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MANO A MANO
PADRE PÍO
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PRESENTACIÓN
Fue su experiencia personal, la de quien quiso ser y fue «un pobre fraile que ora», el
Padre Pío de Pietrelcina, la que plasmó en estas palabras: «Con el estudio de los libros se
busca a Dios, con la meditación se le encuentra».
En octubre de 2010, José María Zavala nos ofreció el libro Padre Pío. Los milagros
desconocidos del santo de los estigmas, para el que tuve la delicada encomienda de
escribir la Presentación. Las siete ediciones del libro en algo más de dos años y su
traducción al italiano y portugués confirman lo que hoy puedo certificar: que ha ayudado
y está ayudando a muchos, no sólo a conocer al Santo de los Estigmas, sino también,
ante las obras que el Señor realizó y sigue realizando por medio de él, a buscar a Dios
con más dedicación y constancia.
El Padre Pío solía repetir: «El alma cristiana no deja pasar un solo día sin meditar la
Pasión de Jesucristo». Cierto que, al meditar la Pasión de Cristo, encontramos en ella los
elementos de la vida cristiana, que, vividos sinceramente, llevan al encuentro con Dios.
Pero José María Zavala nos facilita esa labor agrupando los mensajes del Padre Pío en
torno a temas nucleares del seguimiento de Cristo: la Eucaristía, la humildad, la
confianza en Dios, el sufrimiento, el amor a Dios, el amor de Dios, la tentación, el
Espíritu Santo, la Virgen María, la oración, la confesión, el ángel custodio, la dirección
espiritual, el apostolado…
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escribirlo a petición de su confesor, el padre Agustín de San Marco in Lamis:
«Devociones particulares diarias: no menos de cuatro horas de meditación, y éstas de
ordinario sobre la vida de nuestro Señor: nacimiento, pasión y muerte».
Y también en las palabras que dirigió a su primera hija espiritual, Rafaelina Cerase,
en carta del 16 de noviembre de 1914. Después de invitarle a que la Palabra de Dios
dirija toda su vida, le dice: «Todo esto no se puede poseer sin una asidua meditación de
la ley de Dios, mediante la cual el cristiano, exultante de alegría, con el corazón irrumpe
en dulces cánticos de salmos y de himnos a Dios. Así aprende el cristiano que tiende a la
perfección cuán importante es la necesidad de la meditación».
Los frutos de la meditación, o de la reflexión, el Padre Pío los vuelve a señalar con
claridad en carta al padre Agustín de 27 de febrero de 1918: «Intente siempre, mi buen
padre, corresponder generosamente, haciéndose digno de Él (Jesucristo), es decir
semejante a Él en las virtudes adorables que ya conocemos por la Escritura y el
Evangelio. Pero, para que tenga lugar la imitación, es necesaria la reflexión diaria de la
vida de quien se nos propone como modelo. De la reflexión brota la estima de los actos,
y de la estima, el deseo y el gozo de imitarlos».
A este segundo libro de José María Zavala sobre el Padre Pío, rico en mensajes para
la meditación, le deseo que ayude a encontrar a Dios al menos a tantas personas como
su primer libro ha ayudado y ayuda a buscar a Dios.
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CONFIANZA EN DIOS
«El peor insulto que se puede hacer a Dios es dudar de Él». Por eso mismo, abrir el
corazón a Cristo sin condiciones, brindándole lo único que podemos ofrecerle, nuestra
libertad, para que haga con nuestras vidas lo que Él quiera, que siempre será lo más
conveniente para cada uno, es la mejor prueba de confianza además de un espléndido
negocio.
No en vano Jesús, que es la Verdad, con maýuscula, ha prometido a todos los que le
sigan el ciento por uno en este mundo y la Vida Eterna. ¿Cabe, acaso, una elección
mejor, conscientes de que sin Dios es imposible ser feliz de verdad en esta tierra, por
muchos bienes materiales que se posean? La confianza en Dios, la fe en definitiva, es
imprescindible para que Él pueda actuar en la propia vida y, por ende, en las de los
demás a través de cada uno de nosotros, instrumentos suyos.
«Con confianza me acurruco en los brazos de Jesús y que suceda todo lo que Él ha
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dispuesto».
«Vuestro futuro está dispuesto por Dios con admirable bondad siempre para bien:
sólo os falta resignaros a lo que Dios disponga y bendecir su mano que llama, abraza,
acaricia y, si algunas veces castiga con dureza, lo hace porque es la mano de un padre».
«¿Para qué perderse en vanos temores que nos roban el tiempo, nos turban la paz
del alma y nos vuelven casi desconfiados en Dios mismo?».
«Dice Teresa del Niño Jesús: Yo no soy un alma pequeña; yo no deseo elegir ni
vivir ni morir, sino que haga Jesús de mí lo que quiera. ¡He aquí, hija, el modelo de un
alma desnuda de sí y llena de Dios!».
«Es preciso tener una gran confianza en la Divina Providencia para poder practicar
la santa simplicidad».
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«Esa luz, esa estrella y esa antorcha son también las que iluminan tu alma, dirigen
tus pasos para que no vaciles; robustecen tu espíritu en el amor divino, sin que el alma lo
advierta, avanzando siempre hacia la meta eterna».
«Creed que Jesús, Sol de Justicia, está con vosotros, os quiere bien y siempre lo
hará con tal de que os prestéis a que actúe libremente en vosotros».
«Manteneos siempre firmes y vigilantes en la fe, pues así desaparecerán las malas
artes del enemigo».
«Tengo tanta confianza en Jesús que, si viese el infierno abierto delante de mí, no
desesperaría».
«Aceptemos con coraje y ánimo sereno las órdenes que nos vienen dadas de lo
Alto y cumplamos nuestro deber según corresponda a nuestro estado».
«Eleva en estas horas tristes el corazón a Dios; de Él nos vendrá para todos la
fuerza, la calma y el consuelo».
«Nunca abandonéis vuestra fe, que ésta no abandona jamás al hombre, y mucho
menos al alma que con vehemencia desea amar a Dios».
«Ten fe en la ayuda divina y estate segura de que quien te ha defendido hasta ahora
continuará su obra de salvación».
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«Hay que saber confiar: existe un temor de Dios y un temor de Judas».
«El enemigo de nuestra salud nos ronda siempre para arrancarnos del corazón el
ancla que debe conducirnos a la salvación: la confianza en Dios nuestro Padre».
«No te oculto el peligro extremo que ella corrió, mayor del que tú te imaginas; ella
fue arrancada de las fauces de la muerte: había estado condicionalmente destinada a
alcanzar a sus padres allá arriba. Sólo las muchas oraciones suspendieron la ejecución.
Te revelo esto no para provocar en tu espíritu susto y terror más del necesario, sino para
despertar en ti el sentido de la más viva gratitud hacia el dador de todos los bienes y para
exhortarte a confiar siempre más y abandonarte en la Divina Providencia».
«Confía en Dios y agradécele siempre todo; así desafiarás y vencerás a todas las
iras del infierno».
«El excesivo temor nos hace obrar sin amor; la excesiva confianza nos ciega ante
el peligro que tenemos que superar».
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«Dispongámonos siempre a reconocer en todos los acontecimientos de la vida el
orden sabio de la Divina Providencia. Adoremos y dispongamos nuestra voluntad para
conformarla siempre y en todo según la de Dios, porque así glorificaremos al Padre
celestial y el resultado será provechoso para la Vida Eterna».
«¡Qué consuelo para un alma saberse siempre con un Amigo tan querido, con un
Esposo tan amable! Si Dios está con nosotros —decía, alzando la voz, el apóstol de las
gentes—, ¿quién contra nosotros?».
«En la parte superior del alma reside, como en un trono, el espíritu de fe que debe
consolaros en las aflicciones».
«¡Qué felices son aquellas almas que viven de la fe, que en todo adoran los justos y
santos juicios de Dios y que se alegran en el sufrimiento y hacen que el ajenjo se
convierta en miel!».
«¿Dudas del futuro? ¿Pero acaso no te he asegurado que el Señor está siempre
contigo? ¿De qué, pues, dudas?».
«Dios mismo nos hace saber que está con los afligidos y atribulados: Cum ipso
sum in tribulatione [Estaré a su lado en la tribulación], que Él desciende hasta secar las
lágrimas de sus ojos».
«Confía siempre, porque la misma gracia hará contigo el resto: tú serás salvada y el
enemigo se carcomerá en su rabia».
«La vocación del cristiano requiere una aspiración continua a la patria de los
bienaventurados».
«Confiemos siempre, porque el Dios que hoy nos humilla y nos atribula [el Padre
Pío alude a la Primera Guerra Mundial] es el Dios que todavía nos habla; y el Dios que
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nos habla, a pesar del tono displicente y severo, es todavía el Dios que nos ama. Su tono
espera la voz de nuestro arrepentimiento que lo haga callar; su rayo espera una lágrima
nuestra que lo apague».
«El acto de fe más bello brota de nuestros labios durante la noche, durante la
inmolación y el sufrimiento, en el esfuerzo supremo e inflexible por el bien; desgarra
como un relámpago las tinieblas de tu alma y te lleva a través de la tormenta hasta el
corazón de tu Dios».
«Si Jesús no me hubiese tendido la mano, ¡quién puede saber cuántas veces habría
vacilado mi fe y mi esperanza! ¡Mi caridad se habría debilitado, mi inteligencia se habría
oscurecido si Jesús, el Sol Eterno, no la hubiese iluminado!».
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para todos los pecadores, para que nadie desespere. Por lo tanto, fíjense los pecadores en
mí, el más grande entre los pecadores, y esperen en Dios».
«Que nuestra petición sea sólo esta: Amar y agradar a Dios, sin preocuparnos por
el resto, sabiendo que Él cuidará siempre de nosotros».
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ORACIÓN
«La oración es la mejor arma que tenemos; es una llave que abre el corazón de
Dios». Hablar con Dios, confiarle nuestros anhelos y preocupaciones, dejarle a Él que
también nos sugiera lo que desea de cada uno, es fundamental en la vida de piedad. Sin
un rato de oración cada día es difícil, por no decir imposible, estar más cerca de Dios y
saber lo que Él espera de nosotros. El propio Jesús nos enseñó la trascendencia de la
oración, dirigiéndose al Padre en los momentos decisivos de su vida en la tierra. Oró así
en el Huerto de los Olivos, antes de que le prendiesen, como lo había hecho antes
durante cuarenta días y cuarenta noches interminables en el desierto, a la vez que
ayunaba.
En una sociedad acostumbrada al ruido, como la actual, la oración que lleva implícita
el silencio para poder escuchar la voz de Dios en nuestros corazones, constituye la fuerza
que necesitamos para serle fieles al Señor.
No se trata de recitar una oración aprendida desde pequeños, que también, sino de
reservar diez, quince, veinte minutos o una hora entera cada día, según la disposición de
cada uno, para encontrarnos con Dios en la intimidad. De la oración se obtiene la fuerza
e inspiración necesarias para luchar.
«La oración es la mejor arma que tenemos; es una llave que abre el corazón de
Dios».
«Quien mucho ora, se salva seguro. Quien poco ora está en peligro de no salvarse y
quien no ora nada, está en camino de perdición».
«Tu oración será más agradable al buen Dios si surge de un corazón contrito,
humillado y sufriente».
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«El poder de Dios triunfa ante todo, pero la humilde y doliente oración triunfa ante
Dios mismo».
«El cristiano debe poner ante sus ojos con frecuencia los libros santos para sacar de
aquéllos los defectos que debe corregir y las virtudes con las que debe engalanarse para
complacer la mirada de su Dios».
«Me horroriza el daño que hace a las almas la privación de la lectura de los libros
santos… Leed, leed mucho, y con la buena lectura que no falte una fervorosa oración».
«Quien lee el libro de sus confesiones [de San Agustín] no puede retener las
lágrimas. Qué guerra atroz, qué feroces enfrentamientos sostuvo en su pobre corazón por
las grandísimas repugnancias que probó al abandonarse a los placeres obscenos de los
sentidos… Pero mientras el santo estaba siendo combatido por afectos tan tumultuosos,
oyó una voz que le dijo: Toma y lee. Obedeció enseguida a esa voz, y leyendo un
capítulo de san Pablo, se despejaron pronto de su mente los densos nubarrones, se
ablandó toda la dureza de su corazón, se quedó con plena serenidad y con plácida calma
de espíritu».
«La historia nos dice también que san Ignacio de Loyola, por una lectura espiritual
tomada no por devoción, sino con el solo deseo de huir del aburrimiento de una penosa
enfermedad, pasó de ser capitán de un rey de la tierra a capitán del rey del cielo».
«De san Columbano leemos también que por la lectura de un libro santo, hecha
más bien para agradar a su consorte que por sincera devoción, se sintió todo cambiado
consagrándose enteramente a Dios».
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«Ahora bien, si la lectura de los libros santos tiene tanta fuerza para convertir a las
personas de mundanas en espirituales, ¿cuánto más poderosa debe ser esa lectura para
que las personas espirituales sean inducidas a mayor perfección?».
«Me permito aconsejarte algunos libros cuya lectura es apta para tu actual estado
espiritual: la Vida de Santa Teresa, escrita de su puño y letra, el Camino de perfección y
El castillo interior; el libro de las Confesiones de San Agustín; la Exposición del Dogma
Católico de Monsabré, expuesto en dieciocho pequeños volúmenes. La lectura de todos
ellos es una verdadera fiesta para el espíritu».
«No puedo leer las epístolas de san Pablo sin sentir cómo una fragancia se expande
por toda mi alma, fragancia que se hace sentir hasta en la cima más alta de mi espíritu».
«Apenas me pongo a orar, siento que el alma comienza a recogerse en una paz y
tranquilidad imposibles de expresar con palabras. Los sentidos quedan en suspenso,
excepto el oído, pero de ordinario este sentido no me molesta y tengo que admitir que,
aunque a mi alrededor se hiciese mucho ruido, no me molestaría lo más mínimo».
«Me sucede muchas veces que, cuando el pensamiento continuo en Dios se aleja
un poco de mi mente, siento enseguida que Nuestra Señora me toca de una forma tan
penetrante y suave en el centro del alma, que casi siempre me veo obligado a derramar
lágrimas de dolor por mi infidelidad, y de ternura por tener un Padre tan bueno y amable
que me llama de nuevo a su presencia».
«Otras veces me encuentro con una gran aridez espiritual; siento mi cuerpo muy
agobiado por tantas enfermedades, imposibilitado para recogerme y hacer oración por
más que lo deseo… Cuando es del agrado del celestial esposo poner fin a este martirio,
me envía en un instante tal devoción espiritual que en modo alguno la puedo resistir. En
un momento me encuentro totalmente cambiado, enriquecido de gracias sobrenaturales».
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«Sólo aspiro a ser un pobre fraile que reza».
«La oración es el arma invisible contra el peligro del mundo. Rezad. ¡La oración es
la llave del tesoro de Dios y el medio para conseguir la victoria en la lucha del bien
contra el mal!».
«Recemos sin cesar por las necesidades habituales de nuestra patria, de Europa y
del mundo entero».
«La oración debe ser el medio para dirigir nuestra alma a Dios, para elevarle un
himno de amor, para presentarle como al más amoroso de los padres todas nuestras
pobres necesidades espirituales y materiales».
«La oración también tiene que hacernos capaces de difundir a nuestro alrededor la
luz de la fe cristiana».
«Se ha perdido el camino por no querer dedicar un poco de tiempo a Dios. Orar os
provoca fastidio. Estáis muy apegados al mundo y ya no sentís necesidad de Dios. Lo
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imagináis lejos de vosotros, y por eso lo mantenéis arrinconado como si no existiese».
«Cuando quieras rezar por mí pide solamente esto: Que este pobre desgraciado
haga siempre Tu voluntad».
«El don santo de la oración, hijo mío, está en las manos del Salvador, y cuanto más
te vacíes de ti mismo —es decir, de tu amor propio y de toda atadura carnal,
enraizándote en la santa humildad—, más lo comunicará Dios a tu corazón».
«Es necesario que perseveres con mucha paciencia en este santo ejercicio y que te
contentes con avanzar paso a paso hasta que no te veas en disposición de correr, o mejor
aún de emprender el vuelo».
«Por ahora resígnate a ser una pequeña abeja de colmena, que pronto será capaz de
fabricar miel».
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residencia en la casa de Nazaret hasta los treinta años, sobre su humildad al hacerse
bautizar por el precursor San Juan».
«En el Huerto de los Olivos, el Maestro deja a los suyos y se interna en la espesura
con sólo tres discípulos para su agonía: Pedro, Santiago y Juan. Los que conocieron la
gloria del Tabor tendrán también la valentía de reconocer al Hombre-Dios en este ser
triturado por ansias de muerte».
«Al entrar en el huerto, les dice: ¡Quedaos aquí! Velad y orad para que no os
venza la tentación. ¡Cuidado, que el enemigo no duerme! Armaos con la oración para
que no os veáis sorprendidos y arrastrados al pecado».
«Así alertados, el Señor se adentra más y hunde sus rodillas y su rostro en el suelo.
Su espíritu se debate en un piélago de amarguras y aflicciones. Es de noche. El silencio
está lleno de sombras atormentadas. La luna parece inyectada de sangre. El viento azota
los árboles y estremece los huesos. La naturaleza turbada llora un secreto espanto».
«Allá Judas, su apóstol, tan querido como Juan y Pedro… que le ha vendido casi
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de regalo… ¡Por los caminos de Getsemaní, con la traición en las manos, para
entregarlo! ¿No acaba de alimentarse con su Carne y empaparse de su Sangre? De
rodillas ante él, le lavó los pies, llevándolos a su corazón para estrecharlos y besarlos con
sus labios... Jesús llora».
«¡Oh, Jesús! ¿No eres Dios? ¿No eres Señor del Cielo y de la tierra? ¿No eres igual
al Padre? ¿Por qué humillarte hasta perder la figura de hombre?...».
«Jesús se incorpora. Busca el Cielo con una mirada suplicante. Levanta los brazos
y ruega. Su rostro tiene un tono cadavérico. Implora a su Padre, que le esquiva. Ruega
con confianza de hijo, aunque sabe muy bien el cáliz que le está reservado. Se sabe botín
del mundo, a merced de un Dios ultrajado. Entiende que sólo Él puede satisfacer a la
Justicia infinita y reconciliar al Creador con sus criaturas… Si su humanidad está
literalmente aniquilada y se subleva contra el sacrificio, su alma en cambio está pronta a
la inmolación. El combate persiste».
«Atiende, hijo mío: Las armas de la oración me han ayudado a vencer, mi espíritu
ha domado la cobardía de la carne. La oración me ha dado fuerza y ahora puedo retar a la
muerte. Sigue mi ejemplo y dialoga con el Cielo como yo lo he hecho».
«Debes saber que cuando uno busca con excesivas prisas e inquietud febril un
objeto perdido, podrá tocarlo con sus manos, tenerlo mil veces bajo sus ojos sin tan
siquiera darse cuenta».
«Esta vana ansiedad no hará sino fatigar tu espíritu y volver inepto tu pensamiento
para detenerse sobre los puntos de tu meditación. No conseguirás con ello más que una
especie de frialdad y abobamiento, sobre todo en el terreno afectivo».
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«Yo no conozco más que un remedio para este mal: mata esa ansiedad, ya que es
una de las emboscadas más temibles para la auténtica virtud y la verdadera vida interior;
enfría el alma bajo el pretexto de calentarla, y no la incita a correr sino para hacerla
tropezar».
«No olvides por tanto que las gracias y gustos de la oración son lluvia del Cielo, no
agua de la tierra… Mantén tu corazón abierto al Cielo y espera de lo Alto el celestial
rocío».
«¡Cuantísimos cortesanos pasan y repasan cien veces ante su rey no para hablarle o
escucharle, sino simplemente para hacer acto de presencia y dejarse reconocer, gracias a
esta asiduidad, como sus fieles servidores!».
«Pues bien, en tu oración nunca puede faltar una de esta dos alternativas. Si puedes
hablar al Señor, hazlo… canta sus alabanzas. Si no puedes hablarle por tener el espíritu
torpe, no te descorazones: imita a los cortesanos y hazle una sumisa reverencia».
«Nunca debes por tanto angustiarte pensando qué le has de decir; porque el mero
hecho de estar ya en su presencia satisface un deber provechoso y quizá hasta más útil a
tu alma, aunque esté menos conforme con tus gustos».
«El alma ve los secretos celestiales, esas divinas perfecciones, con mucha más
claridad que cuando miramos nuestra propia imagen en un espejo».
«Yo creo que la oración del hombre peregrino puede agradar tanto o más a Dios
que la de los bienaventurados del cielo; porque los hombres, al impulso de sus oraciones
ordinarias, pueden añadir el gemido, el ansia, el sufrimiento que no pueden tener los
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santos del cielo».
«El que ora y piensa en Dios, que es el espejo de su alma, busca conocer sus
defectos, intenta corregirlos, reprime sus impulsos y pone su conciencia a punto».
«La oración es la fuerza unida de todas las almas buenas; es la que mueve el
mundo, renueva las conciencias, lleva ánimos a los que sufren, sana a los enfermos,
santifica el trabajo, eleva la asistencia sanitaria, otorga fuerza moral y resignación
cristiana al dolor humano, derrama la sonrisa y la bendición de Dios sobre todo
sufrimiento y debilidad».
«La oración debe ser insistente, dado que la insistencia pone de manifiesto la fe».
«Poneos en presencia de Dios. Pensad para eso en que Él está realmente presente
con toda la corte celestial en el centro de vuestra alma. Luego iniciad vuestras oraciones
y meditaciones. Hacedlo con los ojos cerrados y con la cabeza a ser posible recta, o
apoyando la frente en la palma de la mano o en ambas, que será mejor. Todo sin
demasiada afectación».
«Si reconocéis que vuestra oración ha sido defectuosa, humillaos delante de Dios,
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pidiéndole perdón con propósito de enmienda».
«Programad dos tiempos al día para la oración. Emplead en ella, a ser posible, por
lo menos media hora en cada tiempo, procurando que uno de ellos sea por la mañana,
para prepararos a la lucha, y el otro por la tarde, para purificar vuestra alma de todo
afecto terreno que os haya podido afectar durante la jornada».
«Si después de haber dispuesto tu corazón con esta humilde preparación Dios
todavía no te ofrece dulzura y suavidad, debes tener buen ánimo, manteniéndote en la
paciencia de comer tu pan, aunque seco, y cumpliendo así con tu deber sin recompensa.
Si lo haces de esta manera, tu amor a Dios será desinteresado; se ama y se sirve así a
Dios a costa propia, como hacen las almas más perfectas».
«Si nos sobreviene cualquier languidez de espíritu, corramos a los pies de Jesús
sacramentado, pongámonos entre los celestiales perfumes, y sin duda alguna nos
sentiremos vigorizados».
«La oración humilde y dolorida triunfa del mismo Dios, le detiene el brazo, apaga
el rayo, le desarma, le vence, le aplaca, y le hace dependiente y amigo».
«No nos desanimemos; una mirada al Divino Maestro que ora en el huerto y
descubriremos la verdadera escala que une la tierra con el cielo; descubriremos que la
humildad, la contrición, la oración hacen desaparecer la distancia entre el hombre y
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Dios, y logran que Dios descienda hasta el hombre y que el hombre se alce hasta Dios,
terminando por entenderse, por amarse, por poseerse».
«Orad y orad siempre cada vez con más insistencia. Jesús es bueno y no dejará de
escuchar tantas oraciones dirigidas a Él con confianza».
«En las horas de prueba no te afanes por acercarte a Dios; no creas que Él está
lejos de ti; está dentro de ti y en esos momentos de manera más íntima está contigo, en
tus suspiros, en tu búsqueda, como una madre que empuja a su hijo a buscarla, mientras
ella está detrás y con sus manos le invita a llegar hasta ella en vano».
«Espero que mis deseos serán escuchados por los méritos de Jesús y por las
oraciones de las almas buenas».
«No dudes de mis oraciones por ti, porque cuando rezo siempre me acuerdo de ti.
Esto lo he hecho desde hace ya bastantes años, y continuaré haciéndolo siempre. Todos
los días, en el sacrificio de la Santa Misa, ofrezco a Dios nuestros corazones.
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Encomiéndame también tú siempre a la divina piedad».
«Ruega intensamente por mí, te lo suplico; debes continuar conmigo esta caridad
por razón de nuestra alianza, y porque yo correspondo con el constante recuerdo de
todos los días junto al altar y en mis pobres oraciones».
«Repetid con frecuencia las palabras divinas de nuestro querido Maestro: Hágase
tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Sí, que este hermoso deseo esté siempre en
vuestro corazón, en vuestros labios y en todos los sucesos de vuestra vida».
«Pido siempre por los enfermos y los mejores ánimos son los que nos vienen de la
oración».
«Me parece que el tiempo huye velozmente y nunca tengo el suficiente para orar».
«San Pablo quiere que el cristiano no se contente con saber la ley de Dios, sino que
profundice también en su sentido. Todo esto no se puede poseer sin una asidua
meditación de la ley divina, mediante la cual el cristiano, exultante de alegría, irrumpe
con el corazón en dulces cánticos de salmos y de himnos a Dios. Así aprende el cristiano
que tiende a la perfección cuán importante es la meditación».
«No emprendas jamás alguna tarea o cualquier otra acción sin haber elevado antes
la mente a Dios, dirigiéndole a Él, con santa intención, lo que estás a punto de realizar.
Haz lo mismo con la acción de gracias al final de todas tus actividades, examinándote si
todo ha sido ejecutado siguiendo la recta intención buscada en un principio y, si
encuentras alguna falta, pide humildemente perdón al Señor con la firme resolución de
enmendar los errores».
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«Jamás te acuestes sin haber examinado tu conciencia sobre el comportamiento
durante la jornada, pero antes dirige todos tus pensamientos a Dios y ofrece y consagra
tu persona y la de todos los cristianos».
«Ofrece para gloria de su Divina Majestad el reposo que estás a punto de iniciar y
procura dormirte centrando tu pensamiento en algún pasaje de la dolorosa Pasión de
Jesús. Yo te aconsejo que te duermas visualizando a Jesús durante la oración en el
huerto».
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AMOR A DIOS
«Sólo os permito un exceso: el Amor sin medida». Conozco a una persona que,
mientras examinaba su conciencia antes de confesarse, reparó en la existencia de un
fraile al que no conocía, arrodillado a su lado en el reclinatorio. No había entonces en
aquella pequeña iglesia ninguna otra persona aparte de ellos dos y del sacerdote,
ocupado en la sacristía. La escena volvió a repetirse en otras ocasiones, siempre que esta
persona se preparaba para la confesión.
Hasta que un día, el penitente reconoció en una estampa que aquel fraile que le
acompañaba durante el examen de conciencia era el Padre Pío, fallecido más de treinta
años antes. Desde entonces, jamás ha olvidado lo que el Padre Pío le dijo la primera vez:
«Hijo mío, empieza siempre por el primer mandamiento: ¿has amado a Dios como Él se
merece…? No tengas prisa alguna en repasar todas y cada una de las faltas de Amor que
a Dios tanto le ofenden».
La persona en cuestión reconoció que llegó a estar casi tres horas preguntándose sin
cesar si en verdad había amado a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con toda
su mente y con todas sus fuerzas. Por algo quiso el Señor que este fuese el primero de
sus diez mandamientos…
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«Decía la virgen sor Teresa del Niño Jesús: ¡Nosotros seremos juzgados por el
amor!».
«Besa con afecto y con frecuencia a Jesús; así repararás el sacrílego beso de Judas,
el apóstol traidor».
«Que nuestro deseo sea siempre este: Amar a Dios y gustarle a Él. Descuidemos
todo lo demás, sabiendo que Dios siempre cuidará de nosotros más de lo que se pueda
imaginar».
«Que el Señor nos haga entender la gran fortuna para nuestra alma de abandonarse
en sus brazos y estrechar una pacto con Él en estos términos: Dilectus meus mihi, et ego
illi [yo soy todo para mi amado y mi amado es todo para mí]; que Él piense en mí y yo
pensaré en Él».
«Que el mundo se trastorne de arriba abajo, que todo sea anegado en tinieblas…
¿qué importa? Entre los truenos y nubarrones, Dios está contigo».
«Yo soy el juguete del Niño Jesús, como Él mismo me repite. Pero, lo que es peor:
Jesús ha escogido un juguete sin valor alguno. Sólo me desagrada que este juguete
elegido por Él ensucie sus divinas manitas. El pensamiento me dice que cualquier día Él
me arrojará a un foso, para ya no sacarme de ahí. Lo disfrutaré, no merezco otra cosa que
esto».
«Cada cristiano debería sentir como familiar el dicho del apóstol san Pablo: Para
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mí la vida es Cristo. Yo vivo para Jesucristo, vivo para su gloria, vivo para servirlo y
vivo para amarlo».
«Cristo es para san Pablo el alma y el centro de toda su vida, el motivo de todas sus
acciones, el término de todas sus aspiraciones».
«Que tu vida se gaste en acciones de gracias al Esposo divino, a Él dirige todas tus
acciones, todas tus palpitaciones, todos tus suspiros; permanece junto a Él durante todo
el tiempo de la desdicha y de la prueba; permanece también con Él en las consolaciones
espirituales; vive, finalmente, y gasta toda tu vida para Él; a Él entrega tu partida de esta
tierra y las de los demás cuando, donde y como Él quiera».
«Vive de tal manera que el Padre celestial pueda gloriarse de ti… Vive de tal
manera que en cada instante puedas repetir con el apóstol san Pablo: Os ruego, pues, sed
mis imitadores, como lo soy de Cristo. Vive de tal modo que el mundo pueda por fuerza
decir de ti: Ahí está Cristo».
«Todo cristiano, verdadero imitador y seguidor del Nazareno rubio, puede y debe
llamarse un segundo Cristo, porque de modo muy eminente lleva de Él toda la
impronta».
«¡Oh, si todos los cristianos vivieran según su vocación, la tierra misma de exilio
se transformaría en un paraíso!».
«Si yo pudiera volar, recorrería el mundo para gritar a todos: ¡Amad a Jesús, que
es digno de Amor!».
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«El corazón de Jesús y el mío se fundieron y ya no son dos corazones que laten,
sino uno solo. Mi corazón desapareció como una gota de agua que se pierde en el mar».
«¡Oh Dios! No dejes de hacerte oír cada vez más a mi pobre corazón y cumple en
mí la obra comenzada por Ti… Que Jesús me conceda la gracia de ser un hijo menos
indigno de San Francisco; que pueda ser ejemplo para mis hermanos, de manera que el
fervor continúe sin cesar creciendo en mí, y me haga un perfecto capuchino».
«Amar a Dios en el azúcar, en la dulzura, hasta los niños lo saben hacer; amarlo en
el ajenjo, en la amargura, ésta es la contraseña de nuestra amorosa fidelidad».
«Para amar es suficiente con apartar el corazón de todo aquello que implique
desorden. Conservándolo dentro del orden, ¡ama lo que quieras! ¡Ama a todo! Pero,
¡ama a Dios sobre todo, que es el Supremo Bien!».
«Dios es tan incomprensible, tan inaccesible, que cuanto más penetra un alma en
las profundidades de su amor, más disminuye la sensación de ese amor, hasta el punto de
que parece que ya no lo ama… Creedme: cuanto más ama un alma a Dios, menos lo
siente».
«¡Quiera el Cielo que las almas pregoneras de las maravillas del Señor se
multipliquen como las arenas de los mares y los átomos de los cuerpos!».
«No pidáis cuentas a Dios, ni le digáis jamás: ¿Por qué? No miréis siquiera el
camino por el que os lleva, sino más bien —yo os lo suplico por la mansedumbre de
Jesús—: fijad vuestros ojos en Él que os guía y en la Patria Celestial a la que quiere
conduciros. Que Él os haga pasar por el desierto o por los sotos umbríos y sazonados,
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¿qué importa? Lo interesante es que por este camino, que es el vuestro, lleguéis al fin
único de todas las almas creadas por Dios, que consiste en hacerlas conformes a su Hijo
Bien-Amado y transfigurarlas poco a poco en Él mismo».
«El amor sustancial a Dios es el acto de preferencia simple y sencillo por el que la
voluntad antepone a Dios a toda otra realidad por su infinita bondad. El que ama de tal
modo a Dios, lo ama con amor de caridad sustancial. Pero si a este amor sustancial a
Dios se le une la suavidad y ésta a su vez abarca toda la voluntad, tendremos entonces el
amor accidental espiritual; si luego dicha suavidad desciende al corazón y se hace sentir
en él con ardor y dulzura, tendremos entonces el amor accidental sensible».
«¡Dios mío, qué fácil ha sido engañarse! Lo que la pobre alma llama abandono no
es otra cosa que un singular y especial cuidado del Padre celestial para con ella… El
alma no podrá alcanzar jamás la oración contemplativa sin haber sido antes purificada
del amor accidental sensitivo a Dios».
«A los mundanos les parece increíble que existan almas que sufren al ver que la
Providencia les prolonga la vida».
«En el Corazón de Jesús debes desahogar tus deseos ardientes, vivir los días que la
Providencia todavía te conceda y morir cuando al Señor le plazca».
«¡Se debe amar a Dios y junto con Dios a todo lo creado, a todas las cosas sin
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excepción, porque todo cuanto existe viene del corazón de Dios!».
«San Agustín lo dice bastante bien: Que nuestro corazón está intranquilo hasta
que no repose en el objeto de su amor».
«El amor perfecto se alcanzará cuando se posea el objeto del amor perfecto; pero el
objeto de este amor se poseerá sólo cuando, cara a cara, como nos dice san Pablo, el
alma vea cómo es Él, cuando se le conozca como a nosotros mismos; todo esto no se
podrá obtener hasta que se abran las puertas de nuestra cárcel».
«Meditemos la gran condescendencia con la que Jesús asumió nuestra misma carne
para vivir en medio de nosotros la mísera existencia en la Tierra».
«Escuchemos al santo rey David, que nos invita a besar devotamente al Hijo:
Osculamini filium; porque este Hijo del que habla el profeta real es el mismo a quien
alude el profeta Isaías: Una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Este niño es
el hermano amoroso, el esposo amadísimo de nuestras almas… Este hijo es Jesús; y la
manera de besarlo sin traicionarlo, de estrecharlo entre nuestros brazos sin aprisionarlo,
de darle el beso y el abrazo de gracia y de amor que espera de nosotros y que nos
promete devolver es, según san Bernardo, servirle con verdadero afecto y cumplir con
santas obras sus doctrinas celestiales que profesamos con palabras».
«En la vida espiritual hay que caminar siempre hacia delante y no retroceder
jamás».
«¡Bendito Jesús! ¡Cuántas cosas le toca soportar de este rebelde hijo suyo! Si fuese
Él algún otro, ¡desde hace tiempo me habría rechazado! ¡Qué paciente es Jesús! ¡Qué
bueno es con todos, pero sobre todo conmigo!».
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«Dile a Jesús, como decía siempre san Agustín: Da lo que ordenas, y ordena lo
que quieras».
«Procura tener siempre una mente pura en los pensamientos de Jesús, siempre recta
en sus ideas y siempre santa en sus intenciones; hasta que ya no busque otra cosa más
que a Dios, su gusto, su gloria y su honor».
«Jesús no te abandonó cuando huiste de Él. ¿Por qué te va a abandonar ahora que,
en el martirio que sufre tu alma, le das pruebas de amor?».
«No es digno de recibir más gracias quien no es agradecido por las recibidas».
«Cuando el alma gime y tiene miedo de ofender a Dios no le ofende, está lejísimos
de tal cosa».
«Sirvamos al Señor con todo el corazón y con toda la voluntad. Él nos dará
siempre mucho más de lo que merecemos».
«Ama a Jesús; ámalo mucho. Y precisamente por eso, ama cada vez más el
sacrificio».
«Mientras tengas temor no pecarás… El miedo excesivo nos impide obrar con
amor, y la excesiva confianza no nos deja ser conscientes y temer el peligro que
debemos superar… Si nos percatamos de tener miedo o de temer demasiado, entonces
debemos recurrir a la confianza; y, si confiamos en exceso, debemos en cambio tener un
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poco de temor».
«Recuerda que el gozne sobre el que gira la perfección es el amor; quien vive del
amor vive en Dios, porque Dios es Amor».
«¡Que Jesús sea siempre el dueño de tu corazón, te bendiga en este trance y te haga
santa! Te empeñas, mi querida hija, en buscar el Bien Supremo cuando ese Bien está en
ti misma y te mantiene extendida sobre la cruz desnuda, dándote la fuerza para soportar
este martirio sobrehumano y amar amargamente al Amor».
«El alma que no se cuida de Dios, no siente en modo alguno el temor de no amarle
ni se preocupa en pensar en Él para amarlo; y si alguna vez aflora la idea de Dios a su
mente, trata de alejarla enseguida de su pensamiento».
«Dios quiere que le amemos no cuanto y como Él merece, porque sabe hasta dónde
llega nuestra capacidad, sino según nuestras fuerzas, con toda nuestra alma, con toda
nuestra mente, con todo nuestro cuerpo».
«Abre tu corazón a este Padre, el más amoroso entre todos los padres, y déjale
obrar libremente».
«¿Qué es este fuego que me consume todo entero? Si Jesús nos hace estar así de
felices en la tierra, ¿cómo será en el Cielo?».
«No seamos avaros con quien con abundancia nos enriquece y no coloca término
jamás a su liberalidad, no conoce nunca fin, no pone límites».
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«Siento que la tierra que piso cede bajo mis pies. ¿Quién hará firmes mis pasos?
¡Quién sino Tú, que eres el báculo de mi debilidad! ¡Ten piedad de mí, oh Dios, ten
piedad de mí! ¡No me hagas sentir más mi debilidad!».
«Te equivocas del todo queriendo medir el amor del alma hacia su Creador por la
sensible dulzura que experimenta al amar a Dios».
«Lo peor para la pobre alma es que con frecuencia siente en sí misma un horrible
contraste: mientras con la parte superior del espíritu se siente empujada a amar a Dios, su
Bien Supremo, con la parte inferior, es decir con el apetito sensitivo, se siente como
herida y afligida por aburrimiento, por tedio y por otros muchos penosos afectos».
«Todo se compendia en esto: me siento devorado por el amor a Dios y por el amor
a mis prójimos».
«Aunque hubieses cometido todos los pecados de la Tierra, Jesús repite: Tus
pecados te son perdonados porque has amado mucho».
«Jesús te va separando poco a poco, sin que te des cuenta, de todo impedimento
para la unión celestial».
«El amor no es más que una chispa de Dios en nosotros, la esencia misma de Dios
personificada en el Espíritu Santo. Todos los mortales debemos entregarnos al Señor con
toda la capacidad de nuestro amor».
«Cuanto más amor des, más amor recibirás; el amor todo lo olvida y todo lo
perdona».
«¡Que tu confianza ilumine una vez más mi inteligencia, que tu Amor abrase este
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corazón molido de dolor por ofenderte en la hora de la prueba!».
«Soporta por Amor a Dios y por la conversión de los pecadores las tribulaciones,
las enfermedades, los sufrimientos».
«En la angustia espiritual, ora: Señor, Dios de mi corazón, sólo Tú conoces el alma
de tus criaturas, sólo Tú conoces todas mis penas, sólo Tú sabes que todas mis angustias
provienen del temor que tengo de perderte, de ofenderte, del temor que tengo de no
amarte cuanto mereces y yo debo y deseo; a Ti que todo lo tienes presente y que sólo
lees el futuro, si sabes que es mejor para Tu gloria y para mi salud que yo esté en este
estado que sea entonces, no deseo ser liberada; dame la fuerza para que yo combata y
obtenga el premio de las almas fuertes».
«Comprendo muy bien que ningún alma pueda amar dignamente a su Dios».
«Dios puede rechazar todo en una criatura concebida en pecado y que lleva la
impronta indeleble de Adán, pero no puede rechazar el deseo sincero de amarla».
«El amor nos hacer correr a grandes zancadas; el temor, en cambio, nos hace mirar
con prudencia dónde ponemos el pie, guiándonos para no tropezar nunca por la senda
que nos conduce al Cielo».
«Tenemos una doble vida: una, natural, que la poseemos desde Adán por
generación carnal, y por consiguiente es una vida terrena, corruptible, amante de
nosotros y llena de bajas pasiones; la otra, sobrenatural, que la tenemos por Jesús a
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través del bautismo, y por lo tanto es una vida espiritual, celestial, obradora de virtud».
«Si por el bautismo todo cristiano muere a su primera vida y resucita a la segunda,
es entonces deber de todo cristiano buscar las cosas del Cielo, sin preocuparse de las
cosas de esta tierra».
«Agradece al Maestro Divino por tanto amor entrañable que te tiene, a pesar de lo
indigno que puedas ser».
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ESPÍRITU SANTO
«Nuestra alma sea siempre templo del Espíritu Santo». Poco antes de ascender al
Cielo, Jesús nos dejó al Espíritu Santo. Conocemos al Padre y al Espíritu Santo a través
de Él. Si no fuera por el Paráclito, los santos no habrían llegado a serlo, ni nadie tampoco
podría atender a la llamada universal a la santidad.
Es por tanto el Espíritu Santo quien nos santifica por medio de su Infinito Amor.
Pero hay que dejarle que lo haga, y el Padre Pío nos ofrece las recetas para que el
Paráclito reine siempre en nuestras almas. «Dejad que Él disponga de vosotros como
más le plazca», nos dice. A la vez que nos exhorta a permanecer vigilantes ante la acción
del demonio.
«La gracia del Espíritu Santo te haga cada vez más digno de la Patria celestial».
«Dejad que Él disponga de vosotros como más le plazca; dad plena libertad a las
acciones del Espíritu Santo, esforzándoos en imitar las virtudes cristianas, especialmente
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la santa humildad y la caridad cristianas».
«Tengamos siempre presente que por el bautismo hemos llegado a ser templos del
Dios vivo, y que cada vez que volvemos nuestro ánimo al mundo, al demonio y a la
carne, a los que por el bautismo hemos renunciado, profanamos este sagrado templo».
«El Espíritu Santo nos llene de sus santísimos dones, nos santifique, nos guíe por
los caminos de la eterna salvación y nos conforte en las innumerables aflicciones».
«Hay tres grandes verdades sobre las que es preciso rogar al Espíritu Santo para
que nos ilumine: la comprensión de la excelencia de la vocación cristiana, la inmensidad
de la herencia eterna a la que la bondad divina nos ha destinado, y el misterio de nuestra
justificación».
«Ser elegidos y señalados de entre una muchedumbre y saber que esta elección ha
sido hecha sin ningún mérito nuestro por Dios desde toda la eternidad ante mundi
constitutionem, con el único fin de ser suyos en el tiempo y en la eternidad, es un
misterio tan grande y dulce que el alma, a poco que lo penetre, no puede sino licuarse
toda de Amor».
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«¡Oh, si todos comprendiéramos de qué miseria e ignominia extrema nos ha sacado
la mano omnipotente de Dios! ¡Oh, si pudiésemos captar por un solo instante lo que deja
estupefactos a los espíritus celestiales mismos: el estado al que nos ha elevado la gracia
de Dios para ser nada menos que sus hijos, destinados a reinar con su Hijo por toda la
eternidad!».
«La gracia del Divino Espíritu informe siempre vuestra alma y os dé fortaleza en
las tribulaciones y en los momentos de prueba»
«Dilata tu corazón a los dones del Espíritu Santo, que espera de ti una señal para
enriquecerte».
«Bienaventurada el alma que posee todas las bellas virtudes que son frutos del
Espíritu Santo (amor, gozo y paz, paciencia y afabilidad, bondad y cortesía,
longanimidad y mansedumbre, fidelidad y modestia, continencia y castidad). Nada tiene
que temer. Brillará en el mundo como el sol en medio del firmamento».
«Dejad plena libertad a la gracia que actúa en vosotros y no os turbéis jamás por
cualquier adversidad que pueda sobreveniros, conscientes siempre de que sólo son
obstáculos al Divino Espíritu».
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«Vivid en calma y no os preocupéis demasiado, porque el Espíritu Santo exige
tranquilidad y paz para actuar más libremente en nosotros».
«Consideremos ahora lo que el alma debe practicar para que el Espíritu Santo viva
en ella: todo se reduce a la mortificación de la carne, con sus vicios y concupiscencias, y
a renunciar al espíritu propio».
«Si la gracia de Dios no te hubiese iluminado y atraído hacia Él, tú habrías sido
semejante al necio que tras una noche entera caminando sobre la ribera del río sin
saberlo, con las densas tinieblas que lo circundan, al despuntar la luz que le advierte del
peligro en curso, y despreciándola, prosigue el camino desafiando al peligro. ¡Infeliz! En
un determinado momento la orilla se termina bajo sus pies, cae y se ahoga».
«¡Oh, necio, recapacita! Recuerda que por el bautismo has renunciado al mundo,
que estás muerto para él. El Espíritu Santo que habla por boca de san Pablo te lo dice: …
Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios».
«La lucha será tremenda, pero no temas perder la batalla: el Espíritu Santo te dará
tanta fuerza, que podrás librarla y vencer».
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TENTACIONES
«Si supiésemos los méritos que obtenemos por las tentaciones sufridas con paciencia
y vencidas, casi exclamaríamos: ¡Señor, envíanos tentaciones!». El Padre Pío sufrió las
acometidas del maligno desde los cinco años. Jesús permitió que el demonio le propinase
terribles palizas o que se sirviese de otras personas para calumniarle o injuriarle.
De igual manera, las tentaciones deben servirnos a nosotros para demostrarle a Dios
que le amamos por encima de todas las cosas, como reza el primer mandamiento. Amar
significa luchar por aquel a quien queremos, empezando, naturalmente, por Dios. El
demonio, aunque parezca mentira, nos ratifica en la existencia de Dios y nos lleva a
amarle sabiendo que si rechazamos al maligno damos pruebas al Señor de nuestro
sincero amor por muy miserables que seamos. Y cuando mordemos el polvo, cayendo en
la tentación, siempre nos queda la esperanza del Sacramento de la Reconciliación. Y
vuelta a empezar sin darnos jamás por vencidos, porque Él nos perdona si se lo pedimos.
«Si supiésemos los méritos que obtenemos por las tentaciones sufridas con
paciencia y vencidas, casi exclamaríamos: ¡Señor, envíanos tentaciones!».
«No temáis al enemigo; nada podrá hacer contra la navecilla de vuestro espíritu,
porque Jesús es el piloto, y María, la estrella».
«El demonio sólo tiene una puerta para entrar en nuestro espíritu: la voluntad…
Nada es pecado si no ha sido consentido por la voluntad».
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«El diablo es como un perro rabioso encadenado; no puede herir a nadie más allá
de lo que le permite la cadena. Mantente, pues, lejos de él. Si te acercas demasiado, te
atrapará».
«Es verdad, sí, que Satanás impera en el mundo; pero impera porque otros le dejan
imperar».
«Vigilancia, oración y humildad son las armas para vencer todas las tentaciones,
que deben ir acompañadas de una confianza ilimitada en Dios, sin detenerse jamás en
mitad del camino».
«Fíjate bien: siempre que la tentación te desagrade, no tienes por qué temer, pues,
¿por qué te desagrada si no es porque quieres rechazarla?».
«No nos descarriemos en las horas de la prueba; por la constancia en obrar el bien
y por la paciencia al combatir en la batalla, venceremos el descaro de todos nuestros
enemigos. Como dijo el Divino Maestro, conquistaremos con la paciencia nuestras
almas, que la tribulación obra la paciencia, la paciencia genera la prueba, y la prueba
germina la esperanza».
«No abandonéis vuestra alma a la tentación, dice el Espíritu Santo, pues la alegría
del corazón es la vida del alma y un tesoro inagotable de santidad; mientras que la
tristeza es la muerte lenta del alma y no es útil para nada».
«Ten muy presente la exhortación del príncipe de los apóstoles, san Pedro: Sed
sobrios y velad. Vuestro adversario, el diablo, ronda como león rugiente buscando a
quién devorar. Resistidle firmes en la fe; y para mayor aliento, añade: Sabiendo que
vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos».
«Los placeres y satisfacciones del mundo, reunidos en su conjunto, no son más que
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vil fango».
«Cuando el diablo se revuelve es señal de que no está muy contento. Lo que debe
inquietarnos de veras es su silencio».
«Es Dios mismo quien advierte que la tentación es una prueba de que el alma se
está uniendo con Él: Fili, accedens ad servitutem Dei, praepara animam tuam ad
tentationem [Hijo, si llegas a servir a Dios, prepara tu alma para la tentación]».
«El demonio no se permite tregua para hacerme perder la paz del alma y disminuir
en mí la mucha confianza que tengo en la Divina Misericordia. Y esto se esfuerza en
lograrlo principalmente por medio de las continuas tentaciones contra la santa pureza,
que va provocando en mi imaginación… De todo esto me río como cosas sin
importancia, siguiendo su consejo. Sólo me aflige, en ciertos momentos, no estar seguro
si al primer asalto del enemigo fui rápido en resistir… Estas tentaciones me hacen
temblar de pies a cabeza por ofender a Dios; nada temo, sino ofender a Dios».
«¿No sientes tú cómo el apóstol Santiago exhorta a las almas para alegrarse cuando
son atacadas por diversos tormentos y numerosas contradicciones?: Fratre, omne
gaudium existimate, cum in varias tentationes incideritis [Considerad como un gran
gozo, hermanos míos, estar rodeados por toda clase de tentaciones]».
«¿No sabes que el Señor está siempre contigo y que nuestro enemigo nada puede
contra quien ha decidido ser todo de Jesús?».
«El maligno quiere convencerte de que eres víctima de sus ataques y del abandono
divino; no le creas, porque te quiere engañar; desprécialo en nombre de Jesús y de su
Santísima Madre».
«Es suficiente con que sepas lo que dice el gran san Francisco de Sales: que las
tentaciones son como el jabón que, desparramado sobre la ropa, parece ensuciarla pero
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en realidad la limpia».
«El enemigo no quiere darse por vencido. Se ha revestido de todas las formas.
Desde hace ya varios días viene a visitarme con sus satélites, armados con palos y
utensilios de hierro. Numerosas veces me ha tirado de la cama. Pero Jesús, su Madre, mi
ángel custodio, San José y San Francisco me acompañan con frecuencia en estos difíciles
momentos».
«Aquel monstruo, desde las diez que me acosté hasta las seis de la mañana,
continuó azotándome».
«No temas de ningún modo las vejaciones de Satanás: nada podrá él contra quien
está sostenido de modo singular por la gracia vigilante del Padre Celestial».
«Pertenece al enemigo hacernos creer que nuestra vida pasada está totalmente
sembrada de pecados».
«Si te turban algunos pensamientos, piensa que ese azoramiento jamás viene de
Dios, sino del diablo».
«El temor a los pecados es infundado, porque Dios y la Virgen te protegen en las
pruebas. Repito que la verdad la digo yo en la plenitud de mi autoridad, y no así tu
pensamiento que, ofuscado como está por las tinieblas, no puede conocer las cosas como
son en realidad ante Dios… Vuestras penas no son castigos, sino medios de mérito que
concede el Señor, y las sombras que oprimen vuestra alma proceden del tentador que
quiere afligiros. Culpas no hay, especialmente de aquellos que guardan la santa pureza y
mucho se complace Jesús de vuestra alma a la que quiere con tantas pruebas purificada y
enriquecida».
«No aumentes las sombras que el enemigo va haciendo cada vez más densas para
atormentarte y alejarte si le fuera posible hasta de la comunión diaria».
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«No hagas caso ni siquiera del sentimiento que te induce a pensar que tus
oraciones, meditaciones, comuniones y todo eso que constituye tu patrimonio espiritual
no agrada al Señor, ya que sólo es sugerencia del mentiroso demonio».
«Consuélate y alégrate sabiendo que el Padre Celestial permite los ataques del
demonio para que su Misericordia te asemeje más a su Divino Hijo en las angustias del
desierto, del huerto y de la Cruz».
«No temas la rabia de Satanás, que brama porque te fatigas por la causa de Dios».
«No os esforcéis por vencer vuestras tentaciones, porque ese afán les daría más
fuerza; despreciadlas y no os preocupéis de más. Considerad a Jesús crucificado en
vuestros brazos y en vuestro corazón, y decidle, besando muchas veces su costado: Esta
es mi esperanza, esta la fuente de mi felicidad; Jesús, yo te apretaré con fuerza y no te
dejaré hasta que no me hayas colocado en un lugar seguro».
«Si escucháis voces sin poder distinguir si proceden de un espíritu bueno o malo,
volveos humildemente a Jesús y decidle: Si tú eres Jesús, manifiéstate a quien tú me has
designado como director. Y obligadle a repetir: ¡Viva Jesús! ¡Viva la Inmaculada
siempre Virgen María! Si no quiere repetirlo, escupidle a la cara y decidle a Jesús que lo
mande al infierno».
«Uno de vosotros [y dijo el nombre], durante esa noche era presa de una fuerte
tentación contra la pureza; invocaba con todo su corazón a la Santísima Virgen y
también reclamaba mi ayuda. Nada más saberlo, acudí en su auxilio. Empecé a rezar el
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Rosario con todo fervor y, con ayuda de la Virgen, derrotamos al demonio. Cuando él
venció la tentación y se durmió plácidamente, el peso de la batalla recayó sobre mí. Fui
apaleado terriblemente por el enemigo pero, al fin, triunfamos rotundamente en la
batalla».
«Cuando el enemigo quiera abrir una brecha en tu corazón para expugnarlo con los
temores del pasado, piensa que éstos se han perdido ya en el océano de la bondad
celestial; concéntrate entonces en el presente, en el que Jesús está contigo y te ama;
piensa en el futuro, cuando Jesús recompensará tu fidelidad y resignación».
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CONFESIÓN
«Para lavar un corazón son necesarias muchas lágrimas; un buen médico no duda en
emplear el bisturí».El Padre Pío nos anima a frecuentar el Sacramento de la Penitencia
con verdadero dolor de corazón y propósito de enmienda para permanecer en el combate.
Y si caemos derrotados, jamás debe cundir el desaliento, pues eso mismo es lo que desea
el perverso diablo para apartarnos de Dios y que arrojemos la toalla.
«Para lavar un corazón son necesarias muchas lágrimas; un buen médico no duda
en emplear el bisturí».
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«Es terrible la justicia de Dios, pero no olvides que también su misericordia es
infinita».
«En la Casa del Padre Celestial tienen prioridad los hijos pródigos».
«Recuerda: está más cerca de Dios el pecador avergonzado de sus malas acciones,
que el justo que se sonroja por hacer el bien».
«San Pedro, Apóstol del Señor, de quien recibió la potestad sobre los doce
apóstoles, ¿no negó a su Maestro? ¿No se arrepintió y amó al Salvador y la Iglesia lo
venera como santo?».
«Yo no puedo resignarme a tener a las almas más de ocho días alejadas de la
confesión».
—¿Pero qué pecados cometes? Te tengo siempre enfrente y no veo que cometas
pecados.
«No se exige más que una condición: He pecado… El Divino Cazador vigila los
bosques de malezas y los desiertos en busca de su presa. Por fin, ésta llega jadeante,
agónica, a las redes del confesonario».
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«La Misericordia, hijo mío, sobrepasa infinitamente tu malicia».
«El espíritu de Dios es espíritu de paz; incluso en las faltas más graves, nos hace
sentir un dolor tranquilo, humilde, confidente, que depende de su infinita Misericordia».
«Preferiría ser hecho mil pedazos antes que ofender a Dios una sola vez».
«La Misericordia no tiene límites y la sangre de Cristo lava todos los crímenes del
mundo».
«En lugar de cantar el Miserere de nuestras culpas ante el trono del Señor, nos
hemos endurecido en el pecado volviéndonos indignos de las benevolencias divinas».
«En el disco del gramófono quedan impresas las ondas sonoras con cantos
delicados o groseros, y con palabras santas o indecentes; del mismo modo quedan
escritos en el libro de la vida los buenos pensamientos o los malos, las conversaciones
morales o las inmorales, las obras buenas o las malas».
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todos los pecadores a fin de que ni uno solo de ellos desespere. Que todos los pecadores
fijen, pues, sus ojos en mí».
«Aguanta, querida hija, incluso cuando te sientas oprimida por la multitud y por el
horror de tus pecados. Entonces, más que nunca, acércate a los pies de Jesucristo que
lucha, que agoniza por nosotros en el huerto; humíllate, llora, suplica con Él y pídele a
grandes gritos la misericordia, el perdón de tus pecados, la ayuda para caminar siempre
junto a Él. Obra así y no dudes de que Dios, misericordioso y clemente, extenderá una
mano piadosa para alzarte de tu indigencia, de tu desolación espiritual».
«Hijo mío, Dios persigue sin descanso a las almas más obstinadas: le has costado
demasiado caro para que te abandone».
«Yo trato a las almas según lo merecen delante de Dios… Quito lo viejo y pongo
lo nuevo».
«No puedes imaginarte cómo rezo por aquellos a los que he dado una penitencia
justa pero dura. Acompaño a todos mis penitentes como si fuese su sombra».
«Dentro de tres o cuatro días esta señorita volverá bien preparada. ¿Cree usted que
el Padre no ha rezado ya por ella? Pero precisa un tiempo para que la gracia obre…».
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un hervidero de pecados. El que comete un sacrilegio se traga su propia condenación y
no puede salvarse sin una gracia especialísima».
«¿Cuántas veces te has acercado en pecado mortal a comulgar sólo para salvar las
apariencias?».
«Pide perdón, haz propósito, vuelve al buen camino y tira derecho con mayor
vigilancia».
«En el infierno nadie absolutamente se inclina ante Dios. No es Él, por tanto, el
que no quiere perdonar. Al Señor no le falta jamás misericordia, sino a ellos
arrepentimiento».
«No os vayáis nunca a la cama sin haber examinado antes vuestras conciencias
respecto a cómo habéis pasado la jornada, y sin haber dirigido a Dios todos vuestros
pensamientos, con el consiguiente ofrecimiento y consagración de vuestra persona y
también de todos los cristianos».
«Aquella alma que vivió pecadora fue vencida al fin de su vida por la divina
gracia».
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«¡Si supierais cuánto sufro yo cuando me veo en la obligación de negar una
absolución! Pero debes saber que es mucho mejor ser criticado por los hombres en este
mundo que condenado por Dios en el otro».
«[A un penitente] Está usted en la herejía y, por tanto, todas sus comuniones han
sido sacrílegas. Es necesario que haga una confesión general. Examine a fondo su
conciencia y recuerde su última confesión bien hecha. Jesús no fue tan misericordioso
con Judas como lo está siendo con usted… Usted cantaba himnos a Satanás mientras que
Jesús, en su entrañable caridad, se ha sacrificado por su amor».
«[A otro penitente] ¡Tú sí que estás enfermo! ¡Estás mucho más grave que tu hija!
¡Tú estás muerto!...».
«¿Cómo puedes decir que estás bien, cuando tienes tantos pecados sobre tu
conciencia? Te contaría ahora mismo más de treinta y dos ofensas gravísimas a Dios».
«¡Da las gracias a Dios! A Él es, y a nadie más, a quien debes agradecer… ¡Dios te
ha concedido este favor! Devuélvele a Él las gracias, y no a mí».
«¡Pórtate bien!».
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HUMILDAD
«La humildad es la verdad, y la verdad es que yo no soy nada, que todo lo que de
bueno hay en mí es de Dios». Qué gran definición de tan difícil virtud, parafraseando a
Santa Teresa de Jesús. A la que podríamos añadir esta otra de San Josemaría Escrivá de
Balaguer: «No eres humilde cuando te humillas, sino cuando te humillan y lo llevas por
Cristo».
El Padre Pío, en efecto, como cualquier otro gran santo, no era humilde de cara a la
galería sino en lo más escondido de su corazón, ofreciendo en su caso la gran
persecución sufrida por parte de la propia Iglesia, a la que tanto amaba, cuando se le
prohibió celebrar la Santa Misa en público y confesar a los fieles durante dos años
enteros nada menos.
El fraile capuchino soportó en silencio por Amor a Dios y por Amor de Dios a los
demás, para salvar almas, no sólo permanecer durante cincuenta años crucificado de
Amor con los estigmas de Jesucristo en manos, pies y costado, sino las calumnias e
injurias de quienes afirmaban que se autolesionaba para provocarse las heridas o le
acusaban hasta de mantener relaciones sexuales con sus hijas espirituales. ¿No se trataba
acaso de pruebas durísimas que evidenciaban una humildad sin límites?
«La humildad es la verdad, y la verdad es que yo no soy nada, que todo lo que de
bueno hay en mí es de Dios».
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«Si estuviésemos sostenidos por nuestra propias manos, caeríamos siempre y jamás
permaneceríamos de pie».
«Humíllate con el pensamiento muy dulce de estar en los brazos divinos de Jesús».
«Estímate por lo que eres: nada, una miseria, una fuente de perversidad».
«Para arribar al puerto de la salvación, nos dice el Espíritu Santo, el alma de los
elegidos debe pasar y purificarse en el fuego de las dolorosas humillaciones, como el oro
y la plata en el crisol; de ese modo se ahorran las expiaciones de la otra vida».
«Consuélate entonces sabiendo que las alegrías de la eternidad serán tanto más
profundas y más íntimas, cuanto más hayan sido en nuestra vida presente los días
humillados y los años infelices».
«Dios está siempre atento para acoger y aliviar el alma que ante Él confiesa, en la
sinceridad de su corazón, su nulidad».
«Ten siempre ante los ojos de tu mente la gran humildad de la Madre de Dios y
Madre nuestra, la cual, a medida que crecían en Ella los dones celestiales, sobresalía más
su humildad. Tanto, como para poder cantar en el mismo instante en que fue cubierta por
la sombra del Espíritu Santo, que la convirtió en Madre del Hijo de Dios: He aquí la
esclava del Señor. El mismo cántico entonó nuestra querida Madre en casa de santa
Isabel, pese a llevar en sus entrañas virginales al Verbo hecho carne».
«El apóstol san Pablo nos dejó escrito en la carta enviada a los Corintios que un
momento de nuestras tribulaciones pasajeras puede merecernos en la eternidad una
gloria que vence la imaginación».
«Cuanto más rica se ve un alma, más razones tiene para humillarse ante el Señor,
pues los dones del Señor crecen, y ella nunca podrá dar plena satisfacción al
Dispensador de todo bien».
«Humíllate ante la Majestad divina considerando cuántas otras almas, más dignas y
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más ricas por dotes intelectuales y por virtudes, existen en el mundo y que
lamentablemente no son tratadas con ese particular amor con el que tú eres tratada por
Dios».
«El hombre es tan soberbio que, disponiendo de medios y salud, cree ser Dios e
incluso superior a Él».
«Es humildad no sólo reconocer nuestra abyección, sino amarla. He preferido, dice
el Profeta, ser abyecto en la casa de Dios antes que habitar en las mansiones de los
pecadores».
«Permanece muy cerca de la cuna del Niño Jesús, especialmente en los santos días
de su nacimiento. Si amas las riquezas, aquí encontrarás el oro que los Reyes Magos te
dejaron; si amas el humo del honor, te encontrarás el del incienso; y si amas las
delicadezas del sentido, percibirás la mirra olorosa que perfuma toda la gruta».
«Este Verbo divino, por su plena y libre voluntad, quiso abajarse hasta nosotros,
escondiendo la naturaleza divina bajo el velo de la carne humana. De tal modo, dice san
Pablo, el Verbo de Dios se humilló, que llegó a consumirse: Se despojó de sí mismo
tomando condición de siervo».
«Sí, hermana mía, Él quiso esconder tanto su naturaleza divina que asumió en toda
la semejanza al hombre, sometiéndose incluso al hambre, a la sed, al cansancio; y, para
usar la misma expresión del apóstol de los gentiles: Probado en todo igual que nosotros,
excepto en el pecado».
«San Pablo nos ha descubierto también el secreto de la fuerza por la que Jesucristo,
en la miseria de nuestra carne, ha vencido a Dios en su gloria: por el abajamiento, la
oración, el llanto y los gritos: Cum clamore et lacrimis; pro sua reverentia».
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«En las luchas hombre a hombre, quien se asusta ante su adversario, quien está
herido, quien es desplomado a tierra, quien derrama su sangre resulta derrotado. En
cambio, en las luchas del hombre que tiembla ante el mismo Dios… el hombre que
arrastra su frente en el polvo, se humilla, llora, suspira y ora es el que triunfa ante la
justicia de Dios y le obliga a ser misericordioso».
«Te alerto de que al humillarte ante la mirada del Señor, te cuides de la falsa
humildad, que lleva consigo el desánimo, porque te conduce infaliblemente a la
desesperación».
«Reflejémonos en la vida oculta llevada por Jesús. Toda su infinita majestad estaba
escondida entre las sombras y el silencio del modesto taller de Nazaret. Por lo tanto,
esforcémonos también nosotros por llevar una vida toda entera escondida en Dios».
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«Preocuparnos porque una acción no ha salido según nuestra recta intención no es
humildad; es signo manifiesto de que el alma no había depositado la perfección de su
obra en la ayuda divina, sino que más bien había confiado demasiado en sus propias
fuerzas».
«Hijo mío, ten en cuenta que yo soy el mayor pecador del mundo».
«No sé cómo este hábito de San Francisco que llevo encima no escapa de mí».
«Quieres probar mi paciencia, porque piensas que tengo mucha. Pero te equivocas.
Malo y siempre malo».
«Creo que mi vida pasada y presente no es digna de la mirada de Dios. ¡Oh, qué
pesado me resulta esto, y tanto más cuando no hallo en mí fuerzas para ser mejor!».
«Querría esconderme a los ojos de Dios y a los ojos de todas sus criaturas; querría
esconderme de mí mismo. Tan grande es el sufrimiento que me procuran mis miserias,
mi imperfección y mi pobreza, que mantienen mi espíritu completamente ahogado en las
tinieblas…».
«El amor propio, la falsa libertad de espíritu, son raíces que no pueden arrancarse
del corazón fácilmente; pero puede impedirse que produzcan sus frutos, que son los
pecados, con la práctica asidua de la virtud contraria y particularmente de la humildad,
de la obediencia y del amor de Dios».
«Cuanto más conoce el alma su miseria y su indignidad ante Dios, tanto más
insigne es la gracia que la ilumina para conocerse».
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alma que es iluminada de modo semejante, pero consuélate en el dulce Señor, porque
cuando este Sol divino haya calentado con sus ardientes rayos el terreno de tu espíritu,
hará despuntar nuevas plantas que en su momento darán frutos exquisitos y jamás
vistos».
«Si Dios nos quitase todo lo que nos ha dado, nos quedaríamos con nuestros
andrajos».
«Si obras mal, humíllate, sonrójate ante Dios por tu infidelidad, pero sin
desanimarte».
«Las faltas que cometes inadvertidamente sólo deben servirte para adquirir
humildad».
«¿Qué quiere decir abyección, sino oscuridad e impotencia? Ama estar en ese
estado por amor a Aquel que lo quiere así, y amarás tu propia abyección, que es el grado
más elevado de la humildad».
«Si Dios te deja caer en alguna debilidad no es para abandonarte sino para
afianzarte en la humildad».
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«Pensad que el mismo Jesús que penetra a fondo en nosotros, que nos invade por
completo, que nos da todo, tendría que hacer germinar en nuestro interior la rama o la
flor de la humildad».
«¿Has visto algún campo de trigo en plena madurez? Podrás observar que algunas
espigas son altas y vigorosas, y que otras están inclinadas hacia el suelo. Si coges las
más altas, las más vanidosas, comprobarás que están vacías; pero si coges las más bajas,
las más humildes, verás que están cargadas de granos».
«Consideraos siempre en el último lugar entre los amantes del Señor, juzgando a
todos mejores que vosotros».
«Para encontrarnos con Dios, nosotros tenemos que subir y Él tiene que bajar. Pero
cuando ya no podamos más, al detenernos, humillémonos, y en este acto de humildad
nos reencontraremos con Dios, que desciende al corazón humilde».
«Cuando os sintáis oprimidos por la tentación, el medio para obligar a Dios a que
os ayude es la humildad de espíritu, la contrición del corazón».
«Revestíos de humildad hacia los demás, porque Dios se resiste a los soberbios y
da su gracia a los humildes».
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«El amor propio, hijo de la soberbia, es más malvado que su misma madre».
«Humíllate siempre y amorosamente ante Dios y ante los hombres, porque el Señor
habla al que tiene un corazón sinceramente humilde, el cual enriquece con sus dones».
«La vanagloria es un enemigo que acecha sobre todo a las almas consagradas al
Señor y entregadas a la vida espiritual… Ha sido llamada con acierto por los santos
carcoma de la santidad».
«La vanagloria nos empuja sin darnos cuenta a parecer siempre más que los demás,
a conquistar para nosotros la estima de todos».
«El propio San Pablo advierte a sus queridos filipenses: ¡Nada hagáis por
vanagloria!».
«Alejad de vosotros toda preocupación orgullosa que brota de las pruebas con las
que el buen Dios quiere visitaros».
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EUCARISTÍA
«Dudar del gran misterio que circunda la transustanciación es la mayor ofensa que
podemos hacer a Dios». La Misa del Padre Pío llegaba a durar más de dos horas. Desde
las dos de la madrugada y hasta las cinco, cuando comenzaba la Eucaristía durante los
primeros años de su ministerio, el santo capuchino se dedicaba en cuerpo y alma a
prepararse para la celebración.
Sus Misas eran proverbiales, como me recordaba Sor Consolata, una monja de
clausura que fue testigo clave en el proceso de canonización del Padre Pío e hija
espiritual suya, a la que entrevisté en Roma para mi libro Padre Pío. Los milagros
desconocidos del santo de los estigmas.
Sor Consolata me contó cómo a las Misas del Padre Pío asistía la Santísima Virgen,
rodeada de una legión angélica y acompañada de San Francisco, cómo el Padre Pío era
flagelado y coronado de espinas… Y ella no hablaba de oídas, sino porque, igual que
otras almas elevadas, lo había presenciado con sus propios ojos.
«Dudar del gran misterio que circunda la transustanciación es la mayor ofensa que
podemos hacer a Dios».
63
«Cada Misa, escuchada con devoción, produce en nuestras almas efectos
maravillosos, abundantes gracias espirituales y materiales que no podemos ni imaginar.
Es más fácil que la tierra exista sin sol, que sin el santo sacrificio de la Misa».
«¡Qué exceso de Amor el del Padre hacia nosotros, que después de haber visto a su
Hijo sufrir el pésimo trato de un juego miserable, le permite permanecer aún a nuestro
alrededor para ser cada día víctima de nuevas injurias!».
«¡Oh, Padre!, ¿cómo puedes consentir que Tu Hijo permanezca todavía en medio
de nosotros para verlo cada día en las manos indignas de tantos pésimos sacerdotes?
¿Cómo se mantiene, oh Padre, Tu piadoso corazón al ver a tu Unigénito descuidado y
quizás también despreciado por tantos cristianos ultrajantes? ¿Cómo, oh Padre, puedes
consentir que Él sea recibido sacrílegamente por tantos cristianos indignos?».
«¿Quién, oh Dios, asumirá la defensa de este manso Cordero, que jamás abre la
boca por su propia causa sino sólo por nosotros?».
«¡Padre, yo mismo, por un sentimiento egoísta no puedo rogarte que quites a Jesús
de entre los hombres! ¿Cómo podría vivir yo, tan débil y flojo, sin este alimento
eucarístico? ¿Cómo cumpliríamos entonces la petición hecha por tu Hijo en nuestro
nombre: Hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo, sin ser fortalecidos por estas
carnes inmaculadas?».
«Si incluso con el poderoso auxilio que Jesús nos ha dejado en este sacramento de
amor me siento a menudo a punto de vacilar y de rebelarme contra Tu voluntad, ¿qué
sería de mí si yo te rogase y Tú me escucharas, quitando a Jesús de entre los hombres
con tal de no verlo una y otra vez ultrajado?».
«¡Ah! No poseo esta fuerza que quizás debería tener si amase un poco más a Tu
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santísimo Hijo… Glorifícalo, como Él te ha glorificado y mientras tanto, Padre Santo,
danos hoy nuestro pan cotidiano, danos a Jesús».
«La Santa Misa es como un vale que nos ha dejado Cristo, y con el cual nos
presentamos al Padre para beneficiarnos del tesoro de los frutos de la cruz y de cuanto
necesitamos para nuestra salvación. En la Santa Misa, Cristo atiende nuestras súplicas,
las rectifica, las mejora y las presenta al Padre aludiendo al sacrificio ofrecido en la
cruz».
«Durante la celebración de la Santa Misa estoy clavado en la cruz con Jesús y sufro
todo lo que sufrió Él en el calvario en la medida en que mi naturaleza humana me lo
permite».
«Los latidos del corazón, cuando me hallo con Jesús Sacramentado, son muy
fuertes. A veces me parece realmente que el corazón se quisiera salir del pecho. Otras
veces, en el altar, siento arder todo mi ser de tal forma que no sé cómo describírselo.
Sobre todo, siento que el rostro se me quema».
«¡Oh, si los hombres supiesen apreciar este don no sería tan escaso el número de
los que comulgan!».
«Acerquémonos a recibir el pan de los ángeles con gran fe y con nuestra alma
ardiendo de amor, y esperemos que este dulce amante de nuestras almas nos consuele en
esta vida con el beso de sus labios».
«Entonces sólo podremos decir, Dios mío y gloria mía: Sí, amante divino, Señor de
nuestra vida, tus pechos son mejores que el vino, y exhalan el aroma de los más
exquisitos perfumes. ¿Quién puede revelarnos los secretos admirables que se ocultan
bajo el velo de estas palabras de la esposa del sagrado Cantar?».
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«No sé hacer otra cosa que llorar y repetir: ¡Jesús, manjar mío!».
«Lo que más me aflige es no poder celebrar ni hartarme de las carnes del Divino
Cordero».
«La Misa es Cristo en el Calvario, con María y Juan a los pies de la cruz, y los
ángeles en permanente adoración… ¡Lloremos de amor y de adoración en esta
contemplación!».
«La Sábana Santa es la imagen del lienzo sagrado que envolvió el cuerpo de Jesús
tras su muerte».
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«¡Oh, Jesús! Mi corazón delira cuando sueño que el amor te hace adelantarte a tu
pasión. Tú nos enseñaste que no hay amor más grande que dar la vida por aquellos a
quienes se quiere. Y ahora vas a sellar tu consigna con la sangre de tus propias venas».
«Tengo tanta hambre y sed antes de recibirle, que por poco me muero de
ansiedad».
«¿No es cada Misa una invitación de Cristo a sus miembros para hacerse con su
parte en la Pasión redentora?».
«Todos somos obreros, artífices de la Redención. La Misa debe ser para cada uno
la ocasión de transustancializar nuestros dolores que, incorporados a Cristo, adquieren
valor de eternidad».
«La Santa Misa es lo más grande del mundo y cada día lo salva de su perdición».
«¡Por nada del mundo dejes la comunión diaria! Desprecia todas las dudas que te
asalten sobre el particular. Yo me hago responsable de ellas… Mientras no se esté
seguro de haber cometido un pecado mortal, no hay por qué renunciar a la comunión».
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«No se comete un mal sin saberlo; si hubieses actuado mal, deberías conocerlo
claramente. ¿Cómo puede condenarse quien no es consciente de sus propios errores?».
«Rechaza esas sombras que se van apoderando de tu espíritu y que proceden del
enemigo, el cual quisiera, ya que apartaros de la comunión le resulta imposible, hacer
desaparecer de vuestra alma esa serenidad y abandono filial que se requiere para
acercarse a recibir el beso de Jesús en el santísimo sacramento».
«No temas ni te angusties con las dudas de tu conciencia, porque ya sabes que
obrando con diligencia y haciendo cuanto puedes sólo te queda pedirle a Dios su amor,
ya que Él no desea otra cosa que el tuyo».
«Entre las pobres almas existen algunas que creen ofender al Señor sólo por sentir
en sí mismas esa propensión violenta hacia el mal. Consolaos, almas elegidas, pues en
esto no existe pecado. El mismo san Pablo, vasija de elección, experimentaba en sí
mismo ese horrible contraste: Encuentro en mí —decía él— en el acto de querer obrar el
bien, una fuerza que me inclina al mal».
«Sentir, por tanto, los impulsos de la carne de forma violenta no puede constituir
pecado mientras el alma no se determina con el consenso de la voluntad».
«Es utilísimo y santísimo aplicar por los vivos el sacrificio de la Misa mientras se
peregrina en esta tierra. Ello nos ayudará a vivir santamente, a pagar las deudas
contraídas con la justicia divina y a hacer que el dulcísimo Señor sea más benigno con
nosotros».
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«No te sientes a la mesa sin hacer antes la bendición, pidiendo la ayuda divina para
que el alimento que con desgana tomamos para alivio de nuestro cuerpo no haga daño a
tu espíritu. Luego, siéntate a la mesa con algún pensamiento devoto, como si estuviese
presente el Divino Maestro con sus apóstoles santos en la última cena al instituir el
sacramento del altar».
«No te levantes nunca de la mesa sin antes haberle dado las gracias al Señor.
Haciéndolo así, nada debemos temer de parte del maldito estómago. Cuídate al comer de
la excesiva elección de los alimentos, sabiendo que poco o nada basta si se quiere
satisfacer al estómago. No tomes nunca más alimento del necesario, y procura en todo
ser moderada, inclinándote más por la sobriedad que por el exceso. No pretendo que te
levantes de la mesa en ayunas, sino que todo lo regules según la prudencia, que
administra todas las acciones humanas».
«En resumen: esforcémonos para que la cena corporal nos sirva de preparación
para la divina de la Santa Eucaristía».
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SUFRIMIENTO
«Los ángeles sólo nos tienen envidia por una cosa: ellos no pueden sufrir por Dios».
El Padre Pío era un maestro del sufrimiento, pero en modo alguno un masoquista, sino
un hombre convencido de que sirviéndose del mismo podía salvar a millares de almas,
como así fue.
Si algo nos enseña el Padre Pío es la enorme importancia de sufrir por Amor. Lo que
humanamente constituye una paradoja sin ninguna explicación, para los Hijos de Dios
cobra sin embargo todo el sentido del mundo. Es imposible ser feliz sin sufrir y, por lo
tanto, sin renunciar a uno mismo para hacer también felices a los demás. Amar implica
así sacrificarse para olvidarse de uno mismo y entregarse al prójimo. Ahí radica la clave
de quienes, como el Padre Pío, quieren estar cada día más cerca de Dios.
«Los ángeles sólo nos tienen envidia por una cosa: ellos no pueden sufrir por
Dios».
«Ten siempre presente delante de tus ojos: Él no vino para descansar ni para tener
comodidades, ni espirituales ni temporales, sino para luchar, mortificarse y morir».
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«¿Te parece poco que un Dios hable con sus criaturas, que vea cómo le contradicen
y que sea continuamente herido por su ingratitud y su incredulidad?».
«Sé dócil y somete con humildad tus hombros a todas las cruces».
«Que siempre seamos amigos de la cruz, que nunca huyamos de ella, porque quien
elude la cruz huye de Jesús, y quien escapa de Jesús jamás hallará la felicidad. Jesús
nunca está sin la cruz, pero la cruz jamás está sin Jesús».
«¿Acaso no hemos leído en la historia que mujeres tiernas y vírgenes aún, como
santa Lucía, santa Inés, santa Ágata, Santa Cecilia y tantas otras han sufrido por amor al
Esposo divino los más crueles tormentos del martirio?».
«Debes disponer tus labios y beber, como hizo el Divino Redentor, las negras
aguas del Cedrón, aceptando con piadosa resignación la tribulación y la penitencia.
Atraviesa con Jesús este torrente, sufriendo los designios del mundo por amor a Él con
constancia y coraje».
«Cuando advirtáis que aumenta el peso de la cruz, fortaleceos con la oración para
que Dios os consuele. Cuando os comportéis así no obraréis en absoluto contra la
voluntad de Dios, sino que acompañaréis aliviados a su mismo Hijo, que también oró a
su Padre en el Huerto de los Olivos. Debemos estar dispuestos a decir siempre, como Él:
¡Fiat!».
«Que la persecución de los mundanos y de todos los que no viven del espíritu de
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Jesucristo no te disuadan de recorrer el mismo camino por el que anduvieron los santos».
«No temas: ningún sufrimiento, por pequeño que sea, quedará sin mérito para la
Vida Eterna».
«El apóstol san Pablo nos dice que a la crucifixión de la carne hay que unir la
crucifixión de los vicios y de las concupiscencias. Los vicios son todos los hábitos
pecaminosos; las concupiscencias son las pasiones. Es necesario mortificar y crucificar
ambas constantemente para que no empujen a la carne al pecado. Por eso, quien se limita
a mortificar sólo la carne es semejante al tonto que edifica sin los fundamentos».
«San Pablo se alegra de que Jesús sea siempre glorificado en su propio cuerpo,
incluso en medio de todas las cadenas a las que será sometido. Si el apóstol vive,
exaltará a Jesucristo con su ejemplo y predicación, incluso en la misma cárcel; si es
martirizado, glorificará a Jesucristo rindiéndole el supremo testimonio de su amor».
«Más vale hacer la voluntad de Dios en la tierra que gozar del Paraíso».
«¿Cómo es posible que un alma, que piensa en Jesús crucificado por ella, pueda
amar alguna cosa fuera de Él?».
«El alma cristiana auténtica no deja pasar un solo día sin meditar la Pasión de
Jesucristo».
«Quiero vivir muriendo para que mi muerte produzca la Vida Eterna y Aquél que
es la Vida resucite a los muertos».
«¡Oh, qué sublime y suave es la dulce invitación del Divino Maestro: Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame! Fue esta
72
invitación la que hizo pronunciar a santa Teresa aquella oración al Esposo divino: Sufrir
o morir. Fue también esta invitación la que hizo exclamar a santa María Magdalena de
Pazzi: ¡Sufrir siempre y no morir! Fue también por esta invitación que, arrebatado en
éxtasis nuestro seráfico padre san Francisco, exclamó: ¡Es tanto el bien que yo espero,
que toda pena me es soportable!».
«Para animarnos a sufrir de buena gana las tribulaciones que la Divina Piedad nos
prodiga, mantengamos fija la mirada en la Patria celestial reservada para nosotros…
Alejemos así nuestros ojos de los bienes terrenos, pues su vista arrebata y distrae al alma
y adultera los corazones… ¿No es una locura detener la mirada en lo que rápidamente
pasa?».
«La consideración de los bienes que en el Cielo poseeremos sea el dulce alimento
de nuestros pensamientos; que en la mente enamorada de las delicias eternas se
enciendan los más vigorosos afectos del corazón. Sólo entonces podremos repetir con
toda firmeza la invitación del mártir san Ignacio: ¡Oh, cuán vil es la tierra, mientras
miro al Cielo!».
«Jesús te haga sentir siempre en tu corazón, como a todas las almas que lo aman
con sinceridad y pureza de espíritu, su invitación tres veces amorosa: Porque mi yugo es
suave y mi carga ligera».
«Al decir de san Pablo, el bautismo mediante el cual nos convertimos en hijos de
Dios y en herederos de su Reino, es modelo, participación y copia de la muerte de
Cristo… Somos bautizados, según san Pablo, in morte ipsius: en su muerte; es decir,
para imitar la muerte de nuestro Redentor».
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«Así como Jesús fue sepultado en la tierra, de la misma manera nosotros hemos
sido sumergidos en las aguas del santo bautismo».
«Él no pondrá sobre ti más peso del que puedas soportar y contigo llevará tu fardo,
con tal de que advierta que tú, de buen ánimo, encorvas tus espaldas a la cruz».
«Ya es hora de salir de esta infancia espiritual y lanzar el espíritu a una región más
elevada donde respirar el aire más puro».
«¿Cómo no gozar al ver siempre deteriorarse este mísero cuerpo mío que es el
único obstáculo que me priva del convite divino?».
«¡Arriba los corazones! Subamos hasta el trono de Dios. Aquí no se lucha con la
fuerza del cuerpo, sino con la virtud del alma».
«Ten en tu corazón a Jesús crucificado y todas las cruces del mundo te parecerán
rosas».
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«Pide al Señor que te haga partícipe de sus dolores y te embriague de su cruz».
«Si tú no tienes suficiente oro ni incienso que ofrecer a Jesús, al menos tendrás la
mirra de la amargura».
«Jesús quiere agitarte, sacudirte, moverte y cribarte como al trigo, a fin de que tu
espíritu llegue a la mundicia y pureza que Él desea. ¿Podría acaso guardarse el trigo en el
granero si no está libre de toda cizaña o cáscara? ¿Puede acaso el lino conservarse en la
caja del patrón si antes no se vuelve cándido? Así debe ser también para el alma
elegida».
«¡Oh, Jesús mío! Dame fuerza si mi pobre naturaleza se rebela algún día ante el
peligro inminente, para que pueda abrazar con amor las penas y las miserias de esta vida
de destierro».
«No te pido otra cosa que tu Corazón para reposar. No deseo más que participar en
tu santa agonía».
«Te quiero salvada [a una hija espiritual], porque me he hecho víctima por ti».
«La quinta máxima que debes tener siempre grabada en la mente es del apóstol San
Pablo: Mira que yo no me gloríe en otra cosa sino en la cruz de mi Jesús».
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«Ya sé que sufres… ¿pero el sufrimiento no es acaso el signo evidente de que Dios
te ama?».
«Podéis estar seguros de que si con el espíritu deseamos la cruz y nos abrazamos a
ella por amor de Dios, no por ello dejaremos de sentir en nuestra parte inferior la
protesta de la naturaleza que no quiere sufrir».
«Es precisamente la carne la que está enferma; pero Dios quiere el espíritu, no la
carne. Dejad, pues, que la naturaleza se resienta».
«¿Pero acaso por eso podéis concluir que el amor de Jesús a su Padre divino era
imperfecto?».
«Si no te viera así de abatida, estaría menos contento, porque comprobaría que el
Señor te regala menos perlas».
«¡Perdóname, Dios mío! Nunca te he ofrecido nada que valga la pena y ahora, que
me alargas esta pequeñísima ocasión, lloro sin motivo. Esto es nada comparado con lo
que Tú sufriste en la Cruz».
«¡Ay de mí! ¡Me parece demasiado lejano este día! Como jadea la cierva, tras las
corrientes de agua, así jadea mi alma en pos de Ti, mi Dios. ¡Oh, qué triste es el exilio
para mi alma!... ¿Se compadecerá de mí el buen Jesús?».
«¡Qué hermoso será el mediodía que hará resplandecer el buen Dios después de la
purificación!».
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«Sólo Dios puede dar a las almas dolores humanamente inexplicables y sostenerlas
al mismo tiempo en su aflicción, clavadas a la cruz de su Hijo».
«Hijo mío [Jesús al Padre Pío], necesito víctimas para calmar la justa cólera divina
de mi Padre; vuelve a ofrecerme el sacrificio de todo ti mismo y hazlo sin reticencia
alguna».
«Hijo mío [añade Jesús], no creas que mi agonía duró sólo tres horas, no. Estaré en
agonía hasta el fin del mundo a causa de las almas que tanto he colmado de favores.
Mientras dure mi agonía, hijo, no hay que dormirse. Mi alma está buscando unas gotas
de piedad humana. Pero, desgraciadamente, me dejan solo por el peso de la
indiferencia».
«No es la justicia sino el Amor crucificado que te crucifica y te quiere asociar a sus
penas amarguísimas, sin consuelo y sin otro sostén que el de las ansias desoladas».
«La lucha es penosa, pero sursum corda. Tened fija la mirada Arriba. Os reanimará
para todo el mérito del triunfo, el consuelo inefable y la gloria inmortal que circunda a
Dios».
«Quiere más estar en la cruz, que al pie de la misma; quiere más agonizar con
Jesús en el huerto, que compadecerlo. Sólo así te asemejarás más al Divino Modelo».
«No soy contrario a que te abstengas de quejarte en los sufrimientos, pero desearía
que lo hicieses con el Señor, con un espíritu filial, como lo haría un hijo pequeño con su
madre».
«No temas: después de haber sido traspasada con Jesús y puesta en su sepulcro,
verás la luz indefectible, y del Calvario pasarás al Tabor Eterno».
«El Señor me deja vislumbrar claramente, como en un espejo, mi vida futura, que
no será otra cosa que un continuo martirio».
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«No desees bajar de esta cruz. ¡Oh, mi querida hija, esta vida es breve y las
recompensas que nos esperan en el ejercicio de la cruz son eternas!».
«Ya no tengo más fuerzas para vivir. El estómago no retiene ningún alimento; todo
lo rechaza, menos las especies sagradas. Sea bendito Jesús, que en tantas aflicciones y
sufrimientos sólo Él permanece y me gobierna».
«Yo amo la cruz porque la veo siempre sobre las espaldas de Jesús».
«El Eterno, el Inmortal se anonada para sufrir un martirio sin precedentes —la
muerte infamante en la cruz— en medio de insultos, alaridos e ignominias para poder
salvar a su criatura que le ha ultrajado y se solaza como los puercos en el lodo del
pecado».
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«El hombre saborea el pecado, y Dios está triste hasta la muerte a causa del mismo.
Las angustias de una cruel agonía le hacen sudar sangre».
«Yo no puedo penetrar en este océano de amor y de dolor, oh Padre mío, sin que tu
gracia me acompañe. Ábreme el postigo para llegar hasta las más íntimas profundidades
del Corazón de Jesús, para que pueda comulgar la amargura que en el Huerto de los
Olivos le puso a las puertas de la muerte y servirle de consuelo en su aflicción».
«Deseo la muerte sólo para unirme con lazos indisolubles al Esposo celestial; pero
deseo también la vida para padecer siempre».
«Quisiera morir o volverme sordo, antes que escuchar tantos insultos como los
hombres lanzan a Dios».
«Ten la certeza de que, mientras duren las pruebas, el Señor te ama con
predilección y habita en el centro de tu espíritu».
«Las Sagradas Escrituras nos aseguran que un alma afligida está unida a su Dios:
Estaré a su lado en la desgracia, dice el Señor».
«El alma que teme perderse y combate mirando a Dios no se pierde y entonará el
himno del triunfo».
«Te preocupas por los enemigos de tu hermana, que se ríen de ella a sus espaldas y
la pobre sufre. Pero dime, si son enemigos, ¿qué bueno puedes esperar de ellos?
Recuerda que si ellos son sus enemigos, son también enemigos de Dios; y los enemigos
de Dios insultan a la cruz y a todos los que con el Hijo de Dios están crucificados. Eso
debería ser para ti incluso motivo de alegría, como lo es para tantas almas».
«Cuando Jesús me quiere dar a entender que me ama, me hace probar las llagas de
su pasión, las espinas, las angustias… Cuando quiere que goce, me llena el corazón de
ese espíritu que es todo fuego, me habla de sus delicias. Pero cuando quiere ser amado
Él, me habla de sus dolores, invitándome con una voz que es a la vez oración y mandato
a ofrecerle mi cuerpo para aligerarle las penas».
«El Señor, para halagarnos, nos regala muchas gracias, y nosotros creemos tocar el
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cielo con la mano. Pero ignoramos que para crecer necesitamos pan duro; es decir,
necesitamos cruces, pruebas, contradicciones».
«Un día, cuando nos sea dado ver la Luz del pleno mediodía, conoceremos el valor
y los tesoros de nuestros sufrimientos terrenos».
«Aquéllos que han sentido las punzadas de la corona de espinas del Salvador, que
es nuestra cabeza, de ningún modo sienten ya otras heridas».
«Bendita sea la mano de Jesús que me golpea y me hace digno, a pesar de mis
escasos méritos, de sufrir por amor suyo».
«Yo no amo el sufrimiento por el sufrimiento; lo pido a Dios, lo deseo por los
frutos que aporta: da gloria a Dios, alcanza la salvación de mis hermanos en este
destierro y libra a las almas del fuego del Purgatorio».
«El Calvario es el monte de los santos, pero de allí se pasa a otro monte que se
llama Tabor».
80
«Desde hace tiempo voy sintiendo en mí la necesidad de ofrecerme como víctima
por los pecados y las almas del Purgatorio. Este deseo mío ha ido aumentando hasta
convertirse en una verdadera pasión».
«Más que nunca estoy satisfecho de padecer, y si no escuchara otra cosa que la voz
de mi corazón, pediría a Jesús que me diese todas las tristezas de los hombres. Si no lo
hago, es porque temo pecar de egoísta, deseando para mí la mejor parte: el dolor».
«Jesús escoge algunas almas, y entre ellas escogió la mía, para que le ayude en la
gran empresa de la salvación humana. Cuanto más sufren estas almas, más disminuyen
las penas del buen Jesús».
«Cuanto más grandes sean los sufrimientos, tanto más es el amor que Dios te da».
«Qué dulce y amargo eres a la vez, Señor. Tú hieres y sanas, llagas y salvas de la
muerte y al mismo tiempo das la vida. ¡Oh, dulces heridas! Aun siendo dolorosas,
alentáis el espíritu y lo preparáis para someterse a los golpes de nuevas pruebas».
«Jesús derramó y sigue derramando todos los días lágrimas de sangre por la
ingratitud humana».
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«En comparación con las del cuerpo, las luchas espirituales son muy superiores».
«Déjate llevar, arrastrar y tragar por la tempestad, que en el fondo del mar
encontrarás, como Jonás, al Señor que te salva».
«Agradece al Señor que te trate como un alma predilecta, que puedas seguirle de
cerca por la cuesta del Calvario».
«Bendice al Señor en todo lo que te haga sufrir aquí abajo. Y alégrate, porque a
cada victoria corresponde una nueva corona en el Paraíso».
«Hay que continuar viviendo, y por mucho tiempo todavía, para poder apurar
enteramente el cáliz de Getsemaní hasta las últimas gotas y exhalar el último suspiro de
vida en el Calvario entre el abandono de todo y de todos».
82
«No deseo otra cosa de ti sino que, como una nueva María, asistas al crucificado
con tus oraciones y sufrimientos, y ofrezcas las penas de Él a la Divina Justicia para que
un día tenga misericordia de mí».
«El camino trazado por san Pablo al cristiano es el de desnudarse de los vicios del
hombre viejo, del hombre terreno, para revestirse con las virtudes enseñadas por
Jesucristo. En cuanto a desvestirse de los vicios, él dice: Mortificad vuestros miembros
terrenos».
«¡Oh, qué dulce violencia ejerce Jesús sobre el corazón de esta alma para
permitirle su entrada en ella! Este misterio de amor sólo lo comprenderemos en plenitud
cuando estemos Arriba».
«El grano de trigo no da fruto si no sufre, descomponiéndose; así las almas tienen
necesidad de la prueba y del dolor para salir purificadas y renovadas».
«Si es deseo de Dios agregar a los aromas espirituales también los corporales, ¿no
te basta para ser más feliz en este valle de exilio?».
«¿Qué deseas tú, pues, sino que los designios divinos se cumplan en ti? Ánimo
entonces, y adelante siempre por los caminos del amor divino; estate segura de que en la
medida en que tu voluntad se someta a la de Dios, tanto más crecerás en perfección».
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84
CARIDAD
«¿Dónde encontrar a Dios? La dirección es precisa: Donde hay caridad y amor, allí
está Dios». La existencia del Padre Pío no se concibe sin su incondicional entrega a Dios
y, por ende, a los demás. El fraile capuchino no hizo otra cosa durante su vida terrenal
que lo propio de un sacerdote santo: confesar, celebrar la Eucaristía, rezar el Santo
Rosario, mantener una estrecha dirección espiritual con sus hijos e hijas espirituales…
Todo por Amor de Dios, todo por caridad, olvidándose siempre de sí mismo.
Dedicaba casi las veinticuatro horas del día, pues apenas dormía, a rezar y ofrecerse
como víctima por la salvación de las almas, haciendo gala de una generosidad sin límites
propia de un alma enamorada de Cristo. «La caridad –manifestaba– es la virtud que nos
constituye en hijos de un mismo Padre que está en los Cielos». Y así era, en efecto. El
prójimo merecía para él todos los sacrificios necesarios para que retornase a Dios o
estuviese cada día más cerca de Él.
No hacía distinciones entre el prójimo: daba lo mismo que se tratase de un masón del
grado 33, como algunos a los que convirtió gracias a su encomiable perseverancia, como
de católicos tibios necesitados de un revulsivo para entregarse a Dios sin ninguna
condición.
«Ama la caridad más que a las pupilas de tus ojos, porque es precisamente ella la
85
más querida por nuestro Maestro que con una frase totalmente divina suele llamarla mi
mandamiento».
«La caridad es la virtud que nos constituye en hijos de un mismo Padre que está en
los Cielos».
«Es tan hermosa la caridad, que el Hijo de Dios precisamente para encenderla en
nuestros corazones quiso Él mismo descender desde el seno del Padre Eterno y hacerse
semejante a nosotros para enseñárnosla y facilitar, con los medios donados por Él, el
logro de esta preclarísima virtud».
«El bien que obramos para las almas de los demás sirve también para la
santificación de la nuestra».
«Daría mil veces la vida si pudiese lograr que una sola alma rindiese al Señor una
alabanza adicional».
«La primera virtud de la que tiene necesidad el alma que tiende a la perfección es
la caridad… Con razón se denomina a la caridad vínculo de perfección en la Sagrada
Escritura».
«La caridad tiene como hermanas gemelas el gozo y la paz. El gozo nace al
suspirar la posesión de lo que se ama… Para que el gozo sea perfecto y verdadero se
requiere que tenga por compañera indivisible a la paz, que actúa en nosotros cuando el
bien que poseemos es un bien supremo y seguro… Pues bien, el divino Maestro nos
asegura que vuestra alegría nadie os la podrá quitar. ¿Qué testimonio más seguro que
éste?».
«La paz del espíritu consiste esencialmente en la concordia con nuestro prójimo,
deseándole todo bien; consiste también en la amistad con Dios, mediante la gracia
santificante… Finalmente, la paz es consecuencia de haber conseguido la victoria sobre
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el mundo, el demonio y las propias pasiones».
«Ahora dime: ¿no es verdad que esta paz traída por Jesús puede conservarse bien
no sólo cuando nuestro espíritu está en la abundancia de las consolaciones, sino también
cuando el corazón está inmerso en la amargura por los rugidos y alaridos del enemigo?».
«El espíritu humano, sin la llama del amor divino, es conducido a la meta de las
bestias; y por el contrario, la caridad, el amor de Dios lo eleva tan alto que alcanza hasta
el trono de Dios».
«Que las llamas del Divino Amor consuman en vosotros todo lo que no sea de
Jesús».
«Llevar a Dios a los enfermos vale más que cualquier otra cura».
«¡Jesús continúe con sus dones divinos, acreciente siempre la sed por su amor
celestial hasta la completa saciedad y haga partícipes a todas las almas, cuyos nombres,
por divina piedad y santa relación, están escritos en el libro de la vida eterna!».
«Quisiera amar con mayor perfección, y pese a todos mis esfuerzos para lograrlo,
siento siempre más vivo aún este deseo de amar… Dudo siempre porque me parece que
no tengo en absoluto caridad».
«Vivid de tal modo que el mundo pueda decir forzosamente de vosotros: Aquí está
Cristo».
«Perseverad en el amor de Dios que está por encima de todo y de todos, en el amor
al prójimo en Dios y por Dios».
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«El alma que ha escogido el amor divino no puede mostrarse egoísta en el Corazón
de Jesús, sino que debe sentir en ella arder también la caridad para con los hermanos,
que con frecuencia hace sufrir».
«Sufra, pues, tu alma por Dios y por los hermanos que no quieren saber de Él,
porque esto es el sumo agrado del Señor».
«Ama mucho a todos los hombres, pero sobre todo a quien ama a Dios mejor que
tú. Gózate porque el amor que tú no has acertado a darle a Dios, se lo dan otras almas
más queridas de Dios y a Él más fieles».
«Lo primero que debes cuidar es no litigar, no discutir con nadie; si te comportas
así, adiós paz, adiós caridad. Querer permanecer aferrada a la tenacidad del propio juicio
es fuente siempre de discordia. Contra este vicio maldito, san Pablo nos exhorta a
permanecer unánimes con un mismo afecto».
«El alma que tiende a la perfección en sus relaciones con el prójimo necesita
algunas virtudes, y la benignidad es la primera de todas. Gracias a ella, mediante un
comportamiento agradable, cortés, sociable y lejos de toda brusquedad, se atrae a los
demás».
«Es necesario igualmente armarse de mansedumbre, que reprime la ira, aun cuando
el alma se vea correspondida con la ingratitud, el ultraje y las ofensas».
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virtud de la fidelidad, mediante la cual el alma devota adquiere crédito y se asegura de
que en su obrar no exista doblez alguna».
«Los vicios con los que se puede ofender al prójimo interiormente, con el corazón,
son según nos los presenta san Pablo: ira, indignación y maldad».
«La ira es una pasión moral común también para el hombre justo, la cual de por sí
no es pecado; pero si no se sabe manejar, se vuelve pecaminosa: como sería enojarse
contra quien no corresponde antes de tiempo, o por algo que no se debe».
«La maldad, que procede tanto de la ira como de la indignación, busca a toda costa
y por todos los medios procurarle mal al prójimo».
«Se puede ofender también al prójimo exteriormente, con la lengua, de estas tres
formas: primero con la blasfemia, tanto al dirigirse a Dios con términos ultrajantes,
como al prójimo con palabras ofensivas, imprecaciones y similares; segundo, con el
discurso impuro a través del cual se muestra el fuego indecente que arde en el corazón y
que se quisiera contagiar a todos; y tercero, con la mentira, de la cual nacen los engaños,
los perjuros y otras mil patrañas que suelen dañar al prójimo».
«Faltar a la caridad es como herir a Jesús en las pupilas de sus ojos. ¿Hay algo más
delicado que la pupila del ojo?».
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alguien de un disgusto».
«Así como en un collar un hilo retiene todas las perlas, así en la vida espiritual el
amor une a todas las virtudes. Si el hilo se quiebra, las perlas se desparraman; donde no
hay caridad las virtudes de decoloran y disipan».
«Teniendo tantos defectos que criticar en nosotros, ¿para qué perdernos en contra
del prójimo?».
«Cuántas veces, por no decir siempre, me toca exclamar ante Dios, juez inapelable,
como lo hacía Moisés: ¡O perdonas a tu pueblo o bórrame del Libro de la Vida!».
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«El hombre que superándose a sí mismo se inclina sobre las llagas del hermano
desventurado, eleva al Señor la más bella y noble oración».
«El amor de Dios sustancial es el acto de preferencia simple y desnudo con que la
voluntad antepone a Dios a cualquier otra cosa por su infinita bondad».
«Al lado de los enfermos no basta con llevar los conocimientos científicos; es
preciso llegar a ellos también con amor. El amor se expresa con palabras. Habladles a
vuestros pacientes y llevad a Dios a sus almas. Esta será para ellos la mejor cura».
«Si faltamos a la caridad, cortamos la raíz del árbol de la vida con el peligro de que
se seque».
«¡Oh, qué sublime es la buena virtud de la caridad que nos trae el Niño Dios!
Todos tienen que llevarla en el corazón, sobre todo quienes hacen profesión de
santidad».
«El Niño Jesús te ofrece otra buena ocasión para que puedas ejercitarla. ¿Sabes de
lo que te estoy hablando? De esa pobre hija —modista— huérfana de madre… Sigue
mostrándole afecto hasta que ella pueda sentir lo menos posible la ausencia de madre.
Deseo que tú asumas el alto encargo como su tutora y madre, doble oficio que te deseo
lo ejerzas bien y con bastante escrupulosidad. Considera que tienes que tratar con un
alma simple, buena y muy amada por el Maestro Divino. Tú debes ser, en otras palabras,
su ángel de la guarda».
«En cuestiones económicas, intenta ser muy transigente y así se evitarán muchos
disgustos que hacen tanto mal y están siempre marcados con el sello de la suciedad
moral, especialmente cuando se trata de parientes. Te lo aconsejo no por justicia, sino
por caridad. Cuando un interés puede resolverse con la bondadosa conciliación, incluso
con cierta desventaja financiera, debemos evitar recurrir al rigor, a la justicia, recordando
que todos somos hijos de un Padre infinitamente misericordioso e indulgente con
nosotros».
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«Tengamos siempre presente que si el Señor nos juzgase con el rigor de la justicia,
quizá nadie llegaría a salvarse. De manera que hagamos que la justicia y la paz se besen
y esto lo conseguiremos, si a imitación de nuestro Padre celestial, tendemos siempre a
ser más misericordiosos que justos».
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APOSTOLADO
«Jesús necesita salvar almas». Y la consigna del Padre Pío fue siempre muy clara y
rotunda: «¡Ayudémosle!». Igual que cualquiera de sus primeros discípulos, el Padre Pío
fue un digno apóstol de Jesús pero en los tiempos de hoy. De ahí la enorme fuerza de su
ejemplo dos mil años después.
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«¿Cómo puedo olvidarte a ti, que me has costado tan duros sacrificios y a quien he
engendrado para Dios entre agudos dolores?».
«Numerosas almas se alejan de Dios, fuente de vida, por el único motivo de que se
encuentran privadas de Su Palabra. La cosecha es abundante y los obreros pocos».
«Pobres almas las que se dejan atrapar por el torbellino de las preocupaciones
mundanas. Cuanto más aman al mundo, más crecen sus pasiones y deseos; surgen así las
inquietudes e impaciencias, los fuertes choques que destrozan sus corazones, que no
palpitan de caridad. Recemos por ellas».
«Si se nos escapan muchas almas es porque no pagamos su precio… ¡Las almas!
¡Las almas! ¡Si se supiera el precio que cuestan!».
«Se nos pedirá cuenta muy rigurosa de cada minuto, de cada acción de la gracia, de
cada ocasión que se nos presentaba para hacer el bien; la más leve transgresión de Dios
será tenida en cuenta».
«¿Qué otra cosa podía desear mi alma sino llevarlos a todos a Ti, oh Señor, y
esperar con paciencia que ese fuego devorador me queme las entrañas con el deseo de
ser consumido?».
«Rezo más por las almas que por mí. Es por mi indignidad, que me retrae de pedir
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más gracias, dado que cada día las merezco menos a medida que crecen los favores del
Cielo».
«Si la oración por los demás incluyese la oración por uno mismo, ciertamente que
la más olvidada sería mi alma, y esto no porque no se reconozca necesitada de la ayuda
divina, sino porque le faltaría materialmente tiempo para presentar al Señor sus propias
necesidades».
«Suplico al Señor que acepte derramar sobre mí los castigos que aguardan a los
pecadores y a las ánimas del Purgatorio, centuplicándolas en mi persona, para que se
conviertan y se salven los pecadores y admita pronto en el Paraíso a las almas del
Purgatorio».
«No tengo ni un minuto libre. Todo el tiempo se emplea en desatar a los hermanos
de los lazos de Satanás. ¡Bendito sea Dios! Por eso os ruego que no me aflijáis más junto
con los otros en el trabajo de la caridad, porque la mayor caridad consiste en arrancar
almas atrapadas por Satanás a fin de ganarlas para Cristo. Y eso es precisamente lo que
hago día y noche».
«¡Las almas no me vienen de regalo, ni mucho menos! ¡Si supieras cuánto cuesta
un alma! ¡Las almas se compran a un precio muy caro! ¡No ignoráis vosotros lo que
costaron a Jesús! ¡Pues ahora es preciso que nosotros las paguemos con la misma
moneda!».
«Todo ministro del Señor debería siempre trabajar para la salvación de las almas;
no debería conocer jamás cansancio, no debería nunca decir: He trabajado demasiado
por las almas de los demás. Este es el espejo del verdadero sacerdote católico».
«Es el Señor quien reiteradamente me presenta a personas a las que jamás he visto
en mi vida y de las que nunca he oído hablar, con el fin exclusivo de que rece por ellas.
En tales casos me escucha siempre. Por el contrario, cuando no quiere escucharme, hace
que me olvide de rezar aun por aquellas que yo había hecho propósito firme de
encomendar».
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«Eran las 23 horas del día 18 del mes en curso [enero de 1905], cuando me
encontré lejos, en una casa señorial, donde el padre moría mientras venía al mundo una
niña. Se me apareció entonces María Santísima, diciéndome: Te confío a esta criatura;
es una piedra preciosa en bruto; trabájala, púlela, vuélvela lo más reluciente posible,
porque un día quiero adornarme con ella».
«Estas palabras me las va repitiendo Jesús cada vez que me regala nuevas cruces:
Mediante continuos y saludables golpes de buril y de un cuidadoso bruñido es como
suelo preparar las piedras que entrarán en la composición del edificio eterno».
«Si alguna vez he levantado un alma, ya puede estar bien tranquila, que no la
dejaré caer de nuevo».
«El dulce Jesús visite tu corazón, lo embriague de rocío celestial y haga que el
pronto y vigoroso desarrollo de sus dones en tu alma obligue a cuantos sean testigos de
tu transformación espiritual a irrumpir con el testimonio glorioso del profeta real:
Visitasti terram et inebriasti eam [Tú visitas la tierra y la haces rebosar]».
«En cada pobre está Jesús que se consume; en todo enfermo está Jesús dos veces
presente».
«El tiempo mejor empleado es el que se dedica a la santificación del alma del
prójimo».
«El alma puede propagar la gloria de Dios y trabajar para la salvación de las almas
mediante una vida auténticamente cristiana, orando sin cesar al Señor que venga su
reino, que su santísimo nombre sea santificado, que no nos deje caer en la tentación,
que nos libre del mal».
«Basta con que el alma quiera cooperar con la gracia divina para que su belleza
pueda alcanzar tanto esplendor, tanta hermosura como para atraer por sí misma, por
amor o estupor, los ojos del mismo Dios, según nos da testimonio la Sagrada Escritura:
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El Rey, es decir Dios, se prendará de tu belleza».
«¡Oh, Jesús! ¡Te recomiendo aquella alma! Debes convertirla. ¡Oh, Jesús! Te
recomiendo aquella persona: conviértela, sálvala. ¡Oh, Jesús! Convierte a ese hombre; te
ofrezco por él todo mi propio ser».
«¡Mándame si quieres hasta el mismo infierno, con tal de que te ame y de que se
salven todos!».
«Siento una voz que me repite sin cesar: ¡Santifícate y santifica a los demás!».
«Rogad por los pérfidos, rogad por los tibios, rogad también por los fervorosos,
pero de modo especial rogad por el Romano Pontífice, por todas las necesidades
espirituales y temporales de la Iglesia, nuestra tierna Madre».
«Bendigo de todo corazón la obra de catequizar a los niños, que son las flores
predilectas de Jesús».
«Si sé que hay una persona afligida en el alma o en el cuerpo, ¿qué no haría yo
ante el Señor para verla libre de sus males? Con gusto cargaría con todas sus aflicciones
para verla marchar salva, y daría en su favor los frutos de esos sufrimientos si el Señor
me lo permitiese».
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MARÍA
«Recemos juntos para que Dios nos conceda la gracia de amar a María». La
devoción del Padre Pío a la Santísima Virgen fue siempre proverbial, convencido de que
Ella tenía el billete de entrada al Paraíso.
Llegaba a rezar treinta y cuatro Rosarios completos al día por una gracia
especialísima, mientras confesaba hasta dieciocho horas diarias y se «paseaba por el
mundo», como él mismo decía, gracias a su don de la bilocación (la posibilidad de estar
en dos lugares distintos al mismo tiempo).
El Padre Pío denominaba «el arma» al Rosario, pues sabía que con él se combatía
con éxito al demonio y se lograban alcanzar gracias para las almas que la propia Virgen
Santísima administraba como mejor le parecía. «Rezad el Rosario todos los días y Ella lo
pensará todo», animaba a sus hijos el Padre Pío. Fue María, precisamente, en su
advocación de la Virgen de Fátima, quien le curó cuando estaba desahuciado por los
médicos a causa de una pleuritis exudativa, en agosto de 1959. Desde el mismo lecho de
su celda número 5, el Padre Pío podía contemplar una bella imagen de Nuestra Señora de
las Gracias. Nada más empezar el día, se encomendaba a Ella para que le ayudase a ser
muy fiel en todo momento a Jesús.
«Recemos juntos para que Dios nos conceda la gracia de amar a María».
«¡Para entrar en el Paraíso se requiere algo muy importante! Hay que contar con el
billete de acceso a la Santísima Virgen. Si esto se consigue, lo hemos conseguido todo.
Ella es la Puerta del cielo. Y el billete que te permite el ingreso en el cielo es el Santo
100
Rosario».
«¡Cómo! ¿Es que no sabes que las gracias las consigue la Virgen María?».
«Tienes que saber que nunca podremos llegar a Jesús, fuente de agua viva, sin
servirnos del canal, que es la Virgen. Jesús no viene a nosotros si no es por medio de la
Virgen».
«El Espíritu Santo volcó su Amor en la Virgen, porque Ella era la única digna y
capaz de recibirlo en esa medida, la única que podía acercarse a Dios con la pureza de la
paloma y conocerlo y amarlo de verdad».
«¡Oh, María, ayuda de los cristianos, reza por nosotros a Jesús para que nos haga
santos!».
«Ofrezco al Señor mi pobre vida por las manos de mi querida y bella Virgen».
«María sea como un ancla a la que debes unirte siempre más estrechamente en el
tiempo de la prueba».
101
«Que María, Madre de Jesús y Madre nuestra, te dé inteligencia sobre todo lo que
encierra el gran secreto del dolor cristianamente soportado, y te obtenga toda la fuerza
para poder ascender hasta la cima del Calvario cargando con la propia cruz».
«Cuando se pasa delante de una imagen de la Virgen hay que decir: Te saludo,
María. Saluda a Jesús de mi parte».
«Ella brota como un rayo de luz del pensamiento de Dios. Ella brilla como estrella
de la mañana sobre toda la creación».
«Ella sola es capaz de captar los torrentes de amor derramados del Corazón de
Dios. Ella sola es digna correspondencia a ese Amor».
«¡Madre dulcísima, haz que yo Le ame! ¡Vierte en mi alma el amor que abrasó la
Tuya! ¡Purifica mi alma para que pueda adorarle en espíritu y en verdad! ¡Purifica mi
cuerpo para que le sirva de tabernáculo vivo!».
«¡Madre Mía purísima, inmaculada, ten piedad de mí! Que tu mirada maternal me
levante, me purifique y me eleve hasta Dios».
102
«Debes recordar que si hoy te encuentras en el buen camino es por aquella gracia
que la Virgen de Pompeya te concedió… Acuérdate, te lo repito, de esa gracia y cree
pues que fue el primer vínculo que desde entonces te ligó a Jesús».
«La Virgen Dolorosa nos obtenga de su santísimo Hijo que penetremos cada vez
más en el misterio de la cruz y nos embriaguemos con Ella de los padecimientos de
Cristo».
«Esforcémonos por tener siempre delante a esta bendita Madre y por caminar
siempre junto a Ella, pues no hay otro camino que conduzca a la Vida sino el que Ella ha
recorrido».
«¡Madre dulcísima, haz que te ame! ¡Derrama en mi alma ese amor que ardía en la
tuya!».
103
«Cada día rezo no menos de cinco rosarios completos… Bueno, a mi superior debo
decirle la verdad: he rezado treinta y cuatro».
«Quisiera tener una voz tan fuerte que pudiera con ella invitar a todos los
pecadores a amar a María. Pero como eso no es posible, he rogado y seguiré rogando a
mi ángel custodio para que cumpla por mí este deber».
«¡Cuántas veces he confiado a esta Madre las penosas ansias de mi corazón agitado
y cuántas veces Ella me ha consolado! En mis grandes aflicciones, al no tener ya madre
en esta tierra de angustias, no puedo olvidar que tengo una muy amante y misericordiosa
en el cielo. ¡Pobre Madrecita mía! ¡Cuánto me quiere!».
«¡Con qué cuidado me ha acompañado hasta el altar esta mañana! ¡Parecía que no
tenía que pensar en otra cosa sino sólo en mí, a fin de llenar mi corazón de santos
afectos!».
«En el momento de tomar la Sagrada Especie del Pan, me invadió de arriba abajo,
en toda la extensión de mi ser, una luz súbita, y vi claramente a la Celestial Señora con
su Hijo, Niño pequeño en sus brazos, y me dijo: ¡Estate tranquilo! ¡Nosotros estamos
contigo! ¡Tú nos perteneces y nosotros somos tuyos! Oído esto, ya no vi nada más».
«¡Oye, Mammina! No me importa que me mires así. Yo ya te quiero bien, más que
a todas las criaturas del cielo y de la tierra. Después, se entiende, de Jesús. ¡Pero te
quiero mucho!».
«María sea la estrella que os ilumine el sendero, os muestre el camino seguro para
llegar al Padre celestial; sea ella como el áncora a la cual debéis siempre uniros
estrechamente en el tiempo de la prueba».
«Que la Virgen nos caldee de amor de hijos hacia el Vicario de Cristo en la tierra,
y nos muestre un día a Jesús en el esplendor de su gloria».
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silencio y la entrega de María. La Virgen, que tan bien encarna a una y otra, os sirva de
modelo y os inspire».
105
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ÁNGEL CUSTODIO
«¡Qué consolador es saber que estamos siempre bajo la custodia de un espíritu
celestial que no nos abandona ni siquiera en la acción que desagrada a Dios!». El ángel
de la guarda del Padre Pío era su más eficaz mensajero cuando no podía advertir a
alguien de algo importante o cuando deseaba recibir recados de personas que residían en
otras ciudades. Era tal la confianza depositada en él, que siempre recurría a sus «alas»
cuando lo necesitaba y jamás le fallaban.
En cierta ocasión, monseñor Pierino Galeone, hijo espiritual del Padre Pío que leyó
mi alma en confesión, le hizo una confidencia al capuchino mientras celebraba la Santa
Misa. Cuando terminó la celebración, don Pierino, habiendo olvidado el encargo
efectuado a su ángel custodio, le comentó aquello mismo y entonces el Padre Pío le
replicó: «¿Es que no sabes que ya me lo ha dicho tu ángel de la guarda?». La devoción al
ángel de la guarda es propia de todos los santos y de quienes aspiran a serlo.
«Tengamos la buena costumbre de pensar siempre en él. Que a nuestro lado hay un
espíritu celestial que, desde la cuna hasta la sepultura, no nos deja ni un instante, que nos
guía, que nos protege como un amigo, como un hermano, que también debe consolarnos
siempre, especialmente en las horas más tristes para nosotros».
«Tú defiéndete —me dice el ángel custodio—; ahuyenta y desprecia siempre las
107
malignas insinuaciones, y donde tus fuerzas ya no te alcancen no te aflijas, amado de mi
corazón, porque yo estoy junto a ti».
«Si la misión de nuestro ángel custodio es grande, la del mío es sin duda más
grande aún, debiendo hacer las veces de maestro para mí, enseñándome otros idiomas».
«¿A quién puede temer el alma devota que se preocupa por amar a Jesús teniendo
siempre consigo a semejante guerrero insigne?».
«¿No fue él quizás uno de tantos ángeles que junto al arcángel san Miguel
defendieron en el Paraíso el honor de Dios frente a Satanás y todos los otros espíritus
rebeldes, reduciéndolos finalmente a la perdición y relegándolos al infierno?».
«Él sabe que aún es poderoso contra Satanás y sus satélites, y que su caridad no ha
disminuido y ya nunca podrá dejar de defendernos».
«¡Si todos los hombres supiesen comprender y apreciar este gran don de Dios, en
la abundancia de su amor por el hombre, al asignarnos a este espíritu celestial!».
«Este ángel bueno reza por nosotros: le ofrece a Dios todas las buenas obras que
hacemos, nuestros deseos santos y puros».
«Que tu ángel te muestre siempre el camino recto que conduce a Dios y que
bendiga siempre a la Santa Tríada por ti».
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compañía!».
«Nunca hubiese podido sospechar ni por lo más remoto que se trataba de una
trampa de Barba Azul [el demonio] si mi ángel no me hubiera desvelado la superchería».
«¡Cuántos favores nos hace nuestro ángel de la guarda sin que nos demos cuenta y
sin que lo sepamos!».
«¡Ángel custodio, frena todas mis facultades para que jamás se desvíen de mi Jesús
doliente!».
«Jamás olvides que el ángel de la guarda está siempre contigo y que nunca te
abandona ante cualquier error que puedas cometer. ¡Oh, inefable bondad de este nuestro
ángel bueno! Él nos libre de futuras infidelidades».
109
ALEGRÍA
«Conserva un espíritu de santa alegría». La alegría caracteriza a los Hijos de Dios. Es
imposible estar triste si permanecemos cerca de Dios, pues la tristeza es propia del
espíritu orgulloso que rechaza el Amor Supremo dejándose caer en brazos de Satanás, el
ángel soberbio que gobierna el Infierno donde ninguna rodilla se dobla ante la sola
mención del Todopoderoso.
Si alguna vez nos invade la tristeza, el Padre Pío nos invita a revivir la tremenda
angustia de Jesús en el Huerto de Getsemaní y a ofrecer la nuestra al Divino Padre en
señal de reparación.
El Padre Pío hacía gala siempre que podía de su buen humor y le gustaba contar
chistes sanos. No olvidemos que el demonio carece de buen humor, que siempre está
enfadado, y que sólo le gustan los chistes verdes. Aunque sólo fuera por eso, merece la
pena vivir la santa alegría a la que alude el Padre Pío.
«No permitáis que en vuestros corazones entre la tristeza, que contrasta con el
110
Espíritu Santo difundido en vosotros».
«Si aun así nos empeñamos en entristecernos, hagámoslo de manera que nuestra
tristeza sea santa, viendo el mal que se va expandiendo cada vez más por la sociedad
moderna. ¡Oh, cuántas pobres almas apostatan cotidianamente de Dios, nuestro Bien
Supremo!».
«Cuando al caer el día te asalte la tristeza, debes reactivar más que nunca tu
confianza en Dios, humillarte ante Él, expandir tu alma en alabanzas y bendiciones al
Padre celestial».
«Aleja tu pensamiento de los objetos que te causan tristeza, rechaza todos esos
pensamientos como solemos apartar las tentaciones contra la santa pureza. Además no
debes detenerte en esos pensamientos que te afligen. Yo deseo que practiques esto; es
más, casi te diría (si es que no te desagrada) que todo esto te lo impongo, te lo ordeno».
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«Que todas tus conversaciones sean santas y sobre temas alegres».
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DIRECCIÓN ESPIRITUAL
«A medida que se avanza en los caminos del Señor, siempre se va experimentando
una mayor necesidad de recurrir a la dirección espiritual». El Padre Pío mantenía la
dirección espiritual hasta por carta. Gracias a ello, precisamente, podemos reproducir
ahora algunos de sus valiosos consejos a sus hijas espirituales, que figuran en su
Epistolario, el cual se incorporó luego al proceso de canonización.
El fraile de los estigmas predicó con el ejemplo, pues mantuvo una dirección
espiritual desde que se decidió a dedicar su vida entera a Dios. Mediante la dirección
espiritual, aprendió a cultivar en todo momento la virtud de la obediencia, de la que hizo
voto cuando tomó los hábitos, junto con la pobreza y la castidad.
La dirección espiritual es crucial para cualquier alma que desee crecer en el Amor a
Dios; y un requisito indispensable para el director espiritual es que se mantenga fiel a la
Doctrina de Cristo sin concesiones ni lagunas de ningún tipo. Sólo así es posible para un
católico practicante confiar a un sacerdote lo más valioso que tiene: su propia alma. Y
entre tanto, como advierte el Padre Pío, el enemigo tratará de impedir el provecho del
alma, limando la confianza filial que todo dirigido debe tener en su director. Nada como
estar preparado.
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«Sin obediencia no hay virtud; sin virtud no hay bien; sin bien no hay amor; sin
amor no hay Dios: y sin Dios no hay Paraíso».
«Ofreceré muchas Misas con el fin de recibir la luz del Espíritu Santo para resolver
y guiarte bien a la perfección a la cual eres llamado».
«En la historia de la santidad a veces sucede que el elegido por Dios es objeto de
incomprensiones. Cuando esto ocurre, la obediencia es para él un crisol de purificación,
camino de progresiva identificación con Cristo y fortalecimiento de la auténtica
santidad».
«¡Sabe el buen Dios cuánta fuerza necesito para tener que llamar al orden a un
alma!».
«Hija mía, escríbeme siempre con entera confianza de hija y no me ocultes nada...
El alma que ama a otra alma quiere estar en ella y tener conocimiento de todo su interior.
¿Cuánto más un padre que representa a Dios por partida doble? Por tanto, cada vez que
me escribas, ábreme tu espíritu como un libro, de modo que yo pueda leer hasta los
puntos y las comas».
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estuvieras bien persuadida del afecto santo que te profeso en el Señor y del fuego que me
abrasa el alma por tu santificación, no hubiera juzgado necesario hacerte esta
observación».
«Quieres que te diga cada cuánto tiempo me has de escribir: cuando quieras y lo
necesites. Por lo menos cada veinte días, contándomelo todo, sin callar nada. El director
debe estar informado de todo, de los dolores y de las alegrías».
«De buena gana os acojo como a mis hijos espirituales, pero a condición de que os
portéis siempre bien, que no me obliguéis a hacer un mal papel delante de Dios y de los
hombres, que seáis ejemplo de vida cristiana. De lo contrario, también yo sé emplear el
látigo».
«Si fuera posible, querría conseguir del Señor solamente esto: Si me dijese Vete al
Paraíso, yo pediría esta gracia: Señor, no me dejes ir al Paraíso mientras el último de
mis hijos, la última persona encomendada a mis cuidados sacerdotales, no haya ido
delante de mí».
«He pactado con el Señor que, cuando mi alma se haya purificado en las llamas del
Purgatorio haciéndose digna de entrar en el Cielo, yo me coloque a la puerta y no pase
dentro hasta que no haya visto entrar al último de mis hijos e hijas».
«¡Temo que su largo silencio sea un lazo del enemigo! Guárdese bien de sus
asechanzas. Ni lo atienda siquiera. Y no me tache de importuno si le testimonio tanta
solicitud y me preocupo por su alma. Recuerde que yo la consagré esposa de Jesús… Por
el amor del Cielo, recuerde que contraje un deber estricto de velar sin desmayos por
usted… Desgraciado de mí si faltase a ese deber».
115
consejos».
«Por amor de Dios, no hagáis estéril la gracia del Señor que os ha sido dispensada
en abundancia por los sacramentos. Estad siempre alerta y olvidad vuestro pasado;
esforzaos en progresar sin desmayos en la caridad, dilatad vuestro corazón en una gran
confianza para recibir los dones que el Espíritu Santo está siempre dispuesto a difundir
en vuestra alma».
«Lancemos siempre buen grano, que nada nos descorazone… y cuando este grano
germine en el calor y se convierta en trigo, velemos mucho para que no lo ahogue la
cizaña».
«La angustia es un mal mucho mayor que el mismo mal… ¡Caminad con sencillez
por los senderos del Señor y no torturéis vuestras almas! Tened para vuestros defectos un
horror santo y sereno, y no esa saña fastidiosa e inquieta que no hace sino cebarlos».
«La santidad es amar al prójimo como a nosotros mismos y por amor de Dios. La
santidad, en este punto, es amar incluso a quien nos maldice, nos odia, nos persigue, y
hasta hacerle bien. La santidad es vivir humildes, desinteresados, prudentes, justos,
pacientes, caritativos, castos, mansos, laboriosos, cumplidores de los propios deberes…
Sólo la santidad tiene en sí la virtud de transformar al hombre en Dios».
«Sé dócil y obediente y no des lugar a la tristeza porque si te pierdes tú, lo que
Dios ya no permitirá más, implicaría para mí, según el compromiso asumido con Jesús
sobre ti, mi propia condenación».
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«Todo me es conocido, tu vida y tu interior, y todo por divina misericordia… Cree
en mí que te hablo con toda sinceridad, sin equivocarme y sin doblez».
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OTRAS PERLAS
«Te suplico, por la mansedumbre de Jesús y por las entrañas de Misericordia del
Padre Celestial, que no te enfríes nunca en el camino del bien». Con las perlas del Padre
Pío para el alma podrían confeccionarse preciosos collares con los que adornar un sinfín
de almas.
«Todo se paga; antes o después, todo se paga», repetía el Padre Pío. Persuadidos de
esta gran verdad, Dios quiera que este humilde libro para la oración haga reflexionar a
muchas almas sobre lo más importante que está en juego: la propia salvación por toda la
Eternidad. El Padre Pío sabía muy bien que nadie tiene asegurada aquí, en la tierra, su
salvación y que al Cielo se entra por la puerta angosta, estrecha, y no por la ancha que
conduce a la condenación. Es por ello que nos anima a seguir sus consejos.
«Te suplico, por la mansedumbre de Jesús y por las entrañas de misericordia del
Padre Celestial, que no te enfríes nunca en el camino del bien. Corre siempre y no
quieras jamás detenerte, sabiendo que en este camino estarte quieto equivale a volver
sobre tus propios pasos».
«¡Corre y no te canses: el Señor guía tus pasos para que no te caigas en el camino!
¡Corre, porque el camino es largo y el tiempo bastante breve! Corre, corramos todos de
modo que al término de nuestro viaje podamos decir con el santo apóstol: Porque yo
estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He
competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la
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fe».
«Pelea hasta el extremo en el buen combate, ya que Jesús te dará la fuerza; es más:
Él está contigo y combatirá también por ti para que puedas superar todo».
«Miserables las naciones con las que el Señor ya no habla, ni siquiera con la
pacífica indignación, porque es señal de que han sido rechazadas por Él, abandonadas a
su propia ceguera y endurecimiento. Sobre vosotras, miserables naciones, se ha
cumplido lo que Dios había dicho por medio del profeta Ezequiel: Desahogaré mi furor
en ti; luego mis celos se retirarán de ti, me apaciguaré y cesaré en mi cólera».
«¡Ay de los que no son honrados! No sólo pierden todo respeto humano sino que,
además, no pueden ocupar ningún cargo civil».
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«Recordad que el matrimonio comporta obligaciones difíciles que sólo la gracia de
Dios puede hacer fáciles».
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FUENTES CONSULTADAS
El autor ha tenido acceso a la Positio, donde se resumen los 104 volúmenes del
proceso diocesano de canonización del Padre Pío; y en concreto, para este nuevo trabajo
ha consultado el volumen III/2, que contiene el epistolario del Padre Pío dividido en tres
períodos: mayo de 1909-febrero de 1916, febrero de 1916-septiembre de 1918, y
septiembre de 1918-mayo de 1922.Además de la Positio, se ha manejado la siguiente
bibliografía:
121
Padre Pío de Pietrelcina, San Giovanni Rotondo, 1954.
PEDRIALI, G., Una figura del nostro tempo. Padre Pio da Pietrelcina, Roma, 1952.
PIETRELCINA, PADRE PÍO DE, Epistolario, Ediciones Voce di Padre Pio, San
Giovanni Rotondo, 1981 (4 volúmenes).
POLO, Marco, El varón de Dios, Editorial Vicente Ferrer, Barcelona, 1957.
PREZIOSI, Maria, Lucia Fiorentino, figlia spirituale di Padre Pio, Foggia, 1967.
RIPABOTTONI, Alessandro da, San Pío de Pietrelcina, cireneo de todos, Versión
en español a cargo de Georgina Blanco Jiménez.
RISSO, E., Quando ti vedevamo pasarse…, Alba, 1971.
SÁEZ DE OCÁRIZ, Leandro, Pío de Pietrelcina, místico y apóstol, San Pablo,
Madrid, 1999.
SÁNCHEZ-VENTURA, Francisco, El Padre Pío de Pietrelcina, un caso inaudito en
la historia de la Iglesia, Editorial Círculo, Zaragoza, 1969.
SPACCUCCI, Felice, Padre Pio responde, Napoli, 1966.
TRABUCCO, Carlo, Il mondo di Padre Pio, Roma, 1952.
WINOWSKA, María, Un estigmatizado de nuestros días, Ediciones Desclée de
Brouwer, Bilbao, 1962.
122
123
124
JOSÉ MARÍA ZAVALA
José María Zavala es periodista, historiador y escritor profesional. Autor de más de una
treintena de libros sobre los Borbones o la Guerra Civil española, ha trabajado durante
más de veinte años en las redacciones de los diarios El Mundo y Expansión, y en la
revista Capital. Colabora en el programa Cuarto Milenio, de Cuatro TV, y en el
periódico La Razón.
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Pero en su vida de esposo y padre de familia hay un antes y un después, desde su
conversión tumbativa por intercesión del Padre Pío, de quien es hijo espiritual. De ahí
que su libro más querido, y el que cambió su vida, sea Padre Pío. Los milagros
desconocidos del santo de los estigmas (LibrosLibres) con dieciséis ediciones en España
de momento y traducciones al italiano, portugués, húngaro o eslovaco. Es autor también
de Así se vence al demonio y coautor, junto a su esposa Paloma, de Un juego de Amor, el
testimonio de la acción de Dios en sus almas por mediación del Padre Pío.
+ info www.josemariazavala.com
facebook.com/josemariazavalagasset
@JMZavalaOficial
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Índice
MANO A MANO. PADRE PÍO 2
PRESENTACIÓN 4
CONFIANZA EN DIOS 6
ORACIÓN 14
AMOR A DIOS 27
ESPÍRITU SANTO 38
TENTACIONES 43
CONFESIÓN 49
HUMILDAD 55
EUCARISTÍA 63
SUFRIMIENTO 70
CARIDAD 85
APOSTOLADO 94
MARÍA 100
ÁNGEL CUSTODIO 107
ALEGRÍA 110
DIRECCIÓN ESPIRITUAL 113
OTRAS PERLAS 118
FUENTES CONSULTADAS 121
AUTOR 125
127