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Extras

Crepúsculo
Índice

1. Bádmint
on – (Capítulo 11)

2. Emmett
y el Oso – (Capítulo 14)

3. De
compras con Alice – (Capítulo 20)

4. Baile de
Graduación – (Epílogo)

1.Bádminton

Esta escena fue cortada del Capítulo 11: “Complicaciones”. Me


molestó sacarla pero no sabía por qué, así que lo dejé pasar. Era muy
tarde cuando me di cuenta qué era lo que me molestaba. Pese a que
me he referido varias veces a la poca destreza de Bella en gimnasia,
nunca pude mostrarla en acción. Esta fue la vez que Edward estaba
“mirando” y era el lugar natural para mostrar su torpeza. Ja, ja, ja.
¡Ahora la explicación es más larga que la pieza editada!
Stephenie Meyer

Caminé hacia el gimnasio, con la cabeza en otra parte, atontada. Llegué al


vestuario, cambiándome de ropa como en trance, vagamente atenta de que
había más gente a mi alrededor. Realmente, no me di cuenta de la realidad
hasta que cogí una raqueta. No era muy pesada, aunque la sentía demasiado
insegura en mi mano.
Pude ver a otros chicos de mi clase mirándome furtivamente. El
entrenador Clapp, nos ordenó formar equipos por parejas.
Por suerte, algunos vestigios de la caballerosidad de Mike todavía
sobrevivían; se acercó hasta ponerse a mi lado.
— ¿Quieres ser mi pareja? —me preguntó alegremente.
— Gracias Mike. No tienes por qué hacer esto, lo sabes —le dije
— No te preocupes. Me mantendré fuera de tu camino —me dijo
haciéndome una mueca. Algunas veces, era tan fácil tenerle cariño a Mike.
No resultó tan sencillo. Intenté alejarme un poco de Mike para que pudiese
seguir el juego él solo, pero el entrenador Clapp, vino y le ordenó que se
quedase a un lado de la cancha para que yo pudiese participar. Se quedó
mirándonos enfatizando así sus palabras.
Con un suspiro, me puse en el lugar más centrado de la pista, sosteniendo
correctamente en alto mi raqueta. La chica del otro equipo, se rió
maliciosamente mientras sacaba la pluma –la había herido en una clase de
baloncesto- dándole efecto para que descendiera directamente hacia mí por
encima de la red. Me arrojé sin gracia hacia delante, impulsando mi
movimiento de la raqueta en dirección a la pluma, pero olvidé tener en cuenta
la red. Mi raqueta rebotó en la red con tanta fuerza, que se soltó de mi mano,
inclinándose hacia mi cabeza, y dando en el hombro de Mike que había corrido
hasta mí para dar a la pluma que yo había perdido.
El entrenador Clapp tosió o disimuló una risita.
— Lo siento, Newton —murmuró mientras se alejaba para que pudiésemos
volver a nuestra antigua formación, menos peligrosa.
— ¿Estás bien? —me preguntó Mike, masajeándose el hombro, igual que
yo me tocaba la frente.
— Sí, ¿y tú? —pregunté a media voz, retirando mi arma.
— Creó que sobreviviré —Mike movió su brazo en círculo, comprobando
que tenía total libertad de movimiento.
— Me quedaré allá atrás, otra vez —Me situé en la esquina del fondo de la
pista, sujetando mi raqueta cuidadosamente detrás de mi espalda.
2.Emmett y el Oso

Esta parte fue editada del Epílogo Original. Aunque la historia de


la conversión de Emmett está brevemente explicada en el Capítulo 14:
“Mente Versus Cuerpo”, realmente eché de menos no tenerlo
detallado con sus propias palabras.
Stephenie Meyer

Estaba sorprendida de encontrar un extraño vínculo creciendo entre


Emmett y yo, especialmente teniendo en cuenta que él había sido el que más
miedo me daba de todos ellos. Tenía que ver con el modo en que ambos
habíamos sido elegidos para entrar en la familia; los dos habíamos sido
amados –y sido correspondidos– mientras éramos humanos, aunque por poco
tiempo en el caso de él. Solo Emmett recordaba –y solo él comprendía el
milagro que Edward significaba para mí.
Hablamos de ello, por primera vez, una tarde mientras los tres estábamos
sentados en los claros sofás del salón principal, Emmett entreteniéndome
tranquilamente con recuerdos, más parecidos a los cuentos de hadas, mientras
Edward se concentraba en el canal de cocina –había decidido que quería
aprender a cocinar, ante mi incredulidad, e iba a ser sumamente difícil sin el
apropiado sentido del gusto o del olfato. Después de todo, había algo que no
sabía hacer de forma natural. Su perfecto entrecejo se frunció mientras el
famoso chef sazonaba otro plato de acuerdo a su gusto. Reprimí una sonrisa.
— Para ese entonces él ya había terminado de jugar conmigo, y supe que
estaba a punto de morir. —Recordó Emmett suavemente, dando un giro al
relato de sus años humanos con la historia del oso. Edward no nos prestaba
ninguna atención; ya la había oído antes.— No podía moverme, y mi conciencia
se estaba disipando, cuando escuché lo que pensé que sería otro oso, y una
lucha por ver quien se quedaba con mi cadáver, supuse. De repente sentí que
estaba volando. Me imaginé que había muerto, pero intenté abrir los ojos de
todos modos. Y entonces la vi. —Su rostro parecía incrédulo ante el recuerdo,
le comprendía completamente— Y supe que estaba muerto. Ni siquiera me
importaba el dolor. Luché por mantener mis párpados abiertos, no quería
perderme ni un segundo el rostro del ángel. Estaba delirando, por supuesto,
preguntándome por qué no habíamos llegado al cielo aún, pensando que debía
de estar más lejos de lo que yo había creído. Me quedé esperando que ella
levantara el vuelo. Y entonces, me llevó ante Dios. —Él rió con su risa profunda
y atronadora. Yo entendía perfectamente qué alguien hubiese pensado aquello.
— Pensé que lo que ocurrió a continuación era mi Juicio Final. Había tenido
demasiada diversión durante mis veinte años humanos, así que no me
sorprendieron las llamas del infierno. —Rió de nuevo, aunque yo me estremecí.
El brazo de Edward me rodeó con más fuerza de forma inconsciente.— Lo que
me sorprendió fue que el ángel no se marchó. No podía entender como algo
tan hermoso podía estar en el infierno junto a mí, pero estaba agradecido.
Cada vez que Dios venía a echarme una ojeada, yo temía que se la llevase de
mi lado, pero nunca lo hizo. Comencé a pensar que quizás esos predicadores
que hablaban de un Dios piadoso tenían razón después de todo. Y entonces el
dolor desapareció… y ellos me lo explicaron todo.
— Les sorprendió lo poco que me afectó todo ese asunto de los vampiros.
Pero si Carlisle y Rosalie, mi ángel, eran vampiros ¿Cómo podía ser tan malo
ser aquello? —Yo asentí, completamente de acuerdo, mientras él continuaba.—
Tuve unos cuantos problemas con las reglas… —rió entre dientes.— Tuviste las
manos bastante ocupadas conmigo al principio, ¿no? —el empujón juguetón de
Emmett al hombro de Edward nos balanceó a los dos. Edward dejó escapar un
leve gruñido sin apartar la vista de la televisión.
— Así que ya ves, el infierno no es tan malo si consigues quedarte con tu
ángel —me aseguró maliciosamente.— Cuando él consiga aceptar lo inevitable,
estarás bien.
El puño de Edward se movió tan rápidamente que no pude ver cuando
golpeó a Emmett, lanzándole sobre el respaldo del sofá. Los ojos de Edward no
se apartaron de la pantalla.
— ¡Edward! —le regañé, horrorizada.
—No te preocupes, Bella —Emmett estaba sereno, de nuevo en su asiento.
— Sé dónde encontrarlo. —Miró por encima mío hacia el perfil de Edward.—
Tendrás que hacerlo alguna vez —le amenazó. Edward simplemente gruñó en
respuesta, sin siquiera alzar la vista.
— ¡Chicos! —La voz de Esme, en reprimenda, se escuchó claramente
desde las escaleras.
3.De compras con Alice

Reconoceréis partes de este capítulo –pequeños pedazos


sobrevivieron y fueron combinados en los que al final fue el Capítulo
20 - “Impaciencia”. Este capítulo le reduce las revoluciones a la parte
de la cacería de la historia, pero sentí que al editarla, sacrifiqué
muchísimo de la personalidad de Alice.
Stephenie Meyer

El coche era liso, blanco y potente; sus ventanas estaban tintadas de


negro. El motor rugía como un gran coche a medida que aceleraba a través de
la oscura noche. Jasper conducía con una sola mano, parecía despreocupado,
pero el poderoso coche volaba hacia delante con perfecta precisión.
Alice se sentó conmigo en el asiento trasero de cuero negro. De alguna
manera, durante la larga noche, mi cabeza había acabado recostada contra su
cuello de granito, sus fríos brazos envolviéndome, su mejilla apoyada en lo alto
de mi cabeza. El frente de su fina camisa de algodón estaba fría, húmeda por
mis lágrimas. Antes y ahora, si mi respiración se volvía inestable, ella
murmuraba de forma calmante; en su veloz y aguda voz, su consuelo sonaba
como si estuviera cantando. Para mantenerme en calma, me centré en el
contacto con su fría piel; era como una conexión física con Edward.
Ambos me habían asegurado -cuando me percaté, inmovilizada por el
pánico, de que todas mis cosas seguían en la furgoneta- que dejarlo atrás era
necesario, algo que tenía que ver con su esencia. Me dijeron que no me
preocupara ni por la ropa ni por el dinero. Intenté confiar en ellos, haciendo un
esfuerzo para ignorar lo incómoda que me sentía enfundada en las ropas de
Rosalie. Era una cosa trivial de la que preocuparse.
En las llanas carreteras, Jasper nunca condujo el robusto coche a menos
de 120 kilómetros por hora. Parecía completamente inconsciente de los límites
de velocidad, pero nunca vimos un coche patrulla. Los únicos cortes en la
monotonía del camino fueron las dos paradas que hicimos para cargar
gasolina. Me di cuenta vagamente que Jasper fue dentro para pagar las dos
veces en efectivo.
Comenzó a amanecer cuando estábamos en alguna parte del norte de
California. Miré con los ojos secos, semicerrados, como la luz gris se irradiaba a
través del cielo despejado. Estaba exhausta, pero el sueño había desaparecido,
mi mente estaba demasiado llena de imágenes perturbadoras como para
dejarme llevar por la inconsciencia. La destrozada expresión de Charlie -el
brutal gruñido de Edward enseñando los dientes- la penetrante mirada del
rastreador -la expresión triste de Laurent- la oscura mirada en los ojos de
Edward después de que él me besara la última vez; como instantáneas que se
iluminaban ante mis ojos, mis sentimientos se alternaban entre el terror y la
desesperación.
En Sacramento, Alice pidió a Jasper que parara, para conseguirme comida.
Pero sacudí mi cabeza cansadamente, y le dije que siguiese conduciendo con
voz apagada.
Unas pocas horas después, en un suburbio a las afueras de Los Ángeles,
Alice le volvió a hablar suavemente, y él salió de la autopista pese al sonido de
mis débiles protestas. Un gran centro comercial era visible desde la autopista,
y se dirigió hacia allí, entrando en el aparcamiento hasta la planta subterránea
para aparcar.
— Quédate en el coche —le ordenó Alice a Jasper.
— ¿Estás segura? —él sonaba receloso.
— No veo a nadie más por aquí —dijo ella. Él asintió, accediendo.
Alice me cogió de la mano y me sacó del coche. Se aferró a mi mano,
manteniéndome cerca de ella mientras caminábamos por el oscuro garaje. Ella
rodeó el borde del garaje, manteniéndose en las sombras. Aprecié cómo su piel
parecía brillar a la luz del sol que se reflejaba de la acera. El centro comercial
estaba abarrotado, varios grupos de compradores pasaban, algunos girando la
cabeza para vernos pasar cerca.
Caminamos bajo un puente que cruzaba desde el nivel superior del
aparcamiento al segundo local de un gran almacén, siempre manteniéndonos
fuera de la luz solar directa.
Una vez dentro, bajo las luces fluorescentes del almacén, Alice parecía
menos llamativa -simplemente una muchacha pálida como la tiza, ojerosa, con
oscuros ojos y pelo negro puntiagudo. Estaba segura de que las ojeras bajo mis
propios ojos eran más evidentes que las suyas. Todavía llamábamos la
atención de algunos que nos miraban de reojo. Me preguntaba lo que
pensaban cuando nos veían. La delicada y danzarina Alice, con su llamativo
rostro de ángel, vestida con pálidas prendas que no disimulaban lo suficiente
su palidez, llevándome de la mano, obviamente guiándome, mientras yo me
arrastraba lentamente, enfundada en un vestuario caro que no me pertenecía
y con mi pelo enredado en la parte de atrás.
Alice me llevó a una atestada zona de restaurantes.
— ¿Qué quieres comer?
El olor de las comidas rápidas grasientas retorció mi estómago. Pero la
mirada de Alice no dejaba lugar a la persuasión. Pedí sin entusiasmo un
sándwich de pavo.
— ¿Puedo ir al baño? —pregunté en cuanto nos dirigimos a la cola.
— Vale —y cambió de dirección, sin soltar mi mano.
— Puedo ir sola. —La atmósfera banal del centro comercial me hizo sentir
más normal de lo que había estado desde nuestro desastroso juego de anoche.
— Lo siento, Bella, pero Edward va a leer mi mente en cuando esté aquí, y
si ve que te he dejado fuera de mi vista durante un minuto… —no terminó la
frase, tratando de ignorar las horribles consecuencias.
Al menos esperó fuera del abarrotado cuarto de baño. Me lavé la cara, así
como las manos, ignorando las asustadas miradas de las mujeres de mí
alrededor. Traté de peinarme el pelo con los dedos, pero me rendí
rápidamente. Alice cogió mi mano de nuevo en la puerta, y volvimos
lentamente a la fila de la comida.
Yo me arrastraba, pero ella no se mostraba impaciente conmigo.
Me miraba comer, primero despacio y luego más deprisa a medida que
volvía mi apetito. Bebí la soda que ella me compró tan rápido que me dejó por
un momento -sin quitarme la vista de encima, claro- para conseguirme otra.
— La comida que comes es definitivamente más conveniente —comentó
cuando acabé— pero no parece más divertida.
— Me imagino que cazar es más excitante.
— No te haces una idea. —Centelleó con una amplia sonrisa de brillantes
dientes, y varias personas giraron la cabeza en nuestra dirección.
Tras tirar nuestra basura, me condujo por lo anchos pasillos del centro
comercial, sus ojos mirando aquí y allá buscando algo que ella quería,
arrastrándome junto a ella en cada parada. Se detuvo por un momento ante
una cara boutique para comprar tres pares de gafas de sol, dos de mujer y
unas de hombre. Noté la mirada del vendedor con una nueva expresión cuando
ella le entregó una inusual y pulcra tarjeta de crédito con líneas doradas
cruzándola. Después encontró una tienda de accesorios donde eligió un cepillo
y unas gomas de pelo.
Pero en realidad no terminó hasta que me introdujo en el tipo de tiendas
que yo nunca frecuentaba, porque el precio de un par de medias estaba fuera
de mi presupuesto.
— Debes de ser aproximadamente una talla dos. —Era una declaración, no
una pregunta.
Me utilizó como mula de carga, cargándome con una asombrosa cantidad
de ropa. De vez en cuando podía verla alcanzando una talla extra-pequeña
cuando escogía algo para ella misma. Las prendas que seleccionaba para sí
misma eran todas de materiales ligeros, pero de mangas largas o largas hasta
el suelo, diseñadas para cubrir el máximo posible de su piel. Un sombrero
negro de paja de ala ancha coronó la montaña de ropas.

La dependienta tuvo una reacción similar al anterior ante la inusual tarjeta de


crédito, volviéndose más servicial, y llamando a Alice «señorita». El nombre
que dijo también era desconocido, me pareció. Una vez estuvimos fuera del
centro comercial, con los brazos cargados de bolsas, cuya mayor parte llevaba
ella, le pregunté.
— ¿Cómo te llamó la dependienta?
— La tarjeta de crédito dice Rachel Lee. Vamos a ser muy cuidadosos para
no dejar ningún tipo de pista para el rastreador. Vamos a que te cambies.
Pensé sobre ello cuando ella me llevó de vuelta a los aseos, poniéndome
en el recinto para minusválidos de modo que tuviera sitio para moverme. La
escuché rebuscando en las bolsas, para finalmente pasarme un ligero vestido
azul de algodón por encima de la puerta. Estaba agradecida de quitarme los
vaqueros demasiado largos y ajustados de Rosalie, di un tirón a la blusa que
me envolvía en todos los lugares erróneos, y se los arrojé por encima de la
puerta. Me sorprendió pasándome un par de suaves sandalias de piel por
debajo de la puerta -¿cuándo las había comprado? El vestido me sentaba
asombrosamente bien, el costoso corte parecía flotar a mi alrededor.
En cuanto dejé el recinto noté que estaba tirando las ropas de Rosalie a la
papelera.
— Guarda tus zapatillas de deporte —dijo. Las puse encima de una de las
bolsas.
Volvimos al garaje. Alice logró menos miradas esta vez; estaba tan
cubierta por bolsas que su piel era apenas visible.
Volvimos al garaje. Alice alertó pocas miradas esta vez, estaba tan
cubierta de bolsas que su piel difícilmente se podía ver. Jasper estaba
esperando. Salió del coche a nuestro encuentro -el maletero estaba abierto.
Mientras alcanzaba primero mis bolsas, echó a Alice una mirada sarcástica.
— Sabía que debía haber ido—murmuró.
— Sí —reconoció ella— a ellas les hubiera encantado tenerte en el baño de
mujeres.
Jasper no respondió.
Alice removió rápidamente entre sus bolsas antes de ponerlas en el
maletero. Le pasó a Jasper un par de gafas de sol, poniéndose ella otro par. Me
pasó el tercer par, y el cepillo del pelo. Y sacó una camisa larga, fina, negra
transparente, poniéndosela encima de su camiseta, dejándola abierta. Por
último, se puso el sombrero de paja. En ella, el improvisado disfraz parecía
corresponder al de un escape. Agarró un puñado más de ropas y,
envolviéndolas en una bola, abrió la puerta trasera e hizo una almohada sobre
el asiento.
— Necesitas dormir —ordenó firmemente. Avancé despacio y
obedientemente en el asiento, apoyando mi cabeza al instante y
acurrucándome de lado. Estaba medio dormida cuando el coche arrancó.
— No deberías haberme comprado todas estas cosas —mascullé.
— No te preocupes por eso, Bella. Duerme. —Su voz era relajada.
— Gracias —suspiré, y caí en un sueño inquieto.
Fue el dolor de dormir en una posición apretada lo que me despertó.
Estaba todavía exhausta, pero de repente estaba nerviosa en cuanto recordé
dónde estaba. Me senté para ver el Valle del Sol fuera, delante de mí; la
extensión amplia, llana, de tejados, palmeras, autopistas, niebla tóxica y
piscinas, abrazada por los peñascos pequeños y rocosos que llamamos
montañas. Estuve sorprendida de no sentir ninguna sensación de alivio, sólo
una añoranza fastidiosa de los cielos lluviosos y los espacios verdes del lugar al
que Edward dio un nuevo significado. Sacudí mi cabeza, intentando hacer
retroceder el inicio de desesperación que amenazaba con abrumarme.
Jasper y Alice estaban hablando; conocedores, estoy segura, de que
estaba consciente de nuevo, pero no dieron ninguna señal de ello. Sus veloces
y suaves voces, una grave, otra aguda, me rodeaban como si fueran música.
Deduje que estaban discutiendo dónde quedarnos.
— Bella —Alice se dirigió a mí casualmente, como si ya fuera parte de la
conversación— ¿Cuál es el camino al aeropuerto?
— Sigue por la I-10 —dije automáticamente— Pasaremos justo por al lado.
Pensé por un momento, mi cerebro todavía confuso por el sueño.
— ¿Vamos a volar a algún sitio? —pregunté.
— No, pero es mejor estar cerca, por si acaso. —Sacó su teléfono móvil, y
por lo visto llamó a información. Hablaba más despacio de lo habitual,
preguntando por hoteles cerca del aeropuerto, aceptando una sugerencia,
luego esperando mientras era puesta en contacto. Hizo reservas para una
semana bajo el nombre de Christian Bower, recitando a toda prisa un número
de tarjeta de crédito sin siquiera mirarlo. La escuché repitiendo direcciones por
el bien del operador; estoy segura de que ella no necesitaba ayuda con su
memoria.
La vista del teléfono me había recordado mis responsabilidades.
— Alice —dije cuando ella acabó.— Necesito llamar a mi padre. —Mi voz
era seria.
Ella me pasó el teléfono.
Era a última hora de la tarde; estaba deseando que él estuviera en el
trabajo. Pero respondió al primer tono. Me abatí, imaginando su ansiosa cara
por el teléfono.
— ¿Papá? —dije vacilante.
— ¡Bella! ¿Dónde estás, cariño? —una sensación de alivio llenó su voz.
— Estoy en la carretera. —No era necesario hacerle saber que yo había
hecho un recorrido de tres días en una noche.
— Bella, tienes que volver.
— Necesito volver a casa.
— Cariño, hablemos de esto. No necesitas irte sólo por un chico. —Podría
decir que él estaba siendo muy cuidadoso.
— Papá, dame una semana. Necesito pensar las cosas, y luego decidiré si
vuelvo. No tiene nada que ver contigo, ¿de acuerdo? —Mi voz tembló
levemente.— Te quiero, papá. Sea lo que sea lo que decida, te veré pronto. Lo
prometo.
— De acuerdo, Bella. —Su voz era resignada.— Llámame cuando llegues a
Phoenix.
— Te llamaré desde casa, papá. Adiós.
— Adiós, Bella. —Vaciló antes de colgar.
Por lo menos estaba de buenas con Charlie de nuevo, pensé mientras
devolvía el teléfono a Alice. Ella me observaba atentamente, quizás esperando
por otro bajón emocional. Pero yo sólo estaba muy cansada.
La familiar ciudad voló por mi oscura ventanilla. El tráfico era ligero.
Transitamos rápidamente por el centro de la ciudad y luego viramos alrededor
de la parte norte de Sky Harbour International, girando al sur en Temple. Sólo
en el otro lado del húmedo cauce del Río Salado, a un kilómetro o más del
aeropuerto, Jasper salió ante la orden de Alice. Ella le dirigió fácilmente a
través de las superficiales calles a la entrada del hotel Hilton en el aeropuerto.
Yo había estado pensado en el Motel 6, pero estaba segura de que ellos no
se preocupaban por el aspecto económico. Parecían tener reservas ilimitadas.
Entramos en el aparcamiento bajo la sombra de un gran toldo, y dos
botones se colocaron rápidamente al lado del impresionante automóvil. Jasper
y Alice bajaron del coche, pareciendo dos estrellas de cine con sus gafas de
sol. Yo bajé torpemente, agarrotada por tantas horas en el coche, sintiéndolo
acogedor. Jasper abrió el maletero, y el eficiente botones descargó
rápidamente nuestras bolsas de compra en un carrito. Estaban demasiado bien
entrenados como para mostrar ninguna mirada sorprendida ante nuestra
carencia de un verdadero equipaje.
El coche debía de haber estado muy frío en su interior. Saliendo de él a la
tarde calurosa, aunque ya oscura, de Phoenix, fue como meter mi cabeza en
un horno y empezar a dorarme. Por primera vez en ese día, me sentí en casa.
Jasper caminó con seguridad por el vestíbulo vacío. Alice se mantuvo
cuidadosamente a mi lado, los botones tras nosotros siguiéndonos con
nuestras cosas. Jasper se acercó al mostrador de recepción con su
inconscientemente aire de realeza.
— Bower —fue todo lo que dijo a la aparentemente profesional
recepcionista. Ella rápidamente procesó la información, con sólo un mínimo
vistazo hacia el ídolo de pelo dorado delante de él, traicionando su cuidadosa
eficiencia.
Rápidamente fuimos guiados a una gran suite. Sabía que los dos
dormitorios eran meramente una fachada. Los botones descargaron
eficientemente nuestras bolsas mientras me sentaba débilmente en el sofá y
Alice danzaba a examinar el resto de la suite. Jasper les dio la mano cuando se
iban, y la mirada que intercambiaron en su salida hacia la puerta era más que
satisfecha; estaban deleitados. Entonces nos quedamos solos.
Jasper fue a las ventanas, cerrando los dos niveles de cortinas con
seguridad. Alice apareció y dejó caer un menú de servicio de habitaciones en
mi regazo.
— Pide algo —aconsejó.
— Estoy bien —dije sin entusiasmo.
Me lanzó una oscura mirada, y me quitó el menú de las manos.
Murmurando algo acerca de Edward, levantó el teléfono.
— Alice, de verdad —comencé a decir cuando me silenció con la mirada.
Apoyé mi cabeza en el reposabrazos del sofá y cerré los ojos.
Los golpes en la puerta me despertaron. Salté tan rápido que me resbalé
del sofá hacia el suelo y me golpeé la frente contra la mesa de centro.
— Oh —dije, aturdida, acariciándome la cabeza.
Escuché a Jasper reírse una vez, y levanté la vista para verle tapándose la
boca, intentando ahogar el resto de su diversión. Alice abrió la puerta,
presionando sus labios firmemente con los bordes de su boca estirándose. Me
ruboricé y me trepé de nuevo al sofá, sosteniendo mi cabeza con la mano. Era
mi comida; el olor de carne roja, queso, ajo y patatas me rodeó. Alice llevó la
bandeja tan hábilmente como si hubiera sido camarera durante años, y la
colocó en la mesita a la altura de mis rodillas.
— Necesitas proteínas —me explicó, levantando la plateada tapa
semiesférica para mostrar un gran filete y una decorativa escultura de patata.
— Edward no estará contento contigo si tu sangre huele anémica cuando
llegue aquí. —Estaba casi segura de que estaba bromeando.
Ahora que podía oler la comida estaba hambrienta de nuevo. Comí veloz,
sintiendo volver mi energía en cuanto los azúcares llegaron a mi torrente
sanguíneo. Alice y Jasper me ignoraban, viendo las noticias y hablando tan
rápida y calladamente que no pude entender ni una palabra.
Un segundo golpe sonó en la puerta. Salté sobre mis pies, intentando
evitar otro accidente con la bandeja medio vacía en la mesa de centro.
— Bella, necesitas tranquilizarte —dijo Jasper, mientras Alice atendía a la
puerta. Un miembro del personal de limpieza le dio una pequeña bolsa con el
logotipo del Hilton y se marchó rápidamente. Alice lo trajo y me lo entregó. Lo
abrí y encontré un cepillo de dientes, pasta de dientes, y todas las demás
cosas críticas que me había dejado en mi camioneta. Las lágrimas aparecieron
en mis ojos.
— Sois tan amables conmigo… —miré a Alice y luego a Jasper, agobiada.
Había notado que Jasper era normalmente el más cuidadoso en mantener
las distancias conmigo, de modo que me sorprendió cuando vino a mi lado y
colocó su mano en mi hombro.
— Ahora eres parte de nuestra familia —me dijo, sonriendo
calurosamente. De repente sentí un pesado agotamiento fluyendo por mi
cuerpo; mis párpados eran de alguna manera demasiado pesados para
mantenerse abiertos.
— Muy sutil, Jasper —escuché a Alice decir en tono sarcástico. Sus fríos y
delgados brazos resbalaron bajo mis rodillas y mi espalda. Me levantó, pero yo
estaba dormida antes de que me depositara en la cama.
Era muy temprano cuando me desperté. Había dormido bien, sin sueños, y
estaba más alerta de lo que solía estar al despertar. Estaba oscuro, pero había
destellos azulados de luz proviniendo desde debajo de la puerta. Busqué al
lado de la cama, tratando de encontrar la lámpara en la mesita de noche. Una
luz apareció sobre mi cabeza y me exalté. Alice estaba allí, arrodillada a mi
lado en la cama, con su mano en la lámpara que estaba ensamblada a la
cabecera.
— Lo siento —dijo mientras yo me desplomaba de alivio hacia atrás, sobre
la almohada.— Jasper tiene razón,… —continuó— necesitas relajarte.
—Bueno, pero no se lo digas a él —me quejé.— Si él intenta relajarme
más, entraré en coma.
Se rió tontamente.
— Te diste cuenta, ¿eh?
— Si me hubiera golpeado la cabeza con un sartén habría sido menos
obvio.
— Necesitabas dormir. —Se encogió de hombros, sonriendo todavía.
—Y ahora necesito una ducha, ¡ala! —Me di cuenta de que todavía llevaba
el ligero vestido azul, el cual estaba más arrugado de lo que tenía derecho a
estar. Mi boca tenía mal sabor.
— Creo que vas a tener un chichón en la frente —mencionó mientras me
dirigía al baño.
Después de haberme aseado, me sentí mucho mejor. Me puse las prendas
que Alice dejó para mí en la cama, una camisa verde militar que parecía estar
hecha de seda, y pantalones cortos marrones de lino. Me sentí culpable, ya que
mis nuevas cosas eran mucho más agradables que cualquiera de las prendas
que había dejado atrás.
Fue agradable hacer algo por fin con mi pelo; el champú del hotel era de
buena calidad y mi pelo resplandeció de nuevo. Me tomé mi tiempo en secarlo
hasta dejarlo perfectamente liso. Tuve el presentimiento de que no haríamos
gran cosa hoy. Una estrecha inspección en el espejo reveló una sombra
oscureciendo en mi frente. Fabuloso.
Cuando finalmente salí del baño, la luz brillaba al máximo alrededor de los
bordes de las gruesas cortinas. Alice y Jasper estaban sentados en el sofá,
mirando fija y pacientemente la televisión, con el sonido casi apagado. Había
una nueva bandeja de comida en la mesa.
— Come —dijo Alice, señalándola firmemente.
Me senté obediente en el suelo, y comí sin darme cuenta de lo que comía.
No me gustaba la expresión de sus caras. Estaban demasiado quietos. No
apartaban la vista de la pantalla, ni siquiera cuando aparecían los anuncios.
Empujé la bandeja a un lado, con el estómago repentinamente revuelto. Alice
miró hacia la bandeja, observando con mirada disgustada que todavía estaba
llena.
— ¿Qué es lo que va mal, Alice? —pregunté dócilmente.
— Todo va bien. —Me miró con ojos abiertos y sinceros que no me creí ni
por un segundo.
— Bueno, ¿qué hacemos ahora?
— Esperaremos a que Carlisle llame.
— ¿Y no debería haber llamado ya? —Me pareció que me iba acercando al
meollo del asunto. Los ojos de Alice revolotearon desde los míos hacia el
teléfono que estaba encima de su bolso; luego volvió a mirarme.— ¿Qué
significa eso? —Me temblaba la voz y luché para controlarla— ¿Qué quieres
decir con que no ha llamado?
— Simplemente que no tienen nada que decir. —Pero su voz sonaba
demasiado monótona y el aire se me hizo más difícil de respirar.
— Bella —dijo Jasper con una voz sospechosamente tranquilizadora— no
tienes de qué preocuparte. Aquí estás completamente a salvo.
— ¿Crees que es por eso por lo que estoy preocupada? —pregunté con
incredulidad.
— ¿Entonces por qué? —Él también pareció sorprendido. Aunque podía
sentir el tono de mis emociones, no podía saber las razones que las motivaban.
— Ya oíste a Laurent —mi voz era sólo un susurro, pero estaba segura de
que podía oírme, sin duda.— Dijo que James era letal. ¿Qué pasa si algo va mal
y se separan? Si cualquiera de ellos sufriera algún daño, Carlisle, Emmett…
Edward... —Tragué con dificultad.— Si esa mujer brutal le hace daño a Rosalie
o a Esme... —hablaba cada vez más alto, y en mi voz apareció una nota de
histeria.— ¿Cómo podré vivir conmigo misma sabiendo que fue por mi culpa?
Ninguno de vosotros debería arriesgar su vida por mí...
— Bella, Bella, para... —me interrumpió Jasper, sus palabras fluyendo
rápidamente.— Te preocupas por lo que no debes, Bella. Confía en mí en esto:
ninguno de nosotros está en peligro. Ya soportas demasiada presión tal como
están las cosas, no hace falta que le añadas todas esas innecesarias
preocupaciones. ¡Escúchame! —me ordenó, porque yo había vuelto la mirada a
otro lado.— Nuestra familia es fuerte. Nuestro único temor es perderte.
— Pero, ¿por qué vosotros...? —Alice me interrumpió esta vez,
acariciándome la mejilla con sus dedos fríos.
— Edward lleva solo casi un siglo. Ahora te ha encontrado, y nuestra
familia está completa. ¿Crees que podríamos mirarle a la cara los próximos
cien años si te pierde?
La culpa remitió lentamente cuando me sumergí en sus ojos oscuros. Pero,
incluso mientras la calma se extendía sobre mí, sabía que no podía confiar en
mis sentimientos con Jasper presente.

4.Baile de Graduación

Esta parte es de auto-gratificación en su peor expresión. Tuve una


ráfaga de sensaciones con todo eso del baile de graduación y los
listones y cosas de chicas… Adelante, que cada uno asuma su riesgo.
Stephenie Meyer

— ¿Cuándo me vas a decir qué está pasando, Alice?


— Ya lo verás, se paciente —me ordenó haciendo una mueca
distraídamente.
Estábamos en mi coche pero ella conducía. Tres semanas más y ya no
estaría caminando escayolada, y entonces se iba a terminar con el asunto de
los chóferes. Me gustaba conducir.
Ya estábamos a finales de mayo, y la tierra alrededor de Forks encontraba
de alguna manera la forma de ser aún más verde de lo normal. Era precioso,
por supuesto, y de alguna manera me estaba reconciliando con el bosque,
sobre todo porque pasaba mucho más tiempo allí de lo habitual. No éramos
muy amigas todavía, la naturaleza y yo, pero nos estábamos acercando.
El cielo estaba gris, pero eso también era agradable. Era un gris perlado,
no sombrío del todo, no lluvioso, y casi suficiente cálido para mí. Las nubes
eran delgadas y seguras, esa clase de nubes que me gustaban, debido a la
libertad que garantizaban.
Pero a pesar de estos entornos agradables, me sentía particularmente
nerviosa. Por una parte debido al comportamiento extraño de Alice. Ella había
insistido fervientemente en tener una salida de chicas este sábado por la
mañana, llevándome hasta Port Angeles para hacernos la manicura y la
pedicura, rechazando a dejarme usar el modesto brillo rosa que yo quería, y
ordenando a la manicurista que me pintara las uñas con un brillante rojo
oscuro, llegó tan lejos que incluso insistió en que me pintara las uñas de mi pie
escayolado.
Cuando acabamos Alice me llevó a una zapatería, aunque solo me podía
probar un zapato de cada par. En contra de mis vigorosas protestas, me
compró un par de sandalias sobrevaluadas y de lo más poco prácticas, con
tacón de aguja –algo que parecía realmente peligroso, sujetas solamente por
una cinta de satén que se cruzaban sobre mi pie y se ataban en un ancho arco
detrás de mi tobillo. Eran de un azul profundo, y en vano intenté explicarle que
no tenía nada con lo que ponerme esos zapatos. Incluso cuando mi armario
estaba vergonzosamente lleno de la ropa que me había comprado en Los
Ángeles –la mayor parte de la ropa todavía demasiado ligera para ponérsela en
Forks– estaba convencida de que no tenía nada en ese tono. E incluso si
hubiese tenido ese tono exacto escondido en algún rincón de mi armario, mi
ropa no hacía juego con esas sandalias de tacón alto- difícilmente podía
caminar con seguridad solo usando medias. Pero mi irrebatible lógica no hacía
mella en ella. Ni siquiera me discutía.
— Bueno, no son de Biviano, pero lo van a tener que ser —murmuró
divertida, y no habló más hasta que desenfundó su tarjeta de crédito ante los
embelesados empleados. Me llevó a almorzar a un sitio de comida rápida con
servicio para llevar, diciéndome que tenía que comer en el coche, pero
negándose a explicarme la razón de tanta prisa. Además, de camino a casa le
tuve que recordar varias veces que mi coche no era capaz de ir a la velocidad
de un coche deportivo, incluso con las modificaciones que Rosalie le había
hecho, y que por favor le diera un respiro al pobre trasto.
Por lo general, Alice era mi chófer preferido. Ella no parecía aburrida
conduciendo a veinte o treinta kilómetros por encima del límite de velocidad,
cosa que algunas personas no podían soportar.
Pero la agenda secreta de Alice era solo la mitad del problema, por
supuesto. Yo también estaba patéticamente ansiosa porque no había visto el
bello rostro de Edward en casi seis horas y eso debe de haber sido un récord
en los últimos dos meses.
Charlie había estado difícil, pero no imposible. Se había reconciliado con la
constante presencia de Edward cuando regresaba a casa, sin encontrar nada
de qué quejarse cuando nos sentábamos en la mesa para hacer las tareas del
instituto –hasta parecía disfrutar de su compañía cuando gritaban juntos los
partidos en ESPN. Pero no había perdido nada de su original severidad cuando
sostenía la puerta abierta a Edward exactamente a las diez en punto de cada
noche de la semana. Por supuesto, Charlie era completamente inconsciente de
la habilidad de Edward para regresar con su coche a casa y estar de vuelta en
mi ventana en menos de diez minutos.
Él era mucho más agradable con Alice, a veces de manera un tanto
embarazosa. Obviamente, hasta que tuviera mi voluminosa escayola algo más
manejable, necesitaba la ayuda de una mujer. Alice era un ángel, una
hermana; todas las noches y todas las mañanas aparecía para ayudarme con
mis rutinas diarias. Charlie estaba enormemente agradecido de ser relevado
del horror de una hija casi adulta que necesitaba ayuda para ducharse -esa
clase de cosas estaban lejos de ser de su comodidad, y también de la mía, por
lo mismo. Pero era con más que gratitud que Charlie comenzó a llamarla
«ángel» como apodo, y la miraba con ojos embelesados cuando ella danzaba
sonriente por la pequeña casa, iluminándola. Ningún ser humano podía
resistirse a su increíble belleza y gracia, y cuando ella se deslizaba por la
puerta cada noche con un cariñoso, Te veo mañana, Charlie, lo dejaba
atontado.
— Alice, ¿vamos a casas ahora? —le pregunté en ese momento,
entendiendo las dos que me refería a la casa blanca junto al rió.
— Sí. —Sonrió, conociéndome bien.— Pero Edward no está ahí.
Me enfurruñé.
— ¿Dónde está?
— Él tenía algunos recados que hacer.
— ¿Recados? —repetí tajante.— Alice, —mi tono se volvió suplicante— por
favor dime qué está pasando.
Ella sacudió la cabeza, negando pero sonriendo al mismo tiempo.
— Me estoy divirtiendo mucho —explicó.
Cuando entramos en casa, Alice me llevó directa arriba, a su baño del
tamaño de una habitación. Me sorprendió encontrar a Rosalie ahí,
esperándome con una sonrisa celestial, detrás de una silla rosa. Un arsenal de
herramientas y productos de belleza cubrían el largo mostrador.
— Siéntate —ordenó Alice. La miré cuidadosamente un minuto, y
entonces, decidiendo que ella estaba preparada para usar la fuerza si era
necesario, cojeé hasta la silla y me senté con la dignidad que pude mantener.
Rosalie inmediatamente empezó a cepillarme el pelo.
— ¿Supongo que no me dirás de qué va esto? —le pregunté.
— Puedes torturarme, —murmuró, absorta con mi pelo— pero nunca
hablaré.
Rosalie sujeto mi cabeza en el lavabo mientras Alice frotaba mi pelo con
un champú que olía como a menta y a pomelo. Alice secó furiosamente los
mechones de mi pelo con una toalla y después roció casi una botella entera de
algo más -este olía como a pepinos- en el pelo mojado y me pasó la toalla otra
vez.
Peinaron el lío rápidamente, y lo que fuera que olía a pepino hizo que el
enredo desapareciera. Tenía que pedirles un poco de ese líquido. Luego cada
una cogió un secador y se pusieron a trabajar.
Mientras pasaban los minutos, y seguían descubriendo nuevas secciones
de pelo empapado, sus caras empezaron a tomar una expresión un poco
preocupada. Sonreí suspicaz. Hay algunas cosas que incluso ni los vampiros
podían acelerar.
— ¡Tiene una cantidad tremenda de pelo! —comentó Rosalie con voz
ansiosa.
— ¡Jasper! —llamó claramente Alice, pero no en voz muy alta.—
¡Encuéntrame otro secador!
Jasper vino a su rescate, alguna manera apareciendo con dos secadores
más, cada uno de ellos apuntando a mi cabeza, profundamente divertido,
mientras ellas seguían trabajando.
— Jasper… —empecé esperanzada.
— Lo siento, Bella. No tengo permitido decir nada.
Cuando todo estuvo seco y esponjoso, Jassper escapó agradecido. Mi pelo
sobresalía tres centímetros de mi cabeza.
— ¿Qué me habéis hecho? —pregunté horrorizada. Pero ellas me
ignoraron, sacando una caja de rulos calientes.
Intenté convencerlas de que mi pelo no se rizaba, pero me ignoraron,
embadurnando algo que era de un color amarillo poco saludable a través de
cada mechón antes enroscarlo alrededor de un rulo caliente.
— ¿Encontraste zapatos? —preguntó intensamente Rosalie mientras
trabajaban, como si la respuesta fuese de vital importancia.
— Sí, son perfectos —agregó Alice con satisfacción.
Miré a Rosalie en el espejo, cabeceando como si un gran peso hubiese
sido sacado de su mente.
— Tu pelo se ve bien —dije. No que no estuviese siempre ideal -pero ella
lo tenía levantado esa tarde, creando una corona de rizos dorados encima de
su perfecta cabeza.
— Gracias —me sonrió. Ahora habían empezado con la segunda tanda de
rizos.
— ¿Qué piensas sobre el maquillaje? —preguntó Alice.
— Es doloroso —acoté. Ambas me ignoraron de nuevo.
— No necesita mucho, su piel está mejor desnuda —dijo divertida Rosalie.
— Pintalabios, entonces —decidió Alice.
— Y rímel y lápiz de ojos —agregó Rosalie— Solo un poco.
Suspiré fuertemente. Alice sonrió.
— Se paciente, Bella. Nos estamos divirtiendo.
— Bien, mientras vosotras os divirtáis —murmuré.
Terminaron de colocar todos los rulos ceñidamente e incómodamente
sujetos a mi cabeza.
— Ahora, vamos a vestirla —La voz de Alice se emocionó. No quería
esperar a que abandonase el baño por mi propio pie. En lugar de eso, me
levantó y me llevó a la grande habitación blanca de Rosalie y Emmett. En la
cama, había un vestido. Azul Jacinto, por supuesto.
— ¿Qué te parece? —inquirió Alice.
Esa era una buena pregunta. Era ligeramente escotado, con volantes,
aparentemente para ser llevado por debajo de los hombros, con largas mangas
que se fruncían en las muñecas. La blusa escotada estaba rodeada por otra,
con pálidas flores, en tela azul, que se plisaban juntas para formar un fino
volante en el lado izquierdo. El material florecido era más largo por la parte de
atrás, pero abierto en la parte delantera por varias capas de volantes de suave
azul, aclarado en tono cuando alcanzaban el dobladillo de la parte baja.
— Alice —gemí— ¡No puedo ponerme eso!
— ¿Por qué? —exigió en voz fuerte.
— ¡La parte de arriba es totalmente transparente!
— Esto va debajo —Rosalie levantó un pedazo de la tela azul pálido.
— ¿Qué es esto? —pregunté aterrada.
— Es un corsé, tonta —dijo Alice, impaciente.— Ahora te vas a poner esto
sola o tengo que llamar a Jasper y pedirle que te sujete mientras yo lo hago? —
me amenazó.
— Se suponía que eras mi amiga —le acusé.
— Se buena Bella —suspiró.— No recuerdo haber sido humana y estoy
intentando tener algo de diversión contigo. Además, es por tu propio bien.
Me quejé y me ruboricé mucho, pero no les llevó mucho tiempo meterme
en el vestido. Lo tenía que admitir, el corsé tenía sus ventajas.
— ¡Guau! —exhalé, mirando hacia abajo.— ¡Tengo escote!
— Quien lo hubiera adivinado —Alice se rió entre dientes, encantada con
su trabajo. Aunque no estaba completamente convencida.
— ¿No creéis que este vestido en un poco demasiado… no sé, atrevido…
para Forks? —pregunté dubitativa.
— Yo creo que las palabras que estas buscando son Alta Costura —dijo
Rosalie riendo.
— No es para Forks, es para Edward —insistió Alice.— Es perfecto.
Entonces, me llevaron de vuelta al baño, donde desenroscaron los rulos
con dedos voladores. Para mi asombro, cayeron cascadas de rizos. Rosalie
sujeto la mayoría de ellos arriba, enrollándolos cuidadosamente en una media
cola de caballo que se desbordaba sobre mi espalda. Mientras ella trabajaba,
Alice pintó rápidamente una fina raya alrededor de cada uno de mis ojos, me
puso rímel, y pasó cuidadosamente un pintalabios rojo oscuro por mis labios.
Luego se fue de la habitación y volvió rápidamente con los zapatos.
— Perfectos —respiró Rosalie mientras Alice los sujetaba para admirarlos.
Alice ató el zapato asesino con experiencia, y luego miró mi escayola con
especulación en sus ojos.
— Supongo que hemos hecho lo que hemos podido —sacudió su cabeza
tristemente.— ¿No crees que Carlisle nos dejaría…? —Miró a Rosalie.
— Lo dudo —replicó Rosalie secamente. Alice suspiró.
Ambas levantaron sus cabezas entonces.
— Ya ha vuelto — yo sabía a quién se referían, y sentí el aleteo de
energéticas mariposas en mi estomago.
— Él puede esperar. Hay una cosa más importante —dijo Alice
firmemente. Me levantó otra vez –era necesario, estaba segura que no podría
caminar con ese zapato- y me llevó a su habitación, donde ella gentilmente me
dejó de pie en frente de su enorme espejo de cuerpo entero.
— Ahí—dijo— ¿La ves?
Miré fijamente a la extraña en el espejo. Ella parecía muy alta con los
zapatos de tacón, la lánguida línea del ceñido vestido contribuía a la ilusión. El
escote recto -dónde su inusual e impresionante busto atrajo mi atención otra
vez- hacía ver su cuello muy largo, mientras las columnas de brillantes rizos
bajaban por su espalda. El color azul de la gasa era perfecto, destacando la
cremosidad de su piel de marfil, el rosado del sonrojo de sus mejillas. Ella
estaba muy guapa, lo tenía que admitir.
— Bien, Alice —sonreí— La veo.
— No la olvides —ordenó.
Me levantó otra vez, y me llevó al descansillo superior de las escaleras.
— ¡Date la vuelta y cierra los ojos! —ordenó a quien esperaba abajo.— Y
mantente fuera de mi mente, no lo arruines.
Alice vaciló, caminando más despacio de lo normal bajando la escalera
hasta que pudo ver que él había obedecido. Entonces voló el resto del camino.
Edward estaba esperando junto a la puerta, de espaldas a nosotras, muy alto y
de negro. Nunca antes le había visto vestir de negro. Alice me puso derecha,
arreglando la tela de mi vestido, colocando un rizo en su lugar, y entonces me
dejó ahí, mientras se fue a sentar al banco del piano a mirar. Rosalie la siguió y
se sentó con ella.
— ¿Puedo mirar? —su voz era intensa por la ansiedad, hizo que mi corazón
palpitara irregularmente.
— Sí… ahora —ordenó Alice.
Edward se giró inmediatamente, y se quedó congelado en el sitio con los
ojos abiertos de par en par. Pude sentir el adulador calor por mi cuello y teñir
mis mejillas. Él estaba magnífico; sentí un parpadeo del viejo miedo, que él
fuera solo un sueño, no era posible que fuese real. Él vestía un esmoquin
negro, y debería haber estado en una premier de cine, no a mi lado. Le miré
fijamente con aterrorizada incredulidad.
Caminó lentamente hacía mi, vacilando en un pie cuando me alcanzó.
— Alice, Rosalie…gracias —espiró sin dejar de mirarme. Oí la risa ahogada
de placer de Alice.
Dio un paso adelante, tomando con su mano fría mi mentón e inclinándose
para presionar sus labios en mi garganta.
— Eres tú —murmuró contra mi piel. Se apartó, y había un ramo de flores
blancas en su otra mano.
— Fressias —me informó mientras las fijaba en mis rizos.—
Completamente redundante, por lo que concierne a la fragancia, por supuesto.
—Se inclinó hacia atrás para verme otra vez. Sonrió con esa sonrisa que me
paraba el corazón.— Estás absurdamente hermosa.
— Me robaste las palabras —mantuve mi voz tan clara como pude
manejar.— Justo cuando me había convencido a mí misma de que eras real, te
apareces así vestido y tengo miedo de que esté soñando de nuevo.
Él me levantó rápidamente en sus brazos. Me sujetó cerca de su cara,
mientras sus ojos ardían a medida que me acercaba.
— ¡Cuidado con el pintalabios! —ordenó Alice.
Él se rió en rebeldía, pero dejó caer su boca al hueco de mi garganta en su
lugar.
— ¿Estás lista para irnos? —me preguntó.
— ¿Me va a decir alguien en algún momento cuál es la ocasión?
Él se rió otra vez, mirando por encima de su hombro a sus hermanas.
— ¿No lo ha adivinado?
— No —rió tontamente Alice. Edward rió con deleite. Fruncí el ceño.
— ¿Qué me estoy perdiendo?
— No te preocupes, lo entenderás muy pronto —me aseguró.
— Déjala en el suelo, Edward, para que pueda sacaros un foto —Esme
estaba bajando las escaleras con una cámara plateada en sus manos.
— ¿Fotos? —murmuré, mientras él me ponía cuidadosamente sobre mi pie
bueno. Estaba teniendo un mal presentimiento sobre todo esto.— ¿Aparecerás
en la foto? —pregunté sarcásticamente.
Edward me sonrió.
Esme nos tomó varias fotografías, hasta que Edward irónicamente insistió
en que se nos iba a hacer tarde.
— Nos veremos allí —dijo Alice mientras él me llevaba a la puerta.
— ¿Alice estará allí? Donde quiera que sea —Me sentí un poco mejor.
— Y Jasper, y Emmett, y Rosalie.
Mi frente se arrugó por la concentración mientras intentaba adivinar el
secreto.
Él rió disimuladamente ante mi expresión.
— Bella —me llamó Esme.— Tu padre está al teléfono.
— ¿Charlie? —preguntamos simultáneamente Edward y yo. Esme me trajo
el teléfono, pero él me lo arrebató cuando ella intentó dármelo a mí,
manteniéndome lejos fácilmente con un brazo.
— ¡Oye! —protesté, pero él ya estaba hablando.
— ¿Charlie? Soy yo. ¿Qué pasa? —sonó preocupado. Mi cara palideció.
Pero su expresión pronto se volvió divertida y de repente malvada.
— Dale el teléfono, Charlie, déjame hablar con él. —Lo que fuera que
estaba pasando, Edward se estaba divirtiendo demasiado como para que
Charlie estuviera en peligro. Me relajé ligeramente.
— Hola, Tyler, soy Edward Cullen —su voz era muy amistosa, en
apariencia. Pero yo ya le conocía lo bastante bien como para detectar el leve
rastro de amenaza en su tono. ¿Qué estaba haciendo Tyler en mi casa? Caí en
la cuenta de la terrible verdad poco a poco.— Lamento que se haya producido
algún tipo de malentendido, pero Bella no está disponible esta noche. —El tono
de su voz cambió, y la amenaza se hizo más evidente mientras seguía
hablando.— Para serte totalmente sincero, ella no va a estar disponible
ninguna noche para cualquier otra persona que no sea yo. No te ofendas. Y
lamento estropearte la velada. —No sonaba como arrepentido para nada. Y
entonces, colgó el teléfono con una ancha y estúpida sonrisa en su rostro.
— ¡Me estás llevando al baile de graduación! —Le acusé furiosa. Mi cara y
mi cuello se ruborizaron con cólera. Pude sentir las lágrimas de rabia que se
empezaban a acumular en mis ojos.
Él no esperaba una reacción tan fuerte, eso estaba claro. Apretó los labios
con fuerza y sus ojos se oscurecieron.
— No te pongas difícil, Bella.
— Bella, vamos todos —me animó Alice, repentinamente junto a mi
hombro.
— ¿Por qué me hacéis esto? —exigí.
— Será divertido —Alice era todavía optimista.
Pero Edward se inclinó para murmurar muy despacio en mi oreja, con su
voz de seria y de terciopelo.
— Solo eres humana una vez, Bella. Compláceme. —Entonces dirigió
contra mí la fuerza de sus abrasadores ojos dorados, fundiéndose mi
resistencia con su calor.
— Bien —contesté con un mohín, incapaz de echar fuego por los ojos con
la eficacia deseada.— Me lo tomaré con calma. Pero ya veréis —les advertí
secamente.— En mi caso, la mala suerte se está convirtiendo en un hábito.
Seguramente me romperé la otra pierna. ¡Mira este zapato! ¡Es una trampa
mortal! —Levanté la pierna para reforzar la idea.
— Mmm —miró atentamente mi pierna más tiempo del necesario,
entonces miró a Alice con ojos brillantes— Una vez más, gracias.
— Llegaréis tarde donde Charlie —nos recordó Esme.
— Está bien, vamos —me levantó y me llevó hacia la puerta.
— ¿Está Charlie al tanto de todo esto? —pregunté con los dientes
apretados.
— Por supuesto —contestó con una mueca.
Estaba preocupada, por lo que no me di cuenta al principio. Solo fui
consciente de un coche plateado, y asumí que era el Volvo. Pero entonces se
detuvo tan abajo al acomodarme dentro del coche que pensé que me iba a
sentar en el suelo.
— ¿Qué es esto? —pregunté, sorprendida de encontrarme en un coupe
que no me era famialiar.— ¿Dónde está el Volvo?
— El Volvo es mi coche de diario —me dijo con cuidado, por si podía tener
otro ataque.— Este es el coche para ocasiones especiales.
— ¿Qué pensará Charlie? —sacudí la cabeza con desaprobación mientras
me subía al coche y encendía el motor. Ronroneó.
— Ah, la mayor parte de la gente en Forks piensa que Carlisle es un
codicioso coleccionista de coches. —Se apresuró por el bosque hacía la
carretera.
— ¿Y no lo es?
— No, en realidad ese es más mi hobby. Rosalie también colecciona
coches, pero ella prefiere perder el tiempo con sus entrañas antes que
conducirlos. Ha hecho un excelente trabajo con éste.
Todavía me estaba preguntando por qué íbamos a casa de Charlie cuando
aparcó en frente de ella. La luz de porche estaba encendida, aunque aún no
había anochecido. Charlie seguramente estaba esperando, probablemente en
ese momento estaría espiando por la ventana. Empecé a ruborizarme,
preguntándome si la primera reacción de mi padre hacía el vestido no sería
similar a la mía. Edward rodeó el coche, demasiado despacio para él, para
abrirme la puerta -confirmando mi sospecha de que Charlie estaba
mirándonos.
Entonces, mientras Edward me sacaba cuidadosamente fuera del pequeño
coche, Charlie -muy fuera de lo común- salió a la entrada para recibirnos. Mis
mejillas ardían; Edward se dio cuenta y me miró interrogante. Pero no
necesitaba estar preocupada. Charlie no me había visto aún.
— ¿Es esto un Aston Martin? —Preguntó a Edward con una voz reverente.
— Sí, el Vanquish —Las comisuras de su boca se elevaron, pero logró
controlarlo.
Charlie lanzó un silbido por lo bajo.
— ¿Quieres probarlo? —Edward levantó la llave ofreciéndosela.
Los ojos de Charlie finalmente se apartaron del coche. Miró a Edward con
incredulidad –ruborizado por una diminuta esperanza.
— No —dijo reacio— ¿Que diría tu padre?
— Carlisle no tendría inconveniente —dijo Edward sinceramente, entre
risas.— Adelante.
Edward apretó la llave en la dispuesta mano de Charlie.
— Bueno, solo una vuelta rápida… —Charlie ya acariciaba la carrocería
con una mano.
Edward me ayudó a llegar cojeando a la puerta principal, levantándome
en brazos tan pronto como estuvimos dentro, y llevándome a la cocina.
— Eso estuvo muy bien —dije.— Charlie no tuvo la oportunidad de flipar
con mi vestido.
Edward parpadeó.
— No había pensado en eso —admitió. Sus ojos recorrieron de nuevo mi
vestido con una expresión crítica.— Supongo que ha estado bien que no
cogiéramos la furgoneta, clásica o no.
Miré más allá de su rostro con desgano, para darme cuenta de que la
cocina estaba inusualmente iluminada. Había velas en la mesa, muchas, quizás
veinte o treinta velas blancas. La vieja mesa estaba oculta por un largo mantel
blanco, al igual que las dos sillas.
— ¿Es en esto en lo que has estado trabajando hoy?
—No, esto solo me llevó medio segundo. Fue la comida lo que me llevó
todo el día. Se lo desagradables que te resultan los restaurantes elegantes, no
hay muchas opciones que cuadren en esa categoría por aquí, pero decidí que
no podías quejarte sobre tu propia cocina.
Me sentó en una de las blancas sillas envueltas, y empezó a sacar cosas
del frigorífico y del horno. Me di cuenta que había solo cubiertos para una
persona.
— ¿No vas a alimentar a Charlie, también? Tendrá que volver a casa en
algún momento.
— Charlie no puede comer nada más. ¿Quién piensas que fue mi
degustador? Tenía que estar seguro de que todo era comestible.— Puso un
plato delante de mí, lleno de cosas que parecían muy comestibles. Suspiré.
— ¿Todavía estás enfadada? —pasó la otra silla alrededor de la mesa para
poder sentarse junto a mí.
— No. Bueno, sí, pero no en este momento. Estaba solo pensando –ahí va
la única cosa que podía hacer mejor que tú. Esto tiene buena pinta. —Suspiré
otra vez.
El se rió entre dientes.
— Aún no lo has probado -se optimista, puede que esté horrible.
Comí un trozo, me detuve, y entonces hice una mueca.
— ¿Está horrible? —preguntó asustado.
— No, está fabuloso, naturalmente.
—Es un alivio —sonrió, tan perfecto.— No te preocupes, todavía hay
muchas cosas en las que eres mejor que yo.
— Nombra una.
No contestó inmediatamente, solo acarició suavemente su frió dedo por la
línea de mi clavícula, sosteniendo mi mirada con ojos ardientes hasta que sentí
cómo mi piel ardía y se sonrojaba.
—Una es esta —murmuró, tocando el carmesí de mi mejilla.— Nunca he
visto a nadie ruborizarse tan bien como lo haces tú.
— Genial, —fruncí el ceño—reacciones involuntarias, algo de lo que puedo
estar orgullosa.
— También eres la persona más valiente que conozco.
— ¿Valiente? —tosí.
— Pasas todo tu tiempo libre en compañía de vampiros; eso precisa
coraje. Y no vacilas en ponerte a una proximidad peligrosa de mis dientes…
Sacudí mi cabeza.
— Sabía que no podías encontrar algo.
Se rió.
— Estoy hablando en serio, lo sabes. Pero no importa. Come. —Me cogió el
tenedor, impaciente, y empezó a alimentarme. La comida estaba perfecta, por
supuesto.
Charlie volvió a casa cuando ya había casi acabado. Miré su rostro con
cuidado, pero mi suerte se mantenía, estaba demasiado deslumbrado por el
coche como para darse cuenta de cómo estaba vestida. Le devolvió las llaves a
Edward.
— Gracias, Edward —sonrió soñador.— Eso sí que es un coche.
— De nada.
— ¿Cómo estaba todo? —Charlie miró mi plato vacío.
— Perfecto —Suspire.
— Ya sabes, Bella, puedes dejarle que practique para nosotros de nuevo
alguna vez —insinuó.
Dirigí a Edward una mirada oscura.
— Estoy segura de que lo hará, papá.
No fue hasta que estuvimos al otro lado de la puerta cuando Charlie se
despertó completamente. Edward tenía su brazo alrededor de mi cintura, como
equilibrio y apoyo, mientras cojeaba en el inestable zapato.
— Mmm, pareces… muy mayor, Bella. —Podía oír el principio del discurso
de desaprobación paternal.
— Alice me vistió. No pude decir mucho.
Edward rió tan bajo que apenas lo escuché.
— Bueno, si Alice… —se arrepintió y se ablandó. — Estás muy guapa, Bells
—se detuvo con un rayo astuto en sus ojos.— Así que, ¿debería estar
esperando que aparezca algún otro joven más con esmoquin esta noche?
Gemí mientras Edward reía disimuladamente. Cómo podía alguien ser tan
inconsciente como Tyler, no lo podía entender. En realidad, Edward y yo nunca
lo mantuvimos en secreto en el instituto. Íbamos y volvíamos juntos, me
acompañaba a todas mis clases, me sentaba con él y su familia en la comida, y
Edward tampoco era precisamente tímido en cuanto a besarme ante testigos.
Tyler claramente necesitaba la ayuda de un profesional.
— Espero que no —Edward dijo mientras sonreía a mi padre.— Hay un
frigorífico repleto de sobras, que se sirvan ellos mismos.
— No creo que eso sea posible, esos restos son míos —murmuró Charlie.
— Apunta los nombres para mi, Charlie —el indicio de amenaza en su voz
era probablemente sólo audible para mí.
— Ah, ¡suficiente! —ordené.
Afortunadamente, por fin nos metimos en el coche y nos fuimos.

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