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Forjar contrapoder

Julio Anguita y los movimientos sociales

“¿Quién manda aquí?»


pregunté
Me dijeron:
«El pueblo naturalmente»

Dije yo:
«Naturalmente el pueblo
pero, ¿quién
manda realmente?”

En la capital, Erich Fried

“A un poder se le combate con otro poder, a un ejército se le combate con otro ejército ”.
Corrían los días del otoño en 2012 y el Frente Cívico Somos Mayoría comenzaba a tomar forma
en muchas ciudades de España. Julio Anguita, a sus setenta años, se metía de lleno una vez
más en el fango de la lucha social. Renegaba de hacer kilómetros, de ser traído y llevado a
decenas de actos, “como el baúl de la Piquer”, pero al final acababa rindiéndose generoso a los
requerimientos de los compañeros. Con la pasión razonada de siempre llamaba a los
trabajadores, a los parados, a los jubilados, a los desahuciados, a las clases medias, a los
pequeños empresarios, a construir un contrapoder en torno a un programa. A transformar la
mayoría en sí en mayoría para sí, a recoger el testigo del 15M y levantar una gran alianza de los
de abajo contra los de arriba.

La huella que ha dejado Julio Anguita es muy honda y seguirá creciendo con los años. Su
memoria está y estará ligada a la revisión crítica de la Transición, a la reivindicación de la
República y de los valores republicanos, a la denuncia de la estafa de la Unión Europea, al
desvelamiento del neoliberalismo o a la honradez y la dignidad en el ejercicio de la política.
Pero además, y de forma indesligable, su legado está vinculado a una infrecuente concepción y
práctica de la misma. A Julio le gustaba caracterizar la política como ética de lo colectivo, en los
términos que lo hiciera Paco Fernández Buey. “La política, fundamentada en la ética, permite
distinguir entre un partido político y una mafia o secta; entre la política (propiamente dicha) y
el delito”, escribiría Julio en 2019 junto a Manolo Monereo.

Para Fernández Buey la política entendida como ética de lo colectivo suponía también saber
discernir entre formas distintas en la praxis: “Hay un criterio, simple pero tal vez fecundo, para
fundar esta distinción defendiendo al mismo tiempo tres cosas: el reforzamiento de la sociedad
civil frente al Estado y la partitocracia, el carácter noble de la actividad política (de la
participación ciudadana) y la necesidad de otra forma de hacer política”. Relieve de la sociedad

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civil, participación ciudadana y nuevas formas de hacer política: sin duda la trayectoria de Julio
Anguita podría describirse conforme a esa triada que trazaba el filósofo catalán.

En Atraco a la memoria, el magnífico libro de Juan Andrade, el autor subraya tres vectores
fundamentales en el pensamiento de Julio Anguita, el del marxismo, el del republicanismo
plebeyo y el del libertarismo o anarquismo humanista. La singular síntesis de estas tres
influencias constituye el sustrato de la visión de Julio sobre los movimientos sociales y sobre la
relación entre la sociedad civil y las instituciones. El comunismo entendido como el
movimiento real que en cada momento mira al ideal y va superando las contradicciones –la
cita de la Ideología alemana, el libro de Marx, que tanto le gustaba-. El republicanismo
concebido más que como antimonarquismo como radicalidad democrática que, en su opinión
comportaba, por ejemplo, la reivindicación de “la Declaración de Derechos Humanos como
corolario del movimiento que arranca con la Revolución Francesa”. Y, por último, el
anarquismo. Julio acostumbraba a recordar que “el buen comunista tiene que tener siquiera
litro y medio de anarquista”. Era uno de los contados dirigentes que se atrevían a recordar un
propósito fundacional de Marx y de Lenin: el de la superación y disolución del Estado. “He sido
alcalde y he relativizado. Todo poder merece ser destruido, pero cuando digo esto los facilones
de pensamiento ya divulgan que voy a colocar una bomba, pero el medio para eliminarlo es la
participación de la sociedad”, afirmaba Anguita en 1998. Cuestionar el orden propio y evitar
ser fagocitado por el Palacio han sido dos obsesiones constantes en su vida política.

En la intensa conversación con Juan Andrade, Julio recuerda unas palabras de Santiago Carrillo
durante una reunión del Comité Ejectutivo del PCE, que retratan a la perfección el contraste
entre la posición de uno y otro respecto al papel que debieran jugar los movimientos sociales:
“Camaradas, los movimientos sociales a lo más que pueden aspirar es a que los
interpretemos”. Y añade Julio, escandalizado por la soberbia de Carrillo: “¡Todo un tratado!
Nosotros interpretamos a los movimientos sociales. No solamente los representamos, sino que
los interpretamos. Por contraposición, en mi opinión, los movimientos sociales constituyen la
célula básica sobre la que la gente se organiza, cobra conciencia y quiere actuar”. Frente a la
concepción desdeñosa y puramente instrumental de los movimientos sociales –que sigue
siendo hegemónica en los partidos, a pesar de la retórica que glorifica la importancia de la
sociedad civil y la participación- Anguita resalta la función política insustituible de los
movimientos. Sin democracia plebeya la democracia es una mera ficción, una cáscara cuya
misión es, antes que nada, garantizar el dominio de los poderes económicos.

“Los partidos políticos no son los únicos intérpretes de la voluntad popular, en absoluto”,
afirmará Julio en defensa del Frente Cívico. Los partidos se han convertido en maquinarias
electorales, en organizaciones para ir a las elecciones y para repartirse los cargos. “El partido
es una forma más de participación política, una más entre mil”, declara Anguita por esas
fechas. Para él, la participación de los militantes comunistas en los movimientos sociales no es
la de “estar allí con los símbolos y las consignas, sino introducir elementos de reflexión y de
análisis que ayuden a pensar. Tarea ingrata, pero no hay otra”.

Desde su época al frente del ayuntamiento de Córdoba defiende una heterodoxa visión de las
instituciones y de su vínculo con la sociedad. “La política es para nosotros la ciencia y el arte de
transformar la realidad. Cuando yo fui elegido alcalde, sabía que iba a un lugar de combate.
Con llegar allí no habíamos resuelto nada. Qué podíamos hacer desde allí, conjuntamente con
la organización. Y entonces se planteaba esa doble función, ese doble ejercicio: afirmación y
negación. Afirmación: aquí venimos para gobernar, para usar esto cambiándolo y segundo,
venimos para negarlo, porque esta institución no es hija nuestra. Y cómo se niega una
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institución, pues haciendo políticas que poquito a poco la van haciendo perfectamente
prescindibles. De ahí surge la participación ciudadana”. La conciencia de ser ajenos a una
estructura que tiende a engullirte, el sentimiento de exilio en unas instituciones creadas para
reproducir las relaciones de dominación de clase existentes, la certeza de que sólo con el
aliento constante de la calle pueden introducirse transformaciones significativas. La
perspectiva de Julio está en cierto modo emparentada con la teoría de Francesco Alberoni, en
Movimiento e institución. Existen dos estados de lo social, el estado naciente, que se
corresponde con el momento creador, de efervescencia. Y luego el de la institución o de la
solidaridad mecánica. “Es en el estado naciente donde se constituye la historia”, afirma
Alberoni. El movimiento popular como principal propulsor de transformación social, como
única garantía frente al Leviatán del capital.

Un hilo rojo, verde y violeta

Sidney Tarrow define los movimientos sociales como “desafíos colectivos planteados por
personas que comparten objetivos comunes y solidaridad en una interacción mantenida con las
élites, los oponentes y las autoridades”. En su larga militancia política Julio participa
activamente en la construcción de esas redes de contrapoder y en su impulso desde las
estructuras partidarias o institucionales.

En el tardofranquismo y en los primeros años de la transición la fábrica, la academia y los


barrios fueron los tres frentes fundamentales donde cuajaron los movimientos populares
antagonistas. El sindicalismo obrero y estudiantil, así como el asociacionismo vecinal
articularon la oposición al franquismo y la pugna por la democracia. Julio estuvo vinculado al
movimiento vecinal, representando como secretario a la Asociación de Cabezas de Familia del
Parque Cruz Conde en Córdoba. Y también formó parte del movimiento sindical.

Quizás sea necesaria hacer una precisión semántica. Cuando se habla de los movimientos
sociales suele entenderse que nos referimos solo a aquellos que han nacido con posterioridad
al movimiento obrero. Los nuevos movimientos que, “al despegarse de las viejas lealtades de
clase y configurar alianzas sociales de carácter transversal, han ido tomando posesión del
espacio público” (Gloria García González). Juan Ramón Capella nos advertía de la posible
simplificación que ello supone: “De eso que se ha dado en llamar movimientos sociales nuevos
–y que acaso conviniera llamar, modestamente, nuevas iniciativas”. Y Tarrow recordaba que el
poder de los movimientos es acumulativo: “Los teóricos sociales descubren constantemente
“nuevos movimientos sociales”, pero el calificativo “nuevo” pierde sentido cuando
examinamos un cuadro histórico más amplio. Los nuevos movimientos no solo retoman
muchos de los temas de sus predecesores, como la identidad, la autonomía y la justicia, sino
que también se apoyan sobre las prácticas e instituciones del pasado”. Para ilustrar el
esquematismo de la división canónica entre viejos y nuevos movimientos sociales quizás pueda
ser útil reflexionar sobre la irrupción en la última década de movimientos como el de la
vivienda o el de la renta básica, colectivos con un fuerte componente de clase, aunque eso sí
con códigos e identidades que no constituyen una simple prolongación de las del veterano
movimiento obrero.

Convocatoria por Andalucía, primero, y después Izquierda Unida representaron dos proyectos
de una insólita originalidad. Mientras la izquierda transformadora se desplomaba o se desleía

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en toda Europa, en pleno desconcierto por la caída del muro de Berlín, en España se levantaba
un movimiento político y social que llegó a inquietar a los mandarines del neoliberalismo y
obligó al poder a emplearse a fondo, desplegando todos los recursos económicos, culturales,
mediáticos y políticos, alcantarillas incluidas, para neutralizar la anomalía. La principal seña de
identidad de aquella IU era la elaboración colectiva de programas, un ámbito de participación
política que diluía las fronteras entre afiliados y no afiliados, y entre expertos y legos. “ Un
mecanismo de elaboración y estudio que servía, además, como instrumento básico para forjar
las alianzas sociales y adquirir la cultura de gobierno que combinándose con la de lucha y
movilización permitiese la permanente construcción de la Alternativa”.

Durante casi una década Izquierda Unida representó una nueva forma de hacer política, un
cortocircuito en la política convencional, profesionalizada y dominada por los aparatos. Un
meteorito ajeno al panorama general, que se resistía a la institucionalización y al
electoralismo, que en definitiva cuestionaba por la vía de la práctica “el proceso de
mercantilización y oligarquización de las democracias representativas” (Fernández Buey).

Aquel proyecto, que representaba una de las herramientas políticas más renovadoras de la
izquierda en toda Europa, tuvo que enfrentarse también a la cultura de la derrota y al cambio
de naturaleza en el movimiento sindical. Comisiones Obreras, que había sido un extraordinario
movimiento de clase y la punta de lanza frente al régimen franquista, fue aclimatándose al
paradigma neoliberal hasta renunciar a la perspectiva de transformación social con la que
naciera. “En el momento en que los sindicatos eso de la sociedad alternativa dicen que para
qué, porque lo que hay que resolver son los problemas inmediatos, en ese momento, sin darse
cuenta, han entregado la cuchara al adversario”, afirma Julio en 1998, en Humano, demasiado
humano, el libro de Miguel Ángel García Barbero.

Anguita insistirá en la distinción entre movimiento obrero y movimiento sindical. “El Partido
Comunista es parte del movimiento obrero con la misma legitimidad que Comisiones Obreras”.
Y subraya también la independencia de IU respecto de los sindicatos: “ Yo no tengo sindicato.
Mi sindicato es, como dijo Machado, el que conmigo va en cada momento” . La campaña por la
jornada de 35 horas o la introducción pionera de la Renta Básica señalan el anclaje de clase en
Izquierda Unida. Pero los vientos del neoliberalismo soplan con mucha fuerza. IU es abatida y
la dirección de los sindicatos asume el marco y las políticas de la Unión Europea.

Izquierda Unida durante ese período se consolida como un proyecto de transformación social
rojo, verde y violeta. Esto implica que “asume tanto en la elaboración programática como en
la del discurso las nuevas elaboraciones, visiones y valores de otros proyectos de liberación que
han ido apareciendo a lo largo de los tiempos”, escribe Julio, con motivo del 30 aniversario de
IU. La estela de Manuel Sacristán y de la revista Mientras Tanto estará bien presente a partir
de ahora. “El ecologismo como un punto de vista ineludible, indispensable de nuestra época”
(Quim Sempere), como “la autocrítica de la ciencia moderna” (Sacristán) se asienta en la
cultura de la izquierda real. El feminismo, la igualdad entre hombres y mujeres, la importancia
de la transformación de la vida cotidiana se trenza también en esa renovada alianza.

Pero, como declara Julio Anguita en noviembre de 2019, no se trata de “una cuestión de
yuxtaposición de rojo, verde y violeta, ahora es una cuestión de síntesis”. Comienza una
síntesis teórica entre los principales movimientos de liberación: “el movimiento rojo –el
marxismo–, el feminismo –que aparece con Simone de Beauvoir–, la lucha por una nueva

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cultura y el ecologismo. De las cuatro, para mí la que hoy está en la punta de lanza es la
ecología política, porque está señalando un problema de inminente solución; si no, estamos
perdidos”. Una nueva combinación política ha ido cuajando durante esos años, presidida por
valores como la solidaridad, la igualdad y la austeridad. El Plan Energético, elaborado de
acuerdo con Aedenat o la incorporación de Víctor Ríos a la dirección de IU, son algunas
muestras de la orientación emprendida.

Del 15M al coronavirus. Julio, un faro para los tiempos que vienen

Julio no ha dejado nunca de participar políticamente. Y de hacerlo con la ejemplaridad que le


caracterizaba. Humildad, lealtad a los de abajo, estudio permanente y coraje. Tras su salida de
la dirección de IU, Julio participa, entre otros proyectos, en el despliegue de Unidad Cívica
Republicana, así como en la constitución del Colectivo Prometeo y del Frente Cívico Somos
Mayoría.

La crisis de 2008 supone un terremoto económico y político en todo el mundo. Y en España, el


15 de mayo de 2011 irrumpe el movimiento popular, señalando la ruptura con los consensos
de la transición y su cultura política, y denunciando la política austericida de la Unión Europea.
“Son los nuestros”, escribe Julio días después. “Se han lanzado a la calle y la siguen llenando
sin complejos, poniendo en evidencia a quienes debían y debíamos haberlas llenado antes (…)
Gracias compañeros y compañeras por esa decencia y sabiduría que por desgracia sólo está al
alcance de vosotros y unos pocos más”.

Julio, que ha seguido muy atentamente la crisis, no duda en apoyar el movimiento desde el
primer momento, mientras una parte de la izquierda mira por encima del hombro o con
paternalismo la aparición de los indignados. “Cada momento la coyuntura está del lado de
quien mejor la define ante las personas y de quien señala el punto nodal donde se condensan
las contradicciones”, ha señalado en algún momento.

La crisis económica muta en crisis política. Julio, un referente para millones de personas en
especial tras la crisis del régimen del 78 y las tropelías de la Troika, llama a poner en pie el
Frente Cívico para que “la mayoría social vaya trabando su unidad en torno a un programa”.
Esta visión de Julio Anguita está engarzada con algunas de sus nociones más queridas, de raíz
gramsciana: hegemonía, bloque histórico y partido orgánico. Y también con su concepción
socrática y pedagógica de la política. “Para mí el contrapoder lo constituye la mayoría
ciudadana cohesionada en torno a medidas urgentes, necesarias y factibles que palíen las
necesidades más inmediatas y perentorias”. Hay que construir un programa con la mayoría de
la población, hay que recorrer un camino de aprendizaje compartido, a partir de una
experiencia común. El programa como espacio de encuentro y compromiso, una divisa
constante en su trayectoria.

Dos acontecimientos vienen a validar el gran acierto de la iniciativa. En primer lugar las
Marchas de la Dignidad. Junto a las Mareas, la PAH, los Campamentos Dignidad, el sindicalismo
alternativo y una pléyade de organizaciones, se alza un movimiento que reúne más de millón y
medio de personas en Madrid. El 22 de Marzo es, en palabras de Julio, “una explicitación de

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que el proceso constituyente es posible”. El nacimiento de Podemos y su éxito en las elecciones
europeas acabarán por abrir en canal la crisis del régimen.

El segundo acontecimiento será el nacimiento de la Acampada Dignidad de Córdoba, que


ocupa y recupera el Centro Social Rey Heredia. “El colegio Rey Heredia, un símbolo de la
pedagogía racionalista del primer tercio del siglo XX, escuela en que aprendieron las primeras
letras muchos de los vecinos del popular barrio del Campo de la Verdad, fue transformado por
los activistas en el Centro Social Rey Heredia. Acondicionado al detalle por sus ocupantes y bajo
el acoso del gobierno local, pasó a convertirse en epicentro del activismo cordobés: encuentros
socioculturales y políticos, comedor solidario, reuniones de colectivos y plataformas, “sede” de
las Marchas por la Dignidad… haciendo suyo el discurso asambleario revitalizado en mayo de
2011” (José María Manjavacas). El desafío a los poderes está abierto en todos los frentes,
incluida la desobediencia.

Dos días antes de ser ingresado se hace público un Manifiesto escrito por Julio Anguita,
titulado El hoy y el mañana: razones para nuestro compromiso. En él Julio analiza la crisis de la
civilización del crecimiento sostenido y depredador que ha originado la pandemia del
coronavirus. Apela a la necesidad de una sociedad civil fuerte y llama a “organizar el combate
político-cultural y la entente programática”, a crear hegemonía social y cultural para construir
algo nuevo, que sea capaz de hacer frente al mismo tiempo a “los dictados del neoliberalismo”
y a la inquietante emergencia de la España sempiterna, de tintes neofranquistas.

Gregorio Morán cuenta en El cura y los mandarines que a Rafael Sánchez Ferlosio -que no era
precisamente un intelectual del pesebre- le había pesado durante mucho tiempo haber
respaldado en 1986 la carta colectiva en apoyo de la OTAN, que firmaron un nutrido grupo de
intelectuales. Años más tarde, Sánchez Ferlosio, aseguraba que “no se habría atrevido a
hacerlo en caso de que Sacristán, fallecido medio año antes y por el que sentía un profundo
respeto, hubiera seguido con vida”.

Ojalá sean –seamos- muchos los que no nos atrevamos a refrendar indignidades o iniquidades
ahora que no está Julio. Nos ha dejado tarea, la de continuar con su legado, la de pelear
porque la honradez y la dignidad que él representó como nadie se conviertan en costumbre. La
de luchar contra “la encarnación de la barbarie: el capitalismo en todas y cada una de sus
fases, manifestaciones y aspectos”. Julio seguirá vivo entre quienes honren su memoria y
entre quienes sean consecuentes con su lucha.

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