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EL LIBRO DE HEBREOS
La epístola a los Hebreos es uno de los libros más importantes del Nuevo
Testamento. Nos abre la puerta al Antiguo Testamento, para saber cómo
interpretarlo; y nos muestra mucho de la gloria de Cristo.
No sabemos quién escribió la carta, pero sí sabemos que fue dirigida a creyentes
judíos. Ellos estaban pasando por un tiempo muy difícil. Habían experimentado
mucha persecución (Heb 10:32-34), y ahora estaban enfrentando el desaliento
espiritual, y la tentación de volver al judaísmo. El autor, quien quiera que haya sido,
escribe a esos creyentes para recordarles que la fe judía (basada en el Antiguo
Testamento), era provisional, y apuntaba a la venida del Mesías. Por consiguiente,
volver al judaísmo era volver al pasado, y pretender que Cristo no había venido.
De todas las cosas que el autor enseña en esta carta, la más importante tiene que
ver con la muerte de Cristo. Esa muerte sacrificial, hecha “una vez para siempre”
(Heb 9:12, 26, 28; 10:10, 12 y 14), logra muchas cosas:
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1 de Octubre (Heb 1:1-4) ‘Cristo: La Máxima Revelación de Dios’
El autor introduce esta carta con un resumen de la grandeza de Cristo. Son cuatro
versos repletos de enseñanza espiritual, que haríamos bien en meditar.
4. Cristo es el Creador (v.2b, 3b). Fue por medio de Cristo, que Dios el Padre
hizo todas las cosas (v.2b). Si Dios el Padre es el Arquitecto, entonces Cristo
es el gran Maestro de Obras; Él implementa y efectúa todo lo que el Padre ha
planeado hacer. No sólo eso, sino que Cristo es quien sostiene todo el
universo, y lo lleva hacia su destino final; Él es Aquel que “sustenta todas las
cosas con la palabra de su poder” (v.3b). ¡Qué maravilloso es Cristo!
ADORACIÓN: Aquí hay unas canciones que nos ayudarán a adorar al Señor.
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2 de Octubre (Heb 1:5-14) ‘Cristo es Superior a los Ángeles’
Los creyentes judíos estaban siendo tentados a dejar el evangelio, para volver al
judaísmo. Uno de los factores era la aparente debilidad del origen del evangelio.
Comenzó con la simple predicación de un carpintero de Nazaret (Jesús), a diferencia
del judaísmo, que comenzó con el tremendo ministerio de Moisés, y el otorgamiento
de la ley por medio de los poderosos seres angelicales.
Ante este razonamiento, el autor se propone comprobar, a la luz de las Escrituras del
Antiguo Testamento, que Cristo (a pesar de Su aparente debilidad humana) es
superior a los gloriosos ángeles. Lo hace, usando CINCO argumentos.
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2. Los ángeles adoran a Cristo (v.6), no vise versa .
5. Los ángeles no sólo sirven a Dios, sino también a los creyentes (v.14); pero
Cristo reina a la diestra del Padre (v.13).
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Debemos notar aquí que el autor está citando de Deut 32:43, pero usando el texto de la Septuaginta (la
versión del Antiguo Testamento en griego).
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(v.1b), viene de un verbo que significa ‘fluir’. Se usa para aguas que fluyen (ver
Juan 7:38). Lo que el autor tiene en mente es que nuestras vidas son como un
barco, movido por las corrientes del mar. Si nos descuidamos espiritualmente, las
corrientes del ‘mundo’ nos arrastrarán lejos del ‘puerto’ seguro de nuestra salvación.
Para evitar ese peligro, debemos preocuparnos por nuestra salvación (Fil 2:12), y no
descuidarnos de ella.
¿Cómo lo hacemos? El autor de Hebreos usa tres métodos para animar a los
creyentes judíos a ocuparse de su salvación:
ii. El mensaje del evangelio luego fue confirmado por testigos presenciales
(v.3c).
iii. El mensaje del evangelio fue ratificado por Dios el Padre, por medio de
“señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu
Santo” (v.4). Ver Hch 2:2-4; 3:6-10; 5:12-16; 8:4-8; etc.
En los versos 6-8, el autor de Hebreos cita el Sal 8:4-6. En ese pasaje, David
declara que el ser humano fue creado un poco inferior a los ángeles (“Le hiciste un
poco menor que los ángeles”). Menor en poder y conocimiento. Sin embargo, a
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pesar de eso, Dios coronó a la raza humana “de gloria y de honra” (v.7b), colocando
todas las cosas “bajo sus pies” (v.8a).
Es cierto que cuando entró al mundo, Cristo fue adorado por los ángeles (Heb 1:6);
sin embargo, al tomar la naturaleza humana, Él “fue hecho un poco menor que los
ángeles” (v.9). En los siguientes versos (v.10-18), el autor va a explicar que eso fue
necesario por la obra redentora de Cristo. De no haber sido hecho “ un poco menor
que los ángeles”, Cristo no podría haber muerto en la cruz por nosotros.
Debemos notar el uso del nombre, “Jesús”, en el v.9. ‘Cristo’, significa ‘ungido’ (es
equivalente a ‘Mesías’); es el nombre que apunta a Su divinidad. ‘Jesús’, significa
‘salvador’; es el nombre propio del Señor, que señala Su humanidad. Nuestro Señor
sufrió como hombre, y como hombre fue exaltado a la diestra del Padre. Él sufrió la
muerte, como el Segundo Adán, redimiendo el pecado causado por el primer Adán; y
luego llevó la naturaleza del primer Adán a la gloria. ¡Qué tremendo Salvador!
Pablo reconoce que para los judíos, el mensaje de un Mesías (Cristo) crucificado, era
un escándalo (1 Cor 1:23). Pero, el autor de la carta a los Hebreos dice que los
sufrimientos de Cristo fueron enteramente apropiados (“convenía…”, v.10). Aunque
en Su naturaleza divina, era mucho mayor que los ángeles (Heb 1:5-14), la
humillación que experimentó en la encarnación y la muerte en la cruz era apropiada,
porque estaba llevando “muchos hijos a la gloria”. Los creyentes, siendo ‘hijos de
Dios’, son ‘hermanos’ de Cristo; como dice el autor, “de uno [Dios el Padre] son
todos” (v.11).
Porque Cristo iba a salvar personas “de carne y sangre” (v.14), se hizo igual a ellos.
La encarnación tuvo dos propósitos:
El autor afirma categóricamente: Cristo no salva a los ángeles, sino a los seres
humanos (v.16). Por eso fue necesario (por un tiempo) que el eterno Hijo de Dios se
hiciera hombre, asumiendo una naturaleza menor que la de los ángeles.
Al encarnarse, Cristo vino a ser “en todo semejante a sus hermanos” (v.17a). Lo
hizo, por CUATRO razones principales, que el autor resalta:
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i. Para ser misericordioso. Él entiende ahora, lo que significa ser un hombre
de carne y hueso (v.17b). Ver Heb 4:15-16.
iii. Para “expiar los pecados del pueblo” (v.17c). Sin un cuerpo humano, el
Señor no podría derramar Su sangre; y es la sangre que expía el pecado
(Heb 9:22b).
iv. Para poder ahora “socorrer a los que son tentados” (v.18). Ver Heb 4:15-
16.
Habiendo establecido que Cristo es mayor que los ángeles, el autor procede a
declarar que Cristo es también mayor que Moisés, el gran profeta y mediador del
primer pacto. Al introducir este tema, el autor enaltece a sus lectores, llamándolos
“hermanos santos”, y describiéndolos como “participantes del llamamiento celestial”
(v.1a). Él quiere establecer que los cristianos no son cualquier cosa. Ellos no se
deben dejar menospreciar por los judíos.
El autor compara la fidelidad de Cristo con la de Moisés (v.2). Ambos fueron fieles a
Dios. ¡El autor no tiene la intención de menospreciar a Moisés! Sin embargo, la
superioridad de Cristo sobre Moisés se nota cuando observamos TRES cosas:
ii. La Persona que hizo la verdadera ‘casa’ celestial (el Eterno Hijo de Dios)
tiene mayor gloria y prestigio que la casa terrenal que se hizo (el
tabernáculo), siguiendo el modelo o la maqueta de la ‘casa’ celestial (ver
Heb 8:5).
iii. Moisés fue fiel en calidad de “siervo” (v.5); Cristo fue fiel en calidad de
“hijo” (v.6a). Debemos recordar lo que el autor declaró en Heb 1:2-4.
El autor termina esta sección con una advertencia (v.6b). ‘Los verdaderos
creyentes somos la casa de Dios, “si retenemos firme hasta el fin la confianza y el
gloriarnos en la esperanza”’. Los creyentes judíos, a quienes esta carta fue dirigida
originalmente, estaban siendo tentados a dejar la fe cristiana, y a volver al judaísmo.
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‘Si lo hacen’, advierte el autor, ‘no serán la casa de Dios; el templo del Espíritu
Santo’. Porque la marca del verdadero creyente es que persevera en su fe hasta el
final.
Una de las tristes realidades del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento fue la
dureza de su corazón. A pesar de haber sido testigos del poder de Dios, y habiendo
experimentado Su gracia, muchos judíos se endurecieron espiritualmente (v.7-11).
Como consecuencia, no entraron en el “reposo” del pueblo de Dios (v.12). Para el
pueblo que salió de Egipto, ese “reposo” iba a ser la Tierra Prometida. El autor de
Hebreos usa la tierra de Canaán como una figura de la salvación espiritual.
A la luz de los que pasó con la primera generación que salió de Egipto (v.10-11), el
autor exhorta a los creyentes judíos del primer siglo a no cometer el mismo error;
es decir, a no volver atrás, simplemente por encontrar dificultades en el camino
(v.12). El antídoto contra la apostasía espiritual es la exhortación mutua (v.13a).
En particular, el autor anima a los creyentes a tener mucho cuidado con el “engaño
del pecado” (v.13b). El pecado engaña, porque promete felicidad, pero no cumple lo
que promete. Y el peligro de eso es que insistimos en ir tras el pecado (queriendo
alcanzar la felicidad), hasta tal punto que nos volvemos insensibles a Dios. Eso lleva
al endurecimiento espiritual.
Ese era precisamente el problema con los creyentes judíos del primer siglo, a
quienes el autor dirige esta carta. Habían dejado el judaísmo (su ‘Egipto’ espiritual),
y habían abrazado la salvación en Cristo (su ‘Moisés’ espiritual). Sin embargo, las
dificultades en el camino (ver Heb 10:32-34) los estaban desanimando, y
exponiendo a la tentación de volver al judaísmo. El autor les advierte del peligro que
corren, usando el ejemplo de la primera generación de judíos que salió de Egipto.
REFLEXIÓN: Examina tu vida para ver si hay algún indicio del “engaño del pecado”
(v.13), producto de un “corazón malo” (v.12). ¿Estás perseverando en
la vida cristiana, o estás en peligro de dar marcha atrás?
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8 de Octubre (Heb 4:1-13) ‘El Verdadero Reposo de Dios’
En el pasaje anterior, el autor habló del “reposo” que Dios prometió a Israel, y que
ellos iban a experimentar en la Tierra Prometida (Heb 3:18), luego de la esclavitud
en Egipto, y la dura marcha por el desierto. Ahora, en el v.1, el autor habla de otro
“reposo”; el ‘reposo’ de la salvación espiritual, por fe en Cristo. Es el ‘reposo’
espiritual, que viene luego de la esclavitud al pecado, y el duro yugo de la ley (que
imponía el cumplimiento de las buenas obras para ser salvo).
Uno de los grandes ejemplos o ilustraciones del ‘reposo’ de las obras, es el ‘reposo’
que Dios experimentó luego de haber creado al mundo material (v.4). Ese es Su
‘reposo’. La muerte de toda una generación en el desierto, por incredulidad, fue
simbólica de la manera en que a lo largo del Antiguo Testamento, el pueblo de Israel
no logró hallar su verdadero ‘reposo’ espiritual (v.6). Aunque Josué logró conquistar
la Tierra Prometida, no logró dar a Israel el verdadero ‘reposo’ (v.8).
A la luz de la triste experiencia del pueblo de Israel, el autor de esta carta exhorta a
los creyentes hebreos a entrar en su ‘reposo’ espiritual (v.11). Eso requería la
disposición de dejar el judaísmo (una religión humana, que ofrecía la salvación por
las obras de la ley), y abrazar firmemente el cristianismo (el mensaje divino, que
ofrece la justificación por la fe). En ese contexto tenemos la tremenda afirmación
del v.12, acerca de la palabra de Dios.
Habiendo declarado que Cristo es mayor que los ángeles, Moisés y Josué, el autor
introduce el tema de Cristo como el gran Sumo Sacerdote (v.14; ver Heb 3:1). Este
es un tema que desarrollará más adelante, en el capítulo 7.
Uno de los privilegios del sumo sacerdote judío es que podía pasar por el velo, y
entrar al Lugar Santísimo (Heb 9:7). Pero nuestro Sumo Sacerdote (Cristo)
“traspasó los cielos” (v.14b; ver Heb 9:24). A pesar de Su grandeza, Cristo no es
insensible a nuestras luchas. Cuando luchamos contra el pecado, Él nos puede
entender, porque Cristo “fue tentado en todo según nuestra semejanza” (v.15).
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A la luz de esto, el autor hace dos exhortaciones:
Para ayudarnos a entender mejor el ministerio de Cristo como Mediador entre Dios y
los hombres, el escritor describe el ministerio del sumo sacerdote en el Antiguo
Testamento (Heb 5:1-4). Resalta TRES cosas: el sumo sacerdote es llamado por
Dios (v.4); es débil (v.2); y presenta ofrendas por el pecado (v.1, 3). ¡Así es Cristo
(v.5-10)! Fue llamado por Dios (v.5-6); era débil (v.7-8); y se presentó a Sí mismo
como ofrenda por el pecado (v.9). Por eso, “fue declarado por Dios sumo sacerdote
según el orden de Melquisedec” (v.10).
La ‘perfección’ de la cual el autor habla (v.9), fue la obediencia a Dios, en medio del
sufrimiento (v.8). Por medio de dicha obediencia, Cristo vino a ser un ‘perfecto’ (en
el sentido de, ‘completo’) Sumo Sacerdote para nosotros (ver Heb 2:17-18).
REFLEXIÓN: Debemos meditar más sobre la Persona de Cristo como nuestro Sumo
Sacerdote. Nos animaría mucho en la vida cristiana, especialmente
cuando enfrentamos momentos de luchas y pruebas.
La afirmación que hizo en Heb 5:10, acerca del sacerdocio de Cristo, trajo a la mente
del autor muchas cosas que quería decir a los creyentes hebreos. Sin embargo, era
difícil explicarlas, por su inmadurez espiritual (Heb 5:11). Lejos de estar en
condiciones de enseñar a otros, ellos seguían en la necesidad de aprender cosas
básicas (Heb 5:12). Su falta de entendimiento no se debió a un problema intelectual,
sino a una deficiencia espiritual y moral. No tenían “los sentidos ejercitados en el
discernimiento del bien y del mal” (Heb 5:14).
El autor les anima a preocuparse por su crecimiento espiritual (Heb 6:1-3). Les
advierte del grave peligro de volver atrás (Heb 6:4-6). El asunto no es si se pierde o
no la salvación, sino qué clase de ‘tierra’ somos (Heb 6:7-8). El autor sabe que
estos creyentes son ‘buena tierra’ (Heb 6:9), por los frutos que han dado (Heb
6:10). Sin embargo, les desafía a cumplir con la responsabilidad de permanecer y
crecer en la vida cristiana (Heb 6:11-12). La perseverancia en la fe tiene dos
grandes beneficios: una mayor seguridad de la salvación (v.11b), y la formación de
una vida semejante a la de los grandes héroes de la fe (v.12), mencionados en Heb
11.
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verdadero creyente, el consejo eterno de Dios es la elección (Rom 8:29-30), y la
promesa divina es que nada nos separará del amor de Dios (Rom 8:31-39).
Aunque Dios no nos haya dado una promesa personal, con juramento, tenemos una
gran esperanza en el evangelio (v.18b). Esa esperanza sirve como un ancla para el
creyente, que mantiene segura la ‘barca’ de nuestra alma, en medio de las
tormentas de la vida (v.19).
En Heb 4:14, el autor presenta a Jesús como el gran Sumo Sacerdote. Lo compara
primero con Aarón (Heb 5:1-5), y luego con Melquisedec (Heb 5:6, 10). Después de
un paréntesis, en el cual el autor exhorta a los creyentes hebreos (Heb 5:11 – 6:20),
él vuelve otra vez al tema de Melquisedec. Él trata asuntos difíciles de entender (ver
Heb 5:11), así que debemos estar preparados para escuchar cosas profundas.
Lo interesante de Melquisedec fue que Abraham le dio sus diezmos (v.4). El autor
de Hebreos deduce dos cosas importantes de este hecho:
i. Melquisedec era mayor que Abraham (v.4). Por lo tanto, Cristo (a quien
Melquisedec prefiguraba) es mayor que Abraham.
ii. Los levitas y sacerdotes del Antiguo Testamento dieron sus diezmos a
Melquisedec, por medio de Abraham, su ancestro (v.5, 9-10). Por
consiguiente, Melquisedec, el sacerdote del Dios Altísimo, es superior a los
sacerdotes aarónicos.
Todos estos detalles preparan el camino para la gran afirmación que el autor de
Hebreos va a hacer en los siguientes versos; que Cristo tiene un sacerdocio eterno,
superior al sacerdocio de los levitas (v.11-28).
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REFLEXIÓN: Con qué detenimiento el autor de Hebreos habrá estudiado Gén 14:17-
20, para sacar todas estas enseñanzas. ¿Estudiamos la Biblia así
nosotros? Debemos desafiarnos a dejar la ‘leche’ espiritual, y avanzar a
la ‘carne’ de la Palabra de Dios (Heb 5:12-14).
El Sal 110:4, que el autor de Hebreos cita frecuentemente en este pasaje (v.17, 21),
predice la venida de un nuevo sacerdote. La explicación es que el sacerdocio antiguo
(el de los hijos de Aarón) no era perfecto (v.11); es decir, no cumplía el propósito de
quitar el pecado (ver Heb 10:1-3). El nuevo sacerdote (Cristo) era de la tribu de
Judá (v.14); por consiguiente, si Él iba a ser sacerdote, era necesario un “cambio de
ley” (v.12-13).
REFLEXIÓN: Un gran Salvador, obra una gran salvación, para personas que deben
estar tremendamente agradecidas por Su gracia y misericordia.
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13 de Octubre (Heb 8:1-13) ‘La Superioridad del Nuevo Pacto’
El tema principal que el autor viene desarrollando desde Heb 5:14 (aunque lo
mencionó en Heb 3:1) es la grandeza de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote (v.1).
En el Antiguo Testamento, nunca leemos de un sumo sacerdote sentado; siempre
estaba de pie, ministrando en el santuario. Pero Cristo está sentado (v.1b),
indicando que Su ministerio ha concluido – al menos, Su ministerio de expiación (ver
Heb 1:3b; 9:23-26).
La superioridad del nuevo pacto establecido por Cristo, es evidenciada por dos cosas,
según el autor:
Aunque el antiguo pacto fue establecido por Dios, no era perfecto; tenía “defecto”
(v.7). Pero si Dios era su autor, ¿cómo podía ser defectuoso? Pablo lo explica en
Rom 8:3. La ley “era débil por la carne”; es decir, por nuestra naturaleza
pecaminosa. Fue la naturaleza pecaminosa que no permitió a Israel guardar la ley
de Dios. Los judíos “no permanecieron en mi pacto”, dice Dios (v.9), porque no
podían vivir en obediencia al Señor. El pacto antiguo no sabía nada del nuevo
nacimiento; no incluía la provisión del Espíritu Santo; no quitaba el pecado. Por eso
era necesario un “segundo” (v.7) y “mejor pacto” (v.6).
El segundo pacto es llamado “nuevo” (v.8), dando a entender que el primer pacto
era “viejo” (v.13); es decir, débil, en camino a la ‘vejez’, y pronto a desaparecer
(v.13). ‘Ante esta gran verdad’, argumenta el autor de Hebreos, ‘¿cómo pueden
ustedes, los creyentes judíos, estar pensando en dejar a Cristo para volver a Moisés?
¿Cómo van a dejar lo ‘nuevo’, y lo ‘mejor’, para volver a lo ‘viejo’ y lo ‘defectuoso’?
Simplemente no tiene sentido’.
El antiguo pacto (‘la ley de Moisés’) no era perfecto (Heb 8:7), pero sí tenía
elementos de gloria (2 Cor 3:7, 9, 11). Parte de esa gloria era lo que el autor de
Hebreos llama “ordenanzas de culto y un santuario terrenal” (v.1). Él procede a
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describir el tabernáculo y su mobiliario (v.2-5). El autor habla con evidente
emoción. ¡Eran cosas sagradas para él! Notemos el énfasis sobre “oro” (v.4) y
“gloria” (v.5). Él tenía ganas de describir cada elemento, explicando su significado
espiritual; pero le faltaba tiempo (v.5b). ¡Qué lastima! ¡Cuánto habríamos
aprovechado de su enseñanza!
Ese tiempo había llegado con la manifestación de Cristo (v.11). Él iba a hacer lo que
todo el culto del Antiguo Testamento no podía hacer – reconciliar al pecador con
Dios. Este es el tema de la siguiente sección del libro de Hebreos (Heb 9:11-22).
REFLEXIÓN: Valdría la pena dar una mirada a los detalles del tabernáculo, tal como
están descritos en Éxodo 25-27, y considerar el significado simbólico de
cada elemento que se encuentra allí.
En este pasaje tenemos uno de los grandes, “Pero” s, de la Biblia (v.11; ver Rom
3:21; Gál 3:25; Efe 2:4). El contraste es entre la dispensación del Antiguo
Testamento, que miraba hacia el futuro, esperando la llegada del “tiempo de
reformar las cosas” (v.10), y la venida de Cristo, el “sumo sacerdote de los bienes
venideros” (v.11a).
En los v.11-15, el autor hace el contraste entre las dos dispensaciones, resaltando la
superioridad de Cristo como “mediador del nuevo pacto” (v.15). Notemos los
contrastes principales:
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v. El sumo sacerdote solo obtenía una limpieza provisional, ceremonial
(v.13); Cristo obtuvo “eterna redención” (v.12).
vi. El sumo sacerdote ofrecía sacrificios con sus propios esfuerzos – muchas
veces en forma rutinaria, mecánica; sin mucho sentido. Cristo se ofreció
a Sí mismo “mediante el Espíritu eterno” (v.14a).
vii. El sumo sacerdote tenía que ofrecer sacrificios primero por sus propios
pecados (Heb 5:3); Cristo era sin pecado y “sin mancha” (v.14b).
REFLEXIÓN: Una vez más tenemos que hacernos la pregunta: ‘¿Valoramos nuestra
salvación? ¿Entendemos la grandeza de ella?’
El escritor sigue comparando los dos pactos, resaltando la superioridad del Nuevo.
El tabernáculo terrenal, que era una copia (“figuras”) de las realidades celestiales,
fue purificado (ceremonialmente) por medio de la sangre de los animales sacrificados
(v.23a); pero “las cosas celestiales” requerían un mejor sacrificio (v.23b). Estas
“cosas celestiales” (¿espirituales?) no pueden ser el cielo, porque eso es perfecto.
Debe ser una referencia al mobiliario del tabernáculo (ver Heb 9:2-5), que tenía un
simbolismo espiritual. En esa manera, podemos decir que nuestras oraciones (= “el
incensario de oro”) tienen que ser purificados por la sangre de Cristo.
Lo que el autor enfatiza es que Cristo, nuestro Sumo Sacerdote entró al cielo “para
presentarse ahora por nosotros ante Dios” (v.24; ver v.12). Y a diferencia del sumo
sacerdote terrenal, no lo hizo muchas veces (v.25), sino “una vez para siempre”
(v.26). ¡Con qué avidez el escritor desea recalcar el hecho que el sacrificio de Cristo
es lo que realmente quita el pecado! Obviamente había meditado mucho sobre este
tema.
Los sacrificios del Antiguo Testamento expiaban pecados particulares; por eso se usa
la palabra, “pecados”, en plural (Heb 10:3-4). Pero la muerte de Cristo trata en
forma general con el pecado; por eso se usa la palabra, “pecado”, en singular
(v.26c). Si el sacrificio de Cristo no hubiera sido adecuado, Él hubiera tenido que
sufrir “desde el principio del mundo” (v.26a), cuando entró el pecado. Pero, dada la
suficiencia de la muerte de Cristo, Él sólo tuvo que sufrir una vez; y lo hizo, “en la
consumación de los siglos” (v.26b; ver 1:2a). La muerte de Cristo marcó el fin de la
antigua dispensación (que comenzó con el pecado de Adán), y el comienzo de los
‘últimos tiempos’.
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Los ‘últimos tiempos’ se acabarán cuando Cristo venga “por segunda vez” (v.28). El
tiempo de la gracia durará hasta esa fecha. A lo largo de esta época, podemos
arrepentirnos y aceptar la salvación en Cristo. No hacerlo es correr un enorme
peligro, porque como dice el autor de Hebreos, “está establecido para los hombres
que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (v.27). No someterse a
Cristo, como el salvador del mundo, es marchar en forma inexorable hacia el juicio
eterno (Heb 10:27).
REFLEXIÓN: Cuán importante es hacer caso a las palabras de Pablo: “En tiempo
aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido. He aquí
ahora es el tiempo aceptable; he aquí ahora es el día de salvación” (2
Cor 6:2-3).
La frase, “cada año” (v.1 y 3), indica que el autor tiene en mente principalmente los
sacrificios que el sumo sacerdote ofrecía el día de la expiación, que era una ofrenda
anual (Lev 16). Con casi brutal franqueza, el autor de Hebreos declara que, a pesar
de todo el ritual tan significativo que se desarrollaba ese día, la sangre derramada
sobre el propiciatorio (en el Lugar Santísimo), no podía quitar el pecado (v.4).
Esta triste verdad hizo necesario un mejor sacrificio, y ese es el tema de los v.5-14.
En los v.5-7, el autor cita Sal 40:6-8, donde el salmista hace un contraste entre los
sacrificios exigidos por la ley (“Sacrificios y ofrenda…Holocaustos y expiaciones…”,
2
v.5-6) y la encarnación del Hijo de Dios (“me preparaste cuerpo”) . Por medio de la
encarnación de Cristo, el Padre preparó al Hijo para ser el sacrificio por los pecados
del mundo (ver Heb 2:14-17).
En el resto del pasaje (v.11-14), el autor simplemente recalca esa verdad, haciendo
el contraste ahora entre los sacrificios que los sacerdotes hacían diariamente
(v.11a), con el sacrificio que Cristo hizo “una vez para siempre” (v.12, 14).
2
Debemos notar que en Sal 40:6, en lugar de la frase, “Mas me preparaste cuerpo” (Heb 10:5), leemos,
“Has abierto mis oídos”. El autor de Hebreos cita el Sal 40, usando el texto de la Septuaginta (la versión
del Antiguo Testamento en griego). No estamos seguros porque hay una diferencia tan grande entre lo que
dice el texto en hebreo (Sal 40:6), y la traducción al griego, que es lo que el autor cita en Heb 10:5.
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REFLEXIÓN: Si los judíos valoraban tanto los sacrificios ineficaces del Antiguo
Testamento, cuánto más no debiéramos nosotros, los cristianos, valorar
el sacrificio eficaz de Cristo. ¡La Semana Santa y la Santa Cena deben
ser de gran importancia para nosotros!
Pero, al acercarse a Dios, tenían que tener en cuenta algunas cosas (v.22):
No sólo era importante mantener su propia firmeza espiritual (v.23), sino también
animar a otros en la fe (v.24). La vida cristiana no es individualizada, sino
compartida con todo el cuerpo de Cristo. Por eso es importante reunirnos siempre
con nuestros hermanos en la fe (v.25). Si era importante hace 2,000 años, ¡cuánto
más ahora!
En el Antiguo Testamento, Dios hizo provisión por los pecados cometidos “por yerro”
(Lev 4:2, 13, 22, etc.); es decir, cometidos por equivocación o por ignorancia. Pero,
¿qué de aquellos pecados cometidos adrede? Para dichos pecados el castigo era la
pena de muerte (Núm 15:30-31). Eso parece ser lo que el autor tiene en mente al
decir: “si pecáremos voluntariamente” (v.26). En un sentido, todo pecado es
voluntario (¡o al menos, la mayoría de ellos!). Pero hay pecados que se cometen con
soberbia; en franca y abierta rebeldía contra Dios. Para dichos pecados, advierte el
autor, “no queda más sacrificio…sino una horrenda expectación de juicio” (v.26b-
27a). Porque tal pecado constituye un acto de soberbia. Significa ‘pisotear’ al Hijo
de Dios, y menospreciar la sangre de Cristo (v.29).
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Cometer tal pecado sería totalmente insensato. Constituiría una afrenta al Espíritu
Santo, quien nos convence de pecado (v.29b), y nos expondría a la ira del Juez de
toda la tierra (v.30-31).
Felizmente, el autor no cree que los creyentes a quienes escribe esta carta harían tal
cosa, porque se acuerda de cómo habían sido en sus primeros días de creyentes.
Les anima a recordar las cosas que hicieron cuando sentían ese ‘primer amor’ (v.32-
34; ver Apo 2:4-5). Luego les exhorta a no perder la esperanza (v.35), sino tener
paciencia o perseverancia (v.36a); soportando el sufrimiento hasta recibir la
recompensa divina (v.36b).
Finalmente, les anima con su propia afirmación de fe. “Nosotros no somos de los
que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma”
(v.39). Dicha afirmación nos hace recordar las palabras que Josué dirigió al pueblo
de Israel, en Josué 24:14-15. ¡Cuán importante es el estímulo espiritual de un gran
siervo de Dios!
REFLEXIÓN: ¿Somos “de los que retroceden”, o de los que perseveran en la fe?
¿Cómo lo sabemos?
Habiendo enfatizado estos puntos, el autor los ilustra, con tres ejemplos de los
antediluvianos (personas que vivieron antes del diluvio).
ABEL (v.4). Dios aceptó su ofrenda, no por la naturaleza de ella (un animal, Gén
4:3-5), sino por cómo se acercó a Dios. Abel creyó en Dios; por eso fue declarado
justo (v.4b). Y siendo ‘justo’, su ofrenda fue aceptada ante Dios. El “testimonio” de
Dios (v.4c) es que la ofrenda que Abel presentó ante Él (los primogénitos de los
corderos, Gén 4:4) anticipó la muerte de Cristo – el Cordero de Dios; el Unigénito
Hijo.
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ENOC (v.5-6). Este hombre tuvo la extraña experiencia de no morir, sino de ser
llevado al cielo en cuerpo. Un día él simplemente desapareció (Gén 5:24b). ¿Por
qué? Moisés declara, “Caminó… con Dios” (Gén 5:24a). El autor de Hebreos lo
interpreta en el sentido de ‘agradó a Dios’ (v.5b), y explica su interpretación en el
v.6. Enoc agradó a Dios, porque fue un hombre de fe.
1. Por fe, Abraham obedeció el llamado de Dios, y salió de su tierra natal (Ur de
los caldeos) “sin saber a dónde iba” (v.). ¡Eso es impresionante! Estaba
dispuesto a vivir un día a la vez, confiando que Dios lo iba a guiar.
3. Por fe, Abraham murió “sin haber recibido lo prometido” (v.13a). Él vivió
por fe, respondiendo a la promesa de Dios en tres maneras: creyendo en ella,
mirándola de lejos, y saludándola (como un viajero que se acerca al fin de su
viaje, ve la orilla a la distancia, alza su mano a manera de saludo, y luego
muere antes de bajar de la embarcación). De este modo confesó que era un
peregrino espiritual (v.13b).
4. Por fe, Abraham estaba dispuesto a ofrecer a Isaac “pensando que Dios es
poderoso para levantar aun de entre los muertos” (v.17-19). Abraham
tuvo plena fe en la declaración de Dios, “En Isaac te será llamada
descendencia” (v.18).
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recibió la tierra prometida. Es DIOS quien decide qué nos da y cuando,
no nosotros (o nuestra fe).
La fe hace cosas sorprendentes. Por fe, Isaac bendijo no sólo a Jacob, sino también
a Esaú (v.20), a pesar de que Dios había dicho que el mayor (Esaú) serviría al menor
(Jacob); ver Gén 25:23. La bendición de Esaú se encuentra en Gén 27:39-40.
Por fe, Jacob bendijo a los dos hijos de José (v.21); pero lo hizo en forma
sorprendente, como leemos en Gén 48:8-20. Concedió al hijo menor la mayor
bendición, invirtiendo el orden natural (v.14 y 19).
Por fe, José “mencionó la salida [de Egipto] de los hijos de Israel” (v.22). Eso era
sorprendente, porque recién se habían estableciendo en Egipto, y contaban con
muchas bendiciones materiales. ¡Por qué aludir a un futuro triste, cuando todo
andaba tan bien!
Por fe, Moisés dio las espaldas a una vida de opulencia en la corte de Faraón, e hizo
algo tan extraño como escoger ser maltratado con el pueblo de Dios, antes de gozar
los deleites temporales del pecado (v.24-25). Su mirada estaba puesta en el
galardón celestial (v.26b), y eso le permitió decir ‘NO’ a las cosas de este mundo.
Por fe, Josué vio caer los muros de Jericó en manera sorprendente (v.30); y por la
misma fe, Rahab no murió cuando cayeron los muros de la ciudad (v.31), a pesar
de que su casa estaba en ese muro (Josué 2:15).
REFLEXIÓN: ¿Qué cosas sorprendentes hay en tu fe? Dios no nos llama a imitar lo
que otros hacen, sino a ser guiados por Él, personalmente. Esa
dirección personal resultará en cosas sorprendentes, porque a Dios le
encanta ser creativo, y hacer cosas nuevas y diferentes en la vida de
cada uno de Sus hijos.
El autor pudo haber añadido otros testimonios de hombres y mujeres de fe; sin
embargo se detiene por falta de tiempo (v.32). Se limita a hacer una lista general
de las hazañas de los héroes espirituales del Antiguo Testamento (v.33-35a).
Menciona DIEZ cosas que ellos lograron, por medio de la fe. Sería interesante
analizar cada una de ellas, citando casos específicos de la historia del Antiguo
Testamento. Por ejemplo: “conquistaron reinos” (David); “hicieron justicia”
(Samuel); “alcanzaron promesas” (los patriarcas); “taparon bocas de leones”
(Daniel); etc.
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pone en tela de juicio la doctrina de la secta, ‘Pare de Sufrir’, y los énfasis de los que
promueven ‘la doctrina de la prosperidad’.
REFLEXIÓN: ¿Eres un héroe más de la fe? ¿Qué has logrado por medio de la fe, en
tu vida personal? ¿Qué cosas has tenido que sufrir, a pesar de (o a
causa de) tu fe?
El autor está llegando al fin de la carta, y comienza a concluir (“Por tanto…”, v.1a).
Lo hace, exhortando a los creyentes hebreos a continuar en la ‘carrera’ cristiana
(v.1). La “nube de testigos” ha de ser los creyentes que ya habían participado en la
‘carrera’, dando testimonio de su fe en Dios (Heb 11). En los v.1-4, el escritor indica
cómo se debe participar en la ‘carrera’ cristiana:
i. Hay que despojarse, no sólo del pecado, sino también de “todo peso”
(cosas que no son pecado, pero que nos estorban en la vida cristiana).
ii. Hay que correr “con paciencia”; es decir, con perseverancia. Se trata de
un ‘maratón’ espiritual, y no una carrera de 100 metros.
En los v.5-11, el autor trata el tema de la disciplina. Cita Prov 3:11-12 (ver también
Job 5:17), y luego afirma que la disciplina es una parte normal de la vida cristiana
(v.7-8). La disciplina tiene varias ventajas (razones de ser):
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iv. La disciplina produce un “fruto apacible de justicia” (v.11). Es decir, al
promover nuestra santidad (“justicia”), aumenta el sentir de paz que
disfrutamos en nuestro andar con Dios.
Lamentablemente, las luchas por las que los creyentes hebreos habían pasado –
tanto la persecución humana (Heb 10:32-34), como la disciplina divina (Heb 12:5-
11), lejos de hacerles correr bien la carrera cristiana (v.1), les había dejado con “las
manos caídas y las rodillas paralizadas” (v.12). El autor tiene que animar a los
creyentes judíos a hacer un nuevo esfuerzo por vivir la vida cristiana (v.12a), y
enderezar su camino (v.13a). Les da ciertas exhortaciones específicas:
Los creyentes a quienes esta carta fue dirigida originalmente, estaban siendo
tentados a dejar el cristianismo, y volver al judaísmo. Por eso el autor hace un
contraste dramático entre la experiencia del pueblo de Israel, al pie del monte Sinaí
(v.18-21), y la experiencia de la Iglesia, representada por el monte Sion, la Nueva
Jerusalén (v.22-24). Ver Gál 4:21-31. La revelación de Dios dada a Moisés
asustaba y amenazaba con muerte; la revelación en Cristo alegra y promete vida
eterna. Sin embargo, si rechazamos el evangelio de Cristo, sólo nos queda una cosa
– el juicio devastador de Dios (v.25-29).
Por eso, el autor anima a los creyentes hebreos (¡y a nosotros!) a hacer ciertas cosas
específicas:
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26 de Octubre (Heb 13:1-25) ‘Deberes Cristianos’
El autor termina su carta con una serie de exhortaciones acerca de los deberes de un
creyente; exhortaciones pertinentes al contexto de los creyentes hebreos, pero de
validez universal.
ii. Honren el matrimonio (v.4a), dejen todo pecado sexual (v.4b, y apártanse
de la avaricia (v.5).
Aunque el autor les exhorta a hacer todas estas cosas, él mismo sabe que solos no lo
pueden hacer; necesitan la ayuda de Dios. Por eso concluye con una doxología (una
alabanza a Dios), en la cual pide a Dios que los “haga aptos en toda buena obra…
haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él…” (v.21). De esta
manera Dios recibirá toda la gloria (v.21b).
El escritor pide sus oraciones (v.18), y también que lean la carta con paciencia
(v.22). Aunque no sabemos quién fue el autor de la carta a los Hebreos, es obvio
que conocía a Timoteo (v.23), y que escribe desde Italia (v.24b).
REFLEXIÓN: Si algún gran líder cristiano nos estuviera escribiendo, ¿qué cosas nos
exhortaría hacer? ¿Cuáles son nuestros puntos débiles en la vida
cristiana? Pidamos al “gran pastor de las ovejas” (v.20) que nos
‘pastoree’ personalmente, y que nos conduzca por ese buen camino
hacia la santidad.
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