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de
bramante
o
de
papel,
para
que
le
veamos
atento,
absorto,
metérselo
en
la
boca,
arrojarlo,
volverlo
a
coger,
lanzarlo
de
nuevo,
acompasando
en
sonidos
diversos
esta
actividad
de
conocimiento
y
de
dominio.
El
niño
tiene
que
experimentar
todo:
tactilidad,
olores,
sabores,
formas,
colores.
Se
siente
feliz
si
hay
ahí
otra
persona
que
subraya
y
conforma
el
valor
de
su
objeto
de
interés
arrebatándoselo
o
nombrándoselo.
Tan
pronto
como
comienza
a
andar,
se
produce
la
explosión
de
la
curiosidad
investigadora
y
manipuladora
por
lodos
los
objetos
que
veía
sin
poder
tocar,
y
que
su
avidez
de
conocimientos
le
empuja
a
alcanzar
y
manipular,
para
utilizarlos
y
dominar
el
conocimiento
que
adquiere
de
ellos.
Todo
objeto,
sobre
todo
si
es
móvil
o
se
puede
mover,
es
un
interrogante
para
el
niño.
Es
la
edad
de
tocarlo
todo.
Pero
sobre
todo
es
la
edad
en
que,
por
las
palabras
y
el
vocabulario
enseñados
por
el
adulto,
el
niño,
al
mismo
tiempo
que
aprende
la
manipulación
técnicamente
adecuada
a
cada
objeto,
que
también
le
enseña
el
adulto,
aprende
a
estar
seguro
en
el
espacio
familiar.
Al
niño
le
gusta
encontrar
dificultades
y
superarlas;
le
gusta
el
objeto
que
se
le
resiste
y
le
gusta
vencer
el
obstáculo;
le
gusta
encontrar
límites
a
su
libertad
para
ejercitarse
en
hacerlos
caer.
Cuando
los
niños
juegan
entre
ellos,
las
reglas
que
decretan
son
a
veces
más
excitantes
que
la
actividad
lúdica
mental
o
física
en
cuestión.
A
veces,
en
sus
juegos
solitarios,
el
niño
se
impone
a
sí
mismos
reglas,
pero
es
todavía
por
el
placer
de
jugar
a
eludirlas,
por
el
gran
placer
de
hacer
trampas.
¿No
es
esto
tratar
de
dominar
lo
imposible
que,
en
la
realidad,
haría
caer
sobre
el
trasgresor
el
peso
de
la
ley?
Tener,
perder,
encontrar,
hacer,
deshacer,
rehacer
de
otra
manera,
crear,
descrear,
recrear
las
relaciones
con
los
seres
y
las
cosas,
indefinidamente,
esto
es
lo
que
parece
siempre
nuevo
y
fascinante
en
los
juegos
de
los
humanos
en
búsqueda
de
su
placer
y
de
la
conquista
de
posibilidades
siempre
renovadas
en
ellos
mismos.
Búsqueda
también
de
un
dominio
a
falta
de
dominar
la
realidad
de
la
naturaleza,
de
la
sociedad
de
la
que
el
hombre
es
siempre
tributario
y
objeto
a
la
vez.
Lo
que
el
ser
humano
quiere
poner
en
juego
es
la
organización
libre
de
los
fantasmas
de
su
deseo
para,
sin
demasiados
riesgos,
encontrar
su
placer
y
compartirlo
con
sus
congéneres.
Por
consiguiente,
el
juego
está
estrechamente
asociado
con
el
aprendizaje
del
lenguaje,
y
no
solamente
en
el
sentido
de
«hablar»,
sino
en
el
sentido
de
un
código
de
significación
de
los
gestos
y
los
com-‐
portamientos.
Para
la
comprensión
de
sí
mismo,
del
mundo
que
le
rodea
y
de
los
otros,
la
función
simbólica
continuamente
en
alerta
en
el
ser
humano
construye,
por
el
juego
con
objetos,
redes
de
analogía
y
de
correspondencia
con
la
realidad
concreta
de
las
experiencias
manipulativas
corporales
y
mentales
interindividuales.
Ser,
tener,
hacer,
coger,
dar,
amar,
odiar,
vivir,
morir,
todos
estos
verbos
no
cobran
sentido
más
que
a
través
de
los
juegos.
El
entendimiento
llega
al
niño
a
través
de
las
experiencias
lúdicas
de
fracaso
o
de
dominio
de
las
cosas
y
de
los
seres
vivos
realizadas
por
él
mismo.
Todos
estos
verbos
—y
sin
duda
muchos
otros—
serían
todavía
para
el
ser
humano,
antes
de
que
el
niño
haya
podido
disfrutar
de
su
motricidad
jugando,
abstracciones
mentales,
imágenes
sen-‐
soriales
arcaicas.
El
juego
es
siempre
una
esperanza
de
placer.
Este
placer,
se
obtenga
o
no,
es
una
experiencia
que
se
adquiere
siempre,
que
en
toda
ocasión
es
creadora
de
un
conocimiento
renovado
de
sí
mismo
y
a
veces
de
los
otros,
y
esto
incluso
si
el
juego,
como
se
suele
decir,
acaba
mal.
He
dicho
que
es
a
partir
de
los
seis
meses
cuando
el
niño
manifiesta
el
gusto
por
los
juegos
activos.
Por
tanto,
es
posible
observarlo
en
actividad
lúdica.
Pero
es
preciso
saber
que
algunos
niños
encuentran
también
un
placer
muy
vivo
en
una
manera
de
ser
en
apariencia
pasiva.
El
placer
de
escuchar,
de
mirar,
de
sentir,
de
observar
es
para
ellos
jugar,
o
más
bien,
por
así
decirlo,
divertirse
con
las
percepciones
que
encuentran
estando
atentos,
y
a
las
que
dan
sentido
por
la
función
simbólica
que
les
mueve
constantemente.
Debemos
respetar
estos
momentos
en
apariencia
pasivos
en
algunos
niños
que,
cuando
quieren,
son
ardientes
en
el
juego.
Hay
momentos
en
que
están
inmóviles
plácidamente
en
la
playa,
en
un
peñasco,
ocupados
en
contemplar
el
mar,
en
un
jardín
mirando
las
hojas
de
los
árboles,
las
flores,
los
pájaros,
las
nubes,
escuchando
música,
y
no
siempre
música
de
instrumentos,
sino
la
música
de
los
ruidos
de
la
vida.
Para
estos
niños,
también
es
un
gran
placer
observar
a
su
padre
en
el
trabajo,
a
su
madre,
a
artesanos,
a
obreros.
Son
placeres
pasivos,
inteligentes,
observadores,
a
veces
meditativos.
La
televisión
hereda
este
descrédito
sobre
la
aparente
pasividad
del
niño
al
que
le
gusta
mirarla.
Para
muchos
padres,
eso
se
llama
perder
el
tiempo
sin
hacer
nada.
«
¡Vamos,
a
jugar!»
Le
dicen
entonces,
si
les
sorprenden
mirando
cómo
trabajan
los
otros
o
viendo
la
televisión.
El
niño
responde
a
veces
«
¿Por
qué?
Si
me
lo
paso
bien…
»
Pero
los
padres
no
comprenden
por
qué
está
así,
inmóvil,
fascinado.
Para
ellos,
un
niño
debe
jugar.
Hay
que
saber
que
también
es
bueno,
muy
bueno
en
ocasiones,
para
un
niño
sensible
e
inteligente,
jugar
a
estar
en
silencio
consigo
mismo
y
con
el
entorno,
el
cuerpo
y
el
corazón
en
armonía
con
el
espacio
y
el
tiempo
que
pasa,
impregnándose
del
ambiente
en
el
cual
se
siente
feliz
de
vivir.
Los
adultos
parecen
temer
lo
que
consideran
el
vacío
espiritual
de
su
hijo,
quizá
porque,
en
sus
momentos
de
pasividad,
no
es
el
bienestar
lo
que
encuentran,
sino
el
rondar
de
sus
preocupaciones
y
las
inquietudes
de
sus
responsabilidades.
Tratan
de
evitar
este
vacío
espiritual
durante
sus
períodos
llamados
de
vacaciones
mediante
actividades
de
ocio.
El
resto
del
tiempo
lo
ocupan
sus
actividades
de
trabajo.
Es
preciso
que
sus
deseos,
focalizados
activamente
sobre
un
fin
preciso,
les
impidan
sentir
la
angustia
residual
en
torno
a
todo
lo
que
no
va
muy
bien
en
su
vida.
También
proyectan
este
estado
de
angustia
en
el
far
niente,
como
ellos
lo
llaman,
sobre
su
hijo
que
es
todo
ojos,
todo
oídos,
nariz
afilada,
lodo
espíritu
en
vela,
y
que
no
hace
nada.
Sin
embargo,
el
estado
de
paz
interior
que,
para
los
adultos
espirituales
se
conquista
por
el
ejercicio
de
la
meditación,
puede
ser
espontáneo
en
muchos
niños
por
otra
parte
vivos,
alegres
y
a
los
que,
como
a
todos
los
niños,
les
gusta
también
jugar
activamente
solos
y
con
compañeros.
Y
para
esos
niños,
como
para
todos
los
demás,
¡vivan
las
ludotecas!,
esos
lugares
donde
se
prestan
juegos
a
corto
plazo
a
los
niños,
que
vienen
a
dejar
unos
y
llevarse
otros.
Es
muy
importante
para
ellos
variar
los
juguetes
con
los
que
experimentan
su
sensorialidad
y
su
inteligencia.
Un
juego
que
no
oculte
ya
ninguna
sorpresa,
que
no
plantee
ningún
interrogante
es
completamente
inútil
de
guardar
ya:
molesta
al
niño.
Por
supuesto,
no
hablo
de
los
peluches,
de
la
muñeca
preferida,
de
los
pequeños
juguetes
exquisitos
que
el
niño
aprieta
contra
él,
que
abraza
contra
su
pecho
para
dormirse,
chupando
el
pulgar.
En
lenguaje
erudito,
se
los
llama
objetos
transicionales.
Son
para
él
una
parte
de
su
intimidad,
desde
que
es
pequeño
en
el
regazo
de
su
mamá,
y
un
consuelo
cuando
ella
está
ausente
y
él
la
necesitaría.
Estos
juegos
no
se
pueden
cambiar
y
no
son
de
ludoteca.
Los
juegos
de
ludoteca
son
todos
los
libros
infantiles,
todos
los
juegos
de
construcción,
los
juegos
llamados
de
ordenador
y
los
motores,
los
de
inventiva,
los
de
creatividad.
Para
un
niño,
el
hecho
de
ver
jugar
con
un
juego
que
ya
no
le
interesa
a
otro
es
siempre
muy
curioso.
Se
ve
tal
como
era
él
antes
de
conocer
el
juguete,
y
no
puedo
decirles
lo
que
piensa,
pero
he
observado
que
se
sorprende
siempre
mucho
de
ver
que
un
juego
que
no
le
interesa
ya
a
él
le
interese
a
otro.
Se
trata
también
de
enseñar
a
tolerar
que
haya
momentos
de
complicidad
y
de
paralelismo
en
las
ocupaciones
entre
los
niños
y
también
momentos
en
que
otros
niños
se
divierten
de
otra
manera.
No
son
por
eso
tontos,
contrariamente
a
lo
que
dicen
algunos
niños,
o
incluso
muchos
padres
tienen
esta
palabra
en
la
boca
cuando
ven
a
su
hijo
jugar
con
un
juego
que,
en
su
opinión,
no
es
educativo
y
les
parece
sin
interés.
Desconfiemos
de
nuestras
proyecciones
sobre
la
manera
de
jugar
de
los
niños.
No
hay
duda
de
que,
si
un
objeto
interesa
a
un
niño,
es
que
ARTES CREATIVAS
Berkowitz
P.
H.
(1961)
El
niño
problema
Ediciones
Hormé.
Argentina
Castillejo
G.
(1984)
Compendio
de
Psicoterapia
Infantil
Universidad
de
Guadalajara
El
programa
de
artes
creativas
para
los
niños
con
problemas
emocionales
es
básico
para
su
adaptación.
Su
principal
objetivo
no
es
la
enseñanza
de
una
habilidad
en
sí,
sino
el
despliegue
natural
de
su
potencial
creador
que
le
ayuda
a
canalizar
sus
impulsos
en
actividades
constructivas.
Tienen
la
cualidad
de
que
todo
niño
es
experto
en
ellas,
sólo
necesita
ser
el
mismo
y
confiar
en
sí.
Esta
actividad
le
permite
la
descarga
de
sus
tensiones
internas
y
la
expresión
de
su
personalidad
de
una
manera
socialmente
aceptable.
La
expresión
artística
ya
sea
pintura,
dibujo,
escultura,
música
o
danza,
brinda
una
pauta
de
maduración
emocional
y
desarrollo
de
la
personalidad,
permitiendo
una
restauración
terapéutica
y
la
comprensión
de
los
procesos
psicológicos.
Es
decir,
la
expresión
artística
está
relacionada
no
sólo
con
la
adquisición
de
habilidades
sino
con
el
progreso
y
la
resolución
de
conflictos
emocionales.
Los
logros
dependen
en
gran
parte
de
uno
mismo
y
del
autoconocimiento;
la
enseñanza
no
está
basada
en
una
instrucción
planeada,
sino
en
la
ilimitada
libertad
de
autoexpresión
de
cada
individuo
de
acuerdo
a
sus
necesidades
y
a
su
nivel
de
funcionamiento.
En
el
arte
el
experto
es
el
niño,
dos
pequeñas
líneas
rojas
pueden
ser
un
caballo,
una
torta
o
superman.
Así
las
ve
el
niño
y
así
son.
Su
original
manera
de
pensar,
sentir
y
percibir
son
mucho
más
valiosas
que
su
capacidad
y
sus
conocimientos.
Puede
ignorar
la
realidad
y
dejar
de
lado
la
razón,
sus
temas
pueden
ser
extraños,
sus
colores
inadecuados
y
su
elección
incongruente
de
acuerdo
a
los
adultos.
Pero
si
es
su
expresión
personal,
ha
tenido
éxito
no
sólo
para
sí,
también
para
las
exigencias
de
la
estructura
social.
El
niño
es
libre
de
pintar
un
hombre
verde
colgado
de
un
árbol
rojo
o
una
luna
roja
sonriendo
en
un
cielo
negro,
su
pedazo
de
arcilla
puede
transformarse
en
un
dinosaurio
o
en
un
ratón
muerto.
Todo
lo
que
tiene
que
decir
es
interesante
y
merece
seria
atención.
En
los
niños
el
arte
puede
ser
su
mejor
amigo
ya
que
le
ayuda
a
concretar
en
imágenes
sus
problemas
cuando
las
palabras
o
las
acciones
son
insuficientes
o
inadmisibles.
En
la
práctica
eso
significa
que
el
dibujo
de
un
niño
pateando
a
su
perro
alivia
los
impulsos
agresivos
y
cumple
en
gran
medida
la
misma
función
de
patear
de
verdad.
Esta
comunicación
no
verbal
ayuda
al
terapeuta
a
comprender
al
niño
y
a
hacer
que
éste
exprese
su
sentir
sin
lastimarse
a
sí
mismo
o
a
otros.
La
aprobación
del
terapeuta
le
permite
descubrir
que
no
debe
avergonzarse
de
sus
pensamientos,
emociones
y
fantasías.
La
resultante
descarga
catártica
le
brinda
la
disminución
de
la
angustia,
desplaza
la
conducta
negativa
originada
por
situaciones
frustrantes
y
compensa
su
falta.
El
arte
como
experiencia
terapéutica
provee
al
niño
la
posibilidad
de
comprender
la
universalidad
de
las
emociones
humanas
(miedo,
ira,
ternura,
amor,
odio),
en
especial
aprende
que
los
sentimientos
no
son
buenos
o
malos
por
sí
mismos,
sino
por
la
forma
en
que
se
expresan.
El
papel
del
terapeuta
en
el
arte
es
a
la
vez
difícil
y
sencillo,
ningún
terapeuta
debe
huir
del
planeamiento
de
actividades
artísticas
por
la
falta
de
conocimiento
o
talento;
desde
el
punto
de
vista
terapéutico
el
arte
es
alentar
la
autoexpresión
creadora
empleando
instrumentos
versátiles
del
arte
que
estimulan
la
espontaneidad
y
la
individualidad.
Si
bien
no
se
puede
enseñar
la
creación
de
la
expresión
artística,
es
posible
alentarla.
El
terapeuta
juega
un
papel
muy
activo
brindando
materiales,
dando
motivaciones
y
orientando
al
niño
haciéndolo
ver
que
el
arte
es
diversión,
una
actividad
vitalizadota,
libre
y
que
otorga
confianza
en
uno
mismo.
El
niño
compulsivo
y
rígido,
usará
la
punta
de
los
dedos,
siempre
que
sienta
que
es
necesario
restringirse,
el
niño
agresivo
expresará
su
hostilidad
pintando
repetidamente
escenas
de
violencia
mientras
que
el
niño
tímido
y
aislado
encontrará
alivio
en
la
repetición
de
pinturas
oscuras
y
sombrías.
Por
ejemplo,
José
un
niño
de
10
años,
triste
y
aislado,
pintaba
repetidamente
la
mitad
superior
de
la
página
de
color
rojo
y
la
mitad
inferior
de
color
negro.
Repetía
este
diseño
más
de
treinta
veces,
en
cada
oportunidad
el
terapeuta
le
decía:
¿Qué
es?
Y
el
niño
respondía:
“país”.
El
terapeuta
trataba
de
estimularlo
colocando
brillantes
colores
al
lado
de
los
oscuros,
dándoles
tizas
y
lápices,
pero
José
tenazmente
seguía
sombrío.
El
terapeuta
le
agradeció
treinta
y
tres
veces
sus
cuadros,
le
acaricio
la
cabeza
y
lo
elogió
exponiendo
su
obra;
el
niño
treinta
y
tres
veces
pareció
no
darse
cuenta
de
su
presencia.
Sin
embargo,
en
la
trigésimo
cuarta
oportunidad,
hubo
un
sutil
cambio:
el
rojo
era
mucho
más
claro
y
el
negro
con
un
verde
brillante.
Gradualmente
reemplazó
el
negro
con
un
verde
brillante
y
el
rojo
con
un
hermoso
celeste.
El
diseño
básico
siguió
siendo
el
mismo,
pero
¡oh
sorpresa!
Un
día
del
color
verde
surgió
un
árbol
cubierto
de
pequeñas
frutas
rojas
y
en
el
cielo
un
brillante
sol.
Al
mismo
tiempo
un
pequeño,
melancólico
y
solitario
niño
comenzó
a
sonreírle
al
terapeuta.
Como
resultado
de
esta
experiencia
catártica
de
algún
modo
José
pudo
conciliarse
con
su
problema;
al
hacer
la
historia
clínica
reveló
que
su
padre
había
fallecido
hace
algunas
semanas
y
su
madre
lo
había
enviado
a
vivir
lejos
con
unos
parientes,
esta
circunstancia
y
su
angustia
dieron
lugar
a
frecuentes
escapadas
de
su
nuevo
hogar.
Sus
expresiones
artísticas
eran
claramente
un
reflejo
de
los
sentimientos
que
expresaba.
Solo,
lejos
de
su
hogar
y
sintiéndose
rechazado
por
aquellos
a
quienes
amaba,
no
podía
movilizar
sus
recursos
para
afrontar
su
desesperación;
la
comunicación
estaba
impedida
por
la
depresión
y
el
aislamiento;
la
representación
pictórica
era
por
lo
tanto
su
medio
de
expresión
más
natural.
El
medio
terapéutico
y
la
aceptación
del
terapeuta
le
permitió
trabajar
con
sus
sentimientos
y
eventualmente
elaborar
su
depresión.
Poco
a
poco
su
conducta
cambió,
comenzó
a
participar
en
actividades
grupales
y
desde
entonces
ha
tenido
un
excelente
progreso.
Este
no
es
un
caso
aislado,
con
infinitas
variaciones
se
ha
repetido
muchas
veces.
Howard
era
un
niño
de
trece
años
violentamente
agresivo
que
comenzó
su
experiencia
artística
terapéutica
estrellando
contra
el
suelo
seis
tarros
llenos
de
pintura.
Una
y
otra
vez
volvió
a
probar
la
paciencia
del
terapeuta
y
cuando
descubrió
que
este
se
negaba
a
rechazarlo
y
que
respondía
a
cada
ataque
con
nuevos
intentos
de
interesarlo
en
la
pintura,
al
final
aceptó
la
oportunidad.
Sin
embargo,
no
podía
creer
que
era
aceptado
como
individuo,
pese
a
su
conducta
inaceptable.
Su
primer
trabajo
era
un
mamarracho
de
pintura
roja,
con
beligerancia
se
lo
presentó
al
terapeuta
con
el
fin
de
una
vez
más
probar
su
paciencia.
Cuando
el
terapeuta
le
dijo
que
había
hecho
un
buen
trabajo,
con
un
tema
difícil
y
que
estaba
muy
orgulloso
de
su
labor
se
quedó
sorprendido.
Fue
maravilloso
oírlo
decir
“¡Sabes,
es
la
primera
vez
que
alguien
me
dice
que
hago
algo
bien!”
Este
fue
un
momento
decisivo
en
su
adaptación;
sus
trabajos
continuaron
siendo
con
un
contenido
violento,
pero
los
colores
primarios
se
mezclaban
con
gamas
más
suaves.
También
las
mantuvo
en
el
límite
del
papel
en
lugar
de
salpicar
en
todas
direcciones.
Probó
trabajar
con
arcilla,
madera
y
telas;
si
bien
hubo
altibajos,
disminuyeron
sus
berrinches,
su
hostilidad
y
en
general
su
conducta
progresó.
Pero
realmente
alcanzó
un
nuevo
nivel
de
madurez
emocional
cuando
admitió
ante
el
terapeuta
que
no
sabía
leer
y
que
quería
aprender.
Los
temas
pueden
ser
de
contenido
superficialmente
inocuos
como
los
paisajes
de
José
o
sadistas
agresivos
como
los
dibujos
de
Howard.
Otro
joven
de
dieciséis
años
cuyo
conflicto
estaba
centrado
en
sus
impulsos
agresivos,
los
expresaba
en
temas
raros
y
extraños.
Dibujaba
muchas
figuras
de
dos
cabezas
y
al
explicar
los
dibujos
mostraba
su
ambivalencia
emocional:
Una
cabeza
quería
matar,
la
otra
pedía
ayuda
para
detener
a
la
primera,
claramente
pedía
ayuda
para
salvarse
de
sí
mismo.
La
dualidad
de
los
impulsos
tan
a
menudo
asociada
con
la
esquizofrenia,
expresaba
el
conflicto
entre
los
impulsos
inconscientes
y
los
valores
conscientes
de
la
realidad.
A
medida
que
progresó
sus
temas
seguían
siendo
extraños,
pero
tenían
una
apariencia
más
aceptable;
también
encontró
satisfacción
en
otras
expresiones
creadoras;
escribió
una
autobiografía,
aprendió
a
tocar
el
piano
y
comenzó
a
escribir
canciones.
Gracias
a
estas
vías
de
escape
emocional
pudo
funcionar
adecuadamente,
su
conducta
mejoró
y
sus
intereses
le
permitieron
planear
un
objetivo
vocacional:
fue
admitido
en
una
escuela
de
afinadores
de
piano
y
promete
ser
un
individuo
útil
de
la
sociedad.
El
valor
terapéutico
de
estas
libres
expresiones,
se
comprende
si
el
terapeuta
admite
esta
función
y
no
trata
de
moralizar
sobre
el
contenido.
Juan
solía
dibujar
una
guerra
(tema
frecuente
en
los
niños)
con
pequeñas
líneas
hechas
con
una
regla,
en
lugar
de
utilizar
trazos
grandes
y
audaces.
Si
bien
el
tema
era
agresivo,
el
pequeño
tamaño
de
las
figuras
y
las
líneas
gruesas
y
reforzadas,
evidenciaban
que
estaba
conteniendo
sus
impulsos
agresivos.
También
las
nubes
oscuras
estaban
restringidas
por
medio
de
rígidas
líneas.
En
su
cuadro
no
había
espontaneidad
y
las
rígidas
líneas
reflejaban
su
represión.
Este
niño
estaba
tratando
de
inhibir
y
controlar
sus
impulsos
y
el
ambiente.
Esto
se
refleja
en
la
utilización
de
líneas
rígidas
que
contenían
las
figuras
del
dibujo.
Los
elementos
represivos
se
expresan
también
en
el
tamaño
del
dibujo;
los
niños
aislados
a
menudo
dibujan
en
una
escala
pequeña.
Sus
paisajes
son
rígidos
con
casas,
árboles
y
flores
pequeñas;
si
hay
gente
también
es
diminuta.
Dado
que
estos
niños
contienen
sus
emociones,
no
les
gusta
utilizar
rasgos
libres
y
espontáneos.
Los
niños
reprimidos
a
menudo
prefieren
dibujar
más
que
pintar,
prefieren
el
lápiz
y
la
regla
que
los
colores
y
a
menudo
dibujan
figuras
geométricas
sin
expresiones
figurativas.
Daniel
dibujaba
distintas
clases
de
comida,
cada
tipo
de
alimento
sugería
otro
y
de
manera
compulsiva
y
ansiosa
trataba
de
dibujar
muchas
clases
de
alimentos.
Sin
embargo,
no
era
suficiente
dibujarlos,
también
tenía
que
identificarlos,
para
ello
utilizaba
letras.
El
tema
reflejaba
sus
sentimientos
de
privación
oral
y
su
búsqueda
de
una
figura
materna
que
le
brindara
calor
y
una
relación
amistosa,
necesidad
representada
por
él
a
través
del
alimento.
El
tema
indicaba
su
nivel
infantil
de
desarrollo
y
de
ese
modo
expresaba
su
regresión.
Dado
que
el
dibujo
refleja
la
vida
emocional
y
el
nivel
de
desarrollo,
los
psicólogos
lo
utilizamos
como
un
medio
para
el
análisis
de
la
personalidad;
en
especial
el
dibujo
de
la
figura
humana.
En
un
reciente
experimento
pedimos
a
los
niños
que
dibujaran
una
persona
buena
y
una
persona
mala;
comparando
los
dibujos
se
notaron
algunos
resultados
interesantes:
1. La
persona
buena
se
dibuja
primero;
posiblemente
el
concepto
era
menos
amenazador
y
la
figura
menos
traumática
2. La
persona
mala
siempre
estaba
haciendo
algo
con
las
manos.
Los
niños
mayores
dibujaban
un
hombre
asaltando
o
escapando
a
caballo;
algunas
figuras
habían
provocado
un
incendio
etc.
3. Por
lo
general
la
figura
mala
no
tenía
cuello
o
éste
era
más
pequeño
que
el
de
la
figura
buena.
Machover
considera
que
el
cuello
probablemente
representa
el
órgano
de
control
4. La
figura
mala
por
lo
general
muestra
dientes
o
labios
gruesos
y
sombreados
5. La
persona
mala
usaba
más
ropa
que
la
buena,
tenía
más
bolsillos,
botones,
corbatas
y
cinturones
6. La
figura
de
la
persona
mala
tenía
más
cabello
que
la
figura
de
la
persona
buena.
Los
dibujos
son
una
expresión
de
cómo
un
niño
se
ve
a
sí
mismo
y
también
cómo
desearía
ser.
Por
ejemplo,
Fredy
era
un
niño
aislado
por
la
poliomielitis
de
nueve
años
de
edad;
utilizaba
soportes
en
ambas
piernas
y
tenía
gran
dificultad
para
caminar;
dibujó
un
niño
a
quien
un
perro
le
mordía
la
pierna.
Este
dibujo
era
el
reflejo
de
su
incapacidad
física.
Julián
un
niño
con
daño
cerebral
de
ocho
años,
expresó
su
pobre
coordinación
muscular
y
su
falta
de
equilibrio,
dibujando
una
figura
con
un
pie
más
corto
que
el
otro,
los
brazos
desiguales
y
las
manos
con
muchos
dedos,
el
cuerpo
también
era
asimétrico.
Si
bien
esta
representación
pictórica
no
estaba
basada
en
la
realidad,
pues
Julián
no
tenía
ninguna
de
estas
deformaciones,
era
un
reflejo
de
la
angustia
provocada
por
su
control
muscular
y
su
falta
de
equilibrio.
Los
niños
esquizofrénicos
a
menudo
expresan
su
desequilibrio
interior
dibujando
figuras
que
vuelan
en
el
espacio
o
con
miembros
separados
del
cuerpo,
Guillermo
un
niño
con
esquizofrenia
de
nueve
años
usaba
lápices,
pinturas
y
acuarelas
mezclándolas
confusamente,
del
mismo
modo
en
que
estaba
confuso
sobre
sí
mismo.
Las
emociones
expresadas
en
un
dibujo,
pueden
evaluarse
no
sólo
por
el
contenido
y
su
concepción
espacial,
sino
también
por
los
colores.
El
color
es
uno
de
los
mejores
barómetros
de
la
vida
emocional
del
niño
y
refleja
la
interacción
emocional.
Representa
las
emociones
de
la
experiencia
cotidiana
y
señala
la
voluntad
del
niño
de
ser
espontáneo
y
de
ser
estimulado
por
el
ambiente.
El
niño
pequeño
que
reacciona
fuertemente
a
los
estímulos
ambientales
y
que
se
preocupa
por
la
gratificación
de
sus
propios
impulsos,
pinta
con
grandes
trazos
y
con
colores
fuertes,
no
utiliza
los
colores
de
un
modo
realista
porque
lo
que
comunica
es
un
sentimiento
más
que
un
hecho,
es
decir,
dibuja
de
la
misma
manera
que
siente
la
vida.
La
expresión
artística
no
está
limitada
a
la
pintura,
música
o
danza
ya
que
las
actividades
diarias
también
permiten
el
despliegue
de
la
expresión
de
emociones.
Si
bien
no
todas
las
actividades
son
igualmente
proyectivas
y
cada
una
puede
representar
tan
sólo
un
pequeño
aspecto
de
la
personalidad
total,
estudiando
las
respuestas
en
varias
áreas,
se
comienza
a
tener
un
esbozo
de
las
tendencias
y
los
cambios
significativos.
En
resumen,
las
actividades
creativas
brindan
al
niño
un
medio
para
externalizar
sus
emociones
y
establecer
un
contacto
satisfactorio
con
el
ambiente.
Ofrece
al
niño
áreas
de
actividades
no
académicas,
libres
de
conflictos
dirigidas
hacia
un
objetivo
real
individual,
en
las
que
puede
desarrollar
autoconfianza
y
obtener
cierto
grado
de
éxito.
En
ellas
los
elogios
y
la
aprobación
le
brinda
mayores
satisfacciones,
aprende
a
adaptarse
y
a
ser