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1) Poner en contacto por lo menos tres posiciones conceptuales de los bloques

bibliográficos trabajados en clase y elaborar una reflexión valorativa sobre el fenómeno


hippie como contracultura histórica.

El sistema juega a durar. Nos destruirá o lo destruiremos.


Julius Lester, Notas revolucionarias

We blew it.
Dennis Hopper, Easy Rider

Costa Picazo sostiene que la historia de los EEUU se caracteriza por el avance
de la opinión individual y de la voz de las minorías; explica que no se trata de una
tradición revolucionaria, sino de la puesta en práctica del derecho que cada persona
siente de decir “no” (Costa Picazo, 2009: 13). Ahora bien, si como señala Costa Picazo,
el espíritu del disenso es lo que siempre ha prevalecido en EEUU, ¿cómo podemos
pensar el hipismo a partir de estas aseveraciones? En un principio podemos pensarlo
como un movimiento que se hace eco de este espíritu inconformista al rechazar las
instituciones y normas sociales de su época, pero lo que se pone en cuestión entonces es
su verdadero contenido revolucionario.
Nos proponemos analizar las diferentes posturas teóricas trabajadas en el
seminario respecto de la aplicabilidad del término revolución al fenómeno hippie,
dejando en claro que es imposible negar su naturaleza contracultural y su valor
histórico.
Samoilovich desarrolla la idea de Stuart Hall, que entiende el hippismo como
parte de una dialéctica revolucionaria que tendría su conclusión en el yippismo. El
movimiento beatnik-hippie habría sido el sustento ideológico y estético necesario para
una primera etapa no violenta de la protesta social. El yippismo como evolución política
de una contracultura planteada en términos de undergound o contrahegemonía estaría
fuertemente asentado en la teatralización hippie. Sin embargo, según Hall, el hipismo ya
era, en sí mismo, revolucionario. Llama a la primera etapa dialéctica como una
“revolución expresiva” que luego tendrá una segunda parte “activista” con la
profundización de la violencia en la protesta social. La configuración de un movimiento
juvenilista y contrahegemónico es en la perspectiva de Samoilovich el producto de la
conjunción de diversos factores anudados al derrumbe del American Dream y el
American Way of Life como formas de vida asociadas al consumo y el misticismo
religioso. Ese camino de alienación habría tenido un corte en el surgimiento, primero de
la Generación Beat con sus Hipsters y la deformación final hacia el hippismo como
movimiento producto de la posguerra, y la liberación de las costumbres. Primero como
movimiento blanco en búsqueda de unas raíces espirituales y materiales que ya no
podían encontrar en un sistema dominado por las corporaciones económicas y políticas,
el movimiento beat se nutrió de las manifestaciones de la cultura negra (el Rock and
Roll, el ritmo del Jazz, las religiones orientales, una forma de razonamiento alternativa
y rizomática, liberadora) como modo de escape al aplastamiento de la maquinaria
materialista. Con el desarrollo de las luchas civiles negras, el movimiento hippie se
integra al cuadro como manifestación ampliada de un movimiento que agrupaba a todos
los disconformes en un grupo de ideología confusa, sin una orientación clara. El
hedonismo instituido en forma de vida marcó, según se sigue de la lectura de
Samoilovich, una forma de manifestación de independencia, rebeldía y rechazo de los
valores conservadores que forjaron el rumbo del American Dream.
El comienzo de la Guerra de Vietnam y la radicalización de la lucha negra llevó a los
hippies en dirección a una militancia pacifista y una identificación con los indígenas
americanos, en quienes vieron una esencia perdida de la nación estadounidense.
Estas características de rebeldía o revuelta cultural son las que resalta Lester cuando
interpreta al hippismo como un movimiento no revolucionario. El autor se concentra en
las protestas y resalta el carácter de happening de varias de ellas, pero entiende que los
tiempos exigen un compromiso revolucionario más intenso: “libertad o muerte”
proclama llamando a asumir un compromiso con el cambio social más intenso y
militante, del lado de la acción armada y la revuelta popular.
Una de las primeras puntualizaciones que hace Lester es que el término
revolución se encuentra de moda y que el mote de revolucionario hace sentir bien a las
personas que se lo endilgan pero en realidad la aplicabilidad de este concepto al
movimiento hippie merece un análisis más profundo. Sostiene que evidentemente se
está produciendo en Estados Unidos un levantamiento en manos de los jóvenes en
contra de los valores vigentes en la sociedad hasta ese momento, y, en este sentido, se
puede hablar de revolución, pero la naturaleza de la misma es simplemente cultural. El
hecho de que el movimiento de protesta juvenil no haya tenido consecuencias políticas,
que no cuente con la participación de la clase proletaria y que la estructura económica
siga intacta, son los tres elementos bisagra que le permiten a Lester negar la
aplicabilidad del término revolución al fenómeno contracultural hippie. En tanto no se
efectivice la toma del poder, la rebelión juvenil es, según este autor, más un eslabón de
una cadena que promulga el cambio, un estadio mental si se quiere, que un revolución
en el sentido marxista.
A diferencia de lo que sostiene Lester, Marcuse cree que hubo un atisbo
frustrado de revolución, pero que a éste le sucedió una nueva fase de estabilización y
que, por eso mismo, hasta el momento de la entrevista no se había podido concretar. Y
en abierta disidencia con Lester le otorga a los movimientos de protesta una clara
intencionalidad y real pragmatismo político. De hecho critica a ciertos sectores del
hippismo, aquellos que viven en comunas apartados del resto de la sociedad, porque se
evaden de la política y buscan encontrar su propia liberación de manera privada, ajenos
a las luchas de sus compañeros.
Otro punto de conflicto entre ambos autores se vincula con la importancia del rol
que juegan los estudiantes en la concreción de este proyecto revolucionario y si su mera
participación condena de antemano los intentos de cambio, como sostiene Lester. Éste
señala que el movimiento estudiantil es artificial ya que el estudiante vive en un medio
artificial, como la universidad. El movimiento estudiantil no puede ser considerado
revolucionario ya que actúa en forma solitaria y la única forma en que un movimiento
se vuelva revolucionario es haciéndolo en conjunto con otras fuerzas de la sociedad. El
estudiante se encuentra en una posición muy cómoda y desde allí le resulta fácil criticar
a los sujetos de la sociedad, en la que aún no está completamente involucrado. El
radicalismo de los estudiantes según Lester es “teóricamente correcto y
pragmáticamente irrelevante”. No se puede asegurar que una vez fuera de la universidad
el proceso de transformación impulsado desde este espacio se perpetúe por el
compromiso de los ex estudiantes. Y por esto, si el cambio vine propulsado por los
alumnos “contiene dentro de sí el germen de su propia muerte”. En cambio, Marcuse
piensa que justamente es el momento de los estudiantes, quienes presionados por las
exigencias y desigualdades del imperialismo, se han convertido en la clase por
antonomasia revolucionaria. Si bien no niega el papel primordial que los trabajadores
desarrollan, pues en última instancia son los únicos sujetos sociales capaces de detener
el proceso de producción y de reproducción, Marcuse propone una ampliación de los
individuos destinados a impulsar las transformaciones necesarias para modificar el
presente. Hay que recordar para entender esta propuesta que según Marcuse la
revolución en los países capitalistas, como Estados Unidos, no proviene de la miseria y
de las privaciones, como sucede en los países del tercer Mundo, sino de una necesidad
imperiosa de humanizar la vida.
La perspectiva de Lester puede ser, en cierta manera, vinculada con la de Luaces
ya que ninguno de los dos considera al movimiento hippie como verdaderamente
revolucionario. Sin embargo, la perspectiva de análisis difiere. Como ya se dijo, Lester
sostiene que la coyuntura de fines de los ’60 no es revolucionaria en el sentido marxista,
aunque bien pueda ser un primer paso hacia dicha revolución. Luaces, por su parte,
justifica su aseveración fundándose en un análisis del sistema capitalista basado en el
consumo desmedido. En esta línea analiza la cultura de los jóvenes: considera que la
rebeldía que se les adjudica es parte del sistema de cultura de masas, en la que los
productos culturales se consumen y circulan como cualquier otro bien. Lo que pueda
haber de revolucionario en los jóvenes se transforma en signo vaciado de sentido tras
ser utilizado abusivamente por la industria discográfica así como también por los
medios de comunicación. En este punto coincide con Lester, para quien “los medios de
comunicación no pueden ser otra cosa que enemigos de la revolución.” (Lester, 1972:
193).
Junto con los medios de comunicación, el uso adecuado de la tecnología juega
un papel fundamental en las posibilidades de triunfo de la revolución dentro de las
hipótesis de Marcuse: para llegar a la igualdad social, los avances científicos deben
orientarse hacia la liberación del hombre para que este pueda desarrollarse de forma
plena en actividades elegidas por él y no impuestas por una jornada laboral opresora.
Esta visión positiva del avance técnico adquiere dimensiones diferentes en las hipótesis
sobre las causas del detenimiento del movimiento juvenil de autores como Lester. Este
autor observa que en los países desarrollados, países donde las luchas supuestamente
apuntan a mejorar la calidad de vida más que a exigir necesidades básicas, los focos
tienden a apagarse rápidamente y los líderes carismáticos que articulaban el movimiento
tienden a desaparecer, debilitando todo el proceso. Y son los medios masivos de
comunicación los que juegan un papel decisivo en la pérdida de ímpetu del movimiento,
al crear la ilusión, en la reproducción de la propia imagen, de que lo que está detenido
sigue en marcha. Ese es el poder del avance de la técnica, publicitar para crear la ilusión
de verdad. Pero esa publicidad rápidamente se rebela contra el movimiento, lo supera,
lo engulle. Como afirma Lester, los medios de comunicación son enemigos de la
revolución porque nos maravillan con nuestra propia imagen pero nos quitan toda
capacidad crítica y todo el potencial revolucionario.
Sumado a ello, Luaces observa que al sistema consumista se opone la
contracultura hippie, pero sin mayores logros ya que, por un lado, no tenían un
programa organizado; y, por otro, fueron ellos mismos absorbidos por el sistema y
muchos de sus íconos se transformaron en productos de consumo. La falta de una
estructura definida y de objetivos bien formulados fue lo que facilitó la incorporación
del hippismo al mercado de bienes, motivo por el cual Luaces sostiene que el
movimiento hippie fracasó.
Costa Picazo afirma “el disenso crea disenso” (Costa Picazo, 2009: 17). Los
movimientos culturales en Estados Unidos tienen siempre su origen en la firme creencia
que tiene todo ciudadano de poder decir no, separarse de aquello que no lo convence,
como alguna vez se separaron los puritanos que llegaron a América o todo aquel que se
haya salido –temporariamente- del Sistema. Los hippies, que creían que con su culto a
la pobreza y rechazo a las exigencias burguesas estaban rebelándose contra el sueño
americano, no hacen más que recrearlo bajo otros parámetros: por sobre todas las cosas
se sigue privilegiando un estilo de vida y no un cambio político radical. Aún hoy en día
es posible rastrear esa forma de vida hippie, pero totalmente mercantilizada: ropa
hippie, cortes de pelo hippie. Es decir que existen ciertos ideales de ese estilo de vida
que se mantuvieron, lo que no hace más que reafirmar que no se trató de un movimiento
que buscara cambios radicales en el mundo sino pequeños cambios individuales, lo que
determinó lo efímero de su potencial a la vez que lo continuado de su influencia en la
vida capitalista. En ese sentido nuestra postura se acerca más a la de Lester que a la de
Marcuse, en tanto es imposible esperar un cambio si el impulso inicial proviene
únicamente de las clases más acomodadas, que jamás intentarán sacudir tanto al sistema
como para caer totalmente de él. Cuando el sistema no sólo permite sino que se
reproduce a través de una cultura del disenso, los movimientos culturales sólo podrán
generar una ilusión de cambio. Y cuando la tecnología y los medios se orientan a
ampliar una imagen en vez de analizarla, terminan vaciando el movimiento en vez de
difundirlo.

La firme convicción sobre las propias creencias que trae aparejada la cultura del
disenso es una característica constitutiva de la sociedad estadounidense. Cada
movimiento cultural que niega al anterior se postula como novedoso, individual,
potente, rebelde y en lo cierto. Pero la realidad es que ninguno ha logrado
establecer un cambio profundo. En su libro Tiempo de canallas la dramaturga
Lilian Hellman reflexiona al respecto basándose en la era McCarthy:

“En los Estados Unidos nada dura más de diez años. Como nación, ni nos asombramos
ante el daño que McCarthy había causado, ni ante la ruina en que había sumergido a la
gente… Sencillamente, nos aburrimos de ellos, eso fue todo…Sólo los nombres y rostros
cambian. Somos un pueblo al que no le gusta recordar el pasado. En los Estados Unidos,
analizar los errores pretéritos se considera poco saludable; pensar en ellos resulta
neurótico, y tenerlos presentes resultaría ya psicótico…También ellos saben que nuestra
memoria es corta y que lo olvidamos todo prontamente” (Hellman, 1980: 161)

Hellman explica que todo movimiento cultural en Estados Unidos es efímero


porque sigue los avatares de la moda, una vez que la población se aburre o encuentra
otro movimiento novedoso, abandona al anterior. La sociedad estadounidense no sólo
sigue modas, sino que olvida rápidamente, y esto tiene como consecuencia una
repetición de ciclos que copian uno al otro, esa es la única forma de explicar cómo al
macartismo le siguió Vietnam y a este, la época de Nixon. En este sentido, gran parte de
las reivindicaciones de los hippies, formaban en realidad parte de una línea ancestral de
tradición americana, quizás olvidada o pasada por alto por los líderes del movimiento.
Ya Turner nota en The Significance of the Frontier in American History (Clase de R.
Costa Picazo, 25-3-2009) cuál es la perspectiva estadounidense desde la fundación, ese
destino manifiesto: el derecho de pensamiento individual como arma contra los abusos
de poder. La cultura hippie que se rebela contra la moral burguesa no hace más que
colocarse como un eslabón más dentro de la cadena de americanos que se ha rebelado
contra el Sistema en defensa de la opinión propia. El intento del hippismo de crear un
nuevo hombre es una forma más de reproducir uno de los mitos fundacionales
estadounidenses, el del self-made man, el hombre nuevo americano, individualista y
antiintelectual, que se apoya en su propia fuerza. Así como el hippie se enfrenta solo a
la sociedad corrupta en un arranque de heroísmo, de diferenciación de los demás,
también lo ha hecho el cowboy que conquistó el Oeste. El hippismo pudo haber sido,
entonces, un nuevo avatar de la rebeldía que conforma la esencia del Ser
Estadounidense.
2) Establecer diferencias y convergencias entre por lo menos tres films del corpus para
acceder a una valoración crítica de la representación de lo hippie en el cine.

Trabajaremos con el siguiente corpus fílmico: Bob & Carol & Ted & Alice,
Midnight Cowboy y Easy Rider. Los tres films del corpus seleccionado convergen en un
elemento común: la elección conciente por parte de los personajes de una forma de vida.
Con ello no nos referimos solamente a un estilo de vida (que por cierto también se ve en
las películas) sino de una visión de mundo, una posición frente a la vida. Si bien en cada
caso se trata de elecciones diferentes (amor libre e intercambio de parejas, drogas,
apartarse de la sociedad, ser un misfit,), todas coinciden en que esa decisión conlleva un
alejamiento de las formas de vida tradicionales, culturalmente determinadas, aprobadas
por el sistema. Y ello trae aparejado el rechazo de cierta parte de la sociedad, pero
también la sensación de libertad. Es por eso que los ejes de análisis que vamos a trabajar
para evaluar la representación de lo hippie en el cine serán, por un lado, la reacción ante
lo diferente y, por otro, el viaje como forma de liberación, para llegar finalmente a un
entendimiento mayor de qué es lo que envuelve la experiencia hippie.
La disidencia como forma de vida de la que hablábamos en la respuesta uno
ciertamente forma parte de la motivación de varios de los personajes del corpus fílmico
elegido. El movimiento hippie se caracterizó por un rechazo hacia las formas
preestablecidas, rechazo que podemos ver en personajes como Carol, Billy o Wyatt,
cuando Carol rechaza la típica reacción burguesa ante el engaño del marido o cuando
Billy y Wyatt eligen dormir al aire libre o experimentar con drogas. Pero esta aparente
libertad a la hora de elegir modos de vida alternativos trae aparejado un rechazo por
parte de cierto sector de la sociedad hacia esa misma forma de vida, ya sea de parte de
una amiga en el caso de Alice, o todo un pueblo en Easy Rider.
La búsqueda de una forma de vida alternativa es posible a partir de la aceptación
de lo anómalo, que entendemos como aquello que establece una diferencia pero a la vez
es inclasificable; es decir, no implica una carencia ni implica la existencia de un opuesto
sino más bien la existencia de una pluralidad de posibilidades. Pensemos por ejemplo en
la confesión de Ted a Carol, cuando admite haber tenido una aventura. Ted se confiesa
sabiendo que la única respuesta posible es el escándalo, porque eso es lo que se supone
que debe pasar ante el adulterio. Sin embargo Carol rompe esa regla, sorprende, porque
elige una forma distinta de tomar esa confesión. De esta manera se intenta superar una
especie de mandato de la cultura, un mandato social que intenta siempre devolver a los
personajes a un lugar más restrictivo, como cuando Joe es enfrentado diariamente a un
mandato capitalista a través de la ventana, el letrero que dice “MONEY”, mandato que
desde un inicio se plantea como un imposible: el apellido de Joe es Buck, lo que
equivale a un dólar, su propio nombre es sinónimo de cambio chico. Esta misma
restricción le es impuesta por los demás, esto se observa en una de las contradicciones
iniciales, en la escena en que se nos presenta primero la fantasía de Joe de insultar y
rebajar a su jefe para luego mostrarnos lo que verdaderamente son sus posibilidades: ser
humillado y subestimado por un representante de la jerarquización, la cultura restrictiva,
oficial.
La pregunta que planteamos entonces es cómo funciona ese llamado a la
normalización para determinar a los personajes y cómo los films plantean posibles
líneas de fuga que casi nunca logran superar ese mandato previo de la cultura, de forma
que toda posibilidad de experiencia propia queda abortada. Hay un intento de escapar de
las clasificaciones, que inmediatamente es cortado por el restablecimiento de la
diferencia, que reproduce relaciones de hegemonía y subalternidad que quiebran todo
proceso de desorden para volver al sistema de normalización. Lo que decanta es la falta
de comunión entre lo viviente, hay algo en las películas que muestra que muchos de los
ideales del hippismo no pudieron sobrevivir a la sociedad de consumo capitalista, lo que
desemboca en los roles opresivos dados por el sistema que justamente el hippismo
buscó sortear: la dicotomía de los papeles “hombre/mujer”, “rico/pobre”,
“civilizado/salvaje”, “civilización/naturaleza”: un ejemplo de esto es la elección del
personaje de Dennis Hopper de usar un atuendo con aires amerindios. De esta forma el
personaje se aleja de cierta pauta de vestimenta, pero además se inserta en una tradición
diferente a la americana clásica, hay algo de una contracultura en vestirse de forma
diferente y llamativa, lo que también hicieron los hippies, quienes se identificaron
mucho con ciertas temáticas amerindias. Sin embargo esta elección del personaje va a
ser abiertamente criticada por los demás, va a ser rechazado a tal punto que se va a tener
que retirar de la cafetería en la que estaba y esa escena derivará en el asesinato de uno
de sus compañeros. Vemos entonces que la aceptación de lo diferente, la posibilidad de
coexistencia de la cultura con la contracultura se plantea como un imposible.
El intento que vemos en las películas por acallar las voces de la disidencia (ya se
trate de Alice mostrándose aturdida por los comentarios de Carol; o de un jefe, figura de
autoridad, burlándose de los ideales de Joe) se condice con lo que ocurrió con la
experiencia hippie. Efectivamente se escuchó un grito de disconformidad, y existió un
cambio cultural, pero el cambio no llegó a todos, y finalmente fue absorbido sin sacudir
al sistema. En última instancia, los que se pueden dar el lujo de ser diferentes, son las
capas más altas de la esfera social, como en Bob & Carol & Ted & Alice, capas que no
buscan un verdadero cambio sino mayor comodidad individual. En la escena final de
esta película los personajes salen a la calle a tocarse las caras mutuamente junto a
cientos de personas, reconociéndose, habiendo aprendido en cierta forma el verdadero
sentido del seminario inicial; llegan a un estado de mayor libertad, tocar al otro es
reconocerlo, aceptarlo, no limitar su experiencia. Si a esta imagen tan táctil sumamos la
banda sonora del final, cuyo estribillo repite “What the world needs now/ is love, sweet
love” podemos llegar a entender que para estos personajes, integrantes de la sociedad en
su calidad de productores y amas de casa, parte de la experiencia hippie es aceptada. En
cambio, para aquellos personajes que la sociedad considera outsiders, como Billy o
Wyatt, esa misma experiencia les será negada. Deberán volver a la forma de vida
avalada, es decir, cortarse el pelo, vestirse normalmente, conseguir trabajo, o deberán
morir. En Easy Rider la música también es un testimonio del deseo de la cultura hippie
por encontrar una experiencia liberadora, títulos como “Born to be wild”, “If you want
to be a bird” o “If six was nine”, sumados a las escenas de road trip refuerzan esta
visión de mundo.
Habiéndonos referido a la temática de la experiencia abortada, vamos a pasar a
una esfera en que el hippismo abrió un camino: la búsqueda de la libertad.
Una temática que se encuentra presente en los tres films es el viaje como
liberación. Por liberación entendemos la tolerancia a la propia anomalía, el permitirse
salir de la normalidad de la sociedad. En este sentido, resulta interesante destacar el
aporte de Samoilovich en relación a que si el destino del hombre del siglo XX es vivir
con la muerte (Segunda Guerra Mundial, Vietnam, bomba atómica) entonces una
posible respuesta vital es aceptar las condiciones de la muerte, existiendo sin raíces y
viajando por esa ruta desconocida “hacia los rebeldes imperativos del ser”. El viaje les
permite a los personajes de las películas ampliar y explorar el campo de la experiencia
típica, normalizada, en donde seguridad significa aburrimiento. Podemos pensar,
entonces, que el viaje funciona como un catalizador de las acciones más transgresoras
en los films. Si bien los traslados son un punto de contacto entre las tres películas,
existen tensiones respecto a cómo cada uno de los protagonistas vivirá el viaje como
liberación, aventura, etc. El viaje no es un elemento homogéneo sino que tiene diversas
aristas y genera puntos de tensión hacia dentro de las películas. En relación a esto, es
interesante el aporte de Claudio Magris en “Desde el otro lado. Consideraciones
fronterizas”, en Utopía y desencanto sobre el viaje:

“En la edad contemporánea caben dos modelos de Odisea. Por un lado, conforme al
modelo tradicional y clásico que va de Homero a Joyce, la Odisea como viaje circular,
esto es, como camino del individuo que sale, atraviesa el mundo y al final vuelve a Ítaca,
a casa, enriquecido y ciertamente cambiado por las experiencias que ha vivido durante el
viaje, pero confirmado en su identidad. Llega, pues, a una identidad más profunda,
edificando unas sólidas y seguras fronteras en su persona, ni obsesivamente cerradas al
mundo ni sueltas en una caótica indistinción.
Por otro lado, está la Odisea rectilínea, en la que el individuo no vuelve a casa sino que
procede en línea recta hacia el infinito o hacia la nada, perdiéndose por el camino y
modificando radicalmente su propia fisonomía, volviéndose otro, destruyendo cualquier
frontera de su propia identidad.” (Magris, 2001:64)

En Easy Rider el objetivo principal de los protagonistas es llegar al Carnaval de


Mardi Gras. Según Bajtín, el Carnaval es el momento en que la realidad y los roles se
invierten, en este sentido, como se planteó en la clase del 23 de Octubre, el Carnaval
funciona como metáfora del rechazo de lo constitucional y de lo estamental. Esto se
condice con la búsqueda de liberación de los personajes que viene a ser legitimado por
la instancia misma del viaje. Como propusimos en un inicio, el viaje funciona como un
modo de liberación para los personajes. Paradójicamente en el caso de Easy Rider, al
mismo tiempo que los personajes se adentran en el viaje, se van encontrando con
personas cada vez más intolerantes. Es un par acción – reacción: a medida que se alejan
más de un centro (que no se sabe cuál es) se le contrapone más violencia y enemistad
por parte de la sociedad pequeño-burguesa. El clímax de esta situación se da con el viaje
metafórico que realizan Wyatt y Billy cuando toman LSD: alejados no sólo de un centro
sino también de la realidad misma, todo termina en el horror y la orgía.
Si traspolamos los comentarios de Claudio Magris podemos considerar que el
viaje que realizan Wyatt y Billy es del segundo tipo, la Odisea rectilínea, ya que los
protagonistas terminan muertos en la carretera sin llegar a obtener la experiencia que
buscaban, todo tiende hacia lo negativo: la discriminación y provocación constante que
sufren todo a lo largo de su viaje, la muerte a palazos de George y hasta la suya propia.
En el caso de Bob y Carol y Ted y Alice el viaje funciona como un aliciente para
salir de la rutina, dado que las acciones cotidianas de los personajes están orientadas por
las costumbres de la clase burguesa. La película se abre con los protagonistas llegando a
un retiro espiritual; el objetivo primario no es la elevación del espíritu sino más bien
concretar las necesidades laborales de Bob, quien estaba realizando un documental
acerca de esos retiros. Más allá de ser un viaje de trabajo, termina siendo un viaje
bisagra, de apertura espiritual tanto para Bob como para Carol, quien aprende a
profundizar en sus propios sentimientos, un viaje circular, porque Carol trae esos
conocimientos de vuelta a casa. Cuando vuelven del viaje, Carol adopta una actitud
evangelizadora y trata de compartir sus nuevas ideas tanto con sus amigos como con
gente no tan cercana, como el mozo de un restaurant. La escena de la cena con Ted y
Alice en el restaurant demuestra las limitaciones del aprendizaje, porque ella se siente
inclinada a compartir ese conocimiento revolucionario, pero sin que este sea bien
recibido, al menos en un principio. Tanto sus amigos como el mozo rechazan los nuevos
conocimientos que Bob y especialmente Carol están ansiosos por comunicar.
El viaje también permite, en el caso de los dos hombres y de Carol, abrirse a un
tipo de vida sexual más libre, en la que acostarse con personas que no sean sus parejas
esté permitido. Es decir, acciones que para la moral burguesa serían consideradas
transgresoras, están aceptadas a posteriori del primer viaje y siempre en función de
algún otro. El cenit de esta serie de viajes liberadores es el que las dos parejas hacen a
Las Vegas ya que intentan trasgredir más de una norma: no sólo la fidelidad, sino
también las reglas de la amistad. Si bien el acto sexual no parece suceder, está de todos
modos sugerido al menos como intención y fantasía.
Todos los viajes presentes en el film funcionan como catalizadores de las
acciones más transgresoras ya que en éstos ocurren tanto las infidelidades como la
revelación del conocimiento más tolerante ante las diferencias, un conocimiento otro. El
cambio de rutina que experimentan los protagonistas gracias a los viajes se vincula con
la temática de la sexualidad, campo asociado directamente al carácter revolucionario del
hippismo. La liberación que produce el viaje es la liberación de los instintos hacia una
sexualidad más honesta y, por qué no, más estimulante.
Si en Bob & Carol & Ted & Alice el viaje de liberación implica un acercamiento
hacia la liberación sexual y la aceptación del placer del sexo y del reconocimiento del
otro; en Midnight Cowboy ese viaje en busca de sexo no tendrá nada que ver con el
placer sino que será una forma de supervivencia, el sexo no es un fin en sí mismo sino
un medio para. El viaje que realiza Joe Buck de Texas a la Gran Manzana tiene como
objetivo el convertirse en un gigoló para hacer fortuna en la ciudad. Si en las dos
películas anteriores los viajes eran realizados desde el centro hacia la periferia, en
Midnight Cowboy sucede lo contrario; sin embargo, el espacio liberador se presenta, a
pesar de este cambio, como una fuerza contraria a los deseos de los protagonistas. El
escenario neoyorquino se revela como una jungla que rápidamente evidencia el grado de
idealismo e ingenuidad de los planes de Joe. Frente a la adversidad que le ofrece la gran
ciudad, Joe encuentra consuelo en su amistad con Ratzo, con quien crea un lazo muy
fuerte y hasta paternal. Luego de tropezar varias veces en su intento de convertirse en
gigoló y al ver a Ratzo tan enfermo e infeliz, Joe decide abandonar su plan inicial (y su
tipo de vestimenta) para adoptar un estilo de vida más convencional. Esta nueva vida
sólo será posible alejándose de Nueva York: la gran ciudad expulsa a quien no puede
adaptarse a ella. El nuevo destino elegido será Florida. En términos de la clasificación
de Magris, el viaje de Joe comienza como un viaje rectilíneo, en busca de un cambio
radical de forma de vida. Sin embargo, ante la imposibilidad de mantener su identidad y
concretar lo rectilíneo del proyecto inicial, el viaje de Joe hará un viraje hacia el viaje
circular, en el que aceptará las reglas del sistema y en cierto sentido volverá casa, a la
lógica del trabajo, del ahorro, la adaptación a la norma. Esto se ve reflejado en la
imagen a partir del cambio de vestuario del protagonista: dejará de ser un cowboy para
convertirse en un burgués. Toda vinculación con su identidad quedará cortada, Joe tira
su ropa a la basura. El fracaso de Joe como gigoló y de Wyatt y Billy en tanto
personajes outsider nos permite pensar en un correlato entre los films y la disolución del
sueño hippie en la realidad.
A modo de conclusión respecto de este eje de análisis podemos pensar que el
viaje funciona en las películas como expansión de una frontera. Si EEUU se inició con
la expansión de la frontera física hacia el Oeste, el viaje en estas películas propone una
expansión del horizonte mental, de los límites de la mente, y en este sentido podemos
pensar que todas las películas plantean temáticas caras al espíritu del hippismo. En el
caso de Bob & Carol & Ted & Alice la expansión de la frontera consiste en la
ampliación de las experiencias sexuales factibles de ser vivenciadas y las múltiples
posibilidades que se pueden dar en este campo. En Midnight Cowboy la expansión se da
cuando el protagonista interioriza que sin un cambio rotundo en sus valores y manera de
enfrentar la vida, no obtendrá ningún beneficio ni progresará más que en su Texas natal.
En este sentido, el cambio de actitud de Joe se asocia a una lucha por la supervivencia.
En el caso de Easy Rider, la expansión mental viene dada desde el comienzo, es decir,
no se necesita de un proceso de aprendizaje para llegar a la misma, pero en cambio
enfrenta numerosos obstáculos provenientes de los distintos sectores de una sociedad
que limita constantemente la expansión mental de personajes marginales. No siempre el
crecimiento se da a partir de una experiencia hippie, aunque sí de experiencias de
crecimiento personal e individual. Lo que podemos pensar es que la aparición del
movimiento hippie en algún sentido legitimó el surgimiento de discursos marginales,
propios de la contracultura, vinculados a modos de vida diferentes a los preestablecidos
por las instituciones burguesas, tal y como sucede en todas las películas analizadas; fue
uno de los puntapiés iniciales para aceptar formas de vida alternativas. A partir de
crecimientos como los que los personajes tienen en los films, es que hoy podemos
admitir experiencias más ligadas al rompimiento del límite.

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