Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
We blew it.
Dennis Hopper, Easy Rider
Costa Picazo sostiene que la historia de los EEUU se caracteriza por el avance
de la opinión individual y de la voz de las minorías; explica que no se trata de una
tradición revolucionaria, sino de la puesta en práctica del derecho que cada persona
siente de decir “no” (Costa Picazo, 2009: 13). Ahora bien, si como señala Costa Picazo,
el espíritu del disenso es lo que siempre ha prevalecido en EEUU, ¿cómo podemos
pensar el hipismo a partir de estas aseveraciones? En un principio podemos pensarlo
como un movimiento que se hace eco de este espíritu inconformista al rechazar las
instituciones y normas sociales de su época, pero lo que se pone en cuestión entonces es
su verdadero contenido revolucionario.
Nos proponemos analizar las diferentes posturas teóricas trabajadas en el
seminario respecto de la aplicabilidad del término revolución al fenómeno hippie,
dejando en claro que es imposible negar su naturaleza contracultural y su valor
histórico.
Samoilovich desarrolla la idea de Stuart Hall, que entiende el hippismo como
parte de una dialéctica revolucionaria que tendría su conclusión en el yippismo. El
movimiento beatnik-hippie habría sido el sustento ideológico y estético necesario para
una primera etapa no violenta de la protesta social. El yippismo como evolución política
de una contracultura planteada en términos de undergound o contrahegemonía estaría
fuertemente asentado en la teatralización hippie. Sin embargo, según Hall, el hipismo ya
era, en sí mismo, revolucionario. Llama a la primera etapa dialéctica como una
“revolución expresiva” que luego tendrá una segunda parte “activista” con la
profundización de la violencia en la protesta social. La configuración de un movimiento
juvenilista y contrahegemónico es en la perspectiva de Samoilovich el producto de la
conjunción de diversos factores anudados al derrumbe del American Dream y el
American Way of Life como formas de vida asociadas al consumo y el misticismo
religioso. Ese camino de alienación habría tenido un corte en el surgimiento, primero de
la Generación Beat con sus Hipsters y la deformación final hacia el hippismo como
movimiento producto de la posguerra, y la liberación de las costumbres. Primero como
movimiento blanco en búsqueda de unas raíces espirituales y materiales que ya no
podían encontrar en un sistema dominado por las corporaciones económicas y políticas,
el movimiento beat se nutrió de las manifestaciones de la cultura negra (el Rock and
Roll, el ritmo del Jazz, las religiones orientales, una forma de razonamiento alternativa
y rizomática, liberadora) como modo de escape al aplastamiento de la maquinaria
materialista. Con el desarrollo de las luchas civiles negras, el movimiento hippie se
integra al cuadro como manifestación ampliada de un movimiento que agrupaba a todos
los disconformes en un grupo de ideología confusa, sin una orientación clara. El
hedonismo instituido en forma de vida marcó, según se sigue de la lectura de
Samoilovich, una forma de manifestación de independencia, rebeldía y rechazo de los
valores conservadores que forjaron el rumbo del American Dream.
El comienzo de la Guerra de Vietnam y la radicalización de la lucha negra llevó a los
hippies en dirección a una militancia pacifista y una identificación con los indígenas
americanos, en quienes vieron una esencia perdida de la nación estadounidense.
Estas características de rebeldía o revuelta cultural son las que resalta Lester cuando
interpreta al hippismo como un movimiento no revolucionario. El autor se concentra en
las protestas y resalta el carácter de happening de varias de ellas, pero entiende que los
tiempos exigen un compromiso revolucionario más intenso: “libertad o muerte”
proclama llamando a asumir un compromiso con el cambio social más intenso y
militante, del lado de la acción armada y la revuelta popular.
Una de las primeras puntualizaciones que hace Lester es que el término
revolución se encuentra de moda y que el mote de revolucionario hace sentir bien a las
personas que se lo endilgan pero en realidad la aplicabilidad de este concepto al
movimiento hippie merece un análisis más profundo. Sostiene que evidentemente se
está produciendo en Estados Unidos un levantamiento en manos de los jóvenes en
contra de los valores vigentes en la sociedad hasta ese momento, y, en este sentido, se
puede hablar de revolución, pero la naturaleza de la misma es simplemente cultural. El
hecho de que el movimiento de protesta juvenil no haya tenido consecuencias políticas,
que no cuente con la participación de la clase proletaria y que la estructura económica
siga intacta, son los tres elementos bisagra que le permiten a Lester negar la
aplicabilidad del término revolución al fenómeno contracultural hippie. En tanto no se
efectivice la toma del poder, la rebelión juvenil es, según este autor, más un eslabón de
una cadena que promulga el cambio, un estadio mental si se quiere, que un revolución
en el sentido marxista.
A diferencia de lo que sostiene Lester, Marcuse cree que hubo un atisbo
frustrado de revolución, pero que a éste le sucedió una nueva fase de estabilización y
que, por eso mismo, hasta el momento de la entrevista no se había podido concretar. Y
en abierta disidencia con Lester le otorga a los movimientos de protesta una clara
intencionalidad y real pragmatismo político. De hecho critica a ciertos sectores del
hippismo, aquellos que viven en comunas apartados del resto de la sociedad, porque se
evaden de la política y buscan encontrar su propia liberación de manera privada, ajenos
a las luchas de sus compañeros.
Otro punto de conflicto entre ambos autores se vincula con la importancia del rol
que juegan los estudiantes en la concreción de este proyecto revolucionario y si su mera
participación condena de antemano los intentos de cambio, como sostiene Lester. Éste
señala que el movimiento estudiantil es artificial ya que el estudiante vive en un medio
artificial, como la universidad. El movimiento estudiantil no puede ser considerado
revolucionario ya que actúa en forma solitaria y la única forma en que un movimiento
se vuelva revolucionario es haciéndolo en conjunto con otras fuerzas de la sociedad. El
estudiante se encuentra en una posición muy cómoda y desde allí le resulta fácil criticar
a los sujetos de la sociedad, en la que aún no está completamente involucrado. El
radicalismo de los estudiantes según Lester es “teóricamente correcto y
pragmáticamente irrelevante”. No se puede asegurar que una vez fuera de la universidad
el proceso de transformación impulsado desde este espacio se perpetúe por el
compromiso de los ex estudiantes. Y por esto, si el cambio vine propulsado por los
alumnos “contiene dentro de sí el germen de su propia muerte”. En cambio, Marcuse
piensa que justamente es el momento de los estudiantes, quienes presionados por las
exigencias y desigualdades del imperialismo, se han convertido en la clase por
antonomasia revolucionaria. Si bien no niega el papel primordial que los trabajadores
desarrollan, pues en última instancia son los únicos sujetos sociales capaces de detener
el proceso de producción y de reproducción, Marcuse propone una ampliación de los
individuos destinados a impulsar las transformaciones necesarias para modificar el
presente. Hay que recordar para entender esta propuesta que según Marcuse la
revolución en los países capitalistas, como Estados Unidos, no proviene de la miseria y
de las privaciones, como sucede en los países del tercer Mundo, sino de una necesidad
imperiosa de humanizar la vida.
La perspectiva de Lester puede ser, en cierta manera, vinculada con la de Luaces
ya que ninguno de los dos considera al movimiento hippie como verdaderamente
revolucionario. Sin embargo, la perspectiva de análisis difiere. Como ya se dijo, Lester
sostiene que la coyuntura de fines de los ’60 no es revolucionaria en el sentido marxista,
aunque bien pueda ser un primer paso hacia dicha revolución. Luaces, por su parte,
justifica su aseveración fundándose en un análisis del sistema capitalista basado en el
consumo desmedido. En esta línea analiza la cultura de los jóvenes: considera que la
rebeldía que se les adjudica es parte del sistema de cultura de masas, en la que los
productos culturales se consumen y circulan como cualquier otro bien. Lo que pueda
haber de revolucionario en los jóvenes se transforma en signo vaciado de sentido tras
ser utilizado abusivamente por la industria discográfica así como también por los
medios de comunicación. En este punto coincide con Lester, para quien “los medios de
comunicación no pueden ser otra cosa que enemigos de la revolución.” (Lester, 1972:
193).
Junto con los medios de comunicación, el uso adecuado de la tecnología juega
un papel fundamental en las posibilidades de triunfo de la revolución dentro de las
hipótesis de Marcuse: para llegar a la igualdad social, los avances científicos deben
orientarse hacia la liberación del hombre para que este pueda desarrollarse de forma
plena en actividades elegidas por él y no impuestas por una jornada laboral opresora.
Esta visión positiva del avance técnico adquiere dimensiones diferentes en las hipótesis
sobre las causas del detenimiento del movimiento juvenil de autores como Lester. Este
autor observa que en los países desarrollados, países donde las luchas supuestamente
apuntan a mejorar la calidad de vida más que a exigir necesidades básicas, los focos
tienden a apagarse rápidamente y los líderes carismáticos que articulaban el movimiento
tienden a desaparecer, debilitando todo el proceso. Y son los medios masivos de
comunicación los que juegan un papel decisivo en la pérdida de ímpetu del movimiento,
al crear la ilusión, en la reproducción de la propia imagen, de que lo que está detenido
sigue en marcha. Ese es el poder del avance de la técnica, publicitar para crear la ilusión
de verdad. Pero esa publicidad rápidamente se rebela contra el movimiento, lo supera,
lo engulle. Como afirma Lester, los medios de comunicación son enemigos de la
revolución porque nos maravillan con nuestra propia imagen pero nos quitan toda
capacidad crítica y todo el potencial revolucionario.
Sumado a ello, Luaces observa que al sistema consumista se opone la
contracultura hippie, pero sin mayores logros ya que, por un lado, no tenían un
programa organizado; y, por otro, fueron ellos mismos absorbidos por el sistema y
muchos de sus íconos se transformaron en productos de consumo. La falta de una
estructura definida y de objetivos bien formulados fue lo que facilitó la incorporación
del hippismo al mercado de bienes, motivo por el cual Luaces sostiene que el
movimiento hippie fracasó.
Costa Picazo afirma “el disenso crea disenso” (Costa Picazo, 2009: 17). Los
movimientos culturales en Estados Unidos tienen siempre su origen en la firme creencia
que tiene todo ciudadano de poder decir no, separarse de aquello que no lo convence,
como alguna vez se separaron los puritanos que llegaron a América o todo aquel que se
haya salido –temporariamente- del Sistema. Los hippies, que creían que con su culto a
la pobreza y rechazo a las exigencias burguesas estaban rebelándose contra el sueño
americano, no hacen más que recrearlo bajo otros parámetros: por sobre todas las cosas
se sigue privilegiando un estilo de vida y no un cambio político radical. Aún hoy en día
es posible rastrear esa forma de vida hippie, pero totalmente mercantilizada: ropa
hippie, cortes de pelo hippie. Es decir que existen ciertos ideales de ese estilo de vida
que se mantuvieron, lo que no hace más que reafirmar que no se trató de un movimiento
que buscara cambios radicales en el mundo sino pequeños cambios individuales, lo que
determinó lo efímero de su potencial a la vez que lo continuado de su influencia en la
vida capitalista. En ese sentido nuestra postura se acerca más a la de Lester que a la de
Marcuse, en tanto es imposible esperar un cambio si el impulso inicial proviene
únicamente de las clases más acomodadas, que jamás intentarán sacudir tanto al sistema
como para caer totalmente de él. Cuando el sistema no sólo permite sino que se
reproduce a través de una cultura del disenso, los movimientos culturales sólo podrán
generar una ilusión de cambio. Y cuando la tecnología y los medios se orientan a
ampliar una imagen en vez de analizarla, terminan vaciando el movimiento en vez de
difundirlo.
La firme convicción sobre las propias creencias que trae aparejada la cultura del
disenso es una característica constitutiva de la sociedad estadounidense. Cada
movimiento cultural que niega al anterior se postula como novedoso, individual,
potente, rebelde y en lo cierto. Pero la realidad es que ninguno ha logrado
establecer un cambio profundo. En su libro Tiempo de canallas la dramaturga
Lilian Hellman reflexiona al respecto basándose en la era McCarthy:
“En los Estados Unidos nada dura más de diez años. Como nación, ni nos asombramos
ante el daño que McCarthy había causado, ni ante la ruina en que había sumergido a la
gente… Sencillamente, nos aburrimos de ellos, eso fue todo…Sólo los nombres y rostros
cambian. Somos un pueblo al que no le gusta recordar el pasado. En los Estados Unidos,
analizar los errores pretéritos se considera poco saludable; pensar en ellos resulta
neurótico, y tenerlos presentes resultaría ya psicótico…También ellos saben que nuestra
memoria es corta y que lo olvidamos todo prontamente” (Hellman, 1980: 161)
Trabajaremos con el siguiente corpus fílmico: Bob & Carol & Ted & Alice,
Midnight Cowboy y Easy Rider. Los tres films del corpus seleccionado convergen en un
elemento común: la elección conciente por parte de los personajes de una forma de vida.
Con ello no nos referimos solamente a un estilo de vida (que por cierto también se ve en
las películas) sino de una visión de mundo, una posición frente a la vida. Si bien en cada
caso se trata de elecciones diferentes (amor libre e intercambio de parejas, drogas,
apartarse de la sociedad, ser un misfit,), todas coinciden en que esa decisión conlleva un
alejamiento de las formas de vida tradicionales, culturalmente determinadas, aprobadas
por el sistema. Y ello trae aparejado el rechazo de cierta parte de la sociedad, pero
también la sensación de libertad. Es por eso que los ejes de análisis que vamos a trabajar
para evaluar la representación de lo hippie en el cine serán, por un lado, la reacción ante
lo diferente y, por otro, el viaje como forma de liberación, para llegar finalmente a un
entendimiento mayor de qué es lo que envuelve la experiencia hippie.
La disidencia como forma de vida de la que hablábamos en la respuesta uno
ciertamente forma parte de la motivación de varios de los personajes del corpus fílmico
elegido. El movimiento hippie se caracterizó por un rechazo hacia las formas
preestablecidas, rechazo que podemos ver en personajes como Carol, Billy o Wyatt,
cuando Carol rechaza la típica reacción burguesa ante el engaño del marido o cuando
Billy y Wyatt eligen dormir al aire libre o experimentar con drogas. Pero esta aparente
libertad a la hora de elegir modos de vida alternativos trae aparejado un rechazo por
parte de cierto sector de la sociedad hacia esa misma forma de vida, ya sea de parte de
una amiga en el caso de Alice, o todo un pueblo en Easy Rider.
La búsqueda de una forma de vida alternativa es posible a partir de la aceptación
de lo anómalo, que entendemos como aquello que establece una diferencia pero a la vez
es inclasificable; es decir, no implica una carencia ni implica la existencia de un opuesto
sino más bien la existencia de una pluralidad de posibilidades. Pensemos por ejemplo en
la confesión de Ted a Carol, cuando admite haber tenido una aventura. Ted se confiesa
sabiendo que la única respuesta posible es el escándalo, porque eso es lo que se supone
que debe pasar ante el adulterio. Sin embargo Carol rompe esa regla, sorprende, porque
elige una forma distinta de tomar esa confesión. De esta manera se intenta superar una
especie de mandato de la cultura, un mandato social que intenta siempre devolver a los
personajes a un lugar más restrictivo, como cuando Joe es enfrentado diariamente a un
mandato capitalista a través de la ventana, el letrero que dice “MONEY”, mandato que
desde un inicio se plantea como un imposible: el apellido de Joe es Buck, lo que
equivale a un dólar, su propio nombre es sinónimo de cambio chico. Esta misma
restricción le es impuesta por los demás, esto se observa en una de las contradicciones
iniciales, en la escena en que se nos presenta primero la fantasía de Joe de insultar y
rebajar a su jefe para luego mostrarnos lo que verdaderamente son sus posibilidades: ser
humillado y subestimado por un representante de la jerarquización, la cultura restrictiva,
oficial.
La pregunta que planteamos entonces es cómo funciona ese llamado a la
normalización para determinar a los personajes y cómo los films plantean posibles
líneas de fuga que casi nunca logran superar ese mandato previo de la cultura, de forma
que toda posibilidad de experiencia propia queda abortada. Hay un intento de escapar de
las clasificaciones, que inmediatamente es cortado por el restablecimiento de la
diferencia, que reproduce relaciones de hegemonía y subalternidad que quiebran todo
proceso de desorden para volver al sistema de normalización. Lo que decanta es la falta
de comunión entre lo viviente, hay algo en las películas que muestra que muchos de los
ideales del hippismo no pudieron sobrevivir a la sociedad de consumo capitalista, lo que
desemboca en los roles opresivos dados por el sistema que justamente el hippismo
buscó sortear: la dicotomía de los papeles “hombre/mujer”, “rico/pobre”,
“civilizado/salvaje”, “civilización/naturaleza”: un ejemplo de esto es la elección del
personaje de Dennis Hopper de usar un atuendo con aires amerindios. De esta forma el
personaje se aleja de cierta pauta de vestimenta, pero además se inserta en una tradición
diferente a la americana clásica, hay algo de una contracultura en vestirse de forma
diferente y llamativa, lo que también hicieron los hippies, quienes se identificaron
mucho con ciertas temáticas amerindias. Sin embargo esta elección del personaje va a
ser abiertamente criticada por los demás, va a ser rechazado a tal punto que se va a tener
que retirar de la cafetería en la que estaba y esa escena derivará en el asesinato de uno
de sus compañeros. Vemos entonces que la aceptación de lo diferente, la posibilidad de
coexistencia de la cultura con la contracultura se plantea como un imposible.
El intento que vemos en las películas por acallar las voces de la disidencia (ya se
trate de Alice mostrándose aturdida por los comentarios de Carol; o de un jefe, figura de
autoridad, burlándose de los ideales de Joe) se condice con lo que ocurrió con la
experiencia hippie. Efectivamente se escuchó un grito de disconformidad, y existió un
cambio cultural, pero el cambio no llegó a todos, y finalmente fue absorbido sin sacudir
al sistema. En última instancia, los que se pueden dar el lujo de ser diferentes, son las
capas más altas de la esfera social, como en Bob & Carol & Ted & Alice, capas que no
buscan un verdadero cambio sino mayor comodidad individual. En la escena final de
esta película los personajes salen a la calle a tocarse las caras mutuamente junto a
cientos de personas, reconociéndose, habiendo aprendido en cierta forma el verdadero
sentido del seminario inicial; llegan a un estado de mayor libertad, tocar al otro es
reconocerlo, aceptarlo, no limitar su experiencia. Si a esta imagen tan táctil sumamos la
banda sonora del final, cuyo estribillo repite “What the world needs now/ is love, sweet
love” podemos llegar a entender que para estos personajes, integrantes de la sociedad en
su calidad de productores y amas de casa, parte de la experiencia hippie es aceptada. En
cambio, para aquellos personajes que la sociedad considera outsiders, como Billy o
Wyatt, esa misma experiencia les será negada. Deberán volver a la forma de vida
avalada, es decir, cortarse el pelo, vestirse normalmente, conseguir trabajo, o deberán
morir. En Easy Rider la música también es un testimonio del deseo de la cultura hippie
por encontrar una experiencia liberadora, títulos como “Born to be wild”, “If you want
to be a bird” o “If six was nine”, sumados a las escenas de road trip refuerzan esta
visión de mundo.
Habiéndonos referido a la temática de la experiencia abortada, vamos a pasar a
una esfera en que el hippismo abrió un camino: la búsqueda de la libertad.
Una temática que se encuentra presente en los tres films es el viaje como
liberación. Por liberación entendemos la tolerancia a la propia anomalía, el permitirse
salir de la normalidad de la sociedad. En este sentido, resulta interesante destacar el
aporte de Samoilovich en relación a que si el destino del hombre del siglo XX es vivir
con la muerte (Segunda Guerra Mundial, Vietnam, bomba atómica) entonces una
posible respuesta vital es aceptar las condiciones de la muerte, existiendo sin raíces y
viajando por esa ruta desconocida “hacia los rebeldes imperativos del ser”. El viaje les
permite a los personajes de las películas ampliar y explorar el campo de la experiencia
típica, normalizada, en donde seguridad significa aburrimiento. Podemos pensar,
entonces, que el viaje funciona como un catalizador de las acciones más transgresoras
en los films. Si bien los traslados son un punto de contacto entre las tres películas,
existen tensiones respecto a cómo cada uno de los protagonistas vivirá el viaje como
liberación, aventura, etc. El viaje no es un elemento homogéneo sino que tiene diversas
aristas y genera puntos de tensión hacia dentro de las películas. En relación a esto, es
interesante el aporte de Claudio Magris en “Desde el otro lado. Consideraciones
fronterizas”, en Utopía y desencanto sobre el viaje:
“En la edad contemporánea caben dos modelos de Odisea. Por un lado, conforme al
modelo tradicional y clásico que va de Homero a Joyce, la Odisea como viaje circular,
esto es, como camino del individuo que sale, atraviesa el mundo y al final vuelve a Ítaca,
a casa, enriquecido y ciertamente cambiado por las experiencias que ha vivido durante el
viaje, pero confirmado en su identidad. Llega, pues, a una identidad más profunda,
edificando unas sólidas y seguras fronteras en su persona, ni obsesivamente cerradas al
mundo ni sueltas en una caótica indistinción.
Por otro lado, está la Odisea rectilínea, en la que el individuo no vuelve a casa sino que
procede en línea recta hacia el infinito o hacia la nada, perdiéndose por el camino y
modificando radicalmente su propia fisonomía, volviéndose otro, destruyendo cualquier
frontera de su propia identidad.” (Magris, 2001:64)