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Orientación filosófica
Juan Pablo II, plantea devolver al hombre contemporáneo la auténtica confianza en sus
capacidades cognoscitivas, y ofrecer a la filosofía un estímulo para que pueda recuperar y
desarrollar su plena dignidad. Karol, se pregunta por el hombre y por su dignidad. Su estilo
de pensamiento personalista y de humanismo cristiano, lo llevan a reflexionar sobre la verdad
del hombre, de la vida y del amor. Su personalismo es una opción filosófica y antropológica
valida, pues le apuesta por afirmar que la condición de la persona es ser un fin y no un medio;
la persona posee dignidad irreductible, pues el bien fundamental es la vida.
Karol cree que, si el hombre descubre una referencia a lo absoluto y a lo trascendente, se le
debe abrir la posibilidad de tener contacto con esta realidad, que abarca la verdad, la belleza,
y los valores morales en las demás personas, en si mismo y en Dios. Este acto de auto
conocerse, auto dominarse y autodonarse, es lo que le da como persona su libertad y
dignidad, lo cual resulta antropológicamente posible. El personalismo, de Karol es la
experiencia del ser humano en cuanto persona en acto (en acción), que intenta desentrañar
todos los compuestos de la experiencia y la existencia humana. Con la conciencia de si
mismo y del reconocimiento del otro, se defiende la dignidad del a persona, y se establece en
el amor, el carácter comunitario de la persona. Además el personalismo de Karol define la
realidad fundamental de que somos inteligencia, apertura a la trascendencia, como nos dirá en
la Fides et Ratio, la fe no es una filosofía, pero la filosofía es un estilo de pensamiento que
nos ayuda en la comprensión de la revelación
El cuerpo.
Cuerpo del hombre es subjetivo y pluridimensional, es decir, el hombre es sujeto de la acción
del cuerpo, el hombre es un ser integral (inteligencia, corporalidad y espiritual) y por ello no
está reducido a una sola dimensión, o a ser simplemente un objeto. Ciertamente el hombre es
objetivamente alguien que convive con otros seres semejantes a él y de otra especie. El
hombre es un ser corporal, lo que significa que la estructura de la persona está mediada por el
cuerpo; la tematización de la psique, por su parte, favorece la consideración activa de la
corporalidad y elimina el riesgo de un dualismo fáctico (alma-cuerpo) al incorporar una
dimensión intermedia que modula a ambas. El individuo, es un ser racional y corporal, goza
de una interioridad que lo lleva a cuestionarse por la realidad, por su existencia, y por ello se
distingue de los otros seres. En este conocimiento y deseo o tendencia por comprenderse
como persona, el hombre asimila el valor intrínseco de su corporalidad, y de su relación con
una vida ética y valorativa del mismo. Desde aquí, también la afectividad, se asume desde
una perspectiva altamente positiva. No se trata simplemente de un mecanismo antropológico
irredento que deban controlar las facultades superiores (inteligencia, voluntad) sino del modo
en que el sujeto se vive a sí mismo. El hombre tiene una naturaleza radical, en la cual se
autoafirma y auto-domina, es decir que descubre su capacidad para saberse como ser único,
comunicable, y libre para actuar. Esta naturaleza intrínseca en el hombre es su libre arbitrio,
por el cual el hombre es sujeto de acción, persona con una dignidad intrínseca que lo lleva a
la capacidad de donarse y tener la capacidad de aceptar una donación, es decir, de vivir una
auto comunicación entre él y su prójimo, entre el y Dios. El hombre, por tanto, estaría en
contra de lo que instrumentalice a la persona, pues esto es ajeno al ser humano y de su
integridad.
En su catequesis sobre la teología del cuerpo Juan Pablo II nos plantea no es solamente una
visión renovada de la sexualidad humana y el matrimonio, sino una visión renovada del
hombre y de la mujer como imagen de Dios y, por implicación, una visión renovada de la
doctrina católica completa. A través del prisma del matrimonio y el amor conyugal, el Papa
nos plantea un redescubrimiento de quién es Dios, quién es Cristo, qué es la Iglesia y quiénes
somos nosotros mismos. Por ello, para Juan Pablo II, la visión dualista que separa al cuerpo
del alma y que tiende a condenar al primero y a exaltar a la segunda, es totalmente falsa. El
Hijo Eterno de Dios, se encarnó, es decir, asumió una naturaleza humana, que incluye un
alma y cuerpo humanos, para darnos a conocer al Padre y, al mismo tiempo, salvarnos del
pecado y de la muerte (cf Juan 1:14; Filipenses 2:5-8; Hebreos 10:5-7; Catecismo de la
Iglesia Católica, números 461-462). En el Génesis, Dios le reveló a su Pueblo Israel, por
medio de hermosos símbolos, cargados de profundas verdades religiosas y morales, la bondad
de la Creación, tanto material como espiritual, de la cual Él es el Autor: “Y vio Dios que era
bueno ... muy bueno” (Génesis 1:4, 10, 12, 14, 18, 21 y 31). Por ello es cierto que “El
hombre, siendo a la vez corporal y espiritual, expresa y percibe las realidades espirituales a
través de signos y símbolos materiales” (Catecismo de la Iglesia Católica, número 1146). El
cuerpo, y sólo él, es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino. Este
ha sido creado para transferir a la realidad visible del mundo el misterio oculto en Dios desde
la eternidad el amor de Dios por el hombre y ser así el signo de ello.