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CONFIDENCIAL 

Juliana Andrea Martínez Blanco 

REFLEXIÓN ¿CUÁLES SON LOS PRINCIPIOS Y VALORES DE LA DOCTRINA

SOCIAL DE LA IGLESIA SOBRE LA FAMILIA?

Al abordar estos documentos eclesiales nos podemos encontrar con varios

aprendizajes, fundamentos y opciones que pueden aplicarse a nuestra cotidianidad, en este

caso en torno a la vivencia de las familias, considerándolas como parte esencial dentro del

proyecto de vida de cualquier ser humano; razón por la cual tener una familia es

considerado como un derecho humano fundamental. Pero me alejo un poco de estos

aprendizajes, cuando desafortunadamente para estos documentos y para la gran mayoría de

la sociedad, la validez a la familia se da por su constitución, considerando que solo la

familia tradicional puede ser llamada familia, es decir, si dentro de ella encontramos la

figura de papá, mamá e hijos.

Esta concepción, hace que otras tipologías de familias existentes como la

monoparenteral, las ensambladas, las extendidas, incluso las multiespecie, dejen de ser

visibles ante este tipo de reflexiones. El dialogo por tanto, debería también incluir las

nuevas dinámicas familiares y sociales que han llevado a que su estructura cambie de

manera constante dados los nuevos contextos de vida a los cuales nos enfrentamos.

Ahora bien el documento de la Doctrina Social de la Iglesia, nos aproximarnos a las

respuestas que presenta a diversos desafíos que en el orden social pueden darse como su

nombre lo insinúa en la sociedad y evidentemente como todo documento eclesial se

encuentra fundamentado en la Palabra de Dios y en la experiencia de fe de donde proviene


el origen de su puesta por escrito. En el texto al igual que en la Sagrada Escritura, se hace

evidente, esa opción de Jesús por los excluidos de la sociedad de su tiempo, es decir, por las

mujeres, los niños, las viudas, los enfermos, quienes desafortunadamente a nuestro hoy,

siguen siendo grupos poblacionales desfavorecidos y en estado de permanente

vulnerabilidad.

Así que intentando dar respuesta a la pregunta con la que se invita a realizar esta

reflexión, quisiera basarme en un reportaje que fue transmitido por Caracol Noticias el día

20 de abril de 2020, realizado por Juan David Laverde, titulado: ¿Está preparada Colombia

para apostar por la educación virtual? En este reportaje, se evidencian las

nuevas dinámicas que están enfrentando las familias, así como los diferentes desafíos

que asumen desde sus contextos en este aislamiento obligatorio dada la expansión del virus

Covid – 19. Se evidencia igualmente las grandes distancias que existen entre los contextos

de las familias urbanas y las rurales, y obviamente el desequilibrio que se da entre los niños

que pertenecen a la educación privada y a la publica. 

Llama la atención de acuerdo a lo mencionado por Laverde, como alrededor de 10

millones de estudiantes, se vieron forzados a salir de sus aulas de clase y de sus dinámicas

como niños, para adelantar sus clases de modo virtual; de estos 10 millones, alrededor de 8

millones de estudiantes pertenecen a la educación pública y aproximadamente 2 millones a

escuelas rurales, donde el contexto y las condiciones de vida cambian de manera

sorprendente, teniendo en cuenta que la cobertura de internet en el país es solo del 70% y

en las áreas rurales es casi deficiente, en este panorama ¿cómo evitar la deserción escolar

de estas comunidades si no todas cuentan con las condiciones para adelantar una educación

virtual?
La desigualdad es evidente, las condiciones de vida para todos ellos han cambiado y

no hay garantía que todos reciban una respuesta a las diferentes necesidades que presentan

en sus hogares, en sus comunidades, en sus escuelas.

Si confrontamos este caso, con el documento sobre la Doctrina Social de la Iglesia,

que identifica tres principios fundamentales conocidos como: bien común, subsidiariedad y

solidaridad, que encuentran como centro la dignidad de la persona humana, podríamos ver

cómo tanto el Estado como la sociedad, actúan o responden en una situación como la que

afronta no solo el país sino el mundo entero.

Reflexionando nuevamente sobre el caso que expongo, muchos de estos niños no

tienen el mínimo vital en la prestación de los servicios públicos, para otros el único

alimento del día que reciben es en sus colegios o escuelas, otros desconocen por completo

lo que es contar con un computador en su casa o un plan de datos que les permitan una

conexión a internet básica, pues algunas de estas necesidades se cubrían cuando asistían a

sus escuelas, pero ahora desde sus hogares sus familias deben suplir estas necesidades aun

cuando no tienen una fuente de ingresos estable. Así mismo, cada una de las propuestas

educativas y la manera como se adelantan ahora de manera virtual, muestra la brecha entre

lo rural y lo urbano, entre lo privado y lo público.

Tomando entonces, el primer principio de bien común, lo podríamos entender como

todo aquello que permite que todo ser humano tenga lo necesario para encontrar el

equilibrio en el desarrollo de su vida, pero en este contexto de la educación de los niños, ni

nosotros como sociedad ni el Estado ha procurado un equilibro así sea de los mínimos para

que estos niños puedan acceder a una cobertura a internet o a un equipo de cómputo. Si

bien se han hecho grandes esfuerzos, solo en una situación como esta se ha intentado dar un

equilibrio; pues si una situación por la que estamos afrontando no se hubiera dado,
posiblemente ni la sociedad ni el Estado se hubieran movilizado a tratar de acercarse a estas

fronteras que visibilizan las realidades de estos niños que no cuentan con los mismos

recursos o posibilidades que otros que viven en la ciudad o en zonas rurales con mayor

accesibilidad.

En el caso de la subsidiaridad y solidaridad, considero en este mismo caso que el

Estado ha incentivado a los demás entes sociales y gubernamentales a coordinar su acción

en favor de los grupos poblacionales en estado de vulnerabilidad en medio de esta

situación, pero en el caso de la educación no se llega a las comunidades más alejadas,

especialmente las rurales, es decir que siguen siendo insuficientes los esfuerzos en un país

como el nuestro. Si bien puede atenderse las necesidades alimenticias, como poder mediar

entre estas necesidades y la poca opción que existe en la adquisición de una conexión a

internet básica.

Por ejemplo, en este reportaje, se muestra como una familia campesina que puede

por su trabajo ganar alrededor de 35.000 mil pesos en su jornal, debe invertir 10.000 pesos

para conseguir un paquete de datos y permitir que sus hijos puedan acceder a internet. Algo

que llevará a que otras necesidades de la familia no se suplan.

En la intervención que hace Luz Karyme Abadía docente de la Pontificia

Universidad Javeriana en Bogotá, afirma que los maestros no tienen ni las herramientas ni

las estrategias pedagógicas para encarar lo que se viene.

Así que los retos que se afrontan son grandes y más cuando el Estado lleva gran

parte de la responsabilidad, pero donde la sociedad también tiene una palabra que decir y

una acción que llevar a cabo, pues debe movilizarse ante la necesidad del otro, de su

hermano, de la víctima y del necesitado, para que podamos ante esta confrontación de vida
sentirnos uno solo, en un camino que nos ha llevado a resignificar lo que somos y la manera

como vemos el mundo.

REFERENCIAS. 

Juan Pablo II, (1981). Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, Libreria Editrice

Vaticana, Vaticano.

Laverde, J. (20 de abril de 2020). ¿Está preparada Colombia para apostar por la educación

virtual? Caracol Noticias. Recuperado de:

https://noticias.caracoltv.com/coronavirus-covid-19/esta-preparada-colombia-para-

apostar-por-la-educacion-virtual-nid226809-ie215

Pontificio Consejo DE Justicia y Paz (2005), Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.

Librería Editrice Vaticana, Vaticano.

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