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ACOMPAÑAMIENTO TERAPEÚTICO EN LA VEJEZ

APORTES TEÓRICO – CLÍNICOS PARA UNA PRÁCTICA ÉTICA Y REFLEXIVA

Micaela Zamboni

Acompañante Terapéutica y Lic. Prof. en Psicología

A partir del importante crecimiento de la población de Adultos Mayores, tanto en


el país como en el mundo, se hace necesario profundizar la capacitación de
profesionales idóneos para su cuidado y acompañamiento. Esta demanda de
profesionales incluye entre ellos a los Acompañantes Terapéuticos, los cuales se
insertan en equipos de trabajo interdisciplinarios para favorecer una mejor calidad de
vida a nuestros viejos, en diversos ámbitos de inserción.

La especificidad que nos convoca en el trabajo con la vejez en la clínica del


Acompañamiento Terapéutico entraña un enfoque desde el reconocimiento de la
singularidad, las posibilidades y limitaciones para acompañar en una sociedad que
venera la juventud y considera la vejez como una etapa de extranjería ante la velocidad
con la que se dan los cambios en la actualidad, lo nuevo es rápidamente viejo, y ¿qué
es ser viejo en el siglo XXI? Ante este panorama nos problematizamos acerca de los
desafíos del AT y las posibilidades de trabajo.

Por lo antes dicho, se propone aquí una reflexión y reconstrucción sobre las
nociones preexistentes a cerca de esta etapa de la vida, con el fin último de habilitar a
los acompañantes terapéuticos a constituirse en posibilitadores de nuevas condiciones
de vida.
“A veces el aire de los días se vuelve tan intenso que todo nos mueve a
contarlos. Pasan las historias de prisa, encimándose, tamizando el ánimo con
emociones encontradas. Cabe el cielo en un mes, pero entre una semana y la otra
puede cruzar el infierno.”
Ángeles Mastretta

Desde el momento en que nos disponemos a pensar el trabajo con la vejez, un


elemento que se considera de centralidad es la deconstrucción de las ideas
preconcebidas, es decir, poder desandar lo naturalizado al respecto.

Sí hiciéramos una lluvia de ideas acerca de lo que evoca la vejez nos


encontraríamos con palabras cómo vulnerabilidad, contención, historias, sabiduría,
olvido, abandono, paciencia, residencia, entre otras muchas posibles. A cada quién el
significante que entraña la vejez puede remitirle a disímiles significados, ahora bien ¿se
trata acaso de lo que nosotros pensamos de ella? O ¿se trata de lo que es? Entonces,
¿es algo particular la vejez?,¿qué incluye y que excluye esta forma de nombrar a un
colectivo?.

Habrá quienes antes que todo se preguntarán porqué nombrarles “viejxs” y no


Adultos Mayores, personas de Tercera edad o hasta abuelos.

Jorge Pelegrini (2016), al respecto del término Tercera edad se hace


interesantes preguntas sobre que estamos diciendo, y que estamos pensando al hablar
de tercera edad, y un poco en esta línea de reflexiones interrogativas es que se indagó
en el término vejez, el cual aparentemente deriva de viejo y viejo a su vez del latín
vetulus que deriva del protoindoeuropeo wetus, que significa año. A razón de lo antes
dicho, surge la pregunta acerca de por qué el diccionario de la Real Academia Española
en el tercer punto de las acepciones propuestas al termino vejez, la define como:
“Achaques, manías, actitudes propias de la edad de los viejos.”

Achaques, manías… ¿Qué parte de nuestra sociedad se identificaría con tal


definición? Podríamos sumarle el cuarto ítem que la RAE propone: “dicho o narración
de algo muy sabido y vulgar”.

Una lectura posible de lo citado nos hace pensar en, que si bien claramente
la RAE no estaría contemplando con sus definiciones (ni esta ni muchas otras) el
tiempo en el que vivimos, también muestra un lado de la sociedad que no solo
escribe, sino que apoya y sostiene definiciones de este calibre. Y uno quizás podría
pensar, es solo un diccionario, es solo una definición. Sabemos que nos resultaría
imposible quedarnos en esa mirada. Aquello que se nombra, aquello que se enuncia,
construye realidades. No podemos ignorar que los modos de decir son determinantes
en los modos de pensar y luego actuar y hacer de nuestra sociedad. Que quien toma
la palabra hoy tendrá un alto poder de influencia sobre los hechos que se suceden
en lo cotidiano de la vida en sociedad. Pensar al viejo como algo muy sabido, vulgar,
achacado y maniaco determina inmediatamente las prácticas que como sociedad
tendremos con dicha población. El tipo de cuidados, acompañamientos,
tratamientos, escucha y lugar que les ofrezcamos para habitar dicha etapa de la vida.

Ahora bien, porque entonces insistir en tal palabra. La respuesta se inicia en


el trabajo cotidiano. Quienes son acompañadas o acompañados lejos están de
nombrarse Adultos Mayores, o expresarse: “¡Cómo se nota que estoy en la tercera
edad!”; hablan sobre si mismxs como viejxs, por esta razón o por la otra, lo que viven
(y les hace renegar) es la vejez, son los años, uno a uno encima, sobre el cuerpo,
sobre el ánimo, sobre la vida.

Sumado a esto, cuando se hace mención a la vejez se hace referencia a la


cualidad de viejo, una cualidad, que, a diferencia de la definición, remite a un rasgo
amable, a un modo de descripción que no entraña preconceptos. Una palabra que
suena como lo que es, que remite a la edad, que es el rasgo definitorio de lo que nos
convoca. Cuando hablamos de vejez, entonces, hablamos de viejo y cuando
hablamos de viejo, hablamos de alguien, de un sujeto con “muchos” años, y ello, en
lugar de cerrar, nos abre un infinito universo de posibilidades a la hora de pensar a
todxs lxs viejxs con lxs que nos cruzamos diariamente.

Avanzando en las reflexiones, podríamos acordar en el hecho de que parte de la


población de viejos y viejas de nuestro país sufren situaciones diversas de
vulnerabilidad. Es así que encontramos dentro de esta población, un porcentaje que se
enfrenta cotidianamente al abandono social y/o familiar, que viven solos o solas y con
mínimos recursos para una subsistencia saludable. Sabemos de la precarización de lxs
jubiladxs y de las dificultades del sistema de salud para abarcar la población envejecida
y acompañar responsablemente tales procesos. También nos encontramos con viejos y
viejas expuestos a malos tratos, violencia simbólica, física y afectiva ya sea por
familiares como por personas dedicadas a sus cuidados.

Así mismo hay quienes viven en tal etapa desde el disfrute, con situaciones
económicas favorables, que les permiten una calidad de vida diferente a la media pero
que su vez necesitan sostener un estado físico y psíquico saludable ya que de no ser
así corren el riesgo de entrar en circuitos similares a los antes descriptos.

Podríamos detenernos aquí a pensar cuales son los espacios pensados para
alojar la soledad o las necesidades de aquellos que no pueden encontrar los cuidados
necesarios en su ámbito familiar. Estos lugares, las Residencias para Adultos Mayores,
generan cierta ambivalencia en el común de la gente. Al respecto, Pilar Rodríguez nos
ofrece una definición que recupera Margarita Murgieri en un texto sobre la temática y
señala que los mismos son "centros abiertos de desarrollo personal y atención socio-
sanitaria multiprofesional en el que viven temporal o permanentemente personas
mayores con algún grado de dependencia". (Rodríguez en Murgieri, 2014)

Varios son los elementos a pensar de esta definición, atendiendo en primera


instancia a la noción de centro abierto. Creemos que ello debería remitir a la posibilidad
de los sujetos de transitar libremente por los espacios internos y externos de las
instituciones residenciales y la posibilidad de salir de los mismos, la pregunta aquí sería
si esto efectivamente sucede, si quienes llegan a residencias de adultos mayores tienen
la posibilidad de decidir cuándo entrar y cuándo salir de ellas, porque si bien
entendemos que cuando un adulto mayor llega a una residencia es por un grado de
desvalimiento, no toda dependencia es totalmente inhabilitante. Y aumentando la
apuesta: ¿cómo se trabaja con la diversidad de necesidades sin anular las
particularidades?
A su vez podría cuestionarse lo abierto en torno a las libertades de uso que se
manejan en las diferentes instituciones, es decir, los tiempos que van a ordenar el
cotidiano y el uso de los espacios ya no será como el de sus propios hogares sino que
será marcado por la institución, los tiempos de la comida los tiempos de dormir los
tiempos de levantarse los tiempos del ocio los tiempos del aseo, emparentándose así
con la ya conocida noción de instituciones totales.

Lo que respecta a lo socio sanitario podría acercarnos a la propuesta que Leonel


Dozza (2014) de manejo Clínico Asistencial para el trabajo en acompañamiento
terapéutico, desde el cual los primeros (lo socio y lo clínico) apuntan a lo vincular,
transferencial, a lo que hace lazo a otro (u otros). Teniendo lo sanitario un punto de
contacto con lo asistencial en referencia a las necesidades cotidianas, vinculadas a la
salud y los cuidados de la misma. De allí que estas residencias sean un espacio posible
de trabajo para lxs acompañantes terapéuticxs, en pos de sumar su trabajo a lo que se
propone como lo multiprofesional y pudiendo así ntervenir desde su especificad del
trabajo con la singularidad, su reconocimiento, escucha y respeto.

Entendemos que en la actualidad la población mayor a 65 años, en nuestro país,


que sería la que se considera envejecida, ha crecido y sigue en crecimiento, es por ello
que desde el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación se entiende a la Argentina
como un país envejecido y que ello se irá incrementando sustantivamente con el paso
de los años.

En dicho panorama de envejecimiento poblacional nos enfrentamos a un


aumento del número de personas con enfermedades no transmisibles, dentro de las que
se encuentra la demencia. Enfermedades que también se proyecta incrementarán para
el año 2050, siendo mayor esta tendencia en los países de bajos recursos.

Este tema resulta de relevancia en tanto un alto porcentaje de los


acompañamientos terapéuticos solicitados para esta población radican en diferentes
diagnósticos de demencia, que pueden aparecer vinculados a olvidos o depresión entre
otros de los síntomas posibles. La alta prevalencia y el impacto que la demencia genera
en la familia, la persona que la padece y la comunidad es un reto en salud pública. En
tanto esta es la principal causa de dependencia en tanto impacta fuertemente en quien
la padece en el ámbito psicológico, medico, familiar y económico, afectando
profundamente la calidad de vida.

La oportunidad que nos brinda el dispositivo de acompañamiento terapéutico en


este campo hace lazo con la necesidad de pensar al sujeto en su vejez como otro que
en determinadas situaciones sufre, y no está “más allá del bien y del mal” por ser viejx
o estar próximx a la muerte. Cuando los diferentes malestares o patologías posibles en
la ancianidad toman presencia en la vida del sujeto deben poder tener un tratamiento
ético y comprometido como cualquier otro que atraviesa dificultades. Pensar la angustia
en la vejez como una problemática de salud mental, registrar la necesidad de
acompañar los duelos, a enfrentarlos, transitarlos o resolverlos, es un desafío con el que
nos encontramos como ATs de esta población.

Nuestro lugar implicará un trabajo no solo con nuestrx acompañadx sino con el
contexto que le rodea, desde pensar cuales aspectos de su ambiente deberían ser
modificados en pos de sus necesidades (rampas, barandas, compañía o no permanente
en determinados horarios, uso de fuego, gas, y demás aspectos de cuidado cotidiano)
cómo así también trabajar con cómo se siente en el lugar en el que está y con las
personas con las que está, que le gusta hacer y que de eso podría trabajarse para
recuperar sentimientos de satisfacción y bienestar muchas veces dejados de lado. En
muchas ocasiones nos tocará intervenir a nivel familiar, escuchando y trasmitiendo, o
ayudando a trasmitir, aquello que nuestrx acompañadx siente que no se está teniendo
en cuenta sobre su persona. Esto implicará construir un lugar que vaya más allá de una
compañía, pero respetando los tiempos institucionales, familiares y de cada sujeto.
Nuestro trabajo no es cambiar a todxs y todo, la propuesta es habilitar condiciones
saludables para el desarrollo de una vejez como sujeto ético.

“pensarse viejo es pensarse otro”


Simone De Beauvoir

A lo largo de la vida las experiencias que cada sujeto atraviesa inciden en su


historia y en el devenir de sus condiciones de existencia, lo que vuelve a cada persona
única y singular, aspecto que se sostiene durante la ancianidad, pese a que ciertos
procesos biológicos puedan conservar similitudes o propiciar algunos puntos en común.
Al respecto de esto, José Jauregui, Médico Gerontólogo, señala que “la trayectoria de
salud a lo largo de la vida siempre se superpone a la trayectoria de la vida del individuo.
Un mejor conocimiento de nuestro viaje desde la cuna hasta la tumba puede ser dado
por la discusión de la trayectoria de vida, la cual es larga en el tiempo, marcando el
derrotero de la experiencia de un individuo en esferas de vida específicas todo el tiempo,
haciendo que el curso de vida de un individuo esté compuesto por múltiples trayectorias
independientes. La trayectoria de salud a lo largo de la vida siempre se superpone a la
trayectoria de la vida del individuo.” (Jauregui, 2014, p. 18)

Pensar la trayectoria de vida, en nuestro trabajo como acompañantes


terapéuticos en la vejez, resulta un elemento de centralidad relevante. Cuando
repasábamos algunas de las ideas arraigadas en torno a la vejez nos encontrábamos
con significantes como historias, sabiduría, olvido, abandono. La noción de trayectoria
de vida puede incluir todos estos elementos en tanto una trayectoria está compuesta de
historias, que aportan saberes y sabiduría, pero con las cuales el acompañante en su
función terapéutica debería poder tomar un lugar diferente, un lugar otro.

¿De que se trata ese “lugar otro”?

La posibilidad de sostener una escucha de esas historias, de esos saberes, pero


no a los fines de la trasmisión de los mismos, no a los fines de un interés personal sobre
lo que aquello podría o no aportar para nuestras vidas, sino desde una posición ética y
abstinente que se aleje de la posibilidad de aplanamiento subjetivo.

Lo que nos interesa de esas historias es lo que a ellxs les puede aportar. El
camino de la re significación. El camino de la apropiación de lo vivido, de volverlo a
transitar desde la historización y por esa vía elaborar, lo conseguido, lo frustrado, lo
amado, lo perdido o lo olvidado.

Dice Maud Mannoni:


“La vejez con el cuerpo que se transforma podría constituir un momento feliz de
la vida en el que la memoria se ejercería como “recuerdo” de una historia pasada para
transmitir a las generaciones futuras. Lo que se vivió adquiere entonces sentido en
función de los otros. Pero el drama de muchos ancianos perdidos en sus referentes es
que ya nadie les habla. Y entonces no encuentran palabras para expresar su
desasosiego.” (Mannoni, 1997)

Jugamos en un campo a contra-reloj. Nuestros acompañados o acompañadas


no dejarán de perder la memoria, no lograrán caminar más rápido ni sus afecciones
cardiacas o respiratorias “mejorarán” más que temporalmente. Por eso se habla del
acompañamiento a la vejez como un “caminar con”, un acompañar que sostiene desde
la construcción de un vínculo que no espera del otro, que no se frustra ante lo que “ya
no puede” ni se enoja ante el deterioro. Ese lugar lo habita la familia, lxs hijxs, lxs nietxs,
hermanxs, parejas. Nuestro lugar otro es un lugar que se abstrae de los tiempos y del
espacio, que no espera que le reconozcan cuando llega ni que recuerde que día es ni
que pasó ayer. Nuestro lugar otro escucha la angustia, no sólo las palabras que la
bordean sino que acompaña el malestar, lo atraviesa de la mano a ese sujeto que en
muchas oportunidades puede no saber ni donde está, ni que día es, pero que tiene un
saber, un dolor sin localidad física.

Abel Fernández Ferman, realiza aportes significativos desde el psicoanálisis


para pensar el análisis en la vejez y plantea que en la misma puede abrirse un
redimensionamiento de la percepción del tiempo, la vida y la muerte y considera que en
el encuentro con el analista, el sujeto podría elaborar el duelo por lo que no fue posible.

Cuando hacemos referencia a duelo, es desde la propuesta freudiana que indica


que el duelo es ante la pérdida real o imaginada de un objeto amado, y esos duelos
pueden ser “normales” o “patológicos”, todo dependería de las posibilidades que el
sujeto tenga de resolver algo sobre el mismo.

Respecto a la muerte, el cual es un duelo presente en la población abordada- la


propia y la ajena- nos resultan interesantes los aportes de Smud y Bernasconi, en el
texto Duelos, duelistas y enlutados, en el cual señalan que la muerte como muerte del
otro, de un ser amado, implica que algo se nos arranca. La muerte deja al sujeto en un
desear eterno, hay la vivencia de un robo. Pero en la vejez, como en otros momentos
de la vida, no solo se pierden seres amados, también se pierden lugares sociales y
económicos, se pierde un cuerpo “potente” (disminución de capacidades, deterioro,
enfermedades crónicas, etc.) y se pierde también autonomía y con ella posibilidades de
toma de decisiones, de momentos de disfrute, entre otros. Este panorama tendrá un
impacto a nivel de la subjetividad y ese impacto variará de sujeto a sujeto, en función de
cuales sean sus pérdidas y cuales hayan sido sus adquisiciones en el pasado, es decir,
con que herramientas cuente para atravesarlas.

Es allí donde podremos muchas veces encontrarnos ante la demanda de un


acompañamiento terapéutico. En esos momentos en que la familia ya no sabe qué
hacer, cuando la queja se hace insostenible, cuando el aburrimiento es crónico, cuando
los olvidos incomodan. Y allí deberemos agudizar la escucha, atender cual es la
demanda, o las demandas, quienes la efectúan. ¿Quiere nuestrx futurx acompañadx tal
dispositivo?, ¿lo necesita?, ¿quién lo necesita?, ¿qué necesita?
Estas preguntas son unas de las tantas a realizarnos a la hora en que somos
convocados para tomar un caso ya que se hace indispensable despejar si podremos
nosotros hacer algo allí, ya que atendiendo a lo abordado durante este escrito se
entiende que el trabajo con la vejez está lejos de ser una tarea menor y podría ser
entendida como una invitación a desplegar la creatividad y la escucha allí donde todo
podría parecer finito y taciturno.

BIBLIOGRAFÍA

Dozza de Mendonça, L. (2014), Acompañamiento terapéutico y clínica de lo cotidiano.


Bs. As. Ed. Letra Viva

Fernández Ferman, A.( 2004) Psicoanálisis en la vejez: Cuando el cuerpo se hace


biografía y narración. Revista Uruguaya de Psicoanálisis.

Jauregui J.( 2014) Impacto del envejecimiento en el capital de salud. Revista Voces en
el fénix. Año 5, Número 36- p. 18

Manual Ministerio de Desarrollo Social de la Nación (2015), Deterioro Cognitivo,


Alzheimer y otras Demencias. Formación Profesional para el Equipo Socio-
Sanitario.

Mannoni, M. (1997). Lo nombrado y lo innombrable. Bs. As: Ed. Nueva Visión.

Murgieri, M. (2014) controversias en la institucionalización de una persona adulta


mayor, Revista Voces en el fénix. Año 5, Número 36.

Pellegrini, J. (2016) ¿Cuántas edades hay?. en Acompañamiento terapéutico. Clínica


en las fronteras. Córdoba. Ed. brujas

Smud, M. y Bernasconi, E. (2000). Sobre duelos, enlutados y duelistas. Bs. As: Ed.
Lumen.

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