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Neurociencia
Evolución humana
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El cerebro es capaz de reutilizar para usos modernos circuitos cerebrales surgidos por motivaciones antiguas.
/ MUSEO DEL NEANDERTAL.
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La evolución actúa como MacGyver, un tipo capaz de construir artefactos con los que
derrotar a un ejército aprovechando los adminículos que se pueden encontrar en una
ferretería de pueblo. Como el agente especial que protagonizaba la serie de los ochenta, la
selección natural toma las herramientas que tiene a mano y les da nuevos usos. Un ejemplo
son las plumas, que funcionaban como un sistema de climatización para los dinosaurios y
acabaron sirviendo para volar. Otra muestra de la forma de operar de la naturaleza son las
manos humanas. Con un pulgar enfrentado al resto de dedos, permiten manejar con
precisión desde puntas de lanza hasta pinceles y se consideran un paso fundamental en el
proceso de humanización. Sin embargo, como mostraba un estudio reciente, nuestros
ancestros tenían manos modernas mucho antes de que sus cerebros fuesen capaces de
utilizarlas para crear tecnología. Es posible que aquellas herramientas resultasen ya útiles
para hurgar en el tronco de los árboles en busca de comida o recolectar raíces, y después,
cuando la aparición de una mente más compleja lo hizo posible, se acabasen empleando
para tareas más sofisticadas.
En este continuo proceso de reutilización de piezas y reconexión del cableado neuronal, los
simios se vieron, hace unos tres millones de años, en una tesitura que puede estar en la
génesis de un nuevo tipo de animal, distinto de los que hasta entonces habían luchado por
su vida en la Tierra. “Se sabe que el humano tiene una plasticidad cerebral anómala”,
explica Marina Mosquera, investigadora del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y
Evolución Social (IPHES) de Tarragona. Esta plasticidad puede tener su origen en la
revolución que protagonizaron los homínidos cuando, debido a cambios en el clima, el
bosque tropical africano en el que vivían se convirtió paulatinamente en una región de
sabana. “Con esos cambios, en lugar de tener los recursos alimenticios en los mismos sitios,
porque un bosque tropical es mucho más homogéneo y además no tiene estaciones, tuvieron
que adaptarse y ser mucho más flexibles. Es posible que ahí esté el origen de la plasticidad
que vemos hoy en los humanos”, plantea Mosquera.
El mecanismo evolutivo para adaptarse mejor a las circunstancias a través del reciclaje de
herramientas ya disponibles no solo ha tenido efectos secundarios desde el punto de vista
social. “Cuando se habla de evolución y selección, no estamos hablando de rasgos
individuales, sino de un paquete, que la selección acepta o rechaza. Genes, caracteres
anatómicos, procesos fisiológicos, moléculas, son componentes que van todos enlazados.
Con lo cual, si cambia una cosa, otras cambiarán como consecuencias secundarias”,
recuerda Bruner. “Algunos son hasta negativos, pero no tan negativos como para rechazar
otras ventajas que conllevan”, continúa.
Desde el punto de vista médico, este conocimiento sobre la evolución empuja a preguntarse
“cuántas enfermedades se deben a inconvenientes de la evolución, y parece que la lista
puede ser bastante larga, sobre todo para simios como nosotros que hemos desarrollado a
través de la evolución un cerebro tres veces más grande de lo que sería normal para el
tamaño de nuestro cuerpo”, indica Bruner. “Aumenta el volumen, el calor, los vasos
sanguíneos, y las peleas por el espacio dentro del cráneo. Como resultado tenemos un
cerebro muy potente, pero con una serie de problemas que pueden incluir la miopía o hasta
la enfermedad de Alzheimer”, remacha.
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