Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
¿Por qué los ciudadanos salen a la calle y no acuden a lar urnas electorales para
expresar su descontento con las políticas del gobierno, tanto bajo regímenes
democráticos como con otros autoritarios? ¿Porqué los mismos coléricos
trabajadores algunas veces apoyan movimientos revolucionarios mientras que otras
expresan su cólera mediante la haraganería, las huelgas y los rituales? ¿Por qué
algunos campesinos se conforman con las condiciones rurales que les desagradan
mientras que otros no lo hacen? Es más: ¿por qué hay tipos de protesta
semejantes que producen resultados diferentes en distintos países? Ni los
paradigmas de los tipos de régimen de las ciencias políticas ni las teorías de los
movimientos sociales que se centran sólo en las quejas, la organización y el
liderazgo de los grupos desafiantes, explican con claridad las condiciones que
inducen a la gente común a resistirse y a protestas contra la explotación, la
degradación y la pobreza, la variedad de maneras en las que expresan su
descontento con su suerte, y los resultados de su desafío.
Si bien esta colección incluye estudios sobre los grupos que se han
dedicado a actividades de protesta en los decenios recientes, no incluye ni todo el
universo de grupos y movimientos ni una muestra representativa de los mismos. El
propósito del libro es el de descubrir patrones comunes en movimientos que tienen
bases sociales y metas diferentes, movimientos en contextos sociopolíticos distintos
y el desafío que se expresa de manera diversa. Nuestro conocimiento de América
Latina es lastimosamente inadecuado y se centra principalmente en las
preocupaciones y perspectivas de la élite. En consecuencia, sabemos mucho más
sobre las estructuras estatales, los partidos políticos y los grupos “populares”. Por
lo general, sólo cuando se desafía a los intereses de Estados Unidos y a la
hegemonía de la clase dominante, como ocurrió en América Central en el decenio
de 1980, es cuando se centra la atención en los grupos subordinados.
Los lentes analíticos a través de los cuales los autores que han colaborado
en este libro ven los movimientos de protesta y de resistencia son algo eclécticos.
La diversidad refleja los sesgos teóricos y metodológicos de los autores y de sus
disciplinas, que incluyen la sociología, las ciencias políticas, la antropología y la
historia. Pero, independientemente de sus diferencias, los autores comparten una
perspectiva histórico-estructural. Estos autores muestran que la ideología, los
valores, las tradiciones y los rituales son importantes, y atribuyen la importancia de
la cultura a la dinámica de grupo, de organización y de comunidad y a otras
características de la estructura social. Los autores nos muestran que el patrón de
desafío depende de las circunstancias históricas.
Los estudios de caso en este libro muestran que las relaciones económicas,
especialmente las relaciones económicas cambiantes, son la causa principal de
protesta y de presión a favor de un cambio. Sin embargo, se mostrará que los
medios escogidos para protestas dependerán de los factores del contexto: de los
lazos entre clases, institucionales y culturales; de las estructuras del estado; y de
opciones reales, o, por lo menos, así percibidas, como salida en lugar de rebelarse.
Los análisis demuestran también que la política y la religión, así como las
preocupaciones basadas en la raza, la etnia y el género, independientemente de las
fuerzas económicas o en combinación con ellas, pueden ser fuentes de descontento
que incitan al desafío.
Los estudios que reúne este libro señalan las características específicas de
la estructura social, que condicionan las formas en que los grupos subordinados
abordan su suerte, y también las respuestas de la élite. Los autores muestran que
el patrón de desafío es modelado por características estructurales,
independientemente de los atributos psicológicos y de ira que puedan haber
predispuesto a la gente a protestar. Los autores señalan también el impacto del
desafío en las respuestas de las élites y en las condiciones macropolíticas y
macroeconómicas, que no siempre se pueden deducir de los factores que inducen a
los individuos a desafiar el statu quo. Es posible que los rebeldes se encuentren con
consecuencias que no habían previsto. Por consiguiente, los análisis muestran que
los rasgos de la estructura social deben formar parte, teórica y empíricamente, de
cualquier comprensión cabal de la protesta y de la resistencia.
Los capítulos restantes ilustran las propuestas establecidas en este ensayo inicial y,
en realidad, ofrecen algo del material en cuestión para algunas de las propuestas
que presento. Puesto que el número de estudios es pequeño y que no han sido
escogidos al azar, no pueden probar, por sí mismos, una teoría domiannte de las
causas y las consecuencias de la protesta y la resistencia. Sin embargo, los análisis
son interesantes por derecho propio y nos ayudan a comprender tanto la manera
en que los quejosos intentan aliviar su suerte como lo diverso del éxito que
obtienen.
Precisamente debido a que las causas y las consecuencias del desafío son
complejas (aunque siguen un patrón), este libro tiene objetidos modestos. Ninguna
teoría puede explicar y predecir adecuadaamente la gama completa de maneras en
las que los grupos en la soicedad civil expresan su cólera y los efectos que tiene el
desafío. Sin embargo, una comprensión mejor de los factores que enmarcan los
movimientos de desafío y el estudio detallado de protestas específicas pueden
contribuir a establecer "teorías de mediana alcance", para decirlo con las palabras
de Merton (1961).
A pesar del nivel de detalle en los ensayos, este libro también será de
interés para queienes no se especializan en el tema. Aparte de la importancia
histórica de los movimientos que los autores describen, el conocimiento de las
experiencias latinoamericanas puede contribuir a una comprensión mejor de las
características universales e históricamente específicas de los movimientos de
protesta. Gran parte la literatura estadounidense sobre movimientos sociales tiende
a hacer generalizaciones partiendo de la experiencia de Estados Unidos. Por
consiguiente, los estudios que teúne este volumen pueden ayudarnos de manera
indirecta a comprender mejor las características históricas y de contexto que
pautan los movimientos en el mundo industrial, a la vez que nos ilustran de manera
directa sobre los movimientos en América Latina.
LAS FORMAS VARIADAS DE PROTESTA
James Scott (1986) sostiene correctamente y con justa percepción que los
campesinos se dedican con frecuencia a formas de resistencia cotidiana como la
haraganería, el incumplimiento pasivo, el engaño, los hurtos, la calumnia, el
sabotaje y el incendio premeditado que están muy cerca del desafío colectivo
declarado. Hay razones para creer que otros grupos económicamente subordinados
pueden resistirse a las condciiones impuestas por los grupos dominantes de
maneras muy semejantes, dependiendo de las circunstancias. Para la gente que
está en posiciones estructuralmente desventajosas, estas "formas de resistencia
cotidiana" pueden lograr más, tanto a corto como a largo plazo, que las protestas
públicamente organizadas; esto es especialmente probable cuando los riesgos de
represión son grandes. Su desafío puede requerir poca o ninguna coordinación y es
posible que no desafío de manera directa al dominio y las normas de la élite. Si
bien estas formas de desafío raras veces provocan un cambio importante, pueden,
en ocasiones socavar la legitimidad del gobierno y la productividad hasta el punto
en que las élites pol´tiicas y económicas sienten la necesidad de instituir reformas
importantes.
América Latina es, en mayor medida que Europa, un “museo vivo”. Allí han
aparecido nuevas formas de desafío, aunque persisten las viejas formas. De esta
manera, los ancestrales tipos de protesta, como los motines para obtener alimentos
y las apropiaciones de tierra rurales ahora se dan junto a las huelgas, las
manifestaciones y las reuniones de protesta. El repertorio latinoamericano es
todavía más amplio y está basado, sin duda, en la naturaleza más parcial de la
transformación industrial de la región, las oportunidades económicas limitadas que
conlleva el “desarrollo dependiente” y el poder más limitado de la nación sobre la
vida de la gente común. Desde el punto de vista económico, la industrialización de
América Latina produjo el proletariado. Sin embargo, en la mayor parte de los
países de la región, los obreros fabriles sólo representan una minoría de la fuerza
de trabajo, mientras que la mayoría de los trabajadores siguen en la agricultura o
son empleados, ya sea por cuenta propia o por pequeñas empresas parternalistas.
Marx nos da razones para creer que los trabajadores industriales serían
más desafiantes que los campesinos no porque sus condiciones de trabajo sean
peores, sino porque gran número de ellos sufre su miseria colectivamente. Desde
que los gobiernos latinoamericanos, después de la segunda guerra mundial,
fomentaron la industria, al principio para el consumo interno y más recientemente
para la exportación, la lógica de Marx nos llevaría a esperar que la lucha de clases
debería haberse intensificado a medida que las bases productivas de los países
cambiaban.
Hubo una razón más para creer que la industrialización en América Latina
avivaría la intranquilidad: los obreros fabriles en la región ganan poco en
comparación con sus equivalentes en los países muy industrializados. Sin embargo,
la respuesta de los obreros fabriles latinoamericanos a sus situaciones de trabajo
debe comprenderse en el contexto de sus respectivos países. Son un grupo
relativamente privilegiado. Figuran entre la minoría que gana, por lo menos, el
salario mínimo oficial yque tiene prestaciones de desempleo, salud y seguridad
social. Los trabajadores industriales han logrado ganar estas concesiones debido,
en parte, a que son comparativamente pocos, pero también a que su trabajo se ha
considerado fundamental para el avance económico de sus respectivos países y
porque, inicialmente, los partidarios de la industrialización buscaron el apoyo de los
obreros en su lucha por el control del estado en contra de las oligarquías ya
afianzadas. En esas circunstancias, los gobiernos y los patrones privados hicieron
concesiones al proletariado aunque con mucha frecuencia lo hicieron sólo en
respuesta a huelgas reales o potenciales.
Los patrones (en Cuba, el estado) son probablemente más sensibles a las
presiones “desde abajo” cuando los trabajadores, además de expresar de varias
formas su inconformidad, ejercen una resistencia que provoca la repentina
disminución de la productividad, o cuando no se dispone de fuentes alternativas de
manos de obra (debido a las regulaciones de la misma, a los requisitos de
capacitación o al pleno empleo), o cuando la represión para obligarlos a
conformarse es demasiado costosa política o económicamente. En cambio, cuando
los hurtos, la baja productividad y otras formas de resistencia callada persisten en
niveles establecidos desde hace tiempo, es probable que los patrones toleren los
costos en pro del aumento de sus utilidades o que traten de modificar las
condiciones de trabajo en pequeñas dosis para inducir a una mayor productividad.
Las quejas de los campesinos, sea cual fuera la forma en que se expresan,
varían según las relaciones de propiedad y de trabajo. Por esta razón, las
preocupaciones de los agricultores arrendatarios, los aparceros, los pequeños
terratenientes y los jornaleros difieren. Los jornaleros rurales están preocupados
por las condiciones de salario y de trabajo, los campesinos que tienen tierra, por los
precios de los productos que comercian y por los bienes y servicios que consumen,
y los agricultores que son arrendatarios de la tierra y los aparceros están
preocupados por las demandas sobre su trabajo (o sobre el producto de su
trabajo).
Las tensiones basadas en el mercado están destinadas a ser cada vez más
importantes en América Latina, ya que las relaciones, tanto de productores como
de consumidores, se mercantilizan cada vez más, y que el empleo independiente
orientado al mercado se expande. Simultáneamente, con el progreso del
capitalismo agrario e industrial, el empleo por cuenta propia ha aumentado tanto
en las ciudades como en el campo en gran parte de la región. La proletarización no
es la única consecuencia, y a menudo no es la consecuencia principal, de la
“profundización” del capitalismo. Y, tal como acabamos de observar, los dueños de
los “medios de producción” sufren directamente el impacto de las fuerzas del
mercado. En las regiones rurales, la concentración de la tierra y la agricultura con
gran intensidad de capital, combinadas con el crecimiento de la población, han
creado una fuerza de trabajo sin tierra. Algunos de los trabajadores sin tierra con
empleados como jornaleros en haciendas agrícolas, pero no la mayor parte. Para
minimizar el tamaño de la población sin tierra en las regiones que no son
adecuadas para una producción en gran escala de gran densidad de capital, los
gobiernos han institucionalizado los derechos a la pequeña tenencia de tierra. Los
gobiernos promulgaron reformas agrarias inicialmente sólo como respuesta a la
presión revolucionaria “desde abajo”. Sin embargo, después de la revolución
cubana, y en parte por presión de Estados Unidos, lo han hecho también para
evitar movimientos radicales.
Sin embargo, la proletarización “incompleta” de América Latina no es sólo
una consecuencia de la política estatal. Denota también la resistencia de los
campesinos a perder el control de sus trabajos. Estos, con frecuencia, optan por
dedicarse al comercio en pequeña escala que requiera un trabajo intenso y a la
producción de bienes de consumo menores, en lugar de trabajar por un salario. Si
bien de esta manera evitan el sometimiento directo a la explotación capitalista en
su marco de trabajo inmediato, permanecen en extremo vulnerables a las fuerzas
desfavorables y fluctuantes del mercado debido a su escaso poder dentro del
mismo.
Los residentes de los asentamientos urbanos de estos invasores, que cada vez son
más, fueron típicamente descritos en los decenios de 1960 y 1970 como
políticamente tranquilos, porque, por lo general, apoyan a los gobiernos en
funciones y raras veces a partidos de izquierda (excepto allí donde, como en Chile
con Salvador Allende, la izquierda estaba en el poder y organizaba las invasiones de
terrenos). Pero la política radical no es la única ni la más frecuente expresión de
desafío. El apoyo electoral que brindan los invasores de terrenos a los principales
partidos, no debe oscurecer el hecho de que tales apropiaciones ilícitas son una
expresión de desafío de los consumidores: una forma de protesta por el alto costo y
la baja oferta de viviendas en el mercado habitacional formal. Los aspirantes a
propietarios de una vivienda han colocado demandas de propiedad en desafío al
mercado, cuyos precios por un techo van más allá de sus posibilidades.
Aunque las injusticias arraigadas en las relaciones de clase y de mercado son las
fuentes principales del conflicto contemporáneo en América Latina, en ocasiones la
etnia y la raza han sido bases independientes de movilización en pro del cambio. Si
bien la mayor parte de los movimientos de protesta raciales y étnicos están
basados en quejas económicas, deberían considerar analíticamente distintos cuando
entrañan sólo segmentos racial o étnicamente definidos de las clases
socioeconómicas y cuando se centran en cuestiones étnicas y raciales y no mera o
necesariamente en cuestiones de clase.
En América Latina la raza y la etnia tienden a definirse en términos sociales
y culturales, no en términos biológicos. Por consiguiente, muchos han supuesto que
la importancia de la raza y de la etnia desaparecería en cuando los indios y los
negros aprendieran el español el portugués, vistieran ropas de estilo occidental, se
trasladaran a las ciudades y tuvieran empleos en el sector moderno. Sin embargo,
incluso cuando tal asimilación cultural y tal integración social han ocurrido, los
latinoamericanos se han movilizado según líneas étnicas y raciales y han ejercido
presión para tener derechos étnicos y raciales. Esto ha ocurrido en gran medida
cuando gente con distintas identidades culturales y distintos rasgos físicos también
fue socialmente segregada (de hecho, que no de derecho en América Latina),
cuando sufrieron privaciones como grupo y cuando los controles sociales
establecidos se derrumbaron. Sin embargo, los cambios en la posición absoluta o
relativa de los grupos étnicos por escasas posiciones privilegiadas son los que
impulsa a estos movimientos y no la privación per se. Por ejemplo, en las tierras
altas y pobres de Bolivia, durante el decenio de 1980, los campesinos que lucharon
violentamente al terminar el siglo por intereses de clase –por la devolución de las
tierras comunales que les habían quitado- ejercieron presión por los derechos de
los aimará (incluso mediante sus propios partidos políticos). El movimiento de base
étnica ganó impulso porque varios factores concomitantes (con inclusión de otro
tipo de factores de contexto que conforman el desafío, como adelante
mostraremos): los campesinos de la región sufrieron un deterioro de su situación
económica, y la migración se convirtió en una opción menos viable debido a una
severa recesión económica nacional; una apertura democrática, bajo el gobierno de
Siles Zuazo, hizo posibles las movilizaciones de grupos en la sociedad civil; los
miembros de la inteliguentsia urbana apoyaron el movimiento, y un dirigente
carismático que había quedado inválido en luchas anteriores con un gobierno militar
hizo un llamado a la herencia étnica de los campesinos de la región. En Guatemala,
la tensión con base racial entre indios y ladinos se ha hecho más patente en las
últimas décadas, y ha unificado a los grupos indios anteriormente divididos y
separados; esta tensión aumentó cuando la producción orientada al mercado
socavó las relaciones rurales existentes. En Brasil, a su vez, los negros se
movilizaron en contra del dominio racial, cultural y social en el decenio de 1970, a
pesar de (y, en parte, debido a) las afirmaciones de la sociedad de ser una
democracia racial; sus movilizaciones aumentaron al mismo tiempo que la
oposición al gobierno militar cobraba impulso.
En América Latina, la Iglesia católica ha sido uno de los pilares del orden
establecido durante siglos. Ya no es siempre así. Desde el decenio de 1960 las
comunidades eclesiales de base (CEB) POPULARES, INSPIRADAS POR LA
“TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN”, BASADA EN EL Concilio vaticano II, han
alimentado el desafío, han contribuido a una deslegitimación de las estructuras y de
los dirigentes establecidos y han sentado una base para nuevos tipos de dirigentes
y para otras formas de solidaridad. Al hacerlo, han creado una tensión en el seno
de la iglesia misma, nacional e internacionalmente, y en las formas locales de
gobierno (Levine, 1986).
Las CEB ejemplifican los vínculos entre la protesta y la organización. Algunas veces,
las organizaciones populares de las CEB incitan al desafío, al refutar teorías que
plantean que la desorganización florece cuando no hay organizaciones
intermediarias. Las CEB ofrecen un nexo institucional por el que la gente con las
mismas privaciones se reúne regularmente, reconoce que sus problemas son
compartidos y, en ocasiones, intenta cambiar su suerte. Además, la gente puede
ser movilizada mediante sus participaciones con las CEB aun cuando no se afilien
inicialmente con este fin. Además, las CEB se han convertido en un lugar
importante en donde las personas laicas han desarrollado la capacidad de dirección,
especialmente en aquellas sociedades en donde la organización en la sociedad civil
está restringida. Esto ocurrió especialmente en Nicaragua bajo Somoza.
El clero ha sido un crítico principal de los regímenes represivos en la
región. Ha desafiado a los gobiernos cuando muy pocos osaban hacerlo, porque su
vocación sagrada les deba cierta inmunidad contra este abuso “mundano”. No
obstante, a medida que el clero participa cada vez más en la esfera de lo “profano”,
parece estar perdiendo algo de su aureola sagrada. Aun cuando el clero que habló
contra la tortura y la represión en Brasil y en Chile entre mediados del decenio de
1960 y mediados luego del decenio de 1970 sufrió represalias mínimas, el
arzobispo Romero fue asesinado luego en San Salvador mientras pronunciaba un
sermón, y otros sacerdotes y misioneros fueron asesinados en El Salvador y en
Guatemala.
En resumen, en los decenios recientes las instituciones y los valores religiosos han
alimentado el desafío, deliberadamente o no. La insatisfacción con el catolicismo,
que durante siglos fue la fuerza religiosa hegemónica en América Latina ha
adoptado muchas formas. Algunas veces la iglesia ha respondido de una manera
que le ha hecho ganar de nuevo la lealtad de los laicos. Al hacer que los laicos
participen más en las actividades de la iglesia, y al modificar con ellos las relaciones
dentro de las instituciones religiosas, la iglesia se ha convertido, en ocasiones, en el
lugar de movilización para el cambio también en otras esferas institucionales: la
jerarquía no ha sancionado necesariamente dicha actividad “de este mundo”, aun
cuando ha sido apoyada por sacerdotes en el nivel local. La importancia de la
religión deriva de los significados que sus seguidores dan a sus sistemas de
creencias; estos significados no están determinados meramente por el contenido
formal de la religión.
Si bien las culturas de resistencia hacen que el desafío colectivo sea más
probable, raras veces son la chispa que prende la protesta. Sendero Luminoso, por
ejemplo, estableció su base social inicial en una región con una tradición cultural de
rebelión, Ayacucho. Sin embargo, Ayacucho dio poco apoyo a los esfuerzos de la
guerrilla realizados veinte años antes, y una región vecina, Cuzco, con una tradición
cultural de rebeldía tan fuerte o más que la de Ayacucho, pero con una base
económica más viable en los decenios de 1970 y 1980 no respondió a los esfuerzos
desestabilizadores de Sendero Luminoso. Una tradición de rebelión puede contribuir
a los esfuerzos colectivos para producir un cambio cuando los grupos sienten
motivos de queja compartidos. Sin embargo, la causa fundamental de la protesta
tiende a radicar en las desigualdades y las injusticias que son de origen estructural.
Los individuos que están mejor situados pueden ser importantes por varias
razones. Para empezar, pueden inducir a la gente de condición más baja a
considerar como inaceptables las condiciones que, de otro modo, tal vez hubieran
tolerado. En segundo lugar, pueden proporcionar a la gente común las capacidades
de liderazgo y los recursos materiales que de otro modo podrían faltarles. En tercer
lugar, su participación misma puede minimizar el uso de la fuerza contra los
alborotados por parte de las élites. Ya que éstas son mucho más reacias a usar la
represión contra la clase media que contra las clases “populares pueden estar más
dispuestas a desafiar las condiciones que les desagradan y pueden tener más éxito
en su presión a favor de un cambio.
Sin embargo, los individuos “bien situados” pocas veces logran incitar a la
rebelión cuando los grupos subordinados no se sienten agraviados. Su importancia
estriba en la dirección y la coordinación que dan a los sentimientos rebeldes.
Al destacar el papel que los individuos “bien situados” pueden tener para
despertar y canalizar la disensión, se hace evidente que los movimientos de
protesta y resistencia no están determinados mecánicamente sólo por fuerzas
estructurales y culturales. El liderazgo tal como muchos de los capítulos siguientes
muestran puede tener un efecto decisivo. Sin embargo, su efecto no depende de
condiciones que sea posible escoger.
Los regímenes democráticos que se identifican con las clases trabajadoras son
particularmente vulnerables a la presión “desde abajo”. Los movimientos obreros
en Chile –por ejemplo, entre los obreros de la industria textil- han seguido a
elecciones nacionales que los trabajadores han percibido como victorias de la
izquierda (Winn, 1986). Bajo gobiernos izquierdistas y populistas los trabajadores
sienten evidentemente, que tienen buenas perspectivas de obtener concesiones
mediante la movilización.
A falta de un sistema corporativo bien instituido, las divisiones entre las élites así
como entre las élites y los grupos de trabajadores, pueden dar lugar a desafíos. Por
lo general, la clase gobernante tiene un interés creado colectivo para preservar el
statu quo. Pero el cambio social y económico puede afectar a los grupos de élite de
modo diferente, hasta el punto en que no queden igualmente comprometidos con el
statu quo. Las élites que compiten por el dominio pueden buscar el apoyo de las
clases más bajas y, al hacerlo, aumentan las esperanzas de los pobres de que el
cambio es posible y debilitan la legitimidad de las instituciones que los oprimen. Las
élites políticas rivales pueden incluso atizar involuntariamente los tumultos cuando
los candidatos y los partidos que exigen lealtad política elevan las esperanzas y las
aspiraciones del pueblo. En Colombia, tanto La Violencia como la política de la
alianza entre la burguesía industrial y el campesinado que llevaron a la formación
de ANUC estuvieron basadas en las tensiones económicas y políticas entre facciones
de la clase dominante. En su búsqueda de votos, los candidatos contendientes se
dirigieron a los pobres urbanos y rurales de maneras que llevaron a movilizaciones
de masas, invasiones de tierras y otras formas de intranquilidad. De igual manera,
la restauración de la democracia en Bolivia en el decenio de 1980 provocó una
competencia política que, a su vez, precipitó manifestaciones, bloqueo de
carreteras y huelgas; en realidad, la protesta se convirtió en la manera peculiar de
carreteras y huelgas; en realidad, la protesta se convirtió en la manera peculiar en
que los grupos hicieron presión a favor de sus intereses y disputaron el poder.
Walton señala, en el capítulo 10, que no sólo la estructura formal del estado –su
forma democrática o autoritaria- sino también la capacidad de un “bloque de poder”
para mantener la hegemonía influirá en las respuestas a las políticas impopulares.
Los grupos quejosos son especialmente proclives a desafiar las condiciones que les
desagradan en las sociedades que están muy divididas políticamente. Walton
observa, por ejemplo, que si bien los gobiernos democráticos y autoritarios han
puesto en práctica programas de austeridad por igual, las protestas contra los
programas han sido mayores en los países en donde las divisiones políticas y las
luchas por el poder han preparado el terreno.
Los estudios indican que las estructuras del estado a las que las revoluciones dan
lugar minimizan la probabilidad de un desafío posterior. Por ejemplo, Skocpol,
basándose en las experiencias francesas, soviética y china, sostiene que los estados
se vuelven más burocratizados y centralizados y más autónomos de los grupos
nacionales y de las potencias extranjeras como resultado de las transformaciones
revolucionarias. La autora da a entender que los cambios estructurales reducen la
probabilidad de una actividad de protesta subsiguiente. Skocpol afirma, además,
que independientemente del tipo de estado al cual dan lugar, los nuevos regímenes
son más capaces de regular la sociedad administrativa, ideológica y
coercitivamente que los regímenes que desplazaron. El impacto de los movimientos
revolucionarios en las estructuras del estado se tratará más adelante, pero es
importante señalar aquí que aun cuando las revoluciones dan lugar a estados más
centralizados y burocráticos, estos modifican la manera en que las quejas se
expresan, no eliminan el conflicto. Cuanto más centralizado es el estado y mayor es
su capacidad de represión, más probable es que el descontento se exprese de
modos encubiertos; esto es cierto en todos los regímenes, hayan nacido o no de
una revolución.
El hecho de que los recursos tienen importancia para los movimientos de protesta
ha sido, por supuesto, bien documentado por los teóricos de la movilización de los
recursos. Sin embargo, hemos recalcado mucho más que estos teóricos la manera
en que las fuerzas macrosociales y culturales condicionan el desafío y las distintas
formas en que se expresa. Nuestros enfoques no son incongruentes, pero nosotros
proporcionamos una base para comprender cómo los factores de contexto moldean
la amplia gama de maneras en que los recursos son utilizados.
Opciones de salida
Las opciones que la gente tiene, y que considera que tiene, influyen tambièn en las
respuestas a las injusticias sentidas. Cuando mayor es la diversidad de opciones,
menor es el descontento con las condiciones que en cualquier marco desatarán el
desafío colectivo.
Además, el capítulo 3 señala las ramificaciones del empleo múltiple para los
organizadores de los movimientos de protesta. La dirección de ANUC, en Colombia,
tuvo dificultades para movilizar a los agricultores debido, en parte, a que su base
rural era muy heterogénea, pero también porque los agricultores individuales
estaban envueltos en múltiples relaciones de clase con intereses opuestos. Cuando
ANUC intentó organizar al proletariado rural, por ejemplo, se encontró con
trabajadores asalariados de tiempo parcial que estaban constantemente en
movimiento; los trabajadores también eran pequeños terratenientes que tenían
intereses como propietarios y también como proletarios.
Las élites políticas que han ofrecido incentivos materiales a los campesinos
en las regiones muy politizadas para inducirlos a migrar también se han encontrado
con problemas semejantes. Esto ocurrió también en Bolivia. El gobierno boliviano,
con el apoyo de Estados Unidos, patrocinó “proyectos de colonización” para
reasentar a los campesinos de las zonas densamente pobladas del valle y de las
tierras altas después de la revolución de 1952. Los programas tenían el propósito
tanto de fomentar la producción de alimentos muy necesarios para el mercado
interno como de reducir la agitación en las zonas de concentración campesina. Aun
cuando los “colonizadores” podían beneficiarse económicamente de su
reasentamiento, las perspectivas no fueron suficientes como para inducirlos a
romper con su modo de vida pueblerino. Sólo cuando el cultivo de la coca para el
marcado de cocaína extranjero se volvió muy provechoso en las zonas de
colonización, los campesinos de las tierras altas estuvieron dispuestos a ese
rompimiento, pero lo hicieron en desafío al gobierno, el cual, bajo la presión de
Estados Unidos, proscribió allí las actividades relacionadas con dicho cultivo. De
manera paradójica, las zonas nuevas, que tenían el propósito de reducir la lucha
rural, se convirtieron en centros de enfrentamientos entre campesinos,
intermediarios y policías una vez que el cultivo de la coca se volvió muy lucrativo
en el decenio de 1980.
Así, las opciones alternativas influyen en la manera en que las personas quejosas
responden a su suerte. Las alternativas que estas personas considerarán varían con
sus valores, sus compromisos y sus lazos sociales y no sólo o necesariamente con
la gama real de alternativas que hay. Es probable que los trabajadores
insatisfechos “salgan” si objetivamente existen opciones para hacerlo y si los lazos
que tienen con sus empleos existentes o con su comunidad no son estrechos. Las
amistades y la tradición compensan la dedicación al empleo, incluso cuando las
condiciones de trabajo son opresivas y cuando los riesgos de movilizarse para
mejorarlas son elevados. Con frecuencia los campesinos deben migrar para mejorar
su suerte porque las opciones locales son muy militadas, pero entre campesinos
igualmente pobres, aquellos que tienen lazos comunitarios más débiles son los más
susceptibles de abandonar su modo de vida en el pueblo.
EL IMPACTO DE LA PROTESTA
Las élites perciben la protesta pública como una amenaza porque es muy
visible y puede ser “contagiosa”. Sin embargo, las formas calladas de desafío, tales
como la haraganería, los hurtos y la destrucción de las papeletas electorales
pueden ser igualmente preocupantes para ellas si sus demandas de utilidades o de
legitimación son amenazadas de esa forma.
Las respuestas de las élites también han influido mucho en los resultados
de los movimientos guerrilleros. Whickham-Crowley muestra que estos
movimientos están menos inclinados a expandir sus bases de apoyo y es más
probable que se vean limitados en sus logros cuando los gobiernos son algo
sensibles a los intereses populares. Los dos movimientos guerrilleros
latinoamericanos que lograron hacerse del poder tuvieron lugar en países en donde
dictadores inflexibles respondieron a los retos revolucionarios con mucho rigor. Por
el contrario, los dos únicos países centroamericanos –Costa Rica y Honduras- en
donde no hubo movimientos de guerrilla importantes en los decenios de 1970 y
1980 tuvieron gobiernos más sensibles a las quejas de las masas.
Se diría que las fuerzas de clase e ideológicas, así como las fuerzas
burocráticas, influyen en los efectos de la revolución. Mi estudio de los resultados
de las revoluciones latinoamericanas en el bienestar social (véase Eckstein, 1982)
documenta, por ejemplo, cómo la base de clase de los regímenes nuevos y el modo
dominante de organización económica moldean las políticas de distribución después
de la revolución. Yo observé que el modo de producción dominante durante el
nuevo orden tenía una influencia decisiva en los patrones de distribución de la
tierra y del ingreso así como en la asistencia a la salud. En América Latina el
socialismo ha permitido ciertas opciones de asignación que el capitalismo no ha
ofrecido, aunque los mayores beneficios para las clases bajas en Cuba ocurrieron
cuando el nuevo régimen consolidó primero su poder. Sin embargo, el gobierno
cubano posrevolucionario es el que menos tolera el disentimiento. Los estados
posrevolucionarios difieren en sus políticas de distribución y de participación de
acuerdo con sus prejuicios de clase, su apertura política y sus recursos.
Alianzas de clase
Para las clases trabajadoras las alianzas con las clases medias son, de
manera característica, algo bueno sólo relativamente. A la larga, la clase media
tiende a dominar los movimientos pluriclasistas para sus propios fines. En México,
por ejemplo, una alianza entre algunos grupos urbanos de clase media y los
zapatistas agrarios tuvo como resultado una reforma agraria que los campesinos no
hubieran podido obtener por sí solos y a la que las clases medias revolucionarias se
opusieron inicialmente. Sin embargo, como ya dijimos, a reforma anticapitalista
contribuyó a la postre a establecer un régimen procapitalista. La clase media
dominó el estado recién formado, al cual usó principalmente en su propio provecho.
En Bolivia, los intentos de la clase media por derrocar a la oligarquía terrateniente y
minera fracasaron en los primeros años del decenio de 1940; sólo cuando los
reformadores de clase media se aliaron con el movimiento obrero cada vez más
militante pudieron triunfar. Inicialmente, después de la revolución de 1952, los
trabajadores se beneficiaron con la alianza: la oligarquía fue derrocada y los
trabajadores obtuvieron el derecho de organizarse, el poder de veto en las minas y
el derecho de designar a los candidatos a la vicepresidencia, al Congreso y a los
titulares de algunos ministerios. Sin embargo, una vez que la facción de la clase
gobernante vino a considerar a los trabajadores como un estorbo y que recibió
ayuda militar y económica del extranjero, se volvió contra aquella misma clase con
la cual derrocó al antiguo orden. Los trabajadores perdieron casi todo lo que
ganaron en los primeros años de la revolución.
Como lo ilustran los ejemplos mencionados, ni las clases ni los estados son
entidades estáticas. Cuando las prioridades de los grupos poderosos cambian, es
posible que cambie también la posición hacia los movimientos “desde abajo”; estos
cambios pueden afectar tanto al papel del estado como a un factor de contexto que
moldea la manera en que las quejas se expresan, y las respuestas del estado a las
protestas cuando éstas ocurren. Las prioridades estatales pueden cambiar tanto
con las exigencias económicas y políticas (que incluyen consideraciones del
mercado global y geopolíticas, así como de acumulación y legitimación internas),
como con los cambios en la base de la riqueza de la clase dominante y las
relaciones entre el estado y las clases. Zamosc, por ejemplo, señala que la
burguesía industrial colombiana y el estado reprimieron y dividieron a un
movimiento campesino al cual crearon cuando cambiaron las relaciones de la clase
dominante y las prioridades del estado. En Bolivia, la clase media se volvió contra
los trabajadores cuando la base de su riqueza se alteró después de la revolución.
Con el acceso a las nuevas fuentes de riqueza mediante el estado y la agricultura
comercial en una región del país previamente subdesarrollada, ya no “necesitó” a
los trabajadores.
Los capítulos que siguen no presentan esfuerzos repetidos para abordar el mismo
conjunto de preguntas relativas a los orígenes y los resultados de los movimientos
de protesta. Tampoco describen, en suma, toda la gama de movimientos de
protesta de la región. Por ejemplo, los movimientos urbanos y de la clase media
están notablemente poco representados. Por consiguiente, las generalizaciones
sobre el patrón de protesta en América Latina que es posible extrapolar de estos
ensayos pueden considerarse como provisionales. La contribución de los estudios
radica más en el nivel de la descripción, aunque con fundamentos analíticos, que en
el nivel de la teoría.
Los temas recurrentes en este volumen no constituyen por sí mismos una prueba
de que los rasgos más importantes de los movimientos de protesta
latinoamericanos han sido delineados. Pueden denotar meramente un conjunto
común de predilecciones de los colaboradores. Yo escogí a estos colaboradores no
sólo porque tenían un gran conocimiento de movimientos particulares, sino también
porque sabía que tratarían una gama semejante de preocupaciones estructurales.
Sin embargo, los temas recurrentes no pueden atribuirse a una sola teoría
dominante, que indujo a los autores a centrarse en ciertas características con
exclusión de otras: los capítulos no fueron escritos para probar una teoría
predefinida.
Los ensayos han sido ordenados de acuerdo con al base socioeconómica de los
movimientos que los autores describen, ya que las relaciones sociales son tan
importantes en la vida de la gente y en el patrón de protesta. En primer lugar se
consideran los movimientos campesinos, luego los movimientos de los mineros y de
las clases urbanas bajas, trabajadoras y medias. Entre los movimientos que se
apoyan en bases sociales semejantes se presenta, primero, los estudios que se
centran en protestas localizadas en un solo país y, luego, las protestas localizadas
que se centran en uno o más países. Estos capítulos van seguidos de análisis de los
movimientos que tienen un alcance nacional y pluriclasista, pero que se centran en
un solo país y, después, por estudios transnacionales ampliamente fundamentados.
Por consiguiente, los capítulos han sido ordenados de manera que puedan
contribuir al establecimiento de teorías. Los casos de estudio individuales van
seguidos por análisis de los movimientos que atraen a varias clases.