justicia, existen alrededor de setecientos abogados de oficio que
ejercen esta labor en todo el país, cifra claramente insuficiente si se considera la
demanda por este servicio.
Otro obstáculo tiene que ver con los costos informales y se refiere a la corrupción
existente en las instancias estatales de justicia que desalientan a que el ciudadano
acuda a ellas para dirimir sus controversias. No es casualidad que el informe de
Transparencia Internacional, dedicado a los sistemas judiciales, señale a este mal
endémico como una de las principales barreras de acceso a la justicia al indicar
que el Perú se ubica en los primeros niveles de corrupción.
Muy a nuestro pesar, tenemos que afirmar que está clara opción no ha tenido en
las gestiones públicas sucesivas el empuje necesario para traducirlas en medidas
concretas, que promoviesen este nuevo enfoque del acceso a la justicia que
justicia y la percepción ciudadana al respecto.
Extraña mucho esta desidia estatal para asumir políticas públicas que favorezcan
medidas específicas en favor de los grupos vulnerables, que tengan una
consistencia en el tiempo y que sean coherentes. Por ello proponemos algunas
ideas, sin pretender cerrar la discusión, de lo que por lo menos debiera
efectivizarse:
Referirse a qué entendemos por este concepto requiere de una revisión exhaustiva
de cómo ha evolucionado en el tiempo. Inicialmente y desde un enfoque general,
aludir al derecho al acceso a la justicia significaba que los ciudadanos puedan
hacer valer sus derechos y/o resolver sus disputas bajo el auspicio del Estado. Sin
embargo, esta noción ha transitado sucesivas etapas que van desde el
establecimiento de una asociación directa con garantías procesales básicas (tutela
judicial), de acuerdo con las cuales resultaba suficiente proveerle al ciudadano de
más tribunales de justicia y de mejor calidad, con lo que se satisfaría esta noción,
hasta una visión vinculada a un derecho más complejo, referido a toda clase de
mecanismo eficaz que permita solucionar un conflicto de relevancia jurídica. Tal
recorrido no ha sido fácil y es aceptado solo parcialmente por los diversos
operadores de justicia. Esto no obedece solo al desconocimiento del tema, sino
también y sobre todo a la ideología que estaría detrás de estas concepciones, que
en un caso permitirían mantener el actual sistema de impartición de justicia, con
sus aciertos u omisiones, y, en otro, plantear un enfoque radicalmente distinto que
afirme la transformación del sistema de justicia hacia uno inclusivo y pluralista. No
estamos, por lo tanto, ante diferencias de matiz, ya que la opción por una u otra
visión de lo que se entiende por acceso la justicia conllevaría un desarrollo de
acciones de política pública con enfoques distintos.
llevados a cabo por varios países para contrarrestar las diversas barreras de
acceso, asociadas básicamente con la noción de pobreza legal y con la ausencia
del Estado, sea porque no se le dotaba de los recursos suficientes para contar con
el número necesario de abogados de oficio o porque la población desconocía sus
derechos.
A partir de la evolución que ha ido sufriendo este concepto, hoy se lo puede definir
como el derecho de las personas, sin distinción de sexo, raza, edad, identidad
sexual, ideología política o creencias religiosas, a obtener una respuesta
satisfactoria ante sus necesidades jurídicas. De esta definición, se colige que
acceso efectivo a la justicia no es equivalente a tutela judicial del Estado, ya que tal
aproximación reduce este derecho fundamental a brindar garantías judiciales antes
y durante un proceso judicial, cuando en la inmensa mayoría de casos la población
ni siquiera puede acceder a un tribunal.Tampoco creemos que la noción planteada
pueda asociarse solamente con mejorar la cobertura estatal. Al respecto, es
pertinente referirse a las distintas concepciones que reposan detrás de esta idea.
Por un lado, tenemos un enfoque institucionalista que «se centra en la
maquinaria del ámbito público de la administración de justicia”. Para esta corriente,
el problema de necesidades jurídicas se podrá abordar con más tribunales, mejores
equipamientos y más recursos humanos, lo que permitirá ampliar la atención del
Estado.
Ahora bien, el hecho que la facultad de rechazar ab initio una demanda sea una
restricción al derecho al acceso a la justicia, exige que el Juzgador encienda lo que
podríamos denominar su sistema de alerta constitucional, y ello supone la
necesidad de evaluar con sumo cuidado la constitucionalidad de la restricción, no
aplicando la norma ciegamente, sino estableciendo si ella es inconstitucional o no,
con base al test de proporcionalidad antes señalado. Si es inconstitucional no debe
aplicarla, justificando debidamente por qué no lo hace. Si es constitucional, debe
evitar que la aplicación que él haga de la norma en el caso concreto se convierta
en inconstitucional, y ello sucede cuando en su aplicación excede los parámetros
constitucionalmente admitidos para la restricción, o vuelve irrazonable su
aplicación, o la hace excesiva o innecesariamente gravosa. Por ello, en tanto que
está evaluando los límites dentro de los cuales se ejerce un derecho fundamental,
el Juzgador tiene claros mandatos al momento de evaluar si admite o no una
demanda:
A ello se debe también el hecho que los incisos 1 y 2 del artículo 427 del Código
todos los demás casos, cuando el defecto en el presupuesto procesal sea
absolutamente claro, notorio e incontrovertible. Insisto, la regla general es la
admisión de la demanda. Su rechazo supone un acto absolutamente excepcional
del juzgador, del cual se hace responsable en caso de ser arbitrario o constituir una
restricción inconstitucional al acceso a la justicia.
El artículo 427 del Código Procesal Civil establece que el juez en un proceso civil
puede declarar la improcedencia de la demanda cuando advierta que el
demandante carezca de legitimidad o de interés para obrar, o cuando carezca de
competencia, o advierta la caducidad del derecho, o cuando el petitorio sea física o
jurídicamente imposible, exista una indebida acumulación de pretensiones o no
exista conexión lógica entre los hechos y el petitorio.
Esa norma fue tomada como punto de referencia para otras normas procesales
dictadas posteriormente, como el caso de la Ley Procesal del Trabajo, la que, de
manera general, se remite en esta parte a lo señalado en el Código Procesal Civil.
En el caso de la Ley que regula el proceso contencioso administrativo, se
establecen causales específicas por las cuales la demanda puede ser ab initio
declarada improcedente, además de prever como una causal más lo dispuesto en
el artículo 427 del Código Procesal Civil.
De este modo, resulta claro que el Código Procesal Civil recogió el modelo del
sistema jurídico latinoamericano, que luego fue seguido por las demás
legislaciones procesales peruanas en el sentido de otorgarle al Juez la potestad de
rechazar liminarmente una demanda ante supuestos especialmente previstos en la
ley, antes que incluso el demandado haya sido notificado con la demanda,
poniendo, de esta manera, fin al proceso apenas iniciado.
Por otro lado, podría sostenerse que no será necesario esperar a la sentencia,
porque habiendo una etapa en el proceso en la que se revisa la validez de la
relación procesal, por qué no esperar a dicha etapa para hacer la susodicha
revisión, en vez de hacerlo al inicio. La respuesta viene dada, a nuestro modo de
ver, por el derecho fundamental a que el proceso dure un plazo razonable. Como
medio para hacer efectivos los derechos materiales, el proceso debe durar lo
necesario como para que el Juzgador se pueda formar convicción en torno a los
hechos alegados por las partes y lo suficiente para que estas puedan ejercer, en
condiciones de igualdad, su derecho a la defensa. No más. En el proceso no se
satisfacen los derechos de las partes, ni se obtiene la paz social; es solo cuando
este termina y se hace efectiva la decisión tomada al final, que se recompone la
paz social y la situación de insatisfacción material. De este modo, si al inicio del
proceso resulta manifiesto y evidente que el proceso tiene un defecto insubsanable
que el Juez está en condiciones de advertir en ese momento, para qué hacer
transitar a las partes por una actividad procesal posterior e innecesaria para poder
llegar a una conclusión que desde el inicio se presenta ya como evidente. Si es
manifiestamente evidente desde el inicio esta circunstancia, cualquier actividad
procesal adicional se torna en innecesaria y, en consecuencia, se estaría estirando
el proceso más allá de lo razonable para poder disponer que existe un defecto en
un presupuesto procesal que invalida la propia relación procesal y que impediría la
expedición de una sentencia válida.
En esa misma línea, exigir que las partes se vean sometidas a un proceso
innecesario, desgastándose en lo que aparece manifiestamente inválido, resulta
gravemente afectar su dignidad. Supondría haber creado una superestructura legal
que no atiende a quienes son sus principales protagonistas, los ciudadanos y la
protección de sus derechos, sino a la necesidad de que continúe un trámite inválido
y sin sentido; el que así se presenta como claro para todos; pero que es necesario
que continúe, para decir, falazmente que se respeta un derecho (el de acceso a la
justicia) mientras se lesionan otros derechos y principios constitucionales.
De este modo, entonces, si bien es cierto los ciudadanos tienen derecho de acceso
a la justicia, el juez, para evitar que el proceso se tramite por completo para llegar a
una solución que no resuelva el problema planteado, o evitar que el proceso se
prolongue más allá de lo razonable, lo que originaría una lesión a la dignidad de la
persona, puede ab initio rechazar una demanda, si es manifiestamente evidente
que se presenta en ese momento una causal de improcedencia.
En sede nacional se han dado numerosos casos en que la abstención por decoro no
encuentra fundamentación razonable o razón suficiente para que el Juez se aparte del
conocimiento de la causa, por ejemplo, el caso de haber obtenido un crédito bancario y
verse impedido de conocer causa que involucre la entidad bancaria, en otro caso, el
haber obtenido el prólogo en un libro de su autoría por un destacado jurista, formulando
abstención por esa relación académica, incluso a nivel de miembros de la Corte
Suprema de Justicia de la República. En la Casación N° 2738-2004-Callao se registra
la Resolución de fecha 7 de enero del 2005 que resuelve declarar fundada la
abstención interpuesta, por el motivo expuesto de que el Juez Supremo era cliente al
encontrarse asegurado de Rímac Internacional Cía de Seguros y Reaseguros, al
amparo de lo dispuesto en el artículo 313° del Código Procesal Civil.
Esta conducta del Juez ha tenido como principal consecuencia el retraso indebido de la
prestación jurisdiccional. No podemos dejar de reconocer que el Juez por su función de
impartir justicia, debe inclusive evaluar las repercusiones que su conducta tiene para
las partes y el proceso en sí. El decoro o la delicadeza corresponden al escrúpulo
legítimo del Juez, sin embargo, su uso habitual resulta pernicioso.
Tal derecho, como opina la profesora SARA TAIPE CHÁVEZ, no permite que el Juez
evada el conocimiento del proceso sin tener en cuenta el sentido de su función y la
repercusión de su actuar.
Así también lo exige el artículo 1º del Código de Ética de los Colegios de Abogados del
Perú, que precisa que “El Abogado debe tener presente que es un servidor de la
justicia y un colaborador de su administración; y que su deber profesional es defender,
con estricta observancia de las normas jurídicas y morales, los derechos de su
patrocinado”, mientras que en el artículo 5º de este mismo instrumento normativo de la
abogacía peruana, establece que, “El Abogado debe abstenerse del empleo de
recursos y formalidades legales innecesarias, de toda gestión dilatoria que entorpezca
el normal desarrollo del procedimiento y de causar perjuicios” (Fundamento Jurídico 31)
Por su parte, la Ley Orgánica del Poder Judicial precisa, en su artículo 284º, que “La
abogacía es una función social al servicio de la Justicia y el Derecho”, estableciendo
una amplia gama de derechos y de obligaciones, y entre los deberes de todo abogado,
el artículo 288º incluye, entre otros, los de:
Como correlato, la misma Ley Orgánica establece las potestades disciplinarias que
manifiestamente ilegales, falseen a sabiendas la verdad de los hechos, o no cumplan
los deberes indicados en los incisos 1), 2), 3), 5), 7), 9), 11), y 12) del artículo 288. Las
sanciones pueden ser de amonestación y multa no menor de una (01) ni mayor de
veinte (20) Unidades de Referencia Procesal, así como suspensión en el ejercicio de la
profesión hasta por seis meses (STC recaída en Exp. 8094-2005-PA/TC de fecha 29 de
agosto de 2005, Fundamento Jurídico 4)
La noción común que se tiene de proceso nos conduce necesariamente a vincularlo con la idea
de tiempo ello porque todo proceso implica un conjunto de actos que se desenvuelven en fases
sucesivas. De ahí que este orden secuencial de actos o "actuaciones “no pueda desarrollarse
simultáneamente, en tanto cada actuación será causa de la siguiente. De esta manera, la
doctrina ha venido considerando que es, precisamente, en el proceso judicial, donde la relación
entre tiempo y derecho se vuelve más estrecha, hasta el punto en que ambos conceptos se
confunden, pues la representación misma del concepto proceso sugiere ya la idea del tiempo
como componente principal. En virtud a estas consideraciones, algunos sostienen que la
dimensión temporal del proceso constituye su principal imperfección, pues la demora natural de
este instrumento, puede, en determinadas ocasiones, impedir el cumplimiento de su finalidad:
la satisfacción de las pretensiones o situaciones jurídicas sustanciales.
Sin embargo, debemos tener en cuenta que, concibiendo al proceso como una institución
dinámica que evoluciona hasta llegar a su fin, concluiremos necesariamente en que el proceso
exige tiempo y que aquél, sin las garantías que permitan formular alegaciones, probarlas y que
éstas sean valoradas por el juez antes de resolver, harían que nos encontremos fuera de lo
que actualmente significa proceso. En consecuencia, no podemos estimar que la principal
imperfección del proceso pueda encontrarse constituida por su dimensión temporal, pues
llegaríamos al absurdo de considerar que la principal imperfección del proceso es "Ser un
proceso".
El problema de la duración del proceso, puede ser apreciado desde dos puntos de vista, como
(i) un problema de excesiva celeridad que afecta el desarrollo del proceso y vulnera las
garantías procesales consustanciales a él, o (ii) como un problema de retardo irrazonable que
hace infructuosa la tutela jurisdiccional. El primer caso implica arbitrariedad en el
procedimiento, en la medida que se vulneran garantías del proceso, sin las cuales éste no
puede ser considerado legítimo; en el segundo caso, existe arbitrariedad en la medida que se
ha sobrepasado el límite temporal de duración aceptable del proceso, generando ineficacia de
la tutela. De ahí que nos encontremos de acuerdo con Cristina Riba, en el sentido de que, a la
hora de estructurar temporalmente un proceso, se produce la colisión de dos necesidades
antagónicas. Por su parte, el parámetro temporal mínimo que el juicio exige para poder
desarrollarse, para que efectivamente en él se realice le derecho. Por otra, la exigencia de que
la actividad jurisdiccional no se prolongue hasta el punto de hacer ineficaz su resultado.
Es el presente artículo nos ocuparemos de una de las garantías de la eficacia temporal del
proceso: el derecho a un proceso sin dilaciones indebidas.
Vicente Gimeno Sendra proporciona una definición de este derecho fundamental: "En una
primera aproximación, el derecho a un proceso sin dilaciones indebidas puede concebirse
como un derecho subjetivo constitucional, de carácter autónomo, aunque instrumental del
derecho a la tutela, que asiste a todos los sujetos del Derecho Privado que hayan sido parte en
un procedimiento judicial y que se dirige frente a los órganos del Poder Judicial, aun cuando en
su ejercicio han de estar comprometidos todos los demás poderes del Estado, creando en él la
procesal y al reconocimiento de una garantía constitucional que protege la eficacia misma del
proceso.
El derecho a un proceso sin dilaciones indebidas o el derecho a un plazo razonable, es uno que
nace en el ordenamiento como consecuencia de la prohibición del non liquet. De esta manera,
el derecho a un proceso sin dilaciones indebidas impone en un primer momento al órgano
jurisdiccional "Un hacer" a efectos de no omitir ni retardar un pronunciamiento jurisdiccional. Es
por tal razón que el derecho en cuestión constituye una garantía procesal, asegurando que
nada interfiera en el normal desarrollo de las actuaciones que deben llevar a la aplicación del
derecho al caso concreto, sin incurrir en extralimitación temporal alguna.
No obstante ello, el profesor Vicente Gimeno Sendra considera que el deber de impartir
rápidamente justicia no constituye una obligación de la que estén absolutamente exentos los
demás poderes del estado, pues el derecho a un proceso sin dilaciones indebidas crea también
obligaciones al Poder Ejecutivo y al Legislativo a fin de que se pueda dotar a la función
jurisdiccional de los necesarios medios materiales, así como de realizar reformas oportunas en
los códigos procesales y consagrar el principio de aceleración del procedimiento.
De igual forma, el derecho a un proceso sin dilaciones indebidas, reclamaría a las partes una
obligación de probidad, es decir, la necesidad de que ellas obren de buena fe al interior de un
proceso, sin generar incidentes dilatorios que provoquen el retraso de la sentencia o su
inejecución práctica.
En consecuencia, el derecho a un proceso sin dilaciones indebidas se expresa en la asignación
de deberes: (i) al órgano jurisdiccional a fin de no omitir pronunciamiento o retardarlo
injustificadamente, (ii) al poder ejecutivo y el legislativo, para que se otorguen los medios
necesarios y se realicen las reformas oportunas en los códigos procesales, y (ii) a las partes,
consistente en la prohibición de actuar de mala fe.
Resulta claro que la complejidad de un proceso judicial, puede determinar que éste dure mucho
más tiempo del esperado. Ello debido a su complejidad fáctica y/o jurídica. Esta complejidad
constituirá una justificación razonable de la dilación, por lo que no podrá alegarse vulneración al
derecho.
A modo de ejemplo, las diversas fases de la etapa probatoria (ofrecimiento, admisión,
actuación y valoración), puede prolongar en ocasiones la duración del proceso, sin embargo,
no por ello, nos encontraremos frente a un proceso con dilaciones indebidas.
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos, distingue una complejidad jurídica que se deriva
de la interpretación de las normas sustanciales o procesales que deben aplicarse por el órgano
jurisdiccional para resolver el caso, y en segundo lugar una complejidad de carácter fáctico,
que hace referencia a las circunstancias de hecho que han rodeado las actuaciones
procesales. Ambas formarían parte de la noción de complejidad procesal.
a. Consecuencias compensatorias
Esta consecuencia ha sido la más difundida por quienes han estudiado los efectos de la
vulneración del derecho a un proceso sin dilaciones indebidas. Esta consecuencia implica que
el restablecimiento del derecho vulnerado se realizará, además, con la condena del Estado al
pago de una oportuna indemnización por lo daños sufridos. Así, el Tribunal Constitucional
español, ha considerado que: <da lesión del derecho a un proceso sin dilaciones indebidas
genera, por mandato de la Constitución (... ), cuando no puede ser remediada de otro modo, un
derecho a ser indemnizado por lo daños que tal lesión produce.»
Para Daniel Pastor esta solución constituye solo una reparación simbólica, pues no busca
restituir el statu qua ante, porque no puede hacerlo, sino tan solo puede compensar con bienes
futuros. Además, sostiene que la asignación de una indemnización implica una serie de
arbitrariedades, debido a que no es posible determinar el momento de la violación y con ello la
extensión de los perjuicios a reparar, asimismo, considera arbitrario el compensar
proporcionalmente algo cuyas proporciones no son factibles de determinar.
b. Consecuencias sancionatorias
La solución sancionatoria según Daniel Pastor podrá ir unida a una solución compensatoria o
no, esta solución va de la mano con el derecho propiamente sancionatorio. De esta manera, las
consecuencias, pueden ser disciplinarias, administrativas o penales. Estas consecuencias
solamente implicaran una posibilidad de garantía secundaria, ya que no reaccionan
procesalmente contra la violación del derecho en cuestión, sino contra los culpables de la
infracción, de forma tal que no se logra resolver el problema en el caso concreto, sino que tan
solo podría servir como medio para desincentivar la vulneración de este derecho en casos
futuros.
Un problema adicional de esta solución, consiste su implementación, considerando que el
servicio de justicia no se encuentra preparado para poner en marcha un instrumental penal o
disciplinario contra su propio personal. En el caso peruano, el Tribunal Constitucional (en el
expediente No 3771-2004/HC/TC) ha considerado que la morosidad de los jueces nacionales
en materia penal debe ser sancionada con responsabilidad pena.
Esta posición del Tribunal Constitucional ha generado que diversos magistrados se hayan
opuesto a dicha medida aduciendo que en tanto no se cuenten con las facilidades logísticas y
materiales sería injusto atribuirle una responsabilidad de carácter penal a los jueces por la
demora en el trámite de los procesos. Por su parte, la presidenta, en ese entonces, de la Corte
Superior de Justicia de Lima, doctora María Zavala, también se pronunció (El Peruano, 25 de
enero), señalando que se encontraba de acuerdo con que haya una sanción para el magistrado
si es causante de la demora de un proceso, sin embargo, sostuvo que dicha sanción no tendría
por qué ser necesariamente de carácter penal.
Similar declaración efectuó el vocal de la Corte Suprema Javier Villa Stein, quien en una nota
de prensa del Poder Judicial calificó la propuesta del Tribunal Constitucional como «inadecuada
y poco técnica».
c. Consecuencias procesales
Otra solución propuesta por la doctrina en torno a la vulneración del derecho a un proceso sin
dilaciones indebidas, consiste en considerar la nulidad de un proceso excesivamente
prolongado.
Junto a esta solución procesal se encuentra también aquella que considera que la prolongación
excesiva de un proceso penal debe determinar el sobreseimiento de éste, lo que implicaría una
terminación anticipada y definitiva del proceso.
El profesor argentino Daniel Pastor, considera que la idea central es que el plazo razonable sea
interpretado, como aquello que el derecho procesal penal comprende por plazo: un lapso
dentro del cual un acto procesal, un conjunto de actos procesal o todo el proceso pueden ser
realizados válida y eficazmente. Dicho plazo, como cualquier plazo, debe estar establecido en
las unidades temporales que el derecho ha adoptado: días, semanas, meses, años.
El plazo legal evitaría así la manipulación judicial de la razonabilidad de la duración de los
procesos al estipular un límite absoluto al poder de enjuiciamiento del estado, que en cuanto al
tope máximo estaría fuera del alcance de toda interpretación. El sólo transcurso del plazo
determinaría la conclusión del proceso, alegada vía excepción y como un impedimento
procesal.
BIBLIOGRAFIA:
“El acceso a la justicia como condición para una reforma judicial en serio”- Javier La
Rosa Calle.