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Trabajo Práctico Nº 2 - Unidad número 3

Facultad de Ciencia Política y Relaciones


Internacionales
Universidad Nacional de Rosario

Materia: Historia Argentina y Latinoamericana I

Profesora: Analía Manavella

Comisión: Mañana

Alumnas: Giraudo, Paula


Carignano, Gianina
Galloso, Carolina

Año: 2009
Giraudo Paula (G-1877/5), Carignano Gianina (C-2363/9), Galloso Carolina (G-1885/6)
Comisión Mañana

El siglo XIX ha sido un período de profundas reorganizaciones en la Península


Ibérica y América. Se desencadenarán una serie de acontecimientos que marcarán un
antes y un después en la historia de ambos territorios hacia el 1800.
Este trabajo monográfico se propone abarcar los aspectos fundamentales de la época
y explicarlos de manera breve, asociándolos en este sentido con el pensamiento
morenista.
La crisis institucional hispánica producida tras las abdicaciones de Bayona de
finales de Mayo de 1808, tuvo como primordial consecuencia la llegada de José
Bonaparte al trono español.
Es a partir de este momento que la idea de Revolución comienza a gestarse,
quedando incondicionalmente ligado a la “regeneración”, la cual comprende medidas
concretas, y una profunda búsqueda hacia la justicia, la prosperidad y la lucha contra la
ignorancia, suprimiéndose de esta manera el abuso y el restablecimiento de lazos
directos entre los vasallos y el soberano.
Al mismo tiempo, se instaura el deseo de una reforma política y social que dé a
lugar a una nueva sociedad en donde prime la igualdad de sus habitantes.

“(…) en el nacimiento de la revolución, no obraron otros agentes que la inminencia del peligro, y el odio
a una dominación extranjera. (…) los hombres sabios salieron de la oscuridad, en que los tiranos los
tenían sepultados; enseñaron a sus conciudadanos los derechos, que habían empezado a defender por
instinto, y las Juntas Provinciales se afirmaron por la ratihabición de todos los pueblos de su respectiva
dependencia.”
(Sobre el Congreso convocado y la Constitución del Estado, tercer artículo redactado por Mariano
Moreno en la Gaceta de Buenos Aires, 13 de noviembre de 1810).

Por otra parte, con la caída del poder central en 1820 los pueblos tendieron a
constituirse en Estados soberanos bajo la denominación de provincias; volviendo de esta
manera el poder político a manos del pueblo.
Estará a su cargo entonces, la elección de los diputados de cada Cabildo.
Para el Gobierno surgido el 25 de Mayo, Moreno prefiere usar para el concepto de
soberanía popular, adoptando ésta el carácter de indivisible e inalienable.

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“(…) La verdadera soberanía de un pueblo nunca ha consistido sino en la voluntad general del mismo,
que siendo la soberanía indivisible e inalienable nunca ha podido ser propiedad de un hombre solo, y que
mientras los gobernados no revistan el carácter de un grupo de esclavos, (…) los gobernantes no pueden
revestir otro que el de ejecutores y ministros de las leyes, que la voluntad general ha establecido.
(…) Siempre que los pueblos han logrado manifestar su voluntad general, han quedado en suspenso todos
los poderes que antes los regían, y siendo todos los hombres de una sociedad, parte de esa voluntad, han
quedado envueltos en ella misma.”
(Sobre el Congreso convocado y la Constitución del Estado, tercer artículo redactado por Mariano
Moreno en la Gaceta de Buenos Aires, 13 de noviembre de 1810).

Estos hechos de soberanía, constituyen un proceso emancipador y no la


Independencia en si.
Frente a la práctica de esta Voluntad Popular Soberana, la militancia revolucionaria
buscaba generar sus propias bases de poder; significando que la reunión de los pueblos
no puede tener sólo por objeto nombrar gobernantes, sino también establecer una
constitución, por donde se rijan.
Como se percibe, la realidad que tiene frente a sí Moreno, es la existencia de
múltiples entidades soberanas. Así, pese a ser un entusiasta lector del “Contrato Social”
de Rousseau, debe partir del hecho de que todos los movimientos de constitución de
autoridades locales, tanto en la Península como en America, se amparaban en la figura
de la retroversión del poder; y, consiguientemente, a pesar de su adhesión a los
principios de la Revolución Francesa, su perspectiva es la de un mundo de derechos
desiguales. Aquí se presenta el problema de conciliar las pretensiones de autogobierno
con la fidelidad a la Corona.

Sin embargo, el principal conflicto es aquel que enfrenta a los partidarios de un


gobierno centralista y a los defensores de la soberanía de los pueblos.
De esta forma, se distingue la probabilidad de un Congreso de representantes,
llamados a la Primera Junta, transformándola en Junta Grande.
Será válida la afirmación que ante la conformación de Juntas, la soberanía deja de
residir en los pueblos para pasar a la nación.
Es notorio, por lo tanto, el ferviente pensamiento de Moreno para defender la
legitimidad de un poder que pudiera garantizar el orden social. Surgen de aquel
pensamiento dos nuevas problemáticas: la que opone a los pueblos del territorio con
Buenos Aires, y la que contrapone las formas antiguas de representación con las
modernas.

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Reiterando lo anteriormente dicho sobre la unión patriótica entre la América y la
España, hay que reconocer, sin embargo, elementos anunciadores de cambios futuros: la
intensión de la reacción frente a los franceses culminó con la formación de la nación
antes nombrada y seguidamente, del sentimiento nacionalista.
A pesar de dichas realidades, la palabra nación remite a la “nación española”,
haciendo su primera aparición para designar al conjunto de la Monarquía.
Aunque quienes actúan son los reinos, las provincias, los pueblos y otros cuerpos de
una sociedad de Antiguo Régimen, la unanimidad misma les hace tomar conciencia de
su propia extraordinaria unidad.
Moreno determina a la nación como formada por pueblos y no por individuos; pero
para que la nación sea considerada como tal, tiene que existir cierto pacto entre los
asociados más allegados que en la época llamada tradicionalista; siendo los mismos los
pueblos y sus respectivos representantes: esto implica al Estado, el Congreso, la
Constitución, y la forma de Gobierno.

“Nos gloriamos de tener un Rey, cuyo cautiverio lloramos, por no estar a nuestro alcance remediarlo;
pero nos gloriamos mucho más de formar una nación, sin la cual el Rey dejaría de serlo… (…) Las
Américas no se ven unidas a los Monarcas españoles por el pacto social, que únicamente puede sostener
la legitimidad y decoro de una dominación. Los pueblos de España consérvense dependientes del Rey
preso (…). La América en ningún caso puede considerarse sujeta a aquella obligación; ella no ha
concurrido a la celebración del pacto social, (…) la fuerza y la violencia son la única base de la conquista,
que agregó estas regiones al trono español (…)”
( Sobre el Congreso convocado y Constitución del Estado, cuarto artículo redactado por Mariano
Moreno en la Gaceta de Buenos Aires, 15 de noviembre de 1810).

En las elecciones destinadas a escoger a los diputados, lo tradicional todavía


predomina, por lo tanto la Nación se concibe como un conjunto de cuerpos
jerarquizados en el siguiente orden: reinos, provincias, ciudades y pueblos.
En las instrucciones para la elección de aquellos, coexiste un deseo de reformas
económicas y administrativas con peticiones de privilegios de todo tipo para la ciudad,
o para la región.

La Nación que se concibe entonces hacia 1810 en el Río de la Plata, exhibe así un
aspecto concreto y territorial.

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Define Moreno a la Nación como Nación Soberana, como República, con la
supresión de honores y la igualdad de derechos correspondientes, por lo que,
consecuentemente, puede llamarse concepto moderno de Nación; esto es, la asociación
involuntaria entre individuos libres e iguales.
La profunda ignorancia de lo que a América respecta, por parte de muchos medios
españoles, tiende a considerar a las Indias como colonias o como reinos subordinados,
y, por lo tanto, con menos derechos que los reinos españoles.
En este sentido, la participación en la representación, aparece no como un derecho,
sino como una concesión; les es así negada la igualdad a los americanos, al mismo
momento en que se la afirma.
Se piensa consecuentemente, que la igualdad de condición tiene que traducirse en
igualdad de derechos, esto es, igualdad para formar juntas como las peninsulares,
igualdad en representación.
Dichas ideas son consecuencia de uno de los rasgos distintivos del pensamiento
rousseauniano, a saber el Pensamiento Contractualista, del cual Moreno adopta una
postura distinta, exhibiendo por un lado el pacto de sujeción -en el cual el pueblo le
otorga la soberanía al Monarca y no tiene obligación de vasallaje en caso de que el Rey
cometa un acto despótico de conquista -, y por otro, el contrato social que une a los
hombres.

“Todas las clases del Estado se acercan con confianza a los depositarios de la autoridad, porque en los
actos sociales han alternado francamente con todos ellos; (…) se decretó al Presidente en orden de 28 de
Mayo los mismos honores que antes se habían dispensado a los Virreyes; pero este fue un sacrificio
transitorio (…) que consagró el bien general de ese pueblo… (…)
Esta consideración precisó a la Junta a decretar honores al Presidente, presentando al pueblo la misma
pompa del antiguo simulacro (…) Un remedio tan peligroso a los derechos del pueblo y tan contrario a
las intenciones de la Junta, no ha debido durar sino el tiempo muy preciso para conseguir los justos fines
que se propusieron… (…) Si me considero igual a mis conciudadanos, ¿por qué me he de presentar de un
modo que les enseñe que son menos que yo?”
(Decreto sobre la supresión de honores a presidente de la Junta, redactado por Mariano Moreno, y
publicado por la Gaceta de Buenos Aires el 8 de diciembre de 1810.)

En relación con esto, la ruptura política entre la America española y la España


Ibérica, se desencadena luego del sentimiento independentista que los primeros
aportaron a los segundos, para enfrentarse a los franceses.

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Al notificarse los americanos de dicho acontecimiento, quisieron ser participes
activos en aquella representación; siendo la propuesta finalmente aceptada por los
españoles tras varios debates.
La desigualdad antes nombrada queda entonces explicita en el número de diputados
que son llamados a la Junta Central para la formación del autogobierno, como así
también la prioridad de opiniones de ciertos representantes.
El representante de los pueblos debe recibir de los representantes que lo eligen la
norma de su conducta, y respetar en la nueva constitución, el verdadero pacto social, en
que únicamente puede estribar la duración de los poderes, que se le confían.
Disuelta la Junta Central y suspenso el reconocimiento del Consejo de Regencia, por
no haber manifestado títulos legítimos de su inauguración: ¿quién es el supremo jefe?.
El Congreso es quien debe nombrarlo en la asociación de hombres, con la
denominación de Junta Central, quien será el supremo jefe de las provincias.
Sin embargo, el nuevo representante encomendado por los pueblos, no tiene derecho
alguno, porque hasta ahora no se ha alebrado ningún pacto social; el acto de
establecerlo, es el de fijarle las condiciones que convengan al constituyente; y ésta obra
es la que se llama constitución del Estado.

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