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Personajes para una biografía del Derecho Internacional Privado latinoamericano


  

Por Eugenio Hernández-Bretón(*)

 
1. Ideas propias y ajenas en materia de Derecho Internacional Privado
 
Desde los inicios de la época republicana ha sido el sueño de la América Latina hacer, valer su
propia identidad, su particular y característica manera de ser. Ello se ha manifestado en las más
diversas áreas, y el Derecho Internacional Privado no ha escapado a ese deseo. América Latina
arrastra consigo una herencia europea que ha marcado sus desarrollos culturales y ello, en más
de una ocasión, ha convertido en extranjeras a nuestras obras e impedido el desarrollo de las
propias ideas. Pero a pesar de ello, en materia de Derecho Internacional Privado hemos
mostrado una originalidad a veces desapercibida y con nombres y personajes poco conocidos.
Es un deber de justicia reconocerlos, pues ellos, su obra y su ejemplo son los que han hecho
posible este anhelo de continuidad de una orgullosa tradición latinoamericana en asuntos de
Derecho Internacional Privado.
 
2. El siglo XIX y la influencia de los precursores: Bello, Teixeira de Freitas, Vélez Sarsfield
y los orígenes de la doctrina latinoamericana
 
Los orígenes del Derecho Internacional Privado en América Latina se asocian a los nombres de
los grandes codificadores del Siglo XIX y a los primeros y significativos doctrinarios de
nuestros países. La obra pionera es Principios de Derecho de Jentes de Don Andrés Bello,
fechada en 1832, no solamente el primer tratado sistemático importante escrito en América, sino
también la primera obra sobre la materia en idioma castellano. Bello se convirtió en un
paradigma y su Código Civil de Chile de 1855 logró impregnar los ánimos de libertad de las
nuevas naciones, marcando la territorialidad como política de independencia. El ejemplo de
Chile fue seguido en buena parte de América Latina y su huella está presente todavía hoy. Vélez
Sarsfield fue el otro gran codificador de lengua hispana y su impronta quedó en la legislación
argentina, la paraguaya y uruguaya. La doctrina de las normas de aplicación inmediata o
necesaria que tiende a ubicarse en tiempos relativamente recientes, realmente tanto en su noción
y su formulación ya estaban presentes en las ideas de Andrés Bello desde 1832 y de alguna
forma ya recogidas y formuladas positivamente en el Código Civil argentino vigente desde
1871. Tal es el caso de los artículos 1.206 a 1.208 de dicho Código. Estas son contribuciones de
primer orden, pero perdidas en el tiempo y sin mucho reconocimiento, rescatadas y puestas de
manifiesto hace poco tiempo por Samtleben y Grigera Naón. Como dice este último, la
disposición argentina en esa materia es “probablemente única en el Derecho Comparado”.
Además, el Código argentino fue el primero en darle cabida al domicilio como factor de
conexión en materia de estado y capacidad de las personas.
 
La cultura brasileña, ya antes de su independencia, aporta en 1860 otro gran esfuerzo
codificador con Augusto Teixeira de Freitas y su Esboço de Código Civil do Imperio do Brasil,
en el cual también aporta su visión de los conflictos de leyes. A esto se añade la aparición en
1863 de la primera, obra especial sobre la materia, publicada por el brasileño José Antonio
Pimenta Bueno, bajo el título Direito Internacional Privado e aplicação de séus princípios com
referência às leis particulares do Brasil. No se puede cerrar el siglo XIX sin hablar de Carlos
Calvo y su doctrina todavía tan presente en algunos de nuestros países.
 
3. Los intentos por lograr una codificación interamericana durante el siglo XIX: entre
Lima y Montevideo
 
América Latina también sirvió de cuna al primer tratado internacional en materia de Derecho
Internacional Privado en 1878. La iniciativa del gobierno peruano, a proposición de Manuel
Atanasio Fuentes, también conocido como El Murciélago, “uno de los más notables escritores
satíricos de su tiempo”, sirvieron para reunir en Lima el Congreso Americano de Jurisconsultos.
Producto de sus esfuerzos y de los de Don Antonio Arenas, quien asumió el papel de
protagonista, resultó el Tratado de Derecho Internacional Privado, todavía vigente -a pesar de
las desinformaciones circulantes- entre Perú, Ecuador y Costa Rica, según datos obtenidos
recientemente en las respectivas cancillerías de los países involucrados. De tal manera, y vistos
los más recientes resultados de la CIDIP, a principios de siglo XXI, bien puede decirse que la
tradición latinoamericana en cuanto a la codificación del Derecho Internacional Privado es
trisecular.
 
La idea de la codificación interamericana del Derecho Internacional Privado siempre ha estado
presente en la vocación de los pensadores latinoamericanos. Especial referencia amerita la
propuesta de una codificación autónoma o especial en la materia. Tal vez la idea más remota
entre los latinoamericanos sea atribuible al boliviano Agustín Aspiazu, quien en 1872 publicó
en Nueva York su obra titulada Dogmas del Derecho Internacional. Esa obra contiene un total
de 478 artículos regulando aspectos de Derecho Internacional Público e incluyendo asuntos de
Derecho Internacional Privado.
 
Fueron los esfuerzos de Don Gonzalo Ramírez, como Ministro uruguayo ante el gobierno
argentino, los que terminaron por materializar la iniciativa de la convocatoria al Congreso
Suramericano de Montevideo de 1888-1889 y la generación de los Primeros Tratados de
Montevideo, como respuesta al Congreso de Lima.
 
4. Comienzos del siglo XX: codificaciones nacionales y codificaciones interamericanas:
Antonio Sánchez de Bustamante y Sirvén, Lafayette Rodrigues Pereirá, Clóvis Bevilaqua,
Pontes de Miranda, Pedro Manuel Arcaya, Lorenzo Herrera Mendoza; Álvaro Vargas
Guíllemette
 
La entrada al Siglo XX sirvió para ratificar la necesidad de consolidar la identidad nacional de
los países de la América Latina. Los nuevos Códigos Civiles de principio de siglo, entre ellos el
brasileño, expresan también ideas sobre el Derecho Internacional Privado, principalmente por
medio de Clóvis Bevilaqua. No se puede dejar de mencionar el enorme esfuerzo de Lafayette
Rodrigues Pereira quien elaboró, por encargo del gobierno del Brasil, un Código de Derecho
Internacional Privado en 1912, el cual, sin embargo, no fue aprobado. En su lugar, la Sexta
Conferencia Internacional Americana celebrada en La Habana en 1928, aprobó el conocido
Código nombrado en honor de Antonio Sánchez de Bustamante y Sirvén, obra criticada, pero no
igualada. En esos años también destacarían las obras de los brasileños Rodrigo Otávio y Pontes
de Miranda, encargados de difundir el pensamiento latinoamericano en Europa. Mientras tanto
en Venezuela, Pedro Manuel Arcaya, nombre poco conocido fuera de su país, publica en 1912,
su Proyecto de Ley de Aplicación del Derecho Internacional Privado, tal vez el primer intento
de codificación nacional sistemática en nuestra materia. A sus esfuerzos y a la constancia y
ejemplo del Profesor Lorenzo Herrera Mendoza, es que, en buena medida, se debe la Ley de
Derecho Internacional Privado venezolana de 1998. Uruguay logró con Álvaro Vargas
Guillemette adaptar su Derecho Internacional Privado a las soluciones de los Tratados de
Montevideo, particularmente luego del Segundo Congreso en esa misma ciudad entre 1939-
1940.
 
5. Codificaciones de fines del siglo XX y CIDIPS como producto de las ideas de José
Joaquín Caicedo Castilla, Haroldo Valladao, Werner Goldschmidt, Quintín Alfonsín,
Didier Opertti, Tatiana De Maekelt Y Gonzalo Parra-Aranguren
 
En la época contemporánea ha sido objeto de atención el producto de la Conferencia
Especializada sobre Derecho Internacional Privado (CIDIP), y también las normas relevantes
del Mercosur, aun cuando éstas son más bien subregionales con tendencia expansionista. El
trabajo de la CIDIP parece haber sido más criticado que aprobado. Se le ha atacado por falta de
originalidad, en algunos casos, en otros por simplemente ser una fuente de duplicación de
innecesarios esfuerzos. Y cuando se llega al extremo de reconocerle originalidad, como en el
caso de la Convención interamericana sobre Normas Generales de Derecho Internacional
Privado, suscrita en Montevideo en 1979, se ha dicho que si bien ella no tiene modelo
comparable o equivalente en Europa “su significado práctico debería ser escaso, por cuanto ella
no regula el reenvío y además deja muchas preguntas abiertas”. Nadie puede desconocer el
impacto que ha tenido dicha Convención en el proceso de actualización de los sistemas
nacionales de los países latinoamericanos, como ha sido la experiencia reciente de Venezuela,
México, Uruguay y Perú. Además, no debe escapar a los ojos de nadie que las labores de la
CIDIP abrieron el camino para la recepción entre nosotros de convenciones universales
anteriores en fecha, como la Convención de Nueva York sobre el Reconocimiento y Ejecución
de Sentencias Arbitrales Extranjeras, hasta hace poco sin aceptación en nuestros países. Por otra
parte, la Convención Interamericana sobre Derecho Aplicable a los Contratos Internacionales
(CIDACI), suscrita en México en 1994, otra de las más conocidas convenciones de la CIDIP, a
pesar de todos sus méritos, y de superar a su modelo la Convención de Roma de 1980, es más
criticada que apreciada. Por otro lado, tampoco puede desconocerse la influencia que ha tenido
la CIDIP más allá del propio continente americano. Tal es el caso del artículo 1.009 del Code
des Personnes et de la Famille de Burkina Faso, del 16 de noviembre de 1989, que regula la
figura de la adaptación “directamente inspirada en el artículo 9 de la Convención Interamericana
sobre Normas Generales de Derecho Internacional Privado”.
 
La transición de las codificaciones globales y omnicomprensivas de la primera mitad del Siglo
XX a la codificación gradual y progresiva de finales de Siglo XX, se logró gracias a los trabajos
comparativos del profesor colombiano José Joaquín Caicedo Castilla, quien elaboró un
enjundioso estudio acerca de los grandes modelos de su época: Bustamante, Montevideo y el
Restatement primero estadounidense. Ello abrió las puertas a Panamá 1975 y al trabajo lleno de
entusiasmo sin límites de nuestros profesores: Haroldo Valladao, Werner Goldschmidt, Gonzalo
Parra-Aranguren, Didier Opertti Badán y de la vitalidad y ánimo incomparables de la profesora
Tatiana de Maekelt, quien como Sub-secretaria de Asuntos Jurídicos de la OEA y Delegada
venezolana tanto ayudó al éxito de las reuniones. Para todos ellos el más generoso aplauso.
 
Hace más de 50 años, el Profesor Miaja de la Muela, al reseñar el Curso de Derecho Privado
Internacional del Profesor Quintín Alfonsín, cuyas enseñanzas estuvieron y están en el seno de
las CIDIPs, y también en esta aula, decía que quizás una circunstancia reste difusión a la obra de
Alfonsín; valga decir, el estar escrita en castellano. Luego expresaba Miaja de la Muela: “no sé
si entre los propósitos del autor figurará el de hacerla verter a otra lengua que la haga accesible
a un mayor número de lectores entre los especialistas. Pero lo que sí me atrevo a decir,
parodiando un poco a Don Miguel de Unamuno, es que si la literatura jurídica de las dos
Españas -de la europea y de la americana- contase con muchos libros como el de mi querido
amigo y compañero, Quintín Alfonsín, sería forzoso que quien aspirase en otras tierras a ser un
buen jurista tuviese que empezar por aprender la lengua de Cervantes”.
 
6. La consolidación del pensamiento jurídico latinoamericano
 
A los aportes de la doctrina, de las legislaciones domésticas y de la codificación internacional,
Latinoamérica también ha brindado el concurso de sus pensadores a la enseñanza del Derecho
Internacional Privado, principalmente desde el foro de la Academia de La Haya de Derecho
Internacional. Comenzando por el curso del profesor colombiano J.M. Yepes, en 1930, cuando
por primera vez se toca el tópico del Derecho Internacional Privado en los países
latinoamericanos, pasando por las exposiciones de los brasileños Pontes de Miranda, Haroldo
Valladão, lrineu Strenger y Jacob Dolinger; de los uruguayos, Manuel A. Vieira y Didier
Opertti; de los argentinos, Werner Goldschmidt, Horacio Grigera Naón, Antonio Boggiano y
Diego Fernández Arroyo; del mexicano, Leonel Péreznieto; del peruano, Roberto MacLean; y,
de los venezolanos Tatiana de Maekelt y Gonzalo Parra-Aranguren. El elemento común en
todos esos cursos podría encontrarse en la identidad de valores y realidades en la explicación de
los problemas de Derecho Internacional Privado.
 
Es un deber mencionar las obras más recientes de las Profesoras Cláudía Lima Marques, Nadia
de Araujo, Adriana Dreyzin de Klor, Sara Feldstein de Cárdenas y Cecilia Fresnedo de Aguirre,
las cuales han encontrado su puesto en la literatura mundial. Ellas le hacen alto honor a la
tradición latinoamericana en la materia.
 
En nuestros países, el Derecho Internacional Privado comienza a desarrollar su significado
práctico. Las obras tradicionales escritas durante el siglo XIX y buena parte del XX constituyen
ejercicios teóricos, muchas veces sin significado práctico. Esto explica que a menudo los
profesores de la cátedra hayan centrado sus esfuerzos en la explicación de los temas de la
historia de nuestra asignatura. Sin pretender desconocer su utilidad, debo expresar que un factor
que ha frenado el desarrollo del Derecho Internacional Privado en América Latina ha sido
precisamente el enfoque poco útil para la solución de los problemas dado por los profesores de
la materia en las aulas universitarias. Frecuentemente los eruditos profesores inundaban sus
lecciones con nombres y fechas de los grandes próceres del Derecho Internacional Privado,
desde Accursio hasta Savigny y Mancini, y todavía más allá, llegando aún a los grandes
personajes de la época moderna. Pero les faltaba vida a sus explicaciones, la realidad estaba
ausente, era como que si los casos de la gente de carne y hueso no llegaran a ser discutidos ante
tribunales y, por supuesto, como que si tales casos jamás presentaran problemas con elementos
de extranjería relevantes. Esta tendencia ya pertenece al pasado, el presente corresponde a una
perspectiva fundamentalmente práctica de la problemática, sin olvidar la necesidad de una
sólida fundamentación teórica para el examen de estos casos.
 
Actualmente el Derecho Internacional Privado de los países latinoamericanos está en constante
revisión. La Sexta CIDIP ha supuesto “un cambio de paradigma” y sus resultados están por
verse. Luego de la publicación de la Ley de Derecho Internacional Privado venezolana y el
éxito comprobado en su aplicación, se han retornado los esfuerzos por actualizar los sistemas
nacionales en otros países. Tal es el caso de la Argentina, en donde en 2004 se presentó al
Congreso de ese país un nuevo proyecto muy extenso y detallado en la materia. También es el
caso de Uruguay y su nuevo proyecto. Puerto Rico pugna durante años por lograr la aprobación
de una nueva ley que actualice y haga más real su sistema de Derecho Internacional Privado, y
tal vez defina la personalidad del mismo. Brasil no ha tenido suerte y los intentos fallidos más
recientes no han estado a la altura de sus representantes. Otros países han hecho esfuerzos por
actualizar sus legislaciones domésticas, México y Guatemala son ejemplos de ello. Bolivia
sigue siendo una incógnita y Chile no arranca su revisión, aunque para este último, la entrada en
vigencia de la Ley de Matrimonio Civil debería ser un aliciente más para acometer una extensa
revisión de sus soluciones. Colombia, Ecuador y El Salvador también están en mora, al igual
que los demás países de Centroamérica. Los países isleños del Caribe, en particular Haití y la
República Dominicana, siguen anclados en soluciones que no responden a las necesidades.
Tampoco Cuba. Pero hace falta mayor dedicación en el examen de las realidades nacionales.
Nadie más puede hacer el trabajo que nos corresponde a nosotros en la época en las que nos
toca vivir.

(*)Universidad Central de Venezuela, Universidad Monteávila, Profesor de Derecho


Internacional Privado; Academia de Ciencias Políticas y Sociales de Venezuela, Individuo de
Número.
Palabras preparadas para la jornada fundacional de la Asociación Americana de Derecho
Internacional Privado, Asunción, Paraguay, Octubre 2007.
 

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