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Cuando quien ocupa el estrado para hacer elogio a una persona corre el peligro de que al

hablar diga cosas que no logren describir al elogiado en su totalidad, o al pretenderlo


elogiar, haya personas que le conozcan mejor, entonces mi elogio puede provocar la
decepción de quienes me escuchan. Creo que ante esta disyuntiva me encuentro el día
de hoy, decir un elogio a la vida de su Eminencia Cardenal Óscar Andrés Rodríguez
Maradiaga, es ya un privilegio indescriptible, no por quien dice el elogio sino por la
vida de quien es elogiado.

Seguro estoy, que este elogio no logrará decir quién es en realidad su Eminencia,
además, entre nosotros puede haber alguien que le conozca mejor, en ese sentido mi
elogio a su persona será acotado, en definitiva, es imposible hacer un elogio magnánimo
a una vida llena de infinidad de virtudes.

Elogiar su persona parece imposible, no porque no podamos hacerlo sino porque


nuestro elogio a su vida siempre será una cosa pequeña en comparación a su vida. Pues,
lo que quiero es describir algunas de sus virtudes porque sólo la virtud, en realidad nos
cuenta lo valioso de una vida y, sobre todo quiero agradecer a Dios por cada una de
ellas, porque cada virtud es un fruto que nosotros hemos visto cosechar y, más allá de
eso, nosotros somos fruto de cada una de ellas.

A Su Eminencia quien le ve de lejos, corre el riego de no descubrir y conocer la riqueza


de su persona, la virtud de la sencillez, es sin duda el estandarte que ocultamente
siempre hace brillar su rostro. Sabemos de sus habilidades poliglotas y aeronáuticas, son
una riqueza en su persona, pero no lo serían sí su persona no estuviese dirigida por la
humildad; su humildad está en lo profundo de las decisiones de su vida, en su forma de
vivir y, de caminar junto a todos los fieles de esta nuestra diócesis.

Su humildad se muestra en cada uno de los escenarios de su vida, desde interesarse por
cada una de las familias de las personas que conviven con él, y este interés se
materializa con su compromiso cercano, y sobre todo con su calidez humana. Su
humildad es materializada cuando sufre, y sus lagrimas no dejan de rodar cuando ve
lejana a la Honduras de sus sueños, y por la que tanto ha trabajado, y nos es alarde a su
imagen, es hacerle justicia a su persona decir que gracias a su persona, Honduras
alcanzó la condonación de la deuda externa, recursos que al final no llegaron a donde
era su deseo, a los empobrecidos, causa de la corrupción a la que tanto ha denunciado, y
contra la que tanto ha trabajado.

Su cercanía al Papa Francisco no es consecuencia de una circunstancia latinoamericana,


esto lo manifiesta su cercanía a San Juan Pablo II, y al Papa Emérito Benedicto XVI,
colaborando con estos dos últimos en sus pontificados. Esto le ha valido en su raíz para
la cercanía con el Papa Francisco, más allá de su amistad con el Papa, Su eminencia ha
demostrado ser el Pastor con olor a oveja, dejándose trasfigurar por la realidad de cada
una de las particularidades de la Iglesia de América Latina.

Su compromiso con estas Iglesias particulares le ha valido la cercanía con este


pontificado y los dos anteriores, y desde esa cercanía ha impregnado a la Iglesia
Universal con un “nuevo aggiormento misionero”, palpado en la exhortación La
Alegría del Evangelio de su Santidad el Papa Francisco. Pero esta cercanía, es justo
decirlo, le ha llevado a las consecuencias de sufrir “el martirio de la lengua”, fuera de la
Iglesia y dentro de ella. Nadie puede negar que una persona no está eximida de
equivocaciones, pero de su Eminencia es digno decir como lo dijo el Papa Francisco:
“Al pobre le tiran de todos lados, pero no hay nada probado: es un hombre honesto”. Su
honestidad no es una virtud que se reduce a no robar, sino que es su modo de vivir y
actuar en cada una de las actividades más recónditas de su vida.

Su eminencia el fruto de sus entrañas, somos un clero nutrido y floreciente en referencia


a su llegada como arzobispo, tengo la certeza que cada sacerdote no a partir de la
ordenación sino desde que está en el Seminario Mayor se constituye en hijo para usted.
Usted no sólo es un padre, es un verdadero padre. Sabe dar respuesta a cada diligencia
que le pueda plantear, su trabajo desde su primera oración matutina hasta su última
oración nocturna, no deja de llevar la intención particular por el clero que el Señor le
confió a su pastoreo. Gracias su Eminencia porque sabe escucharnos, y sobre todo
siempre da respuesta a lo escuchado. Su corazón de Buen Pastor, se constituye en
corazón de padre misericordioso.

Quiero en nombre de mis hermanos, pedirle perdón porque no hemos sido sus mejores
hijos, entre nosotros ha sido no pocas veces el padre incomprendido. Usted es el padre
que nunca no has tratado con el látigo de la retribución, al contrario, siempre es el que
mide con la medida que no ha sido medido, usted es el que siempre mide con la medida
del amor, no conoce el límite de la indiferencia, su corazón no padece de rencor.
Gracias porque en usted no vemos al obispo, vemos al padre que siempre confía en
nosotros, y espera de nosotros y para nosotros lo mejor, su don de gente es ser siempre
padre. Decía el Cardenal Henry Newman: “Una prueba principal de ser verdaderos
siervos de Dios es nuestro deseo de servirle mejor”. Eminencia, somos testigos de que
usted es un siervo de Dios porque su deseo de servir a Dios, no se lo ha impedido nadie,
menos el Covid-19, y lo ha hecho a través de sus hermanos, nosotros sus sacerdotes.

Usted siempre es el sacerdote con nosotros los sacerdotes, y siempre cualquier sacerdote
en su joven ministerio se sentirá desvordado y en lo profundo retado, por su fructifiro
ministerio, el digno de exaltar cada una de sus virtudes y dones, exorbitantes en su
pluralidad y en su riqueza, pero todos esos carismas contienen un tesoro porque brotan
desde ese “¡Ay de mi sino evangelizo!”, por ello están llenos de alegría y jovielidad,
gracias a eso siempre Dios es nuevo y presente. Porque Dios es una presencia sacerdotal
en la persona de Su Eminencia Cardenal Óscar Andrés Rodrífuez Maradiaga.

Estas palabras no hacen justicia, ni describen su frutifera vida ministerial de cincuenta


años. Eminencia, sí nuestra oración a Dios en este día puede ser nuestro acto justo a su
vida y a su ministerio, decimos a Dios, gracias por su vida, porque es en ella donde Dios
se ha hecho cercano, alegre y visible para nostros. Pedimos a Dios, que le bendiga y que
su vida continue siendo la mayor de nuestras bendiciones. Su eminencia, le queremos y
este cariño que le expresamos, es nuestra Acción de Gracias a Dios por sus ciencuenta
años de ministerio sacerdotal.

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