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Latinoamérica ideó la figura del Presidente de la República elegido por el pueblo, con poderes
propios, y con atribuciones esenciales, pero también con limitaciones constitucionales. Se
puede decir que el Continente Americano ha inventado la figura del Presidente. La institución
presidencial, con facultades propias y extensas de gobierno efectivo, se alimenta en nuestros
países en una fortísima tradición y en hábitos populares incoercibles. El pueblo ve en el
Presidente un indispensable contrapeso, no solo de la ligereza y falta de meditación de sus
parlamentarios, sino de la tendencia de estos a ceder ante la indebida presión de los intereses
locales o privados. Las características del presidencialismo latinoamericano, responden a un
estado económico y social que impone sus leyes inflexibles a la evolución política.
Entre los factores sociales que hacen que prime el presidencialismo como forma de gobierno
en el Continente Americano, podríamos señalar los siguientes: (a) La tendencia al paternalismo
político, a encarnar al poder en un hombre, "el mito del gobernante protector", a personalizar
el poder, a otorgar confianza a un caudillo más que a una institución, inclusive en los Estados
Unidos de América. (b) A que el triunfo electoral se debe -en gran parte- a las condiciones
personales del candidato, tanto o más que a la ideología del partido que lo lanza o a su
programa de gobierno. El éxito en la votación depende -en gran medida- de la simpatía, la
calidad personal del líder (Ieader) y la aptitud de captar votos (de vote getter), más que del
contenido de su programa electoral. Frente al régimen presidencial clásico235 aparece el
presidencialismo como "una aplicación deformada de este, por debilitamiento de los poderes
del Parlamento e hipertrofia de los poderes del Presidente; de ahí su nombre. Funciona sobre
todo en los países latinoamericanos que han transportado las instituciones constitucionales de
los Estados Unidos de América a una sociedad diferente, caracterizada por el subdesarrollo
técnico, el predominio agrario, las grandes propiedades agrícolas y la semicolonización por la
vecina y superpoderosa economía de los Estados Unidos".
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Interesa detenerse en la definición que adopta el artículo 119 de la Constitución sobre aquello
que se le confía al Consejo de Ministros en su conjunto y a los ministros individualmente
considerados. El texto vigente se refiere concretamente a "los servicios públicos" como el
conjunto de responsabilidades confiadas al Consejo, utilizando la misma expresión que su
predecesor el artículo 212 de la Constitución de 1979. Anteriormente, los textos
constitucionales han' tratado el tema como: "la política general del Poder Ejecutivo" (1933),
"los negocios de la administración pública o del gobierno de la República" (1856, 1839 Y 1828),
o los ministerios "necesarios para el servicio de la Confederación". Veremos a continuación si
este cambio de conceptos (pasar de "la política general del Poder Ejecutivo" en 1933 a "la
dirección y gestión de los servicios públicos" en 1979 y 1993) resulta conveniente en la
actualidad, habida cuenta de que se admite que muchos servicios públicos puedan ser
gestionados -o inclusive de propiedad de particulares ~o que es abiertamente opuesto al
enunciado "la gestión y dirección" en manos del Consejo de Ministros)- sin que esta nueva
visión del servicio público suponga exonerar al Estado de cumplir su papel regulador a través
de organismos técnicos autónomos especializados. Cabe, asimismo, mencionar que el
desarrollo del Estado ha traído consigo la generación de nuevos y diversos portafolios a fin de
atender con criterio técnico las tareas inherentes al quehacer estatal. Sin embargo, el
crecimiento en número que han venido sufriendo los ministerios se ha detenido. Hoy se
reclama que, en el marco de una reforma del Estado, podrían más bien reducirse en número y
tamaño las reparticiones a cargo de los ministros. Ello supondría fusionar algunos, definir más
claramente sus competencias para evitar duplicidades, y profundizar el proceso de
descentralización y des concentración. Esto último en beneficio del trasvase de
responsabilidades que hoy se encuentran altamente centralizadas, en beneficio de la
administración de los G0biernos regionales y municipales. En todo caso, un Consejo de
Ministros con responsabilidad política y administrativa guarda consonancia con los postulados
del constitucionalismo contemporáneo, en respuesta a las nuevas demandas que debe
atender el Poder Ejecutivo, en tanto administrador de la "cosa pública" y responsable de
establecer las políticas públicas que concentran su competencia en el Poder Ejecutivo. Desde
este punto de vista la doctrina afirma, como lo expresa García Belaunde, que los ministros
"actúan como responsables de los diversos sectores de la administración pública"
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