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NEUROCIENCIASN. MERCURIO
Y DERECHO PENAL
NEUROCIENCIAS
Y
DERECHO PENAL
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Para que un delito sea considerado como tal debe cumplir con ciertas carac-
terísticas a saber: una acción, típica, antijurídica, culpable.
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Otras causas que excluyen la acción y que son de resorte estrictamente jurídi-
co son los casos de fuerza física irresistible.
Por su parte y con relación a la tipicidad señala Zaffaroni “son las forma que usa
la ley para señalar los primas conflictivos cuyas acciones amenaza con pena”
(Zaffaroni, Slokar, Alagia, 2000). En esta línea, el tipo es una selección de con-
ductas que utiliza el poder punitivo del estado, se trata de un recorte textual
que se plasma en un texto codilicio. Empero tal como lo señala el juritas ar-
gentino, de esa selección textual se pasa una selección real punitiva (la crimina-
lización secundaria) así del inmenso universos de sujetos de que infringen un
determinado tipo penal sólo se selecciona a un grupo, el de los vulnerables.
Garrido Mont señala que “la conducta para ser delito tiene que adecuarse a la
descripción que hace la ley de tal comportamiento, lo que constituye el tipo
penal. Únicamente pueden ser calificadas de delitos las acciones u omisiones
típicas, aquellas que tienen la cualidad de subsumirse en una descripción le-
gal” (Garrido Mont, 2003, p. 12).
En otras palabras, para que el hecho sea considerado un delito, primero debe
ser una acción o conducta humana, que se encuentra descripta previamen-
te dentro una descripción legal. Sin embargo, aún comprobando estos dos
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En esta línea, el jurista chileno Garrido Mont (2003) señala que “será antijurí-
dico cuando realmente haya lesionado el bien jurídico objeto de la protección
penal, o lo haya puesto en peligro y, aun en este caso, siempre que el derecho
no haya permitido excepcionalmente al sujeto realizar ese acto típico” (Garri-
do Mont, 2003, p. 13).
Tal como se ha venido señalado para que una acción sea considerada como
delito debe cumplir con ciertos requisitos “objetivos”. Sin embargo, para que
exista un delito en sentido estricto se debe, como lo señala Frías Caballero,
saltar desde el acto al autor (Frías Caballero, Codino, Codino, 1993).
Así, la culpabilidad se define como “el juicio que permite vincular en forma
personalizada el injusto con su autor” (Zaffaroni, Slokar, Alagia, 2000).
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Así, “la imputabilidad es una calidad personal o estado del agente exigido por
el Derecho para hacerle responsable de su acción típicamente antijuridica”
(Frías Caballero, Codino, Codino, 1993).
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La culpabilidad nace como una expresión de la libertad del sujeto, así “no hay
delito cuando el autor no hay tenido en el momento de la acción un cierto
margen de decisión o de libertad” (Zaffaroni, Slokar, Alagia, 2000, p. 641).
En el ámbito chileno algo similar señala Garrido Mont (2007), cuando afirma
que “el concepto normativo de imputabilidad parte del entendido de que
el hombre puede actuar con libertad e importa adherir al principio de libre
albedrío” p. 308.
Debe tenerse presenta que se trata de un concepto jurídico, que nace para
dar respuestas a cuestiones de naturaleza jurídica y no se trata de una verifica-
ción de un estado médico unicamente. En este sentido Bacigalupo señala que
“la cuestión de la capacidad de motivación es de naturaleza eminentemente
normativa: no debe confundirse, por lo tanto, con una cuestión médica o
psiquiátrica, aunque sea necesario determinar algunos aspectos mediante la
ayuda de conceptos médicos” (Bacigalupo, 1999, p. 447). En otras palabras
“la imputabilidad es un concepto jurídico que se nutre de hechos psiquiátri-
cos” (Fontan Balestra, 1998, p. 485).
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La ley parte del entendido de que la generalidad de las personas son im-
putables, o sea tienen las capacidades a que se ha hecho referencia, y que
sólo excepcionalmente carecen de ella, de modo que la inimputabilidad es
la que debe constatarse y establecerse, no la imputabilidad. Todo sujeto
que ejecuta un acto típico e injusto en principio es imputable, a menos
que conste lo contrario (Garrido Mont, 2007, p. 210).
En el ámbito de la doctrina penal chilena Garrido Mont señala que: “la culpa-
bilidad se integra por la imputabilidad, o sea la capacidad penal, a la cual alude
el Art. 10 N°s 1°, 2° y 3°, que requiere en el autor mente sana y desarrollo
adecuado de la personalidad, pues el loco o demente, los menores de 16 años,
son inimputables y, por ende, inculpables penalmente; como los mayores de
16 años y menores de 18 que hayan obrado sin discernimiento” (Garrido
Mont, 2003, p. 16).
33 Esta estrecha relación entre la capacidad personal de reproche y el desarrollo del psi-
quismo puede evidenciarse en la Ley 22.278, que regula el régimen penal de los menores.
Dicha ley enuncia en su primer artículo: No es punible el menor que no haya cumplido dieciséis
años de edad. En tal sentido, admite que por sus características biopsicológicas un menor
de dieciséis carece de la aptitud de comprender la antijuridicidad del hecho y de dirigir
sus acciones conforme a dicha comprensión. Código Penal de la Nación Argentina. Ley
11.179 y modificaciones, publicado en el Boletín Oficial 03/XI/1921.
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Tal como lo ha señalado este autor, en un reciente artículo, nuestra país re-
quiere de un sistema judicial para jóvenes en conflicto con la ley penal basado
en sus características propias y particulares. Uno de los fundamentos para
dicho régimen penal diferenciada también encuentra fundamento en las neu-
rociencias, específicamente en el desarrollo cerebral de los jóvenes y adoles-
centes (Mercurio, 2010, 2012).
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En esta línea Silva Silva señala en este tipo de fórmulas “la ausencia de salud
mental o no tener edad para ser plenamente capaz hace que el individuo
sea inimputable… cuando ocurre una anomalía mental opera plenamente la
exención de responsabilidad por inimputabilidad” (Silva Silva, 1995, p. 162).
Tal como lo señala Garrido Mont (2003) que en los casos que falta la imputa-
bilidad se encuentran expresamente enunciados en el Art. 10 N° 1:
1. La enajenación mental
2. El trastorno mental transitorio
3. La menor edad.
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Silva Silva (1995) señala con relación a la fórmula chilena que “la doctrina
imperante enseña que se ha consagrado en Chile el sistema biológico o psi-
quiátrico. Se anota enfermedad mental y se resuelve inimputabilidad” (p.164).
Sin embargo considera que la fórmula es posible interpretarla desde una pers-
pectiva mixta toda vez que in fine la misma señala una privación total de la razón.
Es decir para dicho autor ello da cuenta de una consecuencia psicológica,
ya que se esta refiriendo a los efectos de una alteración o estados menta-
les patológicos (Silva Silva, 1995, p. 164). Se trata así de una interpretación
amplia y actualizada en términos inimputabilidad, sin embargo, a modesto
entender de esta autor, la redacción de la fórmula presenta una visión ple-
namente psiquiátrica, ya que señala con claridad que están exentos de res-
ponsabilidad criminal el loco o el demente, a no ser que haya obrado en
un intervalo lúcido, para luego señalar quienes otros podrían ser declarados
inimputables, y el que, por cualquier causa independiente de su voluntad, se halla privado
totalmente de razón.
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Luego dicho autor clarifica aún más la interpretación realizada en torno a qué se
entiende por loco o demende, realizando una analogía con el Código Procesal
donde se utiliza la expresión “Medidas aplicables a los enajenados mentales”.
Es decir loco o demente debe interpretarse como enajenación mental.
Sin embargo, el doctrinario chileno, afirma que las expresiones loco o demen-
te no deben señirse a una interpretación médico psiquiátrica, sino en sentido
normativo y propone que como definición una “amplia alteración de las fa-
cultades intelectivas y volitivas de una persona, de cierta intensidad y carácter
más o menos permanente” (Garrido Mont, 2003, p. 217). En una línea simi-
lar, Cury Urzua señala que las expresiones loco o demente, en el estado actual
de las ciencias, carecen de un contenido preciso (Cury Urzua, 2005).
Con cita del español Muñoz Conde, Garrido Mont señala que “con ello se
deja en la más absoluta libertad al juez para poder calificar como enajenado
todas aquellas manifestaciones psicopáticas y defectos o alteraciones del pro-
ceso de socialización, relevantes en el orden a la determinación de la imputa-
bilidad de un individuo” (Garrido Mont, 2003, p. 217).
El autor chileno enumera las enfermedades mentales que podrían ser causal
de inimputabilidad, señalado que no todo enfermo mental es inimputable.
Así, Garrido Mont, enumera:
• Las psicosis:
o la paranoia
o la esquizofrenia
o la psicosis maniaco depresiva.
• Las oligofrenias.
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Por otra parte, Garrido Mont (2003) señala que existen otras afecciones men-
tales, que son solo simples alteraciones de la personalidad, conocidas como
psicopatías, dentro de las que se encuentran la esquizoide, la paranoide, la
locura moral. En estas alteraciones “el criterio mayoritario de la doctrina y
de la jurisprudencia es no reconocerlas como causales de inimputabilidad,
sin perjuicio de que puedan atenuarla (Arts. 11 N° 1 y 73) como eximente
incompleta” p. 218.
En una línea similar, Cury Urzua señala que las personalidades psicopáti-
cas, forman parte un conglomerado de simples anormalidades (Cury Urzua,
2005).
El autor chileno afirma que una fórmula psiquiátrica pura, basada en precisio-
nes exageradas llevaría a interpretaciones de tipo causa efecto.
Por otra parte, Cury Urzua, reconoce que si bien la fórnula de inimputa-
bilidad chilena, consagra una fórmula psiquiátrica, en la práctica actual, la
interpretación de la jurisprudencia ha sido una valoración de tipo mixta. En
esta línea señala que “a causa de la indefinición de esos conceptos (loco o
demente) ellos carecen hoy de significado psiquiátrico aprovechable y sólo
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Asimismo, Curry Urzua señala que aún “hasta en los casos de psicosis pro-
fundas –tales como esquizofrenia, paranoia, etc.– el juez debe detenerse a
evaluar las consecuencias efectivas atendiendo al estado de desarrollo a la
naturaleza de la alteración que implican en el caso concreto y para el delito de
que se trata” (Cury Urzua, 2005, p. 412).
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Cury Urzua señala que más allá de los casos severos y graves de trastornos
de la inteligencia (retraso mental), la enfermedad mental deberá valorarse en
el caso por caso. En esta línea, afirma que “…las psicopatías y neurosis, lo
habitual será considerar que no excluyen la capacidad de entender y querer
salvo en casos particularmente graves y más bien infrecuentes” (Cury Urzua,
2005, p. 416). Tal como se analizará a lo largo del presente veremos que los
conceptos de entender y comprender se utilizan con suma frecuencia como
sinónimos, encerrando conceptos disímiles.
Sin embargo resalta que “…en definitiva no hay ningún apoyo científico para
negarles, en principio, a las psicopatías o a las personalidades psicopáticas la
calidad de situaciones equivalentes alas enfermedades mentales” (Bacigalupo,
1999, p. 451).
En esta línea el autor propone una definición amplia del concepto de enfer-
medad mental como “una perturbación permanente de la personalidad que
se exprese en la reacción concreta y de manera grave” (Bacigalupo, 1999,
p. 451).
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En el medio argentino el legislador optó por una fórmula mixta. Así la fór-
mula de inimputabilidad por razones psiquiátrica la hallamos en el Libro I,
Título V del Código Penal de la República Argentina:
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Como se abordará más adelante uno de los puntos más discutido será analizar
qué se entiende por la insuficiencia de sus facultades, por alteraciones de las
mismas o por estado de inconsciencia, y qué se significa la comprensión de
la criminalidad de un acto. Roxin (1997) señala que “la actual regulación de
los criterios psicopatológicos de conxión es el resultado de disputa entre el
concepto “psiquiátrico” y el concepto “jurídico” de enfermedad” p. 824.
Se trata de una interrelación indivisible entre las causas psiquiátricas, las con-
secuencias psicológicas, y el componente normativo valorativo. Así, si alguno
de estos tres elementos se encuentra ausente desaparece la inimputabilidad,
ya que no basta con señalar que un sujeto no comprende o no dirige, o que
presenta tal enfermedad mental, sino que se debe dar la interrelación entre la
causa (enfermedad) y el efecto (incapacidad para comprender o dirigir).
Bacigalupo (1999) señala, a propósito del Código Penal Español, que se tra-
ta de una fórmula en dos niveles, donde se deben distinguir por un lado las
anomalías o alteración que se deben comprobar como presupuesto y por el otro
la falta de posibilidad del autor de comprender la ilicitud del hecho o actuar
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del derecho penal y con el se intersectan en este y en otros puntos, tales como
la capacidad para estar en juicio, testar, o ser sujeto pasivo de circunvención o
manipulación para producir hechos o actos jurídicos y otras necesidades del
derecho penal y civil. Sin embargo, no es la psiquiatría forense o la psicolo-
gía quien debe responder sobre el grado de culpabilidad de un sujeto. En tal
sentido, la imputabilidad es un concepto estrictamente jurídico que requiere
la participación auxiliar de otras ciencias.
Por su parte Fontan Balestra (1989) señala que en el Código argentino “…no
es suficiente que se compruebe la existencia de alguno de los estados que
enuncia la ley, sino que es necesario que él impida comprender la criminalidad del acto
o dirigir las acciones, circunstancia que puede apreciar el propio juez” p. 486.
Roxin señala que existe así un reparto de funciones entre el perito y el juez, en
donde el experto constata la presencia de algún cuadro psicopatológico –los
estados de conexión biológico-psicológico–, en tanto que el juez a partir de
ello “extrae conclusiones para la capacidad de comprensión o de inhibición
por la vía de un proceso valorativo” (Roxin, 1997, p. 836). Sin embargo, el
autor alemán llama la atención aún más sobre la función del juez, en tanto que
el mismo debe poder verificar el estado o diagnóstico y no puede asumir tales
situaciones a ciegas. El código penal alemán requiere una actitud valorativo
normativa al interprar las características de “profundo” y “grave”. “Lo decisi-
vo sigue siendo aquí como siempre la convicción del juez, que el experto no
puede suplantar” (Roxin, 1997, p. 836).
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La escuela dirigida por Nerio Rojas, caló hondo en la psiquiatría forense ar-
gentina y Latinoamericana, y sin dudas esta influencia llegó hasta nuestros
días. Rojas propuso, oponiéndose a la fórmula psiquiátrica-psicológica-jurídi-
ca, la adopción de un método psiquiátrico-biológico. Su interpretación sobre
el Art. 34 inc. 1° del CPA, se dirigió hacia una visión naturalista-intelectualista
sobre la inimputabilidad. En consecuencia, para determinar la imputabilidad
de un sujeto sólo bastaba con verificar si este era o no un “alienado mental”.
37 Alineación mental es el trastorno general y persistente de las funciones psíquicas, cuyo carácter patológico
es ignorado o mal comprendido por el enfermo, que impide la adaptación lógica y activa a las normas del
medio ambiente, sin provecho para si ni para la sociedad. Cabello Vicente. Psiquiatría Forense en el
Derecho Penal. Buenos Aires: Editorial Hammurabi, 1984. Tomo I, p. 148.
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Uno de los seguidores más importantes de la escuela de Rojas, fue sin dudas
el Dr. Bonnet, uno de los autores más citados cuando de cuestiones de im-
putabilidad se trata. Bonnet en su Psicopatología y Psiquiatría Forenses defiende la
tesis alienista señalando que:
Asimismo Bonnet, comenta que los únicos que no son capaces de compren-
der la criminalidad de sus actos son los alienados: “el perverso, como cual-
quier otra personalidad anormal, sólo no comprenderá la criminalidad de sus
actos cuando sea una alienado mental…” (Bonnet, 1983, p. 153).
38 En cada caso concreto, la solución depende de la opinión médica: cuando el perito prueba alineación, el
juez da la absolución. En sentido inverso, si el perito no diagnostica alineación, si el perito no diagnostica
alineación, el juez declara imputabilidad. Rojas, Nerio. Psiquiatría Forense. Buenos Aires: El Ate-
neo, 1932, p. 72.
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Capítulo
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c. estado de inconciencia.
2. Las consecuencias psicológicas
a. incapacidad para comprender la criminalidad del acto
b. o dirigir sus acciones.
3. El análisis normativo valorativo realizado por el juez.
Uno de los puntos más importantes y más ricos de la fórmula mixta y que
hacen de este artículo uno de los complejos del código, radica en que existen
situaciones en las que un sujeto que posee una personalidad anormal no patológica
puede quedar excluido de la imputabilidad, sin que estas anormalidades formen
parte del estrecho campo de la alienación mental, de las psicosis u oligofre-
nias. Ocurre lo mismo para los casos en que la enfermedad mental no es
discutida, ya que no basta que un sujeto padezca una enfermedad mental para
excluirlo de la imputabilidad, sino que dicha patología debe producirle, en el
momento del hecho, los llamados efectos psicológicos de la fórmula, es decir
impedirle la capacidad de comprensión de la criminalidad o de la dirección
de sus actos.
Así, es posible que existan casos en que a pesar de que un sujeto posee una
patología mental –que puede incluirse dentro de los parámetros psiquiátricos
de la fórmula– ésta no le haya alterado su capacidad de comprensión en el
momento del hecho. En esta línea “la misma persona puede ser inimputable
en determinados momentos respecto de determinados hechos y sin embargo,
no serlo en otros momentos respecto de otros hechos” (Roxin, 1997, nota 8
p. 826).
39 Cualquier cuadro mental que signifique insuficiencia de las facultades, alteración morbosa
de esas facultades, o inconsciencia impide totalmente al sujeto entender la naturaleza del
acto que realizaba (Zazzali, 2006, p. 151).
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En esta línea surgen dictámenes que señalan que un sujeto que no presenta
alteraciones psicopatológicas de tipo psicótico es por lo tanto normal desde
el punto de vista psicojurídico.
40 Art. 141. Se declaran incapaces por demencia las personas que por causa de enfermedades
mentales no tengan aptitud para dirigir su persona o administrar sus bienes.
41 Art. 897. Los hechos humanos son voluntarios o involuntarios. Los hechos se juzgan
voluntarios, si son ejecutados con discernimiento, intención y libertad.
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En esta línea, Delgado Bueno, con cita de Ferrer Sama señala “cuesta trabajo
admitir que una personalidad que no es normal, y cuya anormalidad tiene
raíces profundas, incluso hereditarias, no puede beneficiarse siquiera con la
atenuación de la pena” (Delgado Bueno, 1994, p. 355). Queda claro, señala
Delgado Bueno (1994), que respecto a la doctrina del libre albedrío, estos
sujetos no son absolutamente libres y respecto a la motivilidad, no son inti-
midables (p. 355).
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Tal fue la posición del Dr. Donna (Frías Caballero, 1986) en su voto disidente
cuando señaló que “la enfermedad del imputado no alcanza para encuadrarle
en el Art. 34 del Cód. Penal”.
Por todo ello, no puede afirmarse que el límite entre la imputabilidad e inim-
putabilidad sea rígido sino que se trata de un límite que fluye y varía –criterio
de medida– y que posee, además, un margen estimativo dentro del cual ha de
afirmarse o negarse la capacidad personal de reproche.
En esta línea, Carrasco Gomez y Maza Martín (2003), proponen que informe
psiquiátrico pericial deberá contener para que sea útil para el juzgador:
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Sin embargo, no todos los autores comparten dicha opinión con relación a la
insuficiencia de las facultades, y señalan que “no hay razón para hacer de la
insuficiencia de las facultades un sinónimo de oligofrenia, por que en realidad
las facultades están disminuidas siempre que la conciencia opera en niveles de
perturbación” (Zaffaroni, Slokar, Alagia, 2000, p. 669).
Según Henri Ey, los retrasos mentales u oligofrenias son “insuficiencias con-
génitas –o en todo caso de comienzo muy precoz– del desarrollo de la inte-
ligencia” (Ey, et al. 2000, p. 562), empero el autor francés llama la atención
sobre que el concepto de retraso mental no debe limitarse a la simple estimación
estadística del nivel psicométrico, y que se debe entender al sujeto como un todo,
incluyendo las otras esferas de la personalidad, incluyendo así el aspecto re-
lacional, “es a fin de cuentas la estimación del factor deficitario y del factor
relacional lo que plantea el cuadro clínico del retraso mental” (Ey, et al. 2000,
p. 563). Asimismo, señala que dado el retraso mental, este
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En este punto las consideraciones realizadas por Cabello resultan muy ilus-
trativas y palmarias. El prestigioso psiquiatra forense señala que la nomen-
clatura utilizada por el legislador en el Art. 34 inc. 1 al mencionar las causas
psiquiátricas de inimputabilidad no puede bajo ningún punto de vista ser in-
terpretada en forma restrictiva, teniendo en cuenta que el código no acude a
entidades nosológicas ni cuadros clínicos determinados. Ello sucede con la
insuficiencia de las facultades, la cual hace referencia a todas las formas de oligo-
frenias –tanto idiocia, imbecilidad y a la debilidad mental–, el descartar alguna
de ellas corre por cuenta del que interpreta el texto (Cabello, 1984, p. 139).
Asimismo
la ley se expresa en un lenguaje psicopatológico, es decir, abarca un gru-
po de formas clínicas marcadas mediante una nota sobresaliente del or-
den semiológico insuficiencia, sin referirse específicamente a ninguna de
ellas, de lo que se infiere, que la terminología legal tiene un carácter no
excluyente, genérico, alcanzando en su latitud todo cuadro tocado por la
insuficiencia. En tal sentido, no resulta lícito reducir a priori, el alcance
conceptual de “insuficiencia” sólo a las formas mayores de retraso psí-
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Por su parte y en consonancia con el Dr. V. P. Cabello, los Dres. Riu y Tavella
señalan que en relación al síndrome de insuficiencia mental leve:
En esta línea, surge con gran frecuencia y no sin caer en graves fallas lógicas,
que un sujeto encuadra dentro de la normalidad psico jurídica, ya que pre-
senta un trastorno de la personalidad no alienante y no puede ser encuadrado
dentro de alteración morbosa de las facultades. Empero a continuación se
asevera que reviste peligrosidad psiquiátrica para sí y/o terceros, y requiere
un tratamiento de internación, aún contra su voluntad.
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morbosa de las facultades de carácter alienante como las que exige el Código
Penal y que en párrafo siguiente se afirme que presenta un deterioro global de
su psiquismo, secundario a un trastorno psico orgánico debido al consumo
de sustancias psicoactivas de larga data, por ejemplo.
En esta línea, la enfermedad mental dentro del ámbito penal queda restringida
sólo a los cuadros de psicosis. Sin embargo, este criterio cambia notablemente
cuando sujetos con trastornos de la personalidad, retraso mental o toxicóma-
nos, caen dentro de la esfera civil, donde allí sí son considerados por la misma
psiquiatría forense como enfermos, con las consecuencias que esto acarrea.
Por ejemplo, es frecuente hallar sujetos con trastornos de la personalidad que
son jubilados de sus tareas laborales por incapacidad psíquica, declarados in-
habilitados, cuando no insanos por dicha anormalidad no patológica/trastorno de
la personalidad no alienante.
Asistimos así, a insanos –enfermos psiquiátricos graves– en sede civil que son
considerados sujetos normales en el ámbito penal.
Tal como lo señala Zaffaroni, “si bien resulta claro que toda alteración mor-
bosa es una enfermedad mental no toda enfermedad mental es un caso de
alienación mental” (Zaffaroni, Slokar, Alagia, 2000, p. 666).
43 “United States vs John W. Hinckley, Jr” Tribunal de Distrito Federal de Columbia, 1982
en Low, Meter, Jefrries, Jr, Calvin John, et al. The trial of John W. Hinckley Jr. A case study in
the Insanity Defense, Foundation Press, Nmineola, Nueva York, 1986, pp. 112-116.
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Código Penal de Argentina ARTÍCULO 34.- No son punibles: 1º. El que no haya
podido en el momento del hecho, ya sea por insuficien-
cia de sus facultades, por alteraciones morbosas de
las mismas o por su estado de inconciencia, error o
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Código Penal de México “Art. 15: El delito se excluye cuando:… VII. Al mo-
mento de realizar el hecho típico, el agente no tenga la
capacidad de comprender el carácter ilícito de aquel o de
conducirse de acuerdo con esa comprensión, en virtud
de padecer trastorno mental o desarrollo intelectual
retardado, a no ser que el agente hubiera provocado su
trastorno mental dolosa o culposamente, en cuyo caso
responderá por el resultado típico siempre y cuando lo
haya previsto o fuera previsible…”.
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Código Penal de Venezuela Artículo 62.- No es punible el que ejecuta la acción ha-
llándose dormido o en estado de enfermedad mental
suficiente para privarlo de la conciencia o de la libertad
de sus actos.
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Tal como surge del Cuadro 1, la mayoría de los códigos penales presentados
han optado por terminología amplia para referirse a la amplia de gama de
procesos psicopatológicos. Así, doce de las quince fórmulas utiliza el tér-
mino, enfermedad mental, dolencia, trastorno mental, anomalía o alteración
morbosa. Sólo los Códigos Penales de Cuba y El Salvador utilizan el término
enajenación mental, el de Honduras psicosis y el de República Dominicana,
demencia y el de Chile, loco o demente. Sin embargo, vemos que en algunos
doctrinarios prima una visión alienista de las fórmulas de inimputabilidad,
reduciendo la enfermedad mental a la enajención. Es decir cuando el código
se refiere a enfermedad mental, esta se interpreta como alienación o enajena-
ción. Persiste así aún en penalistas destacados y con interpretaciones amplias
sobre la capacidad de culpabilidad una visión restrictiva en torno al concepto
de enfermedad mental, influenciados por el discurso hegemónico psiquiátri-
co forense. Existirían así las enfermedades mentales, tales como las psicosis
–alienación o enajenación– por ejemplo (psicosis maniaco depresivas, esqui-
zofrenia y paranoia) y otros cuadros por fuera, tales como los trastornos de la
personalidad y los retrasos mentales.
Al analizar los orígenes sobre qué se entiende por enfermedad mental y por
qué ésta es asimilada en el medio forense únicamente a los cuadros psicóticos
o alienantes, no podemos dejar de recordar la postura restrictiva que formu-
lara el psiquiatra alemán Kurt Schneider.
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Es decir los trastornos de la personalidad han quedado por fuera del modelo
médico tradicional, donde las enfermedades surgen a partir de un proceso
fisiopatológico con un correlato anatómico que permite explicar la presenta-
ción sintomática de dicho trastorno.
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Previo al caso Hinckley, eran utilizadas las llamadas reglas M´Naghten para
determinar la imputabilidad de un sujeto. Estas reglas tenían en cuenta si el
sujeto podía conocer la diferencia ente el bien y el mal. Este test recibió fuer-
tes críticas a partir del resonante caso Durham46, a partir del cual se cuestionó
que para determinar la responsabilidad penal de un individuo, este conoci-
miento puramente cognitivo entre el bien y el mal resultaba inadecuado, ya
que no tenía en cuenta las realidades psíquicas y el conocimiento científico. En otras
46 Durham fue condenado por violación de domicilio y presentaba antecedentes de inter-
naciones psiquiátricas y se le había diagnosticado una psicosis con personalidad psico-
pática.
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En el medio argentino, esta postura crítica hacía una visión puramente in-
telectualista de la inimputabilidad es sostenida por Cabello V., Castex M.N.,
Achaval A. en el ámbito de la psiquiatría forense argentina y por Frías Caba-
llero, Zaffaroni, Spolansky, y Donna –entre otros– desde la óptica jurídica.
Cabe advertir que el alienismo moderno no admite que puedan existir circuns-
tancias en las que un sujeto encuadre dentro de alteración morbosa o insuficiencia
de sus facultades y que a pesar de ello haya podido comprender la criminalidad
de su acto. No tener en cuenta esta compleja situación es transformar a la
fórmula mixta en plenamente biológica (Frías Caballero, 1981, p. 220).
Por todo ello, surge el siguiente interrogante: ¿se puede estar gravemente
enfermo psíquicamente para el ámbito civil pero no para el ámbito penal? Si
bien se puede admitir, como se ha mencionado previamente, que la inimpu-
tabilidad no es sinónimo de enfermedad mental, se torna forzoso admitir que
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Así lo señala Frías Caballero cuando afirma con extrema claridad que
Por su parte Bacigalupo, señala que en las psicopatías y las neurosis, aun cuan-
do se tenga un diagnóstico preciso, su relevancia jurídico-penal dependerá de
la gravedad de cada caso (Bacigalupo, 1999). Se requerirá establecer la valora-
ción normativa, es decir una actitud activa por parte del juez.
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Algo distinto sucede con los efectos psicológicos, que si bien a primera vista
resultarían de la comprobación de una consecuencia íntimamente relacionada
con las causales psiquiátricas, no se agotaría en dicha comprobación, ya que
de ser así la cuestión psicológica también quedaría reducida a una verificación
meramente descriptiva.
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Una situación que suele verse con alta frecuencia, cuando de inimputabilidad
por razones psiquiátricas se trata, es la confusión que existe, por parte de
no pocos peritos, de las diferencias entre conocer, entender y comprender. Estos
conceptos suelen utilizarse como sinónimos, cuando en esencia se trata de
nociones no equivalentes.
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Zaffaroni señala con extrema claridad que tanto la doctrina como la jurispru-
dencia identifican comprensión con conocimiento empalmando así la con-
cepción alienista de la imputabilidad (Zaffaroni, 2000, p. 677).
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presenta una gran selectividad, ya que para cada situación valorada existiría una
emoción particular. Por ello el control ético requiere de una sutil valoración
entre acciones-objetos y una aplicación refinada de las emociones inhibitorias.
Por su parte y desde el ámbito de derecho penal, ya hace cuatro décadas Spo-
lansky, ponía el énfasis en la conciencia ética, a través de la cual se pueden
vivenciar e internalizar los valores y las normas. En tal sentido, la capacidad de
autodeterminación se da en la medida que el sujeto tiene aptitud para tomar
conciencia de su realidad y de dirigir su conducta teniendo presente ese saber.
Sponlansky sintetiza su visión de la palabra comprensión en nuestro código,
en la siguiente frase: “comprender significa vivenciar valores” (Spolansky, 1968) se
requiere que el sujeto además de conocer la realidad exterior y su entorno,
pueda comprender y darse cuenta de los valores y las normas sociales. Si tie-
ne capacidad no sólo de conocer la realidad sino de poder valorarla (Gomez
Carrasco, Maza, 2003, p. 282).
Goldberg (2004), señala que los pacientes con graves lesiones frontales pue-
den distinguir lo correcto de lo que no lo es y podrían responder correcta-
mente a las preguntas sobre qué acciones son socialmente aceptables y cuá-
les no lo son. Empero, estos pacientes no logran traducir ese conocimiento
puramente intelectual, racional, en acciones socialmente aceptables. En otras
palabras, aunque conozcan la diferencia teórica entre lo correcto y lo erróneo,
entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, este conocimiento no puede
traducirse en inhibiciones efectivas.
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