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Más aún, como asevera con insolencia en el inicio del texto ti-
tulado Músicos, poetas y pintores (publicado en el número dos de la
revista): “el mundo tiene más jóvenes que viejos. La mayoría de la
humanidad es de jóvenes y niños. La juventud es la edad del creci-
miento y del desarrollo, de la actividad y la viveza, de la imagina-
ción y el ímpetu”. Y a tal punto cobra centralidad esta edad de oro
que lleva a afirmar que “las cualidades esenciales del carácter, lo
original y enérgico de cada hombre, se deja ver desde la infancia en
70 un acto, en una idea, en una mirada” (Martí, 2010).
Hay aquí, nuevamente, la necesidad de proponer una nueva ma-
nera de concebir el proceso formativo de las futuras generaciones.
Como nos recuerda Ángel Esteban, la literatura infantil predomi-
nante en la época en la que José Martí produce La Edad de Oro,
“aunque sirviera para distraer al niño, no era capaz de estimular sus
capacidades intelectuales, transmitir adecuadamente ideas o ense-
ñanzas éticas, reproducir los esquemas infantiles de adquisición de
experiencias vitales o proceso cognitivos, desarrollar la imaginación
con vistas a la futura creatividad, sembrar inquietudes, y más bien
servía para adormecer las mentes, provocar la evasión inútil, evitar
simplemente la ociosidad, o trasladar la imaginación a la esfera de
lo irreal (Esteban, 1995). A contrapelo, lo que nuestro maestro cu-
bano preanuncia en las páginas de su revista, es una convocatoria a
fomentar la pasión por el conocimiento y las “fantasías concretas”
en las niñas y niños lectores, a través de un delicado cruce entre
literatura, historia y filosofía, teniendo como ejes en común el re-
forzar la hermandad latinoamericana y la reflexión crítica3.
Con plena certeza de que “los niños saben más de lo que parece,
y si les dijeran que escribiesen lo que saben, muy buenas cosas es-
cribirían”, Martí lxs incita en la presentación del primer número a
arder en preguntas: “Cuando un niño quiera saber algo que no esté
en La Edad de Oro, escríbanos como si nos hubiera conocido siem-
pre, que nosotros le contestaremos. No importa que la carta venga
con faltas de ortografía. Lo que importa es que el niño quiera saber”
(Martí, 2010b).
Lo que queremos –remata– es que los niños sean felices, como los 71
hermanitos de nuestro grabado; y que si alguna vez nos encuen-
tra un niño de América por el mundo nos apriete mucho la mano,
como a un amigo viejo, y diga donde todo el mundo lo oiga: ‘¡Este
hombre de La Edad de Oro fue mi amigo!’ (Martí, 2010).
“de piedra” que reconstruyen la vida de los pueblos indígenas de nuestra América, que
“con la imaginación se ven cosas que no se pueden ver con los ojos” (Martí, 2010b).
Como complemento, en la sección de la revista titulada “La última página” aclara que
“es necesario que los niños no vean, no toquen, no piensen en nada que no sepan
explicar. Para eso se publica La Edad de Oro” (Martí, 2010).
Niñez en movimiento
Una escuela para la vida debe poder albergar como uno de sus
pilares una nueva relación con la tierra, porque tal como sugiere
Martí, en todas partes “el problema está en sembrar”. Por ello la
enseñanza de la agricultura es por demás urgente:
(…) pero no en escuelas técnicas, sino en estaciones de cultivo;
donde no se describan las partes del arado sino delante de él
y manejándolo; y no se explique en fórmulas sobre la pizarra
la composición de los terrenos, sino en las capas mismas de
76 tierra; y no se entibie la atención de los alumnos con meras
reglas técnicas de cultivo, rígidas como las letras de plomo
con que se han impreso, sino que se les entretenga con las
curiosidades, deseos, sorpresas y experiencias, que son sabroso
pago y animado premio de los que se dedican por sí mismos a la
agricultura (Martí, 2011).
No basta, por lo tanto, con obtener ciertos conocimientos y téc-
nicas para el imprescindible labriego cotidiano en los campos, sino
que es preciso “aprender, a la par que hábitos dignos y enaltece-
dores de trabajo, el manejo de las fuerzas reales y permanentes de
la naturaleza, que aseguran al hombre que lo conoce un sustento
permanente y real” (Martí, 2011). “Puesto que la tierra brota fuer-
zas, –más que rimas, e historietas que suelen ser patrañas, y voces
sin sentido, y montones de hechos sin encadenamiento visible y sin
causa– urge estudiar las fuerzas de la tierra” (Martí, 2011), agrega
en forma contundente:
Se ha de cambiar de lleno todo el sistema transitorio y vacilante
de educación moderna. Más, no habrá para pueblo alguno
crecimiento verdadero, ni felicidad para los hombres (…) hasta
que se enseñe al niño el manejo de los elementos de la tierra de
que ha de nutrirse cuando hombre; hasta que, cuando abra los
ojos para ver el arado, sepa que puede uncirlo, como un buey
en otro tiempo, ¡un rayo! Que, de aquí a poco, la electricidad
moverá arados. (Martí, 2011).
Su prédica de una enseñanza signada por la necesidad de un
vínculo orgánico con la naturaleza, no apunta solamente a reforzar
Del adultocentrismo a la emancipación
Palabras finales
Como vimos, el proyecto educativo impulsado con insistencia y te-
són por tanto por Simón Rodríguez como por José Martí no podía
pensarse de manera aislada, sino que constituía la punta de lanza
de una propuesta más amplia de “reforma social”, que encontraba
en la educación popular el motor dinamizador del cambio integral
requerido en Nuestra América. Ambos fueron precursores en cuan-
to a la certera convicción acerca del necesario protagonismo de las
y los niños en la construcción de una sociedad igualitaria y plena-
Del adultocentrismo a la emancipación
Referencias bibliográficas