Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
EL FUNDAMENTO MARXISTA-LENINISTA DE
LA LIBERACIÓN
Ricardo de la Cierva (ABC 7-7-85)
Los liberadores y sus cómplices acuden muchas veces a un sofisma: negar o atenuar
su marxismo. Cuando el 1 de mayo de 1985 se notificó a Leonardo Boff la condena al
“silencio penitencial” y la suspensión en todos sus cargos y actividades, su nerviosa reacción
equivalía a una excusatio non petita: “No soy marxista”, dijo, cuando nadie le había acusado,
directamente, en la condena romana de marxista, sino de poner en peligro con sus
diecinueve tesis (algunas marxistas) la doctrina de la fe. Es cierto que muchos liberadores
llegan al marxismo, y utilizan la terminología marxista, por pura frivolidad. Pero los
principales portavoces –Boff, Gutiérrez, algunos jesuitas españoles e iberoamericanos-
emplean conscientemente el análisis, y por tanto la doctrina marxista como instrumento
esencial; en los artículos del desenmascaramiento probé ya suficientemente esta tesis al
analizar los libros de Boff y Gutiérrez, y al citar in extenso la importante carta del general
de los jesuitas, padre Arrupe, sobre el análisis marxista, cuya tesis es que el análisis
marxista arrastra fatalmente a quien lo emplea hasta el marxismo.
El cardenal López Trujillo, una especie de bestia negra para los movimientos
liberadores, trazó claramente los límites entre marxismo y cristianismo en su libro de la
BAC, editado en temprana fecha, 1974: Liberación marxista y liberación cristiana. Es la
tesis que asume el vital documento de la Santa Sede de agosto de 1984, cuya entraña fue
acertadamente resumida por ABC en su titular anticipado del 31 de agosto: “No puede
confundirse la liberación anunciada por Jesucristo con la inspirada en el marxismo”. Claro
que la discusión sobre la entraña marxista de los movimientos liberadores sólo se aplica a
uno de ellos, la teología de la liberación, porque los otros dos se confiesan abiertamente
marxistas, tanto Cristianos por el Socialismo como Comunidades de Base/ Iglesia Popular,
según demostré en los artículos del desenmascaramiento.
3.- “En el plano práctico numerosos marxistas han acogido las nuevas posibilidades que este
cambio del mundo cristiano ofrece al porvenir de la revolución al hacer posible para ellos
una alianza con los cristianos que no será ya solamente táctica, sino, según la expresión de
Fidel Castro, estratégica” (op. cit. p. 45).
4.- “La reflexión a la luz del materialismo histórico puede convertirse en lugar fundamental
de la creatividad cristiana” (op. cit. p. 100). Es decir, que la praxis y la teoría o teología de
la liberación nacen del marxismo como fuente.
Con estas premisas, el precursor de la teología de la liberación la define así, de
forma reveladora: “Así pues, la teología de la liberación quiere ser un intento de elaborar
teóricamente esta experiencia desconcertante con toda su carga de ruptura y de fidelidad.
No es un intento de respuesta cristiana a los problemas políticos, sino de respuesta a los
problemas religiosos que nacen de las nuevas opciones políticas. No es una reflexión
sectorial sobre el problema de la revolución, sino un intento de replantear el conjunto de
los problemas de fe dentro de una perspectiva revolucionaria. Por consiguiente, no es un
nuevo capítulo de la teología, sino una nueva teología sin más. No puede delegarse en manos
de los especialistas, sino que tiene que ser una creación colectiva de la comunidad militante.
No es el acceso a una nueva ortodoxia, aunque sea la revolucionaria, sino una búsqueda
permanente de la libertad, que es la cultura revolucionaria” (op. cit. p. 146 s.). La libertad
de los movimientos liberadores ya la conocemos; es la libertad de Cuba y Nicaragua, la
libertad de la URSS y sus satélites. Como certeramente pregunta el profesor Novak, nadie
habla de teología de la liberación en Lituania o Hungría. O como comentó el cardenal Rossi
con motivo de un viaje a América, la libertad de la T. de la L. es la libertad de las
alambradas y de los campos de concentración.
En mis artículos del desenmascaramiento demostré con citas que no pudieron ser
destruidas el carácter sustancialmente marxista de los dos principales libros de Gustavo
Gutiérrez y Leonardo Boff, los dos principales teólogos de la liberación. Sobre Boff
convendría insistir en que el capítulo VIII de su libro, reprobado en marzo de 1985 por la
Santa Sede, es una aplicación directa del marxismo-leninismo (así como otros capítulos) por
su pretensión de insertar en la vida de la Iglesia la lucha de clases, como hemos visto que
recomendaba expresamente Lenin, y por su identificación netamente marxista de la
dinámica eclesial y la vida de la Iglesia como proceso de producción materialista. En
declaraciones a Le Monde por los días de su llamada a Roma antes de la condena definitiva,
Boff, “no abjura para nada del materialismo histórico. Invoca a Gramsci y a Althusser.
Gramsci fue el teórico comunista de al toma del Poder en las sociedades desarrolladas.
Althusser emprendió la intelectualización del estalinismo. Son los pobres quienes poseen la
hegemonía –dice- no la Iglesia”. Insiste en la primera página de Le Monde: “¿Que por el
Espíritu Santo formamos un solo cuerpo? Por el espíritu de Marx rompe la túnica inconsútil”
(Cfr. Le Figaro Magazine, 22 de septiembre de 1984, Editorial). Y su paso desafiante por
Madrid, en enero del 85, para participar, con gastos pagados, en el programa de TV Usted,
por ejemplo, Boff acusó, junto al teólogo jesuita de la liberación Jon Sobrino, al documento
Ratzinger de “no conocer a fondo la teología de que habla”, y añadió: “Muchos elementos del
marxismo han entrado ya a formar parte del patrimonio cultural de la Humanidad entera”
(Cfr. Vida Nueva, 1614, 1985, 12 de enero, p. 35).
Voy a aducir una prueba final sobre el marxismo de los movimientos liberadores. En
la Asamblea Mundial de Cristianos en las Luchas Populares de Liberación, celebrada en
Barcelona en enero de 1984, el ponente Giulio Girardi, uno de los grandes precursores y
fundadores de la teología de la liberación, se preguntaba como reto a la Asamblea:
“¿Continúa siendo el marxismo una fuente de inspiración y un método de análisis válido de la
realidad actual?”. La respuesta oficial de la Asamblea fue esta: “En el combate por el
socialismo, el marxismo, a pesar de la crisis que atraviesa, continúa siendo una teoría
fecunda para el análisis de nuestra sociedad y para la elaboración de nuestra estrategia”
(Iglesia viva, 109, 1984, p. 92-93).
LA ESTRATEGIA: LA INSPIRACIÓN
SOVIÉTICA Y LA PLAZA DE ARMAS
Objetivo y método
En el año 2000 la mitad de la Iglesia católica vivirá en América, al sur del Río
Grande. Y la situación real de opresión en que se debaten partes importantes de aquella
sociedad, tan penetrada por la fe cristiana como herencia hispánica, es un excelente caldo
de cultivo para introducir con métodos estratégicos –es decir, para agudizar allí la
confrontación del bloque oriental del totalitarismo contra el bloque occidental de la
libertad- una situación revolucionaria definitiva. Una vez más debo citar la descripción de
la teología de la liberación dada por un intelectual agnóstico y español, pero cabal: “Es el
fenómeno de subversión antidemocrática más importante desde la Komintern, que tiene
como propósito declarado hacer bascular al Tercer Mundo –empezando por
Hispanoamérica- hacia el bloque soviético” (Federico Jiménez Losantos en ABC, 10-1-85).
Como vimos al estudiar la doctrina de Lenin en la primera parte de esta serie, la estrategia
soviética trata de instrumentar a la Iglesia Católica para la lucha contra el capitalismo y
contra la libertad; Lenin da, en aquel mismo contexto, unas sobrecogedoras instrucciones
sobre como se debe aceptar o rechazar a los sacerdotes en la lucha por el socialismo.
Insistamos en que los movimientos liberadores son una lucha contra la libertad; ahí radica
su contradicción original, porque no son realmente una liberación, sino una esclavización.
El método estratégico está delineado por el propio Lenin en las citas indicadas. Se
trata no de responder a la Iglesia con argumentos, sino a través de la lucha de clases
introducida vitalmente en la sociedad regida espiritualmente por la Iglesia. Y la lucha de
clases significa ante todo división profunda: pobres contra ricos, opresores contra
oprimidos, clérigos contra obispos, obispos entre sí, cristianos en dos bandos.
No se trata de una ensoñación ultra, sino de una realidad que cada día aflora a las
páginas de la Prensa: ver la ilustrativa crónica de ABC el 12-5-85, página 23: “institutos
internacionales y el Consejo de la Paz promueven la intoxicación soviética en Occidente”. En
el Parlamento británico han sido denunciados recientemente trece centros concretos de
agitación estratégica dependientes de la URSS, enmascarados algunos como centros
pacifistas. En el mejor estudio sobre la estrategia secreta soviética –John Barron, KGB,
Londres, Hodder and Stoughton, 1974- se citan (página 22) las conexiones cubanas de la
KGB; en la página 75 y siguientes se analiza el primer directorio principal de la KGB, con los
departamentos especiales para la desinformación y la acción ejecutiva, y los departamentos
regionales, entre los cuales el primero es Estados Unidos y Canadá, el segundo
Iberoamérica, el quinto Europa occidental, incluida España. El departamento 11 lleva las
relaciones con los centros en países satélites, incluida Cuba; la estrategia de la KGB en
América hispana se hace a través del centro de La Habana. En la página 237 se publica un
estremecedor y documentado relato sobre la responsabilidad de la KGB en la matanza
mexicana de Tlatelolco en 1968. En los apéndices se transcriben instrucciones ecretas de
la KGB para el reclutamiento de agentes norteamericanos entre estudiantes en
Sudamérica, y la lista de agentes soviéticos de la KGB en América del Sur, incluido México,
lista capturada seguramente por la CIA. Al ser la teología de la liberación un movimiento
estratégico dirigido o manipulado por el bloque soviético, está claro que su impulso de
coordinación viene dado por la KGB y sus agencias; la aparición casi simultánea, a principios
de la década de los setenta, de los tres movimientos liberadores, TL, CPS y Comunidades
de Base, no es un fenómeno meramente eclesiástico, sino una conjunción estratégica, y la
presencia de las mismas personas en las tres ramas del movimiento liberador es un indicio
seguro de esa coordinación.
A partir de diciembre de 1963 el movimiento PAX creó en Roma los dos centros que
actuaban bajo su directriz, y que desde 1965 se fusionaron en I-DOC (Información y
Documentación Conciliar), en cuyo consejo hubo 130 especialistas de varios países. El
movimiento PAX, a través del I-DOC, se mostró muy activo en los principios de los
movimientos liberadores. Dos miembros del centro del I-DOC en Cuernavaca (México), el
teólogo de la liberación Segundo Galileas y el sociólogo Renato Pobrete, intervinieron en el
encuentro de El Escorial en 1972 para el lanzamiento del movimiento teología de la
liberación a un ámbito mundial (ver Fe Cristiana y Cambio Social… Salamanca, Sígueme,
1973, páginas 150-153). El movimiento PAX y sus sucedáneos financian hasta hoy algunos
viajes de teólogos de la liberación y sus colaboradores a Polonia y otros países; en el caso
de Polonia nos consta que determinados viajes de teólogos españoles son pagados en
Polonia, y no precisamente por el cardenal Glemp; y existe un teólogo español encargado en
España de coordinar estos viajes, cuyo nombre conozco, y tendría que revelar si este punto
se discute públicamente. “El secretario general del I-DOC, que fue Leo Altig von Gesau, en
uno de sus viajes en los comienzos de su andadura, ha girado una visita por Iberoamérica y
ha organizado centros en México, Brasil, Colombia, Chile, Uruguay, con lo que esperamos
iniciar rápidamente una distribución a gran escalla por Iberoamérica. Centros similares
funcionan ya en USA, Francia, Holanda, España e Irlanda” (El I-DOC, una jerarquía paralela;
Madrid, CIO, 1968; páginas 9-10).
El segundo intento fue de mucha mayor envergadura: hablamos del “Che” Guevara.
Ernesto Guevara, el revolucionario argentino colaborador íntimo de Fidel Castro,
desapareció misteriosamente a principios de 1965 para dirigir la subversión en el
Continente, y flanqueado por su amigo, e íntimo de Fidel Castro, Règis Debray, socialista
francés y hoy asesor del presidente Mitterand, trató de aprovechar la confusa situación
social boliviana para implantar allí una plataforma de contagio revolucionario. En junio del
67 fue detenido el imprudente Debray, que escapó por poco de la ejecución, y unos meses
después, las fuerzas especiales bolivianas, entrenadas por la CIA, dieron muerte a Guevara,
al que la propaganda soviética convirtió durante unos años en ídolo de la juventud
occidental. El autor data precisamente entonces su primer contacto crítico con los
movimientos liberadores: escribió un duro artículo sobre las comprensiones del Padre
Arrupe, general de los jesuitas, con la guerrilla en América con el título El padre Arrupe y
el “Che” Guevara. Una revista de la Compañía de Jesús, editada en Madrid, Mundo Social, en
su número 152, de febrero de 1968, página 24 –editada por la Casa de Escritores S.J.-
decía así: ”Oremos por el Che, mártir de América”. Y debajo: “La violencia es mejor que el
pacto con un orden social injusto”. Se exaltaban las figuras de Camilo Torres, el Che y
Règis Debray bajo el título Tres héroes latinoamericanos. Actitudes así fueron para el
autor de estos artículos un trallazo que le hizo conectar por vez primera, confusamente, los
movimientos liberadores en sus comienzos con la ya rampante crisis de la Compañía de
Jesús, sobre la que preparo un estudio monográfico con nueva documentación
sobrecogedora.
Pero había fallado en 1967 el segundo intento; cuajarían los otros dos, y la Cuba
soviética establecería sucesivamente dos cabezas de puente continentales: la de Chile y la
de Nicaragua, en los años setenta. Sobre Nicaragua lo acaba de decir todo en ABC
admirablemente Mario Vargas Llosa; sobre Chile montaremos un capítulo especial, por la
envergadura del acontecimiento.
Sobre España, como centro logístico para los movimientos liberadores, y como
centro de conjunción para su lanzamiento, hemos adelantado ya muchas cosas en los citados
artículos, y reservamos en esta serie uno más donde se estudiará detenidamente el
encuentro de El Escorial en 1972. Los trabajos publicados por el profesor Novak, director
del American Enterprise Institute for Public Policy Research, de Washington, son profunda
y enormemente informativos. Entre los grandes promotores norteamericanos de la TL está
el padre Arturo Mac Gobern, profesor en la Universidad de Detroit y autor del libro
Marxismo: una perspectiva cristiana americana. El padre Mac Govern, S. J., rebaja el
marxismo de los teólogos de la liberación y –evidentemente, sin considerar los libros de
Asmann, Boff, Gutiérrez, Castillo y compañía- afirma que “generalmente evitan o modifican
los conceptos de odio de clases, violencia y lucha de clases”; es una posición inexplicable y
falsa. A través de los misioneros norteamericanos en Iberoamérica la teología de la
liberación ha merecido la atención, a veces positiva, de numerosos católicos en el Congreso
y del mismo “speaker” de la Cámara de Representantes, Thomas P. O’Neill, Jr.,
permanentemente informado por la madre Jeanne Gallo, de las Misioneras de Namur,
antigua misionera en Brasil y miembro de grupo de Acción Pro Nicaragua en Cambridge,
Mass. El grupo se jacta de “educar al “speaker” sobre América Central”. El jesuita
norteamericano James Schall, autor de la teología de la liberación en América Latina,
condensa así el proceso: “Pobreza-dependencia-explotación-concienciación-revolución”.
Pero Novak concreta: “El cuartel general para la teología de la liberación en los
Estados Unidos, y quizá en todo el mundo, está situado cerca del río Hudson, en Maryknoll,
Nueva York, centro internacional de la orden misionera más activa de Norteamérica, los
padres y hermans de Maryknoll”. En una reciente bibliografía de las teologías del Tercer
Mundo, 32 de 82 títulos están publicados en la editorial Orbis, de Maryknoll. Fundada en
1970, Orbis explicaba que “la mayoría de los cristianos viven en las sociedades ricas del
Atlántico Norte, que controla casi el 80 por 100 de los recursos del mundo, pero sólo
alberga el 20 por 100 de su población. Los cristianos -continúa- soportan una grave
responsabilidad ante un mundo que gasta anualmente 150.000 millones de dólares en armas,
pero sólo diez millones para desarrollo económico y social”. Orbis propone cambiar el ideal
de desarrollo por el de liberación, y, como apunta Novak, “es notable que la lista de las
ciudades que deben liberarse no incluye a Cracovia ni Leningrado, La Habana o Pekín, Hanoi
o Praga” (Cfr., M. Novak, Liberation theology and the Pope, Commentary, junio 1979; página
61 y siguientes. The case against liberación theology, Nueva York, “Times magazine”, 21 de
octubre 1984; página 51 y siguientes). Novak critica las posiciones unilaterales de dos
obispos que favorecen abiertamente la TL en América: el obispo mexicano de Cuernavaca,
Sergio Méndez Arceo, a quién solo aplicaremos piadosamente el calificativo de excéntrico,
y otro abanderado de los liberadores, el arzobispo Dom Helder Cámara, recientemente
jubilado, que se dirigió a la universidad de Chicago para celebrar el VII centenario de
Tomás de Aquino en estos términos: “El mejor modo de celebrar el centenario será, para la
universidad de Chicago, intentar hoy hacer con Carlos Marx lo que Santo Tomás en su
tiempo hizo con Aristóteles”. Monseñor Cámara incurre aquí en uno de los principales
sofismas de los liberadores, porque el sistema de Aristóteles incluía a Dios –el Motor
Inmóvil, definición bellísima- y era honradamente cristianizable; mientras que el sistema de
Marx, como hemos demostrado, es constitutivamente ateo, no sólo contrario, sino
contradictorio con Dios, con Cristo y, por tanto, con la cristianización. Y en cuanto admite a
Dios deja automáticamente de ser marxismo.
Pero para completar este estudio nos falta un doble análisis: la teología de la
liberación en sus orígenes de Chile y de España. A ello dedicaremos los últimos artículos de
la serie.
LA ESTRATEGIA CRISTIANO-MARXISTA DE LA LIBERACIÓN (y III)
Otro jesuita, el padre Vekermans, había fundado en Santiago durante los años
cincuenta el Centro Bellarmino, que se convirtió en inspirador de la Democracia Cristiana y
de la Conferencia Episcopal chilena. Desde la revista Mensaje otro jesuita, el padre Hernán
Larrain, propiciaba el diálogo y colaboración con los marxistas. A la sombra de Vekermans
cobraban influencia creciente en Chile varios jóvenes comunistas, entre ellos Rodrigo
Ambrosio (submarino comunista en la Democracia Cristiana) y Marta Harnecker, autora de
un manual de marxismo difundido por la propaganda soviética en todo el mundo, y
singularmente en España. Cuando se produjo la victoria de Allende en 1970 el padre
Vekermans vio por fin el fruto de su trayectoria, abandonó chile, se acercó monseñor López
Trujillo y creó en Colombia un centro de estudios que en su boletín Tierra Nueva, octubre
de 1973, publicó una detallada cronología de la penetración marxista en la Iglesia de Chile;
pronto fue acusado el jesuita por sus antiguos amigos marxistas de ser una gente de la
CIA.
Abrumados por tantos excesos, los obispos de Chile –el 4 de octubre de 1968-
decidieron, por una vez, Hablar claro. “No tenemos derecho a callar” –dijeron-. “Una cosa
es la justicia y otra el marxismo. Los marxistas saben que no se puede ser a la vez un buen
marxista y un buen cristiano”. Pero los jóvenes democristianos, encrespados, les
contestaban a vuelta de correo, en comunicación firmada por Juan Gabriel Valdés y Miguel
Angel Solar: “Hemos optado por el socialismo”. Y los obispos callaron.
El 14 de abril de 1969 el prelado promarxista dom Helder Cámara visitaba Chile en
viaje de propaganda. A las pocas semanas la Democracia Cristiana se escondía y de ella
brotaba el partido cristiano marxista MAPU, al que estaba muy próximo el padre Gonzalo
Arroyo. Para Arroyo, la influencia coactiva de los cristianos de izquierda determinó la
neutralidad de la Jerarquía chilena en las elecciones de 1970 que dieron el triunfo, ante la
división del frente moderado, a la Unidad Popular marxista de Salvador Allende. Según
Arroyo, “los obispos aceptaron la legalidad de la opción socialista e incluso marxista”. Para
el mismo jesuita marxista el apoliticismo de la Iglesia chilena la sumió en una situación
contradictoria. “El cardenal Silva Enríquez –dice- es como el signo viviente de esas
contradicciones ideológicas que se expresan en sus actuaciones, rechazadas por casi
todos”.
El encuentro de 1972
Pero ya era el año final de la experiencia Allende. El padre Arroyo culpa a las
multinacionales y a la CIA del derrocamiento; cuya fuerza principal fue, sin embargo, la
reacción incontenible de la sociedad chilena, y de las Fuerzas Armadas, y de las clases
medias, y de las corporaciones profesionales, contra los excesos del régimen marxista que
avanzaba en su intento de consolidarse como plataforma continental y cabeza de puente
para la expansión marxista en América. Desde diciembre de 1971 la marcha de las cacerolas
demostró la fuerza que ya estaba adquiriendo la protesta popular contra el marxismo.
Mediado el año 1973 las Fuerzas Armadas parecían decididas a intervenir; el 29 de junio se
frustró un primer intento de golpe, y Allende trataba por todos los medios de dividir a los
militares para salvar su régimen. Llegó, el 11 de septiembre, el golpe militar. Según el padre
Arroyo, la mayoría de los obispos y de la Democracia Cristiana en Chile aplaudieron la
decisión de los militares. Ya después del golpe los obispos de Chile publicaron una dura
condena del movimiento Cristianos por el Socialismo –el 16 de octubre- que a muchos les
sonó a tardía y oportunista. En ella prohibían la pertenencia de religiosos y sacerdotes al
movimiento… que como hemos visto fue creado por ellos. Los obispos declaran que la
inspiración del CPS es abiertamente “marxista-leninista”. “Duro lenguaje –comenta con
amargura Teresa Donoso- que tanta falta hizo durante los terribles años de la Unión
Popular, cuando a veces los fieles se creían ovejas sin pastor”. Ahora los obispos lo veían
con claridad: “ambas formas de clericalismo –el antiguo y el nuevo- terminan por parecerse;
siempre se trata de eclesiásticos que quieren dirigir la política, solo que ha cambiado el
sentido de esa política”. Más vale tarde que nunca.
Casi todos los ponentes fueron iberoamericanos. Asistió un solo obispo, monseñor
Padín, aunque los órganos del Episcopado español enviaron un observador, y hay rumores
sobre la asistencia de algún prelado más. Reconoce el promotor, con cierto cinismo, que los
reunidos en El Escorial “no representaban todas las opciones existentes en la Iglesia
latinoamericana, sino una familia de opciones calificada por una opción pro socialista, desde
los socialismos ideológicamente marxistas al populismo argentino en su nueva fase más
socialista” (FC, 14). Con inclusión de corrientes demócrata-cristianas.
En este año de 1984 la Santa Sede seguía tomando posiciones muy netas frente a
los movimientos liberadores; es el año de los avisos a Gutiérrez y a Boff; el año que, tras
varios prolegómenos, se produjo como importante carga de profundidad la instrucción
vaticana de agosto, el documento Ratzinger; el año en que el eximio teólogo, gran pastor y
prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe se convertía públicamente, y
valerosamente, en campeón de la ortodoxia para los católicos; en gran inquisidor para los
liberadores desenmascarados. El documento Ratzinger sorprendió en paños menores a la
revista rebelde de los claretianos españoles, Misión Abierta, que publicaba en septiembre
de 1984 un número especial de propaganda desaforada sobre Teología de la Liberación, que
arrancaba con dos sofismas. Primero: “Es una falsedad y por lo mismo una calumnia, afirmar
que los teólogos de la liberación, al utilizar el análisis marxista como instrumento de
mediación científica para mejor conocer la realidad social, hacen suya la filosofía
marxista”. Ante lo que ya hemos demostrado antes, queda claro que los claretianos de
Misión Abierta llaman falsarios y calumniadores a la Santa Sede y al padre Arrupe, que
expresamente asumen la tesis por ellos criticada; y admiten con ignorancia palmaria de la
realidad histórica que el análisis marxista es un instrumento de mediación científica para
mejor conocer la realidad social, lo cual era ya erróneo en el siglo XIX, pero resulta
anacrónico e inadmisible a estas alturas del XX.
Segundo sofisma: “Jamás la Teología de la Liberación ha hablado de dos Iglesias”.
Por el contrario es lo que la Teología de la Liberación ha hecho siempre: dividir a la Iglesia
en dos; hablar de dos Iglesias. Hay docenas de textos. Véase la ya citada tesis de
Blanquart, uno de los precursores y portavoces principales de la Teología de la Liberación,
durante su visita a Chile en 1971: “La Iglesia ya dejó de ser una”. Yerra Misión Abierta: lo
menos que puede pedirse a los liberadores es coherencia con sus propias tesis.
Hemos llegado, con esta delirante noticia, al final de nuestro recorrido monográfico
por los movimientos liberadores. Desde un plano político e histórico, que es el plano en que
ellos constitutivamente se sitúan. Por muchos puntos de nuestro estudio aflora una realidad
trágica: la división de la Iglesia católica y de algunas de sus instituciones, señaladamente la
crisis profunda de la Compañía de Jesús, esa Orden gloriosa que ahora consigue inscribir a
tres de sus miembros en su ya nutrido escalafón de la santidad. Uno de ellos, el padre
Rubio, hizo precisamente a mi casa de Madrid una de las últimas visitas de su vida; en su
honor, y por su ejemplo, pienso dedicar mi próxima investigación informativa al problema de
la crisis histórica de la Compañía de Jesús en el seno de la Iglesia durante la segunda mitad
del siglo XX.