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de
bramante
o
de
papel,
para
que
le
veamos
atento,
absorto,
metérselo
en
la
boca,
arrojarlo,
volverlo
a
coger,
lanzarlo
de
nuevo,
acompasando
en
sonidos
diversos
esta
actividad
de
conocimiento
y
de
dominio.
El
niño
tiene
que
experimentar
todo:
tactilidad,
olores,
sabores,
formas,
colores.
Se
siente
feliz
si
hay
ahí
otra
persona
que
subraya
y
conforma
el
valor
de
su
objeto
de
interés
arrebatándoselo
o
nombrándoselo.
Tan
pronto
como
comienza
a
andar,
se
produce
la
explosión
de
la
curiosidad
investigadora
y
manipuladora
por
lodos
los
objetos
que
veía
sin
poder
tocar,
y
que
su
avidez
de
conocimientos
le
empuja
a
alcanzar
y
manipular,
para
utilizarlos
y
dominar
el
conocimiento
que
adquiere
de
ellos.
Todo
objeto,
sobre
todo
si
es
móvil
o
se
puede
mover,
es
un
interrogante
para
el
niño.
Es
la
edad
de
tocarlo
todo.
Pero
sobre
todo
es
la
edad
en
que,
por
las
palabras
y
el
vocabulario
enseñados
por
el
adulto,
el
niño,
al
mismo
tiempo
que
aprende
la
manipulación
técnicamente
adecuada
a
cada
objeto,
que
también
le
enseña
el
adulto,
aprende
a
estar
seguro
en
el
espacio
familiar.
Al
niño
le
gusta
encontrar
dificultades
y
superarlas;
le
gusta
el
objeto
que
se
le
resiste
y
le
gusta
vencer
el
obstáculo;
le
gusta
encontrar
límites
a
su
libertad
para
ejercitarse
en
hacerlos
caer.
Cuando
los
niños
juegan
entre
ellos,
las
reglas
que
decretan
son
a
veces
más
excitantes
que
la
actividad
lúdica
mental
o
física
en
cuestión.
A
veces,
en
sus
juegos
solitarios,
el
niño
se
impone
a
sí
mismos
reglas,
pero
es
todavía
por
el
placer
de
jugar
a
eludirlas,
por
el
gran
placer
de
hacer
trampas.
¿No
es
esto
tratar
de
dominar
lo
imposible
que,
en
la
realidad,
haría
caer
sobre
el
trasgresor
el
peso
de
la
ley?
Tener,
perder,
encontrar,
hacer,
deshacer,
rehacer
de
otra
manera,
crear,
descrear,
recrear
las
relaciones
con
los
seres
y
las
cosas,
indefinidamente,
esto
es
lo
que
parece
siempre
nuevo
y
fascinante
en
los
juegos
de
los
humanos
en
búsqueda
de
su
placer
y
de
la
conquista
de
posibilidades
siempre
renovadas
en
ellos
mismos.
Búsqueda
también
de
un
dominio
a
falta
de
dominar
la
realidad
de
la
naturaleza,
de
la
sociedad
de
la
que
el
hombre
es
siempre
tributario
y
objeto
a
la
vez.
Lo
que
el
ser
humano
quiere
poner
en
juego
es
la
organización
libre
de
los
fantasmas
de
su
deseo
para,
sin
demasiados
riesgos,
encontrar
su
placer
y
compartirlo
con
sus
congéneres.
Por
consiguiente,
el
juego
está
estrechamente
asociado
con
el
aprendizaje
del
lenguaje,
y
no
solamente
en
el
sentido
de
«hablar»,
sino
en
el
sentido
de
un
código
de
significación
de
los
gestos
y
los
com-‐
portamientos.
Para
la
comprensión
de
sí
mismo,
del
mundo
que
le
rodea
y
de
los
otros,
la
función
simbólica
continuamente
en
alerta
en
el
ser
humano
construye,
por
el
juego
con
objetos,
redes
de
analogía
y
de
correspondencia
con
la
realidad
concreta
de
las
experiencias
manipulativas
corporales
y
mentales
interindividuales.
Ser,
tener,
hacer,
coger,
dar,
amar,
odiar,
vivir,
morir,
todos
estos
verbos
no
cobran
sentido
más
que
a
través
de
los
juegos.
El
entendimiento
llega
al
niño
a
través
de
las
experiencias
lúdicas
de
fracaso
o
de
dominio
de
las
cosas
y
de
los
seres
vivos
realizadas
por
él
mismo.
Todos
estos
verbos
—y
sin
duda
muchos
otros—
serían
todavía
para
el
ser
humano,
antes
de
que
el
niño
haya
podido
disfrutar
de
su
motricidad
jugando,
abstracciones
mentales,
imágenes
sen-‐
soriales
arcaicas.
El
juego
es
siempre
una
esperanza
de
placer.
Este
placer,
se
obtenga
o
no,
es
una
experiencia
que
se
adquiere
siempre,
que
en
toda
ocasión
es
creadora
de
un
conocimiento
renovado
de
sí
mismo
y
a
veces
de
los
otros,
y
esto
incluso
si
el
juego,
como
se
suele
decir,
acaba
mal.
He
dicho
que
es
a
partir
de
los
seis
meses
cuando
el
niño
manifiesta
el
gusto
por
los
juegos
activos.
Por
tanto,
es
posible
observarlo
en
actividad
lúdica.
Pero
es
preciso
saber
que
algunos
niños
encuentran
también
un
placer
muy
vivo
en
una
manera
de
ser
en
apariencia
pasiva.
El
placer
de
escuchar,
de
mirar,
de
sentir,
de
observar
es
para
ellos
jugar,
o
más
bien,
por
así
decirlo,
divertirse
con
las
percepciones
que
encuentran
estando
atentos,
y
a
las
que
dan
sentido
por
la
función
simbólica
que
les
mueve
constantemente.
Debemos
respetar
estos
momentos
en
apariencia
pasivos
en
algunos
niños
que,
cuando
quieren,
son
ardientes
en
el
juego.
Hay
momentos
en
que
están
inmóviles
plácidamente
en
la
playa,
en
un
peñasco,
ocupados
en
contemplar
el
mar,
en
un
jardín
mirando
las
hojas
de
los
árboles,
las
flores,
los
pájaros,
las
nubes,
escuchando
música,
y
no
siempre
música
de
instrumentos,
sino
la
música
de
los
ruidos
de
la
vida.
Para
estos
niños,
también
es
un
gran
placer
observar
a
su
padre
en
el
trabajo,
a
su
madre,
a
artesanos,
a
obreros.
Son
placeres
pasivos,
inteligentes,
observadores,
a
veces
meditativos.
La
televisión
hereda
este
descrédito
sobre
la
aparente
pasividad
del
niño
al
que
le
gusta
mirarla.
Para
muchos
padres,
eso
se
llama
perder
el
tiempo
sin
hacer
nada.
«
¡Vamos,
a
jugar!»
Le
dicen
entonces,
si
les
sorprenden
mirando
cómo
trabajan
los
otros
o
viendo
la
televisión.
El
niño
responde
a
veces
«
¿Por
qué?
Si
me
lo
paso
bien…
»
Pero
los
padres
no
comprenden
por
qué
está
así,
inmóvil,
fascinado.
Para
ellos,
un
niño
debe
jugar.
Hay
que
saber
que
también
es
bueno,
muy
bueno
en
ocasiones,
para
un
niño
sensible
e
inteligente,
jugar
a
estar
en
silencio
consigo
mismo
y
con
el
entorno,
el
cuerpo
y
el
corazón
en
armonía
con
el
espacio
y
el
tiempo
que
pasa,
impregnándose
del
ambiente
en
el
cual
se
siente
feliz
de
vivir.
Los
adultos
parecen
temer
lo
que
consideran
el
vacío
espiritual
de
su
hijo,
quizá
porque,
en
sus
momentos
de
pasividad,
no
es
el
bienestar
lo
que
encuentran,
sino
el
rondar
de
sus
preocupaciones
y
las
inquietudes
de
sus
responsabilidades.
Tratan
de
evitar
este
vacío
espiritual
durante
sus
períodos
llamados
de
vacaciones
mediante
actividades
de
ocio.
El
resto
del
tiempo
lo
ocupan
sus
actividades
de
trabajo.
Es
preciso
que
sus
deseos,
focalizados
activamente
sobre
un
fin
preciso,
les
impidan
sentir
la
angustia
residual
en
torno
a
todo
lo
que
no
va
muy
bien
en
su
vida.
También
proyectan
este
estado
de
angustia
en
el
far
niente,
como
ellos
lo
llaman,
sobre
su
hijo
que
es
todo
ojos,
todo
oídos,
nariz
afilada,
lodo
espíritu
en
vela,
y
que
no
hace
nada.
Sin
embargo,
el
estado
de
paz
interior
que,
para
los
adultos
espirituales
se
conquista
por
el
ejercicio
de
la
meditación,
puede
ser
espontáneo
en
muchos
niños
por
otra
parte
vivos,
alegres
y
a
los
que,
como
a
todos
los
niños,
les
gusta
también
jugar
activamente
solos
y
con
compañeros.
Y
para
esos
niños,
como
para
todos
los
demás,
¡vivan
las
ludotecas!,
esos
lugares
donde
se
prestan
juegos
a
corto
plazo
a
los
niños,
que
vienen
a
dejar
unos
y
llevarse
otros.
Es
muy
importante
para
ellos
variar
los
juguetes
con
los
que
experimentan
su
sensorialidad
y
su
inteligencia.
Un
juego
que
no
oculte
ya
ninguna
sorpresa,
que
no
plantee
ningún
interrogante
es
completamente
inútil
de
guardar
ya:
molesta
al
niño.
Por
supuesto,
no
hablo
de
los
peluches,
de
la
muñeca
preferida,
de
los
pequeños
juguetes
exquisitos
que
el
niño
aprieta
contra
él,
que
abraza
contra
su
pecho
para
dormirse,
chupando
el
pulgar.
En
lenguaje
erudito,
se
los
llama
objetos
transicionales.
Son
para
él
una
parte
de
su
intimidad,
desde
que
es
pequeño
en
el
regazo
de
su
mamá,
y
un
consuelo
cuando
ella
está
ausente
y
él
la
necesitaría.
Estos
juegos
no
se
pueden
cambiar
y
no
son
de
ludoteca.
Los
juegos
de
ludoteca
son
todos
los
libros
infantiles,
todos
los
juegos
de
construcción,
los
juegos
llamados
de
ordenador
y
los
motores,
los
de
inventiva,
los
de
creatividad.
Para
un
niño,
el
hecho
de
ver
jugar
con
un
juego
que
ya
no
le
interesa
a
otro
es
siempre
muy
curioso.
Se
ve
tal
como
era
él
antes
de
conocer
el
juguete,
y
no
puedo
decirles
lo
que
piensa,
pero
he
observado
que
se
sorprende
siempre
mucho
de
ver
que
un
juego
que
no
le
interesa
ya
a
él
le
interese
a
otro.
Se
trata
también
de
enseñar
a
tolerar
que
haya
momentos
de
complicidad
y
de
paralelismo
en
las
ocupaciones
entre
los
niños
y
también
momentos
en
que
otros
niños
se
divierten
de
otra
manera.
No
son
por
eso
tontos,
contrariamente
a
lo
que
dicen
algunos
niños,
o
incluso
muchos
padres
tienen
esta
palabra
en
la
boca
cuando
ven
a
su
hijo
jugar
con
un
juego
que,
en
su
opinión,
no
es
educativo
y
les
parece
sin
interés.
Desconfiemos
de
nuestras
proyecciones
sobre
la
manera
de
jugar
de
los
niños.
No
hay
duda
de
que,
si
un
objeto
interesa
a
un
niño,
es
que
ETAPA 1
Del nacimiento a los 18 meses
Shaefer,
Ch.;
Foy,
T.
(2000)
Ages
and
Stages,
John
Wiley
&
Sons,
Inc.
EUA
Traducción:
Mtra.
Cristina
Pérez
Agüero
A
pesar
de
que
existen
muchos
factores
que
influyen
el
nivel
de
competencia
emocional
de
un
niño
(tales
como
la
genética
y
los
factores
ambientales),
es
bien
sabido
que
la
relación
padre
–
hijo
durante
la
lactancia
y
la
infancia
tiene
un
impacto
verdaderamente
importante
y
a
largo
plazo
en
el
desarrollo
emocional
de
los
niños.
De
hecho,
cada
vez
existe
mayor
evidencia
biológica
que
apoya
la
idea
de
que
los
infantes
necesitan
un
cuidado
responsivo
de
parte
de
sus
padres
y
cuidadores,
para
que
las
partes
del
cerebro
que
controlan
las
emociones
se
desarrollen
de
manera
apropiada.
El
desarrollo
del
cerebro
es
propiciado
conforme
los
infantes
aprenden
sobre
el
amor
y
el
afecto,
el
gozo,
el
enojo
y
el
temor.
AMOR
Y
AFECTO
Raquel
de
ocho
meses
de
nacida
se
sentó
muy
a
gusto
en
su
silla
para
bebés
mirando
a
su
abuela
preparar
su
almuerzo.
De
manera
repentina,
Raquel
se
avivó
como
si
alguien
hubiera
jalado
un
switch
de
su
sistema
nervioso.
Su
cara
se
iluminó
de
repente
con
una
sonrisa
de
extremo
a
extremo,
sus
brazos
iban
hacia
arriba
y
hacia
abajo,
y
sus
pequeñas
piernas
pateaban
bruscamente
al
tiempo
que
lanzaba
un
grito
muy
escandaloso.
El
amor
de
su
vida
había
entrado
por
la
puerta
–
mamá
estaba
en
casa.
Hacer
que
un
niño
se
sienta
amado
es
la
tarea
más
importante
de
la
paternidad.
Desde
el
nacimiento,
los
niños
comienzan
a
evaluar
si
pueden
confiar
al
mundo
su
vida,
principalmente
para
cubrir
sus
necesidades.
¿Cuando
tienen
hambre,
su
llanto
es
escuchado
y
atendido
de
manera
inmediata
o
es
ignorado
por
periodos
prolongados?
¿La
necesidad
de
cuidados
amorosos
es
satisfecha
o
reciben
palabras
duras
y
son
cargados
de
manera
brusca?
¿Tienen
influencia
sobre
los
adultos
quienes
se
encargan
de
su
cuidado
o
no
tienen
poder
alguno
y
viven
en
un
mundo
de
indiferencia?
Las
respuestas
a
estas
preguntas
determinan
que
tan
emocionalmente
seguros
crecerán
los
niños
y
cómo
serán
sus
futuras
formas
de
apego,
amor
y
afecto.
Los
bebés
que
pronto
aprenden
que
los
adultos
que
conviven
con
ellos
son
confiables
y
pueden
contar
con
ellos
para
que
respondan
a
sus
llantos
de
frustración
o
estrés,
forman
una
imagen
positiva
de
ellos
mismos
y
de
otros.
Los
padres
que
pueden
responder
con
una
dulce
voz
cuando
el
bebé
tiene
hambre
a
las
tres
de
la
mañana
o
responden
al
llanto
persistente
del
bebé
de
manera
positiva
(aun
cuando
ellos
mismos
estén
cansados
o
impacientes)
enseñan
a
los
niños
que
son
importantes
y
son
amados.
Estas
lecciones
permiten
a
los
niños
construir
futuras
relaciones
amorosas.
Pero
si
los
bebés
aprenden
que
su
llanto
para
pedir
atención
no
tiene
respuesta
o
provoca
enojo
o
malos
tratos,
se
vuelven
precavidos
y
desconfiados.
Conforme
estos
niños
crecen,
generalmente
carecen
de
confianza
en
los
demás,
sienten
que
no
merecen
el
afecto
ni
la
atención
de
otros.
Para
un
infante,
el
amor
significa
el
desarrollo
de
un
apego
seguro
con
un
cuidador.
Esta
relación
(llamada
apego
o
vínculo)
se
establece
de
manera
firme
cuando
el
infante
cumple
8
o
9
meses
de
edad
y
se
caracteriza
por
una
fuerte
interdependencia,
sentimientos
intensos
mutuos
y
ligas
emocionales
vitales.
El
apego
temprano
ayuda
al
niño
a
desarrollar
confianza
con
el
cuidador,
y
es
vital
para
la
calidad
de
las
relaciones
que
la
persona
establecerá
más
tarde
con
sus
compañeros,
parientes,
otros
adultos
y
su
pareja.
El
vínculo
o
el
apego
no
ocurren
de
manera
inmediata
o
rápida,
o
sólo
en
un
determinado
momento
del
tiempo.
Es
un
proceso
que
se
lleva
a
cabo
durante
varios
meses
e
incluso
años.
Como
cualquier
otra
relación
de
amor,
se
desarrolla
en
etapas
graduales,
y
se
mejora
y
profundiza
con
el
tiempo
y
los
cuidados.
Si
quieres
que
tu
hijo
“te
ame”,
prueba
estas
tres
simples
sugerencias:
§ Responde
de
manera
consistente
e
inmediata
al
llanto
de
tu
bebé,
o
cuando
detectes
que
está
incómodo.
§ Ten
mucho
contacto
físico
con
él.
Los
bebés
se
sienten
seguros,
duermen
mejor,
ganan
mayor
peso,
y
muestran
mayor
interés
por
estar
con
las
personas
cuando
ellos
son
frecuentemente
abrazados,
sostenidos
y
acariciados.
Tocar
con
amor
es
muy
importante.
§ Juega
con
tu
bebé.
Aún
en
los
primeros
meses
de
vida,
los
infantes
disfrutan
los
juegos
y
las
canciones.
Esto
genera
un
vínculo
placentero
que
refuerza
el
apego
seguro.
Algunas
señales
de
que
el
bebé
está
formando
este
apego
seguro
son
las
siguientes:
§ El
bebé
sonríe
cuando
la
ve.
§ El
bebé
buscará
el
contacto
físico
cercano
con
usted
cuando
él
o
ella
se
siente
angustiado.
§ El
bebé
se
pondrá
triste
cuando
sea
separado
de
usted.
§ El
bebé
mostrará
agrado
cuando
se
reúna
con
usted.
Habilidades
Parentales
para
propiciar
amor
y
afecto
§ Enseñe
a
su
hijo
a
confiar
en
usted
al
responder
de
manera
consistente,
con
amor
y
sensibilidad,
al
llanto
de
hambre,
dolor
o
molestia
de
su
bebé.
§ Si
necesita
que
lo
ayuden
a
cuidar
a
su
hijo
(como
en
una
guardería),
encuentre
un
lugar
en
donde
a
un
solo
cuidador
se
le
permita
atender
a
su
hijo
por
largo
periodos
de
tiempo.
§ Cree
un
apego
seguro
con
su
bebé
al
(1)
responder
de
forma
constante
e
inmediata
al
llanto
por
alguna
molestia
que
tenga
su
bebé,
(2)
establecer
mucho
contacto
físico,
y
(3)
jugar
con
su
bebé.
§ Haga
que
su
bebé
se
sienta
seguro
y
cómodo.
Evite
§ Enojarse
cuando
su
hijo
comienza
a
aferrarse
a
usted
evitando
a
los
extraños
alrededor
de
los
8
meses
de
edad.
Es
una
señal
normal
del
apego
y
afecto.
§ Dejar
que
su
propio
cansancio
o
enojo
lo
lleve
a
responder
de
manera
negativa
al
llanto
del
bebé.
§ Asumir
que
su
bebé
no
necesita
pasar
tiempo
de
calidad
con
usted,
sólo
porque
parece
que
está
a
gusto
si
se
encuentra
solo.
§ Esperar
que
la
creación
del
vínculo
suceda
de
manera
inmediata
o
rápidamente,
o
en
un
solo
momento
determinado.
Es
un
proceso
que
tarda
meses
e
incluso
años.
ALEGRÍA
Y
ENOJO
Aunque
las
emociones
de
alegría
y
enojo
forman
parte
de
los
niños
desde
que
nacen,
la
mayoría
de
los
expertos
en
niños
creen
que
estos
sentimientos
necesitan
procesos
mentales
que
no
están
presentes
desde
el
nacimiento.
Muchos
padres
podrían
jurar
que
sus
recién
nacidos
están
felices
un
minuto
y
al
otro
están
muy
enojados,
pero
las
sonrisas
y
el
llanto
son
en
realidad
provocados
por
estímulos
internos.
Alegría
La
sonrisa
de
un
recién
nacido
probablemente
está
basada
en
la
actividad
del
tallo
cerebral.
Ocurre
durante
la
etapa
del
sueño
de
movimientos
oculares
rápidos
(MOR)
y
en
etapas
de
vigilia
en
la
cual
los
movimientos
oculares
rápidos
pueden
ser
también
percibidos.
Después,
entre
el
mes
y
medio
y
los
dos
meses
y
medio,
las
sonrisas
comienzan
a
aparecer
cuando
el
bebé
ve
algo
placentero.
La
sonrisa
social
comienza
entre
los
dos
meses
y
medio
y
tres;
en
este
momento,
es
más
probable
que
las
caras
familiares
propicien
sonrisas
que
las
que
no
lo
son,
indicando
esto
que
la
sonrisa
temprana
tiene
un
componente
cognitivo
que
involucra
la
memoria.
Entre
los
3
y
5
meses,
los
bebés
sonreirán
cuando
se
dan
cuenta
de
que
pueden
controlar
su
ambiente;
sonreirán,
por
ejemplo,
cuando
pueden
hacer
que
su
móvil
de
vueltas
mientras
patalean
fuertemente.
(Esto
es
llamado
motivación
de
control;
el
placer
del
éxito
los
anima
a
intentar
más
cosas
y
dedicarse
a
una
tarea
por
mayor
tiempo).
La
sonrisa
se
puede
convertir
en
una
franca
risa
hacia
los
4
meses,
lo
que
es
señal
de
gran
placer
y
el
sentimiento
del
disfrute.
Al
principio,
esta
risa
ocurre
principalmente
como
resultado
de
la
estimulación
física
como
las
cosquillas,
pero
hacia
la
segunda
mitad
del
primer
año
el
bebé
se
reirá
en
respuesta
a
situaciones
atrayentes
o
chistosas.
Hacia
el
final
del
primer
año
y
durante
el
segundo,
la
alegría
o
la
euforia
“sostenida”
pueden
observarse
en
los
bebés.
Muestran
particular
placer
cuando
anticipan
eventos
que
ocurrirán
y
en
planean
dichas
situaciones.
Sueltan
risitas
contagiosas
para
ellos
mismos,
por
ejemplo,
cuando
saben
que
usted
saldrá
de
su
lugar
de
escondite
y
le
dice
“¡Bu!”.
Sea
lo
que
sea
que
provoque
una
sonrisa
en
un
niño,
esta
es
una
forma
segura
de
ganar
la
atención
del
niño
de
manera
positiva.
¿Quién
puede
resistir
responder
a
la
sonrisa
de
un
bebé?
La
risa
de
un
niño
es
recompensada
con
risas
recíprocas,
con
el
habla,
y
otras
formas
de
atención
positiva
de
parte
de
los
adultos.
Esto
les
enseña
habilidades
de
socialización,
al
animarlos
a
sonreír
y
reír
más.
Enojo
Los
sentimientos
de
enojo
se
desarrollan
de
manera
similar
a
los
de
alegría.
Al
principio,
el
llanto
de
un
niño
es
una
llamada
para
que
calmen
su
angustia;
no
es
una
forma
de
expresar
su
enojo.
Pero
para
los
6
meses,
el
enojo
es
una
respuesta
evidente
a
la
frustración.
Cuando
restringe,
por
ejemplo,
el
movimiento
del
bebé
al
bañarlo,
al
vestirlo
o
colocarlo
en
el
asiento
del
coche,
verá
la
frustración
convertirse
en
enojo
con
el
movimiento
de
brazos
y
piernas.
Los
bebés
también
se
sienten
frustrados
porque
dependen
totalmente
de
alguien
para
que
les
proporcione
todo
lo
que
desean
–
una
situación
de
impotencia
que
propicia
el
enojo.
Jacobo
que
tenía
9
meses
de
edad,
se
apartó
de
manera
tajante
de
su
madre
ya
que
quería
algo
que
se
encontraba
en
la
habitación.
Se
retorció,
giró
y
lloró,
pero
no
podía
hacerle
entender
a
su
mamá
lo
que
quería
y
él
tampoco
podía
alcanzarlo.
“He
notado”,
decía
la
mamá
de
Jacobo,
“que
Jacobo
se
siente
muy
frustrado
cuando
no
puede
hacer
las
cosas
él
mismo.
No
puede
esperar
a
crecer”.
El
enojo
es
una
emoción
que
moviliza.
Energiza
y
motiva
a
los
bebés
para
seguir
tratando
de
dominar
un
evento
frustrante.
Los
bebés
pronto
aprenden
que
el
enojo
puede
provocar
una
reacción;
este
les
proporciona
atención;
les
da
poder.
Por
ejemplo,
Clara
de
16
meses,
jugaba
con
las
llaves
de
su
mamá
con
regocijo,
pero
comenzó
a
gritar
cuando
su
mamá
se
las
quitó.
El
enojo
se
propició
no
sólo
de
la
frustración,
sino
de
experiencias
pasadas
que
le
han
enseñado
a
Clara
que
su
enojo
hace
le
hace
ganar
la
atención
de
su
mamá
y
que
probablemente
le
regrese
las
llaves.
Ahora
es
un
buen
momento
para
comenzar
a
enseñar
a
su
hijo
acerca
del
enojo
al
dejarlo
que
lo
experimente
y
resistir
la
tentación
de
tratar
de
calmar
a
su
hijo
al
reducir
la
frustración.
Si
su
hijo
comienza
a
resoplar
por
el
enojo
pues
no
se
le
permite
hacer
algo,
déjelo
un
momento.
Los
bebés
necesitan
aprender
sobre
el
enojo
en
un
ambiente
seguro
y
protegido.
A
través
de
la
experiencia
ellos
aprenden
que
está
bien
enojarse,
que
sea
una
respuesta
natural,
y
aprenden
a
calmarse
cuando
no
consiguen
lo
que
quieren.
La
experiencia
con
el
enojo
enseña
a
los
niños
a
controlar
sus
emociones.
Las
situaciones
tales
como
esperar
la
comida
o
sentarse
en
el
automóvil
en
su
silla
especial,
son
oportunidades
importantes
para
comenzar
adquirir
habilidades
de
regulación
y
control,
como
el
ser
colocado
lejos
del
objeto
que
desea
y
no
obtiene
y
por
lo
tanto
le
frustra,
distraerse
a
sí
mismo
con
un
objeto
más
confortante
(como
su
juguete
favorito)
o
hacer
algo
para
auto
tranquilizarse
(como
coger
su
manta
favorita
o
chuparse
el
dedo).
La
investigación
sugiere
que
los
niños
que
no
han
aprendido
cómo
regular
con
sus
sentimientos
de
enojo
están
más
propensos
a
no
obedecer
las
instrucciones
de
los
padres
cuando
crecen
y
es
más
probable
que
tengan
problemas
de
conducta.
Pero
los
niños
que
en
etapas
tempranas
aprenden
a
cómo
lidiar
con
el
enojo,
están
mejor
preparados
cuando
llegan
a
la
edad
escolar
y
sus
padres
no
están
ahí
para
“salvarlos”
cuando
se
enfrentan
a
situaciones
que
les
provocan
enojo.
Nunca
es
demasiado
pronto
para
ayudar
a
los
niños
a
aprender
sobre
el
enojo
y
la
alegría,
al
darle
nombre
a
los
sentimientos.
Se
puede
sentir
tonto
al
decirle
el
nombre
de
los
sentimientos
a
un
bebé
de
9
meses
con
la
cara
roja
y
que
no
deja
de
gritar,
pero
la
idea
es
crearse
el
hábito
de
conectar
las
palabras
con
los
sentimientos
internos.
Cuando
sonría,
dígale
a
su
bebé,
“Me
siento
feliz”.
Se
tienen
que
identificar
y
nombrar
las
emociones
a
los
bebés.
Cuando
entiendan
que
sus
sentimientos
tienen
nombres,
ellos
comenzaran
a
sentir
que
tienen
el
control
sobre
ellos
mismos.
Habilidades
Parentales
para
ayudar
a
los
niños
a
manejar
la
alegría
y
el
enojo
§ Diviértase
con
su
bebé.
Tenga
muchos
momentos
para
reírse
y
jugar.
§ Deje
a
su
bebé
observarlo
a
usted
y
el
resto
de
la
familia
convivir
y
pasar
un
momento
agradable.
§ Si
su
bebé
no
puede
estar
quieto
cuando
le
cambia
el
pañal,
déle
algún
objeto
para
atraer
su
atención,
como
un
juguete,
para
reducir
la
frustración
de
que
sus
movimientos
están
siendo
restringidos
de
manera
involuntaria.
§ Contrólese
a
sí
mismo.
No
modele
conductas
que
no
quiere
que
su
hijo
imite.
§ Deje
que
su
bebé
experimente
cantidades
“controladas”
de
frustración
y
enojo.
Evite
§ Negar
la
emoción
del
enojo.
Su
meta
no
es
reprimir
o
destruir
los
sentimientos
de
enojo
de
los
niños,
pero
sí
ayudarlos
a
aceptar
sus
sentimientos
y
canalizarlos,
además
de
dirigirlos
a
fines
constructivos.
§ Esconder
su
enojo
cuando
su
hijo
hace
algo
mal
(como
morderlo
intencionalmente
o
aventar
un
vaso
al
piso)
por
miedo
a
que
su
hijo
no
lo
quiera.
Los
niños
necesitan
ver
que
el
enojo
es
una
respuesta
natural
a
la
tensión.
§ Guardar
rencor.
Después
de
un
ataque
de
enojo
necesita
mostrarle
a
su
hijo
como
restablecer
una
relación
positiva.
§ Nunca
abusar
física
o
verbalmente
de
su
hijo.
Esto
lastima
la
autoestima
en
desarrollo
de
su
hijo
y
daña
su
relación
con
este.
§ Tratar
de
proteger
a
su
hijo
de
toda
la
frustración.
Es
importante
aprender
a
desarrollar
habilidades
para
aprender
cómo
manejar
los
sentimientos
de
enojo.
MANEJO
DEL
TEMOR
En
la
primera
infancia,
los
bebés
forman
vínculos
cercanos
de
amor
y
confianza
con
las
personas
que
le
son
familiares,
especialmente
sus
padres.
Aprenden
a
sentirse
tranquilos
y
seguros
dentro
del
mundo
en
el
que
están
inmersos.
Depositan
completamente
su
bienestar
en
manos
de
otros,
tienen
pocos
miedos.
Los
bebés
muy
pequeños
pueden
ser
dejados
solos
en
la
oscuridad,
ser
llevados
a
lugares
altos,
se
les
pueden
mostrar
animales
grandes
o
pequeños
insectos
o
ser
dejados
con
extraños-‐
todo
esto
sin
una
muestra
mínima
de
temor.
De
pronto,
un
día
entre
el
sexto
y
el
octavo
mes,
la
mayoría
de
los
bebés
se
vuelven
muy
ansiosos
cuando
son
expuestos
a
gente
que
no
conocen.
Su
bebé
se
ha
familiarizado
con
las
caras
que
ve
todos
los
días
y
ha
aprendido
a
distinguirlas
de
otros
rostros.
El
grado
de
temor
que
un
bebé
siente
cuando
ve
“caras”
nuevas
varía
de
uno
a
otro.
Puede
percatarse
un
día
que
su
bebé
oculta
su
cara
en
su
pecho
cuando
trata
de
mostrárselo
a
su
jefe.
O
puede
sentirse
avergonzado
cuando
su
suegra
quiere
cargar
al
bebé
y
este
se
niega
gritando
y
llorando.
Usted,
también,
puede
parecer
un
extraño
para
si
hijo
y
provocar
que
este
llore
si
hace
un
cambio
en
su
apariencia.
Un
nuevo
corte
de
cabello,
unos
lentes
de
sol,
dejarse
o
quitarse
el
bigote
o
la
barba;
todo
esto
puede
provocar
un
ataque
de
ansiedad
ante
un
extraño.
La
clave
para
ayudar
a
los
bebés
a
manejar
su
ansiedad
ante
la
presencia
de
un
extraño
es
entender
su
miedo
y
darle
el
apoyo
emocional
que
necesita
en
vez
de
enojarse
con
él.
Los
bebés
aún
son
muy
pequeños
como
para
aprender
lecciones
de
valor
y
auto
confianza.
Ciertamente
no
les
importa
ser
amables
con
los
extraños
que
quieren
arrebatarlos
de
los
brazos
de
mamá.
Necesitan
saber
que
pueden
refugiarse
en
usted
y
que
usted
no
los
obligará
a
sentarse
en
el
regazo
de
uno
“extraño”.
Ignore
a
cualquiera
que
le
diga
que
sólo
está
alimentando
el
miedo
de
su
hijo.
A
esta
edad,
la
mejor
cosa
que
puede
hacer
es
dejar
que
su
bebé
conozca
a
mucha
gente
nueva,
desde
la
seguridad
protectora
de
sus
brazos
o
de
sus
piernas.
Cuando
se
acerque
a
alguien
que
no
es
familiar
para
su
hijo,
observe
su
comportamiento.
Si
usted
se
tensa,
si
utiliza
un
tono
de
voz
bajo
o
potente,
o
parece
descontento,
su
bebé
de
inmediato
se
sentirá
asustado.
En
vez
de
reaccionar
de
esta
manera,
mantenga
su
voz
tranquila.
Sonría.
Cuando
usted
está
relajado,
le
comunica
a
su
hijo
que
la
situación
es
segura
y
que
la
persona
que
llegó
es
amigable.
El
otro
temor
que
usted
puede
notar
en
su
bebé
se
relaciona
con
la
ansiedad
de
separación.
Los
bebés
no
pueden
comprender
el
concepto
de
permanencia
en
este
momento.
Lo
que
ellos
saben,
es
que
cuando
desaparece
de
su
vista,
se
ha
ido
para
siempre.
Es
por
ello
que
alrededor
de
los
10
meses
de
edad,
su
bebé
comenzará
a
llorar
cuando
deje
la
habitación;
se
colgará
de
su
pierna;
gritará
cuando
trate
de
salir
de
casa.
Su
bebé
tiene
miedo
de
no
volverlo
a
ver.
Conocer
este
temor
a
la
separación
es
perfectamente
normal
y
no
lo
hace
más
fácil
de
tolerar.
Algunos
padres
evitan
estas
escenas
de
gritos
y
llanto,
eligiendo
no
separarse
de
sus
hijos.
Es
poco
práctico
para
la
mayoría
de
los
padres
e
impide
el
desarrollo
de
auto
confianza
en
los
niños.
Aunque
la
mayoría
de
los
niños
comienzan
a
superar
la
ansiedad
de
separación
hacia
los
18
meses,
puede
enseñarle
desde
ahora
que
la
separación
no
será
permanente.
Los
juegos
para
la
separación
pueden
ayudar.
Cuando
su
bebé
se
despierte,
dígale
“adiós”,
deje
la
habitación
por
un
breve
periodo
de
tiempo
y
regrese
con
una
sonrisa,
dándole
un
abrazo.
Haga
esto
a
menudo
y
a
lo
largo
de
día,
aumentando
el
tiempo
en
el
que
usted
está
fuera
de
la
vista
del
bebé.
(Si
el
bebé
llora
inmediatamente
cuando
deje
la
habitación,
trate
hablarle
y
que
este
lo
escuche,
pero
sin
que
lo
vea).
Los
juegos
como
“¿dónde
está
el
bebé?”,
son
maneras
divertidas
de
enseñarles
a
reasegurar
la
realidad
de
la
permanencia
del
objeto.
Más
difícil,
pero
también
útil,
son
los
periodos
breves
de
separación.
Deje
al
bebé
con
una
persona
confiable
(y
familiar)
mientras
se
ausenta
por
un
momento
no
tan
prolongado,
digamos
lo
que
le
toma
ir
a
un
comercio
cercano
o
dar
una
vuelta
por
su
calle.
Cuando
se
vaya
tenga
una
sonrisa
y
una
actitud
optimista
cuando
se
vaya
(a
pesar
de
que
el
niño
llore)
y
al
regresar.
Hacer
esto
varias
veces
por
semana
le
enseña
a
su
hijo
que
usted
regresará
y
que
la
separación
no
es
algo
a
lo
que
le
deba
temer.
Después
de
los
6
meses,
los
bebés
pueden
desarrollar
miedos
a
cosas
en
su
ambiente.
El
fuerte
ruido
de
la
aspiradora
o
un
trueno
pueden
asustarlos.
Los
animales
grandes,
los
fuegos
artificiales,
los
payasos,
también
pueden
atemorizarlos.
Estos
miedos
se
relacionan
con
el
temor
a
extraños,
a
lo
inesperado
e
inimaginable.
Si
su
hijo
desarrolla
uno
de
estos
miedos,
trate
de
desensibilizar
esta
respuesta.
Si
es
la
aspiradora,
por
ejemplo,
déjelo
jugar
y
que
se
familiarice
con
ésta
mientras
esté
desconectada.
Muéstrele
el
botón
de
encendido
y
apagado
para
demostrarle
que
usted
tiene
el
control
sobre
ella.
Sosténgalo
en
sus
brazos
a
una
distancia
cómoda
mientras
alguien
más
la
prende
lentamente.
Para
el
miedo
a
los
perros,
deje
a
su
bebé
ver
una
película
o
un
libro
sobre
un
niño
que
ama
a
los
perros.
Dele
un
suave
y
tierno
perro
de
peluche
para
jugar
con
él.
Deje
que
conozca
a
un
perro
pequeño,
manteniendo
una
pequeña
distancia.
Déjelo
decidir
lentamente
cuándo
se
sentirá
confiado
para
acercarse
al
objeto
al
que
le
teme.
Habilidades
Parentales
para
ayudar
a
los
niños
a
manejar
el
temor
§ Respete
los
temores
de
sus
hijos.
Esperar
que
un
niño
sea
“fuerte”
sólo
hace
al
niño
más
ansioso.
§ Reconozca
y
entienda
el
temor
al
decirle
algo
como
“se
que
los
ruidos
fuertes
te
espantan”.
§ Premie
a
su
hijo
por
cualquier
esfuerzo,
no
importa
cuan
pequeño
sea,
para
superar
su
miedo.
§ Asegúrele
a
su
hijo
que
lo
mantendrá
alejado
de
las
situaciones
que
lo
puedan
dañar.
§ Recuerde
que
todos
los
niños
tienen
un
miedo
innato
a
lo
desconocido
e
inimaginable.
Evite
§ Sobreproteger.
Demasiados
cuidados
pueden
convencer
a
su
hijo
de
que
realmente
hay
algo
a
lo
que
debe
temerle.
§ No
lo
espante.
Decirle
“no
te
asustes”,
puede
hacer
que
el
niño
espere
que
haya
algo
a
lo
que
deba
temerle.
§ No
llame
“tontos”
a
los
miedos
de
su
hijo.
Son
muy
reales
e
importantes
para
él.
§ Amenazar
y
castigar
basándose
en
los
temores
de
su
hijo.
Decirle
“si
no
te
comportas,
te
voy
a
dejar
en
esta
tienda”,
por
ejemplo,
crea
un
nuevo
temor
al
abandono.
§ Esperar
que
su
hijo
actúe
de
la
forma
en
que
usted
lo
hace.
Su
hijo
no
tiene
experiencia
en
este
mundo
y
no
tiene
manera
de
saber
que
el
fuerte
ruido
de
una
sirena
no
puede
lastimarlo.