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B) La ley de Hume

Una de las tesis esenciales que se sostienen en el ámbito de la fundamentación empirista de


la moral es la imposibilidad de pasar del plano del ser al del bien (o deber ser). Este
postulado se conoce en la literatura filosófica actual con la enfática denominación de «ley
de Hume». El presupuesto filosófico de la ley de Hume es que los valores (el bien) no
pueden residir en el mundo, pues si residiesen en él dejarían de ser valores, para pasar a ser
una parte más del mundo, esto es, «del conjunto de los hechos»1 Las proposiciones
evaluativas serían, por tanto, subjetivas, y no encontrarían correspondencia en los hechos.
Los estudiosos de Ética que se mueven en el ámbito de la «filosofía analítica» se remiten
con gusto a Hume para defender la imposibilidad lógica de pasar desde las descripciones
del estado de las cosas a las prescripciones de comportamiento. En este sentido escribe
Hare que «no se puede extraer ninguna válida conclusión imperativa de un conjunto de
premisas que no contenga al menos un enunciado imperativo», lo que le hace llegar a la
conclusión de que «somos libres de formar nuestras opiniones morales en un sentido mucho
más fuerte de cuanto somos libres de formar nuestras opiniones sobre los hechos»2
La «ley de Hume» tiene una parte de verdad. Entre el «hecho» y el valor hay una distancia
evidente, así como no es menos evidente la heterogeneidad entre las ciencias positivas y la
Ética. Pero esta verdad sufre una notable distorsión cuando no se admite otra experiencia
del ser (ni otra dimensión del lenguaje) que la constatación de hechos «brutos» (el agua
hierve al alcanzar los cien grados), ni otro conocimiento del ser que el proporcionado por
las ciencias experimentales. Sólo a causa de la ilegítima reducción del ser a los «hechos» se
dice que en el ser (en los «hechos») no se encuentran valores ni exigencias teleológicas.
Cabe decir, por tanto, que el postulado de Hume está ligado a una concepción mecanicista y
determinista de la realidad, propia de la ciencia natural (la mecánica clásica de Newton) del
tiempo de Hume y de Kant, ligada a una filosofía y a una fase del desarrollo científico hoy
ya superada. En ese contexto, la explicación científica seguía exclusivamente el modelo de
la causalidad material y eficiente, y omitía toda referencia a la causalidad final.
c) La concepción empirista del sujeto moral
El reduccionismo empirista hace extremamente difícil la tarea de comprender y
fundamentar filosóficamente la moral. Muchos de los empiristas más radicales, por
ejemplo, Hume, no eran revolucionarios en sentido ético-político. Su intento era justificar
la moral tradicional de su tiempo de un modo compatible con los presupuestos filosóficos
empiristas, que miraban en el fondo a erradicar la posibilidad de un dogmatismo teórico en
el que ellos veían una peligrosa amenaza para la paz social y las libertades civiles. Su
proyecto filosófico impedía atribuir un papel directivo o normativo a la razón, ya que se
desconfiaba del valor de realidad de las nociones abstractas, es decir, de las nociones
específicamente racionales. Éstas han de ser reconducidas a elementos sensibles,
recorriendo hacia atrás el camino de las leyes de la asociación psicológica. Por otra parte,

1
35. Desde una perspectiva creacionista el problema está resuelto desde el principio, al menos en sus
aspectos esenciales: Dios miró lo que había creado y vio que era bueno. Cfr. Gn 1, 4.10.12.18.21.25.31.
2
37. HARE, R.M., Libertà e ragione, cit., p. 27 (traducción nuestra).
se consideraba que los nexos puramente fácticos reconstruidos de ese modo carecían
completamente de fuerza motivacional para la conducta (éste es probablemente el fondo de
la «ley de Hume»), por lo que también resultaba incomprensible la noción clásica de
voluntad, es decir, la idea de que exista en el hombre una tendencia que tenga como objeto
específico el bien captado por la razón (bien inteligible). Por eso, no quedaba otro remedio
que acudir a las pasiones. Con palabras de MacIntyre, «Hume intenta fundamentar la moral
en las pasiones porque sus argumentaciones han excluido la posibilidad de fundamentarla
en la razón».
La función de la razón es encontrar el modo más eficaz de satisfacerlos, pero carece de
fundamento alguno para formular un juicio de valor acerca de ellos. Con palabras de Hume,
«la razón es y debe ser solamente esclava de la pasión, y no debería jamás aspirar a otra
función que no sea la de servirla y obedecerla». La función de la razón es instrumental, no
normativa.
La concepción de Hobbes (homo homini lupus) será notablemente suavizada por Hume y
por las doctrinas utilitaristas, entre otras razones porque se hace difícil aceptar que la
justicia y el poder político sean las hijas bastardas del terror (ésta era la crítica que
Cudworth dirigía a Hobbes), pero el individualismo de fondo permanece, sustentado por
motivaciones ligadas al empirismo filosófico.
Cada uno está dispuesto a aceptar los límites estrictamente necesarios para convivir o
incluso para desarrollar cierta actitud benevolente, pero en modo alguno está dispuesto a
admitir reglas que presupongan una concepción normativa del bien humano.

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