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Había una vez un pastor muy bromista y mentiroso. Todos los días, cuando regresaba a su casa,
después de haber llevado a pastar a su rebaño, entraba corriendo en el pueblo gritando:
- ¡Viene el lobo! ¡Viene el lobo! Al oír los gritos, todos los habitantes se metían en sus casas muertos
de miedo. Y allí encerrados se quedaban hasta que oían de nuevo al pastor: - ¡Ja, ja, ja! ¡No es verdad!
¡Sólo era una broma! ¡Tontos! Y todos los días los habitantes del pueblo miraban malhumorados al pastor
que siempre se alejaba riéndose. Todos los días… Hasta que… Un día, como tantos otros, el pastor volvió
corriendo al pueblo. Gritaba tanto o más que en otras ocasiones:
- ¡Viene el lobo! ¡Viene el lobo! Pero esta vez corría más deprisa de lo normal y gritaba también más
fuerte de lo normal… Sin embargo, los vecinos del pueblo no le hicieron ni caso, hartos ya de que el pastor
les hubiera engañado tantas veces… Y ¿Sabes cómo terminó todo? ¡Claro! Esta vez sí que fue verdad
que venía el lobo. Y como nadie del pueblo le hizo caso, el pastor se quedó sin ovejas, pues el lobo se las
comió todas.
1) ¿Qué hace el pastor todos los días después de llevar a pastar su rebaño?
2) ¿Cómo reaccionan los habitantes del pueblo al oír sus gritos?
3) ¿Por qué el pastor siempre se aleja riéndose?
4) ¿Por qué un día los habitantes del pueblo no le hicieron ni caso?
5) ¿Qué ocurrió con las ovejas?
6) Las fábulas siempre dejan una moraleja o enseñanza. ¿Qué moraleja te parece que te deja esta
fábula? Escríbela con tus palabras.
La liebre corría perseguida por un águila y creyó encontrar refugio en un hueco de la tierra. Allí
estaba el escarabajo quien le prometió protección. El Águila bajó, escarbó la tierra y halló a su presa.
-No la mates, imploro el escarabajo. Pero el águila lo miró con desprecio y devoró a la liebre.
El escarabajo lleno de rencor juró venganza y cada vez que el águila se apartaba del nido, él se
apresuraba y cascaba los huevos de sus pichones.
El águila, cansada de no tener un sitio seguro donde criar a sus hijos, reclamó a Zeus mayor
seguridad. Entonces, el dios supremo aceptó cuidar los huevos en su propio regazo para protegerlos.
Cuando el escarabajo supo esto, pensó un modo de distraer a Zeus. Hizo una pelota de estiércol y se
la arrojó sobre la cabeza. Zeus se movió bruscamente y tiró los huevos por el aire.
Desde entonces, en la temporada en que aparecen los escarabajos, las águilas no crían.
A nadie hay que despreciar, hasta los más débiles son capaces de venganza.
Comprensión lectora:
5) Escribe una fábula que tenga al final UNA de las siguientes moralejas :
Si por nuestra voluntad faltamos a nuestra primera promesa, no tendremos oportunidad de que nos
crean una segunda.
Quien mucho habla, poco es lo que dice.
Nunca desprecies las promesas de los pequeños honestos. Cuando llegue el momento las
cumplirán.
Cuenta la leyenda que, en las riberas del Paraná, vivía una indiecita fea, de rasgos toscos,
llamada Anahí. Era fea, pero en las tardecitas veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con
sus canciones inspiradas en sus dioses y el amor a la tierra de la que eran dueños... Pero llegaron los
invasores, esos valientes, atrevidos y aguerridos seres de piel blanca, que arrasaron las tribus y les
arrebataron las tierras, los ídolos, y su libertad.
Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó muchos días llorando y muchas noches en
vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, la indiecita logró escapar, pero al hacerlo,
el centinela despertó, y ella, para lograr su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián, y huyó
rápidamente a la selva.
El grito del moribundo carcelero, despertó a los otros españoles, que salieron en una persecución que
se convirtió en cacería de la pobre Anahí, quien al rato, fue alcanzada por los conquistadores. Éstos, en
venganza por la muerte del guardián, le impusieron como castigo la muerte en la hoguera.
La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que parecía no querer alargar sus llamas hacia la doncella
indígena, que, sin murmurar palabra, sufría en silencio, con su cabeza inclinada hacia un costado. Y
cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se fue convirtiendo en árbol, identificándose con la planta en un
asombroso milagro.
Al siguiente amanecer, los soldados se encontraron ante el espectáculo de un hermoso árbol de verdes
hojas relucientes, y flores rojas aterciopeladas, que se mostraba en todo su esplendor, como el símbolo de
valentía y fortaleza ante el sufrimiento.