Sei sulla pagina 1di 26

¡Dejemos que la gente gobierne!

Definiciones y teor ías del populismo

Fecha de publicació n:

04/2017

Autor:

Diego Muro, profesor de Relaciones Internacionales, Universidad de


St. Andrews, e investigador sénior asociado, CIDOB

Hubo un tiempo en que la política europea estaba dominada por tres


familias de partidos tradicionales: los democristianos, los
socialdemó cratas y los liberales. La posició n hegemó nica de estas
familias de partidos se vio desafiada primero por la «nueva pol ítica» de
los Verdes, en la dé cada de los setenta, y por la derecha radical
populista, que obtuvo resultados electorales sustanciales a partir de los
añ os ochenta. A raíz de la crisis financiera mundial de 2008, se ha
prestado de nuevo atenció n a la definició n de la oleada internacional de
populismo que está recorriendo Europa, tanto en el Este como en el
Oeste, y a la identificació n de las causas de este auge populista que, en
efecto, podría cambiar el rostro de la política de la UE en los pró ximos
añ os.  

El té rmino «populismo» ha sido ampliamente utilizado y aplicado en


diferentes contextos: en Rusia y Estados Unidos en el siglo xix, en
Amé rica Latina en el siglo xx y en Europa en el siglo xxi.  Los estudios
sobre populismo son notablemente escasos y muchos acad é micos han
renunciado a la posibilidad de utilizar el t é rmino de forma
significativa. Por ejemplo, en el contexto europeo, el t é rmino se ha
utilizado para describir a los partidos antinmigraci ó n y anti-UE como el
Frente Nacional (FN) francé s, el Partido de la Libertad de Austria (FP Ö )
o el Partido por la Libertad (PVV) de Holanda. En cambio, en el debate
latinoamericano, el populismo se empleó con frecuencia para aludir a la
mala gestió n econó mica y a las prá cticas clientelistas de líderes como
Juan Domingo Peró n (Argentina), Alberto Fujimori (Per ú ) o Hugo Chá vez
(Venezuela). El té rmino no llega a abarcar algo preciso.   

Parte de la confusió n terminoló gica deriva del hecho de que las personas
y las organizaciones etiquetadas como  populistas rara vez se identifican
como tales. Al contrario, son otros los que atribuyen ese t é rmino, a
menudo como una etiqueta claramente negativa.  En los medios de
comunicació n europeos, el té rmino populismo se usa de forma
peyorativa para denotar fenó menos tan diversos como un movimiento
de base, un programa econó mico irresponsable o un estilo pol ítico
demagó gico. Así, el populismo se une a las filas de otros
té rminos cargados de las ciencias sociales y sin una definici ó n
generalmente aceptada. De hecho, el uso del té rmino populismo se
asemeja al uso de otro té rmino cargado de valor, terrorismo, palabra con
connotaciones intrínsecamente negativas que generalmente se aplica a
los oponentes o a aquellos con quienes no se est á de acuerdo y que, en
otras circunstancias, preferir ía ignorar.  

Por razones de claridad, este volumen ha adoptado una definici ó n de


trabajo que contempla los atributos esenciales de las manifestaciones
del populismo, pasadas y presentes:   

«El populismo es una ideología delgada que considera que la sociedad se


divide, en ú ltima instancia, en dos grupos homogé neos y antagó nicos, «la
gente pura» y «la é lite corrupta»; y que argumenta que la pol ítica
debería ser una expresió n de la volonté gé né rale (voluntad general) de
la gente».  (Mudde, Cas. Populist Radical Right Parties in
Europe. Cambridge University Press, 2007,  p. 23).

Debido a que el populismo es una ideolog ía delgada, se puede adaptar su


uso a la izquierda y a la derecha. Esta definició n minimalista capta con
eficacia la maleabilidad y la tendencia del populismo a adherirse a las
ideologías gruesas (liberalismo, socialismo, etc.), y tambié n la supuesta
confrontació n entre «la gente corriente» y «el poder establecido»
(el establishment), un té rmino que engloba tanto a los partidos
tradicionales como a las é lites culturales, econó micas y mediá ticas. Sin
embargo, en la prá ctica, la voluntad de la gente tambi é n puede verse
enfrentada a los «enemigos del pueblo» externos.  Por ejemplo, cuando se
habla de la migració n o de los refugiados, los populistas europeos
responden con una defensa del «sentido com ú n» de la gente (del país)
contra un grupo de fuera demonizado, a saber, los inmigrantes.  El
crimen y el terrorismo serían otros ejemplos de có mo la política
populista de los sentimientos se opone a la pol ítica de los hechos
liderada por la é lite.  

En el contexto europeo, a menudo se ha argumentado que el populismo


en el Este y en Occidente sigue siendo distinto en esencia, pero la
literatura sobre la Europa postcomunista ha demostrado la creciente
convergencia entre el antiguo Este y Occidente.  Cada vez son má s los
movimientos de derechas que comparten el mismo mapa mental: critican
al establishment corrupto y adulan a la gente com ú n que constituye la
nació n. Por ejemplo, los movimientos populistas de toda Europa se han
reducido al nacionalismo de «¡Primero los de casa!»  claramente visible
en sus lemas, desde el «Queremos recuperar nuestro pa ís» de Farage al
principio guía del Partido austríaco de la Libertad, «Austria primero», y
el enfoque proteccionista de Trump, «Amé rica primero».  
Otra distinció n que vale la pena destacar es la ideolog ía de derechas o
de izquierdas de los partidos populistas. Aunque el uso contemporá neo
del té rmino populismo se ha centrado en movimientos xen ó fobos de
extrema derecha, los partidos de izquierda no son inmunes al populismo
(por ejemplo, Bernie Sanders en Estados Unidos o Syriza en Grecia).  Una
excepció n notable entre la izquierda es el partido espa ñ ol Podemos, que
no rehú ye la etiqueta populista y defiende una interpretaci ó n particular
de «el pueblo», «la é lite» y «la voluntad general», que proviene de los
escritos de teó ricos como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe.  No debería
sorprendernos que una ideología maleable como el populismo sea
asimilada por partidos políticos diversos interesados en usar una
retó rica divisoria.  

Este volumen tiene una perspectiva comparativa paneuropea, con casos


de Europa Occidental y del Este.  La selecció n transnacional de casos es
un reflejo de la experiencia interna del CIDOB, pero tambi é n del tipo de
choques que aguardan tanto a los pol íticos progresistas como a los
centristas en toda la UE. La difusió n del populismo derechista ha sido
posible gracias a una economía estancada y a una crisis migratoria
persistente, pero tambié n a la capacidad de los populistas para
desarrollar estrategias atrapa-todo (catch-all) capaces de atraer un
apoyo amplio. Queda por ver si las familias de los partidos tradicionales
podrá n contener el auge de partidos populistas en toda Europa y
proporcionar un contramensaje eficaz.  

¿A qué se debe la oleada populista internacional?   

Ante la ausencia de una teoría general del populismo, la literatura


acadé mica ha explicado su aparició n como la consecuencia pasiva de los
acontecimientos socioeconó micos a nivel macro. El populismo sería la
consecuencia directa de la globalizaci ó n y de sus efectos no deseados: la
subcontratació n, la automatizació n implacable, la pé rdida de puestos de
trabajo y el estancamiento de los ingresos de la clase media.  Pero es una
percepció n erró nea demasiado comú n la de describir a los votantes
populistas como simples perdedores en el proceso de la modernizaci ó n,
con un sentido equivocado de atribució n de la culpa. Las explicaciones
basadas en la austeridad y la polarizaci ó n de los ingresos pueden dar
cuenta de la ira y la frustració n, pero deben ser contrastadas con el
papel central de la ideología y con un aná lisis de la voluntad de los
líderes populistas de conseguir el poder y cambiar la realidad social.  Los
partidos populistas no son meras consecuencias de los cambios
socioeconó micos, sino que determinan activamente sus destinos.   
El potente mensaje de los populistas es dar a la gente corriente lo que
quiere. Los populistas dicen que quieren «dejar que la gente gobierne» y
argumentan que el principal obstá culo son las «é lites corruptas». Desde
la Gran Recesió n, los movimientos populistas son mucho má s críticos
con la influencia política de los ricos. Segú n esta visió n maniquea de la
sociedad, las é lites cosmopolitas han defendido la globalizaci ó n, pero los
beneficios del cambio econó mico y tecnoló gico no siempre han
repercutido en las masas desprotegidas.  Los populistas pretenden ser
los defensores de los hombres y de las mujeres corrientes privados del
bienestar al que tienen derecho. Y los descontentos está n escuchando el
mensaje. Alto y claro.  

El mensaje populista resuena en parte porque se basa en la promesa


democrá tica de respetar la voluntad del pueblo, tan central en la pol ítica
europea. Se ha puesto demasiada atenció n en los oportunistas
egocé ntricos con personalidades autoritarias y mucho menos en
entender por qué el mensaje antiestablishment produce sentimientos
positivos. Cada vez son má s los votantes desilusionados con el
funcionamiento del libre mercado y de la democracia liberal y que est á n
legítimamente preocupados por la desigualdad, el desempleo, la
inmigració n, la desconfianza política, la disminució n de los ingresos per
cá pita, etc. Es urgente comprender los temores, las preocupaciones y las
respuestas emocionales de ciertos subgrupos y aceptar que, de vez en
cuando, los populistas sueltan la verdad. M á s aú n, los populistas
pretenden ser el portavoz de aquellos que quedan atr á s en la economía
del siglo xxi y afirman que su mandato (y su legitimidad) emana
directamente de su contacto con el pueblo soberano.   

El populismo tambié n aporta una historia moral donde los puros y los
corruptos se oponen entre sí. Esta concepció n moralista de la política es
muy crítica con las é lites, que son consideradas moralmente inferiores, y
muy generosa con la noble gente com ú n. Y ademá s de ser antielitistas,
los populistas son antipluralistas porque ellos, y solo ellos, pueden
representar al pueblo. Sus competidores políticos son considerados
como infiltrados, políticos desgastados o miembros de la turbia é lite
cuyo tiempo ha pasado porque carecen de conexi ó n directa y de
identificació n con la auté ntica gente de la «madre patria».  Ademá s de
esta forma de antipluralismo moralizada, los populistas se adjudican el
derecho exclusivo a representar los intereses de la gente, una
idealizació n de la nació n que definen a su conveniencia.  La oposició n
legítima no es «como ellos» y a veces la definen como enemigos que no
pueden discernir la voluntad de «la gente real».  En resumen, el
populismo tambié n se refiere a la representació n y a quien puede hablar
por el pueblo.  

Por ú ltimo, el ascenso de partidos populistas indica una


reestructuració n del conflicto político en Europa. Los partidos
populistas se han convertido en contendientes electorales serios y ya no
está n confinados a los má rgenes de la política. Cada vez má s votantes
europeos, desilusionados con la pol ítica dominante, está n cambiando su
lealtad de los partidos conservadores, socialistas y liberales hacia
opciones populistas, y los políticos antiestablishment está n seguros de
que sus objetivos y sus metas han pasado de la periferia al centro.  La
irrupció n populista afecta a partidos y a otras organizaciones, pero
tambié n denota un cambio cultural mucho mayor, como lo sugiere el
aumento de la retó rica antiexpertos y de la política de la posverdad a la
sombra de la gran recesió n.  

Esta publicació n  

En esta publicació n, los partidos populistas de derecha en la Europa


contemporá nea son el centro del aná lisis. Han sido elegidos porque su
reacció n antiestablishment y nativista sugiere una renacionalizaci ó n de
la política que desafía el proyecto de «una unió n cada vez má s
estrecha». No debería subestimarse su potencial para debilitar a la UE y
para crear un nuevo sistema en el que las naciones trabajen juntas en
una estructura mucho má s disgregada. Los seguidores del populismo no
está n contentos con la forma en que ha funcionado el mundo de la
economía y de la política desde el fin de la Guerra Fría, y quieren
recuperar el control de su propio destino.   

La desintegració n de la Unió n Europea no está a la vista, pero ignorar


las señ ales que provienen de los populistas podr ía resultar
desastroso. La marea del nacionalismo está subiendo rá pidamente y las
reivindicaciones de homogeneidad cultural y de recuperaci ó n del
control está n demostrando ser mensajes convincentes.  Apelando al
sentimiento nacionalista, los populistas han conseguido apoyo en toda
Europa, en parte porque se está alimentando desde el exterior una crisis
sisté mica, concretamente por la amenaza del yihadismo salafista y por la
incesante afluencia de inmigrantes y refugiados. Renovar los lazos que
unen a los ciudadanos europeos requerirá un pacto social reformulado
que aborde el descontento actual.
Los populismos refundadores/ Promesas democratizadoras,
prácticas autoritarias

El ciclo político abierto por Hugo Chá vez a fines de los añ os 90 se


sustentó en promesas de refundació n nacional en contextos de crisis de
las instituciones de representació n política y de masivas movilizaciones
en contra del neoliberalismo. Sus políticas se basaron en el combate
contra la pobreza, incrementaron el gasto social, redistribuyeron los
excedentes de la renta de los recursos naturales y movilizaron a los
sectores populares contra las elites. Pero todo ello se hizo
profundizando el cará cter extractivista de las economías y las derivas
autoritarias propias de la política amigo/enemigo.

Por Carlos de la Torre/REVISTA NUEVA SOCIEDAD

Enero - Febrero 2017

Hugo Chá vez inauguró un ciclo populista que tambié n llevó al poder a
Evo Morales y a Rafael Correa. Estos l íderes prometieron nada menos
que la refundació n de sus naciones. Rechazaron el neoliberalismo,
promovieron la integració n y la unidad latinoamericana sin injerencias
imperialistas y buscaron establecer modelos superiores de democracia
basados en la participació n popular y en la equidad. Llegaron al poder
con promesas revolucionarias en contextos de crisis de todas las
instituciones de representació n política y de insurrecciones masivas en
contra del neoliberalismo. Innovaron las estrategias de cambio
revolucionario: en lugar de balas, usaron votos y convocaron asambleas
constituyentes participativas, que redactaron nuevas constituciones que
expandieron los derechos ciudadanos. Muchos acad é micos y ciudadanos
vieron en estos regímenes la promesa de instaurar sociedades
posneoliberales basadas en la equidad y en modelos de democracia
capaces de trascender los dé ficits de participació n y representació n de
las democracias liberales.

La realidad, luego de que estos líderes dominaran la escena política de


sus países por má s de una dé cada, es mucho má s sombría. Chá vez y su
sucesor Nicolá s Maduro, al igual que Morales y Correa, concentraron el
poder en el Ejecutivo y subordinaron a los dem á s poderes; usaron el
Estado para colonizar la esfera pú blica regulando el contenido de lo que
los medios pueden publicar y, en los casos de Ecuador y Venezuela,
haciendo del Estado el mayor comunicador. Se enfrentaron con
movimientos sociales y con organizaciones de izquierda que
cuestionaron sus políticas extractivistas y que resistieron el af á n del
Estado de controlar a la sociedad civil criminalizando la protesta. Si bien
redistribuyeron las rentas cuando los precios del petr ó leo y de los
minerales fueron altos, incrementaron la dependencia de la extracci ó n
de hidrocarburos.

Para explicar qué salió mal, los acadé micos y activistas han desarrollado
argumentos estructuralistas basados en la dependencia de la extracci ó n
de recursos naturales, explicaciones institucionalistas sobre por qu é el
populismo, en contexto de instituciones dé biles, lleva al autoritarismo
competitivo y argumentos que se enfocan en c ó mo la ló gica populista
desfigura la democracia y puede decantar en autoritarismos.

Dependencia de la extracció n de recursos naturales

Chá vez, Correa y Morales prometieron no solo poner fin al


neoliberalismo sino tambié n reemplazar el modelo extractivista con
visiones alternativas de desarrollo y de la relaci ó n entre la naturaleza y
la sociedad basados en las nociones andinas del  suma qamañ a y sumak
kawsay (vivir bien o buen vivir). Algunos acad é micos escribieron textos
que celebraban el fin del desarrollo, del extractivismo y del
colonialismo. Otros fueron menos optimistas o m á s realistas y vieron a
estos gobiernos como una continuació n del modelo rentista. En el
momento de mayor popularidad del chavismo, Kurt Weyland 1  argumentó
que «en lugar de establecer un nuevo modelo de desarrollo [el
socialismo del siglo  XXI ], el gobierno de Chá vez está reviviendo el
modelo rentista». El incremento descomunal de las rentas de los
hidrocarburos les permitió a estos gobiernos populistas rechazar el
neoliberalismo, incrementar el tama ñ o y el gasto del Estado y fundar
organizaciones supranacionales como la Alianza Bolivariana para los
Pueblos de Nuestra Amé rica ( ALBA ) para contrarrestar las políticas de
integració n neoliberales de Estados Unidos.

En lugar de salir del extractivismo, los tres gobiernos incrementaron su


dependencia de los hidrocarburos. Las exportaciones petroleras
venezolanas pasaron de 68,7% del total exportado en 1998 a 96% en
2015 2 . En Bolivia, las exportaciones de minerales e hidrocarburos
crecieron de 41,8% a 58% entre 2001 y 2011 3 . En Ecuador, las
exportaciones petroleras pasaron de 41% a 58% entre 2002 y 2011, y el
gobierno de Correa concedió 2,8 millones de hectá reas a compañ ías
mineras, la mitad de estas para la extracció n de metales 4 .

Las rentas se utilizaron para fortalecer el Estado y para financiar


programas sociales para combatir la pobreza. De acuerdo con la
Comisió n Econó mica para Amé rica Latina y el Caribe (Cepal), la pobreza
se redujo en Venezuela de 48,6% en 2002 a 29,5% en 2011; en Bolivia,
disminuyó de 62,4% en 2002 a 42,4% en 2010; en Ecuador baj ó de 49%
en 2002 a 32,4% en 2011 5 . Sin embargo, la redistribució n solo duró
mientras los precios se mantuvieron altos y, como anticip ó Weyland, el
modelo rentista fue insostenible en el mediano plazo. De acuerdo con la
Cepal, la pobreza se incrementó en Venezuela de 24% en 2012 a 32% en
2013. Otro estudio señ ala que, en 2015, 75% de los venezolanos eran
pobres de acuerdo con sus ingresos 6 .

Estos gobiernos no pusieron fin al modelo rentista y extractivista pues


necesitaron esos recursos para ganar elecciones. Sus l íderes usaron las
elecciones para desplazar a las elites pol íticas tradicionales y para
consolidarse en el poder. Los venezolanos votaron en 16 elecciones
entre 1999 y 2012, los bolivianos en nueve entre 2005 y 2016 (entre
elecciones generales y diversos referendos) y los ecuatorianos en seis
entre 2006 y 2013. En Venezuela, el gasto social se increment ó durante
las é pocas electorales. Por ejemplo, con motivo de las elecciones
presidenciales de 2012 se lanzó la «Gran Misió n Vivienda», que
construyó edificios de departamentos frente a los cerros de Caracas para
que los pobres vieran que a lo mejor les podr ía tocar la suerte de
participar en este proyecto y acceder a un tipo de vivienda como los de
la clase media. El gobierno ademá s lanzó la «Misió n Mi Casa Bien
Equipada» para amoblar y dotar de electrodom é sticos e incluso aire
acondicionado a quienes se beneficiaran de los proyectos de vivienda.

La dependencia extractivista llevó a la confrontació n con comunidades


indígenas. Si bien las constituciones reconocen el derecho a la consulta
previa para la explotació n de recursos naturales, estos gobiernos
expandieron autocrá ticamente la explotació n de hidrocarburos y
minerales en los territorios ind ígenas. El resultado fue que, al igual que
el multiculturalismo neoliberal, que separ ó al «indio permitido» del
«indio recalcitrante» y otorgó una distribució n cultural simbó lica a los
primeros, al tiempo que reprimió a los segundos, la aceptació n del
extractivismo marcó los límites del reconocimiento de los derechos
indígenas 7 . En Ecuador, la protesta indígena fue criminalizada, y el
«indio permitido» de la Revolució n Ciudadana de Correa –como lo señ ala
la antropó loga Carmen Martínez Novo– es el beneficiario pasivo de sus
políticas redistributivas. La extracció n de recursos naturales tambié n
determinó los límites de los derechos indígenas en Bolivia. En palabras
de la antropó loga Nancy Postero, «está claro que el Estado ve el control
indígena de la extracció n de recursos naturales como un atentado al
poder estatal» 8 .

Instituciones dé biles y autoritarismo competitivo


Cuando políticos populistas llegaron al poder en Europa, los sistemas
parlamentarios los obligaron a entrar en pactos y las instituciones
supranacionales de la Unió n Europea limitaron sus acciones. En ciertos
sistemas presidencialistas latinoamericanos en los que las instituciones
estaban en crisis, los populistas concentraron el poder y atacaron a las
instituciones que garantizan el pluralismo. Los ataques sistem á ticos al
pluralismo, a la divisió n de poderes y a la libertad de expresi ó n al
principio desfiguran la democracia y poco a poco llevan a lo que
Guillermo O’Donnell caracterizó como una muerte lenta de aquella y su
transformació n en autoritarismos 9 .

Steven Levitsky y James Loxton se ñ alan que el populismo lleva a que


democracias dé biles decanten en regímenes competitivos autoritarios
por tres razones 1 0 . La primera es que los populistas son  outsiders sin
ninguna experiencia en la política parlamentaria del pacto y de los
compromisos. Segundo, fueron elegidos con promesas de refundar todas
las instituciones políticas y, má s precisamente, el marco institucional de
las democracias liberales. Por ú ltimo, los populistas se enfrentaron al
Congreso, al Poder Judicial y a otras instituciones controladas por los
partidos. Para ganar elecciones usaron fondos p ú blicos, silenciaron a los
medios críticos, usaron los medios estatales a su favor, en algunos casos
intimidaron a sectores de la oposició n y presionaron a los organismos
electorales, al Poder Judicial y a las instituciones de control social y
rendició n de cuentas. Si bien el momento de votar fue libre, el proceso
electoral los favoreció de manera descarada y les dio ventajas, y as í se
transformó la democracia en regímenes legitimados en la ló gica
electoral, pero que no garantizan que las elecciones se den en canchas
equilibradas y con instituciones imparciales.

Una vez en el poder, Chá vez, Maduro, Morales y Correa usaron el


legalismo discriminatorio, entendido como el uso discrecional de la
autoridad legal formal 1 1 . Para poder utilizar las leyes a su antojo,
controlaron las cortes y las pusieron en manos de sus partidarios o de
jueces atemorizados. Chá vez se apropió de todos los poderes del
Estado 1 2 . Tuvo mayoría en el Legislativo y puso el Tribunal Supremo de
Justicia en manos de jueces leales. Cientos de jueces de cortes menores
fueron reemplazados por personajes de la confianza del r é gimen. Chá vez
ademá s manipuló el poder electoral y todas las instituciones de control
social. Correa puso a incondicionales a cargo del poder electoral y de los
organismos de control y «tomó » el Poder Judicial 1 3 .

El control y la regulació n de los medios fue una de las prioridades de la


lucha populista por la hegemonía 1 4 . En 2000, la Ley Orgá nica de
Telecomunicaciones permitió al gobierno de Chá vez suspender o revocar
las concesiones de frecuencias cuando era conveniente a los intereses de
la nació n. La Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisi ó n de
2004 prohibió transmitir material que pueda promover el odio y la
violencia 1 5 . Estas leyes son ambiguas y se pueden interpretar de acuerdo
con los intereses del Estado. El gobierno de Correa aprob ó en 2013 la
Ley Orgá nica de Comunicació n, que creó un organismo estatal a cargo de
regular los contenidos que los medios pueden transmitir.

Chá vez clausuró y estatizó medios privados críticos. El Estado se


convirtió en el comunicador principal al controlar 64% de los canales de
televisió n. En Bolivia, la propiedad de los medios est á dividida entre el
Estado, el sector privado y las organizaciones populares e ind ígenas 1 6 .
En Ecuador, el Estado es propietario de los dos canales de televisi ó n de
mayor sintonía y tiene un emporio de estaciones de radio, televisi ó n y
prensa escrita 1 7 . En países sin una tradició n de medios pú blicos y en
manos de gobiernos que no distinguen lo estatal de lo partidista, los
medios pú blicos y en menor medida los medios comunitarios est á n al
servicio de los gobiernos populistas.

Estos gobiernos crearon legislació n con lenguaje ambiguo para controlar


y regular a las organizaciones no gubernamentales ( ONG ). Chá vez fue el
primero y, en 2010, la Ley de Defensa de la Soberan ía Política y
Autodeterminació n Nacional prohibió que las  ONG  que defienden los
derechos políticos o monitorean a los organismos p ú blicos reciban
asistencia internacional. Tres añ os despué s, Correa pasó el decreto 16
que sanciona a las  ONG  que se desvíen de los fines para los que fueron
creadas o que interfieran en las pol íticas pú blicas atentando contra la
seguridad interna y externa 1 8 . En 2013, Morales tambié n legisló para
controlar y regular a las  ONG  señ alando que se revocará n los permisos de
organizaciones que tengan actividades distintas de las que listaron en
sus estatutos, o si los representantes de las organizaciones son
sancionados por llevar a cabo actividades que atenten en contra de la
seguridad y del orden pú blico 1 9 .

Para contrarrestar el poder de los sindicatos, de los movimientos


indígenas, de los maestros y estudiantes, en Venezuela y Ecuador se
crearon movimientos sociales paralelos. La protesta fue criminalizada
en ambos países. Algunos líderes sindicales fueron acusados de
terrorismo, aun si en un principio hab ían apoyado a Chá vez 2 0 . Cientos de
dirigentes indígenas y campesinos fueron acusados de terrorismo y
sabotaje en Ecuador 2 1 . Se usaron discrecionalmente las leyes para
perseguir a algunos opositores. El caso má s notorio se dio durante el
gobierno de Maduro, que condenó al opositor Leopoldo Ló pez por incitar
a la violencia en un juicio plagado de irregularidades.
La ló gica populista: construir al pueblo y sus enemigos

Ernesto Laclau escribió que la ló gica populista crea sujetos populares


que está n en una relació n de antagonismo con un enemigo 2 2 . Argumentó
que la divisió n de la sociedad en dos campos antagó nicos era necesaria
para la ruptura de sistemas institucionales excluyentes y la creaci ó n de
un orden alternativo. Si bien para Laclau y sus seguidores el populismo
es el ú nico camino para dar fin a sistemas excluyentes y para frenar a los
populismos de derecha 2 3 , su argumento, que se basa en la teor ía de Carl
Schmitt de lo político, puede justificar o promover autoritarismos
populistas. Si lo político se concibe como la lucha entre amigo y
enemigo, es difícil imaginarse rivales con espacios institucionales o
normativos legítimos. Dentro de la ló gica de Schmitt, es imposible que
existan populismos light que construyan identidades colectivas
agonísticas, como propone Chantal Mouffe. Los populistas, desde Juan
Domingo Peró n hasta Chá vez, manufacturaron enemigos en el sentido
existencial en que los caracteriz ó Schmitt, enemigos que tenían que ser
destruidos. Peró n dijo que, cuando los adversarios pol íticos se
transforman en enemigos de la nació n, «ya no son caballeros con los que
uno debe luchar siguiendo las reglas, sino serpientes a las que uno tiene
que matar de cualquier manera» 2 4 .

Los populistas utilizan discursos maniqueos y polarizadores del pueblo


en contra de la oligarquía. Chá vez no se enfrentó a rivales sino a la
oligarquía definida como los enemigos del pueblo, «esas elites ego ístas
que trabajan en contra de la patria» 2 5 . Descalificó a los políticos
tradicionales como imbé ciles, escuá lidos y «pitiyanquis». Llamó a los
dueñ os de los medios «los cuatro jinetes del Apocalipsis» 2 6 . Correa, por
su parte, creó una larga lista de enemigos de su gobierno, del pueblo y
de la patria. La lista incluye a los pol íticos tradicionales, a los dueñ os de
los medios de comunicació n, a los líderes de los movimientos sociales
críticos, a la izquierda «infantil» y a casi todos aquellos que
cuestionaron sus políticas pú blicas. Morales definió como enemigos de
la nació n y del pueblo soberano a  EEUU , a la Administració n para el
Control de Drogas ( DEA ) y a las multinacionales. A escala nacional, los
enemigos del pueblo, de lo ind ígena y de lo andino son la oligarquía, los
blancos y la cultura occidental 2 7 .

Ahora bien, los populistas construyeron enemigos pol íticos pero jamá s
los eliminaron físicamente utilizando el terror masivo y las
desapariciones para crear un pueblo homog é neo. El momento
fundacional del populismo fue y es ganar elecciones, que son
consideradas como el ú nico canal para expresar la voluntad popular 2 8 .
Los populistas clá sicos lucharon contra el fraude electoral y
expandieron el nú mero de electores. Los populistas refundadores
utilizaron las elecciones para crear nuevos bloques hegem ó nicos y
desplazar a los partidos políticos. Gobernaron a travé s de campañ as y de
elecciones permanentes, por lo que constantemente recorrieron sus
países renovando sus liderazgos carismá ticos y confrontando a sus
enemigos. Las elecciones fueron representadas como momentos
fundacionales en los que estaban en juego los destinos de sus naciones.

El pueblo, como lo señ aló Laclau, es una construcció n discursiva. Esta


categoría puede construirse como una població n diversa y plural o como
el «pueblo como uno». Por lo tanto, el pueblo puede enfrentarse a
rivales políticos o a enemigos que deben eliminarse. Los liberales y los
socialdemó cratas construyen al pueblo como una pluralidad que
comparte espacios institucionales con sus rivales pol íticos. Los
populistas, en cambio, construyen al pueblo como una entidad sagrada
cuya voluntad puede ser encarnada en un redentor. Ch á vez manifestó :
«Esto no es sobre Hugo Chá vez, es sobre todo un pueblo» 2 9 . Ya que su
misió n fue redimir a su pueblo, pudo decir en 2010: «Exijo lealtad
absoluta a mi liderazgo. No soy un individuo, soy un pueblo». Y Ch á vez,
ademá s de ser el pueblo es la patria: «El chavismo ya no es Ch á vez, el
chavismo es el patriotismo, ser chavista es ser patriota, los que quieren
patria está n con Chá vez, no tienen otro camino» 3 0 . Correa, de manera
parecida pero sin la grandilocuencia de Ch á vez, manifestó , luego de
ganar las elecciones de 2009: «El Ecuador vot ó por sí mismo».

La categoría «pueblo» no tiene que ser imaginada necesariamente como


unitaria. Evo Morales construyó una noció n de pueblo plural y
multié tnico 3 1 . La Constitució n de 2009 declaró a Bolivia como un Estado
plurinacional y comunitario. Pero a veces Morales pretende ser la voz
ú nica del pueblo. Cuando los ind ígenas de la Amazonía protestaron en
contra de su política extractivista, se los acusó de ser manipulados
por  ONG  extranjeras y de no ser auté nticamente indígenas. El gobierno
de Morales intentó imponer una visió n hegemó nica de indianidad como
lealtad a su gobierno. Sin embargo, debido a que se enfrenta a
movimientos sociales fuertes con capacidad de protagonizar acciones
colectivas perdurables en el tiempo, no ha podido imponer visiones del
«pueblo como uno».

Los populistas refundadores no se vieron como l íderes políticos


ordinarios, elegidos por uno o dos periodos y que luego se retirar ían de
la política. Fueron construidos y se vieron a s í mismos como quienes
liderarían la refundació n de sus repú blicas y como los herederos de las
misiones inconclusas de los padres de la patria. Solo la enfermedad le
impidió a Chá vez ser presidente cuantas veces se le antojara. Correa
modificó la Constitució n aprobada por la Asamblea Constituyente
dominada por su partido para permitir su reelecci ó n permanente, con
una clá usula que no le permitía participar a é l mismo en 2017. Una vez
que su sucesor maneje la severa crisis econ ó mica, podrá regresar si le
apetece como redentor en 2021. Morales perdi ó un referé ndum que le
permitiría presentarse en otra elecció n en 2019 y prometió convocar a
otro o buscar otras vías para postular en 2019.

John Keane señ ala que «la distinció n entre estar en el poder y dejarlo es
un indicador fundamental para considerar a un gobierno como
democrá tico» 3 2 . En democracia, el rol presidencial está despersonalizado
y no está encarnado en nadie. Ocupar el poder temporalmente no es
sinó nimo de ser dueñ o del poder. Para los populistas, la Presidencia es
una posesió n en la que deben permanecer hasta alcanzar la liberaci ó n de
su pueblo. Pero a su vez, su legitimidad se asienta en ganar elecciones,
por lo que nada les asegura que permanecer á n en el poder 3 3 . Es así como
la legitimidad del populismo se asienta en dos principios
contradictorios: el principio democrá tico de elecciones limpias y
alternancia en el poder y el precepto autoritario del poder como una
posesió n personal del liberador del pueblo.

Conclusiones

Los populistas refundadores de izquierda se rebelaron contra la


ortodoxia neoliberal y la transformació n de la economía política en un
asunto té cnico que debería estar en manos de expertos. Una vez en el
poder, combatieron la pobreza, incrementaron el gasto social,
redistribuyeron los excedentes de las rentas petroleras y movilizaron a
los sectores populares a los cuales exaltaron como la esencia de la
nació n. ¿Qué salió mal en estas experiencias y por qué el populismo
llevó al autoritarismo en Venezuela y Ecuador y, en menor grado, en
Bolivia? Parte de la respuesta es estructural y se vincula a las pol íticas
de extracció n de recursos naturales. Los Estados rentistas usan los
recursos fiscales generados por las rentas de la extracci ó n de
hidrocarburos y minerales discrecionalmente para asegurar clientelas
políticas. La necesidad de incrementar las rentas para mantener su base
de apoyo para ganar elecciones los llevó a enfrentamientos con
organizaciones indígenas y ecologistas, lo que marc ó los límites de sus
políticas de inclusió n y reconocimiento. Los populistas prometieron
destruir todas las instituciones del poder constituido de las democracias
en sus naciones y reemplazarlas con una nueva institucionalidad. Usaron
discrecionalmente las leyes y el legalismo discriminatorio para castigar
a los críticos, premiar a los incondicionales, ocupar todas las
instituciones del Estado y tratar de someter y regular a la sociedad civil
y la esfera pú blica. La ló gica schmittiana del populismo manufacturó y
luchó en contra de una larga serie de enemigos tales como los partidos
políticos, los medios, las  ONG  y los movimientos sociales independientes.
Su lenguaje de amor al pueblo y de odio a los enemigos del pueblo cre ó
identidades políticas fuertes y efectivas para la lucha contra los
enemigos; sin embargo, estas identidades no reconocieron el derecho
del otro a discrepar. Los populistas trataron de ocupar el espacio vac ío
de la democracia hasta liberar a su pueblo. Pero a diferencia de los
fascismos, no ocuparon todos los espacios de la sociedad civil ni
abolieron las elecciones. Crearon reg ímenes híbridos asentados en la
ló gica democrá tica electoral y regularon, pero no silenciaron totalmente,
a la oposició n, que utilizó los espacios institucionales existentes para
resistir que se implemente la fantas ía populista del «pueblo como uno».

Los resultados autocrá ticos de las experiencias refundadoras no


deberían llevarnos a ver el liberalismo como la ú nica opció n frente al
autoritarismo populista. Si bien Laclau estaba en lo correcto al se ñ alar
que el liberalismo ha sido usado para defender los privilegios, no hay
que olvidar que tambié n es indispensable para resistir al despotismo 3 4 .
El constitucionalismo, la separació n de poderes, las libertades de
expresió n y de asamblea son necesarias para la pol ítica de la democracia
participativa. Estas instituciones liberales fortalecen la esfera p ú blica y
permiten que los movimientos sociales expresen y articulen sus
demandas autó nomas. La experiencia histó rica demuestra que los
proyectos de transformació n basados en la fantasía del «pueblo como
uno» terminan en el autoritarismo. El mito del redentor populista
cautivó y terminó devorando a la izquierda. Creo que ya es hora de
abandonar la idea de un pueblo homog é neo encarnado en un líder y de
imaginar las rupturas populistas como la ú nica respuesta a la
administració n neoliberal y como la ú nica arma para frenar a los
populismos de derecha. Como señ ala Andreas Kalyvas, en lugar de
invocar a un pueblo mítico que surge de las profundidades hist ó ricas de
la patria, «hay que partir de una pluralidad de movimientos sociales y de
asociaciones políticas como la base para reconstruir la soberan ía
popular» 3 5 .

Populismo, pasado y presente

El ascenso populista en Estados Unidos y Europa solo es evitable a


través de un pacto para mejorar la democracia y para poner fin a las
contraproducentes políticas de austeridad.

Por Shlomo Ben-Ami

Agosto 2016
Parece que hoy en día casi ninguna democracia occidental est á a salvo
del populismo de derecha. Pero aunque la ret ó rica populista esté
llegando a extremos de agitació n, con serias consecuencias entre las que
destaca la decisió n del Reino Unido de abandonar la Uni ó n Europea, lo
cierto es que el nativismo que representa es un viejo azote de la pol ítica
democrá tica.

Los movimientos populistas tienden a centrarse en la acusaci ó n. El


padre Charles Coughlin, un sacerdote cat ó lico de Detroit que en los añ os
treinta promovió una agenda fascista para Estados Unidos, se hab ía
empeñ ado en individualizar y eliminar a los culpables de los problemas
de la sociedad; hoy, los populistas de derecha se las han agarrado con el
«establishment» y las «é lites».

En Europa, esto supone echar la culpa de todos los males a la UE. Hacer
frente a las causas complejas de los problemas econ ó micos y sociales de
la actualidad (por ejemplo, el peso del privilegio hereditario y la
inmovilidad social en el RU y Francia) es dif ícil; mucho má s fá cil es
acusar a la UE y pintarla como un monstruo malvado.

Ademá s de la bú squeda de culpables, la ideología populista apela sobre


todo a la nostalgia . La conmoció n que hoy se vive en Europa recuerda el
repudio de Edmund Burke en 1790 a la Revoluci ó n Francesa como
producto de una fe errada en ideas que desafiaron el apego del pueblo a
la historia y la tradició n.

Para los partidarios del Brexit en el RU, el mundo sin fronteras,


representado por la UE con su compromiso con la globalizaci ó n, está
destruyendo a la nació n-estado, que protegía mejor sus intereses. En la
campañ a del referendo, hablaban de un pasado  en que los empleos
duraban toda la vida, uno conocía a sus vecinos y la seguridad estaba
garantizada. Que ese pasado haya existido o no les pareci ó irrelevante.

La ú ltima vez que las democracias europeas fueron capturadas por


movimientos políticos radicales, en los añ os treinta, la base de apoyo
principal de los demagogos fue la vieja clase media baja, cuyos
miembros temían quedar desposeídos y arrojados a la pobreza por
fuerzas econó micas descontroladas. Tras la larga crisis del euro y las
penosas medidas de austeridad que siguieron, los populistas actuales
han podido apelar a miedos similares, sobre todo (como la otra vez) los
de trabajadores de mayor edad y otros grupos vulnerables.

Pero Europa no es el ú nico lugar expuesto al embate populista. Estados


Unidos, donde Donald Trump logró la nominació n por el Partido
Republicano como candidato para la presidencia, tambi é n corre serio
riesgo. Trump presenta una imagen sombr ía de la vida en los Estados
Unidos de hoy, y culpa a la globalizació n (en concreto, a la inmigració n),
y a los líderes del «establishment» que la promovieron, por las penurias
del trabajador estadounidense ordinario. Su consigna, «hacer a Estados
Unidos grande otra vez», es una exhibició n cabal de pseudonostalgia
populista.

Ademá s, así como los partidarios del Brexit quieren retirarse de Europa,
Trump quiere retirar a Estados Unidos de diversos organismos
internacionales  de los que forma parte, incluso esencial. Ha propuesto
prescindir de la OTAN, y declaró que los aliados de Estados Unidos
deberían pagar por la protecció n que les brinda. Tambié n lanzó
catilinarias contra el libre comercio y hasta contra las Naciones Unidas.

Como en otras partes, el proteccionismo y narcisismo nacional de Trump


se basan en los temores de los afectados por las impersonales e
inescrutables fuerzas del «mercado». El giro al populismo constituye una
revuelta contra la ortodoxia intelectual personificada por é lites
profesionales cosmopolitas. En la campa ñ a por el Brexit, la palabra
«experto» se volvió un insulto .

No implica esto que el cuestionamiento al  establishment no tenga un


grado de razó n; elestablishment no siempre mantiene contacto con la
gente. A veces el populismo puede ser un  canal legítimo  para que
votantes disconformes expresen su malestar y pidan un cambio de
rumbo. Y en Europa, abundan motivos reales de disconformidad: la
austeridad, el alto desempleo juvenil, el d é ficit democrá tico de la UE y la
hipertrofia de la burocracia de Bruselas.

Pero en vez de concentrarse en hallar soluciones reales, los populistas


de hoy suelen apelar a los instintos má s bajos de los votantes. En
muchos casos, anteponen los sentimientos a los hechos, atizan el miedo
y el odio, y se apoyan en consignas nativistas. Y en realidad, les interesa
menos abordar los problemas econó micos que usarlos para obtener
apoyo para una agenda que implica retrotraer la apertura social y
cultural.

Esto se ve ante todo en el debate sobre las migraciones. En Estados


Unidos, Trump obtuvo apoyo con sus propuestas de impedir la entrada
de musulmanes a Estados Unidos y erigir un muro para detener a los que
cruzan la frontera desde Mé xico. En Europa, los líderes populistas
aprovecharon el ingreso de refugiados que huyen de las guerras en
Medio Oriente para convencer a la gente de que las pol íticas impuestas
por la UE no só lo amenazan la seguridad de los europeos, sino tambi é n
su cultura.
El hecho de que casi todas las regiones brit á nicas que votaron por el
Brexit habían recibido cuantiosos subsidios de la UE abona esta
interpretació n. Lo mismo dicen las circunstancias en Alemania. A pesar
de que la llegada el añ o pasado de un milló n de inmigrantes, en su
mayoría musulmanes, no perjudicó a la economía (que mantiene el pleno
empleo), muchos rechazan la idea que tiene la canciller Angela Merkel
de una nueva Alemania má s multicultural.

En pocas palabras: para muchos europeos, los inmigrantes no son tanto


una amenaza a sus medios de vida cuanto un desafío a sus identidades
nacionales y tribales . Líderes populistas como Nigel Farage, del Partido
de la Independencia del RU, no dudaron en explotar esta angustia
cultural, y llevaron a los britá nicos a votar, en ú ltima instancia, contra
sus propios intereses.

Sin embargo, el malestar que populistas como Farage y Trump


manipulan es real. Para preservar los principios de apertura y
democracia de los que depende la continuidad del progreso social y
econó mico, es preciso entenderlo y resolverlo. De lo contrario, los
populistas seguirá n ganando apoyo, con consecuencias potencialmente
graves, como muestra la debacle del Brexit.

Felizmente, la historia tambié n enseñ a que el ascenso populista es


evitable. En los añ os treinta, mientras Europa caía en manos de tiranos o
de líderes democrá ticos banales, el New Deal del presidente Franklin
Roosevelt en Estados Unidos derrotó a los Coughlin y otros populistas
similares. Precisamente eso salvará a la Europa de hoy: un nuevo pacto
que corrija el creciente dé ficit democrá tico de la UE y ponga fin a las
contraproducentes políticas de austeridad.

Fuente: Project Syndicate

Traducció n: Esteban Flamini

Ernesto Laclau: "El populismo garantiza la democracia"

El reconocido especialista en filosofía política habla de su libro  La


razón populista, en el que propone una provocativa vuelta de tuerca
al rescatar de la marginalidad ese fenómeno clave de la historia
latinoamericana

Carolina Arenes

LA NACION
DOMINGO 10 DE JULIO DE 2005

Habitualmente, cuando se habla de populismo se hace referencia a un


tipo de gobierno asistencialista, demag ó gico, de inspiració n nacional,
que gasta má s de lo que tiene y que pasa por sobre las instituciones y la
ley amparado en la fuerza que le da el apoyo de esa entidad
supraindividual llamada pueblo. Sin embargo, Ernesto Laclau, doctor en
Historia dedicado a la filosofía política, ha propuesto con su libro La
razó n populista una provocativa vuelta de tuerca sobre el fen ó meno del
populismo, al proponer "rescatarlo de su lugar marginal dentro de las
ciencias sociales" y pensarlo no como una forma degradada de la
democracia sino como un tipo de gobierno que permite ampliar las bases
democrá ticas de la sociedad. "El populismo -dice Laclau- no tiene un
contenido específico, es una forma de pensar las identidades sociales, un
modo de articular demandas dispersas, una manera de construir lo
político."

Doctorado en Oxford, adonde llegó con el padrinazgo de Eric Hobsbawn


hace casi 30 añ os, Laclau está en el país para participar en el seminario
Psicoaná lisis y Ciencias Sociales, organizado por Flacso. En di á logo con
LA NACION relativizó el supuesto componente antidemocrá tico del
gobierno de Hugo Chá vez, manifestó su optimismo respecto de la
situació n de nuestro país y explicó la tesis central de su libro: "Cuando
las masas populares que habían estado excluidas se incorporan a la
arena política, aparecen formas de liderazgo que no son ortodoxas desde
el punto de vista liberal democr á tico, como el populismo. Pero el
populismo, lejos de ser un obstá culo, garantiza la democracia, evitando
que é sta se convierta en mera administració n".

-¿Por qué cree que se ha generalizado lo que Ud. define como una
concepció n peyorativa del populismo?

-La crítica clá sica al populismo está muy ligada a una concepció n
tecnocrá tica del poder segú n la cual só lo los expertos deben determinar
las fó rmulas que van a organizar la vida de la comunidad. Pongamos el
ejemplo de Venezuela. Allí hay masas políticas vírgenes que nunca
habían participado en el sistema pol ítico excepto a travé s de formas de
extorsió n de cará cter clientelístico. Entonces, en el momento en que
esas masas se lanzan a la arena histó rica, lo hacen a travé s de la
identificació n con cierto líder, y é se es un liderazgo democrá tico porque,
sin esa forma de identificació n con el líder, esas masas no estarían
participando dentro del sistema político y el sistema político estaría en
manos de elites que reemplazar ían la voluntad popular.
-Cuando habla de mayor democratizaci ó n se refiere a la inclusió n de las
masas populares en la política. Pero, en general, los reclamos por las
actitudes antidemocrá ticas de Chá vez, y en algunas ocasiones tambié n
de Kirchner, aluden a la dificultad para tolerar el pluralismo, a la
manipulació n del Congreso, a los difíciles vínculos con la oposició n...

-En primer lugar, liberalismo y democracia no son t é rminos que tiendan


naturalmente a coincidir. Fue necesario todo el largo y complejo proceso
de las revoluciones y reacciones del siglo XIX para alcanzar un equilibrio
en ciertas formas que pasaron a ser llamadas liberal democr á ticas, como
formas má s o menos estables. Pero esa integraci ó n nunca se logró en la
historia latinoamericana. Nosotros ten íamos un liberalismo oligá rquico
que respetaba las formas liberales pero ten ía una base clientelística que
impedía toda expresió n a las aspiraciones democrá ticas de las masas.
Por eso, cuando las aspiraciones democrá ticas de las masas empiezan a
presentarse en los añ os 30, 40, 50, muchas veces se expresan a trav é s de
formas políticas que fueron estrictamente antiliberales, como el
varguismo y el Estado Novo, como el peronismo, reg ímenes formalmente
antiliberales y que, sin embargo, fueron profundamente democr á ticos
porque dieron cabida a una serie de aspiraciones de las masas.

-¿En qué medida hoy las condiciones son distintas?

-En los ú ltimos 20 añ os, por primera vez en la historia latinoamericana,


las aspiraciones nacionales y populares de las masas logran coincidir
con la afirmació n de los derechos humanos, la divisió n de poderes, el
pluralismo político.

-¿Có mo se combinan estas dos perspectivas?

-Las dos tienen que estar presentes si queremos tener algo que se pueda
llamar una sociedad democrá tica. Frente a la concepció n tecnocrá tica
del poder está la noció n de la política como antagonismo, es decir, la
emergencia de demandas sociales que se plantean a un cierto sistema.
Esas demandas sociales constituyen un pueblo y el pueblo se constituye
siempre en su oposició n al poder. En la Argentina, por ejemplo, hemos
tenido, despué s de la crisis del 2001, una enorme expansió n horizontal
de la protesta social y una escasa capacidad del sistema para absorber
esas demandas en un sistema vertical institucional estable. De alguna
manera, me parece que el actual gobierno est á tratando de poner juntas
las dos dimensiones, la vertical y la horizontal, y de esa manera crear un
sistema ampliado de cará cter má s democrá tico.

-¿En qué consiste esa ampliació n democrá tica?


-En el campo social hay grupos corporativos muy atrincherados, grupos
econó micos, empresarios, tambié n grupos sindicales, muy fuertes. Pero
hay sectores de la població n que tienen un grado de integració n y de
identidad corporativa mucho menos consolidada, sectores marginales.
Cuando esto ocurre, es necesario que la funci ó n de los líderes políticos
no sea simplemente expresar intereses que ya est á n constituidos, sino
ayudar a la constitució n de esos otros intereses que han estado
marginados.

-¿Como los que representa el movimiento piquetero?

-Sí, por ejemplo. En el sistema pol ítico argentino hay dos tipos de fuerza
que son profundamente negativas. Una es la que dice que a los
piqueteros hay que reprimirlos, porque eso s ó lo llevaría a ahogar las
manifestaciones sin darles solució n, y por el otro lado, el piqueterismo
duro, que tambié n es una forma de la no política, porque no propone
ninguna forma de canalizació n a travé s del marco institucional
existente. Siempre va a haber cierta tensió n entre la protesta social y su
integració n en las instituciones. Pero esa tensió n es exactamente lo que
llamamos democracia.

-Ud. llega en un momento de extrema dureza en la interna peronista.


¿Cree que esto podría afectar la gobernabilidad?

-No, la Argentina ha mostrado en los ú ltimos dos añ os una capacidad de


gobernabilidad excepcional. Hemos superado una crisis econ ó mica de
primera magnitud, adoptamos una actitud cr ítica frente al FMI que ha
producido una serie de efectos positivos, tenemos un sistema econ ó mico
en buena medida controlado. Por otra parte, hay alternativas pol íticas
distintas que pueden presentarse a travé s de la redefinició n dentro de
las formaciones políticas existentes, como la de la interna del
justicialismo.

-¿Son verdaderas alternativas políticas? ¿No son disputas por intereses


personales y espacios de poder?

-Puede ser, pero a travé s de esos intereses se van expresando algunas


otras tendencias má s generales. Siempre la política, así, en su minucia
cotidiana, tiene esas características a las que Ud. se refiere. Pero las
disputas que se dan hoy en día en Francia dentro del movimiento
gaullista o dentro del partido socialista no son demasiado diferentes de
las que se dan dentro del justicialismo. Y sin embargo, nadie habla de
una crisis de gobernabilidad. Yo no veo en estas circunstancias que esa
lucha de intereses degenere en camarillas de tipo clientel ístico de tipo
totalmente apolíticas.
-Condoleezza Rice se refirió al riesgo del populismo en Amé rica latina y
lo relacionó con un nuevo eje del mal. ¿Có mo ve el mapa político de
Amé rcia latina?

-Bueno, en primer lugar, el mapa que los EE.UU. hacen de Am é rica tiene
que ver con el mapamundi global que est á tratando de establecer la
política de Bush, tratar de crear una frontera é tico-política que divida al
conjunto de la humanidad entre el terrorismo y el no terrorismo cuando,
por otra parte, el terrorismo es definidio en forma tal que nunca son
claros los actores que entran dentro del campo del terrorismo. Por otro
lado, a nivel internacional, la tendencia de toda esta orientaci ó n de
derecha es crear un mundo unipolar y eso es lo peor que podr ía pasar
para las posibilidades democrá ticas de países como los nuestros. Si la
Comunidad Europea se transformara en un interlocultor pol ítico cada
vez má s activo, si China empezara a participar tambi é n en el cuadro de
opciones internacionales, entonces realidades como las del Mercosur
podrían empezar a jugar estraté gicamente. Esta va a ser la gran apuesta
de los pró ximos añ os en política internacional.

-¿Ud.es optimista respecto a la situació n argentina hoy?

-Soy bastante optimista, sí.

-¿En qué sostiene ese optimismo y en qué mantiene cierta reserva?

-Si se deteriora mucho la situació n econó mica, el precario equilibrio


político que se ha creado hasta ahora, que ha permitido cierta
democratizació n de las luchas sociales, puede verse afectado. Tambi é n
podría ocurrir que, finalmente, las tendencias m á s tradicionales de la
partidocracia, el duhaldismo y demá s consigan bloquear la tentativa de
crear una apertura democrá tica. Pero soy optimista porque yo creo que,
desde el punto de vista de sus expectativas democr á ticas, la Argentina
está viviendo su mejor momento desde los ú ltimos 40 o 50 añ os.

-Sin embargo, desde de la crisis de 2001, ante la perplejidad de no haber


sido aquel país que prometíamos ser en el Centenario, suele haber
coincidencia en que, si hubo una é poca dorada en la historia argentina,
é sa fue la Argentina del granero del mundo en contraposici ó n a é sta a la
que se juzga en decadencia.

-Es que en esa reinvindicació n no se atiende al funcionamiento del


sistema democrá tico en sí. Antes del 30, el funcionamiento de la pol ítica
argentina era muy poco democrá tico. Había, en primer lugar, un nivel
bá sico que era el nivel de los punteros, que manipulaban votos a cambio
de favores. Por encima de ellos estaban los caudillos y, por encima, los
diputados y senadores que negociaban con ellos. A trav é s del desarrollo
econó mico, las demandas tendían a ser absorbidas institucionalmente
por este sistema clientelístico. Pero cuando el sistema, a partir de la
crisis del 30, empieza a restringirse, las demandas ya no pueden ser
absorbidas por los canales tradicionales y se empieza a crear una
situació n prepopulista, es decir, una acumulaci ó n de demandas
insatisfechas y un sistema que no responde a estas demandas. Hasta que
aparece alguien que empieza a convocar por fuera del sistema
institucional a estas masas vírgenes que estaban con las raíces a la
intemperie, y allí se empieza a producir un nuevo tipo de movilizaci ó n
que culmina con la emergencia del peronismo. A partir de all í ya no se
necesitaba del caudillo para tener una cama en el hospital, porque
estaba el hospital sindical.

-Bueno, los punteros no han desaparecido.

-No, si uno va al Congreso ve có mo continú an operando, pero no tienen


el dominio total que tuvieron en la pol ítica tradicional.

-Y la negociació n de favores tambié n sobrevive.

-Sí, claro. ¿Y qué es si no el duhaldismo? Ahora lo hace de una forma m á s


institucional, es má s un clientelismo de tipo burocrá tico.

-Su libro puede leerse como un elogio del populismo y, en esa l ínea,
como una defensa del peronismo.

-Yo creo que el peronismo representó un enorme desarrollo en la


participació n de las masas en el sistema pol ítico. Tal vez no fue de las
mejores. Uno se imagina que podr ía haber tenido formas má s
democrá ticas, pero fue la que histó ricamente resultó posible. De modo
que yo creo que cualquier elaboració n de una política má s progresista
tiene que partir de ese punto hist ó rico, porque el cauce histó rico que
abrió el 45 es un dato absolutamente primordial y definitivamente
positivo de la historia argentina. El r é gimen oligá rquico que existía
antes, basado en el fraude, no me parece mejor.

El perfil

En Inglaterra

Ernesto Laclau tiene 70 añ os y está radicado en Inglaterra desde hace


casi cuatro dé cadas. Es profesor de Teoría Política y director del
doctorado en Ideología y Aná lisis del Discurso de la Universidad de
Essex.

Numerosos ensayos
Es autor de Nuevas reflexiones sobre la revoluci ó n de nuestro tiempo,
Emancipació n y diferencia, Contingencia, hegemon ía, universalidad (con
Judith Butler y Slavoj Žižek) y Hegemonía y estrategia socialista
(escrito con Chantal Mouffe), entre otros ensayos.

La difusión transnacional del populismo

Fecha de publicación:

04/2017

Autor:

John Slocum, investigador visitante, CIDOB

¿Có mo explicamos el resurgimiento del populismo en un pa ís tras otro?


¿Tal vez en té rminos de condiciones estructurales comunes o de difusi ó n
pasiva de ideas a travé s de los contextos? ¿O una explicació n adecuada
requiere considerar el papel de los emprendedores pol íticos
transnacionales involucrados en el «negocio de la
importació n/exportació n» ideoló gico? Los analistas tienden cada vez
má s a hablar de una «internacional populista». Aceptar esta idea supone
la existencia de una red transnacional que trabaja, de forma abierta o
secreta, para promover activamente el porvenir electoral de los partidos
populistas en má s de un país.  

Hasta hace poco, esto habría parecido muy improbable. Las


sensibilidades analíticas estaban condicionadas por el aumento y la
propagació n de las ideologías «gruesas», que incluían especialmente al
socialismo en sus variantes socialdem ó cratas y comunistas, cuya
difusió n internacional fue propiciada por la organizaci ó n activa y la
propaganda. En cambio, el populismo ha sido considerado nacionalista
má s que internacionalista, una tá ctica dentro de un país para movilizar a
los votantes contra las é lites en nombre del pueblo. De hecho, el
populismo de derechas ha sido expl ícitamente antiinternacionalista. No
tanto el populismo de izquierdas, en la medida en que se inspira en
símbolos de inspiració n socialista de solidaridad internacional.   

Estudios sobre el «contagio» populista tienden a examinar la propensi ó n


de las té cnicas y los mensajes populistas a difundirse de un partido a
otro dentro de un determinado contexto nacional. As í, algunos analistas
siguen aú n descartando la idea del contagio populista transnacional,
señ alando en cambio la debilidad, la corrupci ó n o el agotamiento
ideoló gico de los partidos políticos tradicionales mayoritarios como
explicaciones primordiales y quizá s suficientes del aumento del
populismo dentro de un país determinado. Sin embargo, en el contexto
euroatlá ntico actual, parece poco plausible afirmar que la simultaneidad
de los fenó menos Brexit, Trump, Le Pen y Wilders es pura coincidencia.
Si bien la retó rica del populismo derechista sigue siendo
antiinternacionalista, sus tá cticas incluyen cada vez má s elementos
internacionales.  

Varios factores estructurales comunes y coyunturas compartidas ayudan


a explicar el aumento del populismo en el siglo xxi. En el á mbito de la
economía política, dé cadas de una tendencia a la financiarizaci ó n
neoliberal y a la liberalizació n del comercio han provocado que los
salarios reales se estancaran en gran parte del mundo desarrollado.
Como señ ala Diego Muro en el capítulo introductorio de este volumen, la
Gran Recesió n marcó un momento clave en la ulterior politizaci ó n de
estas tendencias estructurales a má s largo plazo. La opinió n pú blica
nacional, partidaria de hacer «pagar el precio» de la crisis a los
culpables, se indignó al ver que apenas se impusieran sanciones legales
a los ejecutivos financieros. Por su parte, los partidos pol íticos
tradicionales fueron sobradamente castigados por su corrupci ó n, por
haber favorecido las condiciones que llevaron a la crisis y por su
complicidad al proteger a los banqueros de las graves consecuencias de
dicha crisis. Estos resentimientos se han manifestado en los
llamamientos y los movimientos populistas tanto a la izquierda como a
la derecha. Los viejos sistemas de partidos que han funcionado durante
dé cadas se está n desmoronando. En toda la Unió n Europea, la imagen de
los buró cratas de Bruselas que toman decisiones legales sin tener que
rendir cuentas  aporta objetivos adicionales para el resentimiento
político populista.  

Los recientes avances tecnoló gicos tambié n han ayudado a sentar las
bases para la aparició n y la propagació n del populismo. Los medios
sociales permiten que los mensajes y los mensajeros se salten a los
guardianes del periodismo tradicional. Adem á s, refuerzan el
establecimiento de «burbujas» de informaci ó n mutuamente aisladas y
relativamente independientes, delimitadas por visiones del mundo
ampliamente divergentes y por sospechas mutuas con respecto a la
veracidad de la informació n que circula en la burbuja de sus opositores
políticos.  

La creciente importancia política de los migrantes y de los refugiados


tambié n ha desempeñ ado un papel clave. La é poca actual se caracteriza
a menudo por el aumento de la migració n masiva, incluso si las
estadísticas existentes muestran una realidad mucho m á s matizada. Los
inmigrantes han sido histó ricamente un blanco fá cil como chivo
expiatorio de los populistas, pero ha sido el flujo de refugiados de Siria,
en medio de un temor generalizado al terrorismo, el que ha colocado la
migració n en el primer lugar de la agenda pol ítica en Europa. Los
mensajes antinmigrantes son el nú cleo de casi todos los movimientos y
partidos populistas de derechas contemporá neos. En su forma má s
extrema, los migrantes son retratados como la vanguardia de luchas
raciales, religiosas y de civilizació n apocalípticas. A pesar de que el
resto del espectro político puede rechazar tales opiniones, su influencia
en el debate ha empujado a otros partidos m á s centristas en la direcció n
de las plataformas antinmigrantes.  

Parece del todo plausible que el populismo se propague en parte por


efectos mimé ticos (con representantes políticos de un país aprendiendo
del é xito de los llamamientos populistas en otro). Aunque tambi é n
parece cada vez má s claro que el populismo está siendo exportado de
forma intencionada; o, má s exactamente, que ciertos actores intentan
impulsar la fortuna electoral de los partidos populistas de otros pa íses.
Un ejemplo de ello es la expansió n internacional de la Breitbart News
Network, la compañ ía de medios de comunicació n de la «derecha
alternativa» (alt-right) antes dirigida por el actual asesor de la Casa
Blanca, Steve Bannon. A principios del 2017, Breitbart ha a ñ adido
servicios franceses y alemanes a sus sitios web de Estados Unidos y
Reino Unido. Este y otros medios de comunicaci ó n parecen tener la
intenció n de cosechar beneficios publicitarios y una mayor exposici ó n
mediante la promoció n y la ampliació n de su mensaje antiglobalista y
antié lite a travé s de las fronteras.  

Los líderes de los partidos políticos de derecha de Europa han


fortalecido los lazos entre sí. Los miembros del Parlamento Europeo
pertenecientes a partidos de extrema derecha –como el Frente Nacional
(FN) de Francia, la Alternativa para Alemania (AfD) y el Partido por la
Libertad (PVV) de Holanda– se han unido en un nuevo grupo
parlamentario, la «Europa de las Naciones y de la Libertad» (ENL),
mediante el cual los líderes de los distintos partidos se han
comprometido a respaldar los esfuerzos electorales de los dem á s (sobre
todo en la conferencia de la ENL de enero de 2017 en Coblenza,
Alemania).  

En cuanto a la propagació n activa del populismo de derechas, ningú n


fenó meno destaca má s claramente que el apoyo ruso a los partidos de
derecha en Europa. El presidente Putin ha presentado cada vez m á s a
Rusia como un poder antiliberal, antiglobalizaci ó n, como defensora
internacional de los valores sociales conservadores. Rusia ha apoyado
activamente a los partidos populistas de derecha en Europa (incluida la
financiació n directa del Frente Nacional de Francia), y el partido ruso
pro-Putin Rodina organizó en marzo de 2015 una reunió n de partidos de
derecha europeos. Los hackers de origen ruso han sembrado
activamente «noticias falsas» en los medios de comunicaci ó n europeos;
historias que tratan de exagerar la presunta amenaza de los inmigrantes
(hasta el punto de relatar incluso violaciones supuestamente cometidas
por refugiados, que nunca tuvieron lugar). Estas historias, a veces de
origen muy incierto, se amplifican gracias a los esfuerzos de Breitbart y
de otros medios de comunicació n de la derecha alternativa menos
conocidos, pero localmente influyentes.   

El Brexit y la elecció n de Donald Trump fueron bien recibidos por los


líderes populistas europeos (en el caso de Trump, incluso con euforia).
Estas victorias electorales de 2016 dieron alas a los pol íticos populistas
de cara a las elecciones de 2017. De hecho, esas se ñ ales funcionan en
ambos sentidos. Por lo tanto, tal vez no sea sorprendente que la reacci ó n
antipopulista juegue un papel en la pol ítica europea. El efecto Brexit-
Trump en sí mismo puede presentarse fá cilmente como advertencia o
como estímulo para otros partidos populistas. En la segunda ronda de
las elecciones presidenciales de Austria, realizada a principios de
diciembre de 2016, la entonces reciente victoria de Trump contribuy ó
casi sin duda a la derrota del candidato del Partido de la Libertad,
Norbert Hofer. De forma similar, el esfuerzo de demostraci ó n de la
victoria populista contribuyó claramente al estancamiento del apoyo a
Gert Wilders en el periodo previo a las elecciones holandesas, as í como a
la consolidació n del sentimiento anti-Le Pen en torno al candidato
presidencial centrista Emmanuel Macron en Francia.   

Al igual que el populismo es promovido activamente a trav é s de las


fronteras, los pró ximos meses y añ os pueden ser testigo de los esfuerzos
transnacionales coordinados para hacerlo retroceder –o al menos para
contrarrestar lo que el primer ministro holand é s, Mark Rutte, llama «el
tipo de populismo equivocado»–.

Potrebbero piacerti anche