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Seguro estoy, que este elogio no logrará decir quién es en realidad su Eminencia,
además, entre nosotros puede haber alguien que le conozca mejor, en ese sentido mi
elogio a su persona será acotado, en definitiva, es imposible hacer un elogio magnánimo
a una vida llena de infinidad de virtudes.
Su humildad se muestra en cada uno de los escenarios de su vida, desde interesarse por
cada una de las familias de las personas que conviven con él, y este interés se
materializa con su compromiso cercano, y sobre todo con su calidez humana. Su
humildad es materializada cuando sufre, y sus lagrimas no dejan de rodar cuando ve
lejana a la Honduras de sus sueños, y por la que tanto ha trabajado, y nos es alarde a su
imagen, es hacerle justicia a su persona decir que gracias a su persona, Honduras
alcanzó la condonación de la deuda externa, recursos que al final no llegaron a donde
era su deseo, a los empobrecidos, causa de la corrupción a la que tanto ha denunciado, y
contra la que tanto ha trabajado.
Quiero en nombre de mis hermanos, pedirle perdón porque no hemos sido sus mejores
hijos, entre nosotros ha sido no pocas veces el padre incomprendido. Usted es el padre
que nunca no has tratado con el látigo de la retribución, al contrario, siempre es el que
mide con la medida que no ha sido medido, usted es el que siempre mide con la medida
del amor, no conoce el límite de la indiferencia, su corazón no padece de rencor.
Gracias porque en usted no vemos al obispo, vemos al padre que siempre confía en
nosotros, y espera de nosotros y para nosotros lo mejor, su don de gente es ser siempre
padre. Decía el Cardenal Henry Newman: “Una prueba principal de ser verdaderos
siervos de Dios es nuestro deseo de servirle mejor”. Eminencia, somos testigos de que
usted es un siervo de Dios porque su deseo de servir a Dios, no se lo ha impedido nadie,
menos el Covid-19, y lo ha hecho a través de sus hermanos, nosotros sus sacerdotes.
Usted siempre es el sacerdote con nosotros los sacerdotes, y siempre cualquier sacerdote
en su joven ministerio se sentirá desvordado y en lo profundo retado, por su fructifiro
ministerio, el digno de exaltar cada una de sus virtudes y dones, exorbitantes en su
pluralidad y en su riqueza, pero todos esos carismas contienen un tesoro porque brotan
desde ese “¡Ay de mi sino evangelizo!”, por ello están llenos de alegría y jovielidad,
gracias a eso siempre Dios es nuevo y presente. Porque Dios es una presencia sacerdotal
en la persona de Su Eminencia Cardenal Óscar Andrés Rodrífuez Maradiaga.