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del deseo
La escritura
del deseo
El encanto de la interioridad
en la literatura de Fernando Molano Vargas
・
Tesis para optar al título de
magíster en Literatura y Cultura
Directora
Carmen Millán de Benavides
Subdirector académico
Juan Manuel Espinosa Restrepo
Directora de la tesis
Hélène Pouliquen
Dios nos ha abandonado. Solo queda el amor.
ANDRÉ COMTE-SPONVILLE
Para ti, sol mis días:
AUTOR
Apellidos Nombres
DIRECTORA
Apellidos Nombres
Hélène Pouliquen
Vargas
CIUDAD: Bogotá
The Writing of Desire: The Ravishment of Interiority in Fernando Molano Vargas’ Literature
Abstracts: This research attempts to prove that the writing of the novels Un beso de Dick and Vista
desde una acera, by Fernando Molano Vargas, expresses the desire and plenitude effectively. On
that purpose, this work approached the mentioned novels from a transdisciplinary view, where
Lacanian psychoanalysis, sociocriticism and relational analysis of Colombian literature of the
last twentieth century decade converged. Among its various results, this analysis first related
Molano’s texts to the novel of the ravishment of interiority, the novel typology theorized and
introduced recently by Hélène Pouliquen. Second, the analysis described and studies the fantasy
(fr. fantasme, span. fantasma) of Oliver Twist-Mark Lester as the origin of Molano’s writing.
Finally, it suggested that the cause and destiny of Molano’s creative project are in his intimate
revolt, one of the central concepts of Julia Kristeva’s literary thinking.
Keywords: Molano Vargas, Fernando, 1961 - 1998 – Criticism and interpretation; Colombian
fiction – Criticism and interpretation; Colombian authors – History and criticism.
CONTENIDO
INTRODUCCIÓN 15
I. PRECISIONES TEÓRICAS 17
EPÍLOGO 211
REFERENCIAS 215
INTRODUCCIÓN
Fernando Molano Vargas nació en Bogotá el 9 de julio de 1961. En 1987, obtuvo su primer
premio literario con el cuento “La boca”, en el Concurso Nacional de Cuento de la Asociación
para la Promoción de las Artes (Proartes), de Cali. Luego, en 1992, con su novela Un beso de
Dick, ganó la primera versión del Premio de Novela de la Cámara de Comercio de Medellín,
gracias al cual se pudo publicar. Para la escritura de su segunda novela, titulada Vista desde
una acera, Molano contó con una beca de creación otorgada por el Instituto Colombiano de
Cultura (Colcultura) en 1995. Sin embargo, la novela solo fue publicada póstumamente en
2012, más de una década después de haber sido escrita. Mejor suerte tuvo su poemario Todas
mis cosas en tus bolsillos, publicado por la Editorial de la Universidad de Antioquia en octubre
de 1997, pocos meses antes de su muerte. Estos títulos, sumados a algunos cuentos, textos
críticos y autobiográficos aún inéditos, conforman todo lo que escribió Molano, quien murió
Esta tesis intenta describir, comprender y explicar las dos novelas de Molano a partir de lo
que consideramos su escritura del deseo, figuración de lo que Hélène Pouliquen (2018) ha lla-
mado el encanto de la interioridad. Para esto, en el primer capítulo, se hacen algunas precisiones
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teóricas y metodológicas y después se presentan las hipótesis que este trabajo pretende de-
mostrar. Luego, en el segundo capítulo se señalan algunos aspectos de la vida del autor que
sus afinidades literarias únicas, su apuesta y su toma de posición en el campo literario co-
lombiano. En el tercer capítulo se hace una lectura de Un beso de Dick como una novela del
encanto de la interioridad que pone en tensión las ilusiones y los ideales amorosos de Felipe
Valencia, su joven narrador protagonista, a partir de la relación que inicia con Leonardo, su
compañero de colegio. El cuarto capítulo está dedicado a la segunda novela de Molano, Vista
desde una acera, pues en ella se representa el encuentro amoroso de dos jóvenes adultos, fuer-
temente afectado por las presiones del mundo externo: la pobreza, el sida y la discriminación
por ser homosexuales. Finalmente, en el epílogo nos serviremos de un texto de Todas mis cosas
en tus bolsillos para revelar, a manera de conclusión, una de las particularidades del amor y el
deseo que aparece en todos los textos de Molano: “Dios nos ha abandonado. Solo queda el
amor” (Comte-Sponville [1999] 2008, 74). Justamente porque la literatura de Molano pro-
pone una nueva fidelidad al amor que, como el recorrido del barco del mismo nombre, pueda
durar “toda la vida […] en este ir y venir del carajo” (García Márquez 1985, 473), incluso
cuando por toda la vida tan solo se pueda entender las migajas de tiempo que se le gana a la
Por todo esto, con este trabajo se intenta dilucidar el contenido de verdad de la literatura de
Fernando Molano Vargas, en el sentido que le daba el esteta alemán Theodor W. Adorno
(1968), es decir, aquello que trasciende y que permite una convergencia entre la literatura y
la filosofía: la expresión del deseo, del impulso de vida, plena en sus textos, que le revela al
lector una visión erótica y de encanto, propia de una revuelta íntima satisfactoria.
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I. PRECISIONES TEÓRICAS
Esta tesis surge de la vocación teórica de Hélène Pouliquen, maestra nuestra, que actual-
mente compartimos y con la que hemos intentado comprender los interrogantes múltiples
que los textos de la cultura occidental proponen. Esta vocación teórica tiene su origen, su
atravesado por la reflexión transdisciplinar de los saberes que suelen denominarse humanís-
tado su reflexión, la maestra Pouliquen ha logrado leer en todos estos saberes una misma
toma de posición, que ha asumido como propia y a la que ha llamado estética sociológica. No
es nuestro interés explicar en este momento y con exactitud en qué consiste esta nueva dis-
ciplina (para esto, véase Pouliquen [2017]), pero sí debemos señalar que las reflexiones que
vienen a continuación han sido el resultado de la atracción que la estética sociológica y que
la maestra han tenido en sus alumnos. Obviamente, todos los errores o las imprecisiones que
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puedan achacarse a este capítulo, así como al resto de la tesis, son de nuestra entera respon-
manera de leer un texto literario, en este primer capítulo hemos intentado hacer algunas
precisiones teóricas con relación a los dos conceptos que le dan título a esta tesis: la escritura
y el deseo. Esto con la intención de que el lector o la lectora de este trabajo compartan con
El concepto de escritura
La escritura no solo fue el primer objeto al que el semiólogo francés Roland Barthes dedicó su
trabajo, sino que fue el gran tema de su propia escritura, como afirma la escritora estadou-
nidense Susan Sontag ([1982] 2001). Dos momentos de su trayectoria intelectual me intere-
san resaltar acá con relación a esta problemática: cuando publicó El grado cero de la escritura
en 1953 y, veinte años después, cuando publicó El placer del texto. Barthes ([1973] 2002) dice
que en ese primer momento de su trabajo entendía la palabra escritura solo en un sentido
metafórico:
Era para mí una variedad del estilo literario, su versión en cierto modo colectiva, el conjunto
de los rasgos del lenguaje a través de los cuales un escritor asume la responsabilidad histórica
de su forma y se une mediante su trabajo verbal a cierta ideología del lenguaje. (87)
En ese primer momento, Barthes considera que la escritura es una “moral de la forma”, una
valoración “que permite tomar posición frente a la historia y afirmar una libertad”, y en la
que, en definitiva, “se encuentra el secreto (histórico y estético)” del texto literario, como
dice Pouliquen (2014, 10). Esta definición apareció en medio del “debate de posguerra acerca
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de que el escritor mantenga una relación militante con la virtud, […] con la noción tautoló-
gica de ‘compromiso’” (Sontag [1982] 2001, 70). En ese momento, aunque Barthes cree que
literatura como una “comunicación y una toma de posición exitosas”, pues esta idea instru-
mental, expuesta por Sartre, hace de la literatura “algo perpetuamente obsoleto, una lucha
fútil —y fuera de lugar— entre buenos soldados éticos y puristas literarios” (ibíd.). Barthes,
en cambio, piensa que la literatura es algo mucho más complejo y ambiguo, a tal punto que
“invoca ‘la moralidad de la forma’, lo que hace de la literatura un problema y no una solución”
(ibíd.).
Las ideas de Barthes sobre la escritura y la literatura se complejizarán en sus textos poste-
riores. Por ejemplo, como él mismo dice, el sentido de la palabra escritura se ampliará y enri-
quecerá a inicios de la década del setenta, “mediante una especie de remontada hacia el
cuerpo” (Barthes [1973] 2002, 87). Así mismo, a partir de ese momento, como dice el profesor
español José Miguel Marinas (2007), la noción de texto, como proceso, quedará compuesta
no solo por su imperativo ético (el de la “moral de la forma”), sino que además tendrá en su
definición un entramado cultural y uno inconsciente, caracterizado como aquel “que circula
—mudo pero dando voces— por el cuerpo” (Marinas 2007, xi). Habría que añadir, además,
que, en ese segundo momento de la trayectoria del semiólogo francés que hemos señalado,
específicamente en sus “Variaciones sobre la escritura” ([1973] 2002), Barthes concluye que
articulada sobre una doble pretensión: por una parte, es un objeto estrictamente mercantil, un
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por otra parte, es una práctica de goce, ligada a las profundidades pulsionales del cuerpo y a
Sobre esta segunda pretensión de la escritura profundiza El placer del texto, en cuyas primeras
páginas se encuentra la siguiente proposición: “El texto que usted escribe debe probarme
que me desea. Esa prueba existe: es la escritura” (Barthes [1973] 2011, 14). Todo escritor que
quiera asegurar el placer de su lector, agrega, debe rastrearlo “sin saber dónde está”, debe
crear un espacio de goce: “No es la ‘persona’ del otro lo que necesito, es el espacio: la posibilidad
de una dialéctica del deseo, de una imprevisión del goce: que las cartas no estén echadas, sino
que haya juego todavía” (13). Para evitar el aburrimiento de su lector, para que su texto no
sea un murmullo, es decir, una demanda de lectura, sino un deseo de lectura, Barthes dice que
el texto debe ser seductor, puesto que la escritura “es la ciencia de los goces del lenguaje, su
kamasutra” (14).
De acuerdo con lo anterior, un escritor no solo quiere un lector para su texto. Quiere, ade-
más, que ese lector tenga una experiencia sensible que le permita comprenderlo en su mul-
tiplicidad. Aspira a que su texto seduzca al lector y le provoque, por ejemplo, “la sed de un
encanto desconocido”, esa que, por ejemplo, el personaje de Swann experimentó con la frase
de la sonata de Vinteuil en Por el camino de Swann del escritor francés Marcel Proust ([1913]
sabía liberar en su interior el espacio que necesitaba, y las proporciones del alma de Swann se
veían alteradas; en ella quedaba reservado margen para un goce que tampoco correspondía a
ningún objeto exterior y que, sin embargo […], se imponía a Swann con una realidad superior
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Como el texto que seduce al lector, la frase de la sonata abre un espacio de goce en el alma
de Swann, lo despierta del letargo que produce el mundo en él y le muestra que nada en el
exterior, nada fuera de esta frase, puede producirle una verdad mayor. Si un escritor quiere
que entre su texto y el lector se produzca esta correspondencia, no puede esperar que ocurra
con solo pedírsela a su lector, con solo escribir el texto, con solo ser un escriba, puesto que,
cuando el texto solo demanda esta correspondencia, el texto murmura. El murmullo del
es nada más que esa espuma del lenguaje que se forma bajo el efecto de una simple necesidad
de escritura. […] Escribiendo su texto, el escriba toma un lenguaje de bebé glotón: imperativo,
automático, sin afecto, una mínima confusión de clics […]: son los movimientos de una succión
sin objeto, de una indiferenciada oralidad separada de aquella que produce los placeres de la
gastrosofía y del lenguaje. Usted se dirige a mí para que yo lo lea, pero yo no soy para usted
A través de ese reclamo de lectura la necesidad se articula en la palabra, por lo que en esa
apelación hay una demanda. Pero, repitámoslo, el escritor no solo demanda que su texto sea
leído, sino que aspira a que su lector sea seducido como Swann con la frase de la sonata. Para
que el lector pueda experimentar esta correspondencia, en el texto debe formarse, según
Barthes, el deseo. Antes de continuar con la explicación de Barthes, en este momento vale la
pena profundizar en el sentido de la palabra deseo, primero, a partir de la reflexión del psi-
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La dialéctica del deseo
de satisfacción. Por ejemplo, para saciar sus necesidades, un bebé debe pedirle a alguien que
las satisfaga, pues es imposible que él pueda hacer esto por sus propios medios. Por eso, el
hambre del infante se expresa a través del llanto y los gritos, con los que le pide a alguien
que lo alimente (en principio, ese alguien es la madre lactante, pero puede ser cualquiera que
cumpla esta función no solo a través del pecho, sino también del biberón). En la terminología
de Lacan, la petición forma una demanda (en este caso, debe tenerse en cuenta que se trata
de una demanda primitiva, pues el bebé no puede expresarla con palabras). Es importante
señalar, así mismo, que, para Lacan, todas las necesidades de un sujeto pueden ser satisfe-
chas, pues todas se pueden saciar con un objeto de carácter determinado (el hambre del in-
fante se sacia gracias al pecho o el biberón, por los que circula el alimento).
Ahora bien, en la demanda no solo se pide la satisfacción de las necesidades biológicas, sino
que a estas se articula la demanda de amor. Esta, a su vez, no se sacia con un objeto concreto
(el pecho o el biberón), sino con una respuesta recíproca que, en el ejemplo, se corresponde
con la atención de la madre: ella (o quien cumpla con su función) debe interpretar el llanto
como una petición de algo y, a partir de esta, concluir que el infante tiene hambre, dolor, frío,
demanda de amor. De acuerdo con Lacan, toda demanda es una demanda de amor.
de sus gritos y llantos como demandas, sino que, además, encuentra en ellas la posibilidad
de que la madre le ofrezca algo más que la satisfacción de sus necesidades: ese algo más, esa
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demasía, es un objeto desconocido, pero altamente valorado por él. Veamos esta situación
en el ejemplo que hemos utilizado ya: la madre ha hecho todas las interpretaciones posibles
del llanto del bebé y lo ha alimentado, arropado, limpiado, etc., pero él no deja de llorar. La
madre sabe que su bebé está sano, que está a una temperatura agradable, que está limpio,
que no tiene hambre ni sed, pero reconoce a través del llanto que algo le falta. En su llanto,
el infante no solo expresa una demanda, sino que manifiesta su deseo. En su etapa prelin-
güística, el bebé no puede expresar con claridad sus demandas ni su deseo por su falta de
palabras; tampoco podrá expresar su deseo más adelante, según Lacan, cuando crezca y haga
uso del lenguaje, pues el deseo en su totalidad es indecible (hipótesis que debe cuestionarse,
como se verá, cuando se habla de la literatura que no renuncia a la expresión del deseo, tal y
como lo ha mostrado Pouliquen [2018]). En esta primera etapa de la vida, aunque no pueda
expresarlo con claridad, el infante podrá por única vez en su vida saciar su deseo, gracias a
su relación con la madre, como veremos más adelante; pero esta experiencia de gozo será, en
el pensamiento de Lacan, la excepción que define una de sus máximas o reglas: el deseo es
inalcanzable.
Por ahora, hay que señalar que la diferenciación de los terrenos del deseo, la demanda y la
demanda de amor, sino la diferencia que resulta de sustraer el primero de la segunda” (citado
en Evans [1996] 1997, 68). Es decir que el deseo no tiene un objeto concreto con el que se
pueda saciar ni tampoco implica una respuesta recíproca de alguien ante la demanda, pues
esloveno Slavoj Žižek (2015), específicamente cuando dice que la causa del deseo, su origen,
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se encuentra en el objeto a, un concepto de Lacan que se puede definir como un obstáculo y,
El objeto a media en la relación del sujeto deseante con el ideal, pues impide que aquel satis-
faga su deseo poniéndose en medio de ambos, como un obstáculo que aleja al sujeto del ideal;
pero también permite que exista ese ideal, pues, como carencia, hace que el sujeto anhele
algo que es imposible de obtener. El objeto a, por tanto, designa la presencia de una carencia.
Evans ([1996] 1997) señala el carácter mediatizado y el contenido enigmático del objeto a
cuando explica que Lacan, en su seminario de 1960-1961, lo relaciona con el término de ori-
gen griego ágalma, “que significa una gloria, un ornamento, una oferta a los dioses o la pe-
queña estatua de un dios […]. Así como el ágalma es un objeto precioso oculto en una caja
relativamente carente de valor, el objeto a es el objeto del deseo que buscamos en otro” (141).
En el ejemplo mencionado, a pesar de haber satisfecho todas sus necesidades, el bebé llora
desconsolado porque anhela obtener el amor incondicional de la madre: este anhelo se basa
de su deseo (esta creencia está mal infundada en la respuesta recíproca de la madre a las
necesidades del niño). Obtener ese amor resulta esencial para el bebé, pues le permitirá sa-
ciar su deseo y lograr una plenitud real. Si bien en un primer momento de su relación con la
madre (entre los cero y los cinco años) el niño sacia su deseo al convertirse en el objeto de
La imposibilidad de ser el objeto de deseo de la madre conlleva, de esta manera, que el infante
anhele ser algo que no puede ser (el falo de la madre, dice Lacan).
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Por lo anterior, al objeto a también se le llama objeto metonímico, pues todos los deseos del
sujeto se articularán a partir del deseo satisfecho del niño por su madre antes de los cinco
años; es decir, el objeto a funciona como un recuerdo de una falta irreparable, un dolor inco-
poder volver a experimentar este gozo nuevamente. Por eso, el objeto a “designa el objeto
que nunca puede alcanzarse, que es realmente la causa del deseo, y no aquello hacia lo que
el deseo tiende” (Evans [1996] 1997, 141). El sujeto es deseante justamente porque experi-
que observamos entre la madre y su hijo, que se rompe como resultado de la intervención del
padre. La experiencia imposible del deseo satisfecho es la que designa el objeto a, que es
“tanto el objeto de la angustia como la reserva final irreductible de libido” (ibíd.). En esta
explicación hay, por supuesto, una evidencia del funcionamiento dialéctico del deseo y de
tículo publicado en 1985 en la célebre revista Argumentos, titulado “Argumentos para una his-
A partir de las reflexiones de Lacan en “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”, uno de
sus famosos Escritos publicados en 1966, Pouliquen (1985) señala que la “hipótesis del deseo
mula de Lacan que dice que el deseo del hombre es el deseo del otro. Esta deducción es el
resultado de la concepción lacaniana de la constitución del sujeto en la fase del estadio del
espejo, un momento entre los seis y los dieciocho meses en el que el niño
tiene primitivamente la experiencia de su cuerpo como una totalidad unificada. […] Esa fase
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del espejo es una experiencia concreta que le permite una unificación imaginaria de sí mismo,
la cual se efectúa por identificación con la imagen del semejante como forma total; es la matriz
y el esbozo de lo que será el yo: el niño percibe en su imagen especular (que es para él la imagen
del otro) una forma (Gestalt) en la cual anticipa (de ahí su “gozo”) una unidad corporal que
objetivamente le falta, se identifica con esa imagen, se identifica con el otro. Es experiencia
temprana “aliena ese sujeto en la identificación primera, la cual forma el ideal del yo”. La identidad
del sujeto se logra a través de la imagen del otro por identificación […]. Según Lacan, el “yo
ideal” así constituido es, además, la matriz de las identificaciones posteriores. (29-30)
De esta manera, la imagen especular mediará como una matriz en todas las interacciones
posteriores del sujeto con el mundo exterior. Como el objeto a, el yo ideal tendrá en el ima-
ginario un efecto contrario y paradójico, pues permitirá la ilusión de que hubo un momento
de gozo, de plenitud real, al que, sin embargo, ya no se puede volver ni que se puede experi-
mentar de nuevo, debido a una distancia infranqueable. Por eso, a partir de esta explicación
de Lacan, se puede decir que, con relación a su deseo, el sujeto siempre tenderá hacia la nos-
talgia, es decir, a un dolor irreversible, que es producto del proceso simultáneo de, por un
lado, tener el anhelo profundo de regresar a ese estado ideal y, por el otro, de tener plena
Ahora bien, distintos analistas han hecho explícita la relación que existe entre el deseo y el
otro, a partir de la explicación del filósofo ruso Alexandre Kojève de la dialéctica del amo y
el esclavo presente en la Fenomenología del espíritu del filósofo alemán G. W. F. Hegel. Esta
explicación evocó en Lacan, uno de los más famosos alumnos de Kojève, una hipótesis sobre
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La Fenomenología puede ser considerada como la historia de la conciencia infeliz que trata de
de la suya. Lacan haca referencias precisas a Hegel: “El deseo mismo del hombre se constituye,
nos dice Hegel, bajo el signo de la mediación; es deseo de hacer reconocer su deseo. Tiene por
objeto un deseo, el del otro, en ese sentido que el hombre no tiene objeto que se constituye
Por otro lado, Lacan precisa el funcionamiento de ese otro que llevamos dentro en términos de
la teoría lingüística, llegando a formulaciones muy cercanas a las de M. Bajtín. Veamos: “El
otro como lugar previo del puro sujeto del significante ocupa en él la posición clave, aún antes
de llegar ahí a la existencia como amo absoluto, para decirlo con Hegel y en contra de él. Por-
puede siquiera hablar de un código si no es ya del código del otro, y en cuanto al mensaje eso
es todavía más serio ya que es de él que el sujeto recibe aún el mensaje que emite”. Lacan habla
de “el pretendido yo autónomo” y llega a partir de ahí, como Girard, a la agresividad, la hostilidad,
la rivalidad, entre los seres humanos: “Lo que el sujeto encuentra en esa imagen alterada de su
cuerpo es el paradigma de todas las formas de la semejanza, las cuales van a proyectar sobre el
mundo de los objetos una matriz de la hostilidad llevando a ese mundo la marca del avatar de
(30-32)
En el centro del funcionamiento del deseo se encuentra la mediación (como ya lo hemos visto
arriba, cuando nos referimos al estadio del espejo y al objeto a). Esta idea tiene una relación
directa con la sociología de la novela propuesta por el teórico rumano Lucien Goldmann,
27
basada en la “serie de intuiciones geniales” que aparecen en Teoría de la novela del esteta hún-
garo Georg Lukács, a la que debemos referirnos en este momento antes de concluir la expli-
analizado por Marx como característico de una sociedad que produce para el mercado. Pro-
pone, entonces, insertar la estructura de la novela en un análisis global y genético de este tipo
de conjunto social, para indicar claramente la relación inteligible entre la novela —principal
forma literaria correspondiente a la sociedad burguesa— y un conjunto social definido por ese
modo de producción. Goldmann llega así a la afirmación de que “la descripción lukacsiana de
marxismo es, en efecto, rigurosamente homóloga a la descripción del mercado liberal tal como ha
(16)
Marx explica que “en un conjunto social que produce para el mercado, el valor de uso no es
el principal objetivo del productor […], sino la realización de un beneficio cuantitativo: lo que
(ibíd., 16-17). A partir de esta lógica, Marx entiende el modo de producción capitalista y, en
guesa. Como señala Pouliquen, para el productor la preocupación por el valor de uso de los
bienes que pone en circulación “está mediatizada por el interés que ocupa el primer plano de
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su conciencia: el interés cuantitativo, el interés por el valor de cambio de los bienes que pro-
duce” (ibíd.). A su vez, desde la perspectiva del consumidor, el valor de cambio siempre es
un punto por considerar en las decisiones comerciales, incluso cuando el valor de uso de los
bienes que adquiere tiene una importancia enorme en estas decisiones. Por eso, “tanto para
el productor como para el consumidor, la cantidad (el precio, el valor de cambio, el dinero) se
interpone entre él y la cualidad (las características concretas, el valor de uso) de los produc-
tos” (ibíd.).
Esta explicación de Marx es fundamental para la sociología de la literatura de mitad del siglo
pasado, incluso en dos de sus versiones más heterogéneas, como las de Theodor W. Adorno
y Lucien Goldmann. De acuerdo con el sociocrítico checo Pierre Zima ([1978] 2010), Adorno
fundamental del arte moderno” (320-321). Adorno, en primer lugar, no ignora que “el dis-
curso de la publicidad obedece a las leyes heterónomas del mercado”, así como “toda la lite-
ratura trivial producida para dicho mercado” (ibíd., 322-323). Por eso, “para salvar los
valores cualitativos, […] para sustraer a los seres de los efectos del intercambio universal”,
dice Adorno (citado en Zima [1978] 1980), “las obras de arte son los lugartenientes de las
por la falsa necesidad de la humanidad humillada” (323). Por su parte, Goldmann, a partir
de la mediación del valor de cambio, expone una homología entre las estructuras de la novela
y la condición del ser humano en el capitalismo, o sea, “su experiencia como ‘hombre econó-
mico’, como productor así como consumidor” (Pouliquen 1985, 17). Pero Goldmann no se
refiere a la dialéctica del héroe problemático con el mundo degrado, sino a “la estructura de
la experiencia fundamental del héroe problemático en ese mundo degradado” (ibíd., 18).
29
Pouliquen explica esta experiencia a partir del ejemplo de Rojo y negro, del escritor francés
Henri Beyle, mejor conocido como Stendhal. En esta novela, según Pouliquen, Julien Sorel,
su protagonista, debe asumir “la fea verdad” del mundo que habita, caracterizado por la mez-
quindad de la monarquía burguesa de 1830 y el ascenso de los seres más mediocres o malva-
dos. Y lo hace soñando “con héroes ausentes (Napoleón), con valores ‘verdaderos’ (virilidad,
(valores de cambio, valores mediatizados)” (ibíd., 19). De esta manera, queda clara la tesis
Ahora bien, que exista esta trasposición no implica necesariamente que la novela sea con-
descendiente con el funcionamiento de la sociedad socializada (esto es, reificada y que re-
hay una crítica a esta sociedad regida por valores degradados. Justamente, esta es encarnada
por el mismo personaje de Sorel, quien, si bien “no dice categóricamente no a la injusticia, al
poder del dinero, a la ausencia de sentido estético y ético, e inclusive participa alegremente
del festín mortuorio de los valores, […] de pronto es capaz de renunciar a todo y retirarse del
juego en señal de protesta más o menos consciente” (ibíd., 20). Es decir, que la experiencia
de Sorel en ese mundo degradado resulta ambivalente, en el sentido que Zima (1980) le otorga
a esta palabra, con lo que se señala, a su vez, la complejidad de la novela, en la que no existen
ni distinciones claras y precisas, ni buenos ni malos; en definitiva, en la que no hay una lógica
maniquea, ni una visión de mundo única, sino una estructura plural y múltiple que se mani-
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Ahora bien, Goldmann justifica desde otra orilla la descripción de la estructura novelesca
como una mediación a través de la hipótesis del libro Mentira romántica, verdad novelesca del
filósofo francés conservador René Girard. De acuerdo con Girard, el fenómeno fundamental
es el carácter inaudito del héroe: para desear este necesita de un modelo (“un dios o un ídolo”),
cuya función es la de indicarle un objeto y un movimiento apasionado hacia ese objeto. Girard
opone al deseo sencillo, espontáneo, representado por la línea recta, un deseo según uno mismo,
un deseo “triangular”, mediatizado, un deseo según el otro. La tesis que explica el título de su
obra es la que si bien los novelistas revelan la naturaleza imitativa del deseo, los “románticos”
no. […] Dentro de su sistema […], entendemos que merece el título […] de novelesca, una actitud
desmitificadora frente al deseo que mueve al ser humano y de romántica, una actitud mistifica-
Aunque esta hipótesis de Girard parece definitivamente incorrecta “desde el punto de vista
una forma, un género literario (la novela), y un lenguaje literario, situado en un momento
determinado de la historia (el romanticismo)” (ibíd.), hay en ella, sin embargo, un acierto
ciedad. En la propuesta de Girard, el deseo aparece bajo la forma del deseo triangular, cuya
valores del protagonista de una novela y, al que, en definitiva, este busca emular (tal y como
lo hace Don Quijote, en la novela de Miguel de Cervantes, al imitar y seguir el ideal caballe-
resco de Amadís de Gaula, el héroe del libro de caballerías de Garci Rodríguez de Montalvo).
31
Como lo subraya Pouliquen (1985), a Zima ([1980] 1985) le resulta “curioso que Goldmann
sociocrítico checo, Goldmann, por un lado, debía “insistir en el hecho de que la estructura
establecida por Girard, del deseo triangular (de la mediatización por el ídolo), es una repre-
sentación mítica de la mediación por el valor de cambio” (ibíd.); y, segundo, debía “sustituir el con-
cepto de deseo triangular, abstracto, metafísico e incapaz de explicar muchos avatares del
desear, por el principio de la oferta y la demanda” (Pouliquen 1985, 27). En sus “Argumentos
para una historia de la sociología de la novela”, como lectora imparcial de Goldmann, como
veremos a continuación, Pouliquen concluye que resulta temerario este reproche de Zima
—quien fue alumno y doctorando de Goldmann, pero que todavía hoy tiene una posición
de la novela en un texto que apareció, primero, en Para una sociología del texto literario ([1978]
1980) y que, luego, fue reproducido en La ambivalencia novelesca: Proust, Kafka, Musil ([1980]
1985). Este último libro es el que Pouliquen cita y del que traduce, para el número monográ-
fico de la revista Argumentos (1985) que dedicó a la sociología de la literatura, el capítulo ti-
tulado “Para una crítica de la sociología de la novela”.1 Allí, en ese texto programático de la
1
Este libro de Zima, central en la perspectiva sociocrítica de finales del siglo XX, todavía no ha sido
publicado en castellano, a pesar de haber sido traducido en su totalidad por Clara Isabel Sánchez
Salazar en 1991, como requisito para su grado en Licenciatura en Filología e Idiomas de la
Universidad Nacional de Colombia. Sin embargo, “Para una crítica de la sociología de la novela”, el
texto al que nos referimos, cuenta con dos traducciones: la de 1985, realizada por Pouliquen a partir
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toma como ejemplo un episodio de la novela que se propone analizar, En busca del tiempo perdido:
el momento en que el narrador, después de haberse sentido fascinado por “una joven pesca-
dora”, sin imitar la pasión de ninguna otra persona, “de manera espontánea”, se siente decep-
cionado al comprender que sería muy fácil poseerla: “El deseo del narrador… se desvanece con
la oferta y no resucita sino en presencia de un objeto o una persona que no se entregue”. (Pouli-
Si bien es cierto que la explicación de Zima con relación al principio de la oferta y la demanda
resulta ser ingeniosa y absolutamente goldmanniana, ya que supone, por un lado, “una ho-
mología rigurosa entre las leyes del mercado y las leyes del comportamiento afectivo” y, por
el otro, “la equiparación del ser humano con las cosas, que tienen un precio” (ibíd., 28), Pouli-
quen señala que Goldmann, pese a lo que creía Zima, no se equivocaba al reconocer como
acertada la conclusión del funciomamiento del deseo triangular expuesto por Girard, pues
coincide con “la idea central mediación en el análisis de la sociedad capitalista en todos sus
niveles” (Pouliquen 2018, 54). Además, que el deseo tenga un lugar predominante, al lado del
basa solo en la experiencia del ser humano con relación al capitalismo y la sociedad de mer-
cado (tal y como lo demostró el ejemplo de Rojo y negro), sino que en ella también repercute
a Pouliquen, con relación al deseo. Esta explicación bifronte de la experiencia humana, así
33
como del texto literario, ha sido fundamental en la práctica de la estética sociológica pro-
puesta por Pouliquen (2017). Baste tan solo la siguiente cita de su más reciente libro, titulado
La novela del encanto de la interioridad, para resaltar la importancia de esta otra orilla:
El psicoanálisis lacaniano comporta una concepción del hombre, central en el siglo XX, que,
aún en sus versiones menos directamente humanistas, permite entender la ontología y el ori-
gen de muy diversas novelas desde el siglo XVII y conectar sus aportes con una tendencia crí-
tica, muy diferente, en los estudios literarios; tendencia que, durante décadas, no solo fue
opuesta, sino “enemiga” del psicoanálisis: la sociología de la literatura. (Pouliquen 2018, 51)
Aun cuando Goldmann tenía sus reparos por el psicoanálisis, como puede verse en su texto
(1959), al reconocer en Para una sociología de la novela (1964) el papel central del deseo en la
portancia de alimentar las explicaciones del texto literario con teorías de la cultura distintas
explicación del inconsciente: esa otra orilla de la experiencia humana descubierta por Freud,
visitada tantas veces por Lacan, así como por la psicoanalista austríaca Melanie Klein y el
psicoanalista francés André Green, entre otros. Pero, en el programa de una estética socio-
lógica, como lo señala el filósofo francés Jacques Rancière ([2001] 2005), a quien se adhiere
Pouliquen (2018), no se trata de psicoanalizar las novelas ni sus personajes, sino de hacer un
trabajo transdisciplinar, en el que el inconsciente resulta ser un objeto en litigio, que no solo
el derecho. A este programa, sin duda, también nos adherimos en esta tesis.
34
Ahora bien, a partir de este recorrido del psicoanálisis lacaniano a la sociología de la litera-
tura, en el que han aparecido los conceptos de mediación y deseo, podemos precisar el sen-
tido de la famosa fórmula de Lacan sobre el deseo como deseo del otro así: que el ser humano
desea ser objeto del deseo del otro, o sea, que quiere “ser ‘deseado’ o ‘amado’, o más bien
‘reconocido’, en su valor humano” por otro (Kojève citado en Evans [1996] 1997, 141.), así
como fue deseado, amado y reconocido por la madre en su infancia. Para Lacan, en definitiva,
fijo, sino que siempre varía con relación a un ideal múltiple. Justamente porque se construye
en el tiempo y a partir de las distintas relaciones del sujeto con otros, en las que siempre hay
un mediador que, al tiempo, permite su existencia como meta e impide su realización efec-
tiva al hacerlo inalcanzable. Es decir, la dialéctica del deseo, desde la perspectiva de Lacan,
es imperfecta, pues la relación entre el deseo propio y el deseo del otro no implica, de nin-
guna manera, una síntesis, una superación o un progreso.2 Otras posibles explicaciones po-
drían servirnos en este momento para comprender el sentido de que el “deseo humano es el
deseo del otro”; sin embargo, preferimos esta porque, por un lado, mantiene la idea lacaniana
de la dialéctica del deseo y, por el otro, como lo ha mostrado Pouliquen (2018), nos remite,
dos explicaciones que, aunque opuestas, resultan en cierta medida complementarias. Por un
2
Baste decir que, aunque no son homologables, la dialéctica del deseo de Lacan y la dialéctica nega-
tiva de Adorno implican “un atentado contra la tradición” (Adorno [1966] 1984, 7), contra la ontolo-
gía hegeliana, pues, como dice Lacan, la superación que implica la síntesis de la dialéctica “es uno
de esos lindos sueños de la filosofía” (citado en Evans [1996] 1997, 71).
35
lado, puede definirse con relación a la trasgresión de la ley expresada por el escritor francés
Georges Bataille (1957) y, por el otro, puede entenderse como un gozar del deseo, tal y como
surge de la relación que tiene el yo con los límites del placer y el goce, ya sea como una tras-
gresión del límite del placer, de la prohibición, o un disfrute del espacio que se forma entre
el deseo y el goce.
Con relación a la explicación de Bataille, es importante señalar que su teoría “revela el lado
más sórdido de la condición humana; esa parte irracional, que el hombre intenta ocultar a
toda costa, para no horrorizarse de sí mismo” como dice la profesora española Maider Tor-
el erotismo de Bataille se define en relación con la ley, instituida para reprimir la violencia de
los impulsos irracionales, que constituye el mundo del trabajo y de la razón. […] Para perpetuar
la existencia y garantizar el orden social, la sociedad debe cercenar una parte esencial del hom-
bre. Los tabúes aíslan la muerte y el sexo, cuya negatividad está en contradicción directa con
el ansia de durar de cada ser, pero bajo la prohibición, aquella parte espontánea y negativa, que
ha quedado aislada, se revela como algo fascinante. El hombre racional, que hoy conocemos,
se constituye a través del juego paradójico que inaugura una ley que, al mismo tiempo, somete
y libera al hombre: la ley crea al hombre, que se separa de la animalidad a través de las prohibiciones, pero
el terror, que le inspira infringir la norma, lo convierte en un esclavo de la prohibición. El mundo del trabajo
aprovecha este miedo para dominar al hombre que, sin poder transgredir los límites, se somete
a la norma social. La vuelta a la animalidad es el único modo que tiene de recuperar, de nuevo,
36
su soberanía perdida; la violencia ilimitada, propia del mundo animal, le permite desencade-
narse de la tiranía del mundo de las cosas. (197; las itálicas son nuestras)3
Es decir, que el erotismo de Bataille no se basa en el aparente afán de provocar violencia por
libera del orden social y recupera, de esta manera, su soberanía: “la transgresión no significa
que “levanta la prohibición sin suprimirla” […], mantiene lo prohibido para gozar de él” (198).
Por eso, dice Bataille ([1957] 1974), “estás en poder del deseo al abrir tus piernas, exhibiendo
tus partes sucias. En cuanto dejases de experimentar esa posición como prohibida, el deseo
Bataille, como una teoría del deseo, se basa en el goce de la prohibición, en la medida de que
Con relación a esto último, Comte-Sponville (2012) plantea su desacuerdo con la teoría del
erotismo de Bataille, a propósito de su famosa y polémica Historia del ojo, puesto que en esta
transgresiones no tienen nada de erótico (por ejemplo, la mayoría de los asesinatos, cometidos
por otras muchas razones); y muchas de nuestras noches más eróticas no tuvieron nada que
ver con el asesinato, por supuesto, pero tampoco mucho, aunque fuera desde la fantasía, con
la violación, la violencia o con otra transgresión extrema. […] La transgresión, si bien forma
parte del erotismo, no agota por sí misma el contenido y los encantos de este. Tiene que haber,
de nuevo, algo más. Que todo erotismo sea transgresivo, al menos en parte (aunque solo sea
3
Si no se indica explícitamente lo contrario, las itálicas serán siempre de los autores citados.
37
por “esa prohibición que pone el apareamiento bajo el signo de la vergüenza”), no significa que
la transgresión lo sea todo para este, ni siquiera que sea lo esencial. (155)
Ese “algo más”, esa demasía, está más relacionado con la psicología y el deseo que con el
funcionamiento biológico del orgasmo y el placer. Por eso, para Comte-Sponville “el ero-
tismo es menos un arte de disfrutar, […] que un arte de desear, y hacer desear, hasta disfrutar
del deseo mismo —el suyo y el del otro— para obtener de ello una satisfacción más refinada
y más duradera. Es amarse a sí mismo deseado, y el otro, ¡tan deseable!” (156). Aquello que
un fin del deseo sexual consciente), sino sobre todo el juego duradero de gozar del deseo, de
mir) las excitaciones que la sexualidad nos permite o nos impone” (ibíd.). Por eso, el ero-
tismo de Comte-Sponville
instaura una suerte de reflexividad del deseo, que se torna a sí mismo como objeto, pero vivida,
casi siempre, en relación con el deseo del otro: se trata de disfrutar de desear, o de ser deseado,
antes que desear disfrutar. […] El deseo de los amantes, en el erotismo en acto, o del lector-
su propia degustación. […] El erotismo se da cuando el deseo tiende a algo más que a su propio
apaciguamiento. En su caso está menos sometido al principio del placer (que tiende a la “dis-
minución o al aumento de la tensión”) que a lo que yo llamaría un principio de deseo (que tiende
al mantenimiento o aumento de esa tensión). No anula el principio del placer (el descanso, es
decir el orgasmo o la muerte, tendrá la última palabra, o el último silencio), pero retrasa vo-
38
disfrutar del propio deseo, en mayor medida y durante más tiempo, en lugar del placer que lo
En otras palabras, más que buscar un objeto para satisfacer al ser humano y lograr el placer,
falta, lo que conlleva, a su vez, como el erotismo de Bataille, a una subversión de la ley-del-
padre, pues el deseo no se reprime ni se sacia, sino que se reproduce en pos del gozo del
citado, volvamos ahora a la explicación doble del erotismo que aparece en El placer del texto.
Podría decirse, con Barthes, por un lado, que el disfrute del deseo no tiene que ver con que
el lector conozca la resolución de una novela ni con que se mantenga el suspenso narrativo
refugia en la esperanza […]: conocer el fin de la historia”.4 Para Barthes ([1973] 2011), es en la
intermitencia entre dos bordes donde se disfruta del deseo, donde se da el erotismo, en “la
puesta en escena de una aparición-desaparición” (18). Por ejemplo, en Lois del escritor fran-
ya no toma por modelo la frase; a menudo es un poderoso chorro de palabras, una cinta de
infralenguaje. Sin embargo, todo esto viene a chocar con otro límite: el del metro (decasílabo),
tada por el decir político, limitada por la antigua cultura del significante. (16)
4
Hay que advertir que este tipo de erotismo textual se corresponde más con la trasgresión y la
violencia sobre la que Bataille insiste en El erotismo que con la reflexión de Comte-Sponville en Ni el
sexo ni la muerte. Aún así, Comte-Sponville estaría de acuerdo con Barthes en que la excitación no
debe refugiarse en la esperanza orgásmica que promete el fin de la historia.
39
En esta novela de Sollers, primero, el aparente caudal incontrolable de palabras, provocado
endecasílabos (usada desde la Edad Media francesa en la poesía épica y lírica) ponen en es-
cena una aparición-desaparición: el roce de dos bordes que, aún sin revelar una información
explícita, permite ver un pequeño fragmento de piel capaz de seducir al lector: la articula-
Un escritor puede seducir a su lector manteniendo la esencia de este juego, esto es, la posi-
trata de logar la intermitencia de dos límites: el límite conservador de la cultura —en el que se
copia “la lengua en su estado canónico tal como ha sido fijada por la escuela, el buen uso, la
la cultura —“móvil, vacío”, violento (15), donde ocurre la disolución del sujeto (el fading, se-
gún la terminología de Lacan)—. Entre estos dos límites está el espacio que debe buscar el
escritor, o sea, el espacio de goce, en el que el lector desea y encuentra todas las escrituras
que componen un texto. Se trata, finalmente, de “un profundo desgarramiento que el texto
de goce impone al lenguaje mismo” (19). También podría decirse que se puede disfrutar del
se establece un ritmo audaz poco respetuoso de la integridad del texto; la avidez misma del
conocimiento nos arrastra a sobrevolar o a encabalgar ciertos pasajes (presentados como “abu-
rridos”) para reencontrar lo más rápidamente posible los lugares quemantes de la anécdotas
40
(que son siempre sus articulaciones: lo que hace avanzar el develamiento del enigma o del des-
tino): saltamos impunemente (nadie nos ve) las descripciones, las explicaciones, las conside-
escenario apresurara el strip-tease de la bailarina quitándole rápidamente sus vestidos, pero si-
guiendo el orden establecido, es decir: respetando por un lado y precipitando por el otro los
episodios del rito […]. La tmesis, fuente o figura del placer, enfrenta aquí los límites prosaicos:
opone aquello que es útil para el conocimiento del secreto y aquello que no lo es; es una fisura
lenguaje, sino solamente en el momento del consumo; el autor no puede preverla; no puede
querer escribir lo que no se leerá. Y, sin embargo, es el ritmo de lo que se lee y de lo que no se lee
aquello que construye el placer de los grandes relatos; ¿se ha leído alguna vez a Proust, Balzac
o La guerra y la paz palabra por palabra? (El encanto de Proust: de una lectura a otra no se saltan
Al saltar y evitar ciertos apartados, el lector demuestra que su gusto por un relato no está
directamente relacionado con su contenido ni con su estructura, sino con las rasgaduras que
él mismo le impone a la “bella envoltura” del texto: “corro, levanto la cabeza y vuelvo a su-
mergirme” en el texto. Por eso, dice Barthes, en la lectura de los relatos clásicos no se privi-
legia el desgarramiento que el texto le imprime al lenguaje, como sí ocurre en Lois de Sollers,
sino que en ellos prima la perversión del lector, que desgarra la “temporalidad de su lectura”
(ibíd.).
En cualquier caso, como ha dicho el psicoanálisis, es “en la perversión (que es el régimen del
placer textual)” (18) donde se encuentra el deseo, y esto ocurre, repitámoslo, tanto en los
relatos clásicos como en novelas más “novedosas”. El perverso infringe la norma simbólica
41
que dicta la imposibilidad de ser el objeto de deseo del Otro cuando rechaza la lectura uní-
multiplicidad del texto como de los picos y sus articulaciones de placer o de la tensión entre
Al respecto, Green ([1971] 2001), como lo muestra Pouliquen (2018), da cuenta de la necesi-
dad de que prevalezca una lectura flotante sobre una lectura rigurosa del sentido manifiesto
del texto, es decir, que predomine una lectura del sentido latente. Tal régimen de lectura im-
plica, para Green, el rechazo del “hilo de Ariadna que el texto propone al lector. Ese hilo es
el que tiende el texto hacia su meta, el que tiene la última palabra, que es el término de su
sentido manifiesto” (ibíd., 378). De acuerdo con la propuesta de Barthes ([1968] 1994), una
lectura flotante del texto debería, además, privilegiar el sentido total de la escritura, puesto
que
un texto está formado por escrituras múltiples, procedentes de varias culturas y que, unas con
otras, establecen un diálogo, una parodia, una contestación; pero existe un lugar en el que se
recoge toda esa multiplicidad, y ese lugar no es el autor, como hasta hoy se ha dicho, sino el
lector: el lector es el espacio mismo en que se inscriben, sin que se pierda ni una, todas las citas
que constituyen una escritura; la unidad del texto no está en su origen, sino en su destino, pero
este destino ya no puede seguir siendo personal: el lector es un hombre sin historia, sin bio-
grafía, sin psicología; él es tan solo ese alguien que mantiene reunidas en un mismo campo
El gozo del lector, aquello que trasgrede los límites del placer y se convierte en jouissance, solo
42
sentidos múltiples, ambiguos o contrarios en “ese centelleo […] que seduce” (18), que es eró-
tico; y segundo, cuando desgarra el tiempo de lectura para fijarse en las articulaciones del
relato y mantener así un deseo exaltado. De cualquier forma, este gozo bifronte solo es posi-
ble a través de la escritura del deseo, en la que el texto desea y seduce a su lector en medio
Sobre esto último, Barthes ([1973] 2011) afirma que en el texto de placer el escritor (y su
lector) “acepta la letra; renunciando al goce tiene el derecho y el poder de decirlo”, de nom-
brar el placer; y, a su vez, cuando el escritor y el lector de goce comienzan un texto insoste-
nible, imposible, fuera del placer, de la crítica, de la letra, el texto de goce “puede ser alcanzado
por otro texto de goce: no se puede hablar ‘del’ texto, solo se puede hablar ‘en’ él, a su manera”
(Barthes [1973] 2011, 32). Es decir que “el placer es decible, el goce no lo es” (31; las itálicas son
mías). Pero por decible habría que entender una escritura que se rige por los principios del
“estilo codificador y frontal […] que los franceses llaman, sin demasiada precisión, cartesia-
nismo” (Sontag [1982] 2001, 80). Es decir, que más allá de este margen claro y preciso, codi-
ficador y frontal, es posible una escritura capaz de expresar el goce, a su manera, como resalta
Barthes. Sin embargo, no fue Barthes, sino su alumna (y también de Goldmann, quien dirigió
su tesis doctoral sobre El texto de la novela) Julia Kristeva, “la extranjera” de origen búlgaro, la
que explicó de forma precisa la manera de decir del goce. Justamente, porque Kristeva, como
cambia las cosas de sitio: siempre está destruyendo el último prejuicio, aquel que podía tranqui-
lizarnos y del que nos enorgullecíamos; lo que ella desplaza es lo-yadicho, es decir, la insistencia
43
del significado, es decir, la estupidez; lo que ella subvierte es la autoridad, la de la ciencia mo-
teórica y crítica de la literatura, así como psicoanalista, pone sobre el carácter semiótico del
lenguaje, derivado, “hasta cierto punto, de lo imaginario de Lacan” (Pouliquen 2018, 70).5
Este énfasis, sin duda, va a contrapelo, à rebours, de lo que pensaba el mismo Lacan, para
quien la dimensión simbólica del lenguaje es fundamental. Para explicar esto, nos remitire-
mos, primero, a lo real, lo simbólico y lo imaginario como órdenes del pensamiento psicoanalí-
tico; luego, al planteamiento que hace Kristeva, la psicoanalista, de que exista una resolución
del Edipo menos negativa y catastrófica que la que planteó Freud y que precisó Lacan; y,
Todo esto para entender la revuelta psicoanalítica que Kristeva desarrolló. Para esto, nos
5
Como concepto lingüístico, lo semiótico no es una idea de Kristeva, sino de Émile Benveniste,
profesor y lingüista nacido en el corazón del Imperio Otomano, pero que desarrolló todo su trabajo
intelectual en Francia. De sus Problemas de lingüística general, texto revolucionario que cuestiona El
curso de lingüística general de Ferdinand de Saussure, vienen dos ideas fundamentales que retoma
Kristeva: la doble significación del lenguaje y la relación de la significancia con la experiencia. Pre-
cisamente, en un texto de homenaje a Benveniste titulado “Un lingüista que ni dice ni oculta, sino
que significa”, leído en la presentación de sus Últimas lecciones en París, en 2012, a más de tres déca-
das de su muerte, Kristeva trata la herencia de ese maestro en su trabajo. Invitamos a la lectora o al
lector que quieran profundizar en la importancia de Benveniste en el trabajo de Kristeva a que revi-
sen este texto afectuoso y del que tan solo evocamos las últimas oraciones: “¿A qué conduce la lin-
güística? A meditar hablando y escribiendo nuestros cuerpos en estos tiempos de austeridad y choques de
religiones. Tal fue para mí la ‘última lección’ de este cabalista de la Ilustración. No pude darte este
momento, este regalo” (Kristeva 2012; las itálicas son nuestras).
44
Entre los términos que conforman la triada de lo real, lo simbólico y lo imaginario se esta-
blecen siempre relaciones de oposición y diferenciación, pues cada uno designa una expe-
riencia heterogénea; y, sin embargo, la interrelación de los tres órdenes permite describir
primero de estos, lo real, puede ser definido como aquel “que se resiste a la simbolización
en Evans [1996] 1997, 163). Es decir, “lo imposible de imaginar, imposible de integrar en el
orden simbólico e imposible de obtener de algún modo” (Evans [1996] 1997, 163); o sea, lo
designa la materia bruta (el pene o el padre biológico, en contraposición al falo y el padre
simbólico), aquello que siempre parecerá ambiguo pues es imposible de analizar de forma
inmanente.
Lo simbólico, para Lacan, es “el reino de la ley que regula el deseo en el complejo de Edipo
[1996] 1997, 179). En este reino, dice Pouliquen (2018), “la ley, la palabra-del-padre, prohíbe
el deseo, so pena de castración” y, para hacerlo, instaura el principio de placer, “la ley simbólica
que prohíbe el incesto y garantiza la distancia entre el sujeto y la cosa (das Ding), objeto
prohibido del deseo incestuoso por la madre”, por lo que salva al sujeto del peligro, de ma-
nera que “el sujeto, protegido por la palabra-del-padre, gira en torno a la cosa sin alcanzarla
nunca”. En este sentido, lo simbólico es el orden que queda instaurado tras la castración que
implica el Edipo: la ley. De ahí que se entienda por qué “Lacan prefiere subrayar que el orden
45
simbólico es el reino de la muerte, de la ausencia y de la falta, así como del significante abs-
tracto” (71).
con la relación dual con la madre, en el mundo preedípico del niño […] y específicamente de
En definitiva, entre lo imaginario y lo simbólico hay una oposición clara, que es producto del
complejo de Edipo y de su respectiva resolución, que puede ser doble si se siguen las indica-
ciones de Kristeva en Sentido y sinsentido de la revuelta: una madurez viril o una madurez feme-
segunda es producto del Edipo-prima. La denominación de estos conceptos señala dos mo-
primera vertiente del Edipo, a la cual llama Edipo-prima, punto de referencia estructural
tanto para la niña como para el niño” (Pouliquen 2018, 116), y que ocurre
antes del Edipo-bis, descubierto por Freud, que se daría hacia los cinco años, tanto en niños y
niñas. […] El Edipo-prima es un “encuentro decisivo”, un kairos, hacia los tres años, entre el
nuevo dominio de los signos, con el aprendizaje del habla, de signos abstractos y fríos, pero
46
que permiten nuevos desempeños y poderes, eventualmente exaltantes, y que convierte al su-
jeto, mujer u hombre, en sujeto pensante, además (y a la vez) de deseante, que experimenta
una excitación genital, “ya no oral o anal”, como lo plantea Freud. (Ibíd., 100, 116)6
La resolución del Edipo-bis, descubierto por Freud, es producto de la intervención del padre
para evitar ser castrado, lo que a todas luces sería una catástrofe. De otra forma, puede de-
cirse que la amenaza de castración, esto es, el ajuste de cuentas de la ley-del-Padre, implica
en el ser humano una renuncia catastrófica, pues con ella sobrevienen la desexualización y
la sublimación (el plano simbólico) en reemplazo de las pasiones (el plano imaginario) del
Kristeva subraya que Freud “no se plantea […] esa otra forma de ‘rebelión’ que representa para
lela a la neurosis, a la psicosis incluso, pero irreductible a ella”, aunque haya apoyado sus aná-
No se trata, obviamente, de que Freud no se haya ocupado del arte en su reflexión psicoana-
lítica —tan solo hay que recordar su análisis del Moisés de Miguel Ángel, en cuyo centro se
Freud omitió el carácter revolucionario del arte. La omisión de Freud es fundamental para
Kristeva, pues en el arte se da una revuelta íntima, una rebelión contra la ley del padre y su
6
Con la palabra kairos, de origen griego, se designa un “estallido de gozo, un sentimiento de
plenitud y de poder, mitigado eventualmente por una decepción angustiante, característica
también del estadio del espejo lacaniano” (Pouliquen 2018, 100).
47
arte, como una manifestación del “régimen expresivo que llama lo semiótico” (ibíd.) y que es
evidente, a menudo, en niños y niñas que experimentan el Edipo-prima y, a su vez, que tienen
Kristeva “es un sitio de subversión, específicamente femenino, de la ley paterna dentro del
titulado La revolución del lenguaje poético. La vanguardia de finales del siglo XIX: Lautréamont y Ma-
llarmé. Para abordar las poéticas de los escritores franceses Isidore-Lucien Ducasse, conocido
mejor como el Conde de Lautréamont, y Stéphane Mallarmé, Kristeva dedica la mayor parte
de este libro a explicar las diferencias entre lo semiótico y lo simbólico, su lectura de la dia-
trabajos posteriores. Por eso, a pesar de su título, La revolución del lenguaje poético es más un
trabajo de teoría que de historia literaria. Sin embargo, no es gratuito que esté dedicado a
los afectos, las emociones y las sensaciones (Widawsky 2014). Estos elementos no simbóli-
cos del lenguaje conforman la significancia, característica del régimen semiótico, “una fuerza
disruptiva del lenguaje […], una representación de las sensaciones vocales y quinéticas del
dice Barthes ([1953] 2011) que, hacia 1850, la escritura clásica estalló y se desintegró, dando
paso a un momento en el que “la Literatura en su totalidad, desde Flaubert hasta nuestros
48
días, se ha transformado en una problemática del lenguaje” (12). Los críticos ingleses Mal-
colm Bradbury y James McFarlane (1976) consideran que este estallido es el resultado de “la
ciones” (21), que antes de 1850 no existían, pues, “en los tiempos burgueses, es decir, clásicos
única, […] una forma que no podía ser desgarrada ya que la conciencia no lo era” ([1973] 2011,
capacidad que tuvo la vanguardia poética de mover “los límites de la capacidad expresiva
del lenguaje en su forma clásica, […] ‘del discurso socialmente útil’, ‘del sujeto y sus estruc-
2018, 66). Para explicar esto, como veremos brevemente, Kristeva (1974) considera que el
dos por la sociedad capitalista hasta los tiempos de la burguesía, a través de la liberación de
A partir de la tradición poética fundada por Las flores del mal de Charles Baudelaire, y especí-
ficamente en las vertientes del visionario Lautréamont y el joyero Mallarmé, como los llamó el
crítico suizo Marcel Raymond ([1933] 1960), así como en las escrituras del dramaturgo fran-
cés Antonin Artaud y del novelista irlandés James Joyce, Kristeva nos alerta del procedi-
miento errado de los análisis positivos del lenguaje, pues ocultan la significancia, ese flujo
esquizofrénico, presente en los textos de los autores mencionados, y que “encontró el len-
guaje para realizarse como flujo tomando de refilón al significante, para practicar en él el en-
49
Kristeva (1974) entiende, justamente, por significancia (significance, en francés) a “este engen-
dramiento ilimitado, sin cierre posible, este funcionamiento incesante de las pulsiones hacia,
en y a través del lenguaje, hacia, en y a través del intercambio y sus protagonistas: el sujeto
y sus instituciones” (citada por Pouliquen 2018, 67). Es decir que en estos textos se evidencia
una modalidad del lenguaje que no se caracteriza por la representación mimética, sino por
El orden semiótico del lenguaje se hace evidente en lo que Kristeva (1974) ha llamado la chora
tos y de sus éxtasis efímeros” (Kristeva citada en Pouliquen 2018, 68) que conforma una
“‘disposición’ estructurante de las pulsiones y también de los procesos ‘primarios’ que des-
plazan y condensan energía, así como su inscripción”. En la medida en que hay una inscripción
temprana “de la energía pulsional (en el cuerpo, en el sistema nervioso)” se hace posible “el
paso a algunos elementos no referenciales, no representativos del lenguaje (del orden del
ritmo, por ejemplo)” (ibíd.). Justamente, la presencia de los elementos no referenciales, se-
mióticos, ocurre antes de lo que Kristeva llamó el Edipo-bis, es decir, el descubierto por
Lacan sobre la imposibilidad de expresar el deseo, Pouliquen, que sigue a su vez a Kristeva
(1974), invita a
analizar en los textos literarios “las funciones semióticas preedípicas, descargas de energía que
relacionan y orientan el cuerpo en relación con la madre” […] es decir, “las funciones que orga-
nizan la chora semiótica podrán encontrar un esclarecimiento genético justo, solo dentro de
50
una teoría una teoría del sujeto que no lo reduce a sujeto del entendimiento pero abre, en él, la
Esta invitación implica, sin duda, un análisis del texto literario en relación con su inconsciente
estético. En este punto, resulta insostenible profundizar realmente en este concepto de Ran-
cière ([2001] 2005), pues no es el objeto de esta tesis. Sin embargo, habría que decir que el
inconsciente estético está relacionado directamente con el régimen estético del arte, un mo-
mento histórico no mimético, no representativo, de las cosas del arte, que surge a partir de
una revolución estética que se puede datar en el siglo XVIII, con la Ciencia nueva del filósofo
representativa, la figura de lo que llamaba el ‘verdadero Homero’” (ibíd., 38). Este régimen
a través de la palabra muda, opuesta a la palabra viviente del orden representativo clásico,
identificada con la palabra que hace acto […]. A esa palabra viviente que normalizaba el orden
modo contradictorio de una palabra que habla y calla a la vez, que sabe y no sabe lo que dice.
del arte, se manifiesta en la polaridad de la doble escena de la palabra muda: por un lado, la
palabra escrita en los cuerpos, que debe ser restituida a su significación de lenguaje mediante
un trabajo de desciframiento y reescritura; por otro lado, la palabra sorda de un poder sin
nombre que se mantiene detrás de toda consciencia y de toda significación, a la cual es nece-
En este punto, el lugar hacia el que se dirigen las reflexiones de Kristeva y Rancière es muy
cercano, pues ambos ven en la escritura que se aparta de la representación mimética y asume
51
la expresión del deseo una manifestación del inconsciente: para Kristeva, del orden se-
miótico, en el que predomina la significancia por sobre el significado, y, para Rancière, del
régimen estético, en el que inconsciente estético toma la forma de escritura como palabra
muda para decir lo indecible. No se trata, como dice Rancière, de “exhibir el pequeño secreto
—siempre tonto o siempre sucio— que hay detrás del gran mito de la creación. Freud más
profunda de la ‘fantasía’” (ibíd., 63). Pero, por fantasía no solo hay que entender el hecho de
que el mundo posible sea estructuralmente distinto del real, como dice el intelectual italiano
Umberto Eco en su ensayo sobre “Los mundos de la ciencia ficción” (1985), sino, además, el
sentido lacaniano que esta palabra tiene (traducida más a menudo al español como fantasma).
El fantasma da forma al deseo, lo escenifica, “no solo en cuanto a la experiencia vivida parti-
cular, incomunicable —según Mukařovský y Lacan—, sino también en cuanto al deseo en-
carnado en una forma cultural, literaria: como un ‘hecho semiológico’” (Pouliquen 2018, 73).
Es decir, que la escenificación del deseo por parte del fantasma forma guiones o patrones que
son compartidos por una colectividad. Un fantasma plenamente descrito en diversas perso-
nas es la escena primitiva, en la que el infante observa o fantasea con la relación sexual de
los padres, y que provoca en él, a un mismo tiempo, excitación sexual y una angustia que
anticipa a la de la castración en el Edipo-bis. Vale la pena señalar que, por un lado, como dice
Pouliquen (2018), puede haber un número ilimitado de fantasmas y, por el otro, que Lacan
lo dota de una función protectora: “La escena fatasmatizada es comparable con la imagen
detenida sobre una pantalla cinematográfica. El tiempo así sostenido permite frenar la lle-
52
Ahora bien, tras enunciar el funcionamiento la racionalidad de fantasía que aparece en la
escritura no mimética, propia tanto del régimen estético (Rancière) como del orden se-
miótico (Kristeva), hay que volver a la formulación del arte en revuelta que Kristeva elaboró
en Sentido y sinsentido de la revuelta. Justamente, porque “Kristeva se aleja de quien fue su maes-
(Pouliquen 2018, 75). Esta negación es evidente, repitámoslo, por un lado, en la formulación
del orden semiótico del lenguaje, que reúne los elementos expresivos preedípicos imposibles
de simbolizar, como el ritmo, los sonidos o las repeticiones; y, por el otro, a través de la for-
mulación del Edipo-prima, cuando se “niega a considerar (como sí lo hace Lacan) el carácter
rotundo e irrevocable de la catástrofe del Edipo (Freud), de la castración que solo permitiría
Sobre esta resolución anterior al Edipo-bis, hemos dicho ya que se trata de una experiencia
conectada con un éxtasis, con un kairos, de la intensidad del sentimiento oceánico observado
por Freud en los místicos. Ahora bien, el Edipo-prima logra este sentimiento extático, con-
consideración del valor del falo como ilusorio” (ibíd. 78). Si el Edipo-bis implica que el niño
en cambio, una burla, un descrédito al valor de la ley y el mundo simbólico, pues el falo pierde
su primacía como símbolo de poder a través de una actitud lúdica, juguetona, en la que el
53
infante actúa como si el falo fuera primordial, aun cuando sabe con certeza que no lo es.7 Pouli-
quen (2018) ha descrito esta actitud lúdica con una adaptación de la famosa fórmula del
Chavo del Ocho: “sin saber sabiendo” (76), el infante se rebela porque sabe que el valor otor-
gado por la cultura al falo no es primordial, sino ilusorio; pero en lugar de oponerse directa-
mente a la ley (lo que conlleva la castración) hace como si no supiera, actúa como si las leyes
del mundo simbólico fueran verdaderas y el poder del falo inquebrantable. De esta manera,
la resolución del Edipo-prima se caracterizaría por una revolución, una revuelta, en la que
en vez de renunciar al deseo que se experimentó en la relación primordial del infante con la
madre y en el estadio del espejo, el infante (y el adulto en el que se convertirá este) afirma su
Vale la pena señalar que el Edipo-prima es un descubrimiento que Kristeva observó en algu-
nas de sus pacientes mujeres, es decir, que tiene una relación directa con lo femenino. Sin
así como el Edipo-bis puede darse en niños y niñas, el Edipo-prima puede presentarse tam-
bién en ambos. Que se manifieste en uno u otro depende exclusivamente del deseo del in-
fante; es decir, de su disposición a renunciar o luchar por su goce particular. Si bien es más
común que el Edipo-prima aparezca en mujeres, es posible que los hombres bisexuales y
de la familia patriarcal; pero también es posible, como dice Pouliquen (2018), que la resolu-
7
Esta actitud irreverente hacia el falo simbólico y la ley-del-padre es resultado, a su vez, de una
bisexualidad menos reprimida y de la posiblidad que tiene el infante de obtener placer y
experimentar goce de múltiples maneras. Que no se reprima el goce ni la bisexualidad son
consecuencias de la resolución del Edipo-prima y de la evación de la la angustia de la castración
característica del Edipo-bis. Sobre este plantemiento de Kristeva, véase Pouliquen (2018).
54
aquellos que son capaces de acceder a un inconsciente estético, pues como el perverso poli-
morfo descrito por Freud o las personas que no reprimen su bisexualidad, los artistas no
sea) su deseo. Por eso, la hipótesis de Pouliquen en La novela del encanto de la interioridad es que
el goce suplementario que está más allá del falo no es inefable ni indecible, ya que existe una
por lo menos, llega a saber de ese goce ambiguo, pero no inefable, como lo demuestra la escri-
tura de madurez de Virginia Woolf […] y de Marguerite Duras […]. Trataremos de caracterizar,
a través de diversos ejemplos, la escritura que registra ese “goce suplementario” específica-
mente femenino (¿femenil?), es decir, que está “más allá del falo”, más allá del “monismo fálico”
(Kristeva); un goce que no es “esencialmente fálico”, como el goce típico del hombre, sino un
goce marcado por un sabio escepticismo en cuanto a la sobrevaloración del falo, que produce,
El encanto de la interioridad
Para los estudios literarios, entre las implicaciones que conlleva la existencia de un orden
semiótico del lenguaje, así como de un inconsciente estético y de una resolución positiva del
Edipo, lúdica (esto es, que “sabe sin saber sabiendo”), como la descrita por Kristeva en el
Edipo-prima, la que más nos interesa acá es la que tiene que ver con la capacidad que ad-
quiere la escritura para expresar el deseo e, incluso, el goce. En un apartado anterior, decía-
mos que para Barthes el goce es indecible, insostenible en un texto, y, sin embargo, gracias a
55
los descubrimientos y planteamientos de Kristeva, Rancière y Pouliquen, podemos decir que
existe una escritura capaz de expresarlo, sin que esta resulte ininteligible o imposible.8
Además, para el caso específico de la novela (porque sus manifestaciones en otros géneros
pueden ser distintas, aunque cercanas, pues se tratan en definitiva de textos), que exista una
y que le permita disfrutar y expresar el deseo, implica una manera diferente de entender su
estructura. Por ejemplo, tomemos la estructura novelesca propuesta por Lukács en su Teoría
de la novela. Allí el esteta húngaro caracteriza a la novela, como género, por desarrollar una
dialéctica entre el héroe y el mundo degradado, cuya resolución es la madurez viril del héroe;
es decir, que el héroe toma consciencia de que sus ilusiones están perdidas y que sus ideales
no pueden ser realizados conforme a su deseo, lo que implica o bien su muerte o bien que se
adapte a ese mundo degradado. Ciertamente, esta es una reducción muy esquemática de la
propuesta teórica de Lukács, pero nos sirve para mostrar que la escritura del deseo puede
conformar una estructura novelesca distinta, en la que el héroe no deba renunciar a sus idea-
les, a pesar de los múltiples escollos que se le presenten. En cambio, aunque sea por un ins-
tante, el héroe de la novela del encanto tendría la posibilidad de gozar de su deseo al rechazar
las leyes simbólicas del mundo y su degradación, rigiéndose por leyes propias, por una axio-
rumano Thomas Pavel ([2003] 2005) ha llamado la interiorización del ideal o el encantamiento de
8
Lacan observa en la escritura de Joyce, sobre todo en su Finnegans Wake, por su carácter innegable-
mente semiótico, la posibilidad de alcanzar el goce a través de lo que llamó sinthome y que, a pesar
de su carácter central en la propuesta de Pouliquen, por las dimensiones de este trabajo apenas
puedo mencionar. Sin embargo, ruego al lector o la lectora que se remitan a Pouliquen (2018) para
profundizar en este concepto, cuya esencia extática recuerda al kairos propuesto por Kristeva.
56
la interioridad: el proceso por el cual cada sujeto forma una ética propia, que ya no se corres-
ponde con la moral de ninguna institución; justamente estas expresiones cobran sentido en
la medida en que los seres humanos, a través de propias experiencias y vivencias particula-
res, descubren una brújula, que los guía en su devenir, que funciona solamente gracias a su
daba el filósofo prusiano Immanuel Kant en su famoso y breve texto Respuesta a la pregunta:
¿qué es la ilustración? ([1784] 2014), o sea, “la libertad para hacer uso público de la razón, para
exponer ante el público las propias ideas, aunque estas vayan en contravía de dogmas polí-
ticos o religiosos” (Díaz Villareal 2014, 12). Por eso, para Pavel ([2003] 2005), “todo ser hu-
mano, fuese cual fuese su lugar en el mundo, se vio impulsado a buscar la perfección de la
Para explicar la diferencia sustancial entre la interiorización del ideal (el encantamiento de
Pavel) y el encanto de la interioridad que propone Pouliquen (2018) hay que señalar, por un
encanto de la interioridad hecha por Pouliquen y, por el otro, una definición (con los riesgos
Evoquemos, en primer lugar, una de las novelas de Duras que le permiten a Pouliquen ela-
borar su concepto: Le ravissement de Lol V. Stein (1964). En 1987, la escritora española Ana Ma-
ría Moix tradujo esta novela como El arrebato de Lol V. Stein, pero en su libro Pouliquen nos ha
demostrado que este título no es pertinente, ya que el fenómeno central que representa la
57
traducción obedece a que la palabra francesa ravissement reúne varios sentidos que en caste-
llano se expresan con distintas palabras: el de encanto, como deleite o plenitud intensa, el
de arrebato o rapto violento y el de éxtasis místico o amoroso (Roa 2018). Todos estos sen-
pretación de Pouliquen demuestra que en la novela de Duras predomina el sentido del en-
canto como dicha: en el relato se narran dos núcleos que son protagonizados por dos mujeres
que les arrebatan a otras dos mujeres su amante, pero estos raptos en lugar de ser traumáti-
cos provocan una plenitud intensa y dichosa. En primer lugar, en medio de una fiesta, Anne-
Marie Stretter, una mujer bella y madura, le arrebata a una joven e inexperta Lol su novio,
Michael Richardson. Con el rapto de Anne-Marie, Lol accede a una plenitud intensa, desco-
nocida hasta entonces por ella, una dicha inmensa que se repetirá mucho después al ser ella
quien rapta al amante de otra mujer: diez años después, en un eterno retorno, Lol, madura
ya, se queda con Jacques Hold, el amante de Tatiana Karl, su amiga de toda la vida. Ambas
experiencias se caracterizan por una plenitud que resulta ser ajena a la venganza, contraria
al sufrimiento y opuesta al furor de los dolores juveniles. Por eso, si hay un personaje nove-
penas amorosas del joven Werther, del escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe: ante el des-
encuentro amoroso, mientras Lol experimenta un gozo profundo, Werther decide suici-
vida, sobre las que reflexiona la novela de Goethe, la diferencia entre Werther y Lol radica
en que, ante la situación límite y crítica, aquel ha desechado sus ideales mientras que esta
los ha mutado en algo todavía más precioso: la “plenitud de la madurez” (Duras [1964] 1987,
58
14), una transformación sin violencia, provocada por el encanto de Anne-Marie y que se ha-
Él había cambiado.[…] Los ojos de Michael Richardson se habían iluminado. Su rostro se había
En cuanto se le veía así, se comprendía que nada, ninguna palabra, ninguna violencia en el mundo
había sido la causa del cambio de Michael Richardson. Que ahora estaba obligado a vivirlo
hasta el final. La nueva historia de Michael Richardson empezaba ya a nacer.|| En Lol, esta
haber sido el agente mismo no solo de su llegada sino también de su éxito, Lol no se hubiera
Hemos resaltado en la cita de la novela de Duras varias palabras o expresiones que confor-
man un campo semántico preciso y que, sin duda, se corresponde con el sentido dado por
Pouliquen a la palabra ravissement, como hemos visto arriba. Por eso, dice Pouliquen (2018)
que en esta novela de Duras, “la heroína, encerrada en su propio mundo, ferozmente fiel a su
deseo y dispuesta a vivirlo hasta sus últimas consecuencias, es capaz de cierta forma del ‘goce
suplementario’, no estrictamente fálico, ‘más allá del falo’, característico del goce femenil
analizado por Lacan” (86). Si el suicidio no es una opción para Lol es justamente porque “sin
querer queriendo” asume la pena amorosa, el rapto de Michael Richardson, como una expe-
riencia que le permitirá escenificar su propio deseo, años después, al raptar ella misma al
amante de su amiga Tatiana. Justamente, como acertadamente señala Pouliquen, en esta no-
vela de Duras la expresión de la plenitud, del encanto con la vida, es el producto de “la reso-
lución feroz” de Lol V. Stein, “implacable cuando se da una oportunidad de hacer realidad
59
su fantasma, su fantasía, cuando Jacques Hold, el amante de su amiga de toda la vida, Tatiana
En este punto, gracias a esta novela de Duras, habría que señalar una característica del en-
canto de la interioridad, como tipo estructurante del género, que ha quedado latente, dis-
El encanto de Lol V. Stein “y tal vez en todas las novelas en donde se expresa una forma de ple-
nitud, de encanto con la vida, en el mundo o en retirada de este, parece verificarse un aporte
de Lacan a la comprensión del fantasma” (ibíd.). Tal aporte lo señala claramente Evans
Si bien Lacan acepta las formulaciones de Freud sobre la importancia del fantasma y acerca de
su calidad visual como guion que escenifica el deseo, él pone énfasis en la función protectora.
así como es posible detener la película en un cierto punto para evitar una escena traumática
que viene a continuación, también la escena fantasmatizada es una defensa que vela la castra-
ción. El fantasma se caracteriza entonces por una cualidad fija e inmóvil. (90)
En este sentido, el fantasma permite que el deseo del sujeto, el deseo original que vimos rea-
lizado en la relación con la madre entre los cero y los cinco años o en el estadio del espejo,
no sea catastrado. Así, el fantasma le permite al sujeto reconocer su deseo y, lo más impor-
tante, expresarlo en una imagen fija e inmóvil, en un guion, en un patrón colectivo, pero
cuyos “rasgos únicos expresan el modo de goce particular del sujeto, aunque de una manera
su deseo” (Evans [1996] 1997, 91). En el caso de la novela de Duras, el fantasma del rapto le
permite a su escritora
60
desvelar las particularidades de un sujeto, tanto en sus dimensiones psíquica y corporal como
política (en el sentido más general: en su resistencia o en su ajuste a una sociedad particular),
vedosa. Se trata, entonces, de exhibir “el modo de defensa fundamental” del sujeto escogido,
característico de una clase y un momento histórico, de un género, por sorprendente que este
este modo de defensa fundamental, a cuyo conocimiento particular contribuye el hecho lite-
rario (en nuestra época que abandonó el modelo humano de la psicología clásica y busca, en
Que existan fantasmas o fantasías que permitan la expresión del deseo en la escritura im-
plica algunas precisiones con relación a la novela como género. Por eso, en segundo lugar,
presentamos esta definición que si bien puede resultar hoy parcial, falible, temporaria
(Pouliquen 2018, 29), como todas las definiciones “en el campo de las ciencias humanas y
sobre todo en el arte y la literatura” (ibíd.), sin duda, insiste en un hecho esencial de la pro-
manifiesta en todos los niveles de la estructura […], constituye, sin embargo, una respuesta con
Esa respuesta tendrá un carácter más o menos afirmativo: hay momentos históricos en los cua-
les el futuro parece abrirse para todos, hay escritores sensibles a las posibilidades de afirma-
ción; pero también hay momentos de crisis, cuando afirmar es someterse a un orden injusto o
61
hacer el juego a dogmas que niegan al hombre, como también hay escritores fundamental-
Con relación a esta definición, habría que decir, en primer lugar, que el carácter no-afirma-
textos existan distintas escrituras, distintas tomas de posición y no una sola y unívoca visión
del mundo. Ahora bien, en segundo lugar, la vocación totalizadora de la novela es el resul-
tado de la existencia de un autor-creador, en el sentido que le daba el esteta ruso Mijaíl Ba-
jtín; es decir, un autor que no es el autor empírico, el autor civil, sino una conciencia
organizadora que es capaz de distanciarse del texto para observarlo objetivamente y, de esta
manera, redondearlo y dar una respuesta al problema que trata. En tercer lugar, estos pro-
blemas y sus respectivas respuestas son siempre históricos, no solo porque en ellos se puede
mento, sino, sobre todo, porque responden de manera particular a un problema que el escri-
tor, como autor-creador, ha considerado esencial y transversal no solo para él mismo, sino
En ese sentido, la novela del encanto de la interioridad descrita por Pouliquen es la respuesta
estética, la puesta en forma, del proceso histórico de la interiorización del ideal, de la ilus-
tración en el sentido de Kant: contraria el escepticismo radical que la Teoría de la novela del joven
Lukács consideraba esencial para este género, de acuerdo con Pouliquen (2018), la novela
del encanto toma dos caminos en su afirmación de la dicha y la vida: el erotismo y el amor.
62
De ambas formas, combinadas o no, los héroes y las heroínas de novelas como El tiempo reco-
brado, El encanto de Lol V. Stein, El amor en los tiempos del cólera o Middlemarch evitan la angustia y
perfectos, extáticos, largamente esperados o construidos con entereza, en los que gozan,
aunque sea por una única vez, de su deseo (pero no del deseo satisfecho, es decir, agotado,
sino del deseo que se reproduce). Esta es, de manera también esquemática y sucinta, la pro-
puesta teórica que Pouliquen plantea en su libro más reciente y que invitamos a leer para
profundizar realmente en ella. Esta propuesta, sin embargo, ha sido a veces malinterpretada,
a tal punto que ha sido tachada de ingenua, idealista, acrítica, sensiblera y hasta de “supera-
ción personal”, lo que no solo es injusto, sino que está poco argumentado. Justamente, que
exista una respuesta estética de carácter afirmativo con relación a la condición humana re-
vela que esta no se puede caracterizar únicamente de forma negativa, reificada, traumada,
enajenada, etc., cuando existe la posibilidad, como lo hemos visto, de desear, de disfrutar
exista una literatura radicalmente escéptica (como la del escritor francés Gustave Flaubert),
Norbert Elias) o tendiente al silencio (como los poemas del escritor irlandés Samuel Be-
ckett). En uno de los fragmentos de El placer del texto, Barthes señala que “todos los análisis
63
estos análisis olvidan (y es normal puesto que son hermenéuticas fundadas en la investigación
exclusiva del significado) el formidable reverso de la escritura: el goce, goce que puede explo-
tar a través de los siglos fuera de ciertos textos, escritos sin embargo bajo el amparo de la más
Al respecto, habría que señalar dos cosas: primero, este fragmento es una crítica indirecta al
español como El hombre y lo absoluto. Allí el sociólogo de la literatura demuestra que los Pen-
samientos de Pascal y el teatro de Racine se caracterizan por una visión o concepción del
mundo (Weltanschauung) trágica, es decir, la visión del jansenismo, producto de los conflictos
rescatable del fragmento de Barthes, pues, en segundo lugar, lo que muestra es que, aún en
los momentos más oscuros de la historia, como las guerras, es posible que la escritura revele
en su reverso el goce y el deseo. Que muchos análisis socioideológicos ignoren tal dimensión
encanto de la interioridad. Allí, Pouliquen (2018) ha logrado abrir un espacio para el goce, el
deseo, el erotismo y la dicha en la teoría y la crítica literarias que, a menudo, omiten estos
fenómenos. Es más, este olvido también se le puede recriminar a la Teoría de la novela de Lu-
kács, escrita tras el estallido de la Gran Guerra en Europa (momento ciertamente muy os-
de la novela como un género escéptico que en su síntesis estructural solo contempla como
resoluciones válidas a los problemas humanos la muerte o la conversión del héroe problemá-
tico en un ser maduro virilmente que, aparte de haber renunciado a sus ilusiones, debe en-
terrar sus ideales y obrar conforme a las leyes simbólicas del mundo.
64
Hipótesis sobre la escritura del deseo
Ahora bien, tras este recorrido teórico, nos gustaría señalar las hipótesis que este trabajo
intentará demostrar con relación a los textos de Fernando Molano Vargas. En primer lugar,
consideramos que la apuesta estética de Molano consistió en lograr una escritura del deseo,
con la particularidad de que sus tres libros están articulados temáticamente por el erotismo
y el amor. Para introducir esto, de momento, evoquemos las palabras de Pedro Carlos Lemus
(2017), quien ha dicho que a Molano la lectura le “llegó a través del deseo”. A partir de la
homologación de la experiencia del autor y el relato del narrador en el texto de Vista desde una
acera, Lemus concluye que, para Molano, su primer encuentro con el deseo fue todo un acon-
tecimiento: una noche, al hojear una revista Life, el narrador (todavía niño) encuentra dos
ckens Oliver Twist (dirigida por Carol Reed en 1968). Las fotos le causaron tal impresión que
las recuerda, ya mayor, en el tiempo en el que narra la anécdota del texto de la novela, con
No recuerdo qué decía el texto, si es que en realidad lo leí. Pero nunca pude olvidar dos de las
fotos que lo acompañaban. Una era grande [figura 1], ocupaba la mitad de una página, y mos-
traba un comedor inmenso con dos hileras de mesas rústicas, a las que estaban sentados una
cantidad de niños con sus cucharas quietas: todos ellos miraban a Oliver, caminando casi en
puntas, llevado por un hombre inmundo que le agarraba la oreja como se agarra un collar de
perro, arrastrando a Oliver como se arrastra a un perro. Viendo esa foto, recordé a Hansel y no
alcancé a sentir pena por Oliver. Tampoco odié al hombre inmundo. Tan solo tuve muchos
65
deseos de haber estado allí, y una sensación extraña y bella de la que no hablaré. Era una sensa-
ción nueva. Y era una sensación mía. (Molano 2012, 91; las itálicas son nuestras)
La otra foto era del actor inglés Mark Lester interpretando a Oliver (figura 2), sobre quien
el narrador comenta:
Tenía en sus manos un cazo, y la mirada hacia arriba como en una oración. “Tengo hambre.
¿Me da un poco, señor?”, decía allí abajo. “¡Sí: denle todo lo que quiera!”, le susurré a esa foto
desde mi corazón… ¿Cómo explicarlo? Yo no conocía la palabra éxtasis, pero juro que fue eso lo
que sentí mirando así a Mark Lester, sin saber qué hacer. Pero recordé el baño de casa y en-
tonces lo supe: no había nadie en él, había que entrar de prisa, cerrar la puerta, dejar caer la
felicidad de un golpe, así: de rodillas al piso, de rodillas sobre la página sin parpadear, despacio,
gritando ¡Dios! Pasito. Y sin alzar la voz. (Molano 2012, 91-92; las itálicas son nuestras)
66
Figura 2. Imagen de Mark Lester
Ambas imágenes se convertirán desde entonces, según relata la novela, en un recuerdo inol-
vidable que durante la infancia resulta ser indecible, imposible de expresar: con la primera
imagen, el narrador experimenta el encanto como un sentimiento inefable, mientras que, con
la segunda, logra su primer orgasmo, un éxtasis que era hasta ese día desconocido y de un
poder tal que, para evitar que lo descubran y se lo arrebaten, debe ser silenciado.
Con relación a la primera foto hay que señalar que si el narrador protagonista tuvo deseos
de asistir a esa escena, expectante como los niños sentados en las mesas, sin sentir pena hacia
Oliver ni odio hacia el hombre que lo lleva, es porque, quizá, esa imagen produce en el infante
una captación profunda, un encanto como el del niño que descubre, en el estadio del espejo,
su cuerpo como una totalidad. Para empezar con el análisis, habría que decir que la referen-
cia a Hansel remite al personaje del cuento alemán “Hansel y Gretel”, pues este cuento hace
infancia, que ya se ha referido a él páginas antes en la novela. Gracias a este referente, surge
una conexión interesante a partir de las similitudes que abundan entre Oliver y Hansel: los
dos son miserables, están en situación de desamparo por la ausencia de los padres, son in-
fantes (tienen menos de nueve años) y sus finales son tonificantes, de alguna manera “feli-
ces”, pues reconfortan al lector empático. Hansel y Gretel, tras derrotar ingeniosamente a la
67
anciana que los tiene capturados, toman sus posesiones y vuelven con ellas a la casa paterna,
donde son bien recibidos y alcanzan la felicidad gracias, justamente, al valor de las prendas
descubre (tal es la anagnórisis), tras varias peripecias y necesidades, que Oliver es el hijo
ilegítimo de un hombre rico del que puede heredar una gran fortuna con la condición de que
nunca haya mancillado su nombre con ninguna fechoría; al no ser responsable de ninguna (a
pesar de haber sido acusado de muchas), Oliver recibe el dinero, que comparte con su medio
hermano para que él inicie una vida mejor; finalmente Oliver es adoptado por su tía materna
y termina alegremente la novela sin sufrimientos. Creemos que, con relación a estas simili-
tudes, y a la situación particular del niño que observa a Oliver y lo relaciona con Hansel, sin
pena ni odio, pueden establecerse por lo menos dos interpretaciones válidas y, en cierta
forma, complementarias.
Por un lado, el asombro expectante y maravillado que produce la imagen de Oliver, como
metonimia de la imagen de Hansel, es producto del mismo encanto que ejercen los cuentos de
hadas en los niños, tal y como lo describía el psicoanalista austríaco Bruno Bettelheim
(1976). En ese sentido, el encanto depende, “en gran manera, de la ignorancia del niño” (Bet-
telheim [1974] 1994, 24). Ni Hansel, ni Oliver ni Fernando cuentan en sus infancias con las
vivencias necesarias para saber el porqué de sus temores, de sus angustias, de sus necesida-
des insatisfechas (tener hambre, tener frío, estar desamparados, etc.). El cuento, el relato, la
rir una experiencia primigenia y, así, lograr una confianza en el futuro a partir de las fabulas
de estos textos. Justamente, todos estos relatos confluyen en una misma idea: son las propias
acciones o las propias condiciones de existencia de los niños como niños (representadas en
68
el ingenio con el que Hansel y Gretel vencen a la anciana o en la fortuna que Oliver y Moss,
su hermano, reciben por derecho de nacimiento de su padre) las que les otorgarán una reso-
lución feliz, satisfactoria, a sus problemas tempranos. Por eso, el encanto de los niños con
los cuentos de hadas, en el que repara Bettelheim, es resultado de su fascinación por ese
saber nuevo que fundará sus ilusiones e ideales posteriores. Por el otro lado, otra posible
puede encontrarse en el hecho de que es un lector innato capaz de intuir que Oliver no será
maltratado por siempre, sino que logrará superar el revés de su desamparo y su situación de
miseria y pena sufrirá una transformación (el twist que lleva por apellido de expósito). De
hecho, de acuerdo con esta interpretación, lo que espera con la mayor confianza y deseo el
infante, y de ahí que no sienta ni pena por el niño ultrajado ni odio por quien lo ultraja, es
Con relación a la segunda imagen, la de Lester, hay que señalar que se trata a todas luces de
la transgresión doble de la ley tácita que le prohíbe, por un lado, tener un afecto de tipo
amoroso por otro varón y, por el otro, gozar de su cuerpo al masturbarse con la imagen de
este. Resulta muy llamativo que para Fernando, el personaje, la primera imagen ponga en
escena a Oliver, el personaje de Dickens, y que la segunda sea, en cambio, una imagen de
Lester, de la persona real. Esta diferenciación es esencial, pues nos desvela dos dimensiones
vitales del narrador: la del lector y la del cuerpo. Es necesario señalar, además, que tanto la
primera imagen (la de Oliver) como la segunda (la de Lester) producen en el niño una sen-
resultan ser dicientes representaciones de lo que sería un Edipo prima, como lo hemos visto
69
atrás. También se puede decir que ambas imágenes conforman una imagen de fantasía (un
fantasma), prelingüística, de la Infancia del hombre, o sea, una experiencia en el sentido que le da
el filósofo italiano Giorgio Agamben ([1978] 2015): “Como infancia del hombre, la experiencia es la
mera diferencia entre lo humano y lo lingüístico. Que el hombre no sea desde siempre hablante, que haya sido
y sea todavía in-fante, eso es la experiencia” (68). Es decir, que el carácter inefable de la expecta-
ción del lector, así como su correlato sexual en el éxtasis indecible, que en el narrador son
provocados ambos por la imagen doble de Oliver-Lester, son, a su manera, expresiones del
deseo que no se pueden representar ni con el habla común ni con la expresión literaria ca-
nonizada, pues ambas están gastadas y son incapaces de dar cuenta de la experiencia de
orden prelingüístico, de la conexión con el mundo de la Infancia, según Agamben, del perverso
En concordancia con esta apreciación de la infancia como mundo primigenio, babélico o ar-
caico que presenta Agamben, como una patria trascendental, también ambas imágenes tra-
tan sobre el mundo femenino, en el sentido que le da Kristeva ([1996] 1998). Este mundo
femenino (que también puede experimentar un hombre) es lo que Freud llama “la civiliza-
ción minomicénica detrás de la civilización griega (la relación arcaica madre-hija)” (Pouli-
quen 2018, 121); es decir, ese continente desconocido por Freud y sobre el cual apenas pudo
“descubrir” la envidia del pene. Las imágenes de Oliver-Lester son, a su manera, un negativo en
el que ha quedado impresa la experiencia amorosa y sexual del autor-narrador, así como su
tener viva el alma, a pesar de múltiples escollos”, como dice Pouliquen (2018, 128). Por eso,
hay que concluir, por adelantado, que esta experiencia, aunque imaginada, soñada, verosí-
mil, irreal, etc., así como implícita, indecible e inefable, sin embargo, ha sido el origen y la
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causa de la posibilidad de que en la literatura de Fernando Molano Vargas se pueda expresar
Como experiencia del mundo arcaico, en las imágenes de Oliver-Lester el narrador de Vista
desde una acera descubre el deseo del Otro (en el erotismo y el amor), motor inagotable de la
escritura y la lectura, así como la novela Oliver Twist, su adaptación cinematográfica y el pla-
cer de los relatos. Es decir que en estas imágenes, que son fantasmas en el sentido psicoana-
lítico, Molano descubre los objetos más preciados de su propia vida y a los que se dedicará
totalmente hasta su muerte: el amor, el deseo, la lectura, la escritura y el cine. Por eso, como
dice Lemus (2007), “a partir del deseo se configura su obra en tal medida que una de las
escenas de la novela de Charles Dickens pasó, luego de ese primer acercamiento erótico y
literario, a dar título a la primera novela de Molano: Un beso de Dick”. Ese paso de la infancia
a la literatura, vale la pena señalarlo, sin duda, nos sugiere el paso energético que ocurre en
la chora semiótica descrita por Kristeva (1974), y al que ya hemos dedicado algunas líneas
arriba.
Con relación a Un beso de Dick, hay un pasaje de esta novela que es central para aclarar su
título. En él aparece Felipe, el narrador y protagonista de esta novela, sentado en las gradas
de la pista de atletismo de su colegio con Leonardo, su amigo (de esta manera siempre se
referirá a su novio). Sobre esta escena el narrador comenta: “Yo quisiera decirle a Leonardo
que lo amo. Y que me gusta tanto… ser de él. O algo así. Pero a mí solo me salen besos” (Mo-
lano [1992] 2011, 96). (Nótese que el narrador es consciente, como se ve en esta cita, de la
eficacia exclusiva del cuerpo a la hora de expresar el deseo y el amor). Los personajes se
besan bajo la noche, pensando que nadie los observa, pues el colegio en ese momento debería
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estar vacío. Sin embargo, la pareja es descubierta por un celador que les grita: “¡Par de mari-
cones!” (98). Aunque no está muy cerca el vigilante, dice el narrador, “quiere venir a agarrar-
podemos saltar facilito este muro para besarnos más, muertos de la risa, del otro lado” (ibíd.).
Aquello que cela el vigilante no es el estadio en el que se besan los dos muchachos (¿¡qué
podría robarse alguien de un lugar así!?), sino que nadie pueda ocultarse en este espacio para
gozar de su felicidad.
Este encuentro le ocasionará a Felipe múltiples dolores, pues a través del celador llegará a
oídos de su padre la noticia de que su hijo se besaba con otro muchacho. En un diario ima-
ginario, el narrador comenta el castigo del padre así: “Bogotá, octubre 22. Querido Leonardo:
¡nos pillaron! El jueves, ¿se acuerda? Papá me dio un puño y ahora estoy ciego” (112). La ce-
guera es el resultado indirecto del puñetazo, pues Felipe es golpeado mientras sostiene una
batería que, al caer, desprende un ácido que quema sus ojos. Es muy interesante, como dice
acertadamente Pedro Adrián Zuluaga (2019), que Felipe pague “un precio semejante al de
Edipo por transgredir lo que su padre llama el orden natural” (16), pues Molano revela así
que el beso desestabiliza todo orden simbólico y es el germen de toda una verdadera revuelta:
“No hay revolución más fulgurante (ni mejor salvación) que la de dos amantes”, dice Zuluaga
(2019, 21). Ante la furia del padre y el miedo de perder a Leonardo, aparece en la fantasía del
personaje y narrador el fantasma de Oliver Twist, imagen arcaica, de la infancia, cuya impor-
Mejor me voy de andariego por ahí. Y me vuelvo un gamín y todo. Como Oliver Twist… ¡Tan
caso!: Dick le dio un beso a Oliver porque se iba a morir. Pero no los vieron. Menos mal no los
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vieron, qué chévere; porque, si no, los habrían matado. Si les pegaban por pedir comida… Los
Como imagen del deseo primigenio, en esta primera novela de Molano, el beso de Dick y
Oliver remite a una violación de la ley del Padre, justificada por la cultura patriarcal y homo-
fóbica. A Molano le interesa el beso porque en su relato permite la expresión del erotismo,
el amor, los sentimientos verdaderos y el deseo, positivos a todas luces, pues no hacen daño
a nadie y son la base de cualquier relación genuina; pero, al tiempo, el beso de dos mucha-
chos, como el de Dick y Oliver o el de Felipe y Leonardo, significa, también, una afrenta al
Padre, una transgresión de su ley que es castigada con el golpe cegador. Esta trasgresión
también puede verse en algunos poemas de Todas mis cosas en tus bolsillos. Este poemario, en
palabras de Abad Faciolince (2012), “como una bisagra entre su primera novela y su novela
póstuma, completa y explica muchos de los sentidos de los dos libros de narrativa” (254).
Pero, además, le permite al lector comprender el amor y el deseo de Molano no solo como un
enunciado lingüístico, sino como expresión del cuerpo. Citemos un poema como ejemplo:
En qué boca
se han hecho
amigo
puñales nuestros
besos
73
ahora que llego a casa
y no me miran. (31)9
en principio, la boca como órgano corporal produce una mediación doble: por un lado, sirve
para relacionar a los amantes a través de los besos y, por el otro, enfrenta al yo poético con
sus padres. Pero aunque son el mismo órgano, la boca de los amantes se comunica con el
afecto de los besos, de carácter semiótico, mientras que la boca del desconocido por el que
llega a los oídos de los padres el affaire de su hijo, del yo poético, se comunica con palabras,
nomia puñales-besos (no es casual que estas palabras tengan una posición opuesta y en dis-
tinto verso en la distribución gráfica del poema). Ahora bien, entre el amor del sujeto poético
y de su amigo, a quien va dirigido el poema (el vocativo se expresa a través del salto de verso),
y el amor que siente por sus padres se crea la tensión que expresa la antinomia puñales-besos.
Tal tensión es irresoluble, pues, en la primera situación, la del amor que aparece expresado
en los dos primeros versos, en la boca de los amantes hay una conexión, mientras que, en la
padres (como en Un beso de Dick) sobre el beso, se establece una ruptura, manifiesta en la
El quid de la antinomia en el poema se hace patente también de dos formas: por un lado,
cuando el yo poético se pregunta por el carácter doble de los besos y, a su vez, cuando siente
el desconcierto por la actitud de los padres, puesto que el yo poético no logra entender cómo
9
La mayoría de los poemas de Todas mis cosas en tus bolsillos no suele llevar punto final. En este tra-
bajo siempre se agregará para separar el poema del número de la página en la que aparece la cita.
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esos besos, nacidos del amor, pueden herir a otras personas, con el agravante de que son
personas también amadas por él. De acuerdo con esta lectura, el problema comunicativo en-
tre el sujeto poético y sus padres radica en que quien les cuenta sobre el beso de su hijo con
su amigo no ha logrado transmitir el contenido semiótico del beso, su afecto, sino solo su
carácter simbólico: “Su hijo es marica”. Mientras los amantes pueden comunicar su deseo a
través del carácter semiótico de su deseo, expresado en el beso, los padres solo se quedan
con la dimensión de la ley, del castigo, que no puede ser otro que la indiferencia hacia el
sujeto poético y, a su vez, la transmisión de la culpa, por haber transgredido sus normas.
Como puede verse, tanto en las novelas como en los poemas de Molano se tocan y se super-
ponen varios bordes que forman espacios de goce: por un lado, el de la escritura sencilla y
diáfana, libre de artificios y sofisticaciones del material verbal y, por tanto, que provoca el
de la expresión canonizada por la doxa como “literaria”. Por el otro, convergen también el
límite de la ley del padre y su trasgresión a través del beso entre dos muchachos, capaz de
seducir al lector, al expresar el deseo de los amantes como un elemento opuesto a la ley.
Además, el beso en el mundo de Molano siempre será una metonimia de la lectura, del placer
de la lectura, pues nombra a su vez el beso de Dick y Oliver, desencadenante del gozo que
para el narrador de Un beso de Dick, como para el mismo Molano, la afirmación del deseo coin-
cide con el acercamiento a las letras y la pregunta por el lenguaje. A la vez que descubre su
atracción por otro hombre, el personaje se pregunta por metáforas y símiles […] como vehículo
75
A partir de lo que informa el mismo Molano en una entrevista que David Jiménez, antiguo
profesor y amigo suyo, y que le realizó poco después de que apareciera Un beso de Dick, Lemus
(2007) propone que para el autor creador son homologables las mismas experiencias arcai-
cas que el narrador de sus novelas tuvo con las imágenes de la película Oliver.10 Si se parte de
esta conclusión, se podría intuir, además, que la iniciación en la lectura del escritor, como
una práctica conservadora de la cultura (en el sentido que Barthes le da en El placer del texto),
es el resultado justamente del encuentro prohibido con el goce, con la experiencia orgásmica
que la imagen de Oliver sella en su infancia. O, como dice Kristeva ([1998] 1999), “se trata de
la obra de un sujeto —pero de un sujeto en proceso—; que logra alcanzar regiones peligrosas
en las que la unidad se ve aniquilada a través del retorno a la arqueología de su unidad con
La anterior intuición es de suma importancia para esta tesis, puesto que la segunda hipótesis
que nos proponemos demostrar acá sostiene que la escritura de Fernando Molano es el re-
sultado de una revuelta íntima (de acuerdo con la formulación de Kristeva), que se hace pa-
tente en la trasgresión de su propio habitus (uno de los conceptos centrales del sociólogo
10
Somos conscientes que homologar las vivencias de un autor con las anécdotas que narra en sus
textos sobre sus personaje resulta problemático si se lleva hasta el absurdo de considerar, en este
caso específcio, que los textos de Molano son una especie de biografía de su autor. Esto se sabe
gracias al trabajo de Bajtín, quien señaló que en los textos literarios existe un estatuto ficcional, un
pacto, que el lector no puede olvidar: no confundir la vida de un autor con la vida de los personajes
de sus textos. Tampoco, obviamente, es posible confundir al autor empírico con el autor-creador. Sin
embargo, es admisible recurrir a esta experiencia de la infancia que aparece en los textos de
Molano, pues no es la anécdota, la historia de Dick Tinto y Oliver Twist lo que importa, sino la
huella, el negativo, el registro, que dejó en la experiencia vital y creadora de Molano. Por eso,
consideramos que las imágenes de Oliver-Lester y el beso de los personajes de Dickens conforman
un fantasma, un patrón protector relevante tanto para los textos como para la vida misma de
Molano.
76
francés Pierre Bourdieu) a través de la lectura y la escritura. De otra manera, también se po-
dría afirmar, como lo hizo Abad Faciolince (2012), que nos interesa demostrar que “esas re-
vistas [en las que aparecían las imágenes de Oliver y Mark Lester] [...] resultan ser el origen
de aquello que —junto con el amor de su amigo— salvó a Fernando Molano de una vida
sórdida y sin sentido: la lectura y la escritura” (253). Pero habría que añadir dos cosas. Pri-
deseo experimentado en la infancia, con el gozo del deseo ante las imágenes de Oliver y Mark
Lester. Y, segundo, que la salvación de Molano de una vida sórdida solo pudo lograrse al
precio de una revuelta, es decir, de una trasgresión de la ley con efectos irreversibles: ser la
excepción en su familia y clase social, aquel que representa la diferencia y un espíritu crítico
de su propio habitus.
La tercera hipótesis de esta tesis tiene que ver justamente con el resultado de la revuelta
La novela del encanto de la interioridad, ese que señala que el erotismo y el amor son las “princi-
pales fuerzas generadoras” de este tipo de novela (29), resulta muy sugerente considerar la
relación entre las experiencias de la escritura, la lectura, el amor y el erotismo en los textos
de Molano, pues su articulación nos lleva a considerar que la escritura del deseo es el origen
de las figuras que el encanto de la interioridad ofrece tanto en sus novelas como en su poe-
mario.
lares, de las figuras diversas y complejas del encanto de la interioridad”, como una posibili-
dad de “conectar, de manera grata o menos grata, pero de manera honesta, lo menos reificada
77
posible, con nuestro ser profundo” (47). Comprometidos con esta intención, reconocemos
en la figuración un “modo de aparición del cuerpo erótico (no importa la forma o el grado)
en el perfil del texto”, que da “testimonio de una figura del texto necesaria para el goce de la
lectura” (Barthes [1973] 2011, 74). Esta figura se puede observar en los textos de Molano, sin
duda, a través de la aparición del deseo y el erotismo como problemas centrales de su escri-
78
II. FERNANDO MOLANO VARGAS,
UN ESCRITOR EN REVUELTA
En este capítulo se hace un análisis relacional de la vida del escritor Fernando Molano Var-
gas a partir de tres conceptos del sociólogo francés Pierre Bourdieu: su habitus, su posición
particular. Este análisis relacional tiene como objetivos, primero, presentar las condiciones
Para empezar, habría que decir que Molano nació en una familia sin comodidades, popular,
de “baja clase”, con constantes dificultades económicas, como él mismo afirma en una carta
de 1996 a su amigo Gabriel Lara (Serrato Castro 2016, 77). En su familia, conformada por un
padre obrero que se dedicaba a la mecánica, una madre ama de casa, cuatro hermanos y dos
hermanas sin relación alguna con el campo cultural, Fernando fue la excepción: gracias a la
herencia que dejó su abuelo materno, compuesta por papeles, cosas viejas y revistas, entre
las que se encontraban algunos suplementos culturales y literarios, Molano pudo iniciarse
en la lectura, acercarse a algunos clásicos de la literatura, como la novela Oliver Twist del es-
79
debe su título—, y convertirse en un inveterado visitante de la Biblioteca Luis Ángel Arango
de Bogotá, donde gozó hasta sus últimos días de la lectura de muchos libros. Así lo narra
En la casa de Fernando Molano solo hubo dos libros: el de páginas blancas y el de páginas
amarillas. Eso fue hasta el día en que murió su abuelo materno y dejó una herencia con la que
su familia esperaba salir de la pobreza. Pero tanta dicha no podía ser verdad: al final, la platica
fue a parar a una institución de caridad y como premio de consolación los Molano recibieron
Un día, Fernando se puso a hojearlos y encontró una reseña de una película con una foto en la
que un niño moribundo, Dick, le daba un beso a su amigo, Oliver Twist. Conmovido con la
escena, se fue para la Biblioteca Luis Ángel Arango a buscar a Oliver, a Dick y a Charles Di-
ckens. Luego, todo vino por añadidura: la lectura, los estudios literarios y la escritura, aunque
Este interés por la literatura motivó el cambio de su orientación profesional de los campos
de la ingeniería y la arquitectura —muy apetecidos, por considerarse más lucrativos que, por
ejemplo, las humanidades— hacia los estudios literarios y el cine, disciplinas a las que se
nunca se graduó (Urrea 2018). En la primera de estas universidades, Molano asistió a los
cursos de David Jiménez Panesso, reconocido poeta, crítico literario y profesor colombiano,
que lo acogió como alumno. De acuerdo con Marieth Helena Serrato Castro (2016), compa-
80
no solo fue su guía, sino también [su] amigo y consejero. Molano se dejó contagiar por su vasto
conocimiento de música, arte y literatura; fue un gran apoyo, orientó sus lecturas e influyó en
su formación literaria. Siempre estuvo atento para que Fernando se formara como escritor y
Por eso no sorprende que Molano haya dedicado Vista desde una acera “sobre todo, a David
Jiménez dejó en Molano, en su educación literaria, pues él lo formó como lector profesional.
de autores del canon occidental, para usar el término de Harold Bloom ([1994] 2012), en el co-
crítico.12 Sin duda, los mejores ejemplos publicados de sus capacidades críticas son la reseña
que Molano hizo de la novela El vuelo de la paloma del escritor colombiano Roberto Burgos
11
Del reconocimiento a la madre del escritor muchas cosas se podrían inferir: que el hijo y la madre
gozaron de una buena relación, basada, quizá, en el apoyo, el cariño y la comprensión; podría incluso
señalarse una conexión especial en dicha relación positiva, en la medida en que estuvo caracterizada
no por la resolución catastrófica que Freud veía en el Edipo, sino por una resolución positiva, un
Edipo-prima, tal y como lo plantea Kristeva ([1996] 2000) y al que, en su origen primitivo, Molano
le debería su revuelta íntima. Sin embargo, dado que no se cuentan con suficientes materiales
biográficos del autor que permitan demostrar extensamente esta intuición, no profundizaremos en
su explicación puntual en la vida del autor, pero sí se considerará como un aporte para interpelar el
análisis de su proyecto creador.
12
Bajo la dirección de Jiménez, en el año 2000, el Departamento de Literatura de la Universidad
Nacional de Colombia elaboró un documento de autoevaluación del programa de pregrado en
Estudios Literarios. Allí se consigan las tres competencias ideales de un profesional en esta
disciplina: “El conocimiento directo y la comprensión crítica de las obras literarias del canon
occidental; el conocimiento de la historia literaria, en especial de las literaturas colombiana e
hispanoamericana; [y] el conocimiento de las corrientes principales del pensamiento teórico y de la
crítica en el campo literario” (8). En nuestro concepto, estas serían las cualidades que, para Jiménez,
definirían lo que entendemos acá por lector profesional.
81
Cantor, titulada “Sutil intemporalidad macondiana” (Molano Vargas 1992), y el análisis ex-
cepcional del poema “Lippi, Angelico, Leonardo” del escritor cubano Eliseo Diego que apa-
rece en su novela Un beso de Dick. A ambos textos críticos nos referiremos más adelante.
Por ahora, queremos resaltar un hecho que podría ser visto como aislado, pero que da cuenta
de las habilidades profesionales que como lector tenía el autor de Vista desde una acera. Aún
sin haber terminado sus estudios universitarios, Molano fue asistente de investigación de
Jiménez en un proyecto sobre el modernismo en Colombia, que años después fue publicado
con el título Fin de siglo. Decadencia y modernidad —un trabajo de historia literaria publicado
por Colcultura que al poco tiempo se volvió de consulta obligada para los estudiosos de la
literatura y las ideas de esta época, junto con los de Rafael Gutiérrez Girardot, especialmente
Modernismo. Supuestos históricos y culturales (1983)—. En el último párrafo del “Prólogo”, Jimé-
Pedagógica Nacional por aquellos años, hoy novelista galardonado, [...] colaborador invalua-
ble en el acopio documental que precedió la elaboración de estos ensayos” (7). Esto es im-
portante porque Jiménez fue un profesor exigente en sus cursos y, por eso mismo, los
estudiantes que colaboraron en sus investigaciones fueron siempre los más destacados —es
más, hoy muchos de ellos son reconocidos por sus juiciosas y brillantes carreras en los cam-
tido, que Jiménez le diera este trabajo y lo reconociera con gratitud son muestras de la
82
tecario, sino sobre todo la capacidad crítica de seleccionar textos fundamentales de los es-
critores colombianos de finales del siglo XIX que le permitieran a Jiménez sustentar sus hi-
Además de Jiménez, otros profesores, sus lecturas personales y sus vivencias contribuyeron,
sin duda, a que Molano adquiriera un capital cultural destacado. Un buen ejemplo de este
capital puede hallarse en uno de los pasajes de Vista desde una acera dedicado a la convalecen-
cia del personaje de Adrián a causa del sida. Tras uno de sus ataques, aparece un médico que
le pregunta a Adrián cómo se siente y si le gusta la música clásica “con ese tonito pedante
escuchando lo que está sonando en la grabadora. Así son todos estos médicos arrogantes: les
parece una curiosidad que a un paciente de este hospital pueda gustarle esta clase de música”
(las itálicas son nuestras).13 A lo que Adrián contesta: “Me gusta La trucha” (Molano 2012,
199). Desconcertado, el médico le hace preguntas sobre el lugar y el día en el que se encuen-
tran y, alertado, le pregunta discretamente a Fernando, su amigo, “si Adrián ha tenido mues-
A lo que responde el médico: “Por eso de la trucha. Le pregunté si le gustaba la música clásica
y me respondió que le gustaba la trucha”. Fernando no evita sonreír y le explica que “La trucha
En este pasaje queda claro cómo el conocimiento de la cultura de Occidente de los personajes
de Fernando y Adrián difiere bastante del que tiene el médico, de “alta clase”, pero ignorante,
“imbécil” y “ridículo”, según el narrador. Y citamos este ejemplo, porque nos interesa señalar
13
Resalto en cursivas la palabra este, pues el hospital en el que se encuentran es público y le presta
sus servicios a quienes no pueden pagar por una mejor atención en una clínica privada.
83
un parecido entre las condiciones de existencia de estos personajes y de Molano, en la me-
dida en que, como ellos, su trayectoria como autor demuestra que un alto capital cultural no
es, por regla, propio de las personas con alto capital económico, sino que puede hallarse en
personas provenientes de sectores pobres (esto no significa, obviamente, que la escena ci-
tada haya ocurrido en la vida de Molano como persona empírica). Sin embargo, el caso de
Molano (así como el de sus personajes) es una excepción a las reglas sociales, puesto que
rompe con todas las expectativas y prejuicios que se pueden tener de una persona prove-
niente de la clase trabajadora de un país pobre como Colombia; sobre todo, cuando, gracias
Sin duda, ante una excepción como esta —o la de Jean Genet, “marginado”, desde su infan-
cia, hasta el punto de que tenía que robar y prostituirse para sobrevivir— resulta más senci-
llo, aunque no fácil, responder a la pregunta sobre cómo un niño o una niña —por ejemplo,
Jaime Gil de Biedma, poeta y diplomático español, o Simone de Beauvoir, escritora e intelec-
tual francesa—, a pesar de haber nacido en una familia conservadora, noble, aburguesada,
provocador y crítico o en una “intelectual intrépida, libre y ardiente”, como la considera Dei-
dre Bair, la biógrafa de Beauvoir (citado en Pouliquen 2009, 13). Pero en el caso de Molano,
es necesario reconocer que la lectura, los estudios literarios y la escritura no vinieron por
añadidura ni de forma espontánea, como dice Londoño (2012), sino que, como ella misma se
culture (Kristeva [1996] 2000) y con una apuesta literaria distinta a la de los demás escritores
84
del campo literario colombiano, no es una tarea sencilla, pero intentaremos resolverla acá.
En todo caso, para hacerlo, debemos partir del hecho de que, como Gil de Biedma y Beauvoir,
es con su habitus.
Considerar los textos de Fernando Molano en el campo literario de la última década del siglo
XX en Colombia tiene varias implicaciones. En primer lugar, entender que en ese conjunto
de textos de Molano se puede observar objetivamente una toma de posición, es decir, la ma-
nera en la que se sitúa la escritura ante a la historia (Pouliquen 2018, 126), pues “el auténtico
creador […] tiene que proponer una axiología, un sistema de valores propio” (Diaconu 2013,
91); y, en segundo lugar, que su toma de posición no se corresponde con ninguna moral, sino
La sociología del arte que propone Bourdieu acentúa el carácter particular de la toma de
estudian las dinámicas entre los escritores y el campo literario en el que participan con sus
valoraciones del mundo que los textos hacen circular. A la manera de una partida de naipes,
quienes participan en el campo apuestan con sus textos por un capital que les da poder sim-
bólico. Obviamente, no todos los participantes de este juego han ganado el mismo capital y,
por tanto, no todos tienen el mismo poder simbólico: hay en el campo tomas de posición
centrales, consolidadas y reputadas, sobre las que se establece la dinámica del juego y a las
85
que se oponen las posiciones de los pretendientes o debutantes que no han consolidado su
poder simbólico, pero que reconocen el poder de las posiciones centrales (aunque lo dispu-
ten). La existencia de un campo está condicionada por dos factores: la ilusión (illusio) de que
vale la pena entrar en el campo, pues se reconoce la importancia del poder simbólico que se
disputa allí, y el habitus que estructura objetivamente las prácticas de los escritores.
De acuerdo con Bourdieu ([1979] 1998), por habitus hay que entender las percepciones que
tienen los individuos del mundo, no como informaciones originales y particulares, sino como
adquirido” (Bourdieu 1997, 268) que, en su totalidad, forma un patrón, esto es, una manera
de describir las prácticas de una persona con base a sus percepciones. A propósito del habitus,
Bourdieu ([1980] 2007) enfatiza en el peso que las experiencias primitivas de los individuos
tienen, es decir, en la importancia de las condiciones de existencia dadas y que deberá com-
del
hecho de que el habitus tiende a asegurar su propia constancia y su propia defensa contra el
cambio a través de la selección que él opera entre las informaciones nuevas, rechazando, en
En este sentido, el habitus de un individuo es un manto conservador que resguarda las expe-
riencias iniciales de un individuo y las conecta en el futuro con otras similares, para labrar
un camino particular, unas opciones sistemáticas y unas percepciones coherentes, que son
86
señala la profesora rumana Diana Diaconu (2013), “en determinadas situaciones, algún ele-
mento del habitus puede actualizarse para engendrar una nueva apuesta” (92); es decir, el ha-
bitus puede reformarse si las condiciones de existencia varían, lo que implica, en el caso
particular de los escritores y artistas, la producción de textos en los que se modifica la toma
de posición original. Por ejemplo, la pintura del periodo tahitiano del franco-peruano Paul
Gauguin puede ser entendida como una apuesta distinta en el campo artístico francés, pues
presenta un cambio radical en el uso del color y las formas con relación a las que el pintor
desarrolló en sus inicios como artista, es decir, cuando sus técnicas eran más cercanas al
y una posición central en el campo, a tal punto que las tomas de posición que posteriormente
fueron centrales, como las del español Pablo Picasso, tuvieron como referente su apuesta
tahitiana.
Cuando Fernando Molano debuta en el campo literario en Colombia, es decir, cuando pu-
blica su primera novela con la que gana el premio de la Cámara de Comercio de Medellín,
cultural que le permite situarse en el campo literario; o sea, ya tiene un habitus que le permite
situar su producción con relación a otras que considera valiosas. Específicamente, reconoce
las tomas de posición que son centrales para él en la literatura colombiana en los años no-
Pero Molano, a diferencia de un escritor como Héctor Abad Faciolince, que debutó al mismo
tiempo que él, desde su nacimiento no tenía las condiciones de existencia que suelen ser
consideradas como necesarias para proponer una apuesta literaria en el campo, pues su ha-
87
bitus original no tenía ninguna relación con la literatura colombiana, ya que venía de un en-
torno obrero en el que la educación, la lectura y la escritura solo eran importantes en la me-
dida en que permiten que el individuo medre, mejore su posición social, sobreviva
lano se haya convertido en escritor con una toma de posición relevante en el campo literario
Pero antes, hay que señalar que la teoría de Bourdieu ha mostrado que “las probabilidades
objetivas inscritas en cada habitus, que reflejan los datos estadísticos, son vividas como posi-
bilidades subjetivas por los agentes sociales, como expectativas de éxito o fracaso si empren-
den esas acciones” (Martínez García 2017, 4). Según Martínez García, los individuos,
das por las probabilidades y posibilidades objetivas de sus habitus. Y aunque esto resulte
cierto en la teoría de Bourdieu, Martínez García reduce el alcance del habitus cuando señala,
los hijos de los obreros se encuentran con más dificultades objetivas (la distancia entre la cul-
tura de la familia y la cultura escolar es mayor que para otras clases) de pasar satisfactoria-
mente por el sistema formal de educación, con lo que se plantean como poco probable llegar a
los estudios universitarios y ni siquiera diseñan un plan deliberado para alcanzarlos. (Ibíd.)
Hay otros factores importantes que permitirían plantear una hipótesis diferente sobre el he-
cho de que los hijos de los obreros consigan trabajos de clase obrera, como los que presenta
el sociólogo inglés Paul Willis en Aprendiendo a trabajar ([1977] 2017). De igual forma, habría
88
que considerar una explicación menos reduccionista con relación a quienes logran una edu-
como Fernando Molano—, más allá del hecho de que estos diseñen un plan consciente para
alcanzar determinados éxitos y evadir ciertos fracasos. Para explicar esto, tratamos de seguir
acá la sociología relacional que Bourdieu plantea, para demostrar que, para convertirse en
un escritor profesional, el habitus de Molano no solo tuvo que actualizarse, sino que se modi-
ficó de tal manera que, aunque sus condiciones económicas no variaron sustancialmente
desde su nacimiento, sus percepciones del mundo ya no eran iguales a las de su grupo social.
Para explicar esto, analicemos como un antecedente la propuesta de Willis ([1977] 2017).
Willis ([1977] 2017) hace un trabajo etnográfico con estudiantes hombres, de últimos grados
de secundaria en Londres, en el que reafirma en parte la hipótesis del filósofo francés Louis
Althusser, en lo que tiene que ver con la escuela como un aparato ideológico del Estado, con
la diferencia de que, según Willis, en la escuela, además se pueden gestar culturas contraes-
colares; esto es, movimientos contrahegemónicos que permiten reafirmar el carácter subal-
terno de la cultura obrera. Para hacer esto, Willis identifica dos subgrupos escolares de
Los primeros son receptivos, cumplen al pie de la letra las reglas escolares, respetan la auto-
ridad del profesor y están conformes con la idea de que, al finalizar sus estudios, deben titu-
larse, intentar acceder a la educación universitaria o buscar un empleo en el que sean más
determinantes sus capacidades intelectuales que sus habilidades manuales. Los segundos
son estudiantes que en las tardes trabajan como obreros en las fábricas, que buscan diferen-
ciarse de la cultura escolar hegemónica, rompiendo las reglas de vestuario y teniendo diná-
micas de grupo excluyentes: rechazan a sus compañeros earholes, categoría en la que entran
89
los hombres “cobardes” y “afeminados”, denominados peyorativamente cissy, y hasta los hijos
de migrantes asiáticos, así como las mujeres, de quienes de muchas formas se aprovechan
(con todo esto, muestran su innegable pertenencia al patriarcado). Los lads, finalmente, jus-
tifican estas actitudes rebeldes porque consideran que es mejor el trabajo manual de las fá-
bricas, por ser, desde su perspectiva, más genuino con lo que ellos son: hijos de obreros. En
este grupo Willis centra prácticamente toda su atención, puesto que, en su concepto, a tra-
vés de sus actos de rebeldía y autoafirmación, los lads desarrollan una contracultura revolu-
cionaria con relación a las formas autoritarias y dominantes de la escuela, pero que
Willis terminan con trabajos de obreros o desempleados, pues, aunque tienen clara su con-
ciencia de clase, nunca inician una revuelta real (en el sentido que le da Kristeva en La revuelta
Creemos que Willis pone toda su atención en los lads no porque considere positivo este tipo
de identidad de clase, a todas luces ineficaz para una revuelta real, sino porque reafirma la
hipótesis sobre el carácter histórico del desarrollo individual que tenía Marx. Es decir que
así como los individuos “no pueden dominar sus propias relaciones sociales antes de haber-
las creado”, tampoco se puede concebir que ese nexo puramente material haya sido “creado na-
nexo es un producto de los individuos” y “pertenece a una determinada fase del desarrollo
de la individualidad”, como dice la cita de los Elementos fundamentales para la crítica de la economía
política de Marx (trabajo personal e inconcluso conocido ampliamente como los Grundrisse)
90
El fenómeno que observa Marx es evidente en la identidad de clase de los lads, puesto que, a
su manera (con todo y lo paradójica que esta resulte), estos saben que la dominación que
natural, y por eso mismo más que medrar, esto es, mejorar sus propias condiciones sociales
como hijos de la clase obrera. Es decir, desde su conciencia individual, los lads resisten al
granajes del sistema, sino hijos de una clase que, en masa, podría aminorar la capitalización
del mundo e incluso iniciar una revolución. Por esta razón, Willis concluye que los lads re-
se considera con demasiada frecuencia las aptitudes profesionales y educativas de los miem-
bros de la clase obrera desde un punto de vista reduccionista, como si los jóvenes obreros en
peor situación tuvieran que aceptar los peores trabajos sin ponerlos en cuestión, haciéndose el razona-
miento de que “admito que soy tan estúpido que es legítimo que me pase lo que me queda de
vida apretando los tornillos de las ruedas en una fábrica de automóviles”. (Wills [1977] 2017,
social de muchachos obreros que se cuestionan por su situación. Para describir y explicar
esto, Willis responde a dos preguntas en su estudio: primero, ¿por qué a los hijos de la clase
media les permiten los demás (o sea, los hijos de la clase obrera) conseguir trabajos de clase
91
media?; y, segundo, ¿por qué los hijos de la clase obrera están de acuerdo con conseguir tra-
escolar propia de ciertos hijos de obreros, que además son patriarcales, racistas y discrimi-
nadores, que agrupa a ciertos estudiantes que repudian el trabajo intelectual al que aspiran
sus compañeros earholes (hombres, hijos también de obreros, pero “débiles”, “cobardes”, “afe-
minados” o “pasivos”), porque los lads consideran que tal aspiración va contra su identidad
capitalismo.
En este sentido, no se puede negar que la contracultura escolar de los lads reacciona a los
problemas de un sistema educativo en el que, por un lado, quienes ejercen su tutela no eman-
cipan a los alumnos. En cambio, los castigan cuando van en contra del sistema al pensar de
forma propia, casi siempre, porque disfrutan de forma perversa de la corrección, conscientes
de que al castigar perpetúan el sistema, con el agravante de que no les importa.14 Y, por el
otro, porque el sistema educativo es, como ya se mencionaba arriba, un aparato ideológico
del Estado, que reprime el espíritu crítico y legitima la reproducción de las condiciones de
producción capitalista.
Si bien Aprendiendo a trabajar responde acertadamente a las preguntas que su autor se planteó,
habría que señalar lo que nos podría decir sobre un caso excepcional: un muchacho de la
clase obrera, homosexual (cissy, dirían los lads), sensible, que está interesado en el estudio y
que, en principio, podría tener las aspiraciones de los earholes. Sin embargo, ese muchacho
14
Esto es evocado claramente en la canción “Another Brick in the Wall”, escrita por Roger Waters,
de Pink Floyd, una banda británica de rock que la publicó en 1979, es decir, casi en el mismo mo-
mento en el que vivieron los lads estudiados por Willis.
92
tiene una fuerte identidad de clase, trabaja en las tardes como mecánico para subsistir y se
sabe contrario al sistema capitalista, como los lads. Ahora bien, este muchacho no solo com-
parte los rasgos de ambos grupos, sino que tiene otras características particulares que lo
de medrar, sino que es mucho más genuino y está dado por el gozo mismo que estas activi-
dades le provocan. De ahí, justamente, se puede explicar el porqué no terminó sus estudios
universitarios y se dedicó a leer y escribir. Para ese individuo, la lectura no es un medio, sino
un fin en sí mismo, una actividad autónoma que, como tal, le permitirá convertirse en un
escritor profesional, galardonado, con obras que serán admiradas tanto por el público aficio-
nado como por la crítica académica. Además, sin hacer proselitismo ni considerarse un aban-
derado de las luchas sociales, este individuo no es ni machista ni racista, pues no tiene
ningún inconveniente con la diferencia, a tal punto que se sabe del lado opuesto a la opresión
de la sociedad sobre los diferentes y los oprimidos. Es decir, un individuo así, cuya descrip-
ción no cabe ni en la categoría de lad ni en la de earhole, nos invita a pensar en una categoría
en la que confluyen una conciencia no alienada (esto es, un pensamiento crítico), la sensibi-
lidad femenil (no patriarcal) y capacidades intelectuales y habilidades fabriles sin entrar en
contradicción, como ocurre con Fernando Molano. Para considerar esto, hay que retomar un
par de ideas que aparecen implícitamente en el epígrafe que Willis cita de Max, pero en la
93
La creación de las condiciones de existencia
de un escritor en revuelta
Antes del pasaje citado de los Grundrisse que cita Willis, Marx ([1857] 2005) señala que la
existencia del dinero, como medio de cambio en el mercado, presupone la reificación del
nexo entre el individuo y el mundo (el nexo social), porque “los hombres depositan en la cosa
material (el dinero) la confianza que no están dispuestos a depositar en ellos mismos como
personas”, en la medida en que el dinero es una prenda de garantía social, pues los individuos
“han enajenado, bajo la forma de objeto, su relación social” (89). Pero Marx creía que la ena-
jenación del nexo social podría revertirse a través de la crisis que produce una contradicción
dial (en el que la actividad de cada individuo está encerrada) —con el desarrollo de las rela-
de los productores”. Por tanto, Marx pensaba que, al tiempo que la enajenación del nexo
social se desarrolla, aparece una manera de revertirse, pues el mercado obliga a que el indi-
viduo vuelva a abrirse, a conectarse con los demás; esto es, a restablecer su nexo social, pues
los productores y los consumidores, si bien conservan su carácter ajeno, de extraños, se ven
obligados a “informarse sobre el estado de la oferta y demanda generales” de los demás pro-
ductores y compradores.
Con lo anterior, Marx demuestra que los individuos “se enfrentan a su propio cambio y a su
94
esto, justamente, el autor de El Capital veía la “belleza y la grandeza” (89) del capitalismo,
producción reaparece el nexo social. Pero si bien esto le parecía muchísimo mejor que las
relaciones aisladas del vasallaje de la Edad Media, en las que todo quedaba encerrado en lo
local, sin ninguna posibilidad de universalidad, Marx estaba seguro de que el nexo social no
podía ser, de ninguna forma, puramente material. Para él, esto sería un absurdo. Y por eso,
nada fase del desarrollo de la individualidad. La ajenidad y la autonomía con que ese nexo
existe frente a los individuos demuestra solamente que estos aún están en vías de crear las condicio-
nes de su vida social en lugar de haberla iniciado a partir de dichas condiciones. […] Los individuos uni-
En el caso de Molano, nos interesa esta explicación sociológica, porque, a pesar de las cir-
cunstancias sociales en las que nació, creció y se educó, de lo que fue en principio su habitus,
de sus hermanos —a quienes les costó mucho tiempo llegar a un acuerdo sobre la importan-
cia de reeditar los libros de su hermano, pues algunos los consideran problemáticos por sus
temas—, a pesar de todo esto, Molano creó las condiciones de su vida social a través de la lectura de
literatura, como una experiencia capaz de transgredir todos los aspectos de su vida. Además,
dos niños hombres no debía ser reprimido o censurado, sino que hacía parte de un gesto
afectuoso, sincero, real y que se correspondía con su propio deseo. Es decir que en la lectura
95
comprobó que aquello que la doxa considera normal es tan solo una opción entre la multipli-
cidad de experiencias posibles y, por tanto, que el amor y el deseo pueden darse de maneras
distintas e incluso puede ser cuestionado en su versión normalizada. Pero de esto, así como
del carácter crítico, subversivo, de su literatura para el orden social dado en Colombia, como
capítulos.
Justamente, la categoría que permite caracterizar a Molano frente a los lads y los earholes es
la de la revuelta íntima: el camino “que encaran los realistas que ansían lo imposible”, aquellos
para los que “el cuestionamiento constituye el único pensamiento posible, indicio de una
vida simplemente viva” (Kristeva 1999, 9). Tal cuestionamiento conlleva a una rebelión que
ya no puede ser política, pues esta se “atasca en los compromisos entre partidos cuyas dife-
rencias se hacen cada vez menos nítidas” (ibíd., 14), sino que implica la revalorización de “la
Kristeva recuerda en El tiempo sensible ([1994] 2005) que la experiencia es la “configuración sin-
gular por la cual accedemos a un goce”. Ya sea “en los límites del cuerpo, en el silencio o en los
excesos del sexo, entre el mundo y lo que yo puedo nombrar, la experiencia es esta dinámica
de amor y de odio que hace de mí una persona viva” o en “los confines de una fe […], la expe-
riencia es extrema”, pues “me abre a mí mismo, me empuja hacia el final, me hace salir de mí,
en ella por fin puedo encontrarme con los otros, y también perderme. Una chance” (257). Al
abordar En busca del tiempo perdido como una experiencia, en la que los lectores “por identifi-
(256), Kristeva subraya que ante la muerte de los valores y, por tanto, la muerte de la vida
96
psíquica en la que se encuentra la sociedad francesa de comienzos del siglo XX, Proust en-
cuentra un antídoto: el tiempo incorporado, esto es, cuando las palabras se hacen carne,
cuando decir es percibir (el dominio de lo semiótico), cuando lo sentido y lo dicho son iden-
tificables como una sola experiencia: los momentos perfectos, en los que el tiempo es des-
experiencia, descrita detalladamente por Pouliquen (2018, 41-47) y por la cual accedemos al
goce tanto los lectores como el escritor de En busca del tiempo perdido, es sin duda el resultado
de una revuelta, en la que se ponen en duda todas las leyes. Se trata de evitar la catástrofe
del Edipo, o sea, la castración simbólica, a través de la creencia de que el orden fálico-simbó-
lico es un orden ilusorio, principio de la teoría de la bisexualidad que plantea Kristeva. Aun-
que sobre esta creencia se ha profundizado en el capítulo anterior, hay que señalar que es
experimentada por
el sujeto (mujer u hombre) que no acepta la mentira de la realidad, ya que presiente que esta
aceptación significaría la renuncia a lo real y a la jouissance opta por buscar “el carácter doble y
relativo de adhesión y desadhesión al falo (al significante, al deseo), una experiencia del sen-
tido y de su gestación, del lenguaje y de su erosión, del ser y de su reserva”. (Pouliquen 2018,
123)
Es decir, un sujeto femenil, de madurez femenil, crítico, pero no escéptico, pues a través de
su revuelta ha podido acceder al goce, tal y como lo ha hecho Proust o el mismo Molano al
su habitus. Por eso, en definitiva, por sencillas y comunes que parezcan, la escritura y la lec-
97
tura resultan ser los actos más revolucionarios en la vida de Molano, aquellos que le permi-
ten su revuelta íntima, a través de la creación de una experiencia que le permite expresar su
deseo que, a su vez, va contra las normas sociales, pues es un deseo homosexual.
Como práctica personal e intelectual, la lectura le permitió a Molano, a su vez, una segunda
Recuerdo que al leer se producía en mí cierto encantamiento que me hacía como envidiar la
manera como otros podían expresar lo que sentían, lo que pensaban y lo que veían del mundo,
y yo sentía que quien escribía, de alguna manera, y estoy hablando de literatura, intentaba
comprender el mundo […]. Encontraba que había belleza en las palabras […]. Escribo porque leo.
Por eso puede afirmarse que Molano concibió la escritura como acto de la lectura. Con esto
queremos decir, en primer lugar, que al igual que Gil de Biedma ([1983] 2010), Molano creía
que hacer literatura no es una actividad espontánea, sino que deriva precisamente “de ha-
berla leído. [...] Uno jamás hubiera escrito poemas si no hubiese leído poesía, si no hubiese
leído poemas” (1124, 1126). Y, por tanto, Molano creía, como Gil de Biedma, que “entre la
condición de lector [...] y la condición de escritor [...], [hay] bastantes afinidades” (ibíd.,
1126).
De igual forma, podría decirse, en segundo lugar, que escribir era, para Molano, un producto
de la ansiedad de la influencia, en el sentido que Rudas (2010) propone como punto de partida
para la teoría de Bloom ([1973] 1991), o sea, que “la escritura literaria es ante todo un acto de
98
lectura”. Más allá de las ideas de Bloom sobre las lecturas erradas o reinterpretaciones (mis-
readings) que hacen los escritores de algunos textos de la tradición literaria, de las reinter-
freudiano para explicar “la lucha a muerte” entre el escritor y sus precursores, es decir, su
influencia, nos interesa resaltar que Bloom pone en el centro del problema la originalidad de
y, a su vez, de su habilidad para establecer todo tipo de relaciones con los textos que confor-
man dicha tradición: el efebo (el debutante, en términos de Bourdieu) puede sentir por su
precursor (el escritor canónico, reconocido por su posición en el campo) toda clase de sen-
timientos, del amor al odio, que serán puestos en forma en sus textos, con una apuesta par-
Una teoría de la lectura tal y como la proponen Bloom o Gil de Biedma (cercanas, pero no
como autor, pues Molano “no fue un escritor inocente, sin formación y sin lecturas” (Jiménez
2012, 8). Y Jiménez no lo dice solo por haber sido su maestro y una de las personas que mejor
lo conoció en vida, sino sobre todo porque Un beso de Dick, Vista desde una acera y Todas mis cosas
en tus bolsillos dan cuenta de diversas relaciones con los textos de escritores como el estadou-
de ejemplo, cómo sus lecturas de dos novelas de los escritores mencionados condicionaron
99
su escritura y le permitieron dar forma a una apuesta particular y novedosa en el campo
literario en Colombia.
y Un beso de Dick
Además de “robar cuatro o cinco frases” de El cazador oculto —la edición argentina de la no-
vela The Catcher in the Rye (1945)—, como le admite a Jiménez en una entrevista que le conce-
dió en 1993, Molano toma de Salinger el tono característico de sus textos: cercano, directo,
sincero, juvenil y libre de manierismos. Además, como Salinger, Molano privilegia el narra-
dor en primera persona y el uso del presente, así como el tema de la rebelde adolescencia.
Pero, sobre todo, Molano compone Un beso de Dick a partir de una fantasía que el narrador
su pequeña hermana Phoebe, lo que le gustaría “de verdad ser si tuviera la puñetera oportu-
Me imagino a muchos niños pequeños jugando en un gran campo de centeno y todo. Miles de
niños y nadie allí para cuidarlos, nadie grande, eso es, excepto yo. Y yo estoy al borde de un
profundo precipicio. Mi misión es agarrar a todo niño que vaya a caer en el precipicio. Quiero
decir, si algún niño echa a correr y no mira por dónde va, tengo que hacerme presente y aga-
rrarlo. Eso es lo que haría todo el día. Sería el encargado de agarrar a los niños en el centeno.
Sé que es una locura; pero es lo único que verdaderamente me gustaría ser. Reconozco que es
100
Esta fantasía es narrada justo antes de un momento crucial en la novela de Salinger, en el que
insistentemente que está por enfrentarse a una caída muy profunda, terrible:
Es el tipo de caída destinada a los hombres que en algún momento de su vida buscaron en su
entorno algo que este no podía proporcionarles. O que creyeron que su entorno no podría pro-
porcionárselo. Así que dejaron de buscar. Abandonaron la búsqueda antes de iniciarla siquiera.
Preocupado a su manera por su antiguo alumno, pues imagina que morirá noblemente por
una causa totalmente indigna, el profesor anota en un papel una cita de Wilhelm Stekel, uno
de los primeros seguidores de Freud, que dice: “Lo que distingue al hombre inmaduro es que
aspira a morir notablemente por una causa, mientras que el hombre maduro aspira a vivir
humildemente por ella” (249). El profesor le pide que guarde el papel con la cita y luego lo
acomoda en su sofá para que pueda dormir. Pero la escena no termina ahí, pues el aire de
el profesor, ebrio, acaricia la cabeza de su alumno que ya duerme, quien repentina y violen-
tamente despierta, temeroso por lo que pueda suceder después. Asustado, Holden se despide
de Nueva York hacia la estación de trenes, el único espacio público abierto en ese momento
Los tres capítulos en los que trascurren estas acciones en la novela de Salinger revelan una
crisis de juventud, producto de la dominación que ejercen el colegio, los profesores y los
padres en las expectativas del protagonista. Justamente, el deseo más sincero que tiene el
101
protagonista puede ser interpretado como una representación de su situación actual: se en-
campo de centeno que podría representar la infancia, pero del que se aleja cada vez para caer
en el abismo de lo que implica la madurez viril, para decirlo con las palabras de Lukács. Y, sin
embargo, más que aferrarse al campo, su deseo último es cuidar a los niños, ser su guardián,
para evitarles su encuentro con el abismo. Que esta confesión sea hecha a su hermana menor,
a quien tanto quiere, que lo escucha y que lo ayuda, provoca en él un llanto conmovido y
ahogado y remite, sin duda, a la imagen del campo, en el que todavía ella se encuentra y en
Este pasaje de la novela de Salinger es relevante para Molano, pues coincide, en parte, con
una idea que señaló en la entrevista realizada por Jiménez a raíz de la publicación de Un beso
de Dick. En esta entrevista, Molano (1993) manifestaba que en su novela quedaba implícito
el impacto que producía en el adolescente salir del pequeño mundo feliz de la infancia para
afrontar la realidad concreta a la que se enfrenta un adulto; esto es, la obligación de subsistir
y cumplir con lo que espera la sociedad del niño cuando sea adulto. De ahí que Molano le
la manera cómo la sociedad quiere atrapar a un niño y utilizarlo para sus fines de sobrevivencia
económica, la reproducción de la sociedad tal como está y cómo todo esto choca con las aspi-
raciones individuales de una persona [...] en el momento crítico en que se están descubriendo
Allí, describe la adultez en las novelas de Molano como “un vigilante dentro de la esfera de
la infancia”, que “intenta despojar al niño de su inocencia y menosprecia la visión que tiene
102
de la realidad” (212). Pardo señala acertadamente que los protagonistas de Molano, adoles-
centes y jóvenes recién convertidos en adultos, deben resistir, “sin preguntas, el mundo como
está dado, con todas las injusticias que han sido naturalizadas y que se perpetúan en lo ‘tra-
dicional’; lo que arbitrariamente es designado como ‘lo correcto’” (212). Esto sucede porque,
ante el panorama de la sociedad socializada que plantea Molano en su conversación con Ji-
ménez, lo único que se espera del niño y el joven es que sea sumiso y entre en la dinámica de
la producción.
Sin duda, se trata del mismo problema que expone Salinger en su novela: las expectativas y
las aspiraciones que tiene el joven cuando se convierta en adulto y la angustia que le produce
que estas no se puedan cumplir; y, mucho peor todavía, que termine cayendo sin tocar fondo
en un abismo, separado eternamente del campo sereno de centeno, en el que los amantes se
conocen, como dice la canción que en la relectura de Salinger le da título a su novela: “If a
body meet a body / coming through the rye” (si un cuerpo se encuentra con un cuerpo /
cuando viene entre el centeno). También podría decirse que este es el mismo problema que
afrontan los jóvenes obreros que estudia Willis ([1977] 2017), en la medida en que, ante el
inevitable roce con la sociedad establecida, en su adolescencia, por un lado, los lads reaccio-
nan rebelde e infructuosamente a través de una contracultura y, por el otro, los earholes lo
hacen aceptando las reglas sociales. Es decir, que el problema tanto para el joven Holden
como para los lads y los earholes está dado por la necesidad de escoger entre morir notable-
mente por una causa o vivir humildemente por ella (la inmadurez o la madurez, de acuerdo
con la cita de Wilhelm Stekel). En Un beso de Dick si bien aparece este problema, su resolución
leyó.
103
Un beso de Dick narra en primera persona la historia de Felipe y Leonardo, unos protagonistas
protagonista, relata también momentos dichosos de su juventud, como el disfrute que en-
cuentra en el sexo, el fútbol, la literatura, el cine, la música, el baile, el alcohol o el arte. Así
mismo, como contrapunto, esta novela plantea algunos roces suaves con el mundo que los
protagonistas deben sopesar, como los juicios de los padres y los profesores. Por eso, Jiménez
(1993) considera que se trata de una novela de formación y de educación sentimental, pues
tiempo, hallan el amor. De acuerdo con esta explicación, se puede decir que sus vivencias
eróticas aparecen como una demostración de que es posible llegar a un encuentro con otro
ser humano y que ese amor es el sentimiento más noble y perfecto al que pueden aspirar,
La novela de Salinger muestra que la rebeldía de Holden es inútil, pues no permite lograr
nada efectivo ante el inexorable proceso de transición hacia la madurez viril: en el último
que será aplicado en el nuevo colegio al que irá el próximo año, a pesar de que días antes se
Molano, como veremos en el siguiente capítulo, es ambivalente pues permite comprobar que
es posible seguir su resolución de ser feliz, a pesar de los múltiples escollos que le esperan a
Felipe, amando a su amigo Leonardo, jugando fútbol, escuchando las canciones de Mecano,
protagonista le permite tener un sabio escepticismo con relación a las ilusiones amorosas
104
que tenía al principio de la novela. De cualquier forma, la novela no termina con una conver-
sión abrupta del héroe en un héroe maduro virilmente que desconsoladamente deba ajus-
tarse a los parámetros de la sociedad renunciando a sus ideales (auque deba dudar, sin
es interesante que el personaje, con todo el problema que puede tener descubrir que es homo-
[...] tiene problemas en la casa, pero no parece estar en un medio particularmente hostil, no
parece ser tampoco demasiado hostigado por sus compañeros. Es curioso eso.
Si usted ve, la novela siempre está narrada desde la interioridad de él [se refiere a Felipe, el
protagonista], es decir, nunca llega al punto de saber cómo está siendo visto el personaje y su
relación con su amigo desde el exterior. Y, precisamente, yo quería algo así, [...] es decir, para
alguien que es gay no es ningún conflicto ser gay, el conflicto es para los otros, los otros son los
que le problematizan su afectividad, su eroticidad —¿está bien dicha esa palabra?—, entonces
para él no es ningún conflicto ese asunto y no aparecen estos conflictos en el libro, pues están
Esta parte de la conversación con Jiménez es sumamente importante para el tema de este
Molano. Por un lado, porque Molano es consciente de que la forma en la que ha compuesto
la novela privilegia el punto de vista interior del narrador protagonista y, por el otro, porque
105
su eroticidad, palabra que, aunque no aparece ni aparecerá nunca en el diccionario, es correcta
en las márgenes de este trabajo, pues de una forma muy particular resguarda el sentido del
proyecto creador de Molano al tiempo que lo diferencia de cualquier otro texto que encarne
En la interioridad del personaje de Felipe no hay lugar para una moral tradicional o conven-
cional que, como ley simbólica, sirva para juzgar como inadecuado su deseo por Leonardo,
sino que impera en ella una ética propia, individual y concreta regida por el deseo. Gracias a
este sistema de valores, Felipe, el narrador protagonista, puede ser homosexual y no sentirse
conflictuado, a pesar del mundanal ruido, de la convención de la moral o del peso de las ins-
tituciones. Por eso, será su eroticidad, como dice Molano, la que marque el signo distintivo
dieu.
Por lo anterior, conectan perfectamente las ideas de Molano con las de Pouliquen (2018).
Para ambos, que la novela represente unos valores propios —hallados no de forma trascen-
dente, sino inmanente, en el deseo singular— que les permitan a sus héroes ser felices o, por
lo menos, no fracasar, sino emerger redimidos aunque sea por un instante, es, ante todo, un
signo propio del encanto. Pero tanto Molano como Pouliquen son conscientes de que el en-
canto no es inmune a la crisis, sino que está amenazado continuamente por el mundo, por
las fuerzas externas. Por eso, Molano dice que “si la historia hubiese continuado, [Felipe]
sus personajes podría ser amenazada, por ejemplo, por los problemas que Vista desde una acera
106
pone sobre la mesa: la desidia de la sociedad ante quienes sufren, la precariedad de las con-
diciones de vida de estos jóvenes de familias de clase baja y, si llegaran Leonardo y Felipe a
evitar el deterioro que causa el sida (recordemos que la anécdota de esta novela transcurre a
finales de la década del ochenta del siglo pasado). Y, sin embargo, Molano es consciente que
sus propias vivencias (como una persona particular) le confirman que “es perfectamente po-
sible” ser gay, encontrar el amor como homosexual y no sentirse conflictuado con eso, incluso
ante condiciones tan desfavorables como las que soportan los personajes de Vista desde una
acera. En definitiva, porque hay en su proyecto creador una confianza en la posibilidad del
encanto, de enamorarse, de ser feliz. Por eso, el sentido de la revuelta de Molano está dado
por el hecho de que, sin idealizar, el amor y el erotismo son el contrapeso de la reificación y
De esta forma, podría concluirse que, para Molano, El cazador oculto resultó ser una de sus
lecturas paradigmáticas, una de sus afinidades literarias únicas (como diría Bourdieu), y Sa-
linger, un precursor valioso (para decirlo a la manera de Bloom). Sin embargo, la resolución
que le da Molano a los conflictos adolescentes, presentes en la novela de Salinger así como
en El retrato del artista adolescente de Joyce, da cuenta de un nuevo tipo de novela, que no encaja
del todo con la forma de la novela de formación propuesta por Lukács (y a la que se refirió
Jiménez en la entrevista que le concedió Molano), sino que comparte su origen y desarrollo
con la novela del encanto de la interioridad. Es decir, no se trata del tipo de novela en la que
las experiencias de los protagonistas los llevan a convertirse en héroes virilmente maduros
107
o en sujetos que aún conscientes de sus conflictos y de sus ideales prefieren seguir sin cues-
tionar las leyes simbólicas del mundo que habitan con su renuncia al deseo o el amor. Se
trata, en cambio, de un tipo de novela en la que se aspira a una madurez femenil, sabia, ca-
racterizada no por la renuncia al deseo, no por las consecuencias de la catástrofe del Edipo,
sino por el goce, por la posibilidad de la revuelta a través de la eroticidad. Justamente, porque
Molano consideraba, por un lado, que la eroticidad de sus personajes les permitía tener con-
fianza en valores auténticos como el amor y, por el otro, que el arte era un medio de resisten-
cia ante la alienación del ser humano en el mundo actual, como se verá en el siguiente
Desde su publicación, Un beso de Dick ha sido leída como una novela de la literatura gay y queer
tura, justamente por poner en sus textos los conflictos de personajes homosexuales.15 Tal
clasificación no es gratuita y tiene que ver con las condiciones en las que se publicó su pri-
mera novela y, obviamente, con su tema. Recién apareció, cuenta el escritor colombiano Héc-
tor Abad Faciolince ([1998] 2011), “Un beso de Dick circuló muy poco, porque la Cámara de
15
Un ejemplo de estas lecturas centradas en la temática homosexual son los trabajos de Daniel Bal-
derston, especialmente Los caminos del afecto (2015) y Baladas de la loca alegría: literatura queer en Colombia
(2007), en los que establece una tradición literaria queer. No es mi interés debatir acá la pertinencia
de este tipo de aproximaciones, sobre todo porque reconozco en los trabajos de Balderston dedicados
a los textos de Molano o a las notas de El beso de la mujer araña de Manuel Puig, para poner otro ejemplo,
un trabajo juicioso que presenta hipótesis y conclusiones válidas. Sin embargo, en este trabajo me
acojo a la definición de literatura que el mismo Molano expresa y que es contraria a la literatura
comprometida con las luchas, respetables y necesarias, del movimiento LGBTI.
108
escandalizaron con el premio, y hasta enviaron rigurosas cartas de protesta por las ‘vulgari-
dades’ del libro)” (9). Además, los organizadores del concurso, por única vez, en las catorce
versiones que se han celebrado hasta hoy, hicieron que la novela de Molano compartiera el
primer lugar con Polvo eres, una novela de Sigifredo Betancur Mesa, porque “algunos miem-
que el jurado iba a ‘premiar a un marica’ y, por arte de magia, hubo una segunda novela ga-
novela, sino también en los lectores de Molano, que convirtieron a Un beso de Dick en “un
objeto de culto”, como dice Abad Faciolince ([1998] 2011, 9), por la temática homosexual, el
lenguaje coloquial y la narración sin manierismos de la novela. Además, que la novela estu-
viera escrita de una forma tan accesible para cualquier lector, por su expresión testimonial
y alejada de lo que la doxa considera “lo literario” (formas artificiales, muy elaboradas, de
difícil entendimiento, etc.), contribuyó a su culto entre sectores amplios y populares. Con
relación a su temática homosexual, la reseña de Un beso de Dick hecha por el editor y profesor
colombiano Camilo Jiménez (200) insiste en cómo este tema modifica la experiencia de lec-
tura:
A pesar de que la atraviesa el día a día tan bien pintado de un adolescente corriente, esta novela
está concentrada con terquedad en el amor de Felipe y Leonardo. Se pregunta uno: y si estu-
viera enfocada con la misma intensidad en un cataclismo de amor semejante, pero heterose-
xual, ¿nos mantendría tan pegados a sus páginas? ¿Nos conmovería igual? ¿Habrá que hablar,
109
Las preguntas que formula Camilo Jiménez son acertadas si se considera que la novela pro-
duce el mismo efecto de atención sincera y sostenida en cualquier lector, sin importar su
género u orientación sexual. Sin embargo, este efecto no es el resultado del tema que trata
apuesta estética: la expresión del deseo a través de una escritura cuya toma de posición se
caracteriza por la eroticidad. Obviamente otras novelas producen en el lector esta atención
sostenida, a partir, por supuesto, de su expresión del deseo, como lo hace, por ejemplo La
edad de la inocencia de Edith Wharton (1920). En esta novela también serán las vicisitudes de
una relación amorosa, pero en una suerte de triángulo amoroso, entre May Welland, Ne-
wland Archer y Ellen Olenska, las que mantendrán a los lectores “pegados a sus páginas”,
como dice Camilo Jiménez. Tal fue su recepción que, a comienzos del siglo XX, Wharton fue
la primera mujer en ganar el Premio Pulitzer de Ficción (1921) con esta novela. Además, se
han hecho distintas adaptaciones para televisión y cine que confirman la popularidad y el
placer que ha producido la historia relatada en la novela en todo tipo de públicos. Dado que
sobre esta novela Pouliquen se referirá de forma extensa y explícita, en un segundo volumen
ella. Sin embargo, que ambas novelas, la de Wharton y la de Molano, sean capaces de seducir
de esta forma a su lector da cuenta no de la importancia de los temas (las relaciones hetero-
sexuales u homosexuales), sino del carácter central de la expresión del deseo, de la erotici-
dad. Para decirlo en los términos del esteta ruso Mijaíl Bajtín, nos referimos a la síntesis de
pítulo siguiente. Por ahora, basta decir que la eroticidad a la que se refirió Molano en su
entrevista con David Jiménez en 1993 estructura su proyecto creador en la medida en que,
110
con este término, agrupa unos valores, una axiología, que dotan de un sentido total y cohe-
rente a sus textos. Sin embargo, no siempre esta eroticidad es tenida en cuenta por los lec-
tores; incluso, algunos piensan que el logro de la novela de Molano consiste en poner en
En la entrevista citada que le concedió Molano a David Jiménez, cuando este le pregunta
sobre los antecedentes de novelas con temática homosexual en Colombia, aquel menciona
Te quiero mucho, poquito, nada, una novela de Félix Ángel, las novelas de Fernando Vallejo, es-
pecíficamente El fuego secreto, y los poemas de Raúl Gómez Jattin. Y más que subrayar los
Al leerlas sentí algo que no me gustó. […] Eran unas novelas que trataban en una especie de
militancia lo gay. Esa idea me parece estúpida. […] nunca he pensado militar en una causa en
favor de los gays. A lo que aspiro es a vivir mi vida, […] es decir, no deseo convencer a alguien
De esta forma Molano (1993) declara, como escritor, que es un error “pensar que un relato,
más bien pienso que existe una tradición de novelas que tratan de amor. […] Me parece in-
trascendente que sea un amor homosexual o heterosexual”. Por esto, al inscribir sus textos
en la tradición amorosa, Molano declara que su objetivo como escritor no consiste en com-
poner novelas que sirvan de panfletos o manifiestos de las luchas del movimiento LGBTI,
sino en elaborar textos autónomos que expresan el deseo y el amor, como experiencias in-
trínsecas de la condición humana que él mismo ha vivido. Obviamente, más que descon-
fianza o rechazo por las causas y las luchas de estos movimientos sociales, Molano
111
con la representación de la existencia del ser humano, en la medida en que “el hombre indi-
vidual captado en su dificultad de habitar el mundo” es el objeto secular de los intereses del
género novelesco (Pavel 2005, 44). Y, por eso mismo, el amor de un muchacho por otro, pro-
blema central de las novelas de Molano, les plantea a sus personajes ciertas dificultades par-
ticulares, pero que no son más o menos especiales que las que tengan otros personajes
novelescos (homosexuales o no) con relación a las problemáticas a las que se ven abocados
(por ejemplo, en La edad de la inocencia, el encuentro entre los personajes de Newland y Ellen
quedará postergado para siempre por el compromiso social de aquel con May).
Con relación a la crítica de Molano al carácter militante de los textos de Félix Ángel, Fer-
nando Vallejo y Raúl Gómez Jattin, queremos aprovechar este momento para relacionar el
proyecto creador de Vallejo con el de Molano, puesto que en ambos hay dos novelas cuya
publicación es relativamente cercana (El fuego secreto de 1985 y Un beso de Dick de 1992). El
criterio para relacionar ambas novelas no puede ser el tema, desestimado tanto por Molano
como por Vallejo, aunque en ambas puede parecer que de lo que se trata es de narrar las
Siguiendo los “criterios esenciales para el análisis relacional de las novelas”, que Pouliquen
(2011) propuso para “definir (dentro del campo de la novela colombiana en la última década
del siglo XX) un campo construido” (35), consideramos acá, primero, el tipo de novela que
desarrollaron Molano y Vallejo; segundo, el tipo de realismo que ambos autores ponen en
forma en sus novelas; y, tercero, la resolución al conflicto que cada novela presenta.
Ambas novelas no siguen al pie de la letra el estatuto de ficción, puesto que, como diría Ed-
mond de Goncourt, matan lo novelesco para acercarse a la novela pura (Pouliquen 2011). Por
esta razón, los lectores suelen confundir las anécdotas que se narran en los textos de Molano
112
y Vallejo muchas veces con la narración testimonial, verificable en el discurso histórico, sin
percatarse de que estas anécdotas hacen parte de una autoficción. Los textos autoficcionales
pueden ser entendidos como un género autónomo o como una tipología de la novela, tal y
como lo señala la profesora rumana Diana Diaconu en su libro sobre Fernando Vallejo y la au-
de la autoficción, Diaconu subraya el carácter ambivalente de este tipo de textos que pro-
blematizan “los límites entre ficción y la realidad” (33). En este sentido, a Diaconu, que sigue
a Manuel Alberca (2007), le interesa resaltar que la autoficción plantea una equidistancia
simétrica con relación a los pactos narrativos de la novela y la autobiografía, pues entre am-
bos existe una tensión de intensidad máxima que no se resuelve y que, por tanto, implica
una lectura ambivalente (49). Por esta razón, como bien señala la profesora rumana, la au-
toficción puede ser considerada un género en revuelta, pues plantea una crítica a la repre-
sentación mimética del realismo, apoyada en el rasero doble de su discurso que es, a un
mismo tiempo, ficcional y factual. Ahora bien, creemos, como Diaconu, en que los textos de
Algunos lectores no se percatan de este pacto ambivalente en los textos autoficcionales, por
lo que no resulta extraño que algunos vean tanto en los textos de Molano como en los de
Vallejo una plasmación exacta de sus vivencias como personas concretas, sin preguntarse
por los límites de los discursos ficcional y factual en las anécdotas narradas. En su libro,
Diaconu (2013) muestra muchas de esas lecturas crédulas en su explicación de las novelas
113
de Vallejo.16 Para el caso de Molano, sorprende, tan solo por nombrar un ejemplo, un artículo
reciente de Fátima Vélez (2016) publicado por el magazín en línea Vice, en el que afirma que
Molano tuvo un impulso por combatir la inequidad del país que “lo llevó no a escribir lite-
ratura, sino a enlistarse en las células urbanas de las FARC [Fuerzas Armadas Revoluciona-
Vélez basa su afirmación en un pasaje de Vista desde una acera, en donde el protagonista dice
que colaboró con una guerrilla de izquierda, pero a la que no identifica nunca como las
FARC-EP, lo que en nuestro concepto es una lectura ingenua, caracterizada por la homolo-
A propósito de esta identificación del narrador protagonista con el autor real, veamos las
Cantor:
Hace algunos años, en Bogotá, en una rueda de prensa ofrecida por Mario Vargas Llosa a pro-
pósito de la publicación de Historia de Mayta, con la mejor buena fe una periodista le hizo al
escritor una pregunta que ya no recuerdo, pero que empezaba diciendo: “En La ciudad y los perros
usted dice que…”. La respuesta, que recuerdo mucho menos, estuvo precedida por una especie
autor con el narrador. “El primer personaje que un escritor ha de inventar al escribir una novela
—decía— es el narrador”. Cosa, ciertamente, ya sabida y anotada por otros: “Quien habla (en
16
Es curioso que todavía hoy sea común que, en las presentaciones de libros o conferencias de Va-
llejo, algunos asistentes le pregunten sobre “sus relaciones con los sicarios” o que le achaquen a él
las críticas furibundas y violentas que el personaje de Fernando tiene con relación, por ejemplo, a
las mujeres que son madres.
114
el relato) no es quien escribe (en la vida)”, dice una conocida frase de Roland Barthes. (130-
131)
Aunque Un beso de Dick, Vista desde una acera y Todas mis cosas en tus bolsillos tengan un tono y
una narración muy cercana al testimonio, a tal punto que las anécdotas que narran pueden
ser malentendidas como una confesión, Molano sabía perfectamente que en todos estos tex-
tos no era él, como persona civil, quien hablaba, sino un personaje que, si seguimos el plan-
decir, “una conciencia superior que permea y organiza el universo ficticio”, de carácter in-
tratextual; una “especie de autor empírico en estado de gracia, directamente relacionado con
en literatura, el autor […] no importa; es un sujeto trivial.[…] Pero puestos a leer una novela
suya […] nos importa aún menos el narrador en su papel de personaje ficticio cuya función es
comunicar el relato. Lo que al leer, quizá, realmente nos interesa, y no porque la busquemos,
sino porque ella sencillamente nos llama, es la porción de conciencia, de humanidad, que el
primero va dejando en la voz del segundo mientras escribe. […] solo algún instante del uno
podrá sobrevivir en el otro, en alguna página válida que escriba; instante que al leerla quizá
venga a nuestro encuentro y nos salude. Igual, existe en cada novela “válida” la voz de una
conciencia, que no es la de la persona civil del autor, sino la de ese otro que él es mientras
escribe; […] es una conciencia que existe allí, en el relato; que percibimos como humana, y en
ella nos reconocemos. Pues la novela, en tanto que es una forma de la poesía (como, por su
parte, el poema), no es menos que la voz de un hombre que indaga acerca del sentido de lo
humano, de lo que le es esencial en este accidente que es la vida. (Molano 1992, 131)
115
Precisamente, en la anterior explicación, el planteamiento de Molano coincide con el de Dia-
conu sobre el autor-creador, pues la conciencia humana a la que se refiere Molano, que so-
brevive más allá del autor empírico es un ser axiológico que en una distancia objetiva dota
al relato de un carácter coherente y total, de una valoración del mundo. Esta valoración, para
Molano, como dice el final de la cita anterior, es una indagación de la condición humana
(como diría el escritor francés André Malraux), de su sentido esencial, más allá de las viven-
cias triviales del autor empírico. Por eso, repitámoslo, el texto de la novela como autoficción
no narra de ninguna manera las vivencias de sus autores, sino la puesta en forma de la axio-
logía del autor-creador. Por todo esto, resulta válido concluir, en este primer momento de la
Ahora bien, con relación al tipo de realismo que aparece en los textos de Vallejo y Molano,
vale la pena ver de cerca las anécdotas y algunos ejemplos de las novelas que comparamos.
des: como personaje en el pasado recordado por el narrador maduro y como narrador perso-
naje, en el presente en el que este narra. En estas dos temporalidades, el narrador relata
vida en la finca Santa Anita de los abuelos”; es decir, por un orden premoderno (Pouliquen
2011, 27) que es evocado de forma romántica. Pero la novela no se centra en este orden pre-
las que tienen que ver con su homosexualidad, entre los cafés, bares y calles sobre todo de
Medellín, pero también de Bogotá. Es notoria la presencia del bolero en sus evocaciones,
pues suele sonar en los traganíqueles que se encuentran en los cafés y bares. Muchas de las
116
letras de boleros que aparecen citadas en la novela dan cuenta del amor, de su carácter efí-
mero, así como del reclamo que suele hacer el amante al ser amado por no corresponderle,
por dejarlo u escoger a otro. Pero en lugar de que la novela esté concentrada en un solo ser
amado, lo que se narra siempre son las distintas experiencias sexuales del protagonista, el
afán de conseguir cada día un nuevo cuerpo con el cual gozar sin límites.
La expresión de este deseo en la novela de Vallejo, sin embargo, no apunta solo hacia el goce
sexual del personaje de Fernando, sino que está relacionada inevitablemente con la muerte.
Los recuerdos de los demás visitantes del Café Miami, del Gusano de Luz o del Arlequín, de
los amigos de Fernando, homosexuales también (aunque también por disentir, por ser po-
bres o ricos), están marcados por sus muertes violentas: “Jesús Lopera, Jesús Restrepo, Er-
nesto Isaza, Luis Cortés, Jaime Ocampo, Fabio Moreno, mis amigos, los mataron… Colombia
asesina los mató” (Vallejo [1985] 2008, 25). Y es en este punto en el que el narrador pone en
el centro la cuestión del gozo y la felicidad: “Colombia no soporta la ajena dicha: un Stude-
baker viejo y unos muchachos contentos son demasiado para su envidia: doble insulto con
escupitajo a la cara. ¡Pobre país de insania que camina a pie limpio, amargado, desarrapado,
una trasgresión de la norma social. Por eso, las mujeres miran de reojo lo que sucede en los
bares donde se reúnen “secretamente” los homosexuales, esperando no encontrar a sus es-
posos o a sus hijos; y quienes realizan estas prácticas son perseguidos, golpeados y ultrajados
hasta la muerte por la policía, por los padres de los muchachos que seducen y por todo aquel
luda, con su hijo Javier y Fernando. Cuando estos dos últimos tienen relaciones sexuales en
117
un cuarto del Gusano de Luz, Marta, que se dedicaba a la prostitución, al encontrarlos reto-
trueno, dijo: –¿Con lo puta y verraca que he sido toda la vida, y con lo que me han gustado
los hombres pa que me venga a salir un hijo marica!” (ibíd., 85). Y mientras Marta dice esto,
empuña un cuchillo con el que tiene la intención de asesinar a Fernando y a Javier, su propio
hijo, lo que no ocurre, porque, en medio de tal acontecimiento, la tierra empieza a temblar y
se devora a Marta y a Javier. Este ejemplo da cuenta de la ley simbólica, cultural, descrita por
Freud, que obliga a los hombres a que eviten el goce, y, en caso de que ocurra, a que el padre
(o quien haga sus veces) los castigue con la muerte por no ajustarse al principio de placer.
contradicción: Marta goza del sexo (“con lo que me han gustado los hombres”) y lo ha con-
que el papa”, sumamente patriarcal, y demanda un castigo definitivo para su propio hijo por
disfrutar y hallar la dicha en el goce sexual, un castigo que ella misma se propone ejecutar
con un cuchillo, es decir, de la forma más dolorosa y sangrienta posible. Vallejo expresa con
la figura de esta madre colérica y sangrienta una crítica coherente y certera: envidiosa de la
dicha ajena, represiva de las voluntades individuales, pacata con el disfrute sexual y apegada
a la norma hipócrita, la idiosincrasia colombiana dictamina que quien disfrute sin medida
debe hacerlo en secreto, para no merecer un castigo ejemplar; pero quien lo haga como Fer-
nando y Javier, a ojos de todo el mundo, merecerá la muerte a manos de sus progenitores o
quien se considere con derecho a hacerlo (la Iglesia, las instituciones policiales, etc.). En la
118
hipercrítico de Vallejo, con el que acertadamente, primero, Abad Faciolince (2001) y, luego,
de manera más precisa y extensa, Diaconu (2013) han caracterizado el realismo de sus tex-
tos.
secreto, no hay cabida para el eros. Su mirada escéptica, su valoración desencantada del
mundo se hace patente al final de la novela. El lector inocente puede pensar por un momento
que el fuego secreto es una imagen del novelista antioqueño para evocar el deseo o el amor
homosexual. Craso error. Al final de la novela, se lamenta el narrador por no poder decir más:
“Después volví a Medellín y en el Miami conocí a Jesús Lopera. Hubiera querido consignar
aquí, tal cual fueron, ese hervidero de momentos que con él viví… La vida está llena de con-
dicionales. He dado cuenta, si acaso, de lo que dijo el doctor: un mísero uno por ciento” (234).
Al inicio de la novela, el narrador confiesa que escribe para recordarlo a él (9), a Jesús Lopera,
compañero de viajes por la calle Junín, donde “pescaban sardinas”, o sea, jóvenes adolescen-
tes casi niños, que “se burló a su antojo de medio Medellín y con el otro medio se acostó”
(10). Pero al final, reconoce que es imposible recordar a su amigo y que, por tanto, no se
puede narrar. De acuerdo con el narrador, en el Café Miami, con Jesús Lopera, Fernando pasó
su última noche de juventud. A raíz de un apagón, el dueño del café pasó mesa por mesa
encendiendo candiles de petróleo y en ese momento, mientras se levanta Fernando para mar-
Del Miami al Metropol, y saltando por sobre el pavimento de la calle se apoderó del Salón
Versalles y la acera de enfrente. Poco después ardía, espléndido, Junín, y con Junín el centro.
Por cuadras y cuadras iba dando cuenta el fuego de todas esas viejas construcciones de tapia
119
y bahareque de otros tiempos, de otros dueños, limpiándolas de recuerdos. El fuego purifica-
El fuego secreto es la imagen con la que Vallejo representa el tiempo perdido, el tiempo que
Fernando, por la cual solo se puede sentir nostalgia, pues está irremediablemente perdida. Y
con ella, los últimos anhelos de su juventud, las últimas esperanzas en un mundo que, desde
su axiología no las merece, en la Colombia asesina que Vallejo devela y sobre la que insiste
en cada una de sus novelas. El fuego secreto, como una energía destructiva y poderosa, es el
Con relación al tipo de realismo de las novelas de Molano, es necesario señalar que la mirada
de sus narradores siempre resulta muy personal o íntima. Abad Faciolince (2011) cita en su
posfacio a Vista desde una acera una apreciación de David Jiménez que puede guiar nuestra
era lo vivido, lo confesional, y de ahí que haya escogido ese tono coloquial, alejado de ‘lo
literario’, para escribir sus novelas” (256). Justamente, el realismo de los textos de Molano
nistas, en una especie de “confesión”. En este sentido, el narrador de las novelas de Molano,
como diría Adorno ([1974] 2003), renuncia al tipo realismo que, “al reproducir la fachada[,] no
hace sino ponerse al servicio de lo que de engañoso tiene” la realidad (44), es decir, que solo se preo-
cupa porque de su contenido emane “la sugestión de lo real” (42). Por eso, según la evalua-
ción de Adorno, en el tipo de novela que produce Molano, la posición del narrador socava “el
precepto épico de la objetualidad” (ibíd.), lo que Roland Barthes ([1968] 1972) llama el efecto
de realidad.
120
Esto es posible gracias al subjetivismo imperante con que el narrador de los textos de Mo-
lano evalúa la anécdota que debe contar. No se trata de que el narrador se niegue producir
lo verosímil a través de los detalles nimios (las catálisis o lujos a los que se refiere Barthes),
sino a que estos detalles solos ya no le permiten dar cuenta de lo real, pues reproducen “la
mentira de la representación” al emular la realidad en una especie de fachada (ibíd., 46). Por
eso, el realismo de Molano está comprometido con mostrar las reflexiones subjetivas del na-
rrador protagonista, pues allí se focaliza la acción de gran parte de sus textos. En el caso
específico de Un beso de Dick, al ser su narrador protagonista un ser inmaduro y juvenil, todo
el tiempo sus reflexiones son atravesadas por la duda; pero no una duda cartesiana, metó-
dica, capaz de aislar las hipótesis demostrables de las informaciones falsas, sino por la duda
al narrador de la novela desde el principio estar abierto a la posibilidad del encanto, del amor
o el erotismo. De ahí que si bien encuentra distintos obstáculos y problemas, hay en su valo-
ración una duda positiva que le permite cuestionar el sentido catastrófico de la condición
humana, incluso ante resoluciones en las que, si bien los amantes no se separan, sí les plan-
tean una fuerza adversa a su eroticidad, como compartir al amado con otro o al declararse
impotente ante la enfermedad mortal que mata a su ser amado. Por eso, además, en la narra-
ción las acciones se presentan a partir de las apreciaciones y reflexiones del narrador, es de-
cir, que este focaliza siempre su interioridad. En la “Segunda parte” de esta novela cambia
un poco el tipo de narración, pues el narrador hace mayor uso del diálogo dramático; y, sin
en esa segunda parte, quizá, tiene como función ahondar en el presente puro en el que se
narra y que sirve, además, para mostrar el cambio en la posición del narrador protagonista,
de la inseguridad a la creencia, “sin creer creyendo”, del amor de su amigo Leonardo (pero de
121
esto nos ocuparemos en el siguiente capítulo). Este rasgo es fundamental, pues marca una
clara diferencia con relación al narrador de Vallejo, que siempre tiene posiciones muy claras
y definidas, ciertamente negativas, caracterizadas por su abyección y que dotan a las novelas
Con relación al tercer punto de la comparación, al apostar por una escritura del deseo, a
campo de la novela en Colombia en la última década del siglo pasado que es contraria a la
que hemos expuesto con relación al proyecto creador de Vallejo. En este sentido, como pre-
tendiente o debutante en este campo, el proyecto creador de Molano busca invalidar la toma
lo considera un proyecto de “militancia gay”, como afirma en la entrevista citada que Jiménez
le realizó.
Este reparo surge de la gran acogida que ha tenido hasta hoy la lectura de las novelas de Félix
Ángel o de Vallejo, y de otras con temática homosexual, incluidas las del mismo Molano,
como literatura queer, gay, homosexual, etc., es decir, de definir a partir de su argumento, de
su tema, sus novelas. Diaconu (2013), una lectora especializada en los textos de Vallejo,
desde una perspectiva en la que se reconoce en el proyecto creativo de Vallejo una toma de
posición, resalta, sin embargo, que en sus novelas “la homosexualidad, mucho más que una
orientación sexual, resulta ser una opción cultural y una opción de vida” (295). Es más, dice
Diaconu que, “a partir de lo que se podría llamar, en sentido figurado, una ‘mirada homose-
xual’, con una pasión destructora”, el narrador protagonista de las novelas de Vallejo se per-
mite “cuestionarlo todo apasionadamente” (265), lo que implica a su vez que salga a flote su
122
Vallejo existe una dicotomía entre los heterosexuales y los homosexuales, de manera que,
intrínsecamente vinculada […] con la condición del analfabeta, la condición homosexual tam-
bién connota pureza, autenticidad, verticalidad. Todos estos valores se contraponen a la con-
dición degradada, moralmente sucia y hasta perversa del ser inferior que es aquí el
del homosexual, sino sobre todo, de una disidencia cultural, por lo cual se hace imprescindible
para una lectura apropiada del texto reconocer en la condición homosexual una categoría
Con esto, habría que decir que advertir que, si bien el tema de la homosexualidad o de la
que no permite explicar la totalidad de su logro estético, pues su toma de posición, caracte-
estética, tal y como ha enfatizado Diaconu en su libro de 2013. Y, sin embargo, en El fuego
secreto, el problema de la homosexualidad resulta ser tan abarcador y tan estructurante que
no resulta del todo descabellado que Molano caracterice a esta novela como un texto de
militancia gay; lo que no significa que confundiera su valor estético con su tema, sino que,
sexual que, a Molano, le parecía igualmente posible como cualquier otra. Tal observación no
estaba mal infundada ni era un prejuicio de Molano. Por ejemplo, cuando el narrador de El
fuego secreto relata las aventuras que él, como protagonista, y su hermano Darío tienen en el
123
las noches sucesivas Darío fue entendiendo mi tesis del hombre libre y el despilfarro: que solo los
pendejos descartan por prejuicios a media humanidad” (Vallejo [1985] 2008, 59; las itálicas son nues-
tras). Contra esta tesis del narrador de Vallejo reacciona Molano, sobre todo, en el sentido
de que la orientación sexual no es una opción de vida que se base en argumentos racionales,
como el de la probabilidad de tener, cada noche, una pareja sexual. El problema de Molano
con esta tesis no está en la libertad del hombre ni en la posibilidad de que, a partir de esta,
pueda despilfarrar su existencia en los placeres que quiera. Todo lo contrario, en principio,
a los placeres y al gozo del cuerpo se adheriría sin dudarlo Molano. Con lo que no está de
acuerdo, repitámoslo, es con que esta libertad implique una opción sexual como imperativo
y, sobre todo, una defensa política de esta identidad sexual. Por eso, para Molano resulta
cuestionable que el narrador de Vallejo se responsabilice con esta tesis en toda la novela.
Ahora bien, esta tesis tiene sentido en la novela de Vallejo cuando se le relaciona, como he-
mos visto, con la dicha, que, para el narrador, es imposible en Colombia. Contra ambas tesis
de El fuego secreto Molano reacciona críticamente, de forma explícita, en la entrevista con re-
lación a lo que llama la militancia gay. Y en sus textos, reacciona contra la tesis de que en
Justamente, ante una toma de posición caracterizada por “un cuestionamiento radical, hasta
las fragilidades del ser moderno en siglo XX colombiano” como la de Vallejo, como dice
Pouliquen en la contratapa del libro de Diaconu (2013), Molano elabora un proyecto creador
124
posible ser feliz aunque sea por un instante, siguiendo los criterios de una ética propia ca-
se apega a la realidad no solo para mostrar las mismas condiciones de existencia (la miseria,
la enfermedad, la injusticia social, etc.), sino sobre todo para señalar, en un contraste soste-
Quizá una valoración semejante en el proyecto de Vallejo pueda verse en La virgen de los sica-
rios (novela que no nombra Molano en la entrevista de 1993, pues se publicó un año después,
en 1994), al lado de otras posiciones contrarias, como la de “Colombia asesina”. Como acer-
tadamente ha dicho Pouliquen (2011), sobre la posición nostálgica del mundo de la infancia
en Santa Anita y la posición posmoderna, tecnológica, que elimina lo bello del mundo, en
esta novela de Vallejo se privilegia la mirada hipercrítica, moderna. Desde esta perspectiva,
Fernando, el narrador protagonista, observa el carácter degradado del mundo que habita, en
del romanticismo que se afianzó en el siglo XIX occidental como crítica a la modernidad ma-
terialista sentida ya como poco favorable al hombre sensible[…]. Esta resistencia se apoya en
el amor, un amor absoluto pero abocado a la pérdida, ya que se dirige a bellos sicarios adoles-
Wilmar y Alexis, los jóvenes sicarios de los que se enamora Fernando, no solamente ponen
promiso de Alexis con el gramático que, no por dinero, sino por un amor puro y verdadero,
asesina a todos los que Fernando critica: Fernando es el cerebro y Alexis el brazo, como dice
125
Diaconu (2013). Al tiempo que su mirada hipercrítica se posa sobre los que considera inde-
sicario, en un amor que no es de creer, pues para él tiene palabras tan dulces como las que
usa para referirse a los globos rojos de su niñez o a sus abuelos (en Los días azules); por Alexis,
su sicario, “su niño” de ojos verdes, “más puros que las esmeraldas gota de aceite”, siente un
amor inefable. Justamente por esto, en La virgen de los sicarios hay una experiencia doble: por
un lado, la del mundo en conflicto que es analizado severa e hipercríticamente y, por el otro,
la del encanto que provee el amor correspondido, tierno y puro por los jóvenes sicarios que,
como dice Pouliquen, contrasta con el oficio implacable de los sicarios, pues entre estos y
A diferencia de El fuego secreto, La virgen de los sicarios no se ocupa tanto de la mirada homose-
xual ni de lo que Fernando Molano llama la militancia gay, sino de un amor homosexual que
le sirve para resistir ese mundo degradado y condenado (como ocurre en los textos de Mo-
lano), pero en el que, sin embargo, no existe ninguna redención ni una posible resolución
positiva, pues Eros no vence a Tánatos: al final de la novela el narrador protagonista descubre
que su amado Alexis fue asesinado por Wilmar, su nuevo amante, a quien no le puede recri-
minar su asesinato, pues no es producto de un arrebato, sino de una venganza familiar. Con
el deseo de alejarse de ese mundo degradado, Fernando le propone a Wilmar que se marchen
del país, pero no lo consigue, pues Wilmar también es asesinado. Por eso, la responsabilidad
de la muerte de ambos jóvenes recae justamente en ese mundo degradado al que el narrador
protagonista se acerca hipercríticamente: la responsable es, sin duda, la misma que mató a
126
Incluso en una novela en la que hay cabida para la experiencia del encanto amoroso, como
La Virgen de los sicarios, o en una novela enteramente escéptica como El fuego secreto, la resolu-
Como se ha insistido, Un beso de Dick plantea una resolución positiva, marcada por la recon-
ciliación del protagonista con el mundo, en la medida en que puede seguir disfrutando del
amor de su amigo y, por tanto, de dar rienda a su deseo. En este caso, el de Molano, Eros sí
vence a Thánatos, aunque la muerte siempre acecha. Esta particularidad dota a los textos de
Dick, o la enfermedad terminal y la muerte prematura del ser amado en Vista desde una acera.
Es decir, que en los textos de Molano se mantiene siempre una tensión entre el amor, el
instantes que embargan de dicha a sus protagonistas. Esta tensión sostenida se puede ras-
trear en cada uno de los poemas de Todas mis cosas en tus bolsillos.
Por eso, el proyecto creador de Molano da forma a una apuesta estética que en el campo de
la literatura colombiana de la última década del siglo XX no se había manifestado entre los
escritores debutantes de ese preciso momento, salvo en los textos de Tomás González (Pri-
mero estaba el mar y Para antes del olvido) y Marvel Moreno (En diciembre llegaban las brisas y, sobre
todo, sus cuentos), que, sin embargo, son anteriores a este momento y que tampoco propo-
nen resoluciones tan afirmativas y sostenidas como las de Molano. Entre los escritores ya
consagrados, como García Márquez, en la década del noventa una novela como Del amor y
otros demonios manifiesta la plenitud y el encanto que ya había expresado en El amor en los
tiempos del cólera, aunque a diferencia de esta, su resolución no es afirmativa, pues plantea la
127
separación de los amantes y su posterior muerte (lo que no ocurre en El amor en los tiempos del
cólera). En todo caso, el proyecto creador de Molano resulta ser muy particular en el campo
literario que hemos tratado de describir, por el carácter pleno y afirmativo que caracteriza a
sus textos y que está ausente de las novelas de Vallejo, Abad Faciolince o Antonio Caballero,
seguramente por las condiciones de existencia que en ese momento caracterizaban a Colom-
128
III. UN BESO DE DICK, UNA NOVELA
La primera novela de Fernando Molano Vargas, la única que pudo ver publicada en vida,
narra el encuentro amoroso de dos adolescentes que viven en Bogotá a finales de los años
ochenta del siglo XX: Felipe (16 años) y Leonardo (17 años). La anécdota de la novela se
centran en un momento decisivo en su vida y que empieza cuando Felipe, agobiado por la
distancia que hay entre él y Leonardo, producto de una discusión adolescente, encuentra la
forma de hacer las paces con él y de confesarle su homosexualidad y su amor por él. Esta
confesión será bien recibida por Leonardo, pues él le manifestará los mismos sentimientos.
A partir de este amor correspondido, Felipe inicia su vida sexual y afectiva con Leonardo de
forma muy satisfactoria, pues, además de experimentar el gozo sexual en un erotismo lo-
grado, ambos personajes, por un lado, comparten ciertos gustos y aficiones juveniles como
el fútbol o la música y, por el otro, se ofrecen mutuamente las experiencias más tonificantes
de su vida: Leonardo le muestra a Felipe su gusto por la literatura y busca que él lea a Di-
ckens, el Quijote, a Eliseo Diego, etc.; y, a su vez, Felipe comparte con Leonardo su gusto por
129
novela planteará algunas vicisitudes y escollos relacionados con su naciente noviazgo que
Cuatro serán los conflictos que, aun sin ser trascendentales (no pondrán en riesgo su vida),
primer lugar, Felipe se cuestionará todo el tiempo el contenido de verdad de los sentimientos
evitar las manifestaciones falseadas y estereotipadas de los afectos. En segundo lugar, justa-
mente por seguir el carácter genuino y real de su vida afectiva, tendrá que renunciar a cum-
plir las grandes esperanzas que sus familiares, especialmente su padre y su hermano, tienen
puestas en él para hacer su vida de acuerdo con su deseo y a lo que lo hace feliz. En tercer
lugar, ante el cuestionamiento por la utilidad y la necesidad del cine, de su vocación artística,
con su tía y con Leonardo, quienes mejor lo comprenden, su vocación y su proyecto de hacer
una película titulada Los ladrones de relojes. Finalmente, el mayor conflicto que tendrá que
afrontar Felipe está relacionado con una convicción que verá traicionada y que lo hará sufrir
hasta el final de la novela. Al referirse a Leonardo, al inicio de la novela, Felipe siempre dirá
que él “juega limpio”, es decir, que sus sentimientos y acciones son leales y sinceros. Sin em-
bargo, Felipe descubrirá que Leonardo no ha sido sincero con él, pues le confiesa que vive
con un hombre mayor con el que esporádicamente tiene relaciones sexuales. Aunque tal con-
fesión les provoca su primer disgusto, Felipe reconoce que Leonardo siente un amor sincero
por él y que, por tanto, ciertas circunstancias penosas lo obligaron a vivir con ese hombre.
Esta revelación si bien no provoca que Felipe y Leonardo terminen su relación, sin embargo,
130
sí hará que la emoción sostenida en gran parte de la novela y la actitud hacia Leonardo sea
más fría o, por lo menos, que no sea del todo afirmativa ni ilusoria, sino ambivalente.
Sin embargo, como se verá, la novela plantea una respuesta de carácter afirmativo a los con-
flictos de los personajes, en el sentido de que el aprendizaje (el Bildung) que traen consigo
estos conflictos no hacen que el protagonista cuestione sus ideales, aún cuando pierde, por
ejemplo, la ilusión del juego limpio en su relación con Leonardo. En este sentido, la novela
plantea la imposibilidad del idilio en el que Felipe creía al inicio de la novela, cuando soñaba
ingenuamente que con el amor de Leonardo nada podría separarlos ni detenerlos, pues el
mundo estaría a sus pies. Pero que el idilio resulte imposible al final de la novela no implica,
sin embargo, que los ideales de este también deban ser desechados. Con las resoluciones de
sus cuatro conflictos, Felipe descubrirá que, a pesar de las traiciones del mundo, sus ideales
deben mantenerse a toda cosa, pues son el resultado de experiencias genuinas: el amor por
Leonardo, la convicción de la necesidad del arte cinematográfico y el deseo sexual que expe-
rimenta en todo su cuerpo. Pero antes de profundizar en esto, vale la pena introducir la si-
El primer capítulo de Un beso de Dick empieza así: “Hoy es lunes, Hugo. Y usted murió hace
cuatro años. ¡Cuatro años ya, pelotudo!” (Molano [1992] 2019, 25). De este inicio al lector o
lectora le quedan tres impresiones: primero, que la novela está narrada desde el presente de
la acción. Luego, que la narración es performativa, es decir, que en el relato “el sentido de
una palabra es el acto mismo que la profiere”, por lo “que agota su sentido en su propia enun-
ciación” (Barthes [1966] 1977, 92). Y, finalmente, que a quien se dirige el narrador, como lo
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muestra el vocativo, es a Hugo. Sin embargo, si bien las dos primeras observaciones resultan
ciertas para toda la novela, esta última es incorrecta, pues Hugo es una presencia con la que
el narrador protagonista no se puede comunicar, que jamás habla, que jamás actúa en la no-
vivo, como si pudiera escucharlo, pero sabe que de él solo quedan sus despojos físicos y que,
por más que él lo siga queriendo, por más que desee abrazarlo, resulta inútil hacerlo, pues
“él ya no va a sentirlo” (28). Aunque añora lo contrario, no cree que su “alma o lo que sea”
exista, puesto que sabe que “los malditos espíritus no existen; si no, ya se me habría apare-
cido Hugo para hablar conmigo. O para asustarme: al menos… Claro que a veces… ¡maldición:
es como si de verdad volviera!” (28). Aunque el narrador protagonista crea verlo en las calles,
en los rostros y los cuerpos de otros jóvenes, sabe que es solo su recuerdo el que lo confunde
y lo atormenta, como una presencia que se desvanece, que empieza siendo similar a Hugo,
pero que al final se convierte en un otro que “¡ni siquiera se le parece!”. Por eso, para el na-
rrador ,“Hugo siempre se está muriendo”(29). Y eso es lo que Felipe representa en un dibujo
en el que aparece un muchacho que está tendido boca abajo en un pastizal y sobre cuya es-
palda está la sombra de un meteoro que está a punto de acabar con su vida: “El muchacho
tiene sueños en la cabeza, Hugo: y el meteoro se la va a aplastar… Pero nadie lo sabe: solo yo.
De esta manera, desde el primer momento de la novela, quedan unidas las ideas del amor y
tiempo, un distancia imposible de franquear, provocada por la muerte, que ha vuelto a Hugo
una carroña insensible. Como una presencia ausente, Hugo estará en toda la novela, no como
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un agente, como un actante, sino como un mediador del deseo del narrador protagonista: a
través de lo que relata de su experiencia con él, el narrador protagonista descubrirá el amor
de Leonardo. De ahí que al lector se le diga desde el primer momento quién es Hugo: no el
Ahora bien, Felipe les muestra ese dibujo a tres personajes: a su tía, que es profesora de arte
en una universidad de Medellín, como lo dirá más adelante el narrador; a Libia, que es su
novia en ese momento del relato; y a Leonardo, su amigo. Su tía le pide que le ponga un título,
pues a ella le parece que la sombra en la espalda del muchacho dibujado es de una nube;
Libia, por su parte, no manifiesta ningún entendimiento del dibujo, a ella solo le parece “bo-
nito”, pues “todo le parece bonito: es terrible”. Pero “Leonardo sí lo entendió” o eso infiere el
narrador de lo que le comenta Leonardo: que a ese muchacho “dan ganas de decirle que se
lo hace sentir una profunda correspondencia, resultado de una comunicación efectiva, que
Pero abrazarlo muy largo para poder pensar despacio: lo tengo abrazado. Al menos una vez
pensarlo… ¡ufff!”. Este sentimiento contrasta radicalmente con lo que el narrador protago-
estereotípicos, pues su apreciación del dibujo, y de todo, resulta siempre vacía y llena de
lugares comunes: “El otro día —dice el narrador— le regalé una boleta que compré en una
papelería, de esas que dicen ‘Te quiero’ con un dibujo de Snoopy: inmunda. Pero ella la vio y
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saltó hasta el techo como si se pusiera muy contenta” (26; las itálicas son nuestras). De esta ma-
nera, comprobamos que, para el narrador protagonista, las acciones basadas en sentimenta-
lismos falsos y vacíos, en cursilerías kitsch, resultan insoportables. Y por eso dice:
No debí regalarle esa boleta. Yo sé que se la di solo por no decir mentiras: ¡cómo voy a decirle
que la quiero si no la quiero! Pero Libia se lo tomó muy a pecho: me dio la misma, definitiva-
mente… Al menos no tuve que decir nada: decir “te quiero” es jartísimo: tiene uno que poner
cara de bobo y eso. […] En la televisión nunca lo dicen. O sí, pero cuando lo dicen uno sabe que
es mentira. Si se lo hubiera dicho a Libia, tal vez ella hubiera sabido que es mentira. (26-27)
Mientras que el narrador protagonista solo desea abrazar a Hugo (a sus despojos, pues está
muerto) y a Leonardo, con relación a Libia solo desea que le caiga un meteoro encima, que le
pase algo que evite seguir con esa mentira. Con esto, queda claro que, en el sistema de valores
siempre prevalecen. Idealmente, esta verdad debería evidenciarse siempre en todas las ac-
ciones de su vida, pero, como en este caso, hay ciertas condiciones atenuantes que impiden
que esto suceda, pues para un muchacho homosexual en una sociedad patriarcal (como la
bogotana de finales de los años ochenta) resultará más fácil camuflar sus afectos reales y
cumplir con lo que espera la sociedad de él. Es decir, que uno de los primeros problemas que
plantea la novela es cómo el protagonista puede ser fiel a sus sentimientos en un mundo que
busca que los reprima y que los maquille con otros. Por eso, será esencial para la novela la
manifestación del amor genuino. El mismo narrador protagonista lo dice, cuando se refiere
a su deseo de hacer una película para expresar algo que pueda ser entendible para el público,
134
En esta película imaginada, que ha titulado Los ladrones de relojes, el narrador vuelve a subrayar
bastante la confesión de su amor a una muchacha, por fin se lo dice una noche. La llama
desde un teléfono público y le declara su amor, “y ella le suelta todo el suyo, porque ella
también estaba enamorada de él. Y se quedan un rato, felices, diciéndose cosas de enamora-
dos y que mañana se verán en el colegio y todo eso; hasta que él cuelga el teléfono de no saber
qué más decirle”. Tras esto, dos hombres, que estaban detrás de él y a los que no había visto,
lo intentan robar, pero como “no tiene reloj ni nada; entonces lo acuchillan y cae al piso mu-
riéndose. Mientras los ladrones corren, él muere; y mientras él muere, ella mira un reloj sobre
su mesa, y en su diario […] escribe: ‘8 y 16: él también me quiere’” (30). Aunque el narrador
confía en la autenticidad de los sentimientos, es consciente, de forma muy madura, que estos
película, por el mundo, por la sociedad y por la violencia. Como el narrador de “El Ojo Silva”
del escritor chileno Roberto Bolaño, el narrador protagonista de Un beso de Dick sabe que “de
en Latinoamérica” ([2001] 2018, 213). Y, sin embargo, en medio de los escollos, de los encuen-
tros con Thánatos, el narrador protagonista de Un beso de Dick declara que un día hará esa
película y que se la dedicará a Hugo, como hace el cineasta polaco Roman Polanski que le
dedica Tess (1979) a Sharon. Porque aunque la muerte siempre ronde, el narrador protago-
nista de Un beso de Dick tiene una creencia innata en el amor que permite edificar proyectos
estéticos como una película, un dibujo o un libro. De ahí que considere que así como existen
formas kitsch, determinadas, no por su contenido (un Snoopi acompañado de un “Te quiero”),
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sino por su ausencia de verdad, también existen formas auténticas que expresan este conte-
Pero aunque Felipe tenga el deseo sostenido y real de dedicarle su película a Hugo, él sabe
que Hugo no podrá corresponderle en ese amor, que él no podrá sentir algo con la película
que le dedica, pues está muerto. Pero más allá de la tristeza o la impotencia, el narrador pro-
tagonista concluye que si él ha sobrevivido a la muerte de Hugo y tiene su cuerpo vivo, con
el que un día espera jugar fútbol con la Juventus de Turín (la Juve) o con el que filmará su
Felipe el Conquistador tendrá bajo sus zapatos el mundo como un balón…: ¿y para qué? Ah, yo
solo quisiera que Leonardo me amara; que él estuviera a mi lado… y ser como de él. Felipe solo
sueña ser el hombre más grande de este mundo, Hugo. Para que Leonardo lo desnude cuando
quiera…
Así, se confirma en el primer acápite que el sentido de la existencia de Felipe, desde su propia
perspectiva como narrador protagonista, está dada por el amor, por el deseo. Por eso tiene
sentido en esta última cita que el narrador protagonista se dirija a Hugo, que le diga a él que
vivirá, aún cuando él esté muerto, para amar a Leonardo, con lo que se confirma nuevamente
el carácter de mediador de Hugo en su relación amorosa con Leonardo. De esta manera, ade-
más, el lector comprueba que este capítulo, que en principio tenía un tono elegíaco por la
muerte de Hugo, resulta ser también un canto, una oda a la vida, pues su sentido se halla en
el amor por Leonardo. De eso trata justamente Un beso de Dick, ese es su mensaje. Además, el
lector constata que este mensaje no tiene como destinario a Hugo, sino, al parecer, al mismo
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experiencia que se transmite en una experiencia interior, como la que produce en los lectores
los poemas o las novelas. Pero, como dice Barthes ([1966] 1977), “no tendría sentido que el
narrador se diera a sí mismo una información” (32), por lo que resulta claro que su receptor
El lector supone, quizá, que al abrir el libro se encontrará con una novela; sin embargo, no
imagina que su narrador será, a su vez, su protagonista, ni que el tiempo en que relata será
siempre un presente puro ni que el narrador protagonista usará siempre un lenguaje sencillo,
sin artificios o manierismos, verosímil con relación a la expresión de los colegiales bogotanos
de finales de los años ochenta del siglo pasado. Producto de esta constatación (la del narra-
dor protagonista, el presente puro y el estilo sencillo), el lector cuestionará el código nove-
lesco del relato, es decir, su estatuto de ficción. Pero tal cuestionamiento no implica que el
relato demande una lectura crédula, sino que el código del relato tensiona los límites del
discurso factual y el discurso ficcional, para que el lector modifique su pacto de lectura y
encuentre en el relato una interpretación ambivalente; lo que produce, en definitiva, una au-
lectura de Diaconu (2013). Lo interesante de este código ambivalente es que, además de po-
ner en tensión el estatuto de ficción al acercarlo al discurso factual, resulta ser muy eficaz a
la hora de expresar la lengua del cuerpo, el deseo y el amor del hablante. Por ejemplo, en la
última cita, se puede ver cómo los puntos suspensivos, los silencios, resultan ser más dicien-
tes del deseo y el amor del narrador protagonista que el “Te quiero” falseado de Libia.
Ahora bien, a propósito de lo que considera su mayor ilusión (ser rico, jugar con la Juve, ser
cineasta, etc., para ser amado y desnudado por Leonardo, para ser su objeto de deseo, pues
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Una estupidez de sueño, me digo, ahora que el timbre suena y las puertas del colegio se abren:
otra vez estaré sentado en el salón mirando a Leonardo la tarde entera. Ni siquiera podré ha-
blarle porque hace días andamos de disgusto. Pero en el recreo Libia me buscará de nuevo para
Quién sabe; tal vez hoy tenga valor para no sonreírle, pienso.
Y siento miedo: hoy tendré examen de historia… ¡maldición: no estudié nada! (32)
Con este final abierto del acápite se termina de explicar el referente del relato. Si bien Hugo
es un punto de referencia para narrar el amor que Felipe siente por Leonardo, el contexto de
este mensaje en el relato está dado por el espacio escolar en el que se encuentran los perso-
najes adolescentes que estudian en bachillerato. Además, a este espacio se sumarán, en los
demás capítulos, las calles de Bogotá, el Parque Nacional, el estadio, las gradas de la pista de
atletismo, las casas de ambos muchachos, es decir, espacios urbanos, abiertos y cerrados, del
mundo adolescente, donde son capaces de gozar de su deseo. Habría que decir, además, que
este final del capítulo si bien no forma un núcleo, una articulación narrativa, sí plantea un
problema que permitirá la narración del resto de la novela: Felipe se ha peleado con Leonardo
El relato de Un beso de Dick se concentrará en mostrar el deseo que Felipe, su narrador prota-
gonista, experimenta por Leonardo, en el sentido de que el protagonista quiere ser amado y
deseado por Leonardo tanto como él lo ama y lo desea, así como las consecuencias que tal
deseo amoroso implica. A raíz del problema de comunicación entre Felipe y Leonardo que
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abre la novela, como señalábamos en el párrafo anterior, el relato puede ser dividido en dos
momentos nucleares: el primero va de la resolución del disgusto que los enemistó hasta la
ratificación del amor entre ambos; mientras que en el segundo están las crisis que este amor
Tal división en dos momentos es planteada por la novela misma, pues así está compuesta, lo
que resulta muy diciente de la tensión sobre la que está estructurada la novela: la primera
parte, que representa el idilio de los amantes, choca con la serie de crisis que plantea la se-
gunda parte. Específicamente, habría que decir que el signo distintivo de ambas partes es la
parte, respectivamente. Irónicamente aunque Felipe puede ver en la primera parte, sin em-
bargo está cegado por la ilusión de un amor caracterizado por el “juego limpio”, por la since-
Leonardo, pues considera que él sería incapaz de mentirle. Esto contrasta con la segunda
parte, en la que Felipe, a pesar de que sus ojos están quemados, puede ver con más claridad
el carácter ilusorio de sus sueños al descubrir que Leonardo no “juega limpio” con él. Lo in-
teresante de la tensión que plantea la novela es que si bien el narrador protagonista desecha
al final sus ilusiones (el fair play que tanto lo obsesiona en la primera parte) y se porta un
poco más frío y ambiguo con su pareja, sin embargo, no pierde su ideal amoroso, es decir,
De igual forma, la novela plantea una subdivisión por capítulos, en los que se agrupan los
núcleos del relato. No es nuestro interés señalar todas las acciones de la novela, puesto que
esto resulta bastante esquemático, pero sí queremos centrar su análisis en un par de núcleos
139
o articulaciones que dicen mucho sobre el tipo del encanto que hay en ella: la confesión amo-
Diego, que hace Leonardo en la clase de español; la revelación ante la familia del deseo amo-
Para que Felipe y Leonardo se encuentren, el narrador pone como antecedentes en el capí-
tulo segundo un juego entre adolescentes varones, en el que queda implícito en el chiste y en
el bullying un deseo bisexual que, sin embargo, se reprime. Esta escena ocurre en las duchas
del colegio, donde todos los muchachos están desnudos. En medio de los juegos con toallas,
de las bromas pesadas, de las miradas sin censura del cuerpo del otro, Felipe se dirige a Leo-
nardo, tras su pelea de hace un mes, y le hace un chiste: todos los compañeros de Leonardo,
tras bañarse, juegan con los pantaloncillos blancos de Leonardo, se los pasan de mano en
mano y se burlan de su forma y color mientras él termina de asearse. Cuando llegan a Felipe,
él seca con ellos su cara y los huele con una expresión de profunda satisfacción:
Comencé a secar con ellos mi rostro: despacio, como si lo hiciera con mi pañuelo, como si yo
estuviera solo con mi pañuelo. Sentí perfectamente cómo todos se silenciaban mirándome; y
todavía me di tiempo para extenderlo sobre mi nariz, y aspirar profundo como si tuviesen un
—¡Chanel! —dije con un suspiro de lo más payaso. (22; las itálicas son nuestras)
Asumiendo el riesgo inmenso de que Leonardo no le vuelva a dirigir la palabra, pues agudiza
el bullying que le hacían sus compañeros, Felipe se atreve a mostrarle a todos, en una doble
simulación, su placer genuino. A los ojos de sus compañeros, esta simulación resultaba ser
140
una broma pesadísima, pero para Leonardo, que entendía bien sus dibujos, el sentido latente
de tal expresión de placer no pasó desapercibida. Justamente, tras esta situación, los com-
pañeros de Leonardo empiezan a molestar a Felipe; Carlos, uno de ellos, le mete los panta-
loncillos de Leonardo en la boca, mientras los demás no lo dejan terminar de vestirse, por lo
que, cuando suena el timbre para el cambio de clase, todos se van y dejan a medio vestir a
Leonardo y a Felipe desnudo. Frente a frente, Felipe no se atreve a mirar a Leonardo por
—Sí… —le dije mirándole sus ojos inmensos: sintiéndome humillado por estar desnudo.
Le entregué sus pantaloncillos: había tenido que ponerse el pantalón sin ellos y sentí un poco
—¿A qué saben? —me preguntó con picardía mientras los metía en su maleta.
—A usted… creo.
—…
—…
—¿No va a ir a clase?
—Ya no alcanzo.
En este diálogo quedan resueltas las rencillas que los habían separado hacía un mes, pues,
por un lado, al esperarlo Leonardo demuestra su empatía y afecto por Felipe y, por el otro,
141
preguntar por su sabor, el narrador nota una picardía, un tono lúdico (de hacer las cosas sin
querer queriendo, como el Chavo), que alarga el juego que había empezado Felipe y que, en
definitiva, abre un espacio de goce entre ambos. Hay, por tanto, en ese juego, una forma de
seducción que ambos comparten y que ambos interpretan implícitamente como tal. A partir
de esta constatación, el deseo de Felipe se exacerba y lo hace fantasear luego con Leonardo,
con su boca, evidente en el tipo de fetichismo con el toma una botella de gaseosa que com-
parte con él, en los besos que le propina en secreto a su asiento, etc.
Con este antecedente ambivalente que se establece a partir de la escena de las duchas, la
novela muestra cómo, en una fiesta a la que han sido invitados Felipe y Leonardo, aquel le
confiesa su amor a este. Precisamente, Felipe se apareja para esta fiesta con unos jeans que
le quedan ajustados y rotos, muy a la moda de entonces, cuyos huecos funcionan como bor-
des eróticos (Barthes), y con unos tenis que compra horas antes de la fiesta con un dinero
que su padre le ha dado. Felipe también compra aguardiente y prepara un plan para beberlo
con Leonardo, pedirle perdón por la rencilla que los separó y, quizá, decirle que lo quiere,
que está enamorado de él. En la fiesta, la conexión entre ambos, a pesar de que no pueden
bailar juntos por la convención social, es innegable, pues sus miradas se dirigen hacia ellos y
no hacia sus parejas de baile; además, Leonardo le pide, “entre chiste y chanza”, simulando
simular, un roto de los jeans a Felipe, que él le niega para hacerse desear aún más. Es decir,
para expresar sus sentimientos amorosos. Cuando encuentra un momento, Felipe se lleva a
Leonardo a un lugar apartado fuera de la casa donde se realiza la fiesta, lo invita a tomar
aguardiente, se disculpa por los golpes que le dio y ambos empiezan a hablar de las razones
142
por las que Felipe terminó con Libia. Tras un largo rodeo, Leonardo le pregunta a Felipe si
—Noo.
—Ahh…
—O sea… sí me gustan. No… no los hombres… Es que… es… ¡Ufff: qué preguntica!
—…
—…
—…
—A mí…
—…
Lo interesante de esta confesión, provocada por la pregunta de Leonardo, es que este reac-
ciona de la mejor forma a tal punto de que se ríe, pues Leonardo le confiesa, a su vez, que él
está enamorado de Felipe. Esta confesión es central en la novela, pues permite, en primer
lugar, que la narración continúe, en la medida en que articula las acciones que siguen a esta
escena. Además, en segundo lugar, revela una conexión entre eros y philia, el amor pasional y
la amistad: el deseo que sus miradas y su complicidad revelan en el juego de seducción de las
duchas de su colegio tiene sentido en la medida en que Felipe y Leonardo no solo se sienten
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atraídos física y sexualmente entre ellos, sino porque, además, en ellos es posible “la alegría
Una pareja feliz no es un hombre y una mujer (o dos hombres, o dos mujeres) que han hallado
el secreto de la pasión perpetua, que saben hacer que renazca indefinidamente esa falta, ¡hasta
echar en falta a aquel o aquella que no falta! No: es una pareja que ha sabido transformar la
Justamente, para Comte-Sponville, aquellos que logran la felicidad en pareja son aquellos
que saben disfrutar de hacer el amor con su mejor amigo, que no ven a su pareja solo como
un objeto de deseo (eros), sino que viven con ella las experiencias del amor filial (phillia). Por
eso, no resulta extraño que ante la pregunta de Felipe de qué hacer ahora que saben que se
quieren, Leonardo responda: “—No sé… ¿Nos casamos?”. Mitad en broma, mitad en verdad,
de afianzar su amistad (no es gratuito que el narrador protagonista siempre se refiere a Leo-
nardo como su amigo), a tal punto que en el momento de mayor crisis (cuando la familia y el
colegio increpan a Felipe por su amor y, al tiempo, cuando sabe que Leonardo no ha jugado
limpio y mantiene una relación con otro hombre) el narrador protagonista no pierda sus
ideales, como veremos más adelante. Por ahora, baste decir para cerrar este aparte que Felipe
descubrirá a partir de esta confesión que resultará muy placentero hacer el amor con su me-
jor amigo, con Leonardo, porque es su amigo: aquel que “no falta, sino que se alegra, aquel al
que más amamos, al que mejor conocemos” (Comte-Sponville 2012, 72). Obviamente, luego
de esta confesión amorosa, si bien Felipe y Leonardo no se casarán, siempre que puedan,
harán de miel sus días y noches; retozarán, se acariciarán y se besarán en el Parque Nacional,
144
en el cuarto de Felipe o en donde puedan hacerlo. Esto es narrado en la novela de forma
explícita y realista, con las palabras de dos adolescentes apasionados que son muy sinceros
con lo que les produce placer: los besos, el sexo oral y anal, el exhibicionismo, las caricias,
con el que se narra, está en que los orgasmos se codifican no con palabras, sino con puntos
suspensivos. Ciertamente, en la novela, este signo de puntuación, con el que se suele codifi-
car el suspense o una elipsis de la narración, es usado bastante en Un beso de Dick, pero no siem-
pre con el mismo sentido. Por ejemplo, en toda la novela ayudan a manifestar
su uso en los diálogos que ocurren en las escenas sexuales, los puntos suspensivos dejan de
expresar suspenso o intermitencia y se convierten en signos afirmativos del éxtasis. Así, por
ejemplo, en la figura 3 se puede ver cómo los puntos suspensivos cambian la codificación de
la página, a tal punto que en una sola página aparecen menos de veinte palabras y, sin em-
bargo, al lector se le revela con precisión las impresiones orgásmicas de las relaciones sexua-
En esta página el código de lectura que estaba establecido desde el comienzo de la novela se
modifica para que se exprese el cuerpo, pues acá el lenguaje deja de ser simbólico para pasar
a dar cuenta la pulsión sexual, del espacio de goce en el que aflora la significancia y lo se-
miótico. Pero, para poder expresar tal significancia, la escritura presenta en medio de los
puntos suspensivos algunos signos, algunas palabras, que se refieren a la “verga” de Leonardo
o al “culo” de Felipe, y que hacen que a partir de esas palabras se pueda expresar lo indecible,
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... ... . .. .. . .. . . .. .. . . . . .. . ... . ..
... .. . ... ... .. . .. . . . . . .. .. . . . . .. . . . . ... ... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... .. . ... ... ... ... ... ... ... ... . ....... .
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... ... ... ... ...
... ... ... ... . .. .. . . . . ... .. . ... . . . ... ... . . . ... ... .. . ... ... ...
-¿Me va a dejar?
-Sí.
-«Sí», ¿qué?
-Sí por favor.
-Voltéese.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
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... ... . ..
\
Un beso de Dick
Fuente: Molano ([1992] 2011, 61)
Tras haber reconocido su deseo y convertirse en novios, Leonardo y Felipe siguen su vida
escolar con normalidad: van a clases, pasan tiempo con sus amigos, estudian para sus exá-
menes, etc. Es más, en el capítulo cuarto de la novela se narra un partido de fútbol en el que
Leonardo y Felipe juegan en el mismo equipo. Como resultado de este partido, Leonardo
quedará malherido por un golpe que le propinará intencionalmente un jugador del equipo
146
contrario (resulta curioso que ambos personajes, Felipe y Leonardo, resulten malheridos
emocional y físicamente, respectivamente, por culpa de juegos distintos en los que, sin em-
bargo, no siguen las reglas del fair play). Justo después del partido, el curso de Leonardo y
Sin embargo, Leonardo no llegará a tiempo a la clase por culpa de la lesión que sufre y que lo
obliga a ir antes a la enfermería. Para su clase, Leonardo preparó el comentario del poema
“Lippi, Angélico, Leonardo”, del escritor cubano Eliseo Diego, que es anotado en el tablero
por Lucía, una de sus compañeras, quien lo excusa por no estar a tiempo y le anuncia a la
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de las hebras finísimas? Sus ojos,
Al ver el poema que ha copiado Lucía en el tablero, la maestra de la clase se sorprende, pues
creía que Leonardo iba a hablar de un poema del escritor peruano César Vallejo, aunque
luego recuerda que se trató de un cambio de último minuto que Leonardo le avisó. Gracias
al narrador, nos enteramos de algunas generalidades que la maestra hace sobre Diego y su
a pesar de ser cubano y vivir en Cuba, [Diego] no hace una poesía de militancia, ni de defensa
panfletaria del régimen castrista, como ocurre con otros poetas posteriores a la Revolución.
No es que ella esté en contra de la sensibilidad de la poesía frente a las cuestiones sociales,
dice; incluso esa ha sido una preocupación importante en poetas como Vallejo, que es uno de
sus favoritos, y también en Neruda [...]. Pero la profe dice que Eliseo Diego tiene la suficiente
madurez política y poética como para no hacer de la poesía un instrumento, simple y llano, de
Barthes en el primer capítulo de esta tesis: que el compromiso de la literatura no puede ser
instrumental, sino que debe aspirar a una “moral de la forma”, en cuyo centro está el lenguaje
poético, que en este caso se corresponde con el carácter semiótico que Kristeva ha descrito,
tal como lo confirmará el personaje de Leonardo. Tras señalar esto, los estudiantes discuten
sobre el sentido de la palabra ideología y, en medio de esta, tras ser juzgado por su ignorancia,
uno de los alumnos manifiesta su aversión hacia los libros. Esto provoca una reacción furiosa
en la maestra que, sin embargo, explica el significado que tiene para ella la lectura:
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Además de enriquecer las ideas, como siempre hemos dicho aquí..., más que eso, es un ejercicio
de vida; si la descubren verán que puede ser una experiencia tan vital como una caricia, o como
una despedida... Por los libros podemos conocer..., y compartir el mundo que está más allá de
la punta de nuestros dedos: yo no conozco París, pero he leído a Víctor Hugo, y he leído a
Baudelaire y ya París está en mi corazón; cuando algún día la visite, la voy a saludar como a
una vieja amiga; y cuando camine por sus calles, sentiré que regreso a las calles donde jugaba
siendo niña...: porque en los libros no solo he visitado otros lugares; también he visitado mis
Es importante señalar que hay una diferenciación entre dos tipos de lectura en el parlamento
citado. Por un lado, está la lectura que enriquece los conocimientos de quien lee, cuya fun-
ción es en gran medida instrumental y pedagógica, puesto que su fin es comprender “que en
este mundo existen dos o tres ideas más, aparte de las de ‘mi mamá me mima’ y ‘el lápiz es
mío’” (88). Este tipo de lectura evidencia, ciertamente, una posición pasiva ante lo que se lee,
pues implica una vivencia del conocimiento como comunicación efectiva. Y, por el otro, hay
un tipo de lectura más ambicioso, que implica una experiencia capaz de enriquecer la con-
plos de la caricia y la despedida resultan dicientes a este respecto, pues como actos no solo
ruptura, sino que, además, modifican a quienes participan de dichos actos con su reacción.
Esto es fundamental, pues en la novela, esta teoría de la lectura, en la que los textos se abren
como espacios de goce, como lugares en los que es posible desarrollar una experiencia sen-
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Tras la intervención aireada de la maestra, aparece Leonardo en pantaloneta, lo que provoca
el chiflido burlón de sus compañeros y la admiración coqueta de sus compañeras y, por su-
puesto, de Felipe, su amigo y narrador de la novela, que comenta mentalmente: “Como tiene
medias blancas y tenis blancos, y la pantaloneta también es blanca, se le ven lindas las pier-
nas: morenas y gruesotas. Además tiene puesta su chamarra, y así se ve más pinta” (89). Des-
pués de estas burlas, Leonardo empieza su presentación del poema de Diego, señalando que
quiere hablar del poema “como cuando uno habla de un partido de fútbol que ha jugado”, es
o sea, de la emoción de las jugadas [...]. Y entonces cuando habla de un partido, uno como que
vuelve a ponerse contento o de mal genio, como cuando lo estaba jugando. Y yo quería eso:
siento con un poema [...] y decir por qué me gusta; por qué me emociona. (90)
Para hacer esto, Leonardo recurre a lo que él y la maestra llaman su experiencia íntima de lec-
tura: “Lo que me pasó con este poema fue que al principio yo no lo entendía. Y no lo entendía,
pero me gustaba. […] a pesar de no entenderlo [lo leí] porque en el título estaba mi nombre:
‘Lippi, Angélico, Leonardo’”. A continuación, Leonardo comenta lo que le gusta del poema y
relata lo qué dicen sus versos: “Me gustó eso de unas imágenes que no huelen ni sienten dolor
[…] también me gustó que, además, esas imágenes miraban. Y que miraban ‘serenas’ desde
unas ‘rocas’ me gustó más: porque me pareció chévere ese contraste entre una cosa serena,
como tranquila, puesta en unas rocas, que es algo duro” (91). También insiste en lo que no
entiende, “por ejemplo, lo del ‘aire libérrimo en el oro’, y lo de ‘la fiesta de las hebras finísi-
mas’”, así como en los elementos que le resultan agradables, a pesar de ser contradictorios a
150
unos ojos que no ven, pero que miran… que miran y aman […]. Pero esa contradicción de no ver
y mirar, ahí puesta junto a la palabra amar, a mí me hizo pensar en el momento cuando uno
cierra los ojos para dar un beso, y uno como que puede ver al otro por los labios y no por los
ojos; y hasta me puse a pensar cuando uno da un beso, es como ponerse a repasar con los labios
lo que uno ha estado todo el tiempo estudiando con los ojos. […] Además, después yo volvía a
leer el poema, y me parecía que esa contradicción del final era parecida a la mía, sintiendo que
me gustaba el poema sin entenderlo siquiera. Eso es como cuando uno se enamora de alguien,
Pero a mí lo que más me gustaba del poema, cuando no lo entendía, era esa pregunta de la
mitad… que es como si el que escribió ese poema me preguntara a mí si yo odiaba esas imágenes
desde el desgarramiento de mis días. Y eso me gustaba porque… a veces uno se siente así: todo
desgarrado, porque tiene problemas y eso. Y entonces sentía como si Eliseo Diego fuera alguien
que se preocupara por mí preguntándome eso…, porque era como si de alguna manera él su-
piera que yo andaba mal. Y me causaba gracia pensar que él sabía que yo estaba mal y, en
Después de intentar explicar su experiencia de lectura, sus impresiones, Leonardo les con-
fiesa a sus compañeros que pudo entender el poema después, porque con una “amiga” que
quiere mucho, y que “sabe de pinturas porque le gustan, y además tiene una tía que estudió
artes”, leyeron el poema y compartieron su experiencia de lectura. A esta amiga “le pareció
que el poema hablaba de un cuadro de Da Vinci que se llama La Virgen de las rocas” (figura 4).
Justamente, porque, según el par de amigos, el título del poema coincide con tres nombres
sabía eso [...]. Pero no sabía que ‘Lippi’ era el apellido de otro pintor del Renacimiento que
151
se llama Filipo, que es como Felipe, pero en italiano. Y pensamos los dos que ‘Angélico’ debía
ser el nombre de Miguel Ángel, pero también en italiano. Claro que después descubrimos
que hay otro pintor de esa época que se llama Fra Angélico, y tal vez sea ese el título...” (92).
Luego, Leonardo señala las semejanzas entre las imágenes del cuadro y del poema que su
amiga le ha indicado:
Mi amiga decía que las imágenes que dice el poema, las que no huelen ni sienten dolor, estas
mujeres y estos niños... Y fue muy chévere escucharla hablar de esta pintura. Porque ella decía
que todo el cuadro daba una sensación de tranquilidad, sobre todo por las miradas de esos
ojos, y por las manos de estas dos mujeres. Y mirábamos esta fuente de agua que se ve al fondo,
152
y... ella decía que parecía como si estuvieran quietas esas aguas, a pesar de que uno sabe que
se mueven, porque hasta forman una cascada chiquita entre las rocas; y nosotros pensamos
que por eso el poema decía que esas aguas no arrullaban muertes, sino que iban de vida en
vida...
Y nos pusimos a mirar cuál sería el oro en el que estaba el aire, y pensamos que eran los reflejos
dorados del sol sobre las hojas de estas matas que se ven por aquí, y en las pieles de las cuatro
figuras; y que “las hebras finísimas” debían ser los cabellos de ellas. Mi amiga... decía que esos
reflejos eran como si hubiera un poco de alegría en esa tristeza de las rocas oscuras, y que
también era como sentir que salía vida de esos cuerpos, en medio de unas cosas como muertas
que son las rocas..., y tal vez por eso el sol se refleja mucho en las cosas que tienen vida, en las
Yo le escuchaba eso... Yo no sé: era la primera vez que miraba un cuadro de esa manera; yo
pensaba que era como descubrir que también había poesía en los cuadros. Y yo miraba a mi
En el público, Felipe, su amigo, quien lo escucha atentamente piensa: “¡Dios, qué tipo! || Leo-
nardo me mira de pasada. Y es como si estuviéramos solos en otra parte”. Luego, vuelve a
fijarse en sus piernas, que contempla con deseo y añade: “Hasta la Virgen de las rocas mira
como si le estuviera mirando a él sus piernas; y hasta parece que ella quisiera tocárselas con
su mano...” (94). Pero Felipe percibe que Leonardo parece estar triste,
porque ahora él dice que nosotros descubrimos que el poema habla de una sensación rara, que
solo los poetas se ponen a sentir: estar mirando las figuras de La Virgen de las rocas y sentir que
no es uno el que las mira, sino que son ellas las que nos miran a nosotros. Y entonces dice que
él ha sentido lo que dice el poema; que esas mujeres de las rocas, ahí tranquilas como están,
nos miran con pesar y con amor, a nosotros y a las desgracias que nos pasan. (94)
153
En cierta forma, con la descripción de la mirada de las imágenes, Leonardo explica la dialéc-
tica que surge entre las imágenes de La Virgen de la roca y su observador, puesto que los ojos
de las mujeres y los niños representados no esperan pasivamente a ser contemplados, sino
que observan a quienes intentan ver en ellos algo. Y su mirada es como la de una Medusa
invertida: no petrifican, sino que conectan empáticamente con el que las observa, sienten su
dolor y se conduelen de él. Hallarse observado por las imágenes y percibir en su mirada una
sensación afectiva y de compasión resulta ser una experiencia genuina de la creación artís-
tica, “que solo los poetas se ponen a sentir”, porque implica ver el mundo como un reino de
analogías y conexiones. Al respecto, vale la pena recordar los primeros versos del poema
La sensación poética que describe Leonardo en su comentario de las imágenes del cuadro de
Da Vinci tiene que ver con el hecho de que estas imágenes no son solo la representación
inanimada de unas mujeres que descansan con sus hijos, sino que son, para el poeta, una
imagen cifrada, un enigma, que al resolverse permite una conexión profunda con el mundo,
con la creación, pero sobre todo con el objeto descifrado. Las imágenes de La Virgen de las rocas
y “Lippi, Angélico, Leonardo” están el bosque de símbolos y son pilares vivientes que le ha-
17
El poema original en francés dice: “La Nature est un temple où de vivants piliers / Laissent parfois sor-
tir de confuses paroles; / L’homme y passe à travers des forêts de symboles / Qui l’observant avec des re-
gards familiers” (Baudelaire [1857] 2008, 94).
154
blan al artista y al poeta, pero con palabras crípticas, con enigmas, que se parecen a los acer-
tijos de la Esfinge. Y, sin embargo, el enigma resulta familiar gracias a la mirada de los pilares,
que no apremia ni busca castigar como la reacción de la Esfinge ante una respuesta inco-
rrecta. Por eso, la labor del poeta y del artista consiste no tanto en descifrar el enigma de las
palabras confusas, sino en darles forma, en extender y reproducir sus sentidos en un hilo de
correspondencias que van de la Naturaleza, la Creación, a los textos, a las formas artísticas.
Es decir, la contemplación del poeta revela una doble existencia de las imágenes: no solo son
objetivas (existen realmente como representaciones pictóricas), sino que, además, necesitan
de la “actividad de la fantasía subjetiva” (Buck-Morss [1977] 2011, 256) del observador para
ser descubiertas, para existir en toda su plenitud. Justamente, será la mirada poética de Eli-
seo Diego la que capte esta existencia doble de las imágenes en su poema, tal y como lo ex-
plica Leonardo, como veremos más adelante. Por ahora, hay que señalar que, con su tono
melancólico y triste, y tras describir el carácter dialógico de las imágenes, Leonardo continúa
Yo miro ese cuadro —dice él con las manos entre la chamarra, recargado a la pared, al lado del
tablero, mientras el libro rueda por todos los puestos— y es... yo no sé, es como mirar lo que
uno siempre sueña: estar ahí como las figuras del cuadro, en medio de las rocas tristes que son
como la vida de uno a veces; pero estar así de tranquilo como esas mujeres; y ya no sentir miedo
de estar solo; o de saber que un día se va a morir uno... Yo creo que eso dice el poema: que un
día yo me voy a morir y ya no podré mirar más ese cuadro, pero las mujeres de las rocas van a
seguir mirando a otros; entonces a uno le dan ganas de estarse otro rato mirándolas, como si
uno quisiera meterse en el cuadro, y estarse al ladro de ellas como están esos dos niños…
Yo les digo todo esto porque... porque ese poema y ese cuadro a mí me han hecho pensar que
cuando uno se enamora es como estar en esa pintura de las rocas. Porque el mundo sigue triste,
155
y la gente se mata, y hay gente que lo odia a uno..., hay gente que lo odia mucho a uno... O sea,
todo sigue igual de mal; pero uno se enamora, y se enamora alguien de uno... Y eso es como
estar en un lugar como ese: donde a uno lo alumbra el sol como a las figuras de las rocas. Y allí
Claro que uno se enamora y también siente miedo...: de que al otro el amor se le acabe..., o que
se vaya, o que se lo lleven, y uno quede otra vez solo, y todo oscuro. Y entonces a uno le dan
La lectura que hace Leonardo del poema de Diego es muy particular, pues se sale de las már-
genes de los ejercicios escolares, donde la convención suele ser la lectura del contenido sim-
bólico del texto acompañada casi siempre por la revisión de aspectos formales como la
métrica, el ritmo, el vocabulario, etc., del poema. Leonardo no se interesa tanto en esto, pues
busca rescatar la emoción de la impresión primera que le produce el texto, esa fuerza de
atracción que lo obliga a leerlo y a releerlo, aun cuando no lo entiende y que le permite ahon-
dar en otros procesos de lectura. Por ejemplo, es interesante que las primeras impresiones
que él tiene del poema se conecten con las impresiones que provocan otros textos, como la
pintura de Da Vinci, en otros lectores, como la que él llama su amiga. Esto es llamativo en la
medida en la que entre él y “ella” buscan explicaciones del poema en la pintura al relacionar-
framiento de correspondencias (Trujillo Montón 2016), de analogías que entre ambos textos
y lectores aparecen: las imágenes de las mujeres serenas, el entorno natural que forman las
aguas y las rocas, la mirada de esas mujeres que parecen traspasar los límites de la pintura
para observar a quienes las miran, etc. Ahora bien, el quid de la lectura de Leonardo se en-
cuentra en el hecho de que, para él, tanto el poema como la pintura presentan una tensión
156
entre la serenidad de esas mujeres y la dureza de esas piedras, la vida que florece entre las
rocas y la muerte que teme el espectador o el lector, y, sin embargo, a pesar de esa tensión,
Leonardo se siente seducido por la serenidad que transmite el cuadro y de la que habla el
poema: frente al correr del tiempo, y la amenaza de la muerte y de la vida exterior, la obra de
arte promete una existencia intemporal, hecha por mano humana: un refugio más allá de la
mera vida inmanente y problemática, pero que surge de esa misma vida. (Trujillo Montón 2016,
30-32)
Pero no solo el arte promete tal refugio, sino que, además, hay en la lectura de Leonardo una
de que, aunque el mundo esté mal y sea problemático, los amantes pueden crear un espacio
donde el sol los alumbre como a las figuras de las rocas, donde pueden estar tranquilos y no
sentir miedo, a pesar de ver y sentir la dureza del mundo, como las imágenes que están entre
las rocas y en las que, sin embargo, experimentan la plenitud, el encanto, como el gato del
poema “Pax” de D. H. Lawrence, que en la casa de los vivos se siente a sus anchas, “siente la
presencia del Dios viviente / igual que una gran sensación de seguridad, / que una gran calma
Para que sus compañeros comprendan lo que Leonardo explica, este recurre siempre a imá-
genes afectivas que remiten a vivencias o experiencias que ellos también han tenido, como
la del espacio imaginado entre quienes se besan o la del enamoramiento que acabamos de
ver. Pero lo hace, además, porque con la lectura del poema le declara su amor a Felipe, quien
lo escucha y al que se ha referido como su amiga, en otro juego de doble simulación como el
que utilizaba Felipe cuando olía los pantaloncillos de Leonardo en el episodio de las duchas.
Para su declaración, les dice a sus compañeros y a su maestra que cree que ya está hablando
157
más de la cuenta y que, quizá, a todos ellos su exposición y su interpretación les puede pa-
recer una “bobada”. Mientras la maestra y los demás compañeros de ambos se quedan en la
primera simulación (la que tiene forma de amiga), Felipe sabe que Leonardo le habla a él:
Y tal vez yo no debería decirlo: porque a quién le interesa lo que yo siento. Pero, de todos
modos, desde el día en que leímos el poema y vimos el cuadro, a mí el poema me gusta más. Y
Irónicamente Leonardo manifiesta así que a nadie en ese salón de clase puede interesarle sus
sentimientos más que a él mismo; pero sabe, ciertamente, que Felipe, con el que ha inter-
cambiado miradas, lo desea, lo ama y está más interesado que cualquiera en lo que él siente
(aun cuando toda la clase ha quedado pasmada, captada por Leonardo). De esta manera,
Leonardo le muestra a Felipe todo su amor y le da un valor tan alto en su vida que lo asocia
a un poema y a una pintura que ambos valoran inmensamente. (Algo similar ocurre, por
ejemplo, con la cristalización que sufre Swann al equiparar a Odette con la Séfora de Boticelli
en Un amor de Swann de Proust; sin embargo, en Un beso de Dick, ambos amantes se asocian
Finalmente, sobre este análisis poético, habría que rescatar que la emoción inicial de la lec-
tura que hace Leonardo no desaparece conforme se desarrolla la interpretación, sino que se
incrementa, en la medida en que esta queda inscrita en otro texto (la pintura) y en una ex-
periencia íntima (el amor). Justamente, a través de esta asociación, Leonardo halla el conte-
nido de verdad del poema y lo expresa a sus compañeros, a su maestra y a Felipe, quienes
también, por un momento, parece que logran captarlo. Este contenido de verdad sería, sin
duda, el que señala la profesora Patricia Trujillo Montón (2019) cuando dice que
158
hay momentos en la vida que son intensos y felices, y nos dan la ilusión de que el tiempo se ha
detenido. Esos momentos se pueden atesorar, como hacen estos dos muchachos. La lectura, y
esa no es la menor de sus funciones, también da asomos de esa plenitud y esa felicidad. (32)
Se trata, obviamente, de la plenitud que ya había explorado Proust en El tiempo recobrado, con
sus momentos perfectos, en los que el tiempo se detiene y el sujeto se fortalece y termina en
de todos los seres humanos, pues son producto del azar, no dejan de ser una posibilidad
Proust. Justamente, sobre esta plenitud posible se estructura Un beso de Dick. Pero esta ple-
nitud no debe ser idealizada ingenuamente por los personajes de la novela ni por el narrador
protagonista, pues aunque existe y es posible, está amenazada por el mundo exterior, pero
eso solo lo descubrirán más adelante. Por eso, tras el encanto que produce la lectura del
poema de Eliseo Diego, ese capítulo se cierra con las muestras de afecto entre Fernando y
Leonardo en las gradas de la pista de atletismo, aquella noche en la que los descubre un ce-
lador besándose y les grita que son “maricones”. Es decir, con la huida de Felipe y Leonardo,
llenos de dicha, porque han gozado de su amor y están confiados en que nadie los puede
La revelación familiar
primera parte de la novela, será un contrapunto para el gozo sostenido de Felipe, una ame-
naza que, aún sin producir miedo, será efectiva y le provocará grandes dolores en la segunda
parte del texto. Ese grito del celador del que se burlan los amantes será, por tanto, un anun-
cio de las crisis que deberán enfrentar más adelante. Por eso, de lo que el lector se enterará
159
en el primer capítulo de la segunda parte es que la seguridad que les produce a los amantes
su escape no es efectiva, pues el celador encontrará un cuaderno en las gradas marcado con
como uno de los dos “maricones” que se besaban aquella noche en las gradas de la pista de
atletismo. A raíz de esto, Felipe sufrirá varias crisis que contrastarán notablemente con el
aspecto idílico que caracteriza a la primera parte de Un beso de Dick. Por eso, en primer lugar,
es necesario señalar las reacciones críticas que produce en la familia de Felipe este (re)cono-
bría que aclarar que en la novela aparecen cuatro familiares de Felipe: su padre, su madre, su
hermano y su tía. Sin embargo no todos reaccionan de la misma forma, como lo veremos a
continuación.
Con relación al padre de Felipe, hay que señalar como antecedente que, en el segundo capí-
tulo de la primera parte del texto, este se muestra muy orgulloso de su hijo ante uno de sus
clientes (el padre es mecánico de carros), pues este le alaba la inteligencia y la candidez de
su hijo a propósito de una de las respuestas que Felipe le da con relación a su futuro profe-
sional: “Si uno hace bien su trabajo puede irle bien a uno en cualquier cosa” (35). Es necesario
señalar, además, que este cliente le advierte a Felipe que no debe defraudar a su padre, pues
es su obligación hacer que él se sienta orgulloso de él. Pero Felipe recibe estas palabras de
forma ansiosa, pues teme que cualquiera de sus decisiones vitales destruya las grandes espe-
Felipe, que sostiene en ese momento una batería de un carro, cae al piso y el ácido de la
batería quema sus ojos, lo que lo deja ciego. Ya hemos adelantado en apartados anteriores
que, en el primer capítulo de la segunda parte del texto, el lector se encuentra con un Felipe
160
golpeado, enfermo y cegado. Además, hemos indicado, como lo ha subrayado Zuluaga
(2019), que esta ceguera puede ser interpretada como el castigo por transgredir la ley del
padre y no contener su deseo, tal y como le sucedió a Edipo. Habría que añadir, además, que
Esta reacción violenta se debe a varias circunstancias históricas ampliamente conocidas por
todos hoy. Por ejemplo, que, aunque desde 1981 la homosexualidad se despenalizó en Co-
lombia, solo hasta mayo de 1990 la Organización Mundial de la Salud dejó de considerar que
la homosexualidad era una enfermedad, es decir, meses antes del momento histórico en el
que se supone es narrada la novela (finales de 1989).18 Además, en los años ochenta, circula-
ban distintas creencias mal infundadas en Colombia.19 Por ejemplo, que la homosexualidad
era una desviación antinatural que debía ser tratada médicamente; o que resultaba ser una
afrenta social para cualquier familia tener un miembro homosexual, pues, además de traer
como lastre la condena moral y religiosa por la malinterpretación de los pecados de los so-
18
Esto se sabe por las informaciones que da el narrador y los personajes con relación al aumento
desmesurado de la violencia en Colombia y los hitos de algunos campeonatos de fútbol, como la fi-
nal de la Copa Libertadores que se dio entre febrero y mayo de 1989, y en la que se llevó el título el
equipo Atlético Nacional, un club deportivo de Medellín. Justamente, en la novela recuerdan mu-
chas veces el estilo con el que el jugador colombiano René Higuita tapa los goles o el dramatismo
de la tanda de penales de la final de la Copa Libertadores en la que el Atlético Nacional se coronó
como campeón.
19
Dado que no es nuestro interés explicar a profundidad la homosexualidad como un fenómeno so-
cial, no por lo menos en este capítulo, remitimos al lector interesado a dos estudios socioculturales
que hoy por hoy son clásicos y que en muchos aspectos todavía son muy actuales: El sida y sus metáfo-
ras de Susan Sontag (1988) y Homos (1995) del profesor estadounidense Leo Bersani. Además, con
relación a la presencia gay en Colombia, hay que señalar la pertinencia del trabajo de grado en Co-
municación y Literatura de Álvaro David Urrea Ramírez (2018), dedicado también a Molano, y en
el que expone la presencia del homosexual en la prensa colombiana de los años noventa del siglo
pasado, como un referente de los textos de Molano.
161
homosexualidad masculina con el sida que aquella se convirtió en uno de los temas recu-
rrentes en los medios de comunicación (las portadas de los magazines eran ocupadas por
artistas homosexuales, surgió una contracultura travesti que inundaba la cultura pop de en-
tonces, etc.), justamente porque la enfermedad no se podía controlar y se creía que afectaba
dad y el sida se volvieron inseparables, las luchas del movimiento LGBT adquirieron
Tras el golpe y la cólera del padre, Felipe se siente ansioso y preocupado, pues a raíz de la
revelación de su sexualidad varias personas han intervenido en su vida, como una psicóloga,
que ha tratado de mostrarle que está confundido. Pero su ansiedad no tiene que ver con el
hecho de que él crea en tal confusión, sino con que se pregunte: “¿De qué me sirve estar vivo
si mi vida no es mía? Ayer sí que pensé en eso: porque papá le estaba diciendo a mamá que
principio de la novela se plantea que Felipe está vivo para amar y desear a Leonardo, en este
momento, el narrador protagonista cuestiona esa ilusión y se ofusca por la manera en que su
sus afectos (tal y como le ocurre a Holden, el protagonista de El guardián entre el centeno). En
todo caso, mientras Felipe se cuestiona por estos asuntos en voz alta, el padre de Felipe lo
escucha y le pregunta por qué está sentado en el suelo. Luego le ayuda a levantarse del piso
para que se siente en la cama y con bastante dedicación le ofrece algunos cuidados y hasta
se refiere a él con un sobrenombre cariñoso, Pitucho, lo que resulta sorprendente para Felipe:
162
“Tan chévere: ‘Pitucho’… Hace siglos que pá no me llamaba así. Desde bien chiquito; ya ni me
Esta actitud afable del padre contrasta con la que imaginaba Felipe de él tras su castigo, pues
pensaba que “papá iba a matar a Leonardo” (113), es decir, que su furia colérica sería irrepri-
mible. En este sentido, Felipe se anima a preguntarle si está enojado con él. A lo que el padre
¡¿Por qué me abraza así, papá?!, si usted estaba puto conmigo: por lo del beso, ¿se acuerda?...
¿No ve que me hace sentir como una mierda?, y ya me está haciendo llorar y todo, ¿sí ve? Usted
no debería abrazarme así, viejo. Usted siempre va a estar emputecido conmigo, papá: porque
Sin embargo, esta actitud comprensiva y cariñosa del padre mengua cuando Felipe lo increpa
por haberle pegado. Felipe sustenta que no debió hacerlo, pues él no había hecho nada malo,
sino que tan solo se había enamorado. Pero el padre le reprocha que le pegó porque se ena-
moró de quien no debía. A esto, Felipe le contesta, usando una frase usual del padre, que
“uno debe enamorarse de alguien que lo haga feliz a uno” (124), pero el padre le reprocha
no puede ser feliz así […] nadie puede. […] Es que no se puede ser feliz con quien no se debe
[…] ¡Por qué todo tiene un orden, Felipe!... Un pájaro no se puede enamorar de un gato: ¡cómo
puede ser feliz con un gato? […] Vea, Felipe: a su edad hay cosas que todavía no se pueden
entender. Y a su edad se es muy ingenuo, y este mundo está lleno de gente depravada que se
aprovecha de eso para hacer daño. […] A su edad no se pueden entender… Además, uno no se
A esto contesta Felipe: “Pero usted y má…”. El padre enfurecido le responde gritando: “¡Es
distinto, Felipe: entiéndalo! Gabriela y yo… Yo podía amarla a ella porque… ¡porque es natu-
ral! Pero… ¡Dios!... ¡¿Usted sabe de quién se enamoró ese muchacho?”. A lo que le contesta
163
muy temeraria pero inteligentemente Felipe, refiriéndose a sí mismo: “Él no se enamoró de
un gato” (126).
Estos diálogos muestran de forma exacta la argumentación falaz que predominaba en el dis-
curso de los sectores tradicionales que se oponían a la homosexualidad que, en el caso del
padre de Felipe, es considerada como antinatural, lo que Felipe refuta de forma directa, sin
titubeos. Sin embargo, hay que señalar que el comportamiento y el discurso del padre resul-
tan ser ambivalentes para el narrador protagonistas, pues reconoce en ellos un cariño sin-
cero, un amor real (agape), que, sin embargo, implica un abuso de poder y un deseo de
controlar la sexualidad del hijo. Esto es interesante, pues para Felipe si bien es un motivo de
crisis, no implica un cambio con relación a los ideales que manifiesta en la primera parte del
texto.
Con relación al hermano de Felipe, es importante señalar que si bien este no actúa como el
padre, al enterarse de boca de su propio hermano que lo han encontrado besándose con otro
que toma la noticia, se intuye que, en cierta forma, el hermano comparte con el padre una
posición similar en la novela y que, por tanto, ambos representan la visión más tradicional
en la novela ella no tenga una sola línea en la que hable. Se sabe que existe, el padre la llama
por su nombre (Gabriela), se le dice al lector que es enfermera, que ha cuidado la lesión de
su hijo, pero nunca se dice explícitamente que lo haya recriminado o apoyado, ni tampoco el
narrador muestra su reacción. En principio, se podría pensar que su silencio implica que no
164
agencia ninguna acción. Sin embargo, se sabe de boca de la tía paterna de Felipe, que lo visita
días después del accidente, que “Gabriela es una mujer muy cuerda” (137). Es decir, que la
tía paterna y la madre de Felipe comparten la misma posición en el campo de fuerzas que es
la familia de Felipe. Por lo que su posición se puede deducir gracias a la de la tía en la novela.
La tía, que se dedica a la enseñanza de arte en una universidad de Medellín, visita a Felipe
porque su hermano, el padre de Felipe, le ha pedido que se lo lleva unos días a esa ciudad (de
la que todos son originarios). Sin embargo, ella no hace esto y, en cambio, le pregunta a su
sobrino sobre las circunstancias de su relación amorosa. De esta manera, confronta lo que le
han contado sus familiares en Bogotá, a partir de la versión que Felipe le narra y que esta
privilegia. En ese diálogo, lo primero que descubre es que Leonardo es un joven apasionado
por la lectura. Es más, en un ambiente de confianza, Felipe le pide que le lea una hoja de
cuaderno que alguien le ha enviado, pues él no puede hacerlo. Pero, en lugar de un mensaje
o una esquela de Snoopy como la que Felipe le envió a su exnovia Libia, la tía encuentra un
poema del escritor francés Jacques Prévert, titulado “Para ti, mi amor” que dice:
y he comprado pájaros
para ti,
amor mío.
para ti,
amor mío.
165
para ti,
amor mío.
para comprarte.
Pero no te encontré,
Tras la lectura del poema, la tía señala la belleza del poema y le pregunta a Felipe si se lo ha
enviado Leonardo. Con esto, queda claro para Felipe que sus familiares le han informado
sobre todos los detalles de su relación y se lo hace saber, a lo que ella contesta: “No… no
creo. Casi todo lo que he oído han sido bobadas. Aunque tengo que reconocer que Gabriela
[la madre de Felipe] es una mujer muy cuerda”. A lo que contesta Felipe:
Ah… que rico oír eso. (137; las itálicas son nuestras)
Este gesto de comprensión de parte de su tía le permite confiar en ella, confirmarle que él y
Leonardo se quieren mucho y preguntarle a ella si eso le molesta, a lo que contesta: “Nnno.
hermoso…, y los veo a ustedes dos juntos…, y entonces todo me parece bello. […] Pero me
pongo un poquito triste también. Imaginarlo me pone triste” (138). Más adelante, cuando
Felipe y ella han ido a comer un helado y, luego, a recoger a Leonardo, ella le confiesa que esa
sensación de tristeza tiene que ver con una necesidad irracional de saber quién es Leonardo:
“Lo que más deseo es conocerlo… No realmente conocerlo, sino… ver quién es el que lo besa
(151). Ante esta reacción, es posible intuir que la tía de Felipe siente angustia o culpa por la
166
relación de su sobrino, en la medida en que considera que conociendo a Leonardo se sentirá
más tranquila, pues confirmará que se trata de un joven hermoso como el que ha descrito
texto no lo dice, esta actitud ansiosa de la tía demuestra su ambivalencia con relación a los
una relación homosexual no debe ser reprochada, pero, al mismo tiempo, se siente en la ne-
cesidad de comprobar, quizá, que nadie se aprovecha de su sobrino o, mejor, de que este no
se encuentra en una situación de desventaja y que, por tanto, se trata de una relación acep-
table. Ahora bien, según el texto, específicamente, según el parlamento de la tía, su ambiva-
lencia con relación a Leonardo es el resultado de una experiencia nostálgica producida por
el amor juvenil perdido y por la idea de que los seres humanos tienen la
manía de hurgar en la intimidad de los otros. Como si algo muy importante estuviera ocu-
rriendo siempre en la vida de los otros […] sobre todo si los otros son uno jovencitos… Enton-
ces, ya no se trata de algo de lo que nos estemos perdiendo, sino de algo de lo que
Sin embargo, ella misma reconoce que tal explicación nostálgica no es conveniente, pues no
la experimenta con la relación amorosa que tiene su propia hija adolescente. Quizá lo que
alimenta la curiosidad del personaje es el deseo que entre su sobrino y su amigo existe, pues
y la tía logran establecer un vínculo de confianza, aquel no le cuenta todos los detalles de su
relación por pudor y por miedo, por ejemplo, a que recrimine el juego sucio de Leonardo. Por
eso, evita contarle las razones que motivaron su último disgusto. Pero, ella nota que, más allá
propone que lo recojan en el colegio y vayan a cenar afuera. De esta forma, queda claro que
167
mientras el padre y el hermano se oponen al deseo de Felipe, la madre y la tía no se oponen
a su deseo o, si lo hacen, no son tan radicales y escépticas como el padre. A esto se refiere
Zuluaga (2019) cuando dice al final de su sentido prólogo a la edición más reciente de la
novela que, como el catcher que cuida a los niños en el campo de centeno de Salinger, la tía
aceptó el deseo de estos dos muchachos, y fue su cómplice, pero no por una falsa o fácil tole-
rancia, sino porque tal vez entendió que no hay revolución más fulgurante (ni mejor salvación)
que la de los amantes. Que el amor de ellos necesitaba de su bondad. Y que al permitirles ser,
E Por todo esto, se puede decir que las posiciones de los hermanos Valencia, de la tía y el
tural” del deseo homosexual, la tía, en cambio, le propone a Felipe que en su película, Los
ladrones de relojes, los jóvenes amantes no conformen una pareja heterosexual, sino una homo-
sexual, compuesta por dos muchachos. Con esta sugerencia, la tía expresa que el deseo ho-
mosexual no le parece problemático ni antinatural. Es más, parece que lo envidia, no por las
condiciones en el que se da, sino porque, por un lado, es tan fuerte y robusto que puede
soportar la crisis familiar y, por el otro, su contenido de verdad, su carácter genuino, resulta
innegable. Justamente, porque aquello que han perdido los adultos con relación a la expe-
riencia amorosa de los jóvenes resulta ser el carácter genuino de los sentimientos y la posi-
bilidad de no tener que vivir de acuerdo con una convención social o moral, pues lo que de
alguna forma envidia la tía de Felipe es que él y Leonardo, a pesar de las crisis que deben
afrontar, mantengan su deseo y su amor a flote. Lo que no sabe la tía, sin embargo, es que a
raíz del juego sucio de Leonardo Felipe ya no confía plenamente en la ilusión cándida del
168
La resolución ambivalente
Al final de la novela, el texto insiste en la necesidad de mantener viva el alma a pesar de los
escollos que plantea la vida, en el sentido de que, como lo señalan Pouliquen (2018), resulta
necesario “asumir el fracaso, levantar la cabeza, abrir nuevas vías”, para “rehacer sin cesar”
la apuesta de amar-matar. Justamente, Leonardo deberá enfrentar que sus ilusiones sobre un
amor que se juega limpio sean corroídas con una confesión de Leonardo. Antes de encon-
trarse con su tía, al siguiente día de que sus ojos fueran curados tras la quemadura con ácido,
Felipe se escapa al estadio de la ciudad, donde había quedado días antes de encontrarse con
Leonardo para ver un partido de fútbol. La parte que dedica la novela a este episodio nunca
explica explícitamente qué le dice Leonardo a Felipe, sino que se centra en el momento an-
llín, la ciudad natal de Felipe, conversa con él y reconoce como legítimo su deseo y su amor
por Leonardo. Ahora bien, por informaciones posteriores que aparecen en los capítulos ter-
cero y cuarto de la segunda parte del texto, el lector se entera que Leonardo le ha dicho algo
que ha provocado un desencuentro entre él y Felipe. Por eso, para Felipe resulta muy valiosa
la ayuda de la tía en su esfuerzo por hacer que se encuentren, como un alcahueta. En todo
caso, en los últimos capítulos de la novela el lector se entera en un comentario del narrador
no vive en su casa:
Que vive con un tipo. No un tipo. Sino con un amigo. Un tipo que es un amigo, como dice tía.
Además, un tipo de veinticinco años no es un tipo. […] Y Leonardo pensará que estoy enojado
con él por eso. Yo creo. Porque no le dije nada cuando me lo contó. Ni después… ¡Pero yo qué
le podía decir! Y como iba a enojarme, si antes de soltármelo me había dicho que yo ya no lo
iba a querer. Como mil veces lo dijo… Leonardo siempre me dice eso: “Usted un día no me va a
169
querer, Felipe”. Y yo me enamoro más de él cada vez que me lo dice. Él sabe que yo me enamoro
más… ¡Bien astuto Leonardo! […] ¡Yo no sé cómo estoy! Enojado, no. Pero los celos, claro… ¿Y
celos de qué?: si él no ama a ese tipo. Sí lo quiere, claro. Pero si él se fuera, Leonardo no se
pondría triste: así me dijo. ¡Además a mí qué me importa con quién viva!... : yo no quiero eno-
jarme con mi amigo. […] ¿O sí?… En el fondo me dan ganas de bajarle el pantalón y darle como
Los deseos de Felipe hacia Leonardo plantean, sin duda, una reacción ambivalente, producto
de la confesión de Leonardo que pone en crisis su relación. Aunque el lector reconoce que
Felipe no quiere separarse de Leonardo (y por eso va a buscarlo con su tía al colegio), tam-
bién sabe que una de las ilusiones de Felipe, el amor con juego limpio, ha sido corrompida
Sin embargo, en el último capítulo, Leonardo le reafirma a Felipe que, si por él fuera, no vi-
viría con su amigo de veinticinco años, pues le amarga pensar que es un “putáneo” un man-
tenido, una cocotte, como dice el narrador protagonista de En busca del tiempo perdido de Odette
de Crécy. Pero a diferencia de esta, Leonardo siente pena por su condición de mantenido y
sabe que si vive con ese tipo es porque su papá lo ha echado de su casa y lo ha dejado en
situación de desamparo, sin que nadie pueda cubrir sus necesidades, por lo que ha tenido
que recurrir a este amigo, que tiene dinero y es hijo de uno de los socios de su papá. En su
encuentro con Felipe, Leonardo insiste en remarcar esta situación como un atenuante al do-
lor que le produce a su amigo pensar que ha sido engañado y que le ha jugado sucio. La novela
no lo dice explícitamente, pero el lector puede intuir a partir de las situaciones que Felipe y
situación de forma realista, aunque no le place ni le parece conveniente, pues le duele; de ahí
que busque a su amigo, pues sabe en carne propia lo que significa la desaprobación del padre
170
y la familia y, a diferencia de Leonardo, ha corrido con mejor suerte y su castigo no le ha
Por esta razón, Felipe acompaña a Leonardo a la casa donde vive con su amigo de veinticinco
años, pues este no se encuentra en la ciudad. Allí escuchan música, se acarician, se besan y
gozan del deseo del encuentro sexual. Aunque nos encantaría subrayar y dedicar muchas
páginas a la experiencia sexual en Un beso de Dick, no es posible hacerlo en este lugar, pues es
algo que el lector o lectora debe conocer por su propia cuenta, ya que al no ser nuestro texto
un texto de goce, como dice Barthes ([1973] 2011), no es posible alcanzar a explicar la expe-
riencia de los amantes en todo su esplendor. Sin embargo, hay que señalar que la novela ter-
mina con otra declaración de amor de Leonardo, en la que quedan mezcladas las pulsiones
sexuales, y de la que se sobreentiende que Felipe lo ha perdonado con algo de recelo, “sin
querer queriendo”, pues ante la petición que le hace Leonardo de que no se vaya, Felipe con-
testa, con la última línea del texto: “No me deje ir” (164). Es decir, le manifiesta su deseo de
seguir juntos, pero demanda, implícitamente, que Leonardo haga algo por ellos y que, puede
negativo, como el que caracteriza a El guardián entre el centeno, sino, todo lo contrario, por su
respuesta afirmativa a los problemas que el mundo le plantea a Felipe. Y debemos insistir en
el carácter afirmativo de esta respuesta, puesto que en la novela se privilegia la toma de po-
sición de Felipe, caracterizada, sin duda, por la plenitud que produce el amor y por la con-
fianza que este puede depositar en una vida basada en la autenticidad de los sentimientos,
pero que, sin embargo, debe enfrentarse a múltiples escollos, a la posibilidad del desamor,
de que exista otro en la vida del ser amado. De cierta forma, esta toma de posición resulta
171
ser muy semejante a la de El amor en los tiempos del cólera, tal y como ha sido estudiada por
Pouliquen (2018), en la medida en que ambas novelas plantean en sus finales una figura clara
del encanto, que el caso de Molano se extasía por el gozo de la sexualidad, pero que es ame-
nazada al mismo tiempo por la muerte, en el caso de la novela de García Márquez, y por la
separación definitiva, las crisis que provocan los celos o el desamparo económico del sujeto,
172
IV. VISTA DESDE UNA ACERA: ENTRE
LA EROTICIDAD Y LA MUERTE
Vista desde una acera inicia con un epígrafe que anuncia los temas y problemas de la novela. Se
trata del poema titulado “Funeral Blues” del escritor inglés W. H. Auden, cuyo primer verso
es “Detengan todos los relojes, corten el teléfono”. Resulta curioso que bajo la firma de Au-
den aparezca, entre paréntesis, la circunstancia en las que el poema fue hallado: “Recordado
por un muchacho para su amigo en Cuatro bodas y un funeral” (15), una película dirigida por el
inglés Mike Newell en 1994. En esa película el poema es recitado por el personaje de
Matthew (interpretado por el actor escocés John Hannah) en el funeral de su pareja Gareth,
cuyo ataúd está justo delante de Matthew. Más allá del argumento de la película, nos in-
teresa destacar que de toda la película el momento en el que el personaje recita el poema es
el más conmovedor por el dolor y la pena evidentes en las expresiones faciales y en el tono
de voz entrecortado con el que Matthew recita el poema. Por eso, quienes asisten al funeral
(los personajes, los espectadores y, gracias a la aclaración de la novela, los lectores) se co-
A diferencia de la oda a la vida, al amor y al deseo con la que inicia el primer capítulo de Un
beso de Dick, esta novela empieza con un tono elegíaco propiciado, sin duda, por los versos de
Auden. Pero que aparezca la mención a la película nos hace inevitablemente referirnos, a un
173
mismo tiempo, a la puesta en escena y al sentido que cobran en ella los versos. Justo antes
de recitarlos, Matthew dice que aquello que expresa el poema es exactamente lo que quiere
comunicarles a todos. Y empieza con la lectura de los tres primeros versos que muestran que
la voz poética demanda ciertos preparativos silenciosos para unas pompas fúnebres: “Deten-
gan todos los relojes, corten el teléfono / que el perro no ladre con su jugoso hueso / Silencien
los pianos y con tambores aturdidos saquen el ataúd” (Molano 2012, 15). Matthew alza la
cara y empieza a recitar de memoria el poema de Auden. Con una mirada hacia lo profundo,
sin un punto en específico, continúa diciendo las demandas de la voz poética; y mientras la
cámara enfoca los rostros compungidos de sus amigos y conocidos recita: “Permitan que sus
seres queridos se acerquen / Que los aviones sobrevuelen el lugar / dejando en el cielo este
mensaje: ÉL ESTÁ MUERTO” (ibíd.). Luego señala otros preparativos, como que los policías
usen guantes blancos, que se corresponden más con un funeral de Estado que con el de un
familiar o un ser amado. Cuando termina esta parte del poema, que trata sobre todo de unos
preparativos que tienen más la forma de los augurios, Matthew, con voz más fuerte, pero
más triste, recita los siguientes versos: “Él era mi norte mi sur mi este mi oeste / mi semana
laboral y mi descanso dominical / mi medio día mi media noche mis palabras mi canción”
(ibíd.).
Estos versos demuestran a través de las imágenes de los puntos cardinales, de los tiempos
de descanso y trabajo, de los registros del habla y del canto, que aquel que ha muerto era todo
para la voz poética: era el espacio y el tiempo sensible que experimentaba en su corazón,
como dice el narrador de La prisionera de Proust al referirse al amor. Por eso, el último verso
que le oímos y vemos recitar a Matthew es fulminante: “Creí que este amor sería para siem-
pre: me equivoqué”. Con la muerte de Garreth, obviamente, muere el amor como ese tiempo
174
sensible para el personaje de la película y, para la voz poética, la muerte del ser amado solo
revela la ironía de la vida, el destino inexorable de los seres humanos. Por eso, no hay “amor
constante más allá de la muerte” ni posibilidad de seguir viviendo, como queda claro con los
últimos versos del poema que resuenan en la voz de Matthew mientras suben el ataúd al
Así, tanto para el personaje de la película como para la voz poética, el sentido de la vida se
agota con la muerte del ser amado, de tal forma que ningún elemento de la naturaleza puede
ser cantado (no hay romanticismo ni lirismo posible), pues, a pesar de su esplendor, lo único
que demanda la voz poética es callar toda esa belleza. Justamente, porque la muerte del ser
amado elimina el deseo y sin este la vida pierde su “eroticidad”, sus momentos de plenitud,
Como veremos, Vista desde una acera expresa el dolor que provoca la proximidad de la muerte
del ser amado, pero, al mismo tiempo, como el poema de Auden, este dolor, como la dureza
de las piedras de La Virgen de las rocas, estará en tensión permanente con el amor incondicional
final de la historia amorosa de los protagonistas de la novela, pero el relato que el narrador
cuenta no irá tan lejos, sino que se concentrará en la vida de los amantes por separado, en su
posterior encuentro y en lo que les implicará saber que su existencia está irremediablemente
175
La sentencia de muerte
Luego del epígrafe, la segunda novela de Molano inicia con una entrada de un diario escrito
por Fernando, el narrador protagonista, titulado “Escenas para un diario: primer día”. Las
escenas que narra este diario nada tienen que ver con un idilio amoroso: Fernando y Adrián,
de VIH de Adrián, que ha padecido distintos trastornos digestivos sin hallar la razón de es-
tos. Como es de esperarse, después del anuncio del poema, el “primer día” que narra este
diario tiene que ver con un acontecimiento relacionado con la enfermedad y la muerte que
cambiará radicalmente las rutinas de los personajes como estudiantes de literatura y aspi-
Esta noticia no tendría tanta trascendencia hoy, pues actualmente existen tratamientos re-
trovirales que permiten reducir la presencia del virus de tal forma que les permiten a los
enfermos de sida tener la misma expectativa de vida que quienes no están enfermos y, ade-
más, el tratamiento hace que los infectados sean incapaces de contagiar a otros, pues se vuel-
ven “indetectables”. Sin embargo, en el tiempo en el que Fernando Molano escribió la novela
(1994) y en el que se sitúa el relato (1988), haber sido diagnosticado con VIH se consideraba
mortal. Para ese momento, el sida ya se había llevado al reconocido filósofo francés Michel
Foucault (1984) y pronto sería la causa de muerte del poeta español Jaime Gil de Biedma
176
Aunque Fernando y Adrián están tristes, acongojados y perplejos por el dictamen médico,
estas primeras escenas del diario no son tenebristas ni lúgubres, pues ellos asumen la enfer-
tras la entrega de los análisis diciéndole a Fernando: “Pero fuimos felices, ¿cierto?” (18). Esta
valentía de su amigo y, a su vez, la necesidad de decirle que lo ama. Pero, además, el lector la
puede interpretar como una afirmación de la libertad sexual y de su gozo irrestricto, como
veremos a continuación.
Actualmente no existe un tratamiento efectivo que permita curar el sida, aunque se sabe,
por un lado, que muchos laboratorios y centros médicos trabajan muy interesadamente por
conseguirla, y, por el otro, que hoy en día existen avances significativos, como la síntesis de
medicamentos antirretrovirales que, con su uso constante, evitan la transmisión del virus,
así como el uso de las profilaxis prexposición (PrEP) y posexposición (PEP) que, usadas
correctamente, tienen una alta efectividad para evitar el contagio del VIH. Sin embargo,
desde 1981, cuando se entendió el cuadro clínico de la enfermedad y esta se consideró una
mientos médicos y tres eran los métodos profilácticos para enfrentar la pandemia: la absti-
De todos estos, ya se sabía en ese momento que el condón era (y todavía lo es) el método más
efectivo para prevenir el contagio. Es decir que en el tiempo del relato de la novela de Mo-
lano, incluso en un país en desarrollo como Colombia no era un secreto el carácter mortal
del sida ni su manera más efectiva de prevenirlo. Aunque, ciertamente, la hipocresía sexual,
como la llama Sontag ([1988] 2010), que caracteriza a un sociedad tan tradicional como la
177
colombiana y, sobre todo, la bogotana, ha hecho imposible que exista una educación sexual
bien informada incluso hoy,20 de manera que se puede inferir que en el tiempo de Vista desde
una acera las campañas de prevención eran excepcionales. Es más, en un artículo médico de
que en Colombia el uso del condón, aunque se conocía, era también excepcional y mínimo.
Por lo anterior, podría decirse que quizá entre muchachos homosexuales de un país en desa-
rrollo y en situación de pobreza, como Fernando y Adrián, el uso del condón no estaba ge-
neralizado, no por desconocimiento, sino por dificultades en el acceso o incluso desidia ante
los alcances y efectos de la pandemia del sida, así como de otras enfermedades de transmi-
sión sexual. Y, sin embargo, que la primera reacción verbal ante el resultado de la prueba
tenga un sentido adversativo (“pero fuimos felices”) demuestra, en cierta forma, que tanto él
como Fernando conocían los riesgos de una sexualidad activa y sin protección, que no se
arrepienten de haberla experimentado más allá de los límites de la seguridad y que, con esa
través de su famosa sentencia: “Más allá del placer está la muerte”. Justamente, porque el
principio de placer regula la satisfacción humana y evita que esta transgreda los límites de
canza el goce (la jouissance), una satisfacción desmedida que puede provocar la muerte, pues
20
Como puede verse en la polémica que provocó el uso de las cartillas de educación sexual que impulsó
el Ministerio de Educación Nacional en el año 2016, la sexualidad activa no deja de ser incluso hoy algo
que se considera moralmente ilícito (Hurtado 2016).
178
transgrede los límites de la civilización, de la cultura, como ocurre con el erotismo de Bataille
imperó entre los varones homosexuales desde los años setenta en las urbes de América. Jus-
La opinión de que las enfermedades de transmisión sexual no son graves llegó a su apogeo en
los años setenta, cuando muchos varones homosexuales se reconstituyeron en algo así como
un grupo étnico, una de cuyas particulares costumbres folclóricas era la voracidad sexual, y
de mensajería sexual de una rapidez, una eficacia y un volumen sin precedentes. (186)
condenado a padecer la enfermedad. En todo caso, Fernando y Adrián deben asumir la en-
fermedad como un hecho innegable y, por tanto, consideran luego cómo afrontarla. Por eso,
se plantean algunas posibilidades para su vida de ahora en adelante, que van desde un idílico
económica en la que se encuentran (al ser esta última la única opción posible será por la que
optarán). Aunque los protagonistas saben asumir tal disposición resultará ser dolorosa y
difícil, sus rostros en ese momento son iluminados por la luz de un atardecer que “parece de
mentiras”, que es como la luz que alumbra las imágenes de La Virgen de las rocas. Ese martes
12 de abril de 1988, en el que han recibido una sentencia de muerte, tiene un efecto ambiva-
lente para el narrador, que encantado con la luz y la valentía de Adrián termina el fragmento
179
Si a las imágenes del cuadro de Leonardo las alumbraba la luz que formaba hilos de oro era,
quizá, porque el amor que estas podían experimentar por quienes las contemplaban. En
cambio, a Fernando y Adrián ese atardecer los iluminará con la luz difícil: la misma que, en
la novela del mismo nombre del escritor colombiano Tomás González, representa no la an-
gustia por la inminencia de la muerte, sino la aceptación “tranquila” de que se está viviendo
el epílogo de una vida y que su final no se puede postergar. Y, sin embargo, para los persona-
dolor y la pena de forma plena y “feliz”, pues saben que lo afrontarán estando al lado de sus
Como en un fragmento del diario del escritor Franz Kafka, el final de “Escenas para un dia-
rio” relaciona dos cosas que parecen ajenas: si en Kafka el estallido de la guerra aparece al
lado de la visita a la piscina, en la novela de Molano el primer día de la guerra perdida de los
narrador y protagonista de la novela pueda experimentar placer estético al ver la luz dorada
que baña los cerros y edificios, mientras sobre él y su amigo se posa la sombra del desgaste
físico, el dolor y la muerte prematura? ¿Cómo puede contemplar desde la acera la belleza del
enfermedad que, para entonces, era extraña e incurable? ¿Cómo es posible la felicidad efí-
mera, el gozo, que produce la experiencia estética mientras se hunden los sueños, la espe-
Para empezar, habría que decir que Fernando y Adrián no sienten alegría banal ni tampoco
son indiferentes con su situación, pues saben de la enfermedad y le temen; tampoco pueden
estar tranquilos ni cómodos, pues están en la Fundación Santa Fe, bien al norte de la ciudad,
180
tan lejos de sus casas, y saben que para regresar a la casa más cercana, que es la de Fernando,
deben viajar por lo menos una hora y media en un bus lleno de gente; y todo se agrava todavía
más si se tiene en cuenta la diarrea y el malestar de Adrián. Y, sin embargo, si hay algo de
placer en la escena es porque Fernando y Adrián están juntos. Por eso tiene sentido que Fer-
nando le narre a Adrián sus fantasías de asaltar la dicha, de hacer un viaje a Cartagena, de
disfrutar mucho, y de que Adrián las complete con sus propias imaginaciones, en una escena
que recuerda, en alguna medida, los diálogos del Chavo del Ocho con sus amigos, cuando
imaginan mil juegos que no logran ni empezar o las tortas de jamón que tanto le prometen,
con las que tanto sueña, pero que nunca le dan. Es decir, cuando se le da rienda suelta a la
imaginación. Pero en Vista desde una acera la fantasía no tiene ese efecto cómico y jocoso del
Chavo, pues sus protagonistas, que aunque ya no son niños y aún así pueden jugar, saben que
todo lo que se dicen es una mentira que les evita caer en el patetismo trágico:
Es algo muy tonto, pero sonreímos, sabiendo que hemos empezado a mentirnos. Pues no hay
nada más cierto, y lo sabemos, que será imposible vivir juntos, que el dinero que yo gane al-
canzará, apenas, para sobrevivir; para, como hasta ahora, vivir la vida de coger bus, vernos en
algún lugar del centro, alguna vez ir a cine o beber una cerveza. Así que lo de vivir juntos,
son solo mentiras que decimos para decirnos otra: que estamos juntos, o algo por el estilo.
La sonrisa que les produce mentirse mutuamente no es, de ninguna manera, resultado de un
shock, sino una forma muy realista e irónica de afrontar la desgracia, porque sin nada en los
bolsillos y sin nadie que los apoye, el sueño de morir felices y tranquilos no es más que otro
lujo que no pueden permitirse. De esta manera, el inicio de Vista desde una acera nos plantea
181
problemas similares a los que ya enfrentamos con Un beso de Dick: un narrador protagonista,
un tipo de novela que es muy cercana a la autoficción, etc. Sin embargo, la dicha y la plenitud
desmedida, apenas amenazada por el exterior en Un beso de Dick, si bien no se reduce en esta
enfermedad. Aunque son jóvenes los protagonistas de Vista desde una acera, el sida ha traído
consigo, tanto para Adrián que lo padece como para Fernando que lo cuida, una muerte
anunciada.
El código de la novela
Vista desde una acera es una novela mucho más codificada que Un beso de Dick. Su narración es
producto del entrecruzamiento de los códigos del diario personal y del relato novelesco en
tercera persona. Para narrar la anécdota, la novela se divide en tres partes: “Memorias de dos
niños”, “No te toques ahí” y “Adrián”. Cronológicamente, estas tres partes van desde el naci-
Adrián, con la particularidad de que las tres partes son narradas por Fernando.
Esto es muy interesante, pues, cuando habla de sí mismo, se trata de un narrador protago-
nista, pero cuando relata los sucesos de la vida de Adrián, antes de conocerse con él, es decir,
en las dos primeras partes, se vuelve un narrador en tercera persona. La tercera parte vuelve
a ser narrada en su totalidad por Fernando, como protagonista, en la medida en que esta
cubre el lapso en el que los protagonistas se encuentran. Ahora bien, a partir del diagnóstico
de Adrián como enfermo de sida, Fernando elabora un diario, pero sus entradas no aparecen
al final de la novela, sino que son puestas entre las partes y los capítulos del texto, de tal
forma que ambos códigos (el del relato novelesco y el del diario) contrapuntean. Es impor-
182
tante señalar que, con relación a Un beso de Dick, en esta novela el presente puro de la perfor-
matividad queda reservado para el diario, mientras que la narración de los demás aconteci-
El uso de todos estos recursos, la inserción de otros textos y códigos como el de un ensayo
más atento a las variaciones. Sin embargo, la lectura de Vista desde una acera, como la de Un
beso de Dick resulta amena y cercana con el lector, pues su escritura no renuncia al estilo libre
de manierismos y depurado de lo que la doxa considera la lengua literaria o culta. Como dice
escribir textos pretensiosos, recargados de formas, buscando sorprender, ni nada por el estilo.
Quería contar simplemente una historia, y ni siquiera una historia, me gustaba escribir relatos
en los que hablara de sensaciones, de instantes, de momentos que seguramente a mí, de alguna
manera me impresionaban, y aspiré siempre a poder hacerlo de una manera sencilla, sin nin-
Es decir, nuevamente estamos ante un deseo de liberar las formas del artificio, de buscar una
escritura que sea capaz de expresar la experiencia íntima, tal y como hace Leonardo en su
lectura del poema “Lippi, Angélico, Leonardo”, de Eliseo Diego. Y, sin embargo, en una no-
vela como Vista desde una acera, con tantas codificaciones, cuyo carácter polifónico es innega-
ble; donde se tocan los bordes de una estructura temporal compleja, pues el pasado se inserta
lectura. Es decir, se trata, como veremos, de un texto de goce. Pero, para explicar la novela,
183
Del rapto de la infancia
La primera parte de la novela está conformada por las memorias que el narrador protagonista
relata de su niñez y de la de Adrián. Fernando relata cuatro aspectos que serán fundamenta-
les y una constante en ambos niños: la miseria, los problemas intrafamiliares, el reconoci-
esta novela no gozan de una situación económica estable. Si en casa de los Valencia, en Un
beso de Dick, solo había dos hijos y ambos padres trabajaban (ella como enfermera y él como
mecánico de carros), en Vista desde una acera la familia está compuesta por siete hijos, una
madre ama de casa y un padre que es mecánico, pero no de carros sino de platería, un oficio
que cayó en desuso bastante pronto. En esa familia, eran comunes las peleas de los padres,
los reproches mutuos, la violencia y la presencia de las amantes del padre. Sin embargo, Fer-
nando pudo experimentar momentos de alegría y deseo genuinos, como cuando se sintió
no aburrirse en la escuela haciendo planas de palitos, esas planas interminables, que me que-
daban tan feas como la letra que tengo ahora; era volver la cabeza para buscar su pupitre y
mirarlo escribir con su mano izquierda sobre su cuaderno volteado; era ponerse triste cuando
él no iba a clases: era esa cosa rara, aquí en el estómago, cuando volvía. (26)
y a su hermano Carlos al cuidado de su hermana Lyda, es decir, a los tres más pequeños, pues
toda la jornada a imaginar divertidos juegos. Pero, hay un detalle que el narrador subraya de
184
Algunas veces (muchas veces, recuerdo), de tanto jugar conmigo, Alberto se quedaba dormido;
y sucedía también que mi buena fortuna se llevaba a Lyda a comprar algo en las tiendas: por
fin yo estaba solo. Buscaba entonces uno de los pantalones de Alberto para ponérmelo: eran
mucho más pequeños que los míos. Me fascinaba ver cómo me quedaban más altos y mis pier-
nas se veían largas, larguísimas, y yo no resistía el deseo de acariciarlas. […] Y más que otra
cosa me encantaba sentir el ajuste de mi pantalón, recio como un castigo hermoso, y aun pasar
por los ojales las tirantas, tirarlas hacia arriba y amarrar muy fuerte, cada vez más fuerte…
Siempre me ocultaba en el armario para que nadie me viera (¡como si hubiese alguien para
ver!), y permanecía allí, extasiado con las caricias de mis manos, con el dolor de mi pantalón
entre los muslos, cuando aún no existían “el placer” ni “el sexo”, tampoco “el amor”: solo mi
Este recuerdo es sumamente importante para la novela, pues revela la dicha que produce un
sexo y el amor que aún no conoce o que creía no conocer (aunque sabe perfectamente que la
atracción por Miguel era un producto de un afecto innombrable: el amor o la atracción por
otro varón).
De igual forma, otra experiencia sexual del infante queda grabada en la memoria del narra-
dor. Al cambiar de casa por una en mejores condiciones en el barrio San Fernando, cerca al
parque El Salitre, el narrador relata que disfrutaba bastante de ese parque, desde que se en-
contraba en tercero de primaria hasta cuando cumplió quince años, pues “era un hermoso
lugar para estar solo” (48). Y la soledad para el personaje significaba, como veíamos más
185
arriba, la oportunidad de gozar de aquello que no tenía todavía nombre, pero que le propor-
cionaba un gozo extático. Allí, en el parque, aprovechaba para sentarse en el pasto y mirar a
No había en el mundo nada más bello que sus piernas recias pateando balones, el bulto ajus-
tado que se les veía debajo de sus pantalonetas cuando se caían. Y no ha habido nadie tan
hermoso como aquel chico que un día se acercó a mí, después de mirarlo tanto: parecía que
viniera a pegarme, y me miró como si me hubiera odiado […], mientras se desenfundaba frente
a mí todo lo que tenía entre sus piernas. Juro que jamás tuve tanto susto entre mi pecho, ni
muchacho que juega fútbol, cobra todo el sentido en el narrador, cuando descubre que sus
se parecen a la posición de Rafael, un muchacho afeminado que varias veces visitaba la os-
trería de una de las amantes de su padre. Con Rafael, que es molestado por sus hermanos
mayores, en un bullying del que, sin embargo, Fernando participa, el narrador protagonista
se siente en cierta medida identificado, pues ambos eran llamados por otros maricas. Rafael
por su actuar femenino y Fernando por no ocultar en sus ojos el deseo por el cuerpo mascu-
lino. En este sentido, las remembranzas de Fernando apuntan a conectar ese encuentro de-
cisivo con el placer sexual que se prolongaría y que determinaría su adultez y la de Adrián.
Precisamente, sobre este último, el narrador relata una infancia mucho mejor en Armenia,
con sus padres y sus hermanos, en una familia también disfuncional, pero que gozaba de
186
mayores comodidades, aunque marcada igualmente por la presencia de las amantes del pa-
dre. Adrián, como Fernando, era uno de los hijos menores de esa familia y solía estar en ese
hogar protegido del mundo exterior. Pero a diferencia de Fernando, su encuentro con su
deseo no es voluntario. A su casa solía venir a menudo Iván, un primo mayor, de quince años,
que, un día, aprovechando la soledad de la casa, la misma que disfrutaba Fernando, violó al
la plácida sorpresa que se siente cuando un amigo nos lo cuenta, Iván le había revelado aquel
día en su propio cuerpo, sin desearlo, el punto más oculto de su secreto. Le había dado la res-
Cosa que no tendría ninguna importancia si no fuera porque todo aquello a lo que se nos fuerza
aniquila el encanto de lo que se obtiene por el propio deseo. Algo de nosotros muere cuando
nos raptan la voluntad. Así, todo aquello, asociado al dolor, le dejó a Adrián para siempre un
Precisamente, que el deseo de Adrián sea descubierto en una relación sexual por alguien que
no había escogido voluntariamente y que había accedido a él por la fuerza marcó no su ho-
mosexualidad, que ya existía latente, sino la posición ambigua que el personaje tiene sobre
esta: al tiempo que podía disfrutar de su cuerpo, que podía intercambiarlo por una navaja
con otros niños en el río, pesaba sobre él el dolor y el trauma de la experiencia con Iván. Su
placer, en este sentido, estará de alguna forma asociado a la culpa, como la mancha de sangre
que quedó en sus pantaloncillos tras la violación: solo él la ve en su intimidad, solo él sabe
su razón.
Pero si al principio de su vida Adrián no conoció la miseria, más adelante, cuando ya estu-
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de su padre, que sostenía económicamente a su familia, y de que su madre, a raíz del shock
que le provocó tal noticia, fuera internada en una clínica de reposo. Así, Adrián y sus herma-
hermano menor (un bebé) fueron con su abuela materna y su abuelo político, un hombre
que, como Iván, también aprovecharía la soledad de la casa para violarlo. Sin embargo, esta
situación no duraría, pues Adrián aprende a defenderse del viejo. Lo que importa de este
momento es que Adrián inicia sus estudios en un colegio donde tenían un currículo que in-
tegraba bastantes disciplinas y saberes, entre ellos los de la literatura y la filosofía, a los que
se dedicaría enteramente, pues Adrián era un lector innato. Justamente, cuando la madre se
recupera e intenta llevárselo junto con sus hermanos para Bogotá, a rehacer su familia,
Adrián decide quedarse en Armenia para poder terminar sus estudios, pues resultaban fun-
Este amor por la lectura se puede ver también en el personaje de Fernando, de quien ya he-
mos adelantado más arriba su encuentro paradigmático con Oliver Twist a raíz de las foto-
grafías que encontró el narrador protagonista en una revista Life. Sin embargo, habría que
añadir que el encuentro con la lectura no significaba que Fernando fuera un estudiante tan
aplicado como Adrián. Es más, cuenta el narrador que alguna vez perdió un año de estudio
por no ir nunca al colegio y desviarse, en cambio, hacia la Biblioteca Luis Ángel Arango,
Estas memorias infantiles se mezclan con tres entradas del diario que Fernando escribe en
el presente puro de la enfermedad de Adrián: abril 15, 21 y 30 de 1988, es decir, los días si-
los cuidados que él intenta darle a Adrián en su casa, la diarrea crónica y su responsabilidad
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La entrada del 15 de abril narra de forma particular una crisis de Adrián provocada por un
hongo que le produce la diarrea y su deshidratación. La crisis es tan severa que debe llevarlo
a las urgencias médicas de cualquier centro hospitalario. Para esto, le pide ayuda a su her-
mano Carlos, que tiene un carro, pero él se niega a colaborar por los prejuicios que siente
hacia su hermano y su novio por su orientación sexual. Su padre y su madre, sin embargo, sí
le ayudan, pues le permiten vivir con Adrián en su casa, se preocupan por él y, de cierta
forma, los quieren. Sin embargo, a raíz de los prejuicios por la homosexualidad de su hijo, el
narrador cuenta que el padre de Fernando y él no se hablan desde hace más de dos años. En
todo caso, Fernando logra pedir una ambulancia que llega dos horas después y que los llevan
por azar a él y a Adrián al Hospital Simón Bolívar, el único que, a finales de los ochenta y
Allí si bien sienten los prejuicios de los médicos y enfermeras, Adrián y Fernando también
encuentran la ayuda de un médico especialista que los trata humanamente y que les da al-
gunas esperanzas, puesto que está familiarizado con la enfermedad y le trata efectivamente
la diarrea crónica que Adrián sufre desde hace meses. Resulta interesante que el narrador
verse hermoso así mi amigo, de todos modos… Vaya: enamorado como estoy, no quiero creer
que alguien tan bello pueda morir así… ¿Por qué tienen que pasarnos, justo a nosotros, estas
cosas?” (54).
La segunda entrada del diario, del 21 de abril, empieza con una queja del narrador protago-
nista, en la que manifiesta su decepción por la discriminación que sufre como homosexual:
“Creo que nunca dejarán de castigarme por ser un marica; y el látigo siempre golpeará donde
sea más frágil mi piel” (77). El narrador comenta esto porque le ha pedido dinero prestado a
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su padre para poder pagar lo necesita Adrián en el hospital, pero él se lo ha negado. Y re-
cuerda que, cuando una de las novias de uno de sus hermanos ha quedado en embarazo, su
padre no dudó en ofrecerles dinero para el aborto. Lo que le parece paradójico al narrador,
pues el padre no tenía problemas con ayudar a su hermano, pero sí a él por ser homosexual.
Por eso, justamente, el narrador comenta: “Desde niño supe que por mi felicidad tendría que
De esta primera parte de la entrada del diario hay que señalar que el narrador expresa uno
de acuerdo con los análisis de Goldmann y Adorno: el problema del valor de cambio como
vuelta íntima, de Fernando provoca que su propio padre lo rechace y lo ponga en aprietos
económicos, tal y como le sucede a Leonardo en Un beso de Dick. Mientras las normas sociales,
que le permita reproducirse tal como está, la presencia del homosexual, del diferente, será
cie, sino que profundiza las diferencias entre la familia ideal que se ha planteado como nú-
cleo de la sociedad socializada y las familias homoparentales, ajenas en muchas de sus lógicas
de ser diferente y, al mismo tiempo, la condición que permite una revuelta íntima con la que
el personaje logra su felicidad al lado de Adrián o de cualquier hombre con el que desee gozar
se cifra a través de la inminente muerte, sino que implica el abandono afectivo de quienes se
suponen son familia y a quienes, en principio, se puede acudir ante la dificultad: tanto su
hermano, que se queja de ayudar económicamente a Adrián, por no ser de su familia, como
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su padre, que no le presta el dinero necesario para comprar los medicamente que necesita
funcionamiento de los valores en su familia y del hecho rotundo de que entre su familia y él
Fernando toma consciencia de que su relación, a diferencia de la que lleva con los demás,
Sin embargo, ante la necesidad de dinero, Fernando le pide ayuda a David, su profesor de
horror o desprecio, sino que es comprensivo y amable. Esto ocurre aún cuando Leonardo ha
tenido una pésima actitud con un compañero de la clase de David, por culpa de la ansiedad
que le provoca la enfermedad de Adrián, y que aquel comprende como tal. Nuevamente, re-
sulta obvio que David, al tener mejores condiciones económicas, decida prestarle dinero para
comprar medicamentos. Pero no lo hace porque le sobre dinero, sino porque aprecia a ese
par de jóvenes y siente empatía por su amor. El personaje de David, a su manera, resulta
análogo al de la tía de Felipe en Un beso de Dick: por un lado, por su conexión con el mundo
del arte, la literatura y la cultura y, por el otro, por su capacidad de entender plenamente la
eso, el préstamo que le hace a Fernando se debe comprender como una prenda de valor ma-
yor o distinto al monetario, pues implica el valor genuino del cariño y la comprensión. Este
cariño queda cifrado además en lo que le pide que le diga Fernando a Adrián: “Me mandó a
decirle a usted que no se preocupe por Teoría, que él le pone una buena nota con lo que usted
ya ha hecho. O que si usted quiere, después le recibe un ensayo sobre Bajtín o alguna mari-
cada” (83). Esta actitud afable y conciliadora, sumamente cuidadosa con el otro, contrasta
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radicalmente con la actitud del padre y el hermano de Fernando, que desaprueban su rela-
ción, o de la madre y los hermanos de Adrián, que jamás lo visitan en el hospital y lo dejan al
Más adelante, en esta entrada del diario, Fernando narra cómo logra pasar esa noche con él
en el hospital y se refiere al deseo de Adrián de escribir un libro que cuente todas las cosas
—¿Como una novela? —le digo medio en risa; medio burlándome, mejor dicho.
—Y para qué.
—No sé. Al menos para que no les pase a otros… Tal vez sirva.
[…]
Y Adrián me dice que es cierto como si se pusiera decepcionado de esta vida. Pero ahora le
brillan los ojos como a él le brillan, y me dice que la literatura no tiene la culpa y que tal vez no
les sirva a los hombres, pero quizás pueda servirle a uno que otro hombre y ellos haría que
valiera la pena la cosa; como en Sodoma y Gomorra, me dice: cuatro o cinco hombres buenos
Si bien la escritura del libro que imagina Adrián tiene, en cierta forma, un sentido morali-
zante (no porque vaya de acuerdo con la moral de la sociedad, sino porque proporciona un
tipo de enseñanza a su lector y, por tanto, supedita su función estética a una función más
escritura como parte de sus procesos de lectura. Es más, ya que la idea no le parece tan con-
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Si los culos fueran libres para ser amados y deseados… pues nadie podría reprocharles a dos
muchachos que se amaran y se comieran. Y entonces a ellos nos les daría vergüenza ni nada. Y
no estarían obligados a buscar amigo solo en los bares o en los saunas, sino que se podrían
encontrar en el barrio, o en el colegio, o donde trabajen…, o donde les dé la gana: como hacen
El ensayo que plantea Fernando es muy diciente de la importancia que tiene para él, en su
axiología, la expresión del deseo y, por tanto, la necesidad de pasar de la represión a la liber-
tad. En cierta medida, se trata del quid de la revuelta íntima de Fernando Molano, el autor,
tara en su seno la diferencia y, sobre todo, que entendiera que, por encima de la orientación
sexual, el amor y el deseo deben ser considerados en su valor esencial, como valores que per-
Ahora bien, de alguna forma, Vista desde una acera puede ser leída como la síntesis del relato
que propone Adrián y del ensayo de Fernando, en la medida en que a través de su relato hace
Finalmente, la entrada del diario concluye con un diálogo entre Fernando y Adrián en el que
la promiscuidad. A través de chistes sobre, por ejemplo, la frase de García Márquez que dice
que “todos nacemos con los polvos contados; y que polvo que dejamos pasar, polvo que se
pierde” (86), la pareja de amigos concluye que el carácter oculto y fuera de la ley, a escondi-
das del mundo, que implica la socialización homosexual los hace relacionarse siempre con
193
con personas que pueden conocerse a plena luz del día y sin temor. En ese sentido, los ho-
mosexuales, concluye Fernando, “ligamos promiscuo con cualquiera que pase y quiera… Con
tal de que no nos conozca y no se lo vaya a contar a nadie” (87). Justo tras esta conclusión,
Adrián dice: “—Usted no es así, Fercho: a usted no le importa que todo el mundo sepa. Ade-
más, yo me gozo cualquier polvo que se me ponga en frente; en cambio usted no se va con
para confirmar una conclusión anterior, que para Adrián su sexualidad de forma implícita
plantea un carácter culposo. Si Adrián quiere escribir una novela que advierta a los homose-
cuo, ante la libertad sexual que le plantea Fernando en su proyecto de ensayo tiene una
reacción ambivalente: por un lado, obviamente se siente satisfecho con esta libertad, pero al
tiempo, teme que esta sobrepase los límites y lleve a sus congéneres a la muerte que ahora
experimenta tan cerca o, lo que es peor, que implique para el ser amado también una condena
de muerte.
En la última entrada del diario que aparece en la primera parte de la novela, con fecha del 30
de abril, Fernando relaciona dos elementos que hasta ese momento la novela ha tratado por
aparte: la escritura y el dinero. Para conseguir dinero Fernando debe trabajar embobinando
motores hasta las madrugadas, razón por la cual, no puede estudiar, pues, además, debe cui-
dar a Adrián. Es decir que si tuviera dinero, por lo menos gozaría de la tranquilidad queda
leer y escribir a su placer. En todo caso, tras la salida de Adrián del hospital y mientras este
se queda con su familia, Fernando debe dedicarse a las labores mecánicas para conseguir algo
de dinero que le permita pagarle a David y comprar todo lo que necesite su amigo. Pero dado
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que su trabajo mecánico implica un gran esfuerzo que lo cansa, Fernando considera la escri-
tura como una posibilidad de obtener dinero. Además, porque David se lo sugiere y le insiste
en la necesidad de escribir sobre lo que han pasado él y Adrián, sin que este último le haya
comentado nada. Este gesto le parece muy bonito a Fernando, puesto que
él habrá de ser de los pocos que tengan el corazón para ver lo que realmente sucede. […] Sé que
David ve la misma miseria que yo veo: dos tipos luchando encantados, los dos juntos, por salir
del barro, pisoteados por un zapatazo maestro de esta vida para hundirnos definitivamente; y
justamente con esta “magnífica ironía”, como dice don Jorge Luis [Borges], dándonos a la vez
el dulce amor y la amarga muerte. Supongo que por eso me ha sugerido escribir algo sobre ello.
Por la ironía. Además, él sabe cuánto nos gusta a Adrián y a mí escribir. Él aprecia lo que es-
Justamente, la ironía a la que se refiere Fernando es el resultado de la tensión que, para pa-
rafrasear a Lukács, surge del conflicto que Adrián y él deben encarar al enfrentar al mundo.
Pero este conflicto, si bien sabemos que anunciado por el poema de Auden, implica la muerte
del ser amado, sin embargo no significa la rendición de Fernando. Justamente, porque, aun-
que no puedan salir ambos del barro, aunque su ilusión de que Adrián se recupere no se
cumplirá, su ideal amoroso, esa energía erótica que le hace manifestarle a él todo su amor no
cesará o, por lo menos, en la novela no tendrá lugar su declive, por lo que se mantendrá a
flote a pesar de los grandes y mortales escollos ante los que se enfrentan los amantes. Y si
solamente los amantes sobreviven, tal y como lo ha propuesto también Jim Jarmusch en su
película de 2013, es justamente gracias al amor, a Eros, que ante la desgracia puede propor-
cionarles a los personajes, así sea en los últimos instantes de su vida, un estado de dicha y
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Por eso mismo, la idea de escribir una novela, un relato, ya no le parece tan absurda y pueril
serio, sino porque implica la posibilidad de vivir, de sobrevivir, con un trabajo que realmente
ama. De cumplir, en definitiva, con el ideal juvenil del personaje de Leonardo en Un beso de
Dick: “Si uno hace bien su trabajo puede irle bien en cualquier cosa” (Molano Vargas [1992]
si, aun siendo una escritura pobre, a la historia le añadimos el asunto del virus, y ese asuntillo
sórdido del mariqueísmo que (así sumado como es de moda) constituye lo que se llama todo
un tema de actualidad… No sé, tal vez se vendiera el libro. Tal vez sería un pequeño best-seller.
Tal vez tendríamos algo de dinero. Tal vez podríamos ponernos la felicidad de ruana… Siempre
2012, 113)21
Para Fernando, la posibilidad de “hacer lo que ama de acuerdo con las tendencias profundas
de su alma”, como dice Proust en Los placeres y los días, significa una oportunidad real de al-
canzar la felicidad, de obtener una dicha posible y efectiva con un oficio que sabe hacer y
que lo libraría de los disgustos con los motores que arregla para sobrevivir. Precisamente,
ante ese oficio que le disgusta, aunque no desprecia, Fernando se refiere a continuación a la
Un carpintero de medio tiempo en una aldea, que dictara clases de literatura en la otra mitad
los dos cuidara. De ser posible al lado de un lago. Sin despreciar, claro, un poco de turbulencia.
21
Otra gran ironía borgiana es, sin duda, que hoy los libros de Molano no solo hayan logrado este
objetivo, sino que se venden muy bien, a tal punto que la editorial Planeta ha publicado, tras las más
difíciles negociaciones con los hermanos de Molano, sus dos novelas y se prepara para publicar el
poemario.
196
La descripción de este oficio sin duda es deudora de la axiología de la primera burguesía que
villoso análisis. En cierta forma, el jardín que cuidarían los amantes es el mismo que la sabi-
duría voltaireana propone como forma para lograr la felicidad: “Una vida simple y buena”,
como dice el personaje de Fernando al referirse al oficio del carpintero. Obviamente, como
Pouliquen, Fernando sabe que esa vida tranquila, lejos del mundanal ruido, está condicio-
nada por el dinero. Por eso le parece imposible para él, “porque la maldita felicidad es un
lujo. Y la vida sencilla es un ideal que vale solo cuando se tienen unos cuantos pesos en el
banco. Unos cuantos que siempre aseguren el mañana” (114). Para ponerse la felicidad de
ruana —expresión que detesta el narrador protagonista de El fuego secreto, de Vallejo ([1985]
2008, 65) y que seguramente el autor-creador de Vista desde una acera usa conscientemente en
contraposición a Vallejo—, se necesita dinero, “la maldita plata… La divina plata, las bendi-
tas monedas” (Molano 2011, 113). Pero el encanto, sin embargo, puede experimentarse aun
cuando no se goza del dinero que permite la vida tranquila y buena del carpintero que ima-
gina Fernando o el agricultor que cultiva su propio jardín de Voltaire. Por eso, dice Fernando:
Pero si algo escribiera, escribiría eso: que yo tuve un sueño así, un sueño de carpintero. Tal
cual lo escribiré. Para que suene de la manera cursi, patética e idiota como me suena. Para que
todos digan lo que digo: el pobre estúpido todavía presumiendo con sueñitos romanticones.
Justamente con la expresión del deseo que caracterizaría la escritura de ese libro imaginado,
sueño de una vida tranquila; tampoco, a pesar de no tener dinero, le interesa el patetismo
trágico ni el posible escepticismo que la miseria y el trabajo arduo pueden significarle a otras
197
axiologías. Lo que le importa a Fernando, y al autor-creador de Vista desde una acera, es la po-
sibilidad de que las cadenas de Eros soporten los ideales del personaje. En eso, Fernando
resulta ser una figura excepcional del encanto de la interioridad, pues se trata de gozar del
deseo, pero no del deseo satisfecho (el logro de una vida tranquila y buena), sino del deseo
que se reproduce, tal y como lo han explicado Pouliquen (2018) y Comte-Sponville (2012)
para la plenitud
La segunda parte de Vista desde una acera es, a nuestro entender, una corrección muy intere-
sante de La educación sentimental de Flaubert. Como lo hizo García Márquez con El amor en los
tiempos del cólera, Molano en esta parte expone las vicisitudes que formarán y prepararán para
el amor a Fernando, el protagonista del relato. Claramente, tanto Molano como García Már-
autor-creadores la posibilidad de conservar sus ideales amorosos, sus sueños juveniles, para
mitirá al final de la novela navegar su Nueva Fidelidad en un ir y venir del carajo acompañado
de amor furtivo solo para que, en la tercera parte de la novela, pueda conocer y enamorarse
En el caso de esta segunda parte de Vista desde una acera, el narrador empieza su relato con la
caracteriza por su rigor al disciplinar a sus alumnos y por tener ideas ultraconservadoras y
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retardatarias sobre todos los aspectos de la vida. Es más, el narrador toma como ejemplo el
hecho de que en el discurso de ese profesor la sexualidad solo tiene una finalidad reproduc-
tiva y, en esa medida, todos los actos sexuales que se salgan de ese margen y se ocupen del
gozo del cuerpo son mal vistos por Dios. Tal es su pensamiento retardatario que llega a con-
siderar que las mujeres no tienen deseo sexual y que su única función, como dice el narrador,
visión de mundo simplista, anticuada y, a todas luces, errónea, pero sí cabe señalar que, su
crepúsculo del deber, es decir, opuesto al significado que tiene la ética) es solo una fachada para
esconder, de forma filistea, su propio placer. En un paseo al que invitan a este maestro sus
estudiantes, tras beber mucho y desinhibirse, toca abusivamente los cuerpos de sus alumnos
y comete otros actos que, a todas luces, son producto de la represión de su homosexualidad.
Dado que Fernando, el protagonista, ha sufrido sus abusos disciplinarios, no pierde la opor-
las directivas de su colegio por sus actos lascivos, lo que conlleva que, antes de ser notificado
Que la segunda parte inicié así da cuenta, sin duda, de una educación sentimental fallida.
al maestro de Religión vivir conforme a una ética genuina y propia y, sobre todo, conforme a
su deseo, lo que lo lleva a un fracaso afectivo y sexual y, por supuesto, a una doble vida: una,
como un dechado moral y otra oculta y sórdida, de homosexual reprimido y “cacorro”, como
lo califica Fernando. Este antecedente sirve en la novela para mostrarle al joven Fernando
que no debe reprimir su deseo ni sus sueños eróticos. Más adelante, en un apartado poste-
199
no podía comprender esa necesidad de disfrazarse que iba descubriendo en personas como él,
como yo. Que aquel profesor ocultara, o al menos no advirtiera, sus gustos en el deseo, era
obvio. Además, ¿a quién le importa? Pero, descontando cuáles fueran sus gustos, ¿cómo podía
hablar a diario en su clase en contra de lo que amaba? ¿Cómo podía, incluso, devengar un
sueldo por pregonarnos la contenencia, mientras en otro lugar, a otra hora, él mismo era un
perfecto concupiscente (que hasta invertiría su sueldo en serlo)? Quiero decir, ¡cómo podía
alguien ser dos personas a la vez? Sobre todo, ¿cómo podía alguien ser al mismo tiempo él y su
enemigo? Pensar en todo eso me deprimía un poco. Cada vez la vida me iba pareciendo como
un espectáculo obsceno; y no entendía nada, lo juro. Pero esta vez aprendí una lección: para
vivir se necesita una máscara. Era triste saberlo; porque para mí había una felicidad en saber
que, pararme frente a mí, ese a quien veía era yo mismo. Y decidí que nunca luciría un antifaz,
ni un traje que no fuera el mío. || Jamás sería como ese hombre. (139)
base del sistema de valores de Fernando será la necesidad de llevar una vida genuina y acorde
con el deseo propio, una vida sin mentiras y en la que se privilegia la autenticidad de los
sentimientos que el personaje de Felipe en Un beso de Dick ya nos había mostrado como parte
esencial de su ethos.
Sumado al rechazo por la falsedad de los sentimientos y los valores, Fernando aprenderá a
través del espejo de su hermana Miriam que todas las prácticas sexuales que no se ajusten a
en embarazo, sin haberse casado, la familia de Fernando hará de su hermana el blanco de sus
opinar sobre su vida, menguar su voluntad y convertirla en “el estereotipo que la humanidad
entera tiene dispuesto para las madres como ella: una mujer neurótica, frustrada y, casi esen-
200
Pero ante el panorama decepcionante que la penosa situación económica le planteaba a la
familia de Fernando, así como sus prejuicios por quienes son diferentes o sufren, como él y
sexuales que le demostrarán, en cuerpo y alma, que su deseo sexual no debe reprimirse, sino
que, todo lo contrario, se debe gozar de él hasta lo indecible. Dos encuentros marcarán esta
voleibol y oriundo del Santander, que se encontraba de visita en Bogotá y con el que se en-
cuentra gracias a la mediación de una novela: La muerte en Venecia del escritor alemán Thomas
Mann. Justamente, mientras Fernando lee esta novela en la barra de la bolera del centro de-
portivo de El Salitre, aquel joven universitario, altísimo, reacio y viril se acerca por la imagen
la pregunta no es ingenua, pues la novela trata justamente del affaire entre un hombre mayor
y un muchacho veneciano y, por tanto, su pregunta funcionará como un guiño, como una
invitación a conocerse mejor. Nervioso por la pregunta y por el encuentro con aquel Adonis,
deseo de retozar con aquel muchacho y su nerviosismo, pues se trata de su primera relación
en el que Fernando se deja dominar por el otro y de esa dominación, de esa dialéctica de amo
veces más antes de que este se marche a su ciudad natal, no sin antes dejarle como suvenir de
su encuentro unos pantaloncillos, que Fernando conservará y olerá con placer: “Años des-
pués, extravié sus calzoncillos. Pero todavía hoy recuerdo su delicioso aroma. || Y el nombre
de ese muchacho que me los dio” (164). (¿Este fetichismo con los calzoncillos en los textos
de Molano remitirá quizá a otro fantasma?, como ya se ha dicho, en la primera novela aparece
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una escena similar y en la primera edición del poemario la ilustradora de la cubierta inteli-
Lo interesante de esta relación con el joven santandereano es que, así como los encuentros
furtivos de Florentino Ariza con toda clase de amantes en su vida antes de Fermina Daza y
la Nueva Fidelidad, no corromperá sus ideales amorosos, sino que los afianzará convirtién-
La felicidad que yo buscaba se convirtió en un sueño simple: todo lo que yo fuese, todo lo que
yo lograse, tendría sentido si, al llegar a casa, hubiese un hombre al que amara para entregár-
selo todo, para que él me tomase a mí y todas mis cosas, e hiciera con ellas y conmigo lo que le
viniera en gana. Solo eso quería, un amigo que decidiera por mí, un amigo que mandara sobre
mí. […] Eso, exactamente, era lo que yo más quería: ser como su esclavo obediente, sumiso, fiel.
Imaginaba lo lindo que sería esperarlo en casa para servirle, preparar su cena, cuidar su ropa,
planchar sus camisas; acariciar y lamer sus pies desnudos como un perrito; escucharle decir:
“Ven, abre mi bragueta; a ver qué sabes hacer con esos labios”. Complacerlo, sentir la dicha de
ser completamente suyo. “Ahora te desnudarás y me entregarás tu correa —me diría—, porque
quiero hacerte daño antes de abrir tu trasero y propinarte…”. Y así, después del placer, cansa-
dos, permaneceríamos juntos y desnudos, para escuchar su voz diciéndome palabras amoro-
sas, mientras pasara sus labios por mi cuerpo aliviándome sus daños antes de quedar
dormidos. (148-149)
Este sueño erótico será el polo ideal hacia al que tenderá el deseo de Fernando, será la fanta-
sía que mediará en sus relaciones posteriores y el objeto que buscará saciar en otros encuen-
tros. Justamente, el segundo encuentro con otro hombre, un bisexual, mucho mayor que él,
y que está ad portas del matrimonio con una mujer que se encuentra en Europa, y a la que
desea tanto como a Fernando, le permitirá restablecer los roles de esclavo y amo. Sin em-
bargo, así como el joven santandereano se marcha, este también lo hará rumbo a España,
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dejándolo sin la mitad del sueño erótico cumplido: sin las palabras bonitas y las caricias que
hacen de ese sueño erótico algo más complejo que una fantasía sadomasoquista.
Fruto de sus decepciones, de su imposibilidad por encontrar un hombre que lo haga suyo y
que lo ame, Fernando tendrá dos encuentros decisivos en su formación ética: por un lado, se
enlistará en una guerrilla urbana de izquierda, con la que intentará soñar con la posibilidad
de una revolución igualitaria, que elimine los prejuicios de la diferencia y que le permita a él
y otros que sufren y son indeseables tener un lugar en el mundo. Sin embargo, el sueño de la
de sus deseos de dedicarse a la lectura y, sobre todo, porque en los años ochenta la revolución
lo despreciaba y lo discriminaba por su deseo homosexual. Esta decepción, sin duda, mar-
cará su descrédito por las revoluciones y las organizaciones políticas, pero no minará sus
ideales verdaderamente revolucionarios: luchar por un lugar en el que su amor no sea discri-
minado, en el que tenga espacio su hermana en embarazo y todos los desprotegidos y desam-
parados, cuya identidad intersectorial los dejaba fuera del campo de juego, de la vida real y
revuelta, Fernando huirá de su casa rumbo a Santa Marta, en plena época de la bonanza
marimbera, e intentará hacer una vida en una de las grandes haciendas cafeteras de la sierra.
Allí aprenderá con su propio cuerpo lo que significa la desigualdad, la vida indigna de los
obreros que no pueden aspirar a una vida plena, sino que por sus condiciones materiales de
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existencia empeñarán su propia vida para tener un plato de comida y un techo donde refu-
giarse todas las noches. Justamente, el cansancio y la imposibilidad de ahorrar alguna suma
de dinero que le permita escapar de ese calvario hacia España, en busca de su antiguo
amante, minarán su paciencia y lo obligarán a volver al calor del hogar familiar, donde tendrá,
a pesar de todas las dificultades económicas, la posibilidad de estudiar e intentar hacer algo,
Esto último es sumamente importante en la novela, pues si bien Fernando no era un estu-
diante aplicado y sus profesores llegaban al descaro de pedirle a sus familiares que lo pusie-
ran a trabajar, pues lo consideraban inútil para el estudio, sin embargo, él luchará por crear
sus condiciones de existencia y modificar las aspiraciones que su entorno social tenían en él.
De esta manera, tomará una decisión radical: terminar sus estudios en el colegio y luego ha-
cer una carrera, pues su “revolución sería dejar de ser un ignorante. Salir de mi propio barro”
(193). Aquella decisión, sin duda, implica un repliegue hacia su interioridad, pues en la de-
terminación de estudiar por convicción, pese a la pasión por la ignorancia que caracteriza,
según Lacan, al ser humano, para tener ese oficio con el que soñaba puerilmente de carpin-
tero, esa vida tranquila, honesta y buena, significa, al fin y al cabo, una transformación de su
sistema de valores, una revolución sin violencia, que lo llevará a la plenitud de la madurez en
que caracteriza a las tipologías novelescas establecidas por Lukács en su Teoría de la novela,
podrá alcanzar momentos de verdad en los que pueda gozar de su propio deseo.
Esto es muy diciente en un apartado final del texto, en el que el narrador cambia y se refiere
a sí mismo en tercera persona: “En verdad el muchacho cree poder lograrlo” (193). Este apar-
tado muestra que no solo tendrá en contra de todos sus sueños e ilusiones, su creencia en
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una revuelta íntima, a la sociedad socializada, sino también a su familia, al Estado, al Go-
bierno de turno y a todo el mundo. Por eso, en cierto punto, el narrador dice:
Es un ingenuo.
Piensa que basta con ser un buen tipo, una persona honrada, un hombre decente, para ser
querido, para ser acompañado. No sabe que para sobrevivir se necesita un poco de cinismo.
honradez.
novela intenta así poner en tensión la visión del encanto y la plenitud posible a las que acce-
dido a través de sus experiencias amorosas, sexuales, políticas y sociales con la visión escép-
tica que, irónicamente, como una sordina romántica, califican su posición de ingenua y
estúpida. Sin embargo, lo que la novela mostrará en su tercera y última parte es que, si bien
sus sueños y alcanzar la felicidad con otro hombre, estudiando en una universidad Litera-
tura, aquello que tanto lo ha apasionado desde niño, y, por tanto, de tener aunque sea por
Pero antes de pasar a la parte final de la novela, conviene señalar que esta segunda parte
también hay entradas del diario. En general, todas insisten en cómo de en menos de un mes,
del 17 de mayo al 15 de junio, la situación médica de Adrián se agrava cada día más, sufre
calizan los síntomas, Fernando se vuelve cada vez más consciente del carácter terminal de la
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en un despojo físico, a tal punto que todos los que lo rodean ya no quieren intentar salvarlo
Bertha, la madre de Adrián, no entiende el amor de su hijo por Fernando ni su deseo sexual,
al punto que llega a juzgarlo duramente aún en su estado terminal. Preocupada por el estado
de su hijo y por un ataque que le acaba de dar, le pide ayuda a una enfermera, que le dice:
—¿Para qué me ha llamado? ¿No ve que ahí no se puede hacer nada? ¿No ve que él ya se va a
morir?
—¿Pero cómo es posible que no se pueda hacer nada? —le dijo doña Bertha—. ¿No le pueden
—Ah, yo no se —le respondió ella a la enfermera—. Uno nunca sabe lo que son los hijos afuera
Maldita sea. No supe qué era peor: si lo que dijo la enfermera, o lo que le respondió esa señora.
A la final era como si las dos sintieran el mismo desprecio por mi amigo y estuvieran aliadas
en su contra. ¿Cómo es posible que una madre diga eso de su hijo? ¿Cómo es posible que no
Este diálogo así como el comentario del narrador revela el desamparo absoluto ante el que
los homosexuales deben todavía enfrentarse al transgredir la norma social, aunque sin las
implicaciones dolorosas y terminales que provoca el sida. Prácticamente, todas las entradas
del diario de la segunda parte de la novela profundizan en ese desarraigo y, como sucede en
206
La tercera parte de la novela está dedicada a la historia de Adrián y Fernando, a su encuentro
amoroso, sobre el que es imposible insistir en su totalidad, dado que allí aparecen bastantes
problemas relevantes y sustanciosos sobre los que se necesitarían muchas más páginas. Sin
embargo, de las muchas anécdotas preciosas que el narrador conserva de entonces, la que
más nos interesa subrayar acá es la que tiene que ver con su pasión compartida por la litera-
Enamorados y encantados el uno del otro, ambos recién graduados de bachilleres trabajan e
intentan ahorrar algún dinero para poder presentarse a la Universidad Nacional de Colom-
bia a estudiar Literatura y Filosofía. Pero, después de mucho esfuerzo y trabajo, en el año
que intentan presentar su admisión, la universidad es cerrada tras una revuelta estudiantil,
pública” (213) del país. Por esto, Fernando y Adrián inician sus estudios de Lingüística y
maestro como David, a quien ya nos hemos referido, que les da sus clases preferidas y los
motiva a escribir. Tal es su influencia y el aprecio que ambos jóvenes sienten por él, que él
los invita a que participen de un taller de creación poética con un profesor extranjero, donde
leen sus poemas y se ganan merecidamente el reconocimiento del extranjero, de David y, por
Con esta vocación sincera de escritores y lectores, a pesar de las penas y los sufrimientos que
les provocan la necesidad y el deber de trabajar al mismo tiempo que estudian, afianzan su
algunos amantes y otros escollos que tensionan su relación, pero que no son capaces de de-
vorar su relación. Solo el anuncio de la muerte minará el espacio de goce que con bastante
trabajo han logrado establecer juntos, contra su familia, la sociedad y el mundo, en general.
207
Por eso, sin lugar a duda, el mayor problema se los dará la vida, mientras escriben un ensayo
a cuatro manos sobre el sentido y el significado de la poesía, pues los enfrentará en las últi-
mas páginas de la novela a los síntomas que conformarán el cuadro clínico del sida, revelado
—¿Usted es homosexual?
—Sí.
—Bien —le dijo mientras escribía una orden—, vamos a necesitar hacer estos exámenes. Son
muy especializados, pero en la Fundación Santafé los están haciendo… Eh…, intenté no preo-
Pero sin querer terminar este análisis con esta situación, la última que aparece en la novela,
quisiéramos reservar las últimas líneas de este capítulo a explicar someramente la definición
de poesía que Fernando y Adrián proponen en su ensayo, pues de esta deviene su concepción
del mundo de encanto. Para ellos, la poesía resulta ser, como hemos visto, una actividad do-
ble: se trata de leer poesía y de escribir poesía, pues se trata de una actividad comunicativa,
en la que sin embargo se falla, pues es “un intento fracasado por comprender el alma de los
208
El fracaso que se halla implícito en el intento de comprender y al que se refieren los prota-
gonistas de Vista desde una acera deviene, en nuestro concepto, justamente de la dificultad del
alma humana y de la ineficacia de las mediaciones para comunicar su complejidad. Así, pues,
para Fernando y Adrián, las obras de arte, los poemas y las novelas, como artificios, no logran
capturar un sentido total y unívoco, sino que de estas se desprende, a menudo, un sentido
que resulta o bien enigmático, esto es, misterioso, o bien inefable, es decir, indecible o inex-
plicable con palabras (como ocurre, por ejemplo, con la mirada de las imágenes de La Virgen
de las rocas y con su representación en el poema de Eliseo Diego “Lippi, Angélico, Leonardo”,
a los que ya nos referimos en otro capítulo). Pero, incluso así, Adrián y Fernando reconocen
que la poesía, la literatura, está ahí presente y que existe, como dicen en su ensayo,
en el acorde de dos notas que hechizan e impiden escuchar el resto de la música, en la impre-
cisa tensión de dos colores que se tocan, en la línea que contornea una forma, acariciándola;
en la sencilla frase leída que captura algo de nosotros, por un instante nos ata y nos deja como
cualquier amante; y también en la ternura del sol que cae como un gigante cansado en los oca-
sos, en la magnificencia de una abeja sobre un pétalo, [...] en el leve giro de una mirada que
embruja y nos deja a punto de caer en el amor, y en todas las cosas que en amor o en dolor,
amargura o gozo, vienen a nosotros tocadas por el encanto de lo que simplemente es bello: [...]
la poesía no es, la poesía tan solo está. E igual que el amor, está allí donde exista un corazón
que pueda hallarla, o que pueda hacerla aparecer. [...] Porque, bien mirado, la poesía pertenece
a ese orden de atributos que siendo predicados de las cosas, no les pertenecen a ellas, pues
existen solo en el alma de aquel quien las contemple y como su imagen a un espejo, se los
presta. (247-248)
La mención de estas y otras experiencias poéticas, extáticas en cierta medida, tiene el único
sentido de confirmar que la poesía existe y no es una mera invención o un artificio ilusorio.
209
Todo lo contrario: se trata de la actividad más valorada por la pareja de amantes, aquella con
la que pueden mediar su relación y la que les permite, sin duda, expresar su deseo y su amor.
Y, sin embargo, para que exista, la poesía depende de su lector, de quien sea capaz de expe-
rimentarla, de encontrarla, aunque sea por un instante. Por eso, esta novela, en su última
parte, renuncia a incluir una entrada en el diario dedicada a la muerte de Adrián, pues en la
tensión de dos límites, de dos colores, como dicen los protagonistas, el límite del encanto
que provoca la literatura y el amor y el silencio que antecede la muerte, Vista desde una acera
210
EPÍLOGO
Hemos renunciado a incluir sensu stricto unas conclusiones. La razón: aunque hemos tratado
de comprender como un todo orgánico los textos de Molano, no podemos dedicarles el es-
pacio suficiente a los poemas de Todas mis cosas en tus bolsillos, con lo que nos declaramos en
deuda y esperamos en otra ocasión poder profundizar en las múltiples relaciones que esta-
blecen con sus novelas. Pero, como diría George Steiner, esta es una deuda de amor, que
gozosamente en otro texto buscaremos subsanar de la mejor forma posible. Sin embargo,
queremos dedicarle algunas líneas a un texto de este poemario en la medida que nos permi-
El último libro que pudo Molano ver publicado en vida tiene en su contratapa un texto es-
crito por él en el que, de alguna manera, presenta sus poemas al lector. Vale la pena transcri-
Estos casi no son poemas de amor. Son poemas de mi amor. De un amor, quiero decir. Y son
también de mi deseo. Así ¿a quién más que a mi novio, o a aquellos amigos cercanos que me
quieren, o a mí, podrían interesar? Temo que para otros podrían resultar muy aburridos. Es
probable. Porque fray Luis comentó algo acerca de un pasaje del libro que Salomón le hizo a
su amada: si alguien ve de lejos, sin oír la música que los anima, a una pareja que baila, así,
sordo, solo verá un par de monigotes moverse como idiotas. Y es cierto. Pero fray Luis también
211
creía que justamente por eso valen, y son bellos, los escritos sobre amores. Porque a veces evo-
can esa música; la que los dos danzaron. Acaso, a pesar de mi torpeza, haya sido yo capaz de
hacer sonar algo de ellas en estas líneas. | Ojalá así sea. (1997)
Este texto no solo resume las intenciones de Molano con relación a su poemario, sino que es
absolutamente pertinente como declaración estética de lo que intentó hacer con todo su
proyecto creador: escribir textos de amor, de un amor propio, atravesados por el deseo y
hecho en todos resonar el contenido de verdad de su trabajo: que a través de la escritura del
deseo el baile de los amantes permita reproducir el deseo del lector y llevarlo a un encanto
Proust.
Justamente, en Un beso de Dick, Molano representa la tensión amorosa juvenil de una forma
tan natural y cercana que el lector se deja llevar por la anécdota, por la fabulación. De esta
manera, el lector cae rendido a los pies de los amantes que sufren, pero se aman, en una ten-
sión entre el fin de las ilusione juveniles, los sueños pueriles del adolescente y la formación
y maduración de los ideales que compondrán el ethos del sujeto. Tal sistema de valores lo
hemos considerado, no hallando mejores palabras que las del mismo Molano, propio de la
eroticidad, de esa energía vital que, aún ante los escollos de una vida difícil, es capaz de mo-
tivar los sueños y, sobre todo, el deseo en una escritura que no cesa ni tiende al silencio.
En Vista desde una acera la fuerza de los ideales ya maduros y que conforman un ethos claro le
permitirá al narrador del diario, así como a sus lectores, una comprensión nueva de uno de
que Octavio Paz describe en Los hijos del limo; es decir, entre Eros y Tánatos, de acuerdo con
212
la comprensión precursora y visionaria de Freud, o entre el spleen y el ideal, según la pro-
puesta poética de Las flores del mal de Baudelaire. Esta tensión implica, sin duda, la aceptación
rotunda de la muerte como el destino inexorable de la humanidad. Por eso, el arte y la lite-
ratura tendrán en esta novela de Molano y en todo su proyecto creador una función esencial:
resguardarán la experiencia erótica no para postergar la existencia humana, sino para que
otros puedan contemplarla y extasiarse, así como lo hicieron Felipe y Leonardo al observar
las imágenes de La Virgen de las rocas. En este sentido, que se resguarde la experiencia erótica
demostrará, sin duda, la existencia del encanto de la interioridad, como una fuerza capaz de
motivar la escritura (tal y como se ha visto con el ejemplo del carpintero en Vista desde una
acera), producto de una revuelta íntima, que se ha reproducido hasta hoy en distintos lecto-
res de los textos de Molano, resultando todavía más efectiva que cualquier revolución polí-
tica.
213
214
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