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La eterna deuda mendocina (que también es argentina)

Por Ignacio G. Perotti Pinciroli *

En el día de ayer, pasado el mediodía, se comenzaban a publicar en internet una serie


de notas –en efecto cascada– en diferentes medios periodísticos locales y nacionales
acerca de las torturas ocurridas en el complejo carcelario “San Felipe”. Entre las que
leí, no pude evitar dirigir mi atención al titular de Página/12: “La eterna deuda
mendocina: torturas en una cárcel de Mendoza”. La nota hacía alusión a los hechos que
vieron luz el pasado lunes, encarnados en la denuncia interpuesta por la Asociación
Xumek ante organismos del Poder Ejecutivo, Legislativo, Judicial y ante Organismos
Internacionales de Derechos Humanos –entre los que se cuentan a la Comisión
Interamericana (CIDH) y el Relator sobre la Tortura de Naciones Unidas– y que daba
cuenta de gravísimas violaciones a los derechos humanos. En ese instante, no pude
evitar corregir –mentalmente– el titular de “Página”: la eterna deuda es “mendocina”
pero también es “argentina”.
La República Argentina ratificó la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas
Crueles, Inhumanos o Degradantes en el año 1986, a través de la ley Nº 23.338, por
medio de la cual nuestro país se obligó internacionalmente –entre otras cosas– a
prevenir, sancionar y erradicar los tratos crueles inhumanos o degradantes que
constituyan un tipo de “tortura”, entendida ésta en un sentido amplio.
Asimismo, en el año 2004 y por medio de la ley Nº 25.932, Argentina ratificó el
Protocolo Facultativo de la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas
Crueles, Inhumanos o Degradantes. Este instrumento prevé la creación de organismos
de prevención y control de estas prácticas ilegales, bajo tres órdenes: internacional –
denominado Subcomité para la Prevención de la Tortura–, nacional –denominados
Mecanismos nacionales de prevención– y, por último en el orden local la creación –en
el ámbito de las provincias, en nuestro caso – de Mecanismos Locales de Prevención.
No es en vano recordar como antecedentes lamentables del sistema carcelario
provincial, las paupérrimas condiciones edilicias y de alojamiento en las que –hasta no
hace mucho y aún en la actualidad–se encontraban las personas privadas de su
libertad en nuestra provincia. Esta situación provocó que un grupo de abogados
nucleados en la Asociación Xumek iniciara la presentación de una serie de acciones

*
El autor es miembro de la Comisión de Docencia y Capacitación de la Asociación Xumek.
judiciales tendientes a la protección de los derechos humanos de las personas
detenidas, acciones que desembocaron en las ya conocidas Medidas Provisionales
dictadas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos y el caso contencioso ante
el mismo organismo, caratulado como caso “Penitenciarías de Mendoza”. Dicho
planteamiento internacional culminó con un acuerdo de solución amistosa rubricado
entre los peticionarios, el gobierno provincial y el gobierno nacional, homologado por
el decreto provincial Nº 2.740 del año 2007, ratificado por la ley Nº 7.930.
En dicha norma se legalizó el compromiso del Estado Provincial de “[…] someter a la
consideración de la Legislatura de la Provincia de Mendoza un proyecto de ley mediante
el cual se cree un organismo local de prevención en el marco del Protocolo Facultativo
de la Convención contra la Tortura y otros tratos o penas crueles inhumanos o
degradantes, y a realizar las gestiones pertinentes para lograr su aprobación […]”.
En ese contexto, el 28 de noviembre de 2008, el Poder Ejecutivo Provincial presentó
un proyecto de ley para la creación del Mecanismo Provincial para Prevenir la
Tortura, proyecto que fue fruto del trabajo conjunto entre la Dirección de Derechos
Humanos de la provincia y Xumek.
El proyecto prevé la creación de un organismo descentralizado, independiente y con
personalidad jurídica propia, funcionalmente autónomo y financieramente
autárquico, entre cuyas funciones principales se encuentran las de: visitar
periódicamente y sin previo aviso los lugares de privación de la libertad, controlar en
forma permanente los tratos a que son sometidos las personas alojadas en dichos
lugares, requerir la presencia de magistrados y funcionarios judiciales o
administrativos, realizar informes, entre otras tantas. Hasta el año pasado, desde los
poderes del Estado, casi nadie hablaba –ni le interesaba, siquiera– la creación de este
organismo de prevención de la tortura.
En el mes de noviembre de 2010, la Asociación Xumek llevó a cabo –en forma conjunta
con la Asociación para la Prevención de la Tortura (APT), la Dirección de Derechos
Humanos y el Honorable Senado Provincial– unas jornadas dedicadas específicamente
a tratar esta temática, con la participación de expertos internacionales y locales. La
concurrencia, como era de esperarse, no fue precisamente desbordante. A pesar del
alto prestigio de los panelistas –entre los que se encontraba Emilio Ginés, miembro
español del Subcomité de Naciones Unidas– el público asistente se distribuyó entre
miembros de ONG’s, estudiantes universitarios, publico en general y solo un par –
literalmente– de legisladores. Entre las autoridades que recibieron y dialogaron con la
delegación internacional se encontraron la Senadora Alejandra Naman, la Directora de
Derechos Humanos, María José Ubaldini –ambas coorganizadoras y miembros del
panel–, los Senadores Víctor Camerucci, Carlos Aguinaga y el Ministro de Gobierno,
Mario Adaro.
Hoy, luego de lo sucedido, la mayoría de los legisladores ha adquirido –como por arte
de magia– un férreo compromiso por la aprobación de este proyecto de ley y una
repentina necesidad de escuchar. ¿Mérito de un excelente proyecto, consensuado y
analizado pormenorizadamente? ¿Producto de un análisis reflexivo de los miembros
de nuestro Palacio Legislativo quienes, como consecuencia de las actividades de
promoción propiciadas desde la sociedad civil, se convencieron de la imperiosa
necesidad de contar con un ente estatal para prevenir y controlar estos aberrantes
hechos? Vaya ingenuidad si así lo creyésemos.
Lo cierto es que, lamentablemente, las acciones –casi espasmódicas– de nuestros
dirigentes políticos son hijas de la coyuntura. Y no menos cierto es que, tal y como se
mencionó en algún momento en aquellas jornadas de noviembre, a nuestros
conciudadanos en general y –por íntima conexión– a nuestra clase dirigente en
particular, no les interesan en lo más mínimo los padecimientos de los marginados de
nuestra sociedad.
No obstante, somos muchas las personas a las que sí nos interesa. Somos muchos los
que estamos comprometidos en cambiar el estado de situación; en mejorar, en ayudar,
en escuchar, en aprender, en enseñar. En definitiva, somos muchos los que creemos
que la deuda en materia de derechos humanos no sólo es mendocina. La deuda es
argentina, la deuda es de todos y cada uno de nosotros. Sólo resta hacernos cargo.

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