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“¿Quieres tú servir al Señor?

Él te mostrará el mejor camino”


Salmo 25:12
Al ir creciendo pensaba que para servir a Dios necesitaba de grandes dones y talentos, así
como mucho carisma y contactos para ser una “exitosa sierva de Dios”. Por supuesto que
al mirarme y sopesar mis capacidades quedé muy corta ante las expectativas que me había
autoimpuesto y, sobre todo, al profundizar en la Palabra me di cuenta de que poco tenían
mis capacidades que ver con lo que Dios quería y podía hacer con mi vida.
Al ver a Jesús y sus discípulos, hombres comunes y corrientes, imperfectos, coléricos y
“poco preparados” (teológica o profesionalmente hablando), sin embargo, tan
apasionados por Jesús que vieron sus vidas transformadas y su propósito como nunca lo
imaginaron, así vi también que mi vida cobraba un valor diferente en las manos de Dios.
Como María Magdalena y las mujeres de su época que siguieron fielmente al Maestro;
como un avaro cobrador de impuestos como Zaqueo; como un centurión romano que
decide creer en el poder sanador de Jesús, o como un paralítico que puede ponerse en pie
y caminar. El Maestro transforma cada vida que toca y aquellos que creen en Él son
usados con poder para Su Gloria. El mérito por supuesto no es nuestro, es de Jesús, y es
Él quien nos da lo necesario para cumplir su Misión.
Aquellos que hemos sido transformados por el amor redentor de Jesús no podemos dejar
de cumplir Su propósito para nuestra vida y la Misión encomendada en Mateo 28.
“¿Quieres tú servir al Señor? Él te mostrará el mejor camino”, no tenemos excusa. Su
propósito es que todas las naciones lo glorifiquen y aún estamos lejos de cumplir esa
meta.
Antes de ser llamada al Este de Asia llegó a mis manos la biografía de una de las primeras
misioneras en llegar a servir a esta parte del mundo y esta frase impactó mi corazón hasta
el día de hoy: “Yo no era la primera opción de Dios para lo que he hecho en China. No
sé quien era… debió haber sido un hombre, un hombre bien educado. No sé que fue lo
que pasó. Tal vez él murió, tal vez él no estaba dispuesto y Dios miró hacia abajo y vio
a Gladys Aylward y dijo: “Bueno, ella está dispuesta”. ¿Estamos nosotros dispuestos?

Oración: Padre amado, “Mi Señor, mi fortaleza, ¡Yo te amo! Mi Señor y Dios, tú eres mi
roca, mi defensor, ¡mi libertador!” (Sal 18:1-2). Pon en nosotros Señor un corazón
apasionado por aquellos que aún no han escuchado tu nombre. Sabemos que en ti hay
salvación, restauración, esperanza y paz. Ayúdanos a vivir empapados de ese amor que
recibimos de ti cada día y que nuestra vida te glorifique en todo momento. ¡Queremos ver
que todas las naciones te adoran y adorar junto a ellos! Por favor, prepara y envía más obreros
a esos lugares remotos donde aún tu nombre no es conocido y hazme parte activa de tu
Misión.
Elena
Misionera al Este de Asia

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