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UNIVERSIDAD

NACIONAL
“PEDRO RUÍZ GALLO”
FACULTAD DE DERECHO Y
CIENCIAS POLÍTICAS
ESCUELA PROFESIONAL DE DERECHO

 TEMA : “EFECTIVIDAD DE LA TUTELA JURISDICCIONAL”

 ASIGNATURA : DERECHO PROCESAL CIVIL II

 DOCENTE : DE LA CRUZ RIOS, Juan

 ESTUDIANTE :

ALARCÓN OLANO, Joysi Fiorela


CORNEJO GUEVARA, Rosa Betty
MORALES QUINTEROS, Silvia Karen
MUÑOZ DIAZ, Marlon Aldair
SAAVEDRA ECHEVERRE, Mirelly

 AÑO ACADÉMICO : CUARTO AÑO

 SECCIÓN : “A”

 AÑO :

2020
INDICE

CAP I. MARCO GENERAL


1. Concepto y referencia legal………………………………………………………...... 3

CAP II. EL DERECHO A LA TUTELA JURISDICCIONAL EFECTIVA


2.1. Tutela jurisdiccional efectiva: ……………………………………......................... 6
2.2. La efectividad como rasgo esencial del derecho………………………………… 7
2.3. El derecho a la tutela jurisdiccional efectiva como derecho fundamental……… 8
2.4. Idoneidad de la tutela jurisdiccional efectiva……………………………………… 10
2.5. Contenido del derecho a la tutela jurisdiccional efectiva………………………... 13

CAP III. EL DEBIDO PROCESO Y LA TUTELA JURISDICCIONAL EFECTIVA .


3.1. El debido proceso y la tutela jurisdiccional efectiva: dos manifestaciones
de tradiciones jurídicas diferentes……………………………………………………… 15
3.2. El debido proceso aplicable a todos los ámbitos………………………………. 18
3.3. El debido proceso y la tutela jurisdiccional efectiva en la doctrina
Nacional……………………………………………………………………………. 19
3.4. El debido proceso y la tutela jurisdiccional efectiva en la jurisprudencia
del Tribunal Constitucional………………………………………………………... 20

CAP IV. ACCESO A LA JUSTICIA


4.1. Barreras de acceso a la justicia…………………………………………………. 23
4.2. Hacia un sistema de justicia inclusivo…………………………………………. 26
4.3. Acción y tutela efectiva…………………………………………………………. 27

CAP. V EL RECHAZO LIMINAR DE LA DEMANDA:


5.1. El rechazo in limine de la demanda y el derecho de acceso a la justicia…….
31
5.2. El rechazo liminar de la demanda en la legislación procesal peruana……......
33
5.3. Los fundamentos constitucionales del rechazo liminar de la demanda……....
34

CAP VI. DIFICULTADES EN LA PRACTICA PROCESAL RESPECTO A LA


APLICACIÓN DE LA TUTELA JUDICIAL
6.1. Indebida aplicación de la abstención por decoro como transgresión al derecho
de la tutela judicial…………………………………………………………………………….
37
6.2. Conducta maliciosa y temeraria de los abogados como obstáculo para la
correcta aplicación de la tutela
judicial……………………………………………………………. 38
6.3. Vulneración al derecho sobre el plazo razonable en los procesos judiciales….
41

BIBLIOGRAFIA:
………………………………………………………………………………………….……49

I.- LA EFECTIVIDAD LA TUTELA JURISDICCIONAL.


realización. El calificativo de efectiva que se da le añade una connotación de
realidad a la tutela jurisdiccional, llenándola de contenido.

El derecho a la tutela jurisdiccional “es el derecho de toda persona a que se le haga


justicia; a que cuando pretenda algo de otra, esta pretensión sea atendida por un
órgano jurisdiccional, a través de un proceso con garantías mínimas”. De Bernardis
define la tutela jurisdiccional efectiva como “la manifestación constitucional de un
conjunto de instituciones de origen eminentemente procesal, cuyo propósito consiste
en cautelar el libre, real e irrestricto acceso de todos los justiciables a la prestación
jurisdiccional a cargo del Estado, a través de un debido proceso que revista los
elementos necesarios para hacer posible la eficacia del derecho contenido en las
normas jurídicas vigentes o la creación de nuevas situaciones jurídicas, que culmine
con una resolución final ajustada a derecho y con un contenido mínimo de justicia,
susceptible de ser ejecutada coercitivamente y que permita la consecución de los
valores fundamentales sobre los que se cimienta el orden jurídico en su integridad”

Sin embargo, no es suficiente que un derecho esté reconocido expresamente en los


textos constitucionales, pues la verdadera garantía de los derechos de la persona
consiste en su protección procesal, para lo que es preciso distinguir entre los
derechos y las garantías de tales derechos, que no son otras que los medios o
mecanismos procesales a través de los cuales es posible su realización y eficacia.
Es por ello que, muchas veces, se reclaman nuevas formas procesales que
aseguren, fundamentalmente, una tutela jurisdiccional pronta y eficiente.
Nuestro Código Procesal Civil de 1993, con una depurada técnica legislativa,
establece en el artículo I del Título Preliminar el derecho a la “tutela jurisdiccional
efectiva”, al señalar:

“Artículo I.- Derecho a la tutela jurisdiccional efectiva. - Toda persona


tiene derecho a la tutela jurisdiccional efectiva para el ejercicio o defensa
de sus derechos o intereses, con sujeción a un debido proceso”.

Consiguientemente, es deber del Estado promover la efectividad del derecho a la


tutela jurisdiccional, que no sólo se limita al aspecto procesal, sino,
fundamentalmente, al aspecto material, en el sentido de resolver la pretensión
planteada.

El panorama doctrinario relacionado con el Derecho Procesal Civil se caracteriza,


actualmente, por la exaltación de las bondades de la eficacia en el proceso,
situándola en lugar preferencial al punto que algunos hablan del “ eficientísimo
procesal”. Así, el italiano Proto Pisani expresó que “el principio de efectividad no
es apenas una directiva para el legislador sino también “un principio hermenéutico
del Derecho vigente”. Precisamente este valor tiene una función instrumental
respecto de otro valor de innegable jerarquía cual es la “justicia”.

“Nosotros, abarcativamente, predicamos la efectividad en un doble plano


concurrente. Por una parte, la idoneidad específica del remedio técnico (garantía) a
utilizar, y, en segundo lugar, la materialización que-a través de la jurisdicción- se
debería alcanzar como manifestación de concreción de la tutela recabada”

En cuanto a su naturaleza, el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva es de


carácter público y subjetivo, por cuanto toda persona (sea natural o jurídica, nacional
o extranjera, capaz o incapaz, de derecho público o privado; aún el concebido tiene
capacidad de goce), por el sólo hecho de serlo, tiene la facultad para dirigirse al
Estado, a través de sus órganos jurisdiccionales competentes, y exigirle la tutela
jurídica plena de sus intereses. Este derecho se manifiesta procesalmente de dos
maneras: el derecho de acción y el derecho de contradicción.

En este sentido, Jesús González Pérez ha señalado que: “El derecho a la tutela
y eficacia de la sentencia”

Podríamos decir que la noción de "tutela" puede ser entendida como la protección
que viene ofrecida a un determinado interés ante una situación en la cual el mismo
sea lesionado o insatisfecho ("). Por ello, cada vez que se reflexione sobre la tutela
debemos necesariamente reflexionar sobre los diversos medios que el ordenamiento
jurídico prevé en el caso de la lesión o amenaza de lesión de una situación jurídica y
la forma de tutela de las situaciones jurídicas por excelencia es la tutela
jurisdiccional, La misma que se Ileva a cabo a través del proceso. De esta forma, la
tutela jurisdiccional hará que la tutela prevista por el ordenamiento jurídico a los di
versos intereses, sea efectiva.

La doctrina explica de la siguiente manera la relación existente entre tutela jurídica


y tutela jurisdiccional: "(I)a tutela jurídica que concede la norma sustancial consiste
en el reconocimiento de derechos, con su haz de facultades y deberes correlativos,
atribuyéndoles la protección jurídica necesaria para que se pueda afirmar que son
derechos, mientras que la tutela jurisdiccional hace referencia a la función estatal
desempernada por Jueces y Tribunales cuyo cometido es actuar el derecho objetivo,
aplicando, en su caso, las sanciones expresas o implícitamente establecidas en este
para el caso de la violación de la norma jurídica.

En un primer momento, la tutela jurídica comporta la creación de un derecho


subjetivo y, en un segundo momento, este derecho subjetivo puede ser protegido
mediante la tutela jurisdiccional").
De esta manera, el Estado a través de sus órganos jurisdiccionales brinda aquella
protección que no ha sido lograda por la espontanea conducta de los sujetos. Así, si
bien antes del proceso el derecho se encuentra amenazado, vulnerado o lesionado,
luego del proceso se pretende que dicho derecho se encuentre protegido pues el
Estado pone de si toda la fuerza que el detenta para que dicho derecho sea
respetado incluso, contra la voluntad de algunos particulares).
Y es que precisamente la tutela jurisdiccional que se brinda a través del proceso
opera cuando la protección del ordenamiento jurídico no ha operado por medio de la
colaboración de los privados; así: "la función del proceso es siempre la de constituir
un remedio a la carencia de cooperación que se verifica en las relaciones entre los
privados. Y solo donde dicha cooperación no se dé, se evidencia la necesidad de
tutela jurisdiccional".

No es posible pues afirmar un absoluto divorcio y separación entre el proceso y las


situaciones jurídicas materiales. En efecto, "(...) la inescindibilidad del proceso con el
derecho material significa, entonces, que la efectividad de este depende de aquel en
la medida que la función jurisdiccional adopta distintas formas procesales, se
diversifica en una pluralidad de procesos destinados a proporcionar la tutela
jurisdiccional adecuada al correspondiente derecho material").

En eso consiste la tutela jurisdiccional, y esta cumple también un rol en la efectividad


del ordenamiento jurídico, pues una de las manifestaciones de dicho principio es
precisamente el otorgar una efectiva protección a las situaciones jurídicas de los
particulares"'. La trascendencia de esta necesidad, es decir, de lograr una protección
efectiva de las situaciones jurídicas de los particulares está en la base misma de un
Estado constitucional y está en el mismo fundamento de un Estado democrático, por
ello, el propio ordenamiento reconoce en los particulares, como uno de sus derechos
más esenciales y fundamentales, el contar con una tutela jurisdiccional efectiva.
II.- EL DERECHO A LA TUTELA JURISDICCIONAL EFECTIVA.

El derecho a la tutela jurisdiccional efectiva es el derecho que tiene todo sujeto de


derecho de acceder a un órgano jurisdiccional para solicitar la protección de una
situación jurídica que se alega que está siendo vulnerada o amenazada a través de
un proceso dotado de las mínimas garantías, luego del cual se expedir una
resolución fundada en Derecho con posibilidad de ejecución.

2.1. LA EFECTIVIDAD COMO RASGO ESENCIAL DEL DERECHO.

La efectividad de la tutela jurisdiccional sin duda constituye el rasgo esencial de este


derecho, de forma tal que una "tutela que no fuera efectiva, por definición, no sería
tutela"('). Es por ello que "el sistema procesal trata de asegurar que el juicio cumpla
el fin para el que está previsto"

La efectividad de la tutela jurisdiccional puede ser entendida en dos sentidos.


Según el primero de ellos, todas y cada una de las garantías que forman parte del
derecho a la tutela jurisdiccional efectiva deben tener una real y verdadera
existencia. Por ello, la doctrina sostiene que: "(...) efectividad quiere decir que el
ciudadano tenga acceso real y no formal o teórico a la jurisdicción, al proceso y al
recurso; que pueda defenderse real y no retóricamente, que no se le impongan
impedimentos irrazonables a ello. Efectividad quiere decir que Ia persona afectada
por un juicio sea llamada al mismo, efectividad quiere decir que no se hurte al
ciudadano una resolución al amparo de formalismos exagerados; efectividad quiere
decir que la resolución decida realmente el problema planteado

Sigan el segundo sentido para entender la efectividad, esta tiene que ver con la real
y verdadera tutela que debe brindar el proceso a las situaciones jurídicas materiales
amenazadas o lesionadas. Es decir, en este segundo sentido la tutela jurisdiccional
efectiva tiene que ver directamente con el hecho que el proceso debe cumplir la
finalidad a la que está llamado a cumplir. De esta manera, "es indispensable que la
tutela jurisdiccional -de los derechos y de los intereses- sea efectiva. No toda forma
de tutela satisface el precepto constitucional; su actuación exige que el juez
disponga de los instrumentos y de los poderes para hacer conseguir al interesado el
bien de la vida (la utilidad) que el ordenamiento jurídico reconoce y garantiza.

El principio de efectividad se vincula, entonces, a una concepción entre el derecho


sustancial y procesal, porque la tutela jurisdiccional es indispensable para la
actuación del derecho sustancial. El simple reconocimiento de una posición jurídica
no es suficiente: la tutela jurisdiccional debe garantizarle su actuación". De esta
manera, un diseño de tutela jurisdiccional inadecuado provocaría la insatisfacción
instrumentalidad misma del proceso, es decir, con la función que debe cumplir este
en el ordenamiento jurídico. En efecto, "el derecho procesal cumple una función
instrumental esencial: (...) debe permitir que los derechos e intereses legítimos,
garantizados por el derecho sustancial, sean tutelados y satisfechos. El principio de
efectividad, en esa perspectiva, constituye un aspecto de Ia visión más general de la
efectividad del ordenamiento jurídico, y en consecuencia es justificada la afirmación
según la cual el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva se encuentra dentro de los
principios supremos del ordenamiento, en estrecha relación con el principio de
democracia.

Con ello, el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva no se agota en el acceso de los


ciudadanos al proceso, ni en que el proceso sea llevado con todas y las más
absolutas garantías previstas para su desarrollo; sino que el derecho a la tutela
jurisdiccional efectiva va más allá de ello, y alcanza hasta la satisfacción plena de la
situación jurídica material lesionada o amenazada en todos aquellos casos, claro
está, en que se ampare la pretensión del demandante. Por ello, Francisco Chamorro
sostiene que se puede hablar de cuatro grados de efectividad:

a) La efectividad de primer grado garantiza a los ciudadanos la obtención de una


respuesta del Órgano jurisdiccional. Queda claro entonces que la tutela jurisdiccional
efectiva no se agota en el mero acceso y en el proceso debido; sino que se requiere
además una respuesta del órgano jurisdiccional.
b) La efectividad de segundo grado garantiza que la resolución del órgano
jurisdiccional será una que resuelva el problema planteado. Sin embargo, esto no
quiere decir que este derecho garantice a los ciudadanos un tipo especial de
respuesta jurisdiccional, sino solo que se resuelva el problema planteado
independientemente de la respuesta que se dé, siempre que, claro está, dicha
solución sea razonable y este en armonía con el ordenamiento jurídico.
c) La efectividad de tercer grado garantiza que la solución al problema planteado sea
razonable y extraída del ordenamiento jurídico.
d) La efectividad de cuarto grado garantiza que la decisión adoptada por un órgano
jurisdiccional será ejecutada.
La efectividad de la tutela jurisdiccional, entonces, no solo reclama que todas y cada
una de las garantías que forman parte de dicho derecho sean respetadas en el
proceso en concreto, sino, además, reclama que el proceso sea el instrumento
adecuado para brindar una tutela real a las situaciones jurídicas materiales.

2.2. EL DERECHO A LA TUTELA JURISDICCIONAL EFECTIVA COMO


DERECHO FUNDAMENTAL.

Si consideramos, como lo hemos hecho, que la justicia y la paz social son


aspiraciones valiosas para un hombre y para su comunidad, y aceptamos que el
derecho y su aplicación efectiva respecto de todos y cada uno de los individuos, son
el mejor medio que está a nuestro alcance para lograr esos fines ("), debemos
concluir que resulta fundamental que se le reconozca al ciudadano el derecho de
alcanzar esos fines de manera efectiva. De esta manera, "el derecho a la justicia (...)
es un derecho que los hombres tienen por el solo hecho de ser hombres").
El reconocimiento del derecho a la tutela jurisdiccional efectiva como un derecho
fundamental ha determinado que dicho derecho haya sido elevado a la jerarquía de
derecho constitucional, con todas las consecuencias que ello supone:

a) Tiene una doble naturaleza, pues por un lado desarrolla una función en el plano
subjetivo actuando como garantía del individuo; y por otro, desarrolla una función en
el plano objetivo, asumiendo una dimensión institucional al constituir uno de los
presupuestos indispensables de un Estado Constitucional).
b) Es un derecho que vincula a todos los poderes públicos, siendo el Estado el
primer llamado a respetar este derecho ("). Con ello, cualquier acto del Estado
expedido por cualquiera de sus órganos que lesione o amenace este derecho es un
a la ley que lesione o amenace el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva.
e) Toda norma del ordenamiento jurídico debe ser interpretada conforme al
contenido del derecho a la tutela jurisdiccional efectiva. De esta manera, cada vez
que un órgano jurisdiccional deba interpretar o aplicar una norma procesal debe
hacerlo a la luz del derecho a la tutela jurisdiccional efectiva.
f) Existe la posibilidad de interponer una demanda de amparo contra cualquier acto
que lesione o amenace el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva.
h) El Poder Legislativo está obligado a respetar este derecho constitucional en su
tarea de producción normativa.

Sin perjuicio de todo lo expuesto anteriormente, la configuración del derecho a la


tutela jurisdiccional efectiva como derecho constitucional en el ordenamiento jurídico
peruano es incuestionable debido a su expreso reconocimiento en el inciso 3 del
artículo 139 de la Constitución Política de 1993, conforme al cual:
"Son principios y derechos de la función jurisdiccional:
3. La observancia del debido proceso y la tutela jurisdiccional
Dejando de lado la grave omisión del constituyente del rasgo de la efectividad del
derecho a la tutela jurisdiccional, la misma que puede excusarse si admitimos que
una tutela jurisdiccional que no es efectiva no es en realidad una verdadera tutela; el
constituyente peruano nos enfrenta a un problema adicional, que es la relación que
existe entre el derecho al debido proceso y el derecho a la tutela jurisdiccional
efectiva, asunto sobre el que ya se ha pronunciado un sector de la doctrina nacional,
tema en el que nos detendremos a continuación.

Sin embargo, creemos importante señalar que consideramos un importante avance


el logrado por el texto constitucional de 1993 al haber consagrado de manera
expresa el derecho a la tutela jurisdiccional (efectiva) como derecho constitucional,
pues el mismo no se encontraba previsto en Ia Constitución Política de 1979. En
efecto, los derechos al debido proceso y a la tutela jurisdiccional efectiva no se
encontraban expresamente establecidos en La Constitución Política de 1979) y en el
Proyecto de Constitución de 1993 solo se encontraba expresamente reconocido el
derecho al debido proceso. Sin embargo, el texto vigente fue el resultado de una
aprobación con 53 votos a favor y 5 votos en contra en el Congreso Constituyente
Democrático.

2.3. LA TUTELA JUDICIAL EFECTIVA COMO DERECHO CONSTITUCIONAL

Modernas Constituciones consagran el derecho a la tutela jurisdiccional “efectiva”


como derecho constitucional, al que antes se conocía como derecho a la
jurisdicción, y científicamente hablando como derecho, facultad, poder de la acción.
El artículo 24º de la Constitución Política Española de 1978 consagra y reconoce
este derecho constitucional a todas las personas y no solo a los españoles, en los
siguientes términos: 1) Todas las personas tienen derecho a obtener la tutela
efectiva de los Jueces y Tribunales en el ejercicio de sus derechos e intereses
legítimos, sin que, en ningún caso, pueda producirse indefensión. 2) Asimismo,
todos tiene derecho al Juez ordinario predeterminado por la ley, a la defensa y a la
asistencia de letrado, a ser informados de la acusación formulada contra ellos, a un
proceso público sin dilaciones indebidas y con todas las garantías, a utilizar los
medios de prueba pertinentes para su defensa, a no declarar contra sí mismo, a no
confesarse culpables y a la presunción de inocencia. La ley regulará los casos en
que, por razón de parentesco o de secreto profesional, no se estará obligado a
declarar sobre hechos presuntamente delictivos.

Germán Bidart Campos refiere que “personalmente utiliza y de manera frecuente,


la denominación nueva del clásico y viejo derecho a la jurisdicción, no
porque antes dejáramos de asignarle a éste el contenido amplio que se tiende desde
el acceso a la justicia hasta la sentencia última, sino porque se expresa mejor en
una fórmula clarísima cuál es el sentido que debemos atribuir a la jurisdicción, a la
“tutela jurisdiccional” en el capítulo referente al Poder Judicial, en su artículo 139
inciso 3), al establecer:

“Artículo 139º.- Son principios y derechos de la función jurisdiccional:


3. La observancia del debido proceso y la tutela jurisdiccional. Ninguna
persona puede ser desviada de la jurisdicción predeterminada por la ley,
ni sometida a procedimiento distinto de los previamente establecidos, ni
juzgada por órganos jurisdiccionales de excepción ni por comisiones
especiales creadas al efecto, cualquiera sea su denominación.”

Es sumamente importante lo que enseña Jesús Gonzáles Pérez en cuanto a la


tutela jurisdiccional: “El derecho a la efectividad de la tutela jurisdiccional no
constituye en modo alguno una conquista del Estado Social de Derecho, ni siquiera
del estado de Derecho. La organización del poder público de modo que quede
garantizada la justicia le viene impuesto a todo Estado por principios superiores que
el Derecho positivo no puede desconocer. El derecho a la justicia existe con
independencia a que figure en las Declaraciones de Derechos Humanos y Pactos
Internacionales, Constituciones y leyes de cada Estado.
Como los demás derechos humanos es un derecho que los seres humanos tienen
por el hecho de ser hombres. Los ordenamientos positivos se limitan a recogerle,
como recogen otros principios del Derecho Natural, al lado de los principios políticos
y tradicionales “.

Con lo dicho tenemos que el soporte de la tutela jurisdiccional está en el Derecho


Natural, cuyas normas tienen validez moral y jurídica, al margen de su recepción en
norma alguna. Por ello, y acorde con la dignidad humana, al ser la persona un fin en
sí mismo, es titular de derechos que le son innatos, anteriores al propio Estado y que
por tanto son inalienables.

2.4. IDONEIDAD DE LA TUTELA JURISDICCIONAL

A lo largo de la historia del Derecho Procesal, un tema que sin duda reclama mayor
importancia es el del Derecho de Acción, sin embargo, hoy en día no tiene mayor
presencia. en tal sentido, el enfoque se ha trasladado hacia la tutela Jurisdiccional
efectiva a causa del fenómeno de constitucionalizarían que atravesó el Derecho de
Acción. el autor, además de analizar los hitos más importantes en los que se
desarrolla el Derecho de Acción, se centra también en el estudio de lo que viene
pasando en la actualidad con la Tutela Jurisdiccional Efectiva con la finalidad de
llegar a un proceso verdaderamente eficaz que garantice nuestros derechos.
La efectividad de la tutela jurisdiccional es la gran preocupación del derecho
procesal actual. el gran aporte en este punto se debe a los estudios del profesor
Andrea Proto Pisani.

La efectividad se define fundamentalmente como la necesidad de que la tutela


jurisdiccional de los derechos que se brinda a través del proceso sea adecuada (o
idónea) y oportuna. De este modo, si la tutela jurisdiccional no es adecuada ni
idónea no es efectiva, y si no es efectiva, señala el profesor Andrea Proto Pisani,
simplemente, “no es”.
Con base a lo dicho, en mi opinión, la efectividad de la tutela jurisdiccional, supone:
el derecho a que la tutela jurisdiccional sea idónea. La idoneidad o adecuación de la
tutela jurisdiccional hace referencia a la necesidad de que el proceso esté en
condiciones de dar aquello que el ordenamiento jurídico ha previsto como medio
para la protección del derecho material.
De este modo, se trata entonces de una idoneidad en doble sentido; una idoneidad
material y una idoneidad instrumental.

La idoneidad material parte de reconocer que “entre necesidad y remedio existe


una relación directa”. es decir, entre la necesidad de protección de un derecho y su
de un derecho material. es esa consecuencia la que debe ser idónea, es decir,
adecuada, para obtener la satisfacción del derecho material que, con los hechos de
la realidad, se ha visto lesionado o se está viendo amenazado. en palabras de
Andrea Proto Pisani, efectiva supone “idónea a tutelar el derecho necesitado de
protección”
De este modo, la idoneidad en sentido material consiste en que el juez otorgue al
derecho material aquel remedio (medio de protección) que el ordenamiento jurídico
ha previsto para la protección de dicho derecho. en ese sentido, debe conferir en el
ámbito del caso concreto aquello que de modo general y abstracto el ordenamiento
jurídico ha previsto para el caso de la lesión de ese derecho.
La exigencia de idoneidad material no se ve restringida, en el caso de los derechos
fundamentales, a que el Juez conceda el remedio que el legislador haya previsto
para la protección de dichos derechos, pues en su rol de garante de la
constitucionalidad, el juez ordinario está en condiciones, incluso de conferir un
remedio distinto al previsto por el legislador, en aquellos casos en los que dicho
remedio se considere lesivo del derecho fundamental o insuficiente para conseguir
su satisfacción material.

La idoneidad instrumental o procesal supone que el proceso debe ser el


adecuado para brindar el remedio que el ordenamiento jurídico haya previsto para la
protección del derecho material. Dicho de otro modo, atendiendo a la necesidad de
protección del derecho y a su naturaleza, el proceso debe estar en capacidad
brindar esa respuesta del ordenamiento, de modo que se logre con ella, la plena
satisfacción del derecho.
El proceso, por ende, no debe ser un obstáculo, sino un vehículo para la obtención
de la protección prevista por el ordenamiento jurídico para la específica protección
del derecho. Por ello, la efectividad de la tutela jurisdiccional reclama del proceso
que este sea diseñado y llevado a cabo de modo que la tutela material que brinda el
ordenamiento jurídico se de en sus mismos términos, de modo de obtener aquella
satisfacción que con él se quiere dar.
El derecho a que la tutela jurisdiccional sea oportuna. La oportunidad hace más bien
referencia al momento en el que debe darse esa respuesta jurisdiccional. De este
modo, se parte de la idea que la tutela jurisdiccional debe llegar en el momento
necesario como para no (i) generar mayor lesión de la que ya se está produciendo o
(ii) evitar que ella se vuelva irreparable, e (iii) incluso evitar que dicha lesión se
produzca.

De este modo, en el momento en el que el derecho material requiera que la tutela


jurisdiccional intervenga de inmediato, el proceso debe estar en capacidad de
hacerlo, sea de modo provisional o definitivo, en caso contrario, “el proceso se
resuelve en una sustancial denegatoria de justicia”.
siendo que el tiempo es un evento del que el proceso no se puede librar, deben
entonces diseñarse todos los medios necesarios no solo para hacer que lo resuelto
sea efectivo, sino para garantizar que, llegado el momento, los efectos puedan
producirse. De este modo, no solo basta con asegurar la efectividad una vez dictada
la sentencia con calidad de cosa juzgada, sino también asegurarla en un momento
anterior a él.

El derecho a la realización plena de los efectos de las resoluciones judiciales. este


derecho ha sido normalmente predicado respecto de las sentencias de condena, a
través de la necesidad de ejecución de las resoluciones judiciales como parte
esencial de la tutela jurisdiccional efectiva. Pero este derecho no se restringe a ellas,
pues alcanza también a las resoluciones meramente declarativas y a las
constitutivas que, aunque de modo distinto a las resoluciones de condena, protegen
de igual modo a los derechos materiales.

Si bien es verdad la efectividad de las resoluciones de condena puede ser fácilmente


atendida a través de la ejecución de resoluciones judiciales (con toda la complejidad
una resolución que adquiera la calidad de cosa juzgada se obtenga la protección
solicitada, a veces pone en riesgo la intensidad de dicha protección, especialmente
en lo que se refiere a los alcances de dicha declaración y a los efectos subjetivos,
objetivos y temporales que esta pudiera tener.

La efectividad de la tutela jurisdiccional hace que este tipo de resoluciones tenga


toda la intensidad necesaria para hacerle frente a cualquier tipo de comportamiento,
declaración o situación que se quisiera producir con posterioridad al momento en el
que sentencia declarativa adquiriera la calidad de cosa juzgada y que pretendiera
restarle eficacia o negarla. En ese sentido, no se hace necesario que conjuntamente
a la declaración se haya dictado una orden jurisdiccional para hacerla más intensa o
para entender que tiene un grado mayor de obligatoriedad. toda aquella fuerza con
la que el estado hace cumplir las sentencias de condena, es la misma fuerza que se
pone a disposición de la tutela declarativa. Lo que ocurre es que el modo de hacerla
valer no puede equipararse en modos, pero sí en intensidad, respecto de la
sentencia de condena.

Lo mismo debe decirse de las sentencias constitutivas, pues la situación creada,


modificada o extinguida por la sentencia que ha adquirido la calidad de cosa juzgada
es el modo mediante el que se tutela el derecho material, por ende, es indispensable
reconocer como consecuencia de la efectividad de la tutela jurisdiccional toda la
fuerza necesaria para hacer intensa y vinculante esa protección.

La preocupación del derecho procesal ha estado centrada fundamentalmente en los


aspectos que anteriormente hemos denominado como (i) idoneidad instrumental;
(ii)oportunidad y (iii) realización plena de los efectos de las resoluciones judiciales. el
aspecto de la idoneidad sustancial ha sido y es objeto de preocupación del derecho
material. sin embargo, el establecimiento de esta división ha ido más allá de lo
estrictamente disciplinar. en el modelo trazado en el estado de Derecho, el legislador
ha sido el competente para establecer el diseño legal de los procesos a través de los
cuales, en principio, se podría verificar el cumplimiento; pero también es él el
competente para el diseño de los remedios que permitan establecer lo que hemos
denominado la idoneidad material.
La elevación a rango constitucional del derecho a la tutela jurisdiccional efectiva ha
determinado el surgimiento de diversos principios, como el de flexibilidad de las
normas procesales, destinados a permitir que el Juzgador, en el caso concreto
pueda, pero aun con ciertas restricciones, la adecuación procedimental, lo que
supone una incursión del Juzgador en labores que bajo el paradigma del estado de
derecho estaban circunscritas esencialmente en las labores propias del Poder
Legislativo.

Sin embargo, más allá de establecer esas competencias y alcances de la función del
Poder Judicial de adecuar las normas procesales ¿puede el poder judicial, en aras
de dar una protección eficaz a los derechos, crear para el caso concreto un remedio
que no ha sido previsto por el legislador, modificarlo o atenuarlo? No hablamos de la
función de crear derechos, sino de ingresar solo al ámbito de los remedios. ¿O es
que el Juez está circunscrito a satisfacer derechos dentro de los límites y con los
remedios previstos por el legislador?

De este modo, si asumimos que la tutela jurisdiccional efectiva se vulnera también


cuando la respuesta jurisdiccional que el juez debe dar para la protección de un
derecho no es capaz de dar plena satisfacción del derecho material, debido a la
estructura del remedio previsto por el legislador, de modo que, si el juez otorgase
ese remedio, no está protegiendo verdaderamente el derecho.
Las deficiencias en el establecimiento del remedio previsto por el legislador para el
caso de la protección del derecho nos plantean un problema un poco más complejo
de resolver, en la medida que el modelo tradicional de estado de derecho ha
establecido la fórmula conforme a la cual la determinación del remedio le
2.5. CONTENIDO DEL DERECHO A LA TUTELA JURISDICCIONAL EFECTIVA.

Inicialmente debemos decir que el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva es un


derecho de contenido complejo en la medida que está conformada por una serie de
derechos que determinan su contenido. Esta serie de derechos seria como sigue:
derecho al acceso a los órganos jurisdiccionales, derecho a un proceso con las
garantías mínimas, derecho a una resolución fundada en derecho y efectividad de
las resoluciones judiciales (").

A continuación, nos referiremos brevemente a cada uno de estos aspectos:

El derecho de acceso a la jurisdicción.


Si el Estado prohíbe a los particulares el recurso a la autotutela para que estos
puedan proteger sus intereses, es evidente que el Estado debe garantizar que los
particulares puedan acceder a la función jurisdiccional para que a través del inicio de
un proceso se pueda lograr una tutela a Ia situación jurídica de ventaja que ha sido
amenazada o lesionada. Si no se permite este acceso o este se restringe, entonces,
ello será lo mismo que admitir que el Estado no tiene ningún interés en tutelar
determinado derecho.
La importancia del derecho de acceso a la jurisdicción para la efectiva tutela de las
situaciones jurídicas de ventaja puede ser constatada con las palabras de Mauro
Cappelletti, para quien "en realidad, el derecho a un acceso efectivo se reconoce
cada vez más como un derecho de importancia primordial entre los nuevos derechos
individuales y sociales, ya que la posesión de derechos carece de sentido si no
existen mecanismos para su aplicación efectiva. El acceso efectivo a la justicia se
puede considerar, entonces, como el requisito más básico -el "derecho humano"
más fundamental- en un sistema igualitario moderno, que pretenda garantizar y no
solamente proclamar derechos de todos". La consideración de Cappelletti del
derecho de acceso a la jurisdicción como el más fundamental de todos, parte de una
consideración evidente: la única forma de garantizar la eficacia de las situaciones
jurídicas es garantizando a las personas el libre e igualitario acceso a la jurisdicción
para la defensa de sus derechos. Si ello no se garantiza, las situaciones jurídicas
sedan una mera proclamación.
Para ello, el Estado debe procurar eliminar todas las maneras que limiten, restrinjan
o impidan el libre e igualitario acceso a los Órganos jurisdiccionales.

El derecho a un proceso con las mínimas garantías.


Este derecho a un proceso en el que se respeten las mínimas garantías, debe
principalmente respetar el derecho a un juez natural, el derecho a un proceso sin
dilaciones indebidas, el derecho a la asistencia de letrado y el derecho de defensa.
El derecho al juez natural puede ser enunciado como el derecho que tienen los
sujetos a que un proceso sea conocido por un tercero imparcial predeterminado por
la ley.
El derecho a un proceso sin dilaciones indebidas parte del supuesto que el proceso
es un instrumento necesario para que se actúe la tutela jurisdiccional, pero dicha
necesidad no puede convertir el proceso en un instrumento que desnaturalice a la
propia tutela jurisdiccional, es decir, que la convierta en no efectiva. Por ello, el
proceso debe durar un plazo razonable.
El derecho a la asistencia de letrado, es el derecho que tienen las personas a contar
con un abogado que la asesore en su defensa durante el proceso.
El derecho de defensa es el derecho que tienen todas las partes a formular todas
sus alegaciones y pruebas dentro de un proceso; a que sean tratadas con igualdad
dentro de él; a que tengan conocimiento oportuno de las ocurrencias del proceso
para que, en un tiempo razonable puedan preparar su defensa; el derecho a que se
resuelva sobre aquello respecto de lo cual han tenido oportunidad de defenderse
(congruencia); a que la sentencia afecte a quien ha participado del proceso; y a que
puedan hacer use de los recursos previstos por la ley.
motivada, racional, razonable y justa.

El derecho a la efectividad de las resoluciones.


Es el derecho que tienen las partes a que lo decidido por el órgano jurisdiccional sea
cumplido. Para ello, se debe proveer al ciudadano de todos los medios adecuados
para que se garantice la efectividad de las resoluciones judiciales: medidas
cautelares.

III. EL DEBIDO PROCESO Y LA TUTELA JURISDICCIONAL EFECTIVA.

3.1. EL DEBIDO PROCESO Y LA TUTELA JURISDICCIONAL EFECTIVA: DOS


MANIFESTACIONES DE TRADICIONES JURÍDICAS DIFERENTES

El problema en el que se encuentran tanto la doctrina como la jurisprudencia


nacional para delinear las relaciones entre el derecho al debido proceso y el derecho
a la tutela jurisdiccional efectiva radica en que ambos derechos tienen su origen en
dos tradiciones jurídicas distintas.
En efecto, mientras el derecho al debido proceso tiene su origen en la tradición
jurídica del Common Law'', el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva tiene su
origen en la tradición jurídica romano-germánica; y esto es algo en lo que la doctrina
nacional que se ha preocupado del tema está de acuerdo. Por eso, cualquier
explicación de la relación de estos dos derechos debe partir teniendo en cuenta la
diversidad de tradiciones jurídicas en las cuales surge cada uno de estos.

De esta manera, a fin de comprender mejor las relaciones entre tutela jurisdiccional
efectiva y debido proceso, debemos partir de que se entiende por tradición jurídica.
Siguiendo a John Henry Merryman la tradición jurídica es un complejo de
comportamientos profundamente arraigados e históricamente condicionados
sobre la naturaleza del derecho; el rol del derecho en la sociedad y en el ámbito
político; la organización y funcionamiento de un sistema jurídico y sobre el modo en
el que el derecho debe ser creado, aplicado, estudiado, perfeccionado y enseñado;
de forma tal que la tradición jurídica relaciona al sistema jurídico de un Estado con la
cultura de la cual ella es una expresión parcial.

Ahora bien, dos de las tradiciones jurídicas más importantes que existen en el
remontarse hacia el año 450 a.C., fecha probable de la aparición de las XII Tablas
en Roma; mientras que la segunda al año 1066 d.C., fecha en la cual los mandos
conquistan Inglaterra. Mientras en la primera de ellas las fuentes del Derecho más
importantes son formales (Constitución, ley, reglamento, y solo en defecto de estas
la jurisprudencia, costumbre y principios generales); en la segunda las principales
fuentes del Derecho son la jurisprudencia y la costumbre'").

Mientras en la segunda el desarrollo de la tradición jurídica radica en los jueces a


través de la doctrina del stare decisis, en Ia primera el papel del juez no es tan
difundido e importante como el que tiene la legislación formal o la doctrina'. En
efecto, mientras que la tradición jurídica del Common Law es una tradición jurídica
de jueces, la romano-germánica es una tradición jurídica de doctrinarios y
legisladores; de forma tal que, mientras en un caso el Derecho avanza con las
decisiones jurisprudenciales, en el otro con los aportes doctrinarios que
posteriormente son recogidos por las leye0). De ahí que la importancia de la ciencia
jurídica en una tradición sea mayor que en la otra. No es esta la sede para delinear
una diferencia de las dos tradiciones jurídicas, ni es este un trabajo de derecho
comparado; sin embargo, la enumeración hecha demuestra la gran diferencia entre
ambas concepciones.
Es precisamente en estas diferencias en las que sustenta también la diferencia entre
el derecho al debido proceso y el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva. En
efecto, mientras que el debido proceso es un derecho que surge en una tradición
donde el Derecho evoluciona con los jueces a partir de decisiones jurisprudenciales;
el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva es un derecho que surge en una tradición
donde el Derecho evoluciona sobre la base de la doctrina.

En ese sentido, el profesor Rubio Correa afirma que: "(...) el debido proceso es una
institución anglosajona que se comporta como anglosajona y que, por consiguiente,
solo puede ser definido y precisado por la propia ley y jurisprudencia que lo aplique
creativamente". De la misma manera podemos decir que el derecho a la tutela
jurisdiccional efectiva es una institución romano-germánica que se comporta como
tal. De esta manera, mientras el debido proceso es una institución cuyo contenido
será determinado por los jueces en su actividad jurisdiccional, es decir, es un
derecho cuyo contenido ira variando dependiendo de su aplicación al caso concreto;
el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva es un derecho cuyo contenido es
elaborado por la doctrina sobre la base de la trascendencia y finalidad que cumple
dicho derecho en todo el sistema jurídico, para Luego, ser reconocido por el
legislador y aplicado por los jueces. Mientras en un caso se espera que los jueces
creen el contenido, en el otro se espera que los jueces lo apliquen y lo respeten
(aunque, claro está, no solo los jueces)'.

Ahora bien, el Peril, como todo Latinoamérica, pertenece a la tradición romano-


germánica. En ese sentido, si partimos de considerar que unos de los valores de
nuestra sociedad son la justicia y la paz social, que para lograr ellos se reconoce
una serie de derechos de las personas, que se hace preciso que ese reconocimiento
no se agote en ello sino en lograr una verdadera efectividad, si una de las
principales funciones del Estado es hater que ese reconocimiento sea efectivo;
entonces, se hace preciso reconocer el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva.
Ese derecho que faculta a los particulares a exigir tutela jurisdiccional de las
situaciones jurídicas de ventaja que se vean lesionadas o amenazadas. Por ello, la
Constitución peruana ha reconocido el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva.

Pero, además, creemos que en la denominación del derecho esta su real alcance y
contenido: lograr una efectiva tutela jurisdiccional; alcance y contenido que no se
logra extraer de la denominación "debido proceso", denominación que pone énfasis
en el instrumento, antes que en la finalidad; que se preocupa del medio, antes que
del resultado. Lo trascendente es que el medio se ha adecuado para alcanzar el
resultado. No que el medio se respete sin importar el resultado. Creemos que el
que el derecho a un debido proceso evolucione y complete su contenido como to
hace en los Estados del Common Law, pues las realidades, culturas y
comportamientos son distintos; porque el sistema jurídico todo se comporta
diferente.

En ese sentido, incorporar una noción ajena a nuestra tradición jurídica puede
generar serias distorsiones en nuestro sistema de justicia y en las garantías de los
particulares frente a él. Esa distorsión, creemos, se demuestra en una sentencia de
nuestro Tribunal Constitucional, at afirmar en el expediente No. 1941-2002-AA/TC
que "el Tribunal Constitucional opina que no en todos los procedimientos
administrativos se titulariza el derecho al debido proceso. Por ello, estima que su
observancia no puede plantearse en términos abstracto, sino en función de Ia
naturaleza del procedimiento que se trata, teniendo en cuenta el grado de afectación
que su resultado -el acto administrativo- ocasione sobre los derechos e intereses del
particular o administrado". Sigue el Tribunal Constitucional señalando más adelante
to siguiente: "(e)n tal sentido la ratificación o no de magistrados a cargo del Consejo
Nacional de la Magistratura, se encuentra en una situación muy singular. Dicha
característica se deriva de la forma como se construye la decisión que se adopta en
función de una convicción de conciencia y su expresión en un voto secreto y no
deliberado, si bien esta decisión debe sustentarse en determinados criterios; sin
embargo, no comporta la idea de una sanción sino solo el retiro de la confianza en el
ejercicio del cargo.

Lo que significa que, forzosamente, se tenga que modular la aplicación -y titularidad-


de todas las garantías que comprende el derecho at debido proceso, y reducirse
esta solo a la posibilidad de audiencia". De esta manera, el Tribunal Constitucional
concluye: "(e)l establecimiento de un voto de confianza que se material iza a través
de una decisión de conciencia por parte de los miembros del Consejo Nacional de la
Magistratura, sobre la base de determinados criterios que no requieran ser
motivados, no es ciertamente una institución que se contraponga al Estado
Constitucional de Derecho y los valores que ella persigue promover, pues en el
derecho comparado existen instituciones como los jurados, que, pudiendo decidir
sobre la libertad, la vida o el patrimonio de las personas. at momento () de expresar
su decisión, no expresan las razones que las justifican".

De esta manera. compartimos la opinión de Montero Aroca sobre el particular, quien


sostiene que "lo difícil es llegar a saber que es realmente el 'debido proceso', pues,
(...) la frase es bellísima retóricamente, pero que técnicamente no solo no dice nada,
sino que constituye Ia negación misma del proceso y de la ciencia procesal. En
efecto, incluso en los Estados Unidos se admire que la expresión tiene un sentido
flexible y de acomodación a los tiempos, en el que se introducen elementos
jurídicos, pero también políticos, sociológicos, éticos y morales de contornos poco
definidos, y ello hasta el extremo de que no se define positiva y de modo general lo
que sea el debido proceso, sino que la jurisprudencia ha ido y sigue diciendo caso
por caso que una determinada actividad o la falta de la misma en un proceso da
lugar a la vulneración del derecho a un debido proceso". De esta manera, en opinión
de Montero Aroca la noción de "debido proceso" que surge en la Constitución de los
Estados Unidos se debe a que el constituyente norteamericano desconocía los
enunciados fundamentales de la ciencia procesal: "el error de partida está en que no
se tenía ni se tiene una noción clara de lo que es el proceso ni de los principios que
to conforman, pues si se hubiera tenido se habría comprendido que lo que el
constituyente norteamericano pretendía era simplemente proclamar que ninguna
persona podía ser privada de la vida, de la libertad o de la propiedad sino por medio
del proceso, sin que la palabra debido añada nada al derecho.
absurda por el sistema jurídico norteamericano. Este sistema puede ser adecuado
en su medio, pero desde luego no tiene sentido pretender copiar to que no puede
adecuarse en sistemas jurídicos distintos''

3.2. EL DEBIDO PROCESO APLICABLE A TODOS LOS ÁMBITOS.

Precisamente debido at desarrollo jurisprudencial que ha tenido en los


Estados Unidos el derecho al debido proceso, la jurisprudencia fue ampliando su
aplicación a ámbitos distintas at proceso jurisdiccional, to que ha determinado que
sea mayor la complejidad que debe afrontar quien intenta definir dicho derecho.
"Este es el momento oportuno para recordar la enorme complejidad de la institución
del que procesos of law no solo en los Estados Unidos sino en general en los países
de tradición jurídica anglosajona, y la razón de dicha complejidad es que la
institución se ha ido desarrollando a través del sistema de creación jurisprudencial
del derecho a lo largo de más de siete siglos, con to que en la actualidad su
presencia es patente en todos los ámbitos relevantes del derecho y en relación a los
bienes o derechos fundamentales de la persona, vida, libertad y propiedad"

El desarrollo de la jurisprudencia de los Estados Unidos ha determinado pues que se


afirme que el debido proceso no solo debe ser respetado en procesos
jurisdiccionales, sino en cualquier otro ámbito: procedimiento administrativo o
procedimientos entre particulares, por ejemplo; noción que ha sido recogida incluso
por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (").

En el Perú, esa es la principal razón por la que se sostiene que el reconocimiento del
debido proceso hubiera sido suficiente en nuestro texto constitucional, sin que se
reconozca el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva. Nosotros somos de la opinión
que en la medida que el proceso supone el ejercicio de la función jurisdiccional del
Estado, los particulares tienen un sinnúmero de derechos que solo son aplicables y
oponibles en ella y ante ella. En eso consiste el complejo de derechos que forman
parte del derecho a la tutela jurisdiccional efectiva. Sin embargo, no se puede
transportar todo ese complejo de derechos a ámbitos distintos al jurisdiccional, como
al procedimiento administrativo o a procedimientos entre particulares, pues la
naturaleza de estos es sustancialmente distinta. Ello no quiere decir que en estos
procedimientos no exista una serie de derechos que deben ser respetados por
todos, como el derecho de defensa, a la prueba, etcétera; y que tienen naturaleza
constitucional; sin embargo, existen otros que no pueden ser transportados a
ámbitos distintos al jurisdiccional, como el derecho a la doble instancia, a la
efectividad de las sentencias o a Ia cosa juzgada, para citar algunos ejemplos.

En ese sentido, si bien existen derechos constitucionales que deben ser


respetados ineludiblemente por todos en el procedimiento administrativo y en
procedimientos entre particulares, creemos que ese hecho no debe llevarnos a
considerar que existe un gran derecho: el derecho al debido proceso que pueda
enunciarse para todos los ámbitos de manera uniforme. Creemos que se debe
reconocer constitucionalmente tanto el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva
como un derecho a un "debido proceso o procedimiento"; sin que se tenga que tratar
de mezclar ambos derechos, pues hacerlo significaría crear un artificio inconsistente
en la medida que a la larga la confusión que se produce al intentar designar con un
mismo nombre dos situaciones complejas distintas determina un gran peligro de que
ninguno de esos dos derechos constitucionales tenga una efectiva vigencia.
Repetimos, no dudamos, sino que reafirmamos que, tanto en el procedimiento
administrativo, como en procedimientos entre particulares, se deben respetar
derechos fundamentales como la defensa; pero debemos tener mucho cuidado de
no mezclar ni confundir fenómenos que, por naturaleza, son distintos.
De esta manera, dejar de lado o no reconocer el derecho a la tutela jurisdiccional
efectiva, seria retroceder altos; sería dejar a los particulares en un inminente riesgo
DOCTRINA NACIONAL.

La inclusión en el inciso 3 del artículo 139 de la Constitución Política de 1993 de los


derechos al debido
proceso y a la tutela jurisdiccional efectiva ha generado una diversidad de posiciones
en la doctrina nacional acerca de la relación entre ambos derechos constitucionales,
muchas de las cuales son, incluso, anteriores al propio texto constitucional.
En ese sentido, podemos identificar los siguientes grupos de posiciones en la
doctrina nacional acerca de la relación que existe entre debido proceso y tutela
jurisdiccional efectiva:

a) El derecho al debido proceso es una manifestación del derecho a la tutela


jurisdiccional efectiva (Eguiguren Praeli("), Monroy Gálvez("), Ticona Postigo(").
b) El derecho a la tutela jurisdiccional efectiva y el derecho al debido proceso se
relacionan por un estricto orden secuencial, de forma que primero opera el derecho
a la tutela jurisdiccional efectiva y luego el debido proceso. Nótese que en esta tesis
el debido proceso no es una manifestación del derecho a la tutela jurisdiccional
efectiva, como se sostiene en la tesis anterior (Espinosa-Saldalia, López Flores)
c) El derecho a la tutela jurisdiccional efectiva y el derecho al debido proceso son, en
sustancia, lo mismo.
d) El reconocimiento del derecho al debido proceso hace innecesario reconocer el
derecho a la tutela jurisdiccional efectiva, pues los elementos que configuran este
derecho se encuentran dentro del primero. En ese sentido, como el derecho al
debido proceso es un derecho de alcance mucho más general que el derecho a la
tutela jurisdiccional efectiva (pues el primero se aplica en todos los ámbitos mientras
que el segundo solo a los procesos judiciales) debe reconocerse solo el derecho al
debido proceso (Bustamante Alarcón)

3.4. EL DEBIDO PROCESO Y LA TUTELA JURISDICCIONAL EFECTIVA EN LA


JURISPRUDENCIA DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL.

No pretendemos realizar un exhaustivo estudio de la jurisprudencia del Tribunal


Constitucional Peruano sobre las relaciones entre el derecho a la tutela jurisdiccional
efectiva y el debido proceso, sin embargo, quisiéramos dedicarle solo algunas líneas
a este tema atendiendo fundamentalmente a algunas resoluciones del Tribunal
Constitucional.

Una sentencia que nos parece emblemática es la expedida por el Tribunal


Constitucional en el expediente No. 615-1999-AA/TC en la cual se establece lo
siguiente:
"En ese sentido, el Tribunal Constitucional debe recordar que el derecho
constitucional a la tutela jurisdiccional, reconocido en el inciso 3 del artículo 139 de
la Constitución, no solamente consiste en el derecho de acceder a un tribunal de
justicia en forma libre, sin que medien obstáculos que impidan o disuadan
irrazonablemente su acceso, que sea independiente y se encuentre previamente
determinado por la ley (sic), sino también que las resoluciones que los tribunales
puedan expedir resolviendo la controversia o incertidumbre jurídica sometida a su
conocimiento sean cumplidas y ejecutadas en todos y cada uno de sus extremos, sin
que so pretexto de cumplirlas, se propicie en realidad una burla a la majestad de la
administración de la justicia en general y, en forma particular, a la que corresponde a
la justicia constitucional". Esta sentencia sin duda refleja la tesis doctrinaria según la
cual el debido proceso forma parte integrante del derecho a la tutela jurisdiccional
efectiva.
Constitución de 1993, al tiempo de reconocer una serie de derechos
constitucionales, también ha creado diversos mecanismos procesales con el objeto
de tutelarlos. A la condición de derechos subjetivos del más alto nivel y, al mismo
tiempo, de valores materiales de nuestro ordenamiento jurídico, le es consustancial
el establecimiento de mecanismos encargados de tutelarlos, pues es evidente que
derechos sin garantías no son sino afirmaciones programáticas, desprovistas de
valor normativo. Por ello, si bien puede decirse que, detrás de la
constitucionalizarían de procesos como el habeas corpus, el amparo o habeas data,
nuestra Carta Magna ha reconocido el derecho (subjetivo-constitucional) a la
protección jurisdiccional de los derechos y libertades fundamentales".

Resulta pues manifiesta la expresión de nuestro máximo intérprete de la


Constitución de que los derechos necesitan ser efectivos y que para ello se requiere
de la protección jurisdiccional de los mismos, de allí que la Constitución haya
reconocido el derecho a la "protección jurisdiccional de los derechos y reconocer el
derecho a una tutela jurisdiccional efectiva, por la sencilla razón de que los
elementos de esta Ultima están comprendidos dentro del primero “libertades
fundamentales" cuyo reconocimiento, como lo sostiene la propia sentencia "es
consustancial al sistema democrático". De esta manera, el Tribunal Constitucional
entiende que "el reconocimiento de derechos fundamentales y el establecimiento de
mecanismos para su protección constituyen el supuesto Básico del funcionamiento
del sistema democrático".

Una primera interpretación de dicha sentencia podría Ilevarnos a concluir que el


derecho a la protección jurisdiccional de los derechos y libertades es sinónimo del
derecho a Ia tutela jurisdiccional efectiva, sin embargo, más adelante en la propia
sentencia el Tribunal Constitucional sostiene "el concepto de `proceso regular' (...)
esta inescindiblemente ligado al desarrollo normal y respeto escrupuloso de los
derechos de naturaleza procesal: el de tutela jurisdiccional efectiva y el debido
proceso y, con ellos, todos los derechos que lo conforman".

Luego, refiriéndose al caso que resolvía el Tribunal Constitucional manifiesta: "no


puede decirse que el habeas corpus sea improcedente para ventilar infracciones a
los derechos constitucionales procesales derivadas de una sentencia expedida en
un proceso penal, cuando ella se haya expedido con desprecio o inobservancia de
las garantías judiciales mínimas que deben observarse con toda actuación judicial,
pues una interpretación semejante terminaría, por un lado, por vaciar de contenido al
derecho a la protección jurisdiccional de los derechos y libertades
fundamentales y, por otro, promover que la cláusula del derecho a la tutela
jurisdiccional (efectiva) y el debido proceso no tengan valor normativo". En esta parte
de la sentencia el Tribunal Constitucional reclama que tanto el derecho a la tutela
jurisdiccional efectiva, como el debido proceso tengan, como cualquier otro derecho
fundamental, un mecanismo de tutela o protección jurisdiccional, y esa es una
manifestación más del derecho a la protección jurisdiccional de los derechos y
libertades fundamentales.

En lo personal creemos que existe un derecho a la tutela (o protección) jurisdiccional


efectiva de todas las situaciones jurídicas de ventaja reconocidas por un
ordenamiento jurídico; incluidas, claro está, todas las situaciones jurídicas de ventaja
fundamentales o derechos fundamentales. Pero no existe un derecho a la protección
jurisdiccional de los derechos y libertades fundamentales distinto al derecho a la
protección o tutela jurisdiccional de todos los demás derechos.

Por ello, creemos que el uso que hace el Tribunal Constitucional de Ia expresión
"derecho a la protección jurisdiccional de los derechos y libertades fundamentales"
podía haberse evitado haciendo uso de la expresión "derecho a la tutela
jurisdiccional efectiva" que, además, se encuentra expresamente prevista en la
Constitución. De esta manera, lo único que se está haciendo es contribuir a la
derechos.

Otra sentencia que podría ayudarnos a comprender lo señalado por el Tribunal


Constitucional sobre el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva es la sentencia
expedida el 3 de enero de 2003 en el proceso de inconstitucionalidad seguido contra
los Decretos Leyes No. 25475, No. 25659, No. 25708, No. 25880 y No. 25744
(expediente No. 010-2002-AI/TC). En el numeral 10.1. de esta sentencia el
Tribunal Constitucional vuelve a mencionar lo siguiente: "nuestra Carta Magna ha
reconocido el derecho (subjetivo-constitucional) a la protección jurisdiccional de los
derechos y libertades fundamentales. Un planteamiento en contrario conllevaría la
vulneración del derecho a la tutela jurisdiccional o derecho de acceso a la justicia
reconocido por el artículo 139 inciso 3 de la Constitución". Esta vez el Tribunal
Constitucional usa como sinónimos el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva y el
derecho de acceso a la justicia; y los relaciona, aunque no de manera clara, al
menos para el autor de este trabajo con el derecho a la protección jurisdiccional.

Más adelante, en el numeral 10.4. de la misma sentencia, el Tribunal Constitucional


afirma que: "el artículo 8, numeral 1 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos garantiza el derecho a la protección jurisdiccional de todos los individuos
y, en consecuencia, nadie puede ser impedido de acceder a un tribunal de justicia
para dilucidar si un acto, cualquiera sea el órgano estatal del que provenga, afecta o
no sus derechos reconocidos en la Constitución o en la Convención Americana
sobre Derechos Humanos". Nuevamente pareciera aquí utilizarse indistintamente las
nociones de protección jurisdiccional de los derechos y acceso a la justicia.
De esta manera, somos de la opinión que la jurisprudencia del Tribunal
Constitucional Peruano no ayuda en la tarea de aclarar los derechos contenidos en
la Constitución.
Uno de los aspectos clave para afrontar la falta de acceso a la justicia está referido a
la «invisibilización» de aquellos obstáculos que hacen imposible acceder a
instancias en las que los ciudadanos puedan hacer valer sus derechos y/o resolver
sus conflictos de manera real. Es una situación especialmente relevante en
sociedades como la nuestra, que atraviesan por diferencias que conducen a que
ciertos grupos de personas —no precisamente minoritarios— atraviesen de facto
situaciones de discriminación debido a su condición socioeconómica, física, de
género, racial, cultural, etcétera.
Después de todo, el derecho de acceder a la justicia tiene que ser garantizado para
que su ejercicio pueda serlo en condiciones de igualdad, de allí que exista la
obligación estatal de remover todos los obstáculos que impiden su ejercicio, como
en reiteradas ocasiones lo ha establecido la jurisprudencia de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos.
En este sentido, los obstáculos o barreras que impiden el acceso a la justicia
pueden ser agrupados en tres clases: las barreras institucionales que afectan a toda
la población, indistintamente de su posición social o económica; las barreras
económicas que afectan las transacciones y el desarrollo de un país, así como a
sectores poblacionales precarios; y las barreras sociales que afectan a determinados
grupos sociales, especialmente a los tradicionalmente marginados.

1. BARRERAS INSTITUCIONALES
Son aquellos obstáculos que involucran a sectores significativos no mayoritarios de
la población. Se refieren a las barreras que el propio sistema de justicia origina por
su concepción o diseño, y que conducen a que los ciudadanos no recurran a aquel.
Entre ellos tenemos:

1.1. EDUCACIÓN JURÍDICA


Se refiere a cómo se concibe la educación de los profesionales del Derecho:
sumamente formalista, neutra y bastante distante de la realidad y de los conflictos
más recurrentes de la población. Esto se evidenciará de modo grave cuando la
brecha entre el discurso jurídico y lo cotidiano alcance niveles más altos, lo que
conduciría, con cierta frecuencia, a prescindir de los modos de solución de conflictos
tradicionales basados en una ley extraña o desfasada de la sociedad. Al respecto,
se trataría de «un modelo de enseñanza que busca reproducir un cierto orden pre-
constituido por los códigos y leyes y que, por ello, descalifica la crítica externa.

1.2. CARGA PROCESAL


Se refiere a la voluminosa congestión de los despachos judiciales con una serie de
expedientes pendientes por resolver, que hacen que los procesos tarden demasiado.
Se atribuye con cierta ligereza a cierta «litigiosidad» de la población que ingresaría
excesivas causas, cuando recientes estudios señalan que tendría más bien que ver
con la baja productividad del Poder Judicial

1.3. ORGANIZACIÓN DEL PODER JUDICIAL Y DE OTRAS INSTITUCIONES


DE JUSTICIA
Se refiere a la poca adaptabilidad y disposición a modernizar la administración de los
despachos judiciales, distantes geográficamente de las principales necesidades
jurídicas de la población. Este problema comprende a otras instituciones vinculadas,
tales como el Ministerio Público, el Ministerio de Justicia, el Consejo Nacional de la
Magistratura y la Academia de la Magistratura.

1.4. PRESUPUESTO DEL PODER JUDICIAL Y DE OTRAS INSTITUCIONES


DE JUSTICIA
Se refiere a la poca disposición de los poderes públicos para atender las demandas
de más recursos y a la manera en que estos son asignados: priorizan gastos fijos,
2. BARRERAS SOCIALES
Afectan a determinados grupos sociales por su situación de desigualdad real o
vulnerabilidad, lo cual se evidenciará al pretender acceder a alguna instancia de
impartición de justicia. Entre ellas tenemos:

2.1. BARRERAS LINGÜÍSTICAS


A pesar de que en el Perú existen varios millones de personas que hablan idiomas
distintos del castellano, es casi remota la posibilidad de expresarse en su lengua
materna durante un proceso judicial, por la ausencia de intérpretes, aun cuando se
trata de una garantía del debido proceso. De este modo, se aprecia la inexistencia
de políticas estatales que promuevan la incorporación de funcionarios judiciales
bilingües o de un sistema oficial de traductores judiciales. Al respecto, el Poder
Judicial no cuenta con un registro de los distritos judiciales donde se requieren
operadores de justicia que manejen idiomas nativos e indígenas. Tampoco se
designa jueces y fiscales con conocimiento del idioma quechua o aymara para las
zonas del país donde están asentadas las comunidades campesinas o nativas.

2.2. BARRERAS CULTURALES


Si bien no existen estadísticas determinantes, dependiendo de alguna variable, entre
25% y 48% de los hogares en el país se autodenominan indígenas. A partir de ello,
adquiere total relevancia la discusión sobre cómo está diseñado el actual sistema
estatal de justicia, sobre su pertinencia y la cultura jurídica predominante, que no
responden necesariamente a las demandas jurídicas de la población no urbana u
occidental. En tal sentido, es conveniente la discusión acerca de lo que entendemos
por diversidad cultural y de cómo ello afecta la práctica jurídica vigente al resolver
conflictos.

Ello porque esta realidad debiera generar en nuestro país el replanteamiento de la


noción de que existe un solo sistema jurídico para atender esta diversidad, cuando lo
pertinente es que, al existir diversos espacios regulatorios, en este caso de
comunidades campesinas y nativas, debiera reconocerse esta situación y crear las
condiciones para una óptima coordinación con el sistema estatal, de forma que sea
la población aquella favorecida con este intercambio.

Se reafirma este punto de vista cuando la propia normativa constitucional e


internacional establece que nuestro país se ratifica como respetuoso del derecho a
la identidad cultural y, concretamente, reconoce el pluralismo jurídico establecido en
la Constitución Política (artículo 149), que implica el respeto de las formas de
resolución de conflictos impartidas desde las comunidades campesinas y nativas,
así como desde las rondas campesinas.

Sin embargo, este reconocimiento no ha sido suficiente para que los operadores
estatales de justicia apliquen dicha normativa. Ello ha generado diversos callejones
sin salida, porque al intentar aplicar el artículo constitucional 149 se ha reparado en
la ausencia de una norma de desarrollo legislativo que determine el reparto de
competencias entre ambos sistemas jurídicos.

Al respecto, si bien es cierto el citado artículo 149 establece la necesidad de una ley
de desarrollo, ello no significa que se encuentre en suspenso el reconocimiento de la
potestad jurisdiccional de las comunidades campesinas, nativas y de las rondas, ya
que, de la lectura de dicho texto, se desprende este reconocimiento. En este sentido,
el debate radica en cómo esta ideología jurídica legalista tolera que la norma
constitucional prevalezca y que se plasme en el accionar de los operadores.

2.3. BARRERAS DE GÉNERO

Se encuentra referida a la discriminación que sufren las mujeres y que se les impide
relación con el acceso a la justicia.

Por otro lado, estudios realizados por la Organización de las Naciones Unidas ha
señalado que la mayoría de los 1.500 millones de personas que viven en la pobreza
son mujeres a quienes se les ven privadas de acceder a recursos como prestamos,
tierra, herencia
Al mismo tiempo conviene señalar que dichos obstáculos se incrementan o afectan
de manera más significativa a las mujeres indígenas y afrodescendientes debido a
los problemas de discriminación racial, étnica y socioeconómica que enfrentan, y
esto es debido a que están particularmente expuestas al menoscabo de sus
derechos por causa del racismo.

3. BARRERAS ECONÓMICAS

Aquí nos referimos básicamente a cómo la pobreza impacta en la concreción del


derecho a la justicia. Al respecto, diversos enfoques han centrado la magnitud de
este problema en relación con la insatisfacción de una serie de derechos
económicos y sociales, de allí que en tiempos recientes se vincule la noción de
pobreza con ciudadanía, la cual se vería también afectada cuando no se concreta el
cumplimiento de una serie de derechos que incluyen los de acceder a alguna de las
formas legitimadas de resolución de conflictos reconocidas en el país

Asimismo, frente a la constatación de que alrededor del 40% de la población se


encuentra en cierto nivel de pobreza, los costos económicos de acceder a alguna
forma de resolución de conflictos representan una traba para un buen porcentaje de
ciudadanos en el país. Aquí pueden identificarse como principales barreras los
costos que deben asumirse para litigar, ya sea por aranceles judiciales o por
honorarios de abogados.

Sobre lo primero, los costos formales de un proceso judicial resultan una forma
indirecta de discriminación para personas de menores recursos. Si a ello agregamos
las serias dificultades que existen desde el Estado para proveer de defensa letrada
gratuita a quienes no pueden asumirla, tendremos un panorama de evidente
indefensión para un segmento social específico. Al respecto, según cifras del
Ministerio de Justicia, existen alrededor de setecientos abogados de oficio que
ejercen esta labor en todo el país, cifra claramente insuficiente si se considera la
demanda por este servicio.

Sobre los pagos por tasas judiciales, debería reevaluarse la posibilidad de


establecer la exoneración del pago por este requisito a los pobladores de aquellos
distritos identificados por debajo de la línea de pobreza, así como difundir y
flexibilizar en los demás lugares la posibilidad de acogerse al auxilio judicial.

Otro obstáculo tiene que ver con los costos informales y se refiere a la corrupción
existente en las instancias estatales de justicia que desalientan a que el ciudadano
acuda a ellas para dirimir sus controversias.

4.2. HACIA UN SISTEMA DE JUSTICIA INCLUSIVO.

Los últimos documentos de trascendencia nacional que se han referido a la reforma


del sistema de justicia han sido los informes finales de la Comisión Especial de
Reforma Integral de la Administración de Justicia (CERIAJUS) y el Acuerdo
Nacional, ambos entre 2003 y 2004. En el primer caso, el capítulo inicial de dicho
informe señaló que el propósito reformador que orientaba aquel trabajo tenía como
objetivo la búsqueda de un sistema de justicia inclusivo, que eliminase las
desigualdades existentes en el país; de allí que, entre otros temas, incorporara de
modo explícito la jurisdicción comunal, así como una serie de recomendaciones para
que su reconocimiento no quedase en fórmulas declarativas.
judicatura», y establecía el compromiso de garantizar el acceso universal a la
justicia, promover la justicia de paz y la autonomía, independencia y el presupuesto
del Poder Judicial, así como regular la complementariedad entre este y la justicia
comunal.

De tal modo, en ambos textos se admitía una realidad innegable: la existencia en


nuestro medio de una pluralidad de sistemas jurídicos sustentados en diversas
tradiciones culturales de comunidades campesinas y amazónicas, respectivamente,
que debían ser incorporados al discurso oficial, mediante políticas concretas para
favorecer estas prácticas, entre los cuales se encuentra la facultad de impartir
justicia. Se buscaba ampararlas, así, en coherencia con lo postulado en el artículo 2,
inciso 19, de la Constitución Política, que reconoce el derecho a la identidad étnica y
cultural.

Esta clara opción no ha tenido en las gestiones públicas sucesivas el empuje


necesario para traducirlas en medidas concretas, que promoviesen este nuevo
enfoque del acceso a la justicia que permitiera una diferente agenda de temas que
transformara el actual sistema hacia uno más democrático e incluyente. Esto puede
explicar por qué existe una brecha cada vez más ancha entre el funcionamiento de
las instituciones vinculadas con la justicia y la percepción ciudadana al respecto.
Extraña mucho esta desidia estatal para asumir políticas públicas que favorezcan
medidas específicas en favor de los grupos vulnerables, que tengan una
consistencia en el tiempo y que sean coherentes. Por ello proponemos algunas
ideas, sin pretender cerrar la discusión, de lo que por lo menos debiera efectivizarse:

1. Establecer, como punto de consenso para llevar a cabo una reforma de la


administración de justicia, una visión integral que comience por reconocer que el
acceso a la justicia es el campo de partida para los demás temas.
2. Reconocer una noción de acceso a la justicia en el sentido más amplio posible
(enfoque integral), que requiere la participación de diversas instancias estatales
vinculadas con la administración de justicia. No es un tema que solo ataña al Poder
Judicial o al Ministerio de Justicia.
3. Es fundamental la participación ciudadana en la identificación de sus necesidades
jurídicas, por lo que los poderes públicos debieran esmerarse en indagar primero
acerca de ellas para establecer las respuestas idóneas que pueden provenir del
Estado o de los particulares.
4. Establecer, como ejes transversales en la adopción de medidas en favor del
acceso a la justicia, los enfoques de interculturalidad y género. En el primer caso,
dada la heterogeneidad cultural y lingüística del país, es importante efectivizar el
pluralismo jurídico que establece la Constitución Política. En el segundo caso, se
trata de tomar en consideración, en cada una de las medidas reformadoras, el
impacto diferenciado que tienen en varones y mujeres.

4.3. ACCIÓN Y TUTELA EFECTIVA

Referirse a qué entendemos por este concepto requiere de una revisión exhaustiva
de cómo ha evolucionado en el tiempo. Inicialmente y desde un enfoque general,
aludir al derecho al acceso a la justicia significaba que los ciudadanos puedan hacer
valer sus derechos y/o resolver sus disputas bajo el auspicio del Estado. Sin
embargo, esta noción ha transitado sucesivas etapas que van desde el
establecimiento de una asociación directa con garantías procesales básicas (tutela
judicial), de acuerdo con las cuales resultaba suficiente proveerle al ciudadano de
más tribunales de justicia y de mejor calidad, con lo que se satisfaría esta noción,
hasta una visión vinculada a un derecho más complejo, referido a toda clase de
mecanismo eficaz que permita solucionar un conflicto de relevancia jurídica.
aciertos u omisiones, y, en otro, plantear un enfoque radicalmente distinto que afirme
la transformación del sistema de justicia hacia uno inclusivo y pluralista. No estamos,
por lo tanto, ante diferencias de matiz, ya que la opción por una u otra visión de lo
que se entiende por acceso la justicia conllevaría un desarrollo de acciones de
política pública con enfoques distintos.

Pocas investigaciones se han ocupado de este asunto. Es casi obligatorio referirse


al proyecto de Florencia para el acceso a la justicia que Mauro Cappelletti dirigió en
la pasada década de 1970, en el que se pasa revista de los diversos esfuerzos
llevados a cabo por varios países para contrarrestar las diversas barreras de acceso,
asociadas básicamente con la noción de pobreza legal y con la ausencia del Estado,
sea porque no se le dotaba de los recursos suficientes para contar con el número
necesario de abogados de oficio o porque la población desconocía sus derechos.
Más tarde, en el continente latinoamericano, algunas organizaciones internacionales
se empezaron a plantear el tema por su evidente conexión con el desarrollo de los
derechos humanos y la búsqueda de justicia social, tomando en cuenta,
especialmente las particularidades de la realidad diversa y heterogénea de nuestros
países. Este ha sido el caso del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) que, en
asociación con el Instituto Interamericano de Derechos Humanos, realizó en 1999
una investigación, en siete países de la región, sobre el fortalecimiento del acceso a
la justicia, con la idea de influir en otros organismos de cooperación, para que
incorporasen dentro de sus líneas de acción la noción de acceso desde un enfoque
más equitativo, para atender a los grupos desprotegidos, y desde una perspectiva de
desarrollo, es decir, que se asuma como presupuesto necesario en la elaboración de
políticas públicas sobre reforma de la justicia, a partir del entendimiento de que se
trata de un derecho fundamental que no puede ser dejado de lado.

Estos novedosos enfoques han ido madurando, gracias a nuevas investigaciones y


porque la realidad obligaba a considerar que, por más esfuerzos de reforma de la
justicia que se hiciesen, si no se tomaba en cuenta a la mayoría de la población que
no accedía a los tribunales jurisdiccionales, no se alcanzaría la meta de satisfacer el
derecho al acceso efectivo a la justicia. Así, pues, se ha ido produciendo una
paulatina mutación del derecho fundamental a acceder a la justicia como un derecho
«para todos» hacia un derecho «para quienes carecen de medios» por su posición
económica, racial, de género, cultural, etcétera.

¿Qué es entonces acceso a la justicia?


A partir de la evolución que ha ido sufriendo este concepto, hoy se lo puede definir
como el derecho de las personas, sin distinción de sexo, raza, edad, identidad
sexual, ideología política o creencias religiosas, a obtener una respuesta
satisfactoria ante sus necesidades jurídicas. De esta definición, se colige que acceso
efectivo a la justicia no es equivalente a tutela judicial del Estado, ya que tal
aproximación reduce este derecho fundamental a brindar garantías judiciales antes y
durante un proceso judicial, cuando en la inmensa mayoría de casos la población ni
siquiera puede acceder a un tribunal.

Tampoco creemos que la noción planteada pueda asociarse solamente con mejorar
la cobertura estatal. Al respecto, es pertinente referirse a las distintas concepciones
que reposan detrás de esta idea. Por un lado, tenemos un enfoque institucionalista
que «se centra en la maquinaria del ámbito público de la administración de justicia”.
Para esta corriente, el problema de necesidades jurídicas se podrá abordar con más
tribunales, mejores equipamientos y más recursos humanos, lo que permitirá ampliar
la atención del Estado.

Por otro lado, está el enfoque integral de acceso a la justicia, promovido inicialmente
desde el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), pero asumido
posteriormente por diversas organizaciones de la sociedad civil que velan por la
reforma de la justicia, especialmente en Latinoamérica. Esta visión entiende el
En nuestra opinión, este es el enfoque más apropiado para la realidad de nuestros
países, ya que supone el punto de partida más completo para describir los serios
problemas que se presentan cuando no se satisfacen las necesidades jurídicas de la
población tradicionalmente excluida ni la forma como podrían ser mejor abordadas.
Asimismo, desde esta concepción es entendible que se asuma que el acceso a la
justicia es ante todo un derecho por el que el ciudadano, en tanto titular de tal
derecho, puede exigirle al Estado su cumplimiento o las medidas para que sean
efectivos. Así se descartan aquellas nociones que entienden a la justicia solo como
un servicio en el que el litigante es un usuario (cliente), que puede, eventualmente,
ver cómo aquel queda restringido, es afectado por sus altos costos o incluso resulta
privatizado.

De manera complementaria, cabe plantear que cualquier diseño y ejecución de


políticas públicas que se quiera implementar en nuestra realidad tendrá que
descartar como línea de inicio aquella visión que concibe que la reforma de la
justicia es equivalente a la mejora de su acceso. Por el contrario, desde este nuevo
enfoque, lo pertinente sería referirse a la transformación del sistema de justicia,
entendiendo por ello la modificación de:

los mecanismos perpetuadores [sic] de la desigualdad a instancias de participación y


empoderamiento lo cual pasará por la adopción de una estrategia en materia de
justicia asentada en:
1) ampliación de la cobertura estatal
2) incorporación al sistema de justicia de los mecanismos tradicionales y
comunitarios de resolución de conflictos;
3) focalización de las políticas públicas en los grupos más vulnerables y
desprotegidos de la sociedad.

Por tanto, dependiendo de cómo plantean sus estrategias los diseñadores de


políticas públicas en materia de justicia, podremos descifrar si los esfuerzos se están
encaminando realmente hacia la superación de las barreras de acceso a la justicia o
si solo están promoviendo mejoras cuantitativas o cualitativas de los recursos
judiciales, sin alterar la asimetría de partida de los ciudadanos para ingresar a un
sistema de resolución de conflictos.

Del mismo modo, a nivel jurisprudencial, dependiendo de cómo se interpreta el


derecho de acceso a la justicia frente a la tutela jurisdiccional, apreciaremos la
mirada que nuestros jueces brindan a uno u otro enfoque. Si se insiste en sostener
que el derecho a la tutela jurisdiccional tiene entre sus atributos el acceso a la
justicia, entendido solo como el derecho de cualquier persona a promover la
actividad jurisdiccional del Estado sin que se le obstruya, impida o disuada
irrazonablemente, así como el derecho a la efectividad de las resoluciones judiciales;
o si se prefiere replantear este razonamiento para coordinar una lectura conjunta del
derecho a la justicia con el principio de igualdad, de manera que el derecho al
acceso sea el género y el derecho a la tutela la especie. Después de estas
precisiones, más que insistir en la creación de nuevas unidades jurisdiccionales,
pensando erróneamente que de este modo se promueve una mayor atención a los
justiciables, debería reflexionarse acerca de qué se está haciendo para incluir
(reconocer) mecanismos comunitarios de resolución de conflictos, como la justicia
de paz y la justicia indígena, y cómo se piensa diagnosticar las necesidades jurídicas
de los grupos más desprotegidos de la población, de manera que allí puedan
dirigirse los recursos materiales y humanos que el Estado tiene la obligación de
proveer
CAP. V EL RECHAZO LIMINAR DE LA DEMANDA

5.1. EL RECHAZO IN LIMINE DE LA DEMANDA Y EL DERECHO DE ACCESO A


LA JUSTICIA.
El rechazo in limine de la demanda nos lleva necesariamente a preguntarnos si la
facultad que tiene el Juez de rechazar ab initio la demanda sin siquiera emplazar con
ella al demandado, lesiona o no el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva; en
concreto, el derecho de acceso a la justicia
Cappelletti y Garth consideran al derecho al acceso efectivo a la justicia como un
derecho básico. Dicho derecho se expresa en el libre e igualitario acceso a los
órganos jurisdiccionales, convirtiéndose de esta manera en la verdadera garantía de
acceso al proceso que, con carácter de fundamental, corresponde a todo ciudadano.
Ello lleva a que los citados autores hayan llegado a sostener que: “El acceso efectivo
a la justicia se puede considerar, entonces, como el requisito más básico –el
“derecho humano” más fundamental– en un sistema igualitario moderno, que
pretenda garantizar y no solamente proclamar derechos de todos”.

La razón de ello es que el acceso a la jurisdicción es el “primer eslabón de la


cadena” que supone el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva. Sin él, no hay
posibilidad de obtener ni gozar de ninguno de los derechos que integran el derecho
a la tutela jurisdiccional efectiva, siendo por ello el presupuesto necesario para
garantizar el respeto de todos los demás derechos constitucionales relativos al
proceso.
Este derecho supone que toda persona tiene derecho a exigir la protección
jurisdiccional ante cualquier lesión o amenaza de lesión de cualquier derecho o
interés legítimo. Basta la sola alegación de que ellas se producen para poder acudir
al órgano jurisdiccional. De este modo, el legislador no puede prohibir el acceso a
los tribunales para la protección de un derecho o interés legítimo específico, pues
ello claramente afectaría el derecho de acceso a la justicia, dejando en el más grave
desamparo a las personas que vean afectadas esa situación jurídica. “Dicho de otra
forma, en principio no puede existir un derecho o interés legítimo cuyo
cuestionamiento no pueda tener acceso a la jurisdicción”. Por su parte, no puede el
Juzgador, previamente, sin haber dado el correspondiente trámite al proceso,
rechazar una demanda alegando que no hay razones que justifiquen la protección
del derecho. En esos términos el derecho de acceso a la justicia se presenta como
un auténtico derecho al proceso y a su tramitación.
legislador no es absoluta, es decir, el Congreso de la República no está habilitado
para imponer cualquier tipo de requisito, sino que es necesario que, al hacerlo,
respete los criterios que se exigen para la limitación de cualquier otro derecho
fundamental, fuera de los cuales, la restricción se convierte en un acto
inconstitucional y, en consecuencia, en una inaceptable barrera al acceso a la
justicia.
En ese sentido, se ha pronunciado el Tribunal Constitucional, al señalar que: “Como
sucede con todos los derechos fundamentales, el de acceso a la justicia tampoco es
un derecho ilimitado cuyo ejercicio no pueda restringirse; sin embargo, siendo
posible establecer restricciones a su ejercicio, ellas no pueden afectar su contenido
esencial. La exigencia del respeto del contenido esencial de los derechos
fundamentales no se deriva de la existencia de una cláusula que, ex profeso, lo
señale así, sino, básicamente, del diverso nivel en el que opera el Poder
Constituyente (que los reconoce en normas constitucionales) y los poderes
constituidos (que sólo pueden limitarlos en virtud de leyes cuya validez depende de
su conformidad con la Norma Suprema del Estado)

La admisión de los límites a los derechos fundamentales y, dentro de ellos, el


derecho de acceso a la jurisdicción, no es sino la consecuencia de admitir que –
como hemos mencionado– en el Estado constitucional coexisten una serie de
valores y principios constitucionales, todos los cuales buscan obtener en conjunto su
máxima optimización, y ello no se logra, en ese sentido de ductilidad al que nos
hemos referido anteriormente, postulando derechos absolutos, pues ello supondría
necesariamente la colisión de unos con otros, sino más bien armonizándolos. Es por
ello que los límites al derecho al acceso a la justicia, solo son admisibles en la
medida que se justifiquen en la protección de otro valor o principio fundamental.
De esta manera, el Tribunal Constitucional ha señalado que: “Los requisitos
procesales o las condiciones legales que se puedan establecer a fin de ejercerse el
derecho de acción, constituyen, prima facie, límites al derecho de acceso a la
justicia. Para que éstos sean válidos, como se ha adelantado, es preciso que
respeten su contenido esencial Evidentemente, no están comprendidos en los
límites justificados por el ordenamiento, aquellos requisitos procesales que, so
pretexto de limitar el derecho de acceso a la justicia, introduzcan vías y mecanismos
que impidan, obstaculicen o disuadan, irrazonable y desproporcionadamente, el
acceso al órgano judicial”

De este modo, coincidimos con quienes alertan en que la facultad de rechazar


liminarmente la demanda supone una restricción al derecho al acceso a la justicia,
pero el solo hecho de ser una restricción no la convierte en inconstitucional. Del
mismo modo, el hecho que sea el legislador el que haya establecido un requisito
para la admisión de la demanda, no lo convierte en constitucional; así el Tribunal
Constitucional ha señalado que: “no todos los requisitos procesales que la ley
prevea, por el solo hecho de estar previstos en la ley o en una norma con rango de
ley, son de suyo restricciones ab initio plenamente justificadas”
Precisamente para evaluar en qué casos el establecimiento de condiciones o
requisitos pueden llegar a afectar el libre e igualitario acceso a la justicia, es
necesario hacer el test de proporcionalidad, que nos permite establecer cuándo la
restricción puede llegar a convertirse en inconstitucional. El test de proporcionalidad
aplicado al acceso a la justicia, supone lo siguiente:
a) La limitación del derecho de acceso a la justicia debe tener una finalidad
constitucionalmente legítima.
b) La limitación del acceso a la justicia debe ser adecuada e idónea para la
consecución de aquella finalidad que le sirve de sustento.
c) La limitación al acceso a la justicia debe presentarse como necesaria, es decir, es
la consecuencia de no existir un mecanismo menos gravoso.
d) La limitación del derecho fundamental debe resultar de un juicio de ponderación
entre los daños que ella origina y los beneficios que con ella se desean obtener.
restricción al derecho al acceso a la justicia, exige que el Juzgador encienda lo que
podríamos denominar su sistema de alerta constitucional, y ello supone la necesidad
de evaluar con sumo cuidado la constitucionalidad de la restricción, no aplicando la
norma ciegamente, sino estableciendo si ella es inconstitucional o no, con base al
test de proporcionalidad antes señalado. Si es inconstitucional no debe aplicarla,
justificando debidamente por qué no lo hace. Si es constitucional, debe evitar que la
aplicación que él haga de la norma en el caso concreto se convierta en
inconstitucional, y ello sucede cuando en su aplicación excede los parámetros
constitucionalmente admitidos para la restricción, o vuelve irrazonable su aplicación,
o la hace excesiva o innecesariamente gravosa. Por ello, en tanto que está
evaluando los límites dentro de los cuales se ejerce un derecho fundamental, el
Juzgador tiene claros mandatos al momento de evaluar si admite o no una
demanda:

a) Debe interpretar los requisitos establecidos por el legislador, siempre en el sentido


más favorable a la protección del derecho al acceso a la justicia.
b) Debe dar siempre el trámite de subsanación del defecto, aún en el caso en el que
la norma procesal señale lo contrario, cuando advierta que el defecto advertido es
por naturaleza subsanable.
c) En caso de duda, debe siempre admitir la demanda, es decir, preferir el ejercicio
del derecho fundamental al acceso a la justicia.

No actuar conforme a estos parámetros supone, claramente, cometer una infracción


constitucional, la más grave afectación que un funcionario público puede cometer
dentro del Estado.

La inadmisión o improcedencia de la demanda, es entonces absolutamente


excepcional. Esa consideración ha llevado a que precisamente se hable del principio
pro actione, o favor actione o favor processum, que significa que, en caso de duda,
el Juez debe admitir la demanda. Dicho principio ha sido expresamente recogido en
la Ley que regula el proceso contencioso administrativo y el Código Procesal
Constitucional.

A ello se debe también el hecho que los incisos 1 y 2 del artículo 427 del Código
Procesal establezcan que la ausencia del interés y la legitimidad para obrar que
justifican el rechazo liminar, sea manifiesta o evidente. Ello quiere decir que el uso
de esa facultad está reservado no solo en esos dos únicos casos, sino en todos los
demás casos, cuando el defecto en el presupuesto procesal sea absolutamente
claro, notorio e incontrovertible. Insisto, la regla general es la admisión de la
demanda. Su rechazo supone un acto absolutamente excepcional del juzgador, del
cual se hace responsable en caso de ser arbitrario o constituir una restricción
inconstitucional al acceso a la justicia.

5.2. EL RECHAZO LIMINAR DE LA DEMANDA EN LA LEGISLACIÓN


PROCESAL PERUANA.

El artículo 427 del Código Procesal Civil establece que el juez en un proceso civil
puede declarar la improcedencia de la demanda cuando advierta que el demandante
carezca de legitimidad o de interés para obrar, o cuando carezca de competencia, o
advierta la caducidad del derecho, o cuando el petitorio sea física o jurídicamente
imposible, exista una indebida acumulación de pretensiones o no exista conexión
lógica entre los hechos y el petitorio.

Esa norma fue tomada como punto de referencia para otras normas procesales
dictadas posteriormente, como el caso de la Ley Procesal del Trabajo, la que, de
manera general, se remite en esta parte a lo señalado en el Código Procesal Civil.
En el caso de la Ley que regula el proceso contencioso administrativo, se establecen
causales específicas por las cuales la demanda puede ser ab initio declarada
causales por las cuales el Juez puede declarar la improcedencia liminar de una
demanda en un proceso constitucional.

De este modo, resulta claro que el Código Procesal Civil recogió el modelo del
sistema jurídico latinoamericano, que luego fue seguido por las demás legislaciones
procesales peruanas en el sentido de otorgarle al Juez la potestad de rechazar
liminarmente una demanda ante supuestos especialmente previstos en la ley, antes
que incluso el demandado haya sido notificado con la demanda, poniendo, de esta
manera, fin al proceso apenas iniciado.

5.3. LOS FUNDAMENTOS CONSTITUCIONALES DEL RECHAZO LIMINAR DE


LA DEMANDA.

Para establecer, entonces, si el rechazo liminar de la demanda es constitucional, es


necesario determinar si dicha facultad encuentra justificación constitucional, es decir,
si la restricción al derecho al acceso a la justicia que supone el hecho que el juez
rechace ab initio la demanda, está basada en la protección de otro derecho
fundamental. En nuestra opinión, existen tres principios y derechos fundamentales
que justifican esa atribución: la efectividad de la tutela jurisdiccional, el derecho a
que el proceso dure un plazo razonable y la dignidad de la persona humana.

Ya en otra ocasión nos cupo la oportunidad de explicar largamente en qué consiste y


cuál es la importancia de la efectividad como rasgo esencial del derecho a la tutela
jurisdiccional. Sin embargo, basta en esta sede recordar lo ya mencionado en aquel
trabajo en el sentido que el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva no se agota en
el acceso de los ciudadanos al proceso, ni en que el proceso sea llevado con todas
las garantías previstas para su desarrollo; sino que alcanza hasta la satisfacción
plena de la situación jurídica material lesionada o amenazada. Por ello, Francisco
Chamorro sostiene que se puede hablar de cuatro grados de efectividad:

a) La efectividad de primer grado garantiza a los ciudadanos la obtención de una


respuesta del órgano jurisdiccional. La tutela jurisdiccional efectiva no se agota en el
mero acceso y en el proceso debido; sino que se requiere además una respuesta del
órgano jurisdiccional.
b) La efectividad de segundo grado garantiza que la resolución del órgano
jurisdiccional será una que resuelva el problema planteado. (razonable)
c) La efectividad de tercer grado garantiza que la solución al problema planteado
sea razonable y extraída del ordenamiento jurídico.
d) La efectividad de cuarto grado garantiza que la decisión adoptada por un órgano
jurisdiccional será ejecutada.

Lo trascendente es que, llegado el momento de dictar sentencia, se dicte una


resolución que ponga fin a la controversia y no una resolución que señale que no
puede existir pronunciamiento sobre el fondo, pues se ha advertido recién en ese
momento que en el proceso no se presentaba un presupuesto procesal. Llegar al
final del proceso para recién en esa oportunidad declarar que no puede existir una
resolución sobre el fondo del asunto, es lesionar el segundo grado de la efectividad.
De este modo, que el Juez continúe con un proceso que resulta de manera
manifiesta y evidente, desde su inicio, que no va a llegar a una decisión sobre el
fondo del asunto, debido a la ausencia de un presupuesto procesal, es exigir a las
partes que transiten innecesariamente por un proceso sabiendo que jamás se
obtendrá una decisión que resuelva el problema planteado. Dejar hasta el término
del proceso la decisión acerca de la procedencia o no de la demanda, supone por
ello afectar el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva, precisamente en su rasgo
esencial, ello es, la efectividad. Dicho de otro modo, el rechazo liminar de la
demanda encuentra sustento constitucional pues tiene como propósito proteger el
derecho a la efectividad de la tutela jurisdiccional, evitando llegar al término del
proceso obteniendo una decisión que diga que no puede existir un pronunciamiento
porque habiendo una etapa en el proceso en la que se revisa la validez de la
relación procesal, por qué no esperar a dicha etapa para hacer la susodicha revisión,
en vez de hacerlo al inicio. La respuesta viene dada, a nuestro modo de ver, por el
derecho fundamental a que el proceso dure un plazo razonable. Como medio para
hacer efectivos los derechos materiales, el proceso debe durar lo necesario como
para que el Juzgador se pueda formar convicción en torno a los hechos alegados
por las partes y lo suficiente para que estas puedan ejercer, en condiciones de
igualdad, su derecho a la defensa. No más. En el proceso no se satisfacen los
derechos de las partes, ni se obtiene la paz social; es solo cuando este termina y se
hace efectiva la decisión tomada al final, que se recompone la paz social y la
situación de insatisfacción material. De este modo, si al inicio del proceso resulta
manifiesto y evidente que el proceso tiene un defecto insubsanable que el Juez está
en condiciones de advertir en ese momento, para qué hacer transitar a las partes por
una actividad procesal posterior e innecesaria para poder llegar a una conclusión
que desde el inicio se presenta ya como evidente. Si es manifiestamente evidente
desde el inicio esta circunstancia, cualquier actividad procesal adicional se torna en
innecesaria y, en consecuencia, se estaría estirando el proceso más allá de lo
razonable para poder disponer que existe un defecto en un presupuesto procesal
que invalida la propia relación procesal y que impediría la expedición de una
sentencia válida.

En esa misma línea, exigir que las partes se vean sometidas a un proceso
innecesario, desgastándose en lo que aparece manifiestamente inválido, resulta
gravemente afectar su dignidad. Supondría haber creado una superestructura legal
que no atiende a quienes son sus principales protagonistas, los ciudadanos y la
protección de sus derechos, sino a la necesidad de que continúe un trámite inválido
y sin sentido; el que así se presenta como claro para todos; pero que es necesario
que continúe, para decir, falazmente que se respeta un derecho (el de acceso a la
justicia) mientras se lesionan otros derechos y principios constitucionales.

De este modo, entonces, si bien es cierto los ciudadanos tienen derecho de acceso
a la justicia, el juez, para evitar que el proceso se tramite por completo para llegar a
una solución que no resuelva el problema planteado, o evitar que el proceso se
prolongue más allá de lo razonable, lo que originaría una lesión a la dignidad de la
persona, puede ab initio rechazar una demanda, si es manifiestamente evidente que
se presenta en ese momento una causal de improcedencia.
CAP VI. DIFICULTADES EN LA PRACTICA PROCESAL RESPECTO A LA
APLICACIÓN DE LA TUTELA JUDICIAL

6.1. INDEBIDA APLICACIÓN DE LA ABSTENCIÓN POR DECORO COMO


TRANSGRESIÓN AL DERECHO DE LA TUTELA JUDICIAL.
La abstención de los jueces es un tema poco estudiado por nuestra doctrina, pero de
gran incidencia en la práctica judicial, existiendo una situación concreta: la
afectación del derecho a la tutela jurisdiccional efectiva cuando el Juez hace mal uso
de la abstención.
Los artículos 305° y 307° del Código Procesal Civil enumeran las causas de
abstención y, en su caso, de recusación de los jueces, siendo que, en principio, se
trata de un sistema cerrado o de numerus clausus en lo que no cabe alegar otros
motivos que los regulados en la ley, no admitiéndose una interpretación extensiva o
analógica de los mismos; excepcionalmente, se permite al Juez que se aparte por
decoro o delicadeza del proceso. En dicho sentido, el artículo 313° del Código
acotado, dispone que la abstención por decoro se produce cuando a criterio del juez
se presenten motivos que perturben la posibilidad de que resuelva el conflicto de
intereses, con imparcialidad. Siendo excepcional esta potestad conferida al juzgador
para apartarse del proceso, ella debe encontrarse sustentada en motivos que
efectivamente le hagan perder la imparcialidad de la que debe estar imbuido, para
conducir todo proceso judicial sometido a su tutela.

La abstención del Juez del conocimiento de un proceso, aunque está permitida en


nuestro ordenamiento jurídico ha de corresponder a una abstención fundada en
motivos ciertos y razonables, pues mientras no tenga una motivación valedera,
constituye una forma de obstruir por la voluntad del impartidor de justicia el acceso
de las personas a ella, afectando el derecho fundamental a la tutela jurisdiccional
efectiva, en la medida que el Juez estaría realizando su propia voluntad, su interés,
su deseo, por encima del orden jurídico, eludiendo su responsabilidad y por tanto,
apartándose de la Constitución y de la ley.

En sede nacional se han dado numerosos casos en que la abstención por decoro no
encuentra fundamentación razonable o razón suficiente para que el Juez se aparte
del conocimiento de la causa, por ejemplo, el caso de haber obtenido un crédito
bancario y verse impedido de conocer causa que involucre la entidad bancaria, en
otro caso, el haber obtenido el prólogo en un libro de su autoría por un destacado
jurista, formulando abstención por esa relación académica, incluso a nivel de
miembros de la Corte Suprema de Justicia de la República. En la Casación N° 2738-
2004-Callao se registra la Resolución de fecha 7 de enero del 2005 que resuelve
declarar fundada la abstención interpuesta, por el motivo expuesto de que el Juez
Supremo era cliente al encontrarse asegurado de Rímac Internacional Cía de
Seguros y Reaseguros, al amparo de lo dispuesto en el artículo 313° del Código
Procesal Civil.

Esta conducta del Juez ha tenido como principal consecuencia el retraso indebido de
la prestación jurisdiccional. No podemos dejar de reconocer que el Juez por su
función de impartir justicia, debe inclusive evaluar las repercusiones que su conducta
tiene para las partes y el proceso en sí. El decoro o la delicadeza corresponden al
Al sustentar el Juez la abstención, esta tiene que fundamentarse en circunstancias
que harían prever que el Juez se habría aproximado al interés de una de las partes o
por lo menos haga presumir tal percepción y para evitar que dicho perjuicio afecte la
validez de su decisión decide apartarse del proceso, por decoro. Al darse razón
suficiente, el Juez como impartidor de la justicia, tiene la obligación, por su propia
iniciativa, de inhibirse en el conocimiento del litigio, por entender, que carece de
imparcialidad y objetividad para juzgar. Por ejemplo, el hecho que el Juez con
anterioridad ha interpuesto demanda contra el demandado, y, por tal motivo se
abstiene del conocimiento del proceso, al no estar habilitado para dirimir
adecuadamente el conflicto de intereses.

En la práctica judicial se dan casos en que la resolución de abstención no señala en


forma concreta cuáles son los actos o argumentos de la parte o del Abogado
patrocinante que perturban la función como Juez, siendo que la insuficiencia fáctica
de la resolución no permite a la Sala revisora examinar si en efecto existen motivos
razonables para su abstención en el conocimiento del proceso, sin cuya
determinación es totalmente imposible enjuiciar con seriedad y viabilidad la
abstención formulada.
La profesora MARIANELLA LEDESMA NARVÁEZ señala: La abstención que regula
el artículo 313° del CPC, se sustentan en razones subjetivas del juez, cuando
manifieste una posible sospecha sobre la objetividad de su actuación. Aquí, el juez
puede abstenerse mediante resolución debidamente fundamentada, explicando los
motivos graves, que llevan a apartarse del proceso. Esto implica que la abstención
pueda estar sustentada en un exceso de susceptibilidad o determinada por actitudes
de las propias partes, como el interponer quejas o denuncias, las cuales no pueden
ser argumentos para que el juez se retire del proceso y postergue la tutela frente a la
incidencia que provoca su abstención.

6.2. CONDUCTA MALICIOSA Y TEMERARIA DE LOS ABOGADOS COMO


OBSTÁCULO PARA LA CORRECTA APLICACIÓN DE LA TUTELA JUDICIAL.

Para el profesor LUIZ GUILHERME MARINONI, la morosidad no sólo significa un


peso muy grande para el litigante, sino que también inhibe el acceso a la justicia. La
lentitud lleva al ciudadano a no creer en el Poder Judicial, lo que es altamente nocivo
para los fines de pacificación social de la jurisdicción, pudiendo asimismo conducir a
la pérdida de legitimidad del poder. Este autor nos habla de la necesidad de una
distribución racional del tiempo del proceso señalando:

“El tiempo del proceso no puede perjudicar al actor (entiéndase demandante) y


beneficiar al demandado, ya que el Estado, cuando prohibió la justicia por mano
propia, asumió el compromiso de tratar a los litigantes de forma isonómica y de
tutelar de forma oportuna y efectiva los derechos”

Litigar o accionar con temeridad es una defensa sin fundamento jurídico. Es la


conducta de quien sabe o debe saber que carece de razón y/o falta de motivos para
deducir o resistir la pretensión y, no obstante, ello, así lo hace, abusando de la
actividad jurisdiccional, o resiste la pretensión del contrario. Incluso, con esta
conducta en algunos casos se generan daños por lesión a la reputación de los
jueces aduciendo hechos falsos, siendo el abuso de derecho por dolo.

El Tribunal Constitucional ha llamado la atención de las instancias judiciales para


que ejerzan sus potestades disciplinarias, reprimiendo la mala fe y la temeridad
procesal en el marco de sus atribuciones conforme a las normas procesales y a la
Ley Orgánica del Poder Judicial (STC EXP. N.º 05561-2007-PA/TC de fecha 24 de
marzo del 2010). No es posible que nuestro país logre estándares mínimos en la
protección de los derechos de los ciudadanos, sin una actitud de compromiso de
parte de los abogados a quienes corresponde la defensa de los ciudadanos y
Así también lo exige el artículo 1º del Código de Ética de los Colegios de Abogados
del Perú, que precisa que “El Abogado debe tener presente que es un servidor de la
justicia y un colaborador de su administración; y que su deber profesional es
defender, con estricta observancia de las normas jurídicas y morales, los derechos
de su patrocinado”, mientras que en el artículo 5º de este mismo instrumento
normativo de la abogacía peruana, establece que, “El Abogado debe abstenerse del
empleo de recursos y formalidades legales innecesarias, de toda gestión dilatoria
que entorpezca el normal desarrollo del procedimiento y de causar perjuicios”
(Fundamento Jurídico 31).

En el caso citado el Tribunal se impone a la entidad recurrente ONP, por concepto


de sanción por conducta temeraria y conforme a los fundamentos de esta sentencia,
el pago de los costos procesales, que deberá liquidarse y establecerse en vía de
ejecución. Asimismo, se impone a todos y cada uno de los abogados que
autorizaron los escritos a lo largo del presente proceso el pago solidario de 20 URP
por concepto de sanción por incumplimiento de los deberes propios del ejercicio
profesional.

Por otra parte, el Tribunal Constitucional en la RTC Exp. N.° 01956-2008-PHC/TC de


fecha 29 de agosto del 2008, ha señalado que una vez más se hace evidente la
conducta litigiosa temeraria asumida por el demandante, quien en el presente caso
ha venido alegando de manera reiterada la afectación de su derecho constitucional
al debido proceso supuestamente por carecer de competencia el fiscal emplazado
para conocer del proceso penal que se le siguió, lejos de considerar que su
pretensión en la forma y modo que ha sido postulada escapa a la protección de este
proceso constitucional de hábeas corpus; y por el contrario, a través de los medios
impugnatorios que le franquea la ley ha cuestionado las decisiones judiciales con
argumentos carentes de sustento fáctico y jurídico. De hecho, ésta actuación no
sería deleznable si fuera la primera vez en que este Colegiado conoce de este tipo
de alegaciones; sin embargo, ello no es así, pues tal como se ha hecho referencia
supra, existen más de quince casos en los que se ha dado respuesta a dichas
alegaciones desde la perspectiva estrictamente constitucional.

Y es que para este Tribunal Constitucional estos hechos acreditan no sólo la falta de
argumentos y fundamentos que sustentan sus afirmaciones en esta vía, sino
también la temeridad con la que ha venido actuando el recurrente en el trámite del
presente proceso de hábeas corpus, obstaculizando así la labor de los órganos
jurisdiccionales encargados de administrar justicia por mandato del artículo 138º de
la Constitución. En efecto no cabe duda que conductas de ese tipo constituyen una
vulneración del artículo 103º de la Constitución, que proscribe el abuso del derecho,
en general, y de los procesos constitucionales, en particular. Y es que el abuso de
los procesos constitucionales no sólo constituye un grave daño al orden objetivo
constitucional, sino también a la tutela de los derechos fundamentales de los demás
ciudadanos. Esto es así, por cuanto al hacerse un uso abusivo de los procesos
constitucionales, de un lado, se restringe prima facie la posibilidad de que este
Colegiado pueda resolver las causas de quienes legítimamente acuden a este tipo
de procesos a fin de que se tutele prontamente sus derechos fundamentales
reconocidos en la Constitución, y de otro lado, constituye un gasto innecesario para
el propio Estado que tiene que premunir de recursos humanos y logísticos para
resolver tales asuntos. En concreto, con este tipo de pretensiones, lo único que se
consigue es dilatar la atención oportuna de las auténticas demandas de justicia
constitucional y a la vez frustrar la administración de justicia en general (Fundamento
Jurídico 8). Se impone al demandante la multa de veinte (20) URP, por su actuación
temeraria en el presente proceso constitucional, asimismo remitir copia de todo lo
actuado a la Comisión de Ética del Colegio de Abogados al que pertenece la letrada,
para que adopten las medidas que correspondan, debiéndose informar a este
Colegiado sobre su resultado.
consolidación del Estado Social y Democrático de Derecho.

Por su parte, la Ley Orgánica del Poder Judicial precisa, en su artículo 284º, que “La
abogacía es una función social al servicio de la Justicia y el Derecho”, estableciendo
una amplia gama de derechos y de obligaciones, y entre los deberes de todo
abogado, el artículo 288º incluye, entre otros, los de:

1. Actuar como servidor de la Justicia y como colaborador de los Magistrados


2. Patrocinar con sujeción a los principios de lealtad, probidad, veracidad, honradez
y buena fe
3. Defender con sujeción a las leyes, la verdad de los hechos y las normas del
Código de Ética Profesional”.

Como correlato, la misma Ley Orgánica establece las potestades disciplinarias que
puede imponer todo juez en el ejercicio de la función jurisdiccional respecto de los
abogados que incumplen estos deberes. En este sentido el artículo 292º estable
que: Los Magistrados sancionan a los abogados que formulen pedidos maliciosos o
manifiestamente ilegales, falseen a sabiendas la verdad de los hechos, o no
cumplan los deberes indicados en los incisos 1), 2), 3), 5), 7), 9), 11), y 12) del
artículo 288. Las sanciones pueden ser de amonestación y multa no menor de una
(01) ni mayor de veinte (20) Unidades de Referencia Procesal, así como suspensión
en el ejercicio de la profesión hasta por seis meses (STC recaída en Exp. 8094-
2005-PA/TC de fecha 29 de agosto de 2005, Fundamento Jurídico 4)

6.3. VULNERACIÓN AL DERECHO SOBRE EL PLAZO RAZONABLE EN LOS


PROCESOS JUDICIALES.

6.3.1. El tiempo en el proceso:

La noción común que se tiene de proceso nos conduce necesariamente a vincularlo


con la idea de tiempo ello porque todo proceso implica un conjunto de actos que se
desenvuelven en fases sucesivas. De ahí que este orden secuencial de actos o
"actuaciones “no pueda desarrollarse simultáneamente, en tanto cada actuación
será causa de la siguiente. De esta manera, la doctrina ha venido considerando que
es, precisamente, en el proceso judicial, donde la relación entre tiempo y derecho se
vuelve más estrecha, hasta el punto en que ambos conceptos se confunden, pues la
representación misma del concepto proceso sugiere ya la idea del tiempo como
componente principal. En virtud a estas consideraciones, algunos sostienen que la
dimensión temporal del proceso constituye su principal imperfección, pues la demora
natural de este instrumento, puede, en determinadas ocasiones, impedir el
cumplimiento de su finalidad: la satisfacción de las pretensiones o situaciones
jurídicas sustanciales. Sin embargo, debemos tener en cuenta que, concibiendo al
proceso como una institución dinámica que evoluciona hasta llegar a su fin,
concluiremos necesariamente en que el proceso exige tiempo y que aquél, sin las
garantías que permitan formular alegaciones, probarlas y que éstas sean valoradas
por el juez antes de resolver, harían que nos encontremos fuera de lo que
actualmente significa proceso. En consecuencia, no podemos estimar que la
principal imperfección del proceso pueda encontrarse constituida por su dimensión
temporal, pues llegaríamos al absurdo de considerar que la principal imperfección
del proceso es "Ser un proceso".

El problema de la duración del proceso, puede ser apreciado desde dos puntos de
vista, como (i) un problema de excesiva celeridad que afecta el desarrollo del
proceso y vulnera las garantías procesales consustanciales a él, o (ii) como un
problema de retardo irrazonable que hace infructuosa la tutela jurisdiccional. El
primer caso implica arbitrariedad en el procedimiento, en la medida que se vulneran
garantías del proceso, sin las cuales éste no puede ser considerado legítimo; en el
necesidades antagónicas. Por su parte, el parámetro temporal mínimo que el juicio
exige para poder desarrollarse, para que efectivamente en él se realice le derecho.
Por otra, la exigencia de que la actividad jurisdiccional no se prolongue hasta el
punto de hacer ineficaz su resultado.
Es el presente artículo nos ocuparemos de una de las garantías de la eficacia
temporal del proceso: el derecho a un proceso sin dilaciones indebidas.

6.3.2. El derecho a un proceso sin dilaciones indebidas:

Es pacífico en la doctrina sostener que el derecho a un proceso sin dilaciones


indebidas es un derecho fundamental, sin embargo, los estudios doctrinales se han
centrado, más que en lograr una definición, en determinar las características que
permiten distinguir cuándo en un proceso concreto, se verifica una dilación indebida
y, en consecuencia, cuándo se vulnera este derecho fundamental.

Vicente Gimeno Sendra proporciona una definición de este derecho fundamental:


"En una primera aproximación, el derecho a un proceso sin dilaciones indebidas
puede concebirse como un derecho subjetivo constitucional, de carácter autónomo,
aunque instrumental del derecho a la tutela, que asiste a todos los sujetos del
Derecho Privado que hayan sido parte en un procedimiento judicial y que se dirige
frente a los órganos del Poder Judicial, aun cuando en su ejercicio han de estar
comprometidos todos los demás poderes del Estado, creando en él la obligación de
satisfacer dentro de un plazo razonable las pretensiones y resistencias de las partes
o de realizar sin demora la ejecución de las sentencias.

De esta manera, el derecho a un proceso sin dilaciones indebidas o el derecho a la


duración de un proceso en un plazo razonable, aluden a un ideal temporal en la
estructuración del sistema procesal y al reconocimiento de una garantía
constitucional que protege la eficacia misma del proceso.

6.3.3. Consagración positiva del derecho a un proceso sin dilaciones


indebidas:

a. El derecho a un proceso sin dilaciones indebidas en las constituciones del Perú.


En la mayoría de las constituciones que han regido nuestro país, no han existido
referencias explícitas al derecho a un proceso sin dilaciones indebidas o al derecho
a la duración de un proceso en un plazo razonable.
Sin embargo, sí han existido disposiciones relacionadas a la duración de los
procesos, aunque básicamente referidas a prohibiciones para el órgano
jurisdiccional de abreviar los procedimientos.
Así pues, las constituciones de los años 1823, 1828, 1834, 1839, 1856, 1860, 1867 y
1920, contenían disposiciones que prohibían a los Jueces o Tribunales la
abreviación de los procedimientos, debiendo éstos cumplir bajo responsabilidad, los
plazos y formas procesales. Sin embargo, la constitución de 1920, además de
prohibir la abreviación de las formas procesales, prohibió expresamente la
prolongación indebida de los procedimientos criminales: «Art. 157. Producen acción
popular contra los Magistrados y Jueces: La prevaricación, el cohecho, la
abreviación o suspensión de las formas judiciales, el procedimiento ilegal contra las
garantías individuales y la prolongación indebida de los procesos criminales.>>
Lamentablemente una disposición similar a la establecida en la constitución de 1920
no fue repetida en las constituciones de 1933, 1979 y 1993.

b. El derecho a un proceso sin dilaciones indebidas en los tratados internacionales.


Uno de los tratados que ha regulado este derecho, es el Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos de las Naciones Unidas, el cual consagró esta garantía
en dos artículos. En primer lugar, en el artículo 9.3, al referirse a los derechos de
quien está privado de su libertad provisionalmente, estableció que toda persona
detenida: <<tendrá derecho a ser juzgada dentro de un plazo razonable>>.
establece que: «Toda persona detenida o retenida ( ... ) tendrá derecho a ser
juzgada dentro de un plazo razonable ... >> Con más precisión el artículo 8.1 señala
que «Toda persona tiene derecho a ser oída, con las debidas garantías y dentro de
un plazo razonable, por un juez o tribunal competente, independiente e imparcial,
establecido con anterioridad por la ley, en la sustanciación de cualquier acusación
penal formulada contra ella o para la determinación de sus derechos y obligaciones
de orden civil, laboral, fiscal o de cualquier otro carácter.>>
Por su parte, la Convención Europea para la protección de los Derechos Humanos,
estableció en su artículo 6.1 que: «toda persona tiene derecho a que su causa sea
oída de manera equitativa, públicamente y en un plazo razonable por un tribunal
independiente e imparcial, establecido por ley, que decidirá sobre sus derechos y
obligaciones de carácter civil, o bien sobre el fundamento de toda acusación penal
dirigida contra ésta.>>
Sin bien la mayoría de las disposiciones se refieren al derecho a ser juzgado sin
dilaciones indebidas como garantía de un proceso penal, el artículo 8.1 de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos, resulta clara en cuento al ámbito
de aplicación.

6.3.4. El derecho a un proceso sin dilaciones indebidas y el Tribunal


Constitucional peruano:

Como hemos podido apreciar, la mayoría de las disposiciones de los Tratados


Internacionales
establecen el derecho a un proceso sin dilaciones indebidas, como uno que
pertenece a quien es parte de un proceso penal y la dilación le causa un perjuicio.
Al respecto, el Tribunal Constitucional Peruano se ha pronunciado en distintas
oportunidades sobre el derecho a un proceso sin dilaciones indebidas, definiéndolo y
dándole un contenido. (Expedientes: 549-2004/HC/TC; 3771-2004/HC/TC; 4124-
2004/HC/TC; 442-2003/ AA/TC)
Así, en la sentencia proveniente del expediente 549-2004/HC/TC, el Tribunal
Constitucional señala lo siguiente:
«En relación al derecho a ser juzgado sin dilaciones indebidas, este Tribunal
considera pertinente recordar que el derecho a que una persona sea juzgada dentro
de un plazo razonable no se encuentra expresamente contemplado en la
Constitución. Sin embargo, se trata de un derecho que coadyuva el pleno respeto de
los principios de proporcionalidad, razonabilidad, subsidiariedad, necesidad,
provisionalidad y excepcionalidad, que debe guardar la duración de un proceso para
ser reconocido como constitucional.

Se trata, propiamente, de una manifestación implícita del derecho al debido proceso


y la tutela judicial efectiva reconocidos en la Carta Fundamental (artículo 139º 3 de la
Constitución) y, en tal medida, se funda en el respeto a la dignidad de la persona
humana.

Por lo demás, la interpretación que permite a este Tribunal reconocer la existencia


implícita del referido derecho en la Constitución, se encuentra plenamente
respaldada por su Cuarta Disposición Final y Transitoria, que exige que las normas
relativas a los derechos y las libertades que la Constitución reconoce se interpreten
de conformidad con los tratados sobre derechos humanos ratificados por el Perú.>>
Del primer párrafo trascrito el Tribunal Constitucional establece que el derecho a un
proceso sin dilaciones indebidas, como expresión del derecho al debido proceso y la
tutela jurisdiccional, es aplicable a todo tipo de proceso judicial, sin embargo, de la
justificación trascrita posteriormente en la que se remite a los tratados
internacionales, pareciera delimitar el derecho a cuestiones de naturaleza penal.
Una afirmación distinta realiza el Tribunal Constitucional en el expediente 442-
2003/AA/TC, en donde se afirma categóricamente que todo justiciable tiene derecho
a un proceso sin dilaciones:
«Que todo justiciable tiene derecho a un proceso sin dilaciones. La celeridad está
libertad, la diligencia del Juzgador a la hora de reparar dicho derecho ha de ser
mucho mayor, puesto que el daño causado podrá resultar irreparable.
Sin embargo, como se puede apreciar, el Tribunal Constitucional no se ha
pronunciado en forma explícita en torno al ámbito de aplicación del derecho a un
proceso sin dilaciones indebidas. Pese a ello, creemos que su ámbito no sólo debe
quedar restringido a los procesos penales, sino a todo tipo de proceso judicial
contencioso o no contencioso.

6.3.5. El contenido del derecho a un proceso sin dilaciones indebidas:

El derecho a un proceso sin dilaciones indebidas o el derecho a un plazo razonable,


es uno que nace en el ordenamiento como consecuencia de la prohibición del non
liquet. De esta manera, el derecho a un proceso sin dilaciones indebidas impone en
un primer momento al órgano jurisdiccional "Un hacer" a efectos de no omitir ni
retardar un pronunciamiento jurisdiccional. Es por tal razón que el derecho en
cuestión constituye una garantía procesal, asegurando que nada interfiera en el
normal desarrollo de las actuaciones que deben llevar a la aplicación del derecho al
caso concreto, sin incurrir en extralimitación temporal alguna.

No obstante ello, el profesor Vicente Gimeno Sendra considera que el deber de


impartir rápidamente justicia no constituye una obligación de la que estén
absolutamente exentos los demás poderes del estado, pues el derecho a un proceso
sin dilaciones indebidas crea también obligaciones al Poder Ejecutivo y al Legislativo
a fin de que se pueda dotar a la función jurisdiccional de los necesarios medios
materiales, así como de realizar reformas oportunas en los códigos procesales y
consagrar el principio de aceleración del procedimiento.
De igual forma, el derecho a un proceso sin dilaciones indebidas, reclamaría a las
partes una obligación de probidad, es decir, la necesidad de que ellas obren de
buena fe al interior de un proceso, sin generar incidentes dilatorios que provoquen el
retraso de la sentencia o su inejecución práctica.
En consecuencia, el derecho a un proceso sin dilaciones indebidas se expresa en la
asignación de deberes: (i) al órgano jurisdiccional a fin de no omitir pronunciamiento
o retardarlo injustificadamente, (ii) al poder ejecutivo y el legislativo, para que se
otorguen los medios necesarios y se realicen las reformas oportunas en los códigos
procesales, y (ii) a las partes, consistente en la prohibición de actuar de mala fe.

6.3.6. Determinación de la vulneración del derecho:

La determinación de la vulneración del derecho a un proceso sin dilaciones


indebidas, implica verificar cuándo, en un proceso judicial, se ha presentado un
retardo irrazonable que causa daño a los justiciables. En este sentido, la dilación en
sí misma no se encuentra prohibida o sancionada, pues a esta situación objetiva
podría encontrarse tolerada, en la medida que no existan elementos que determinen
la falta de razonabilidad de la dilación.

Al respecto, El Tribunal Constitucional español ha dispuesto que para determinar si


ha existido retardo «irregular>>, se deberán analizar diversos elementos como:
complejidad del caso, volumen de asuntos ante el órgano judicial, conducta de los
litigantes, conducta de los órganos judiciales, consecuencias perjudiciales del
retardo para los pleiteantes, alargamiento del proceso en relación con el «nivel
medio admisible>> y valoración de las deficiencias estructurales de la organización
judicial.
Por su parte, el Tribunal Constitucional peruano en el expediente N° 549-
2004/HC/TC ha considerado, siguiendo a la Corte Interamericana (que a su vez a
seguido el criterio del Tribunal Europeo de Derechos Humanos), que se deben tomar
en cuenta tres elementos para determinar la razonabilidad del plazo en el cual se
desarrolla el proceso, estos son: a) la complejidad del asunto, b) el comportamiento
del interesado y e) la conducta de las autoridades judiciales.
dure mucho más tiempo del esperado. Ello debido a su complejidad fáctica y/o
jurídica. Esta complejidad constituirá una justificación razonable de la dilación, por lo
que no podrá alegarse vulneración al derecho.
A modo de ejemplo, las diversas fases de la etapa probatoria (ofrecimiento,
admisión, actuación y valoración), puede prolongar en ocasiones la duración del
proceso, sin embargo, no por ello, nos encontraremos frente a un proceso con
dilaciones indebidas.
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos, distingue una complejidad jurídica que
se deriva de la interpretación de las normas sustanciales o procesales que deben
aplicarse por el órgano jurisdiccional para resolver el caso, y en segundo lugar una
complejidad de carácter fáctico, que hace referencia a las circunstancias de hecho
que han rodeado las actuaciones procesales. Ambas formarían parte de la noción de
complejidad procesal.

b. El comportamiento o conducta del interesado:

Junto al elemento objetivo contenido en el criterio de complejidad, el Tribunal


Europeo de Derechos Humanos considera como parámetro de carácter subjetivo al
momento de determinar lo indebido de la dilación, el comportamiento de las partes.
De esta manera, para el referido tribunal el Estado no sería responsable de aquellos
retrasos que no le sean imputables. En otras palabras, los retrasos o demoras
producidos o provocados por las partes no podrán ser de responsabilidad del
Estado.
Según Gimeno Sendra, no puede merecer el carácter de «indebida>> una dilación
que ha sido provocada por el propio litigante, porque a nadie se le autoriza ir contra
sus propios actos, más aún cuando dicha conducta atenta contra el correcto
funcionamiento de la justicia.
Sin embargo, debe distinguirse entre la posibilidad de interponer recursos y la
demora en la que el estado pueda incurrir en la tramitación de los mismos, por lo
que la sola interposición de medios impugnatorios no puede ser considerada como
actos que dilatan el proceso en forma injustificada.

c. La conducta de las autoridades judiciales:

Finalmente, un elemento fundamental a fin de determinar la vulneración del derecho


a un proceso sin dilaciones indebidas, consiste en verificar cuál ha sido el
comportamiento del órgano jurisdiccional, para determinar si fue o no el causante de
las dilaciones. Se debe entonces realizar una comprobación de si las dilaciones han
sido consecuencia exclusiva de la inactividad del órgano jurisdiccional, que, sin
causa de justificación alguna, dejó transcurrir el tiempo sin impulsar de oficio el
procedimiento, sin emitir su resolución sobre el fondo, u omitió adoptar las medidas
adecuadas para conceder la satisfacción real y práctica de las pretensiones de las
partes.
Creemos que la demora por parte del órgano jurisdiccional no será injustificada si
ésta depende exclusivamente de un eventual aumento de la carga de trabajo o de
las deficiencias estructurales del órgano jurisdiccional, lo que eximiría de
responsabilidad al estado.

6.3.7. Consecuencias o efectos de la vulneración del derecho. El


restablecimiento del derecho:

Luego de descrita la forma en la que puede verse vulnerado el derecho a un proceso


sin dilaciones indebidas, cabe analizar la forma en la que el derecho debe ser
restablecido. No cabe duda, entonces, que el derecho vulnerado exige de parte del
órgano jurisdiccional su inmediato restablecimiento, es decir, la emisión de la
resolución cuya tardanza se ha puesto de manifiesto. Sin embargo, debe tenerse en
cuenta que una vez vulnerado el derecho no existe forma alguna de reponer las
cosas al estado anterior de la vulneración, pues el tiempo ya pasó y no se puede dar
realizará en forma sustitutoria o por equivalente, atendiendo a la materia del proceso
en el cual se ha realizado la vulneración. Así las consecuencias de la vulneración del
derecho constitucional dependerán de si nos encontramos frente a un proceso penal
o uno civil, comercial, etc.

Las consecuencias o efectos de la vulneración del derecho constitucional, las


podemos agrupar en: a) consecuencias compensatorias, b) consecuencias
sancionatorias, y e) consecuencias procesales.

a. Consecuencias compensatorias
Esta consecuencia ha sido la más difundida por quienes han estudiado los
efectos de la vulneración del derecho a un proceso sin dilaciones indebidas. Esta
consecuencia implica que el restablecimiento del derecho vulnerado se realizará,
además, con la condena del Estado al pago de una oportuna indemnización por
lo daños sufridos. Así, el Tribunal Constitucional español, ha considerado que:
<da lesión del derecho a un proceso sin dilaciones indebidas genera, por
mandato de la Constitución (... ), cuando no puede ser remediada de otro modo,
un derecho a ser indemnizado por lo daños que tal lesión produce.»

b. Para Daniel Pastor esta solución constituye solo una reparación simbólica, pues
no busca restituir el statu qua ante, porque no puede hacerlo, sino tan solo puede
compensar con bienes futuros. Además, sostiene que la asignación de una
indemnización implica una serie de arbitrariedades, debido a que no es posible
determinar el momento de la violación y con ello la extensión de los perjuicios a
reparar, asimismo, considera arbitrario el compensar proporcionalmente algo
cuyas proporciones no son factibles de determinar.

b. Consecuencias sancionatorias
La solución sancionatoria según Daniel Pastor podrá ir unida a una solución
compensatoria o no, esta solución va de la mano con el derecho propiamente
sancionatorio. De esta manera, las consecuencias, pueden ser disciplinarias,
administrativas o penales. Estas consecuencias solamente implicaran una
posibilidad de garantía secundaria, ya que no reaccionan procesalmente contra la
violación del derecho en cuestión, sino contra los culpables de la infracción, de
forma tal que no se logra resolver el problema en el caso concreto, sino que tan solo
podría servir como medio para desincentivar la vulneración de este derecho en
casos futuros.
Un problema adicional de esta solución, consiste su implementación, considerando
que el servicio de justicia no se encuentra preparado para poner en marcha un
instrumental penal o disciplinario contra su propio personal. En el caso peruano, el
Tribunal Constitucional (en el expediente No 3771-2004/HC/TC) ha considerado que
la morosidad de los jueces nacionales en materia penal debe ser sancionada con
responsabilidad pena.

Esta posición del Tribunal Constitucional ha generado que diversos magistrados se


hayan opuesto a dicha medida aduciendo que en tanto no se cuenten con las
facilidades logísticas y materiales sería injusto atribuirle una responsabilidad de
carácter penal a los jueces por la demora en el trámite de los procesos. Por su parte,
la presidenta, en ese entonces, de la Corte Superior de Justicia de Lima, doctora
María Zavala, también se pronunció (El Peruano, 25 de enero), señalando que se
encontraba de acuerdo con que haya una sanción para el magistrado si es causante
de la demora de un proceso, sin embargo, sostuvo que dicha sanción no tendría por
qué ser necesariamente de carácter penal.
Similar declaración efectuó el vocal de la Corte Suprema Javier Villa Stein, quien en
una nota de prensa del Poder Judicial calificó la propuesta del Tribunal
Constitucional como «inadecuada y poco técnica».

c. Consecuencias procesales
Junto a esta solución procesal se encuentra también aquella que considera que la
prolongación excesiva de un proceso penal debe determinar el sobreseimiento de
éste, lo que implicaría una terminación anticipada y definitiva del proceso.
El profesor argentino Daniel Pastor, considera que la idea central es que el plazo
razonable sea interpretado, como aquello que el derecho procesal penal comprende
por plazo: un lapso dentro del cual un acto procesal, un conjunto de actos procesal o
todo el proceso pueden ser realizados válida y eficazmente. Dicho plazo, como
cualquier plazo, debe estar establecido en las unidades temporales que el derecho
ha adoptado: días, semanas, meses, años.
El plazo legal evitaría así la manipulación judicial de la razonabilidad de la duración
de los procesos al estipular un límite absoluto al poder de enjuiciamiento del estado,
que en cuanto al tope máximo estaría fuera del alcance de toda interpretación. El
sólo transcurso del plazo determinaría la conclusión del proceso, alegada vía
excepción y como un impedimento procesal.

BIBLIOGRAFIA:

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Víctor Roberto Obando Blanco, Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
Lima – Perú 2010.

“Acerca de la necesidad de legislar sobre las medidas autosatisfactivas en el


“Algunas reflexiones sobre el posible cambio de paradigma respecto a la
Tutela Jurisdiccional Efectiva”,-Reynaldo Bustamante Alarcón, Francisco
Chamorro Bernal, Luiz Guilherme Marinoni y Giovanni Priori Posada-
Asociación Civil IUS ET VERITAS.

“El acceso a la justicia como condición para una reforma judicial en serio”-
Javier La Rosa Calle.

“Perú – La oportunidad de un país diferente: próspero, equitativo y


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“Plan Nacional para la Reforma de la Administración de Justicia”-COMISIÓN


ESPECIAL PARA LA REFORMA INTEGRAL DE LA ADMINISTRACIÓN DE
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