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Devocional mes de Misiones

El Ángel de Jehová en una llama de fuego en un lugar santo sin cortinas ni oro ni sangre, un
fuego que no consume, fuego vivo, fuego de Dios, Dios conocido, Dios fiel a su pacto, Dios con
propósito eterno, frente a un hombre vil, un hombre que se había contaminado de idolatría y todo
pecado, un hombre lleno de debilidad, con las huellas y cicatrices de sueños rotos, habiendo llegado
alto como un egipcio poderoso, llegó a huir como menos que un esclavo. Un hombre que habiendo
sido criado con lo mejor de ambas culturas se derretía frente al fuego de Dios.
Dios se le presenta como el único, grande y poderoso, Dios de salvación y juicio que eligió a
sus antepasados para llenar de su gloria toda la Tierra hasta el fin. Pero Moisés, el salvado de las
aguas y por las aguas, el de la gracia, el que el mismo Faraón no había podido matar; tiembla viendo
su propia vileza y estimando su humanidad caída como barrera suficiente frente a la dirección del
Eterno.
Moisés había sido guardado porque Dios mismo lo eligió desde su nacimiento, como nos
habla el Espíritu Santo a través de Esteban en hechos 7, y ya a sus 80 años se conocía más a si mismo
que al Dios de la creación. Dios lo rescató de su libertad para hacerlo esclavo de su soberana voluntad,
y por causa del clamor de los oprimidos envió al que compartía más su corazón redentor, al que había
visto y sentido lo mismo.
Dios le contó sus planes y la palabra de Dios iluminaba la esperanza entenebrecida de un
viejo que no había logrado borrar de su corazón a sus hermanos oprimidos, un viejo que en sus propias
fuerzas intentó y fallo. Un viejo que llegó a olvidarse de su Dios olvidando su pacto. Un viejo que
necesitaba una vara, que se sacó las sandalias, pero no podía dejar su vara.
No te olvides de esa vara, le dice el Señor luego de haber convencido a Moisés de ir en su
nombre, con ella harás maravillas.
Dios uso a Moisés para la misión redentora, salvar al pueblo elegido con gran salvación, justo
en el momento en que la debilidad tenía más fuerza que la fuerza misma. Moisés siguió sosteniendo
la vara, pero comenzó a apoyarse en Dios.
Moisés recuperó el brillo en sus ojos, se unió por fin el corazón con la misión. El querer y
el hacer para la gloria de Dios. Así que dijo a su pasado y a su resignación y a su costumbre “Debo
marcharme, Quiero volver a Egipto” Ex.4:18
Hch.7:20-36 / Éxodo capítulos 3 y 4
Por Claudio Bustos
Familia Misionera Bustos Vergara
Iglesia Bautista Betel, Concepción.
GLORIA A DIOS

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