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1. Introducción
A lo largo de la Alta Edad Media (siglos V-X), y exceptuando el breve interludio
del Renacimiento Carolingio (finales del VIII, comienzos del IX), el oficio del
pensamiento en el espacio de la Europa occidental se ejerció casi exclusivamente en los
monasterios, siendo su cometido fundamental el aprendizaje de la Biblia y el manejo de
una hermenéutica que permitiese explicar los acontecimientos cotidianos a partir de los
contenidos de esa obra. Semejante situación correspondía a una sociedad
eminentemente rural, mal comunicada y con poderes terrenales débiles, que se mantenía
vinculada a través de una misma fe, encarnada materialmente en la obediencia al
Papado.
Esta realidad fue mutando a lo largo de la Baja Edad Media (siglos XI-XV): a la
vez que reaparecieron el comercio y los centros urbanos, comenzó a hacerse necesaria
una educación en otras disciplinas; así, las ciudades más importantes del siglo XII
crearon escuelas en las que se comenzó a impartir una educación cada vez más laica,
que impulsó una renovación de los estudios y despertó el interés por saberes científicos
y por los vinculados a la administración. Los intelectuales que enseñaban en esas
escuelas estaban vinculados a la Iglesia, pero no necesariamente oficiaban como
sacerdotes; y tampoco los alumnos estaban todos ellos destinados a la carrera
eclesiástica. A finales del siglo XII, maestros y alumnos se asociaron para fundar las
Universidades, que funcionarían como los nuevos centros del saber y contarían con
notable independencia. En ellas tuvieron lugar la recepción del pensamiento musulmán,
la recuperación de Aristóteles y el comienzo de una filosofía natural de carácter
empírico.
Durante el siglo XII, pese a todos los cambios, se mantuvo la representación
altomedieval de la cristiandad como una sola comunidad, gobernada por dos poderes, el
terrenal y el espiritual, cada uno con su propio ámbito; y, del mismo modo, se conservó
la idea de la sabiduría cristiana como abarcadora de toda la vida humana. A lo largo del
siglo XIII este modelo comenzaría a entrar en crisis, con un papado que buscaba la
teocracia, unas monarquías cada vez más poderosas e independientes, y un conflicto
paralelo entre filosofía y teología; a lo que se añadiría una oleada de heterodoxias
religiosas de origen popular que iba a expandirse por toda Europa. Todo esto hizo
necesario un trabajo intelectual de largo alcance que permitiese integrar distintos puntos
de vista para ofrecer una cosmovisión y afrontar soluciones concretas de manera
justificada, necesidad que explica la aparición en este momento de grandes síntesis
filosóficas.
Durante este siglo se fundaron también las órdenes mendicantes, franciscanos y
dominicos, en contacto con las nuevas realidades y con pretensión de evangelización y
conservación de la ortodoxia. Estas órdenes, sobre todo los dominicos, se especializaron
en el trabajo intelectual, y fueron los responsables de ofrecer las síntesis más valiosas.
El dominico Tomás de Aquino, que enseñó en la Universidad de París, fue, de común
acuerdo, el que tuvo más éxito en dicha empresa.
En este tema se presentarán, en primer lugar, los problemas heredados por Santo
Tomás, y después se recorrerá la síntesis por él realizada entre filosofía y teología y
entre aristotelismo y cristianismo, tanto a nivel ontológico y físico como ético y
político. Finalmente se ofrecerán algunas conclusiones.
7. El alma humana
Dentro de la jerarquía cósmica, el ser humano sería el paso siguiente a los
ángeles. El alma de cada hombre individual ha sido creada directamente por Dios como
una entidad intelectual, y en ella se incluyen tanto el elemento pasivo como el elemento
agente que Averroes consideraba uno solo y diferente de cada ser individual. Como
entidad intelectual de origen divino, cada alma intelectual tiene capacidad para conocer
los inteligibles y razonar con ellos. Ahora bien, a esta alma también es esencial ser
forma de un cuerpo y constituir con él un compuesto físico de la misma manera que
todos los compuestos de materia y forma. Al abandonar la simplicidad de las entidades
separadas, el alma humana pierde el derecho a la aprehensión directa de lo inteligible;
solamente puede descubrirlo a partir de los datos sensibles que proporcionan los
sentidos.
El proceso de conocimiento puede, según Santo Tomás, reducirse a los
siguientes pasos: (1) las cosas impresionan los sentidos dando lugar a la “especie
sensible”; (2) esta es almacenada en la memoria en forma de imagen; (3) el
entendimiento agente saca de la imagen sensible la esencia, desechando la materia
signada, y la imprime sobre el entendimiento paciente, cuya potencialidad para conocer
esencias queda así actualizada; ese entendimiento en acto es el concepto; (4) el
entendimiento paciente elabora juicios, es decir, aplica el concepto a las imágenes
sensibles de la mente: el sujeto es la imagen mental, y el predicado es lo que el
entendimiento afirma o niega de ella.
En conclusión, Santo Tomás sitúa en el entendimiento individual de cada ser
humano la capacidad divina de extraer los universales a partir de lo sensible y razonar
con ellos, una idea que será muy importante en los filósofos modernos. Por otra parte,
como los universales que conoce siempre se dan en cosas particulares, el entendimiento
también conoce, indirectamente, esas cosas particulares.
7. La ética
Tomás de Aquino acepta el principio de que el hombre tiene una naturaleza
orientada a fines, y que el fin último al que están orientadas las acciones humanas es la
felicidad. Pero para Tomás la felicidad plena sólo puede darse en el conocimiento de
Dios. Y ese conocimiento, como se señaló, no es posible en la vida terrenal: solamente
se alcanza a conocer su existencia, algunos de sus atributos, y lo que quiso transmitir
mediante la Revelación. Por eso solamente en la otra vida, alcanzada la salvación, se
alcanza el fin del hombre.
Alcanzar la salvación significa combatir contra el mal que hay en el hombre.
Tomás concibe el mal como privación, es decir, que no es nada sustancial, no le
corresponde ninguno de los atributos del ser (de otro modo tendría que haber sido
creado por Dios); no es más que la falta de algo, de un bien. Puede distinguirse entre el
mal físico y el mal moral, siendo el primero una consecuencia de la naturaleza sensitiva,
y el segundo una posibilidad que se abre con el libre albedrío del hombre.
Frente al mal moral está la virtud. La virtud consiste en un hábito, es decir, una
disposición permanente para actuar de determinada manera, orientado hacia un bien. A
la naturaleza humana le corresponden determinadas virtudes para perfeccionarse, que se
dividen en “virtudes intelectuales”, es decir, las distintas técnicas y ciencias, y “virtudes
morales”, que son numerosas, pero pueden resumirse en las cuatro virtudes cardinales:
prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Pero dado que el hombre no es sólo un ser
natural, sino también sobrenatural, necesita otro tipo de virtudes, que ya no provienen
de la naturaleza, sino de la gracia. Son las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.
8. La política
Como en la ética, Santo Tomás parte de las concepciones aristotélicas: del
análisis de la naturaleza humana y de que la actividad humana está orientada a fines.
Pero, al igual que en la ética, se aleja de la concepción aristotélica en tanto considera
que el hombre no se agota en su ser natural, sino que está orientado a un fin
sobrenatural, por lo que en el Estado no se encuentra la autosuficiencia.
Como ser racional que es, el hombre puede descubrir por sí mismo las reglas que
le permitan desarrollarse de acuerdo con su naturaleza y con la naturaleza en general. Al
conjunto de reglas que regulan la naturaleza le llama Tomás la ley natural. Su contenido
se deduce del repertorio de las tendencias naturales del hombre. Básicamente son las
siguientes:
(1) Como entidad, el ser humano tiene una tendencia natural a conservar su
propia existencia.
(2) Como animal tiene una tendencia natural a propagar su especie.
(3) Como ser racional, tiene una tendencia natural a buscar la verdad.
(4) El hombre tiende, además, de modo natural, a vivir en sociedad. Pero dado
que es un ser racional puede organizar esta convivencia en base a leyes igualmente
racionales.
La ley natural nos empuja, pues, a vivir en sociedad Pero ésta sólo es posible si
existen unas normas legales que regulen la convivencia. Normas que son establecidas
por los propios hombres. A este conjunto de normas establecidas socialmente le llama
ley positiva. Actúa como una prolongación de la ley natural y nunca puede ir contra
ella.
A su vez, ley positiva y ley natural se hallan sometidas a la ley eterna, que es el
ordenamiento a que ha someitod Dos al universo. Esta ley somete a los seres físicos a
un orden distinto que a los hombres, ya que éstos se hayan regidos por una ley moral
que respeta su libertad.
Tomás considera que el régimen político ideal sería una monarquía si el monarca
fuese el más perfecto de los hombres, pero como no es fácil que eso suceda, considera
que el estado más perfecto será, entonces, una combinación mixta de monarquía,
aristocracia y democracia, de modo que los diversos poderes hallen cierto equilibrio. La
monarquía funciona como fundamento de la unidad, la aristocracia gobierna la
administración, y en virtud de la democracia el pueblo elegirá a los magistrados que
representen sus intereses.
Santo Tomás es partidario del papado: en tanto el fin de la iglesia es un fin
sobrenatural, la Iglesia es una sociedad superior al Estado y este debe subordinarse a
aquella en lo concerniente a los asuntos de la vida sobrenatural. Sin embargo, el Estado
tiene capacidad para legislar sobre sus asuntos cotidianos.