Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Alejandro Cattaruzza
La reconsideración que proponemos no remite sólo a las opiniones sobre los “orígenes”
de la corriente, sino que tiene relación con modos diferentes de concebir el problema
general del revisionismo. Este término, es sabido, ha sido utilizado para definir realidades
muy diversas. Para Halperin Donghi se trató de una "empresa a la vez historiográfica y
política", cuyos primeros momentos pueden ubicarse en la década abierta en 1930 y que
hacia 1984 todavía demostraba un “vigor al parecer inagotable”. Diana Quattrocchi parece
preferir una perspectiva que lo vincula a la instalación del debate sobre Rosas en la
sociedad argentina, que fecha en los tiempos de la llegada del radicalismo al gobierno; ya
en los años treinta, el revisionismo terminaría constituyendo una contrahistoria. De acuerdo
con los planteos de Carlos Rama, en cambio, se trató de un fenómeno latinoamericano,
cuya característica central fue haber sido el resultado de la aplicación de un enfoque
nacionalista al estudio del pasado. Hacia 1974, a su vez, Ángel Rama lo concebía corno
una de las “expresiones de las subculturas dominadas”, mientras que ese mismo año,
Leonardo Paso, historiador oficial del Partido Comunista argentino, sostenía que el
Al problema de los varios sentidos que se han otorgado al término, se añade la pregunta
acerca de qué es aquello que distingue una versión revisionista del pasado argentino de una
que no lo es. La exaltación de los gobiernos de Rosas no basta, dado que a lo largo de los
años sesenta los hombres de la llamada "izquierda nacional", que se autoproclamaban
miembros del revisionismo socialista y a quienes Halperin Donghi ubica entro los
neorrevisionistas, tendían a preferir a los caudillos del interior, llegando a proclamar que
el "rosismo" y el "mitrismo" eran "dos alas del mismo partido”. Por otra parte, tampoco los
revisionistas más clásicos imaginaban de manera homogénea las características de los
gobiernos de Rosas: para Ibarguren, se trataba de un “dictador” que había dominado para
bien al gauchaje, garantizando el orden social en beneficio de las clases propietarias, mientras
que José María Rosa, a principios de los años cuarenta, lo proponía como el ejecutor de una
benéfica reforma agraria en favor de quienes trabajaban la tierra.3
Sin aspiración de cerrar estas cuestiones y mucho menos de esbozar una “definición”
del revisionismo, debemos señalar que el criterio que aquí empleamos, notoriamente
2 Cfr. respectivamente Halperin Donghi, Tulio, El revisionismo histórico argentino, Bs.As., Siglo XXI, 1971,
p. 7, y del mismo autor “El revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional”,
de 1984, recogido en Ensayos de historiografía, Bs.A.s, El Cielo por Asalto, 1996, p.107; Quattrocchi-
Woisson, Diana: “Historia y contra-historia en la Argentina. 1916-1930”, en Cuadernos de Historia Regional,
Luján, UNLuján, número 9. agosto 1987, y Los males de la memoria. Historia y política en la Argentina,
Bs.As., Emecé, 1995, en particular el Capítulo 2; Rama, Carlos: Nacionalismo e historiografía en América
Latina, Madrid, Tecnos, 1981, pp. 14 y 15; y Rama, Ángel, “La narrativa en el conflicto de las culturas",
escrito en 1974 y publicado en Rouquié, Alain (comp.) , Argentina. hoy; Bs.As., Siglo XXI, 1982, en
particular, pp. 255 y siguientes. La cita de Paso, Leonardo, en Corrientes historiográficas, Bs.As., Ediciones
Centro de Estudios, 1974, p. 47.
3 Como expresión de las visiones del pasado de un sector importante de la izquierda nacional, puede verse
la obra colectiva llamada El revisionismo histórico socialista, Bs.As., Octubre, 1974, que, con prólogo de
Blas Alberti, recoge artículos de miembros de esta corriente; en particular, el que firmado por M. Cruz
Tamayo (en realidad A. Terzaga), se titula precisamente “Mitrismo y rosismo: dos alas del mismo partido”.
La opinión de Carlos Ibarguren puede consultarse en Juan Manuel de Rosas. Su vida, su tiempo, su drama,
Bs.As., La Facultad, 1933 [edición definitiva, y la de José María Rosa en Defensa y pérdida de nuestra
independencia económica, Bs.As., Huemul, 1974 (la obra había aparecido en forma de artículos, en 1941-
1942), parágrafo titulado 'La tierra para el que la trabaja'.
3
Tales acciones no eran, desde ya, independientes de los argumentos que planteaba el
revisionismo, pero tampoco se reducían a ellos6. Sobre esos argumentos, José Carlos
Chiaramonte ha insistido en que dos de los más conocidos habían sido propuestos con
anterioridad a los años treinta, destacando tanto la existencia de reclamos de revisión de
una historia que se entendía “de familia”, a cargo de varios estudiosos del pasado en los
años del Centenario, como el inicio de la reconsideración del papel del federalismo en el
proceso de organización nacional por parte de miembros de la “nueva escuela” Histórica,
en particular, por Emilio Ravignani.7
La opinión que subraya la ausencia de novedad se apoya, así, en datos certeros, que
por otra parte habían sido ya reconocidos por algunos revisionistas. Así, Julio Irazusta
sostenía hacia 1953, en la advertencia a la Primera Parte del Tomo I de la Vida política de
Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia, refiriéndose a los Documentos
para la historia argentina, compilados por Ravignani:
“La [...] compilación del Dr. Ravignani es una de las más admirables
que se han hecho en nuestro país. Lo que no tiene nada de extraño,
dada la maestría que el autor exhibió en esa clase de trabajos y la
osadía intelectual con que encaró la historia de Rosas, por puro
espíritu científico, mucho antes que nuestra generación pusiera en
marcha lo que se ha dado en llamar el revisionismo histórico” 10
Pocos años más tarde, Irazusta sostuvo que a principios de siglo “Ingenieros, Rojas y
Lugones dieron nuevo impulso al movimiento revisionista”, aunque luego volvía a
diferenciar ese movimiento del “nacimiento de una escuela específicamente llamada
'revisionista". A la hora de inventarse una genealogía, los revisionistas solían filiarse con
Quesada y aún con Saldías, con cuya obra J. M. Rosa, por ejemplo, insistía en hacer
comenzar la historia del grupo11.
Tampoco la fórmula que, entre 1938 y 1939, Ernesto Palacio utilizó, y que
circularía luego con gran éxito, la de la historia oficial y falsificada, era estrictamente
novedosa. En 1934, Rodolfo Ghioldi denunciaba en Soviet, revista del Partido Comunista,
“la espesa red de falsificación que aprisiona a la historia argentina”; Álvaro Yunque haría
12 Cfr., respectivamente, Ghioldi, Rodolfo, “ J. B. Alberdi”, en Soviet,, Bs.As., agosto de 1934, sin número de
pagina, y Yunque, Álvaro: “Echeverría en 1837. Contribución a la historia de la lucha de clases en la
Argentina”, en Claridad, año XV, número 313, mayo 1937, sin número de página
Tampoco en franjas del partido más claramente alineadas con Yrigoyen el rosismo
parecía abrirse paso con facilidad. En 1933, el Ateneo Radical Bernardino Rivadavia
celebraba un acto para reivindicar el “radicalismo americanista de Yrigoyen”; uno de los
militantes evocaba en su discurso las rebeliones radicales de esos años, destacando que una de
ellas se había producido en Entre Ríos, “cuna y madre de la gloria libertadora de 1852”, que
había terminado con el gobierno de Rosas. Un año más tarde, Arturo Jauretche instalaba su
poema gauchesco El Paso de los Libres, que se refería a una de las insurrecciones en la que
había participado, en una línea claramente antirrosista desde el título mismo, y admitía que su
prologuista, Borges, lo inscribiera en la tradición de Hernández y de Ascasubi. Las razones de
esa adscripción no eran sólo formales: se trataba de tres conspiradores. Ascasubi, es sabido,
había sido combatiente contra Rosas. De esta manera, si bien que puede admitirse que ya
desde los años veinte, y quizás antes, el “tema” de Rosas estaba incorporado a la cultura
argentina, es menos sencillo de probar que ello fuera fruto o haya devenido en una
contramemoria, que tal contramemoria encontrara un correlato preciso en la producción de
los intelectuales yrigoyenistas, y que ella haya significado el “nacimiento” del
revisionismo15
Retornando, entonces, a la cita con que se abre este apartado, podemos preguntarnos qué
revisionismo era el que Borges sostenía no haber podido presentir en 1922. Parece
14 La cita de Acosta figura en Hechos e Ideas, Bs.As., número 7, enero de 1936, p.225; la
de Tradatti, en el mismo número, p. 252. Hemos abordado estas cuestiones en Historia y
política en los años treinta. Comentarios en torno al caso radical. Bs.As., Biblos, 1991.
Nos permitimos remitir también a nuestro capítulo titulado “Descifrando pasados: debates y
representaciones de la historia nacional”, en Alejandro Cattaruzza (director): Crisis
económica, avance del estado e incertidumbre política, citado.
15 Ver [Ateneo Radical Bernardino Rivadavia], La política americanista de Yrigoyen,
Bs.As., 1933, p. 23. El prólogo de Borges a El Paso de los Libres, puede consultarse en la
edición que publicara originalmente La Boina Blanca.
8
evidente que no se trata del que Carbia reclamaba en 1918, ni de la visión favorable a
Rosas que Ravignani, en 1927, ofrecía en una revista en la que compartía el Consejo
Directivo con Ibarguren y con Borges mismo. El revisionismo que en 1969 Borges decía
no haber previsto era el que, en la segunda mitad de la década de 1930, salió a buscar su
lugar como grupo en el mundo cultural argentino.
Una vez fundado el Instituto, resultó sencillo identificar a sus miembros más notorios:
Manuel Gálvez, Ramón Doll, los hermanos Irazusta, Ernesto Palacio, Ricardo Font Escurra,
entre otros. Menos simple es, en cambio, detectar los rasgos comunes que presentaban sus
interpretaciones: la reivindicación de los gobiernos de Rosas era compartida, aunque como
señalamos eran varias las imágenes de Rosas que se proponían. Y si bien los planteos que
hacían del gobernador de Buenos Aires un defensor de la soberanía y un forjador de la unidad
nacional estaban muy extendidas, el propio Instituto, en el primer número de su Revista ,
reconocía en un artículo de Ramón Doll la existencia de lo que llamaba una “derecha rosista”
y una “izquierda rosista”, e intentaba tomar distancia de ambas:
Ambas citas remiten a la dificultad del intento revisionista: sin abandonar el afán de
alentaban, en otras tantas se inclinaban a imponer una suerte de distancia académica con ella.
Compartiendo, como lo hacían al menos declamatoriamente, las concepciones que los demás
“función social” que era la afirmación de la nacionalidad, los revisionistas mantenían una
política. Sólo lentamente se apropiaron de una fórmula que, planteada por Ernesto Palacio
hacia 1939, permitía aplazar ese conflicto: lo que estaba en entredicho, pasaron a sostener, era
coincidencias:
Luego de esta exposición de las razones del revisionismo, Zorraquín Becú subrayaba "el
cultivar las disciplinas históricas con un prejuicio partidista [es] que inevitablemente ha de
un pecado común a gran parte de nuestra producción". 20 Los planteos de Zorraquín, por otra
parte, vuelven a poner en evidencia que el enlace entre las dimensiones científicas y patrióticas
una conciencia nacional” era atribuirle una tarea política que no se alineaba fácilmente con
Héctor Llambías proclamaba que "sobre los hechos mismos quedan pocos puntos por
esclarecer". Al mismo tiempo, el autor sostenía que "se podría pensar que la revisión
objetivos, de simple investigación". La conclusión era contundente: "la causa de Rosas está
dispuestos a librar una batalla cultural, los revisionistas decían conseguir triunfos
científicos.
Mientras planteaba sus frentes de polémica, que como hemos indicado en el capítulo
anterior, fueron asumidos inicialmente por el resto de las instituciones historiográficas sin
demasiado escándalo, el revisionismo diseñaba un adversario. El ejemplo de la Historia de la
Nación Argentina dirigida por Levene, cuyos primeros tomos aparecieron en 1936 y que fue
convertida por el revisionismo en el monumento de la que llamaba la historia oficial, es
evidente. Los elencos convocados incluían a miembros de muchas asociaciones, los planteos
sobre algunos asuntos eran abiertamente contradictorios y hasta la misma concepción de la
obra impedía por extensión y fragmentación la existencia de un lector de conjunto. Mientras
construía un adversario homogéneo, el revisionismo se daba unidad a sí mismo; así, la
invención y difusión de la imagen que planteaba la existencia de una lucha entre la “historia
oficial”, un bloque sin fisuras, y sus impugnadores, otro conjunto que se pretendía uniforme,
fue quizás el triunfo más importante del primer revisionismo.
A su vez, al menos hasta los años finales de la década de 1930, ni el rosismo ni las
relaciones con el nacionalismo acarrearon consecuencias serias, en lo que hace a su
participación en el campo intelectual, para los revisionistas más conocidos. Esta circunstancia
no indicaba obligatoriamente una cercanía ideológica entre quienes devendrían revisionistas y
otros grupos culturales, sino que confirmaba que ni el nacionalismo ni el rosismo eran causa
de repudio, cuando menos en un comienzo.
Ernesto Palacio y Julio Irazusta escribieron en Sur, la revista de Victoria Ocampo, luego
transformada por el nacionalismo en el paradigma de los sectores intelectuales sometidos al
imperialismo. La trayectoria de Victoria Ocampo, que en 1934 viajaba a Italia invitada por las
instituciones culturales fascistas, también puede tomarse como ejemplo de lo confuso del
panorama22. Irazusta participó, junto a Palacio y a Ramón Doll, del “Primer debate de Sur”,
celebrado en 1936, y publicó en la revista hasta 1938, avanzada ya la Guerra de España; su
libro Actores y espectadores fue publicado en 1937 por la editorial. Palacio traducía, por esas
fechas, los libros de André Gide que editaba Sur. Manuel Gálvez, por su parte, continuaba
obteniendo grandes éxitos de ventas, y era tratado con deferencia por hombres como Roberto
Giusti. Carlos Ibarguren, que no formó en el Instituto Rosas, era presiente de la Academia
Argentina de Letras, e integró la delegación argentina a la reunión de los Pen Clubs celebrada
en Buenos Aires en 1936, junto al propio Gálvez; su libro sobre Rosas había recibido el
Premio Nacional de Literatura en 1930. En la década anterior, Ibarguren sido profesor de
Historia Argentina en la Facultad de Filosofía y Letras y desde 1924 era miembro de la Junta
de Historia y Numismática. Ibarguren denunciaría mucho después una conjura del poder
contra el nacionalismo, que habría tenido lugar en los mismos años en que él se desempeñaba
como presidente de la Comisión Nacional de Cultura, en la segunda mitad de la década de
193023. Los revisionistas, en tanto, mantenían su estima por el sistema de consagración oficial
23 Ver Ibarguren, Carlos, La historia que he vivido, Bs.As., Dictio, 1977, p. 625. La
primera edición de la obra es de 1955.
13
de los gobiernos herederos del golpe de estado del 6 de setiembre: Julio Irazusta, por ejemplo,
fue distinguido en 1937 con el Premio Municipal de Literatura, que no dudó en recibir.
Poco antes de la fundación del Instituto Rosas, entonces, los futuros miembros del
revisionismo disponían de múltiples instrumentos de legitimación en el campo intelectual:
participación previa, reconocimiento de las instituciones, premios otorgados y recibidos,
apellidos prestigiosos, relaciones con el poder, éxitos de venta. Esos mecanismos funcionaron,
al menos, hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, sin que las críticas, que
existieron, los afectaran. Si se atiende a estas circunstancias, queda fuertemente cuestionada la
interpretación que hacía del revisionismo un movimiento intelectual disruptivo y nacido en los
márgenes de la cultura argentina, o un frente de jóvenes rebeldes; alguno de ellos había sido sí
parte del grupo de jóvenes vanguardistas, pero a comienzos de los años veinte. Quince años
más tarde, muchos de ellos ocupaban lugares relativamente cómodos en el universo de los
intelectuales. El revisionismo, por el contrario, se organizó en torno de uno de los núcleos de
la cultura admitida, que desde hacía tiempo exhibía una muy clara vocación conservadora. La
tolerancia del mundo cultural demuestra que él no se hallaba articulado alrededor de un único
eje liberal-democrático, con un programa preciso que lo obligara a repudiar a quienes
plantearan una reivindicación nacionalista de Rosas. Sin hallarse en los márgenes del universo
de la cultura, el revisionismo tuvo una posición más débil en las instituciones de la historia
profesional, que de todas maneras no los excluían del todo24.
El revisionismo, por otra parte, sostenía relaciones con el mundo de la política, tanto con
el estado como con los partidos. En 1938, en ocasión del centenario de la defensa de la isla
Martín García, el Instituto Rosas organizó una ceremonia a la que concurrieron
representaciones de los Ministerios de Marina y de Ejército, de la Presidencia y de la
Gobernación de Buenos Aires, así como delegaciones del Círculo Militar y del Centro Naval.
Un año más tarde, la Revista convertía en un “verdadero acontecimiento pedagógico” la
aprobación, por parte de las autoridades educativas de la Provincia de Buenos Aires, de una
guía didáctica que indicaba que Rosas había impuesto orden interno, defendido la
soberanía y consumado, de hecho, la unidad nacional 25.
Si bien los contactos más firmes del revisionismo se daban indudablemente con las
formaciones nacionalistas, el sistema de relaciones del grupo incluía agrupaciones
radicales, no sólo yrigoyenistas, sino también a hombres de la UCR Antipersonalista y del
llamado alvearismo, que llegaron a participar de las instituciones revisionistas. De la
existencia de esta red que excedía al nacionalismo tradicional y a FORJA puede dar cuenta
25Revista del Instituto Rosas, número 1, 1939, p. 150 y 151. Agradezco la información sobre esta nota, así
como otros datos, a Carolina Apecetche.
el derrotero político de Julio lrazusta, quien hacia 1937 se incorporaría a las filas de la
Unión Cívica Radical. Esta experiencia, aunque breve, le permitió compartir la trinchera
política con Emilio Ravignani.28
tergiversación interesada no supo apreciar en todo su valor ese gesto de patriotismo. Pero
sepa Ud. y sepan quienes siembran un confusionismo que preferimos suponer inconsciente
a inconfesable, que muchos argentinos de toda la republica estamos con Ud”. El diputado,
que había defendido las acciones revisionistas en una sesión del Congreso dedicada al
debate sobre las llamadas actividades antiargentinas, comenzaba su intervención señalando
que hablaba a título personal, y no en representación de su bloque: Infante, miembro de la
Junta Filial Rosario de la Academia Nacional de la Historia, era diputado por la Unión
Cívica Radical Antipersonalista.30
30 Cfr. Revista del Instituto Rosas, número 7, 1941, pp. 181 y 182.
31 Se trata de un verso del poema Al 17 de Octubre, de Leopoldo Marechal, en sus Obras
Completas, Bs.As., Perfil, 1998, p. 504. El poema se compuso entre 1945 y 1950, y figura
en la Antología Poética de la Revolución Justicialista, que con prólogo de Antonio Monti,
publicó la Librería Perlado Editores, Bs.As., 1954, pp107 y 108.
32 Sugerimos, de la última producción referida a estos puntos, la consulta de Altamirano,
Carlos, “Ideologías políticas y debate cívico”, y Sigal, Silvia, “Intelectuales y peronismo”,
ambos en Torre, Juan Carlos (dir.), Los años peronistas (1943-1955),Tomo 8 de la Nueva
Historia Argentina, Bs. As., Sudamericana, 2002.
17
La universidad, donde se había producido cesantías y renuncias en los primeros años del
peronismo, no fue el escenario de un masivo desembarco revisionista en las áreas dedicadas a
los estudios históricos. Una mirada a otras instituciones que, ya en las décadas anteriores, se
dedicaban a actividades relacionadas con la historia, sugiere una marcada continuidad entre
una y otra etapa. El Museo Mitre, por ejemplo, recibía un subsidio especial en 1948 y ese
mismo año ponía en marcha su revista; el Instituto Rosas no se benefició con tales atenciones.
En 1951, el Senador nacional Juan de Lázaro, peronista, con trayectoria en la estructura de la
historia universitaria desde fines de los años treinta, lograba en un discurso pronunciado en el
Museo asociar a Mitre con su movimiento: “el espíritu de Mitre”, decía, “sobrevive porque
encarnó ideales argentinos que son eternos”, para agregar luego que “el secreto de su genio”
está “en su alma encendida de fe, poseída de la creencia en el dogma de la victoria última de la
justicia [...], de la justicia social como síntesis de la libertad, la verdad y la belleza” 37. Antonio
Castro, subsecretario peronista de Cultura, presidente de la Comisión Nacional de Cultura, ex-
director del Museo del Palacio San José y luego del Museo Histórico Sarmiento, destacaba en
un folleto oficial de distribución gratuita fechado en 1954 que Urquiza y Sarmiento, dos
“paladines argentinos” , se habían reencontrado en ocasión del “glorioso aniversario de la
batalla de Caseros”. En octubre de 1947, el Poder Ejecutvio lo había designado miembro de la
comisión encargada de los trabajos preparatorioas para erigir un monumento a Sarmiento en
San Juan. La publicación de aquel folleto se instalaba, explícitamente, en la senda que el
Segundo Plan Quinquenal indicaba en su apartado Cultura Histórica, que promovía “la
divulgacióny difusión de las obras de carácter histórico que concurran a consolidar la unidad
espiritual del pueblo argentino” 38
Los revisionistas que pasaron a apoyar al peronismo se hallaron, de este modo, con que
buena parte de la dirigencia y de los funcionarios del movimiento se inscribía en otra
tradición. No sólo lo hacía el senador de Lázaro, historiador, o Castro, director de museos,
sino que Miguel Tanco, radical yrigoyenista jujeño, ajeno a cualquier forma de actividad
hsitoriográfica había declarado en la campaña electoral de 1946 que, siendo “liberal e
individualista”, no podía compartir la “sórdida desconfianza” que ante el capital extranjero
manifestaban “los xenófobos, que sueñan con el retorno a la vuelta de Obligado y con las
chuzas de tacuara”39.
38 Cfr. Castro, Antonio, Sarmiento y Urquiza. Dos caracteres opuestos, unidos por el amor
a la Patria, Bs.As., Ministerio de Educación-Comision Nacional de Museos y Monumentos
Históricos, 1954, p. 7. La cita del Plan Quinquenal, en la misma obra. Los datos sobre el
monumento a Sarmiento, en Personalidades de la Argentina , Bs.As., Veritas,1948, p. 203
39 La cita, en el diario Democracia, del 18 de enero de 1946, p. 3
40 Ver Gené, Marcela, Un mundo feliz. Representaciones de los trabajadores en la
propaganda del primer peronismo (1946-1955), Tesis presentada en la Universidad de San
Andrés, Bs. As., 2001, en particular, pp. 112 y ss. Puede consultarse también la versión que,
con el mismo título, fue publicada como Documento de Trabajo número 24 por la misma
universidad. Un ejemplo en Ginzo, José A., Qué es, qué pretende, qué oculta el llamado
revisionismo histórico, conferencia de 1951 publicada en 1952 en Bs.As. por Pensamiento
Libre.
20
resulten convincentes; hechos conocidos desde hace tiempo recuperan así su dimensión. El
caso de los nombres impuestos a los ferrocarriles nacionalizados es uno de ellos: el
gobierno decide lo que a ojos revisionistas debe haber resultado casi una provocación. Los
nombres más destacados de la tradición llamada liberal era ubicados junto a los del “padre
de la Patria” y Belgrano, un indiscutido. En los manuales escolares no se detecta, a su vez,
indicio alguno de inclinación al rosismo; la referencia es en cambio siempre
sanmartiniana41. Es probable que el propio Ernesto Palacio advirtiera la situación, ya que
en 1954 publicaba un manual para escuela secundaria, poco después de presentar su
Historia de la Argentina, la primera versión orgánica del proceso histórico argentino desde
la llegada de los españoles. Tampoco la imagen del trabajador, en la propaganda peronista,
apeló al repertorio revisionista, aunque se permitía referencias gauchescas y hasta
evocaciones de los conquistadores42. La “declaración de la independencia económica” en
Tucumán y la celebración el Año del Libertador se alinean también en el mismo sentido,
así como la que al parecer fue una definición tajante de Evita ante Eduardo Colom, en
ocasión de una campaña rosista impulsada por su diario La Época: “vos no podés hacer esa
campaña que hiciste anti-urquicista, porque el peronismo es urquicista, y no vale la pena
dividirlo o hacer la división de revisionismo histórico con los que están con Rosas o contra
Rosas; seamos todos peronistas; estén todos unidos, pero no traigan cosas viejas” 43. A
Leopoldo Marechal, por su parte, “Octubre” le parecía “Mayo”: en un poema que
comenzaba, precisamente, con una evocación del “pueblo de Mayo”, que “ganara un día
su libertad al filo del acero”, el antiguo vanguardista devenido peronista encontraba una
continuidad entre aquellas multitudes y las de las jornadas de 1945.44
El cuadro indica, así, que el rosismo no formaba parte del conjunto de posiciones
oficiales compartidas por el peronismo, proclive en cambio a instalarse en una tradición
más clásica, y que la adhesión del revisionismo al peronismo fue parcial y distante;
simultáneamente, el peronismo albergó a historiadores que provenían de grupos diversos.
Parece entonces excesiva la opinión que hace del primer peronismo el “domicilio” del
revisionismo, así como la que sostiene que el revisionismo “termina por teñirse de
peronismo”, al menos hasta 1955.46 Es que aquí, como en muchas otras áreas, el primer
peronismo se permitía admitir la colaboración de individuos que exhibían distintos perfiles
ideológicos, y trayectorias previas que los vinculaban a múltiples circuitos intelectuales,
mientras fuera claro el apoyo a la gestión presidencial; en este sentido, lo que importaba era
el presente. Palacio no había sido diputado en virtud de su revisionismo, ni Juan de Lázaro
había ocupado su banca de senador gracias a su mitrismo. Rodolfo Puiggrós, antiguo
miembro del Partido Comunista sumado a quienes respaldaban al gobierno sin resignar su
condición de marxista, por ejemplo, expresaba esa actitud en el prólogo a la segunda
edición de Rosas el Pequeño, aparecida en 1953. Allí, el autor plantea dos líneas de crítica a
quienes califica de “rosistas militantes":
46 Ambos planteos son efectuados por Diana Quattrocchi, en Los males de la memoria,
citado, pp. 283 y 287. Toda la Tercera Parte de la obra está dedicada a estos temas.
22
Luego de señalar estas áreas de discusión con el revisionismo -que por otra parte no
son secundarias, y que en la obra se despliegan sobre los planteos de Scalabrini Ortiz,
Ibarguren e lrazusta, entre otros autores-, Puiggrós hará explícita aquella actitud que
privilegiaba, en el ejercicio de reconocer aliados, la adhesión al gobierno antes que la
coincidencia en las interpretaciones del pasado: “Estas divergencias [...] no impiden que
afirmemos nuestra solidaridad con los admiradores -al igual que con los detractores- de
Juan Manuel de Rosas que asumen hoy una actitud clara y consecuentemente
antiimperialista Somos sus amigos y sus aliados en la revolución nacional emancipadora,
del mismo modo que nos sentimos totalmente en contra de aquellos antirrosistas que [...]
forman en las filas de la contrarrevolución [...] ” 47. El criterio estrictamente político era el
que se imponía
Halperin Donghi, opositor, integrante de los grupos intelectuales que habían estado
fuera de la universidad, volvía a anudar la historia y la política a poco de caído el
peronismo. A la hora del balance de la historiografía argentina, que veía atravesada por una
crisis iniciada antes de 1945, sostenía Halperin Dongui que en “la tentativa de crear una
cultura y una historiografía consagradas a la mayor gloria del régimen, el peronismo había
hallado apoyos entre los revisionistas”, sumando “además una suerte de tropa de reserva
entra ciertos estudiosos adictos a la neutralidad erudita que había sido la consigna de la
Nueva Escuela Histórica” 48.
47 Cfr. Puiggrós, Rodolfo, Rosas, el pequeño; Buenos Aires, 1953; pp. 10 y 11. Hemos analizado esta
intervención de Puiggrós en Cattaruzza, Alejandro, “Una empresa cultural del primer peronismo: la revista
Hechos e Ideas (1947-1955)”, en Revista Complutense de Historia de América, Madrid, número 19, 1993.
48Cf. Halperin Donghi, T,: “La historiografía argentina en la hora de la libertad", en Sur, número 237,
nov.-dic. 1955, pp. 114 y 115.
23
Sin embargo, poco más tarde, en 1957, tenía lugar la “conversión” pública del propio
Perón al revisionismo, en el texto titulado Los vendepatria; allí, el ex presidente asumía
toda la dimensión de la batalla cultural que estaba en marcha, concediendo que la filiación
que los golpistas de 1955 planteaban con la “línea Mayo-Caseros” era efectivamente
cierta, e inscribiendo al peronismo en otra tradición, que encontraba en Rosas uno de sus
centros. Así, la adscripción a esa imagen del pasado era funcional al objetivo de Perón:
distinguirse aún más de sus enemigos, dotando de un sentido histórico al combate presente.
Hacia noviembre de 1963, el “Comando Rosario” del Movimiento de la Juventud
Peronista publicó un breve folleto titulado Nosotros y Sarmiento, en el que se explicaba la
voladura de varios bustos de Sarmiento apelando a citas de autores revisionistas y hasta del
propio Juan Bautista Alberdi. Aquellos militantes enlazaban sus luchas del día con la
reconsideración de la historia argentina, recurriendo a los razonamientos que, mucho antes,
habían hecho circular los revisionistas50.
49 Se trata de declaraciones de José María Rosa en una entrevista celebrada en 1978, haciendo referencia a
los años sesenta. Cfr.. Hernández, Pablo J.: Conversaciones con José María Rosa,. Buenos Aires, Colihue-
Hachette, 1978, p. 150.
50 La citada “cadena” de la resistencia, así como el folleto mencionado, se encuentran en nuestro archivo. Los
planteos de Perón pueden verse en Los vendepatrias: las pruebas de una traición, publicado en Caracas.
Sobre estas dimensiones de las luchas políticas por el control de imágenes del pasado, para otros casos, ver
Burke, Peter, Formas de historia cultural, Madrid, Alianza, 2000, capítulo 5 y en particular p. 79, en la que
se menciona un atentado del IRA, llevado adelante en 1966, contra una columna en homenaje a Nelson.
Consultar también Baczko, Bronislaw, Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas, Bs.As.,
Nueva Visión, 1991, pp. 153 y ss. Datos sobre este y otros agrupamientos juveniles del peronismo en la
24
Estos acontecimientos, de rango tan diferente, pueden ser el sostén de una versión
sumaria de los procesos más relevantes para la historia del revisionismo entre 1955 y 1975.
Aquella lectura del pasado que un grupo reducido de intelectuales había propuesto a fines
de los años treinta se transformaba en la interpretación “oficial” que de la historia nacional
realizaba un movimiento de masas, y en ese tránsito lograba, en general por fuera del
aparato estatal, alcanzar una difusión imprevista, aunque anhelada desde hacía tiempo.
Algunos historiadores revisionistas, desde ya, continuaron una producción monográfica
con aspiraciones de erudición. Pero el hecho crucial para el revisionismo en este período,
que fue la difusión de varios de sus planteos en amplios sectores no sólo vinculados a la
cultura letrada, tuvo como condición de posibilidad un proceso desplegado en la arena
política y social: la apropiación peronista de ese relato, que esta vez no dejó lugar para el
disenso. El combate social y político se libraba también en el plano de la imaginación de
pasados que venían a legitimar, según se entendía, las posiciones presentes.
instalación en el lugar que casi todo el peronismo elegía ocupar por entonces: el de la
mayoría desplazada de un poder que legítimamente la correspondía.
El encuentro no dejaba de provocar disidencias en las filas del revisionismo. Por una
parte, algunos miembros del grupo, y los auditorios que les eran fieles, tenían con el
peronismo una relación compleja y otros más eran sus opositores; por otra, existían
revisionistas que preferían consolidar los aspectos estrictamente historiográficos de su
empresa, como Julio Irazusta, que finalmente sería incorporado a la Academia en 1971. Un
año antes, había sido designado Presidente del Instituto Rosas, que estaba reorganizándose
desde 196851.
Las diferencias entre una estrategia que se quería académica y una de divulgación no
dejaban de ser advertidas por los revisionistas, y ellas se traducían en tipos de
publicaciones diferentes. A mediados de 1958, se lanzaba el número 17 de la Revista, con
un formato clásico: investigaciones, comentarios bibliográficos, reproducción de
documentos. La estructura se repitió hasta fines de 1962, cuando aparecía el número 23.
Entre 1968 y 1971, a su vez, se entregaron 10 números del Boletín; el último de la serie
52
anterior había entrado en circulación en julio de 1955. En la “Re presentación” que abría
la primera entrega del Boletín se sostenía que “la victoria de la revisión histórica es un
hecho por demás evidente: resta sólo la ´escalada´ final [...] que instaure oficialmente lo
que es una convicción argentina. Y nosotros venimos a cumplir la misión [...]”. El editorial
continuaba con esta aclaración: “De allí el nuevo ritmo que tendrá esta segunda época:
diríamos –guardando los debidos respetos- que hemos perdido un poco, historiográficamente
hablando, el empaque y la seriedad de los tiempos apostólicos”. El revisionismo nuevamente
se daba una “misión” y un instrumento, que sabía tan alejado de las publicaciones
historiográficas clásicas: “no tendrán cabida aquí ensayos de nivel rigurosamente científico –
tarea que acampará en la Revista semestral del Instituto [...]- pues estas páginas serán Historia
51 Ver Boletín del Instituto Rosas, Segunda Época, número 9, mayo-setiembre de 1970, p.
22
52 Ver Ramallo, Jorge M.: La revista del Instituto Rosas (1939-1961). Noticia. índice y
textos, Bs. As., Fundación Nuestra Historia, 1984, página 5.
26
a través de trazos breves, rudos, definidos, actualísimos[...]”53. Debe reconocerse que desde
el punto de vista de las características materiales del Boletín, el objetivo fue cumplido.
En cuanto a las disidencias de índole política, José María Rosa explicaba hacia 1978 los
sucesivos conflictos en el Instituto Rosas y su cierre momentáneo en función de los
debates en torno al peronismo:
La vieja conexión nacionalista, por otra parte, actuaba también, y ella estuvo por
detrás de las aproximaciones de algunos integrantes del grupo al estado en tiempos de la
dictadura de Onganía. Es posible que, por caminos sinuosos, esa cercanía estuviera
lejanamente relacionada con la organización de las llamadas cátedras nacionales en la
universidad, que se convertirían finalmente en uno de los frentes de lucha contra el
gobierno militar y sobre las cuales quedan pendientes estudios detallados. Como desde el
momento de su creación, las instituciones revisionistas no se resignaban a abandonar sus
empeños en construir lazos con el estado; tal como se decía en el Boletín, el revisionismo
anhelaba ser la otra “historia oficial”.
Las iniciativas del grupo incluyeron también empresas mucho menos orgánicas
respecto de la única institución revisionista tradicional, el Instituto, pero probablemente
53 Cfr. Boletín del Instituto Rosas, Segunda Época, número 1, p. 3, julio 1968. El
destacado, en el original.
54Cfr. Hernández, Pablo J.: Conversaciones con José María Rosa, citado, pp. 150 y 151.
27
Varias de las obras de los revisionistas, tanto de los "históricos" como de los
recienvenidos, alcanzaron importantes cifras de ventas. La Historia Argentina de J. M.
Rosa (publicada en sus primeros ocho volúmenes entre 1963 y 1969), y los trabajos de
Juan José Hernández Arregui, quien intentaba una reflexión más filosófica, integrada no
obstante al complejo revisionista, resultan buenos ejemplos de esta circunstancia. En 1963,
¿Qué es el ser nacional?, publicado por Hernández Arregui tres años después del también
difundido trabajo La formación de la conciencia nacional, era incluido por la revista
Primera Plana en su lista de "best-sellers", tal como señala Terán 55. Estos éxitos del
revisionismo formaban parte de un mucho más general proceso de ampliación -y probable
modificación- de los públicos lectores interesados en los temas históricos y políticos. En
torno a este punto ha sostenido el propio Terán que estos fenómenos "no involucraban
solamente a la elite intelectual, sino que se dilataban hasta legitimar el aserto de que
entonces se constituye un nuevo público, y que en ese proceso iban a oficiar un papel
central aparatos culturales tales como las nuevas editoriales, y especialmente EUDEBA” 56.
En la expansión de estos nuevos público, y en la tarea de hacer llegar su voz a ellos, quizás
estos otros libros, no la Revista del Instituto y ni siquiera el Boletín, hayan sido una
herramienta notoriamente eficaz.
55 Ver Terán, Oscar: Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual en la Argentina
1956-1966, Bs.As., Puntosur, 1991, p. 64.
La expansión del revisionismo aparece así entramada con la suerte de los dispersos y
muchas veces contradictorios emprendimientos político-culturales del heterogéneo bloque
peronista. Es probable que esa relación influyera en la recepción del revisionismo por
parte del mundo cultural argentino en los años sesenta, dado que para buena parte de
quienes lo habitaban el problema central era, precisamente, el del peronismo: de acuerdo
con Terán “la relectura del peronismo conllevará una revisión de la doctrina y la tradición
del liberalismo, que ya no será considerado como un escalón dentro del progreso
argentino, sino como una etapa de la dependencia nacional”; así, “el revisionismo
histórico va a teñir la cultura de izquierda en estos años”59.
Es que no solo el revisionismo estaba sufriendo cambios, sino que también los demás
grupos se veían afectados por transformaciones de cierta profundidad. En el campo del
nacionalismo, varios sectores se ubicaban en un “atlantismo” más cercano a Franco que a
José Antonio, retornando una línea conservadora que nunca habla olvidado por completo,
mientras que otros iniciaban una deriva hacia posiciones radicalizadas, que ocasionalmente
terminarían en alianzas con grupos de izquierda y del peronismo, y aún en la lucha armada
Parte de la izquierda iniciaba su mencionada reinterpretación de este movimiento,
impulsada por la tenaz adhesión popular puesta pronto de manifiesto, pero también por los
ecos de procesos políticos y sociales internacionales: las luchas de la descolonización; la
experiencia china; la muerte de Stalin, el breve ensayo de apertura y Hungría; Cuba, que
obligaba a repensar, una vez más, los temas del antimperialismo y de las relaciones entre el
nacionalismo y el socialismo60.
59 Cfr. Terán, O., Nuestros años sesenta, citado, páginas 64 y 63, respectivamente.
60 Para el clima cultural de los sesenta, sugerimos el texto ya citado de Oscar Terán, así
como Sigal, Silvia, Intelectuales y poder en la década de 1960, Bs.As., Puntosur, 1991;
Tarcus, Horacio, El marxismo olvidado en la Argentina: Silvio Frondizi y Milcíades Peña,
Bs.As., El Cielo por Asalto, 1996. Sigue siendo útil e interesante, acerca de la situación
internacional, la consulta de Hobsbawm, Eric, Revolucionarios, Barcelona, Ariel, 1978
30
61 Cfr. Rosa, J. M., El revisionismo responde, citado. páginas 160, 164 y 166 respectivamente. Los artículos
correspondientes se titulan “¿Rosas fue derechista o izquierdista?”-, y “¿Rosas fue regresista o progresista?”.
31
sobre la historia científica y su método podían, en 1955, exceder largamente estas temas,
que el autor, por otra parte, analizaba con el apoyo ocasional de algunas citas de Croce.
Trece años después, hacia 1968, José María Rosa y sostenía que se trataba de “reconstruir
críticamente los hechos históricos con el método objetivo de Ranke” 64. El revisionismo
hacía de este modo evidente cuánto compartía con el adversario que había construido,
cuyas evoluciones en cuantos a temas tratados y cánones para el ejercicio de la disciplina
eran casi inexistentes; el propio Rosas de Celesia es una prueba de ello.
64 Ver lrazusta, Julio, Las dificultades de la historia científica, Bs.As, Alpe. 1955, en particular páginas 24,
25, 35, 72 , y 135 y ss. Las observaciones de Rosa, en Historia del revisionismo y otros ensayos, Bs.As.,
Merlín, 1968, p. 70 y pp. 8 y 9, respectivamente.
33
A comienzos del nuevo siglo, entonces, al situación del revisionismo puede parecer
paradójica. El anhelado reconocimiento estatal llegaba finalmente, pero tan atado a los
cambios de coyuntura política que no puede suponérselo estable. En aquella otra actividad,
la estrictamente historiográfica, tampoco la situación es clara; historiadores que forman en
el Instituto Rosas tienen inserción en el sistema de Investigación, y sus publicaciones se
mantienen, aunque otros sectores de la historiografía argentina, preocupados por
problemas históricos diferentes y con itinerarios académicos y políticos muy diversos de
los del revisionismo, no sostienen con él diálogo alguno. En la historia universitaria, por
ejemplo, el revisionismo es más un objeto de estudio que un interlocutor o un polemista.
En los balances que el revisionismo realizó solía insistir en que la batalla por Rosas
estaba ganada desde el punto de vista de los “hechos”; más adelante, en los sesenta,
planteaba estar satisfecho de la aceptación de sus argumentos por parte de grupos amplios,
cuando estimaba que “casi todos eran rosistas”. Quedaba sí pendiente la transformación en
una nueva “historia oficial”. Desde ya, no es del todo legítimo cotejar el programa que se
dibuja por detrás de estos diagnósticos con una situación que, como señalamos, no sólo es
incierta, sino cambiante. Pero él puede utilizarse como guía para realizar algunas
observaciones. El revisionismo no parece hoy un actor de importancia en los debates
político-culturales argentinos; cierto es, no obstante, que tampoco puede identificarse otro
grupo de historiadores que sí lo sea. Algunos de sus planteos, sin embargo, parecen
constituir un conjunto de certezas, algo vagas pero firmes, tanto en sectores del cuerpo
docente secundario, como en franjas considerables de la opinión pública: no tanto los
centrados en la reivindicación de los gobiernos rosistas como los referidos a la historia
“falsificada”, imagen que si bien no era una creación original del revisionismo sí fue
difundida masivamente por él. La convicción de que existe una versión del pasado
deformada por intereses políticos, que el poder utilizar para ocultar la historia “verdadera”
cuyo conocimiento serviría para ver con mayor claridad nuestros problemas está, en estos
tiempos, muy extendida. Una vez más, entonces, es posible preguntarse cómo la política
vuelve a influir en los destinos de una disciplina que, en los últimos veinte años, creyó
poder constituir un espacio ajena a ella.
34