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República Bolivariana de Venezuela

Ministerio del Poder Popular para la Defensa

Universidad Nacional Experimental de las Fuerzas Armadas

Núcleo – Táchira

Profesora:

María Eugenia Soto García Alumno:

Juan José Hernández Cuellar

San Cristóbal, agosto del 2020


No tuvo una infancia feliz ni una educación sistemática. Y los historiadores
han acumulado adjetivos para intentar definir el carácter del niño Simón:
Indómito y fogoso, trémulo, vigoroso, insolente, de nerviosidad excesiva,
indisciplinado. "Un joven corazón sediento de ternura, en rebelión contra una
suerte encarnizada en cavar vacíos irremediables a su alrededor". La
respuesta siempre a flor de labios, de rápida comprensión y buena memoria,
aunque falto de atención. Sensible, franco, impaciente, fácilmente
desconcertado, de sentimientos apasionados y, por todo ello, de una cierta y
prematura madurez. "Un barrilito de pólvora", le llamó su enérgico tutor Miguel
José Sanz. "¡Huya, porque puedo quemarlo!", le respondió el niño Bolívar.

Un jueves de vigilia, en la noche del 24 de julio de 1783, nació Simón Bolívar


en la mansión familiar de la plaza de San Jacinto, a cinco cuadras de la
catedral, en la ciudad de Santiago de León de Caracas, que así se llamaba
entonces y que alberga unos 40.000 habitantes. Su padre, don Juan Vicente de
Bolívar y Ponte (1726-1786) era Procurador General de Caracas, Administrador
de la Real Hacienda; Corregidor de La Victoria y San Mateo y, ese mismo año,
jefe con el grado de coronel del Batallón de los valles de Aragua de las milicias
regladas y comandante de la Compañía de volantes del río Yaracuy, lo que
ejercía a través de un oficial nombrado por él; era, además, regidor del Cabildo,
cargo que los Bolívar desempeñaban a perpetuidad. Su madre, doña María de
la Concepción Palacios y Blanco (1758-1792), era descendiente de Francisco
Infante, uno de los que acompañaron a Diego Losada en la fundación de
Caracas, una "agraciada mujer, educada y muy sociable", a la vez que diligente
y hábil en el manejo de los bienes familiares.
Los dos pertenecían al estamento noble de Venezuela, con tradiciones de
riqueza, bienestar y preeminencia social. El primer Simón Bolívar, llegado a
Caracas en 1598 (a Santo Domingo hacia 1557) también fue Procurador
General y primer Regidor Perpetuo de Caracas, y más tarde Contador General
de la Real Hacienda. Su hijo, Simón Bolívar, el Mozo, cuarto abuelo paterno del
Libertador, obtuvo en 1593 la encomienda de los indios Quiriquire en el valle de
San Mateo, ingenio azucarero y hacienda favorita de los Bolívar hasta los día
del Libertador. La familia Palacios, por su parte, ostentaba el título
consuetudinario de Alférez (abanderado) Real, confirmado una vez más en
1792 a don Feliciano Palacios y Sojo, abuelo del Libertador. Ellos eran dueños
de las minas de cobre de Cocorote, del señorío de Aroa, de la hacienda de añil
en el valle de Suata, de los hatos de ganado del Totumo y Limón en los Llanos
y de la propia casona donde nació Simón Bolívar. Al enviudar, la madre
adquiere todavía más: una hacienda de cacao en Tacarigua, otra en
Guacarapa y una finca en Chacao, donde inicia una plantación de café. A todo
esto se suma la Cuadra Bolívar, donde doña Concepción Palacios construye
una quinta de recreo, frecuente sitio de reunión de la mejor sociedad
caraqueña.

A la copiosa fortuna familiar vino a añadirse la herencia que directamente y


para su disfrute personal vino a recibir Simón cuando sólo contaba con
dieciocho meses de vida, de parte su tío el Juan Félix Jerez de Aristeguieta y
Bolívar: su casa de la capital, situada en la esquina de las Gradillas, entre la
catedral y el palacio del obispo, y las haciendas de San José en el valle del
Tuy, de La Concepción en el valle de Taguaza, y la de Santo Domingo de
Guzmán en el valle de Macayra, en total, 95 mil árboles de cacao y los
respectivos y numerosos esclavos. Este vínculo obligaba al heredero a bautizar
a su primogénito con los nombres y apellidos de Juan Félix Bolívar y
Aristeguieta, sin contemplación del apellido materno, y a casarse "con persona
noble e igual, a gusto de mis parientes y especialmente de sus padres y
mayores". Cuando el joven Bolívar regresó a Caracas recién casado con María
Teresa Rodríguez del Toro, sobrina del marqués del Toro, en 1802, la pareja se
alojó precisamente en la "casa del vínculo", antes de seguir hacia la hacienda
de San Mateo.
Pertenecía el futuro Libertador a lo más granado de los mantuanos puros de
Caracas, esto es, "a las familias cuyas mujeres tenían derecho a ir a la iglesia
con el manto característico del rango más alto de la sociedad". Los Bolívar
tenían capilla propia en la catedral, la de la Santísima Trinidad, que vino a ser
mausoleo de la familia. Además, su abuelo don Juan de Bolívar Villegas,
teniente general de los ejércitos españoles y fundador de la villa de San Luis de
Cura, había pagado al monasterio de Montserrat, de Madrid, la suma de
veintidós mil ducados para adquirir un título de Castilla, que el rey había
concedido a los monjes benedictinos para atender al mantenimiento de su
convento. Este título sería el de marqués de San Luis, con el vizcondado previo
(o sea, para uso del primogénito en vida del padre) de Corocote.

Andado el tiempo, en 1792, el tío Esteban Palacios, padrino de confirmación


de Bolívar, viaja a Madrid con el encargo de gestionar la confirmación de ese
título para Juan Vicente Bolívar, hermano mayor del Libertador, y para el
pequeño Simón, el de conde de Casa Palacios; sin embargo, las gestiones se
dilataron durante años y los despachos correspondientes nunca se recibieron.

Con dispensa del obispo, el niño Bolívar fue bautizado en su casa natal por
su tío el padre Jerez, con los nombres de Simón José Antonio de la Santísima
Trinidad (a los nombres de antepasados se sumó el de la Trinidad, la
advocación de su capilla en la catedral). Fue su nodriza de leche doña Inés
Mancebo, esposa de Fernando de Miyares, más tarde gobernador de
Maracaibo y gobernador general de Venezuela, una dama cubana, vecina e
íntima amiga de doña Concepción; en 1813 Bolívar recomendará al gobernador
de Barinas: "Cuanto Ud. haga en favor de esta señora corresponde a la gratitud
que un corazón como el mío sabe guardar a la que me alimentó como madre.
Fue ella la que en mis primeros meses me arrullo en su seno. ¿Qué más
recomendación que esa para el que sabe amar y agradecer como yo?" No
obstante, su ama de cría fue la esclava negra Hipólita, de la hacienda de San
Mateo; Bolívar, en carta a su hermana María Antonia, dice lo siguiente en 1825:
"Te mando una carta de mi madre Hipólita para que le des todo lo que ella
quiere; para que hagas por ella como si fuera tu madre: su leche ha alimentado
mi vida, y no he conocido otro padre que ella". Al lado de Hipólita estaba
también la negra Matea, niñera del Libertador, apenas diez años mayor que él,
para atenderle y compartir sus juegos; vivió largos años en San Mateo, donde
presenció el ataque de José Tomás Boves a la hacienda y el sacrificio de
Antonio Ricaurte en 1814, y entró del brazo del presidente Antonio Guzmán
Blanco cuando los restos del Libertador fueron trasladados al Panteón Nacional
de Caracas en 1876.

Pero todas las esperanzas que la buena fortuna le habían deparado a


Bolívar se truncaron cuando la muerte comenzó a ensañarse en los suyos,
empezando por su padre. Don Juan Vicente, que se había casado tardíamente
a los 46 años con una joven de 14, falleció el 19 de enero de 1786, a los 60
años. La viuda tenía 27 años, Simón tres, su hermana María Antonia nueve,
Juana siete y Juan Vicente cinco. Los dos primeros tenían el pelo oscuro y la
tez pálida, los otros dos eran rubios y sonrosados.
Miguel José Sanz, relator de la Real Audiencia, fue nombrado curador (es
decir, por un proceso) del pequeño huérfano, tarea que cumplió por corto
tiempo: aparentemente el díscolo Simón no encontró sosiego a su lado y pronto
regresó al lado de su mamá. Pero doña Concepción murió también seis años
más tarde, el 6 de julio de 1792, quedando sus hijos encomendados a la tutela
de su abuelo don Feliciano Palacios y Sojo, padrino de bautismo de Simón.
Ese mismo año don Feliciano se apresuró a casar a las dos hermanas Bolívar,
a María Antonia de quince años con Pablo Clemente Francia en octubre, y a
Juana, que no había cumplido los catorce, con su tío Dionisio Palacios y Blanco
en diciembre. Apenas si tuvo tiempo de atender a sus dos nietos, pues murió el
5 de diciembre del siguiente año. Sin embargo, había consultado a Simoncito a
cuál de los tíos elegía como tutor, y éste había preferido a Esteban, su padrino
de confirmación. Pero Esteban se encontraba en Madrid, así que la tutoría
recayó en su tío Carlos, egoísta y severo, con quien las relaciones no fueron
nunca fáciles: atendía ante todo al manejo y provecho de la fortuna de los
menores, aunque no descuidaba su educación.

En la biblioteca paterna, Simón encontró las Comedias de Calderón de la


Barca y las Vidas paralelas de Plutarco, uno de los autores que llegaría a
reconocer entre sus preferidos; en sus páginas leería las biografías de los
hombres ilustres y de los héroes militares de la antigüedad griega y latina,
comparados. También tuvo a mano los trece volúmenes de las Ordenanzas
militares, el Teatro critico universal del padre Feijoo, los sermones de Bossuet y
los quince tomos del Espectáculo de la Naturaleza del abate Pluche.

El tío Carlos atendió a que Simón aprendiese las nociones fundamentales de


escritura, lectura, aritmética e historia, proporcionándole preceptores
excepcionales. Andrés Bello, apenas dos años mayor que el Libertador, le
enseñó primeras letras, aunque no logró adelantos en ortografía. Bolívar
escribiría más tarde: "Yo conozco la superioridad de ese caraqueño,
contemporáneo mío; fue mi maestro, cuando teníamos la misma edad, y yo le
amaba con respeto". Con el capuchino Francisco de Andújar cursó
matemáticas, física y topografía. Guillermo Pelgrón, docente destacado de la
Escuela Pública de Caracas, le enseñó latinidad. Pero Simón Rodríguez, el
revolucionario preceptor que practicaba apasionadamente las ideas
pedagógicas del Emilio de Rousseau, sería a la postre el profesor que marcó la
mayor influencia en el pequeño Simón, influencia que sería decisiva durante el
segundo viaje de Bolívar a Europa en 1804, y fue él ante quien pronunció su
juramento de libertad en el Monte Sacro de Roma, el 15 de agosto del año
siguiente. "Yo he seguido el sendero que usted me señaló --le escribiría en
1824--. Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande,
para lo hermoso".

Fue en la casa de Simón Rodríguez donde el tío Carlos confió a su pupilo


como pensionista cuando éste se fugó de su lado por segunda vez y buscó
refugio ante el obispo Viana. Las enseñanzas de Rodríguez se dirigían más a
la formación del carácter y a la fortaleza del cuerpo en medio de la naturaleza,
que a acumular conocimientos en el aula de clase. Pero es seguro que a través
de su maestro favorito Bolívar se impregnó de ideas revolucionarias y
reformadoras. También encontró en él a un amigo a quien confiarle su soledad
y las dificultades de su vida familiar.

Por lo demás, el niño Simón siguió los pasos que la tradición hacía esperar
para un infante la aristocracia venezolana. A los trece años y medio de edad
inicia su formación militar y el 14 de enero de 1797 es nombrado cadete en el
Batallón de voluntarios blancos de los valles de Aragua, que había comandado
su padre. En su hoja de servicios de fin de año se califica lo siguiente: "Valor,
se supone. Aplicación, la demuestra. Capacidad, buena. Conducta, ídem.
Estado, soltero". Bolívar es ascendido al grado de subteniente y, como tal,
tiene derecho a lucir su elegante uniforme azul con sus leones y castillos (que
en España costaba veinticuatro reales) y su espada. Este grado, obtenido el 26
de noviembre de 1798, llega con la plena adolescencia de sus quince años
como un certificado de libertad. No han transcurrido seis semanas completas
cuando el joven Simón se embarca en el navío de guerra San Ildefonso, que
zarpa hacia la metrópoli con escala en Veracruz, haciendo realidad el mimado
sueño de viajar a España.

A fines de junio, el tío Esteban escribe al tío Carlos: "Llegó Simoncito tan
guapo después de haber estado en México y La Habana que aunque no tiene
instrucción alguna tiene disposición para adquirirla; gastó en su viaje no poco,
llegó derrotado y ha sido preciso equiparlo nuevamente". Un año después
informan al tutor: "Este niño lo tiene Esteban muy aplicado y él sigue con gusto
y exactitud el estudio de la lengua castellana, el escribir en que está muy
ventajoso, el baile, la historia en buenos libros, y se le tiene preparado el
idioma francés y las matemáticas". En Madrid, el Libertador de seis naciones se
aficiona a la lectura y quema las mejores tardes de su adolescencia en las
hojas de los libros. Ser héroe es su futuro.

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