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El ateísmo del ritmo
Publicado en 6 marzo, 2020
Escrito por: Henri Meschonic
Traducido por: Hugo Savino
Como esas flechas que toman cuerpo en los cuadros de Klee, la crítica del ritmo es traversera.
Atraviesa las Letras. Solitaria pero comunicativa. Homero cuenta que los dioses se reían. Hay
una risa de la teoría que resuena a través del juego del lenguaje. La risa del ritmo. Ciclistas
burlones, burladores burlados. Tengan cuidado no sea que se les enrede el pie en la métrica.
Social. Se encontrarán en la línea de partida. Hay que empezar todo de nuevo.
El ritmo es el poema del sujeto, de cada sujeto, en la medida en que es su desconocido. Escribir
solo es escribir si modifica nuestro lenguaje. Pero puede suceder de otra manera. También tiene
sus intermitencias. Cada vez un oficio nuevo. Un olvido para un saber. Cada uno su cosa. No es
una propiedad. No se es propietario de esa cosa.
El ritmo le da su gusto al tiempo, hace del lenguaje una materia del tiempo. Por él una vida se
convierte en una frase y su fraseo juntos.
No más irracional que usted y que yo. Sin embargo irreductible al signo. La irracionalización
del ritmo por medio signo es a la vez una parte del signo y su separación del sentido, su
rechazo por medio de la razón. Solidario de las otras irracionalizaciones.
El desafío social y político de la teoría del lenguaje está relacionado absolutamente con el
estatuto del ritmo. Con su historicidad radical. Que es su infinito. El infinito de la significancia.
Que ninguna empresa totalizadora puede entender, o encerrar.
Si el sujeto participa de este infinito, él es su propio ritmo. Entonces el ritmo tal vez no es otra
cosa que la lucha contra lo sagrado y su divinización, que son la alienación principal, hasta la
aniquilación, del sujeto.
Es el ateísmo del ritmo. En y por el lenguaje como historicidad radical y ética del sujeto. Dado
que el sujeto no es más que uno de los nombres y de los efectos del ritmo. Su pasar. De esta
manera el ritmo aparece, extrañamente, como el enemigo y el rival de lo religioso. Más
precisamente, del lazo que se presupone entre la ética y lo religioso. Y de la heterogeneidad
entre la ciencia, la ética y la estética.
La literatura y el arte – pero las artes del lenguaje más que todas las otras, porque ellas son y
porque hacen el lenguaje –, cualquiera sea el vínculo que tengan con los mundos de lo
religioso, y hasta con el arte religioso, son, por el ritmo, radicalmente ateas. Irreductibles
ritmos. Son sujeto, en la medida de eso que las hace arte. Es algo de un orden muy diferente al
de la relación con lo divino o la santidad.
Son ritmo, sujeto, contra su propia historia, que tiende a hacer de ella misma algo religioso. A
participar de lo sagrado hasta en la materia lenguaje, y lengua. Entonces solamente las lenguas
de la santidad se convierten en lenguas sagradas. La idolatría en el lenguaje. Apunta a ciertas
mayúsculas.
Las tradiciones, literarias, culturales, y las ideas sobre el genio de las lenguas, desempeñan este
papel de sacralizadores. Se puede tener que escribir tanto contra su lengua como en ella. Contra
su «belleza».
La solidaridad única entre ritmo y sujeto hace al mismo tiempo la parábola de la modernidad en
eso que ella tiene de imperceptible en el presente. Y, por qué no, en el presente de lo
retroactivo. Porque este ateísmo específico es invisible, inaudible en los otros lugares de lo
social que hacen resonar signo, que están plagados de sus paradigmas que conjugan lo religioso
que les es propio.
En suma, el ritmo es una semántica y una ética de la historicidad: una poética de la sociedad
por medio de una poética del lenguaje. Ambas necesarias a un pensamiento de lo político. Que
no sabe nada de la poética, y no quiere saberlo.
La teoría no es aquí
Publicado en 22 marzo, 2020
Escrito por: Henri Meschonnic
Traducido por: Hugo Savino
La teoría no es aquí el absoluto etimológico donde Aristóteles veía una contemplación de la
verdad, independiente de toda práctica, de toda poética (Metafísica A, 2, 982 b 10). De ahí la
certeza, que hace de ese absoluto una doctrina, con lo dogmático de los doctrinarios.
André Breton era teórico en ese sentido. La teoría es teoría de, en el sentido, aristotélico
también, de investigación (Metafísica, ⍺, 1, 993 a 30). La búsqueda de aquello que funda
históricamente toda práctica del sentido. Que la máxima de Goethe citada por Cassirer podría
designar : «Das Höchste wäre : zu begreifen, das alles Faktische schon Theorie ist – El
súmmum sería captar que todo lo que es del orden del hecho ya es teoría». Una búsqueda
infinita como el sentido, como la historia. Que no se identifica con ninguna norma, con ninguna
autoridad, y que ninguna autoridad, ninguna verdad-unidad-totalidad tampoco limita. Esta
búsqueda desborda por consiguiente la saturación formal del estructuralismo, que durante
mucho tiempo fue considerado como la teoría, al punto de dejar detrás de ella esa mezcla
característica de procedimientos y cansancio, favorable a los regresos de la autoridad, a los
pensadores encantadores de serpiente, y a los bricolajes que cubren la carencia teórica.
En ningún diccionario
Publicado en 1 abril, 2020
Escrito por: Henri Meschonnic
Traducido por: Hugo Savino
Wir haben es historisch nur immer mit dem wirklich sprechenden Menschen zu thun.
Historiquement, nous n´avons jamais affaire qu´à l ´homme réellement en train de parler.
Históricamente, siempre estamos ante el hombre que realmente está hablando.
W. von Humboldt, III, 415; VII 43;180.
En ningún diccionario está el ritmo. No hay diccionario del ritmo. En las gramáticas, tampoco
está. Lo ponen en la parte de fonética. Su estatuto, su definición, desde Platón, solo se lo
considera en la voz. Lo hacen andar en círculos en la métrica. Una tradición bien francesa
quiere que el francés, lengua de la razón, lengua no poética, no tenga ritmo. Que la prosa no
tenga ritmo. Los versos acapararon todo.
Como los sapos que salen de la boca de la muchacha en el cuento de Perrault, estos clisés son
otros tantos horrores. Sin embargo es una quimera imaginar que está cercano el día en que no
los escuchemos más. El eclecticismo escolar, el academicismo de lo anti-moderno, incluso el
academicismo de la modernidad se conjugan, bajo la apariencia de un amor por la poesía, para
hacer con ella un rebaño.
Un diccionario inglés, alemán, o ruso registra las palabras con su ritmo, que está anotado. Este
tipo de anotación está ausente de los diccionarios franceses. Con motivos. Ya que una palabra
francesa no tiene su ritmo. Lo que no quiere decir que no tenga ritmo. Es el grupo de sentido, el
bocado de sentido, el que tiene el ritmo Las palabras son acentuables, desacentuables, no
acentuables. Allí el ritmo es de dos órdenes : el de la lengua, y el del discurso. Su historia, en
francés, es la de un falso reconocimiento. Donde se mezcla la prosodia – la organización de las
consonantes, de las vocales. De las finales. Otra historia.
La misma sin embargo que la de la literatura. Contrariamente a esta oposición ciega y sorda
entre la voz y lo escrito, que confunde lo hablado y lo oral. Lo oral que es el ritmo, pero no
como lo fónico o la alternancia de un tic y un tac, de un golpe y un silencio, de una breve y una
larga. El ritmo inscripción de un sujeto y de una historia en su lenguaje. Que transforma el
lenguaje. Porque hace de él integralmente una forma sujeto. De tal manera que es él y ningún
otro. Entonces es la escritura que es no solamente lo mejor, sino el único testigo de la oralidad.
Lean Rabelais…
Los diccionarios atesoran palabras. Pero el sentido está tanto o más entre las palabras. Mucho
más lo que escapa al sentido que las palabras tienen como propio, y que les viene directamente
del ritmo y de la prosodia : un sentido serial, la significancia. Banalmente. Sin olvidar la
entonación.
Y lo que mejor muestra que el lenguaje no está hecho de palabras, sino de eso que uno sabe
poner entre las palabras, que las mantienen juntas, es lo que se llama la literatura, y la poesía.
En las palabras, no hay más que sentido. Entre las palabras, no puede haber más que ritmo.
Si es solamente el ritmo de la lengua, él solo tiene los valores. A los que se agregan valores de
discurso, pero retóricos. Valores colectivos. En el siglo XVII, se alarga la frase. Se la acorta en
el siglo XVIII. Estilos de época. Como el peinado y los sillones. Ese es el verdadero territorio
del estilo. La frase Luis XIV o Luis XV, la frase Tercera República. Pero las «prosodias
personales» como decía Apollinaire, los ritmos de uno solo, son solamente los valores de la
escritura. Donde, las diferencias entre lo novelesco y lo poético son secundarios.
Es por eso nunca habrá diccionario del ritmo. Habría que poner todo lo que pasa entre las
palabras. El infinito del lenguaje. Sin embargo, es con este infinito con el que se habla, con el
que se escribe. Lo finito que está en los diccionarios no lo dice, incluso si se lo ventrilocúa a
base de ejemplos. Pero cada palabra que está ahí dentro es un nuevo comienzo.
Es lo que sucede cuando todo transcurre bien entre los diccionarios y el lenguaje, entre las
enciclopedias y la historia, entre las gramáticas y el discurso. La pareja desconocida que el
lector y el enigma forman y cuya palabra va hacia nuevos ritmos.
El uso, el buen uso, el bello uso dio vuelta la dificultad. Con la literatura como si fuera poco. Es
por eso que se pensó que si se pudo componer una Grammaire des fautes (Gramática de
faltas), «el diccionario de faltas sigue siendo impensable : la falta es discurso; la lengua es la
norma»2. Como Paulhan escribía que hay dos clases de literatura, la buena, que se lee poco, y
la mala, que se lee mucho, Vaugelas (pero me dirán que la comparación es al revés, es que
nuestra mirada cronológica siempre va al revés, y Paulhan es de la familia de Vaugelas)
formulaba que hay un uso bueno y un uso malo : «Hay sin duda dos clases de usos,
uno bueno y uno malo. El malo se forma con el mayor número de personas que casi en todas
las cosas no es el mejor, y el bueno al contrario está compuesto no por la pluralidad sino por la
elite de las voces. […] Es la manera de hablar de la parte más sana de la corte conforme a la
manera de escribir de la parte más sana de los autores de la época» (Observaciones). Donde
dos cosas son notables : la metáfora de la salud (la «pureza»), que hace del mal uso una
enfermedad, un contagio. Una manera de preparar el tema de la pureza de la lengua que más
tarde llevaba, a Ferdinand Brunetière en su Manual de historia de la literatura francesa en
1897 y a Maurice Grammont, en El Verso francés en 1904, a rechazar el simbolismo como no
francés. Y la inversión de la relación natural (digamos la de Montaigne)
entre hablar y escribir. Aquí hay que hablar como se escribe. Es al mismo tiempo la «razón».
Y como el buen uso se divide en declarado y dudoso, le corresponde a la analogía desempeñar
su papel.
Cuando los diccionarios se ponen a correr detrás del discurso solo pueden en el mejor de los
casos atrapar ejemplos. Fue Voltaire el que inventó la divisa que Richelet y Furetière no habían
esperado, que «un diccionario sin citas es un esqueleto». Littré agregaba que los
diccionarios «siempre tienen algún atractivo por ellos mismos», formando una «antología
militante», como dice B. Quemada, en su artículo diccionaire (diccionario), de
la Encyclopaedia Universalis.
Pero el problema que los ejemplos, literarios, rápidamente plantean es el de una confusión
entre la lengua y el estilo de los escritores. Matoré le reprochaba a los diccionarios un recurrir
excesivo a los textos poéticos, como si las prosas no tuvieran estilo : «Las obras poéticas tienen
algo de aberrante en relación con la norma del lenguaje, y, se podría decir, desde un punto de
vista estrictamente lexicográfico, que ellas nos ofrecen un ejemplo de patología del
vocabulario» (Histoire des dictionnaires français, p. 252). Notable exposición de una mezcla
de verdad y de aberración. Los diccionarios pueden y deben ilustrar todos los empleos de todos
los discursos, sin confundirlos desde luego, ni dar estilo por lengua. Algo que no se limita a los
textos en verso.
Los versos pueden estar hechos de las palabras más simples, más comunes. La poesía no es, en
sí misma, un desvío de la norma, una patología. Además de que la norma es múltiple,
escurridiza, como se sabe desde hace mucho tiempo, hay aquí un efecto de atraso de las
culturas tradicionales donde muchos rasgos separan los versos y las prosas. La modernidad casi
hizo que estas diferencias desparezcan en todas partes, y también las desplazó. Al punto que
ahora la situación se invirtió. Es la representación de la poesía como desvío y patología lo que
resulta una aberración. Y el principio de esta aberración está en el signo mismo, en su esquema
dualista-formalista-instrumentalista que desemboca en esa tontería pomposa – todavía hay que
ver el signo desde el punto de vista del discurso para reconocerlo – de la frase de Sartre
en Situaciones II que Matoré ponía como garantía : «Los poetas son hombres que se niegan
a utilizar el lenguaje.»
Con los ejemplos, forjados o textuales, aparecen otros problemas, en su relación con la
definición : si esta definición se hace con ellos, o si ellos la ilustran; si el diccionario es neutro,
o tendencioso3. El proyecto antológico de Littré es amplificado por el Trésor de
la langue française (Tesoro de la lengua francesa), del cual Paul Imbs quería hacer
una «enciclopedia lexicológica», para consultar «en caso de desamparo lingüístico», y
también «una verdadera recopilación de fragmentos elegidos, para leer durante la noche en un
rincón de la chimenea, para un lector sensible al lenguaje
articulado». ¡Articulado! Darmesteter sigue vivo : «Una lengua es en efecto un organismo que
vive», dice aún la advertencia al lector.
Dossier: Henri Meschonnic