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José María Zavala

MANO A MANO
PADRE PÍO

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PRESENTACIÓN
Fue su experiencia personal, la de quien quiso ser y fue «un pobre fraile que ora», el
Padre Pío de Pietrelcina, la que plasmó en estas palabras: «Con el estudio de los libros se
busca a Dios, con la meditación se le encuentra».

En octubre de 2010, José María Zavala nos ofreció el libro Padre Pío. Los milagros
desconocidos del santo de los estigmas, para el que tuve la delicada encomienda de
escribir la Presentación. Las siete ediciones del libro en algo más de dos años y su
traducción al italiano y portugués confirman lo que hoy puedo certificar: que ha ayudado
y está ayudando a muchos, no sólo a conocer al Santo de los Estigmas, sino también,
ante las obras que el Señor realizó y sigue realizando por medio de él, a buscar a Dios
con más dedicación y constancia.

La meta que importa de verdad, según el Santo capuchino italiano, es encontrar a


Dios. Y José María Zavala, en el libro que el lector tiene ahora en sus manos, nos ayuda
a conseguirla, pues nos ofrece óptimos alimentos para la meditación. Alimentos que
toma del Santo a quien tanto admira y ama, y por el que, al parecer, ha sido escogido
para manifestarse a los hombres del siglo XXI: san Pío de Pietrelcina.

El Padre Pío solía repetir: «El alma cristiana no deja pasar un solo día sin meditar la
Pasión de Jesucristo». Cierto que, al meditar la Pasión de Cristo, encontramos en ella los
elementos de la vida cristiana, que, vividos sinceramente, llevan al encuentro con Dios.
Pero José María Zavala nos facilita esa labor agrupando los mensajes del Padre Pío en
torno a temas nucleares del seguimiento de Cristo: la Eucaristía, la humildad, la
confianza en Dios, el sufrimiento, el amor a Dios, el amor de Dios, la tentación, el
Espíritu Santo, la Virgen María, la oración, la confesión, el ángel custodio, la dirección
espiritual, el apostolado…

La importancia que el Padre Pío daba a la meditación la podemos descubrir en este


programa de vida que trasladó al Diario el 21 de julio de 1929, fecha en que comenzó a

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escribirlo a petición de su confesor, el padre Agustín de San Marco in Lamis:
«Devociones particulares diarias: no menos de cuatro horas de meditación, y éstas de
ordinario sobre la vida de nuestro Señor: nacimiento, pasión y muerte».

Y también en las palabras que dirigió a su primera hija espiritual, Rafaelina Cerase,
en carta del 16 de noviembre de 1914. Después de invitarle a que la Palabra de Dios
dirija toda su vida, le dice: «Todo esto no se puede poseer sin una asidua meditación de
la ley de Dios, mediante la cual el cristiano, exultante de alegría, con el corazón irrumpe
en dulces cánticos de salmos y de himnos a Dios. Así aprende el cristiano que tiende a la
perfección cuán importante es la necesidad de la meditación».

Los frutos de la meditación, o de la reflexión, el Padre Pío los vuelve a señalar con
claridad en carta al padre Agustín de 27 de febrero de 1918: «Intente siempre, mi buen
padre, corresponder generosamente, haciéndose digno de Él (Jesucristo), es decir
semejante a Él en las virtudes adorables que ya conocemos por la Escritura y el
Evangelio. Pero, para que tenga lugar la imitación, es necesaria la reflexión diaria de la
vida de quien se nos propone como modelo. De la reflexión brota la estima de los actos,
y de la estima, el deseo y el gozo de imitarlos».

A este segundo libro de José María Zavala sobre el Padre Pío, rico en mensajes para
la meditación, le deseo que ayude a encontrar a Dios al menos a tantas personas como
su primer libro ha ayudado y ayuda a buscar a Dios.

ELÍAS CABODEVILLA GARDE


Sacerdote capuchino

Pamplona, 17 de febrero de 2013.

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CONFIANZA EN DIOS
«El peor insulto que se puede hacer a Dios es dudar de Él». Por eso mismo, abrir el
corazón a Cristo sin condiciones, brindándole lo único que podemos ofrecerle, nuestra
libertad, para que haga con nuestras vidas lo que Él quiera, que siempre será lo más
conveniente para cada uno, es la mejor prueba de confianza además de un espléndido
negocio.

No en vano Jesús, que es la Verdad, con maýuscula, ha prometido a todos los que le
sigan el ciento por uno en este mundo y la Vida Eterna. ¿Cabe, acaso, una elección
mejor, conscientes de que sin Dios es imposible ser feliz de verdad en esta tierra, por
muchos bienes materiales que se posean? La confianza en Dios, la fe en definitiva, es
imprescindible para que Él pueda actuar en la propia vida y, por ende, en las de los
demás a través de cada uno de nosotros, instrumentos suyos.

«Jesús, en Ti confío». ¿Somos capaces de recitar esta jaculatoria de Jesús de la


Divina Misericordia sin poner ni un solo pero? «Si tuvierais fe como un grano de
mostaza…», nos advierte el Señor. Sin confianza en Él nada podemos hacer. Pero con Él
todo cambia, pudiendo exclamar con razón: «¡Gracias, Señor! ¡Siendo tan miserable, qué
grande soy cuando estoy contigo!».

«El peor insulto que se puede hacer a Dios es dudar de Él».

«¡Sea siempre bendita la voluntad de Jesús!».

«¡Hágase siempre de mí y en torno a mí en todo y por todo la santísima y


amabilísima voluntad de Dios! ¡Porque esto es lo que me sostiene! Sé que Él no procede
sin motivos santísimos y provechosos para nosotros».

«Con confianza me acurruco en los brazos de Jesús y que suceda todo lo que Él ha

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dispuesto».

«Vuestro futuro está dispuesto por Dios con admirable bondad siempre para bien:
sólo os falta resignaros a lo que Dios disponga y bendecir su mano que llama, abraza,
acaricia y, si algunas veces castiga con dureza, lo hace porque es la mano de un padre».

«En todos los acontecimientos de la vida cotidiana reconoced la Divina Voluntad,


adorarla y bendecidla; especialmente en las cosas más duras para vosotros. Elevad
entonces más que nunca vuestra mente al Divino Padre y decidle: Mi vida, como mi
muerte, está en tus manos; haz de mí lo que más te agrade».

«Tengamos la firme esperanza de ser escuchados, confiados en la promesa que nos


hace el Divino Maestro: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá…
Porque todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os será dado».

«¡Viva Dios en lo más alto de los cielos! Él es mi fortaleza, Él es la salvación de


mi alma, Él es mi porción de eternidad. En Él espero, en Él confío y no temeré ningún
mal».

«¿Para qué perderse en vanos temores que nos roban el tiempo, nos turban la paz
del alma y nos vuelven casi desconfiados en Dios mismo?».

«Dice Teresa del Niño Jesús: Yo no soy un alma pequeña; yo no deseo elegir ni
vivir ni morir, sino que haga Jesús de mí lo que quiera. ¡He aquí, hija, el modelo de un
alma desnuda de sí y llena de Dios!».

«Déjate guiar por el amor de Jesús».

«La fe es un don de Dios. Pídelo».

«Es preciso tener una gran confianza en la Divina Providencia para poder practicar
la santa simplicidad».

«La fe viva, la creencia ciega y la completa adhesión a la autoridad constituida por


Dios respecto a ti, es la luz que iluminó los pasos del pueblo de Dios en su peregrinación
por el desierto; es la luz que brilla siempre en la altura de todo espíritu adepto al Padre;
es la luz que condujo a los Magos a adorar al Mesías recién nacido; es la estrella
profetizada por Balaam; es la antorcha que dirige los pasos de estos espíritus desolados».

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«Esa luz, esa estrella y esa antorcha son también las que iluminan tu alma, dirigen
tus pasos para que no vaciles; robustecen tu espíritu en el amor divino, sin que el alma lo
advierta, avanzando siempre hacia la meta eterna».

«Alimenta tu alma con el espíritu de cordial confianza en Dios».

«Creed que Jesús, Sol de Justicia, está con vosotros, os quiere bien y siempre lo
hará con tal de que os prestéis a que actúe libremente en vosotros».

«El Credo más hermoso es el que se recita en la oscuridad, en el sacrificio».

«Manteneos siempre firmes y vigilantes en la fe, pues así desaparecerán las malas
artes del enemigo».

«Tengo tanta confianza en Jesús que, si viese el infierno abierto delante de mí, no
desesperaría».

«Aceptemos con coraje y ánimo sereno las órdenes que nos vienen dadas de lo
Alto y cumplamos nuestro deber según corresponda a nuestro estado».

«Eleva en estas horas tristes el corazón a Dios; de Él nos vendrá para todos la
fuerza, la calma y el consuelo».

«Reavivad de modo especial la fe en las promesas de vida eterna que el dulcísimo


Señor nuestro hace a quienes combaten con fuerza y valentía».

«Nunca abandonéis vuestra fe, que ésta no abandona jamás al hombre, y mucho
menos al alma que con vehemencia desea amar a Dios».

«Ten fe en la ayuda divina y estate segura de que quien te ha defendido hasta ahora
continuará su obra de salvación».

«Nada puede temer un alma que confía en su Señor y en Él pone su propia


esperanza».

«Dios está contigo y no te tocarán un pelo».

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«Hay que saber confiar: existe un temor de Dios y un temor de Judas».

«Insensato es el hombre que peca por la incredulidad, por la falta de confianza».

«El enemigo de nuestra salud nos ronda siempre para arrancarnos del corazón el
ancla que debe conducirnos a la salvación: la confianza en Dios nuestro Padre».

«Dios, después de tantos beneficios compartidos sin ningún mérito nuestro, se


contenta con un don tan tenue como nuestra voluntad. Ofrezcámosla junto al mismo
Maestro Divino en la sublime oración del Padrenuestro: Hágase Tu voluntad en la tierra
como en el Cielo. Ofrezcamos, sí, nuestra voluntad con el mismo sentimiento con el que
nuestro Maestro Divino la ofreció por nosotros a su Padre».

«No te oculto el peligro extremo que ella corrió, mayor del que tú te imaginas; ella
fue arrancada de las fauces de la muerte: había estado condicionalmente destinada a
alcanzar a sus padres allá arriba. Sólo las muchas oraciones suspendieron la ejecución.
Te revelo esto no para provocar en tu espíritu susto y terror más del necesario, sino para
despertar en ti el sentido de la más viva gratitud hacia el dador de todos los bienes y para
exhortarte a confiar siempre más y abandonarte en la Divina Providencia».

«¿Acaso no estamos en las manos de la Providencia, la madre más afectuosa que se


pueda decir e imaginar?».

«Deposita toda tu confianza en el Corazón del dulce Jesús… Reaviva siempre tu fe


y no la abandones ya nunca, pues ella no deja jamás a nadie y mucho menos al alma que
se desvive por amar a Dios».

«Alza siempre tu voz al Cielo en los momentos difíciles, en los cuales la


desolación asalta tu espíritu. Grita fuerte con el muy paciente Job: ¡Aunque tú me mates,
Señor, espero en Ti!».

«Está escrito que quien confía en Dios jamás quedará confundido».

«Confía en Dios y agradécele siempre todo; así desafiarás y vencerás a todas las
iras del infierno».

«El excesivo temor nos hace obrar sin amor; la excesiva confianza nos ciega ante
el peligro que tenemos que superar».

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«Dispongámonos siempre a reconocer en todos los acontecimientos de la vida el
orden sabio de la Divina Providencia. Adoremos y dispongamos nuestra voluntad para
conformarla siempre y en todo según la de Dios, porque así glorificaremos al Padre
celestial y el resultado será provechoso para la Vida Eterna».

«¡Qué consuelo para un alma saberse siempre con un Amigo tan querido, con un
Esposo tan amable! Si Dios está con nosotros —decía, alzando la voz, el apóstol de las
gentes—, ¿quién contra nosotros?».

«En la parte superior del alma reside, como en un trono, el espíritu de fe que debe
consolaros en las aflicciones».

«¡Qué felices son aquellas almas que viven de la fe, que en todo adoran los justos y
santos juicios de Dios y que se alegran en el sufrimiento y hacen que el ajenjo se
convierta en miel!».

«¿Dudas del futuro? ¿Pero acaso no te he asegurado que el Señor está siempre
contigo? ¿De qué, pues, dudas?».

«Tú lamentablemente tienes toda la razón en asustarte si quieres medir la batalla


con tus propias fuerzas, pero saber que Jesús no te deja ni por un instante debe servirte
de mucho consuelo».

«Dios mismo nos hace saber que está con los afligidos y atribulados: Cum ipso
sum in tribulatione [Estaré a su lado en la tribulación], que Él desciende hasta secar las
lágrimas de sus ojos».

«Ármate de la hermosa virtud de la confianza en el Señor».

«Confía siempre, porque la misma gracia hará contigo el resto: tú serás salvada y el
enemigo se carcomerá en su rabia».

«La vocación del cristiano requiere una aspiración continua a la patria de los
bienaventurados».

«Confiemos siempre, porque el Dios que hoy nos humilla y nos atribula [el Padre
Pío alude a la Primera Guerra Mundial] es el Dios que todavía nos habla; y el Dios que

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nos habla, a pesar del tono displicente y severo, es todavía el Dios que nos ama. Su tono
espera la voz de nuestro arrepentimiento que lo haga callar; su rayo espera una lágrima
nuestra que lo apague».

«¡No nos asustemos! Jesús está con nosotros».

«Espera de Dios toda la fuerza».

«El acto de fe más bello brota de nuestros labios durante la noche, durante la
inmolación y el sufrimiento, en el esfuerzo supremo e inflexible por el bien; desgarra
como un relámpago las tinieblas de tu alma y te lleva a través de la tormenta hasta el
corazón de tu Dios».

«Despojémonos del hombre viejo y aspiremos a la felicidad que nos está


preparada».

«Confiad en Dios y esperad en su bondad paternal, que se hará la luz. Alzad la


mente llena de fe a la Patria celestial y a ella dirijamos todas nuestras palpitaciones y
aspiraciones».

«Jesús quiere que pongamos toda nuestra confianza y afecto en Él».

«Tenga la navecilla de vuestro espíritu el áncora fuerte de la confianza en la


bondad divina».

«Confiad y esperad en los méritos de Jesús y así también la humilde arcilla se


convertirá en oro finísimo, que relucirá en el palacio del monarca de los cielos».

«Si Jesús no me hubiese tendido la mano, ¡quién puede saber cuántas veces habría
vacilado mi fe y mi esperanza! ¡Mi caridad se habría debilitado, mi inteligencia se habría
oscurecido si Jesús, el Sol Eterno, no la hubiese iluminado!».

«Dios es misericordioso con aquellos que han puesto en Él su esperanza».

«Pensad que el mérito del triunfo es grande, el consuelo inefable, la gloria


inmortal, y eterna la recompensa».

«Dios ha querido hacer de mí un ejemplo de gracia; me quiere poner como modelo

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para todos los pecadores, para que nadie desespere. Por lo tanto, fíjense los pecadores en
mí, el más grande entre los pecadores, y esperen en Dios».

«¡Alza el corazón lleno de confianza sólo en Dios!».

«Que nuestra petición sea sólo esta: Amar y agradar a Dios, sin preocuparnos por
el resto, sabiendo que Él cuidará siempre de nosotros».

«Mantente vigilante y no te abandones soberbiamente nunca a ti misma ni confíes


demasiado en ti… Abandónate en brazos del Padre divino con confianza filial».

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ORACIÓN
«La oración es la mejor arma que tenemos; es una llave que abre el corazón de
Dios». Hablar con Dios, confiarle nuestros anhelos y preocupaciones, dejarle a Él que
también nos sugiera lo que desea de cada uno, es fundamental en la vida de piedad. Sin
un rato de oración cada día es difícil, por no decir imposible, estar más cerca de Dios y
saber lo que Él espera de nosotros. El propio Jesús nos enseñó la trascendencia de la
oración, dirigiéndose al Padre en los momentos decisivos de su vida en la tierra. Oró así
en el Huerto de los Olivos, antes de que le prendiesen, como lo había hecho antes
durante cuarenta días y cuarenta noches interminables en el desierto, a la vez que
ayunaba.

En una sociedad acostumbrada al ruido, como la actual, la oración que lleva implícita
el silencio para poder escuchar la voz de Dios en nuestros corazones, constituye la fuerza
que necesitamos para serle fieles al Señor.

No se trata de recitar una oración aprendida desde pequeños, que también, sino de
reservar diez, quince, veinte minutos o una hora entera cada día, según la disposición de
cada uno, para encontrarnos con Dios en la intimidad. De la oración se obtiene la fuerza
e inspiración necesarias para luchar.

«La oración es la mejor arma que tenemos; es una llave que abre el corazón de
Dios».

«Quien mucho ora, se salva seguro. Quien poco ora está en peligro de no salvarse y
quien no ora nada, está en camino de perdición».

«Tu oración será más agradable al buen Dios si surge de un corazón contrito,
humillado y sufriente».

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«El poder de Dios triunfa ante todo, pero la humilde y doliente oración triunfa ante
Dios mismo».

«Quien no medita es como si jamás se mirase en el espejo».

«Con la lectura de la Sagrada Escritura y de otros libros santos y devotos buscamos


a Dios; con la meditación, lo encontramos; con la oración llamamos a la puerta de su
Corazón, y con la contemplación entramos en el teatro de las divinas bellezas, abierto
por la lectura, la meditación y la oración, ante las miradas de nuestra alma».

«Ignorar la Sagrada Escritura es ignorar a Cristo».

«El cristiano debe poner ante sus ojos con frecuencia los libros santos para sacar de
aquéllos los defectos que debe corregir y las virtudes con las que debe engalanarse para
complacer la mirada de su Dios».

«Me horroriza el daño que hace a las almas la privación de la lectura de los libros
santos… Leed, leed mucho, y con la buena lectura que no falte una fervorosa oración».

«Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios, la guardan celosamente y la


cumplen con fidelidad».

«Quien lee el libro de sus confesiones [de San Agustín] no puede retener las
lágrimas. Qué guerra atroz, qué feroces enfrentamientos sostuvo en su pobre corazón por
las grandísimas repugnancias que probó al abandonarse a los placeres obscenos de los
sentidos… Pero mientras el santo estaba siendo combatido por afectos tan tumultuosos,
oyó una voz que le dijo: Toma y lee. Obedeció enseguida a esa voz, y leyendo un
capítulo de san Pablo, se despejaron pronto de su mente los densos nubarrones, se
ablandó toda la dureza de su corazón, se quedó con plena serenidad y con plácida calma
de espíritu».

«La historia nos dice también que san Ignacio de Loyola, por una lectura espiritual
tomada no por devoción, sino con el solo deseo de huir del aburrimiento de una penosa
enfermedad, pasó de ser capitán de un rey de la tierra a capitán del rey del cielo».

«De san Columbano leemos también que por la lectura de un libro santo, hecha
más bien para agradar a su consorte que por sincera devoción, se sintió todo cambiado
consagrándose enteramente a Dios».

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«Ahora bien, si la lectura de los libros santos tiene tanta fuerza para convertir a las
personas de mundanas en espirituales, ¿cuánto más poderosa debe ser esa lectura para
que las personas espirituales sean inducidas a mayor perfección?».

«Me permito aconsejarte algunos libros cuya lectura es apta para tu actual estado
espiritual: la Vida de Santa Teresa, escrita de su puño y letra, el Camino de perfección y
El castillo interior; el libro de las Confesiones de San Agustín; la Exposición del Dogma
Católico de Monsabré, expuesto en dieciocho pequeños volúmenes. La lectura de todos
ellos es una verdadera fiesta para el espíritu».

«No puedo leer las epístolas de san Pablo sin sentir cómo una fragancia se expande
por toda mi alma, fragancia que se hace sentir hasta en la cima más alta de mi espíritu».

«Estad alerta y fortificaos siempre con la oración».

«La oración requiere constancia y perseverancia, especialmente cuando no estamos


bien dispuestos. Dios recompensa la voluntad, no el sentimiento».

«Oremos sin cesar y suframos según la voluntad de Dios; recemos y suframos en


expiación por nuestros errores y los del prójimo».

«Apenas me pongo a orar, siento que el alma comienza a recogerse en una paz y
tranquilidad imposibles de expresar con palabras. Los sentidos quedan en suspenso,
excepto el oído, pero de ordinario este sentido no me molesta y tengo que admitir que,
aunque a mi alrededor se hiciese mucho ruido, no me molestaría lo más mínimo».

«Me sucede muchas veces que, cuando el pensamiento continuo en Dios se aleja
un poco de mi mente, siento enseguida que Nuestra Señora me toca de una forma tan
penetrante y suave en el centro del alma, que casi siempre me veo obligado a derramar
lágrimas de dolor por mi infidelidad, y de ternura por tener un Padre tan bueno y amable
que me llama de nuevo a su presencia».

«Otras veces me encuentro con una gran aridez espiritual; siento mi cuerpo muy
agobiado por tantas enfermedades, imposibilitado para recogerme y hacer oración por
más que lo deseo… Cuando es del agrado del celestial esposo poner fin a este martirio,
me envía en un instante tal devoción espiritual que en modo alguno la puedo resistir. En
un momento me encuentro totalmente cambiado, enriquecido de gracias sobrenaturales».

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«Sólo aspiro a ser un pobre fraile que reza».

«Oremos siempre, porque la oración cálida y fervorosa penetra los cielos y


consigue un beneficio divino».

«La oración es el arma invisible contra el peligro del mundo. Rezad. ¡La oración es
la llave del tesoro de Dios y el medio para conseguir la victoria en la lucha del bien
contra el mal!».

«Tengo siempre a Dios fijo en la mente y grabado en el corazón. Jamás lo pierdo


de vista».

«Quisiera que el día tuviese cuarenta y ocho horas».

«La oración es el gran negocio de la salvación humana».

«Recemos sin cesar por las necesidades habituales de nuestra patria, de Europa y
del mundo entero».

«Procurad, a través de la oración en común, la formación y elevación espiritual de


todos los que participan, de manera que cada uno de ellos pueda convertirse en ejemplo
de vida cristiana, de piedad y caridad».

«La oración debe ser el medio para dirigir nuestra alma a Dios, para elevarle un
himno de amor, para presentarle como al más amoroso de los padres todas nuestras
pobres necesidades espirituales y materiales».

«La oración también tiene que hacernos capaces de difundir a nuestro alrededor la
luz de la fe cristiana».

«Todos tenemos necesidad de oraciones en presencia del Señor. Gracias a la ayuda


que con ellas nos prestamos unos a otros, nuestro corazón puede realizar más fácilmente
la ascensión hacia el Supremo Señor. Sólo el soberbio no tiene este deseo ni la necesidad
de que otros oren por él».

«Se ha perdido el camino por no querer dedicar un poco de tiempo a Dios. Orar os
provoca fastidio. Estáis muy apegados al mundo y ya no sentís necesidad de Dios. Lo

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imagináis lejos de vosotros, y por eso lo mantenéis arrinconado como si no existiese».

«Cuando quieras rezar por mí pide solamente esto: Que este pobre desgraciado
haga siempre Tu voluntad».

«El don santo de la oración, hijo mío, está en las manos del Salvador, y cuanto más
te vacíes de ti mismo —es decir, de tu amor propio y de toda atadura carnal,
enraizándote en la santa humildad—, más lo comunicará Dios a tu corazón».

«Es necesario que perseveres con mucha paciencia en este santo ejercicio y que te
contentes con avanzar paso a paso hasta que no te veas en disposición de correr, o mejor
aún de emprender el vuelo».

«Por ahora resígnate a ser una pequeña abeja de colmena, que pronto será capaz de
fabricar miel».

«No canses excesivamente a tu espíritu con oraciones muy largas y continuadas,


cuando el espíritu y la cabeza no se prestan».

«Procura apartarte durante el día, en cuanto te sea posible, y en el silencio de tu


corazón y de la soledad ofrece tus alabanzas, tus bendiciones, tu corazón contrito y
humillado y toda tú entera al Padre celestial».

«Cuando os distraigáis en la oración, no aumentéis la dispersión entreteniéndoos


en averiguar el porqué y el cómo. Haced como el caminante extraviado que, apenas
repara en que se ha equivocado de ruta, busca de inmediato la verdadera. Así, vosotros
proseguid con la oración sin entreteneros con las distracciones».

«Reunámonos periódicamente para la oración en común. La sociedad actual no


reza y por eso está en bancarrota».

«Yo dedico no menos de cuatro horas diarias de meditación, de ordinario sobre la


vida de Nuestro Señor: nacimiento, pasión y muerte».

«Procura hacer oración mental, meditación, y habitualmente sobre la pasión y


muerte de Jesús».

«Medita también sobre su nacimiento, huida y estancia en Egipto, sobre la vuelta y

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residencia en la casa de Nazaret hasta los treinta años, sobre su humildad al hacerse
bautizar por el precursor San Juan».

«Reflexiona sobre su vida pública, sobre su dolorosísima pasión y muerte, sobre la


institución del santísimo sacramento, precisamente aquella tarde en la cual los hombres
le estaban preparando los más atroces tormentos».

«Medita igualmente sobre la oración de Jesús en el huerto, donde sudó sangre a la


vista de los tormentos que los hombres le habían preparado y de la ingratitud de quienes
se habían aprovechado de sus méritos… Fue tal la agonía y la lucha que el Redentor
sostuvo con la justicia de Dios, que comenzó a sudar sangre por todo su bendito cuerpo;
y tan abundantemente, que según la historia sagrada no sólo quedó bañado todo su
cuerpo como bautizado en su propia sangre, sino que incluso se regaron a su alrededor
todas las hierbas del jardín».

«Recuerda a Jesús llevado de tribunal en tribunal, flagelado y coronado de espinas,


su ascensión por la cuesta del Calvario cargado con la cruz, su crucifixión y finalmente
su muerte de cruz en un mar de angustias, en presencia de su afligidísima Madre».

«En el Huerto de los Olivos, el Maestro deja a los suyos y se interna en la espesura
con sólo tres discípulos para su agonía: Pedro, Santiago y Juan. Los que conocieron la
gloria del Tabor tendrán también la valentía de reconocer al Hombre-Dios en este ser
triturado por ansias de muerte».

«Al entrar en el huerto, les dice: ¡Quedaos aquí! Velad y orad para que no os
venza la tentación. ¡Cuidado, que el enemigo no duerme! Armaos con la oración para
que no os veáis sorprendidos y arrastrados al pecado».

«Así alertados, el Señor se adentra más y hunde sus rodillas y su rostro en el suelo.
Su espíritu se debate en un piélago de amarguras y aflicciones. Es de noche. El silencio
está lleno de sombras atormentadas. La luna parece inyectada de sangre. El viento azota
los árboles y estremece los huesos. La naturaleza turbada llora un secreto espanto».

«¡Oh noche, como ninguna otra noche!».

«¡Qué pequeña cátedra para tan gran Maestro!».

«Allá Judas, su apóstol, tan querido como Juan y Pedro… que le ha vendido casi

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de regalo… ¡Por los caminos de Getsemaní, con la traición en las manos, para
entregarlo! ¿No acaba de alimentarse con su Carne y empaparse de su Sangre? De
rodillas ante él, le lavó los pies, llevándolos a su corazón para estrecharlos y besarlos con
sus labios... Jesús llora».

«¡Oh, Jesús! ¿No eres Dios? ¿No eres Señor del Cielo y de la tierra? ¿No eres igual
al Padre? ¿Por qué humillarte hasta perder la figura de hombre?...».

¡Ahora lo comprendo! Quieres adiestrar mi orgullo en la sola humildad que abre


las puertas del Cielo. Tú te desmoronas para expiar mi arrogancia».

«Jesús se incorpora. Busca el Cielo con una mirada suplicante. Levanta los brazos
y ruega. Su rostro tiene un tono cadavérico. Implora a su Padre, que le esquiva. Ruega
con confianza de hijo, aunque sabe muy bien el cáliz que le está reservado. Se sabe botín
del mundo, a merced de un Dios ultrajado. Entiende que sólo Él puede satisfacer a la
Justicia infinita y reconciliar al Creador con sus criaturas… Si su humanidad está
literalmente aniquilada y se subleva contra el sacrificio, su alma en cambio está pronta a
la inmolación. El combate persiste».

«Para afrontar esta pavorosa agonía, se abisma en la oración».

«Atiende, hijo mío: Las armas de la oración me han ayudado a vencer, mi espíritu
ha domado la cobardía de la carne. La oración me ha dado fuerza y ahora puedo retar a la
muerte. Sigue mi ejemplo y dialoga con el Cielo como yo lo he hecho».

«La verdadera razón de que no siempre llegues a hacer bien tu meditación es la


siguiente, y no creo equivocarme: comienzas con una especie de nerviosismo, de
inquietud y de ansiedad, y te afanas en dar con algo que contente y consuele tu espíritu.
Pues bien: basta esto para que no encuentres lo que buscas y para que tu espíritu y tu
corazón no puedan concentrarse libremente en la verdad propuesta».

«Debes saber que cuando uno busca con excesivas prisas e inquietud febril un
objeto perdido, podrá tocarlo con sus manos, tenerlo mil veces bajo sus ojos sin tan
siquiera darse cuenta».

«Esta vana ansiedad no hará sino fatigar tu espíritu y volver inepto tu pensamiento
para detenerse sobre los puntos de tu meditación. No conseguirás con ello más que una
especie de frialdad y abobamiento, sobre todo en el terreno afectivo».

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«Yo no conozco más que un remedio para este mal: mata esa ansiedad, ya que es
una de las emboscadas más temibles para la auténtica virtud y la verdadera vida interior;
enfría el alma bajo el pretexto de calentarla, y no la incita a correr sino para hacerla
tropezar».

«No olvides por tanto que las gracias y gustos de la oración son lluvia del Cielo, no
agua de la tierra… Mantén tu corazón abierto al Cielo y espera de lo Alto el celestial
rocío».

«¡Cuantísimos cortesanos pasan y repasan cien veces ante su rey no para hablarle o
escucharle, sino simplemente para hacer acto de presencia y dejarse reconocer, gracias a
esta asiduidad, como sus fieles servidores!».

«Hay otra razón para ponerse en presencia de Dios en el tiempo de oración:


hablarle y escuchar su voz a través de sus inspiraciones e iluminaciones interiores.
Ordinariamente se siente gran satisfacción; porque es para nosotros una gracia singular
poder hablar a tan gran Señor, quien, cuando se digna responder, colma nuestra alma de
suavísimos y preciosos ungüentos».

«Pues bien, en tu oración nunca puede faltar una de esta dos alternativas. Si puedes
hablar al Señor, hazlo… canta sus alabanzas. Si no puedes hablarle por tener el espíritu
torpe, no te descorazones: imita a los cortesanos y hazle una sumisa reverencia».

«Él sabrá apreciar tu presencia y tu silencio. Y la próxima vez tu corazón rebosará


de alegría cuando, tomándote de la mano, te pasee largamente en amigable conversación
por las avenidas de su jardín de la oración».

«Nunca debes por tanto angustiarte pensando qué le has de decir; porque el mero
hecho de estar ya en su presencia satisface un deber provechoso y quizá hasta más útil a
tu alma, aunque esté menos conforme con tus gustos».

«El alma ve los secretos celestiales, esas divinas perfecciones, con mucha más
claridad que cuando miramos nuestra propia imagen en un espejo».

«Yo creo que la oración del hombre peregrino puede agradar tanto o más a Dios
que la de los bienaventurados del cielo; porque los hombres, al impulso de sus oraciones
ordinarias, pueden añadir el gemido, el ansia, el sufrimiento que no pueden tener los

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santos del cielo».

«Nada de perturbarte cuando no puedas meditar ni atender a todas tus prácticas


piadosas. En esos momentos busca la manera de suplir tus devociones manteniéndote
unido a nuestro Señor con una voluntad amorosa, con jaculatorias y comuniones
espirituales».

«Cuando te canses de meditar, harás bien en recitar jaculatorias y otras oraciones


vocales, o en hacer actos de amor, de humildad y de conformidad con el querer divino».

«No os preocupéis tanto de vuestros trabajos y quehaceres, que perdáis la presencia


de Dios».

«El que ora y piensa en Dios, que es el espejo de su alma, busca conocer sus
defectos, intenta corregirlos, reprime sus impulsos y pone su conciencia a punto».

«El mejor consuelo es el que viene de la oración».

«La oración es la fuerza unida de todas las almas buenas; es la que mueve el
mundo, renueva las conciencias, lleva ánimos a los que sufren, sana a los enfermos,
santifica el trabajo, eleva la asistencia sanitaria, otorga fuerza moral y resignación
cristiana al dolor humano, derrama la sonrisa y la bendición de Dios sobre todo
sufrimiento y debilidad».

«Rezad mucho, hijos míos, rezad siempre, sin cansaros nunca».

«La oración debe ser insistente, dado que la insistencia pone de manifiesto la fe».

«Poneos en presencia de Dios. Pensad para eso en que Él está realmente presente
con toda la corte celestial en el centro de vuestra alma. Luego iniciad vuestras oraciones
y meditaciones. Hacedlo con los ojos cerrados y con la cabeza a ser posible recta, o
apoyando la frente en la palma de la mano o en ambas, que será mejor. Todo sin
demasiada afectación».

«Pedidle a Dios la gracia de hacer bien la oración mental y encomendaos a la


intercesión de la Santísima Virgen y a la de toda la corte celestial».

«Si reconocéis que vuestra oración ha sido defectuosa, humillaos delante de Dios,

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pidiéndole perdón con propósito de enmienda».

«Programad dos tiempos al día para la oración. Emplead en ella, a ser posible, por
lo menos media hora en cada tiempo, procurando que uno de ellos sea por la mañana,
para prepararos a la lucha, y el otro por la tarde, para purificar vuestra alma de todo
afecto terreno que os haya podido afectar durante la jornada».

«Si después de haber dispuesto tu corazón con esta humilde preparación Dios
todavía no te ofrece dulzura y suavidad, debes tener buen ánimo, manteniéndote en la
paciencia de comer tu pan, aunque seco, y cumpliendo así con tu deber sin recompensa.
Si lo haces de esta manera, tu amor a Dios será desinteresado; se ama y se sirve así a
Dios a costa propia, como hacen las almas más perfectas».

«Si estáis impacientes, recurrid enseguida a la oración; considerad que estamos


siempre en la presencia de Dios, a quien tenemos que dar cuenta de todas nuestras
acciones buena y malas».

«La oración es el desahogo de nuestro corazón en el de Dios… Nuestras súplicas le


cautivan de tal modo que no puede dejar de venir en nuestra ayuda».

«Continuad orando y sufriendo según las intenciones divinas. A ello os anime el


premio que os espera y que no está lejos».

«Si nos sobreviene cualquier languidez de espíritu, corramos a los pies de Jesús
sacramentado, pongámonos entre los celestiales perfumes, y sin duda alguna nos
sentiremos vigorizados».

«Ora y espera: no te inquietes».

«La oración humilde y dolorida triunfa del mismo Dios, le detiene el brazo, apaga
el rayo, le desarma, le vence, le aplaca, y le hace dependiente y amigo».

«Hacéis muy bien en gemir y orar incesantemente al Señor, pidiéndole que


acreciente siempre en vosotros el amor divino».

«No nos desanimemos; una mirada al Divino Maestro que ora en el huerto y
descubriremos la verdadera escala que une la tierra con el cielo; descubriremos que la
humildad, la contrición, la oración hacen desaparecer la distancia entre el hombre y

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Dios, y logran que Dios descienda hasta el hombre y que el hombre se alce hasta Dios,
terminando por entenderse, por amarse, por poseerse».

«Lloró, oró y fue poderoso».

«Orad y orad siempre cada vez con más insistencia. Jesús es bueno y no dejará de
escuchar tantas oraciones dirigidas a Él con confianza».

«Ora en el silencio de tu corazón».

«Dirigid a Dios con más fuerza vuestra súplica, la súplica de la humildad de


espíritu, de la contrición del corazón, de la plegaria de la lengua».

«¡Oh! Si todos los hombres experimentaran en sí mismos este gran secreto de la


vida cristiana, enseñado por Jesús con palabras y con hechos, a imitación del publicano
del templo, de Zaqueo, de la Magdalena, de Pedro y de tantos ilustres penitentes y
piadosísimos cristianos, ¡qué abundantes frutos de santidad alcanzarían!».

«Te deseo del querido Redentor la gracia de la perseverancia en todos tus


propósitos, y no es el último el de callar y hacer callar todo a tu alrededor para escuchar
la voz divina del Amado y tener con Él un coloquio tranquilo».

«En las horas de prueba no te afanes por acercarte a Dios; no creas que Él está
lejos de ti; está dentro de ti y en esos momentos de manera más íntima está contigo, en
tus suspiros, en tu búsqueda, como una madre que empuja a su hijo a buscarla, mientras
ella está detrás y con sus manos le invita a llegar hasta ella en vano».

«Rogad con humildad y recordad la serenidad después de la lluvia; después de las


tinieblas, la luz; después de la tempestad, la calma. El auxilio piadoso del amor paternal
de nuestro Dios y los grandes dones de su Divina Majestad rodearán de gloria la
confianza de los que perseveran».

«Espero que mis deseos serán escuchados por los méritos de Jesús y por las
oraciones de las almas buenas».

«No dudes de mis oraciones por ti, porque cuando rezo siempre me acuerdo de ti.
Esto lo he hecho desde hace ya bastantes años, y continuaré haciéndolo siempre. Todos
los días, en el sacrificio de la Santa Misa, ofrezco a Dios nuestros corazones.

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Encomiéndame también tú siempre a la divina piedad».

«Ruega intensamente por mí, te lo suplico; debes continuar conmigo esta caridad
por razón de nuestra alianza, y porque yo correspondo con el constante recuerdo de
todos los días junto al altar y en mis pobres oraciones».

«Repetid con frecuencia las palabras divinas de nuestro querido Maestro: Hágase
tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Sí, que este hermoso deseo esté siempre en
vuestro corazón, en vuestros labios y en todos los sucesos de vuestra vida».

«Nunca he dejado ni dejaré de rogar al dulcísimo Dios por ti para que se


complazca en realizar en ti su santa obra, el designio de llegar a la perfección de la vida
cristiana. Este deseo debes intensificarlo en tu corazón como una obra del Espíritu Santo
y una llama de su fuego divino».

«Pido siempre por los enfermos y los mejores ánimos son los que nos vienen de la
oración».

«Me parece que el tiempo huye velozmente y nunca tengo el suficiente para orar».

«Jamás me cansaré de acudir a Jesús».

«No sé si mis oraciones lo son en realidad, o si son agudos resentimientos que el


corazón desahoga con Dios en el colmo de su dolor».

«San Pablo quiere que el cristiano no se contente con saber la ley de Dios, sino que
profundice también en su sentido. Todo esto no se puede poseer sin una asidua
meditación de la ley divina, mediante la cual el cristiano, exultante de alegría, irrumpe
con el corazón en dulces cánticos de salmos y de himnos a Dios. Así aprende el cristiano
que tiende a la perfección cuán importante es la meditación».

«No emprendas jamás alguna tarea o cualquier otra acción sin haber elevado antes
la mente a Dios, dirigiéndole a Él, con santa intención, lo que estás a punto de realizar.
Haz lo mismo con la acción de gracias al final de todas tus actividades, examinándote si
todo ha sido ejecutado siguiendo la recta intención buscada en un principio y, si
encuentras alguna falta, pide humildemente perdón al Señor con la firme resolución de
enmendar los errores».

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«Jamás te acuestes sin haber examinado tu conciencia sobre el comportamiento
durante la jornada, pero antes dirige todos tus pensamientos a Dios y ofrece y consagra
tu persona y la de todos los cristianos».

«Ofrece para gloria de su Divina Majestad el reposo que estás a punto de iniciar y
procura dormirte centrando tu pensamiento en algún pasaje de la dolorosa Pasión de
Jesús. Yo te aconsejo que te duermas visualizando a Jesús durante la oración en el
huerto».

«Nunca pierdas la presencia de Dios. Pero si lo hicieras, te ruego que renueves la


recta intención recitando oraciones jaculatorias, que son como muchos dardos que van a
herir el Corazón de Dios para obligarle a concedernos sus gracias y su ayuda en todo».

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AMOR A DIOS
«Sólo os permito un exceso: el Amor sin medida». Conozco a una persona que,
mientras examinaba su conciencia antes de confesarse, reparó en la existencia de un
fraile al que no conocía, arrodillado a su lado en el reclinatorio. No había entonces en
aquella pequeña iglesia ninguna otra persona aparte de ellos dos y del sacerdote,
ocupado en la sacristía. La escena volvió a repetirse en otras ocasiones, siempre que esta
persona se preparaba para la confesión.

Hasta que un día, el penitente reconoció en una estampa que aquel fraile que le
acompañaba durante el examen de conciencia era el Padre Pío, fallecido más de treinta
años antes. Desde entonces, jamás ha olvidado lo que el Padre Pío le dijo la primera vez:
«Hijo mío, empieza siempre por el primer mandamiento: ¿has amado a Dios como Él se
merece…? No tengas prisa alguna en repasar todas y cada una de las faltas de Amor que
a Dios tanto le ofenden».

La persona en cuestión reconoció que llegó a estar casi tres horas preguntándose sin
cesar si en verdad había amado a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con toda
su mente y con todas sus fuerzas. Por algo quiso el Señor que este fuese el primero de
sus diez mandamientos…

«Sólo os permito un exceso: el Amor sin medida».

«Amar a Dios o morir».

«¡Lágrimas de amor y nada más que de amor!».

«El deseo de amar, es ya amar. ¿Y quién ha puesto este deseo en tu corazón?


¿Podríamos acaso tener el menor deseo de santidad sin la gracia? Dios mismo está
presente allí donde exista un deseo de amarle».

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«Decía la virgen sor Teresa del Niño Jesús: ¡Nosotros seremos juzgados por el
amor!».

«A Jesús, Rey de las almas, se rindan infinitas alabanzas».

«Besa con afecto y con frecuencia a Jesús; así repararás el sacrílego beso de Judas,
el apóstol traidor».

«Que nuestro deseo sea siempre este: Amar a Dios y gustarle a Él. Descuidemos
todo lo demás, sabiendo que Dios siempre cuidará de nosotros más de lo que se pueda
imaginar».

«Que el Señor nos haga entender la gran fortuna para nuestra alma de abandonarse
en sus brazos y estrechar una pacto con Él en estos términos: Dilectus meus mihi, et ego
illi [yo soy todo para mi amado y mi amado es todo para mí]; que Él piense en mí y yo
pensaré en Él».

«Que el mundo se trastorne de arriba abajo, que todo sea anegado en tinieblas…
¿qué importa? Entre los truenos y nubarrones, Dios está contigo».

«Para amar de verdad a Jesús hay que ser otro Jesús».

«Todo es un juego de amor».

«Soy devorado por el amor de Dios y por el amor al prójimo».

«Me siento ahogado en el océano inmenso del amor del Amado».

«¡Viva Dios en lo más alto del Cielo!».

«Yo soy el juguete del Niño Jesús, como Él mismo me repite. Pero, lo que es peor:
Jesús ha escogido un juguete sin valor alguno. Sólo me desagrada que este juguete
elegido por Él ensucie sus divinas manitas. El pensamiento me dice que cualquier día Él
me arrojará a un foso, para ya no sacarme de ahí. Lo disfrutaré, no merezco otra cosa que
esto».

«Cada cristiano debería sentir como familiar el dicho del apóstol san Pablo: Para

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mí la vida es Cristo. Yo vivo para Jesucristo, vivo para su gloria, vivo para servirlo y
vivo para amarlo».

«Cristo es para san Pablo el alma y el centro de toda su vida, el motivo de todas sus
acciones, el término de todas sus aspiraciones».

«Que tu vida se gaste en acciones de gracias al Esposo divino, a Él dirige todas tus
acciones, todas tus palpitaciones, todos tus suspiros; permanece junto a Él durante todo
el tiempo de la desdicha y de la prueba; permanece también con Él en las consolaciones
espirituales; vive, finalmente, y gasta toda tu vida para Él; a Él entrega tu partida de esta
tierra y las de los demás cuando, donde y como Él quiera».

«Vive de tal manera que el Padre celestial pueda gloriarse de ti… Vive de tal
manera que en cada instante puedas repetir con el apóstol san Pablo: Os ruego, pues, sed
mis imitadores, como lo soy de Cristo. Vive de tal modo que el mundo pueda por fuerza
decir de ti: Ahí está Cristo».

«Todo cristiano, verdadero imitador y seguidor del Nazareno rubio, puede y debe
llamarse un segundo Cristo, porque de modo muy eminente lleva de Él toda la
impronta».

«¡Oh, si todos los cristianos vivieran según su vocación, la tierra misma de exilio
se transformaría en un paraíso!».

«A las almas humanas, dado que no tienen conocimiento de gustos sobrenaturales


y celestiales, semejante lenguaje les mueve a la risa… ¡y tienen razón! Porque el hombre
animal, dice el Espíritu Santo, no percibe las cosas que son de Dios».

«Feliz aquel que ama al Señor y que fielmente lo sirve».

«Dios te ama y mucho; corresponde tú de la mejor forma posible a ese amor. Él no


clama por otra cosa y tú confía, espera, humíllate y ama».

«Ten el propósito de servir y amar a Dios con todo tu corazón; no pienses en el


mañana, piensa en obrar bien en el momento presente».

«Si yo pudiera volar, recorrería el mundo para gritar a todos: ¡Amad a Jesús, que
es digno de Amor!».

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«El corazón de Jesús y el mío se fundieron y ya no son dos corazones que laten,
sino uno solo. Mi corazón desapareció como una gota de agua que se pierde en el mar».

«Confío mi pasado a la Misericordia de Dios, mi futuro a su Providencia y mi


presente a su Amor».

«¡Oh Dios! No dejes de hacerte oír cada vez más a mi pobre corazón y cumple en
mí la obra comenzada por Ti… Que Jesús me conceda la gracia de ser un hijo menos
indigno de San Francisco; que pueda ser ejemplo para mis hermanos, de manera que el
fervor continúe sin cesar creciendo en mí, y me haga un perfecto capuchino».

«Dile a Jesús: ¿Quieres de mí un amor mayor? Yo no tengo más. Dámelo Tú y te lo


ofreceré».

«Las arideces, la desgana, la impotencia son señales del verdadero amor».

«Amar a Dios en el azúcar, en la dulzura, hasta los niños lo saben hacer; amarlo en
el ajenjo, en la amargura, ésta es la contraseña de nuestra amorosa fidelidad».

«En el amor divino nunca se debe decir basta».

«Para amar es suficiente con apartar el corazón de todo aquello que implique
desorden. Conservándolo dentro del orden, ¡ama lo que quieras! ¡Ama a todo! Pero,
¡ama a Dios sobre todo, que es el Supremo Bien!».

«Dios es tan incomprensible, tan inaccesible, que cuanto más penetra un alma en
las profundidades de su amor, más disminuye la sensación de ese amor, hasta el punto de
que parece que ya no lo ama… Creedme: cuanto más ama un alma a Dios, menos lo
siente».

«¡Quiera el Cielo que las almas pregoneras de las maravillas del Señor se
multipliquen como las arenas de los mares y los átomos de los cuerpos!».

«No pidáis cuentas a Dios, ni le digáis jamás: ¿Por qué? No miréis siquiera el
camino por el que os lleva, sino más bien —yo os lo suplico por la mansedumbre de
Jesús—: fijad vuestros ojos en Él que os guía y en la Patria Celestial a la que quiere
conduciros. Que Él os haga pasar por el desierto o por los sotos umbríos y sazonados,

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¿qué importa? Lo interesante es que por este camino, que es el vuestro, lleguéis al fin
único de todas las almas creadas por Dios, que consiste en hacerlas conformes a su Hijo
Bien-Amado y transfigurarlas poco a poco en Él mismo».

«El amor sustancial a Dios es el acto de preferencia simple y sencillo por el que la
voluntad antepone a Dios a toda otra realidad por su infinita bondad. El que ama de tal
modo a Dios, lo ama con amor de caridad sustancial. Pero si a este amor sustancial a
Dios se le une la suavidad y ésta a su vez abarca toda la voluntad, tendremos entonces el
amor accidental espiritual; si luego dicha suavidad desciende al corazón y se hace sentir
en él con ardor y dulzura, tendremos entonces el amor accidental sensible».

«Cuando Dios ve que el alma se ha consolidado en su Amor, encariñándose y


uniéndose a Él y comprueba que se ha alejado de las cosas terrenales y de las ocasiones
de pecado, adquiriendo tanta virtud como para mantenerse en su santo servicio, la
despoja entonces de toda esa dulzura de afectos que había experimentado en sus
meditaciones, oraciones y otras devociones con el único fin de promoverla a una mayor
santidad de vida».

«¡Dios mío, qué fácil ha sido engañarse! Lo que la pobre alma llama abandono no
es otra cosa que un singular y especial cuidado del Padre celestial para con ella… El
alma no podrá alcanzar jamás la oración contemplativa sin haber sido antes purificada
del amor accidental sensitivo a Dios».

«A veces el alma, no habiendo acostumbrado el paladar a los alimentos tan


espirituales y apeteciendo todavía los alimentos ordinarios y elementales de los
consuelos sensibles, no llegará a gustar la más delicada luz de la contemplación hasta
que, una vez purificada, quede alejada de toda sensibilidad».

«Esforzaos por copiar la simplicidad de Jesús, manteniendo el corazón alejado de


las tendencias terrenas, de los artificios carnales».

«A los mundanos les parece increíble que existan almas que sufren al ver que la
Providencia les prolonga la vida».

«En el Corazón de Jesús debes desahogar tus deseos ardientes, vivir los días que la
Providencia todavía te conceda y morir cuando al Señor le plazca».

«¡Se debe amar a Dios y junto con Dios a todo lo creado, a todas las cosas sin

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excepción, porque todo cuanto existe viene del corazón de Dios!».

«San Agustín lo dice bastante bien: Que nuestro corazón está intranquilo hasta
que no repose en el objeto de su amor».

«El amor perfecto se alcanzará cuando se posea el objeto del amor perfecto; pero el
objeto de este amor se poseerá sólo cuando, cara a cara, como nos dice san Pablo, el
alma vea cómo es Él, cuando se le conozca como a nosotros mismos; todo esto no se
podrá obtener hasta que se abran las puertas de nuestra cárcel».

«Meditemos la gran condescendencia con la que Jesús asumió nuestra misma carne
para vivir en medio de nosotros la mísera existencia en la Tierra».

«Escuchemos al santo rey David, que nos invita a besar devotamente al Hijo:
Osculamini filium; porque este Hijo del que habla el profeta real es el mismo a quien
alude el profeta Isaías: Una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Este niño es
el hermano amoroso, el esposo amadísimo de nuestras almas… Este hijo es Jesús; y la
manera de besarlo sin traicionarlo, de estrecharlo entre nuestros brazos sin aprisionarlo,
de darle el beso y el abrazo de gracia y de amor que espera de nosotros y que nos
promete devolver es, según san Bernardo, servirle con verdadero afecto y cumplir con
santas obras sus doctrinas celestiales que profesamos con palabras».

«Desde el momento en que el alma conoce a Dios, se siente impulsada a amarle; si


el alma sigue este impulso natural, que procede del Espíritu Santo, ama entonces al Bien
supremo».

«¡Al corazón no se le manda! ¡Al corazón no se le ponen fronteras! ¡El corazón


vuela sin freno! ¡El corazón es un volcán en actividad!».

«En la vida espiritual hay que caminar siempre hacia delante y no retroceder
jamás».

«Alaba sólo a Dios y no a los hombres, honra al Creador y no a la criatura».

«¡Bendito Jesús! ¡Cuántas cosas le toca soportar de este rebelde hijo suyo! Si fuese
Él algún otro, ¡desde hace tiempo me habría rechazado! ¡Qué paciente es Jesús! ¡Qué
bueno es con todos, pero sobre todo conmigo!».

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«Dile a Jesús, como decía siempre san Agustín: Da lo que ordenas, y ordena lo
que quieras».

«Procura tener siempre una mente pura en los pensamientos de Jesús, siempre recta
en sus ideas y siempre santa en sus intenciones; hasta que ya no busque otra cosa más
que a Dios, su gusto, su gloria y su honor».

«Jesús no te abandonó cuando huiste de Él. ¿Por qué te va a abandonar ahora que,
en el martirio que sufre tu alma, le das pruebas de amor?».

«Ensancha tu corazón y deja al Señor que obre libremente en ti».

«No es digno de recibir más gracias quien no es agradecido por las recibidas».

«¡Piensa siempre que Dios lo ve todo!».

«Amemos a Jesús por su grandeza divina, por su poder en el cielo y en la tierra, y


por su méritos infinitos, pero sobre todo por razones de gratitud».

«Cuando el alma gime y tiene miedo de ofender a Dios no le ofende, está lejísimos
de tal cosa».

«Sirvamos al Señor con todo el corazón y con toda la voluntad. Él nos dará
siempre mucho más de lo que merecemos».

«El Corazón de Jesús sea el centro de todas tus inspiraciones».

«Ama a Jesús; ámalo mucho. Y precisamente por eso, ama cada vez más el
sacrificio».

«Jesús te bendiga, sea siempre el Rey de tu corazón y te trate como le agrade


protegiendo tu alma en la durísima prueba espiritual, que si es prueba efectiva, también
será prueba amorosa».

«Mientras tengas temor no pecarás… El miedo excesivo nos impide obrar con
amor, y la excesiva confianza no nos deja ser conscientes y temer el peligro que
debemos superar… Si nos percatamos de tener miedo o de temer demasiado, entonces
debemos recurrir a la confianza; y, si confiamos en exceso, debemos en cambio tener un

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poco de temor».

«Recuerda que el gozne sobre el que gira la perfección es el amor; quien vive del
amor vive en Dios, porque Dios es Amor».

«¡Que Jesús sea siempre el dueño de tu corazón, te bendiga en este trance y te haga
santa! Te empeñas, mi querida hija, en buscar el Bien Supremo cuando ese Bien está en
ti misma y te mantiene extendida sobre la cruz desnuda, dándote la fuerza para soportar
este martirio sobrehumano y amar amargamente al Amor».

«Una sola cosa es necesaria: estar cerca de Jesús».

«Contento Lui, contenti tutti; contento Él, contentos todos».

«El alma que no se cuida de Dios, no siente en modo alguno el temor de no amarle
ni se preocupa en pensar en Él para amarlo; y si alguna vez aflora la idea de Dios a su
mente, trata de alejarla enseguida de su pensamiento».

«Quien empieza a amar debe estar dispuesto a sufrir».

«Dios quiere que le amemos no cuanto y como Él merece, porque sabe hasta dónde
llega nuestra capacidad, sino según nuestras fuerzas, con toda nuestra alma, con toda
nuestra mente, con todo nuestro cuerpo».

«¡Oh, miserable condición de nuestra vida! ¡Quiera nuestro Divino Esposo


desgarrar el velo que nos separa de Él y darnos por fin esa plenitud de amor que
deseamos con tantos gemidos y lágrimas!».

«¡Jesús sea para ti, siempre y en todo, escolta, apoyo y vida!».

«Abre tu corazón a este Padre, el más amoroso entre todos los padres, y déjale
obrar libremente».

«¿Qué es este fuego que me consume todo entero? Si Jesús nos hace estar así de
felices en la tierra, ¿cómo será en el Cielo?».

«No seamos avaros con quien con abundancia nos enriquece y no coloca término
jamás a su liberalidad, no conoce nunca fin, no pone límites».

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«Siento que la tierra que piso cede bajo mis pies. ¿Quién hará firmes mis pasos?
¡Quién sino Tú, que eres el báculo de mi debilidad! ¡Ten piedad de mí, oh Dios, ten
piedad de mí! ¡No me hagas sentir más mi debilidad!».

«Te equivocas del todo queriendo medir el amor del alma hacia su Creador por la
sensible dulzura que experimenta al amar a Dios».

«En todas las circunstancias de tu vida reconoce la voluntad divina, adórala,


bendícela».

«Lo peor para la pobre alma es que con frecuencia siente en sí misma un horrible
contraste: mientras con la parte superior del espíritu se siente empujada a amar a Dios, su
Bien Supremo, con la parte inferior, es decir con el apetito sensitivo, se siente como
herida y afligida por aburrimiento, por tedio y por otros muchos penosos afectos».

«Si el cristiano se llena de la ley de Dios, que le advierte y le enseña a despreciar el


mundo y sus lisonjas, las riquezas, los honores y todo lo que impide amar a Dios, no será
derrotado suceda lo que suceda. Todo lo soportará con perseverancia y con una santa
constancia; y perdonará fácilmente todas las ofensas, y por todo dará gracias a Dios».

«Todo se compendia en esto: me siento devorado por el amor a Dios y por el amor
a mis prójimos».

«Aunque hubieses cometido todos los pecados de la Tierra, Jesús repite: Tus
pecados te son perdonados porque has amado mucho».

«Jesús te va separando poco a poco, sin que te des cuenta, de todo impedimento
para la unión celestial».

«El amor no es más que una chispa de Dios en nosotros, la esencia misma de Dios
personificada en el Espíritu Santo. Todos los mortales debemos entregarnos al Señor con
toda la capacidad de nuestro amor».

«Cuanto más amor des, más amor recibirás; el amor todo lo olvida y todo lo
perdona».

«¡Que tu confianza ilumine una vez más mi inteligencia, que tu Amor abrase este

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corazón molido de dolor por ofenderte en la hora de la prueba!».

«Soporta por Amor a Dios y por la conversión de los pecadores las tribulaciones,
las enfermedades, los sufrimientos».

«Sólo una cosa es necesaria: elevar el espíritu y amar a Dios».

«¡Siento como si se me congelase la sangre al considerar tanto amor de parte de


Jesús y tan mal correspondido como es por los hombres!».

«Dios quiere ganarnos para sí, haciéndonos probar abundantísimas dulzuras,


consuelos y toda nuestra devoción, lo mismo en la voluntad que en el corazón».

«En la angustia espiritual, ora: Señor, Dios de mi corazón, sólo Tú conoces el alma
de tus criaturas, sólo Tú conoces todas mis penas, sólo Tú sabes que todas mis angustias
provienen del temor que tengo de perderte, de ofenderte, del temor que tengo de no
amarte cuanto mereces y yo debo y deseo; a Ti que todo lo tienes presente y que sólo
lees el futuro, si sabes que es mejor para Tu gloria y para mi salud que yo esté en este
estado que sea entonces, no deseo ser liberada; dame la fuerza para que yo combata y
obtenga el premio de las almas fuertes».

«A nosotros, miserables y desventurados mortales, este amor, al menos en toda su


plenitud, sólo se nos concederá en la otra vida».

«Comprendo muy bien que ningún alma pueda amar dignamente a su Dios».

«Dios puede rechazar todo en una criatura concebida en pecado y que lleva la
impronta indeleble de Adán, pero no puede rechazar el deseo sincero de amarla».

«Te suplico, mi buen Dios, que seas mi vida, mi barca y mi puerto».

«El amor nos hacer correr a grandes zancadas; el temor, en cambio, nos hace mirar
con prudencia dónde ponemos el pie, guiándonos para no tropezar nunca por la senda
que nos conduce al Cielo».

«Tenemos una doble vida: una, natural, que la poseemos desde Adán por
generación carnal, y por consiguiente es una vida terrena, corruptible, amante de
nosotros y llena de bajas pasiones; la otra, sobrenatural, que la tenemos por Jesús a

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través del bautismo, y por lo tanto es una vida espiritual, celestial, obradora de virtud».

«Si por el bautismo todo cristiano muere a su primera vida y resucita a la segunda,
es entonces deber de todo cristiano buscar las cosas del Cielo, sin preocuparse de las
cosas de esta tierra».

«Agradece al Maestro Divino por tanto amor entrañable que te tiene, a pesar de lo
indigno que puedas ser».

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ESPÍRITU SANTO
«Nuestra alma sea siempre templo del Espíritu Santo». Poco antes de ascender al
Cielo, Jesús nos dejó al Espíritu Santo. Conocemos al Padre y al Espíritu Santo a través
de Él. Si no fuera por el Paráclito, los santos no habrían llegado a serlo, ni nadie tampoco
podría atender a la llamada universal a la santidad.

Es el Paráclito quien nos ilumina, si le pedimos que lo haga. Antes de hablar en


público o de escribir una sola palabra, me encomiendo a Él con una oración que nunca
falla, consagrándole por completo todo mi ser para que se convierta en mi director, mi
guía, mi fuerza y todo el Amor de mi corazón, dignándose formarme con María y en
María según el modelo de su Amado Jesús. La oración concluye de esta forma tan
elocuente: «Gloria al Padre Creador, Gloria al Hijo Redentor, Gloria al Espíritu Santo
Santificador».

Es por tanto el Espíritu Santo quien nos santifica por medio de su Infinito Amor.
Pero hay que dejarle que lo haga, y el Padre Pío nos ofrece las recetas para que el
Paráclito reine siempre en nuestras almas. «Dejad que Él disponga de vosotros como
más le plazca», nos dice. A la vez que nos exhorta a permanecer vigilantes ante la acción
del demonio.

«Nuestra alma sea siempre templo del Espíritu Santo».

«Vigilemos para no dar oportunidad al demonio de entrar en nuestra alma y


profanar el templo del Espíritu Santo».

«La gracia del Espíritu Santo te haga cada vez más digno de la Patria celestial».

«Dejad que Él disponga de vosotros como más le plazca; dad plena libertad a las
acciones del Espíritu Santo, esforzándoos en imitar las virtudes cristianas, especialmente

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la santa humildad y la caridad cristianas».

«Alejemos toda ansia de inquietud cuando nos sobrevengan las tribulaciones


espirituales y temporales, sean cuales fueren, porque embarazan la acción del Espíritu
Santo en nosotros. La paciencia es tanto más perfecta cuanto más libre está de estrépito y
turbación».

«Tengamos siempre presente que por el bautismo hemos llegado a ser templos del
Dios vivo, y que cada vez que volvemos nuestro ánimo al mundo, al demonio y a la
carne, a los que por el bautismo hemos renunciado, profanamos este sagrado templo».

«Espíritu divino, esclarece mi inteligencia e inflama mi corazón mientras medito la


Pasión de Jesús. Ayúdame a penetrar en este misterio de amor y de dolor de mi Dios
que, hecho hombre, sufre, agoniza y muere por mí».

«El Espíritu Santo nos llene de sus santísimos dones, nos santifique, nos guíe por
los caminos de la eterna salvación y nos conforte en las innumerables aflicciones».

«Hay tres grandes verdades sobre las que es preciso rogar al Espíritu Santo para
que nos ilumine: la comprensión de la excelencia de la vocación cristiana, la inmensidad
de la herencia eterna a la que la bondad divina nos ha destinado, y el misterio de nuestra
justificación».

«Ser elegidos y señalados de entre una muchedumbre y saber que esta elección ha
sido hecha sin ningún mérito nuestro por Dios desde toda la eternidad ante mundi
constitutionem, con el único fin de ser suyos en el tiempo y en la eternidad, es un
misterio tan grande y dulce que el alma, a poco que lo penetre, no puede sino licuarse
toda de Amor».

«La penetración de nuestro espíritu en la inmensidad de la eterna herencia aleja al


alma de los bienes terrenos y nos vuelve ansiosos por llegar a la Patria celestial».

«Nuestra justificación es un milagro grandísimo que la Sagrada Escritura compara


con la resurrección del Maestro divino. La justificación de nuestra impiedad es tal, que
bien puede decirse que Dios mostró más su poder en nuestra conversión, que al crear de
la nada el Cielo y la tierra, porque existe mayor oposición entre el pecador y la gracia,
que entre la nada y el ser».

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«¡Oh, si todos comprendiéramos de qué miseria e ignominia extrema nos ha sacado
la mano omnipotente de Dios! ¡Oh, si pudiésemos captar por un solo instante lo que deja
estupefactos a los espíritus celestiales mismos: el estado al que nos ha elevado la gracia
de Dios para ser nada menos que sus hijos, destinados a reinar con su Hijo por toda la
eternidad!».

«La gracia del Divino Espíritu informe siempre vuestra alma y os dé fortaleza en
las tribulaciones y en los momentos de prueba»

«Suplico a Dios que quiera concederme la gracia de aumentar en ti el espíritu de la


sabiduría celestial, para que así puedas conocer con mayor claridad los misterios y la
grandeza divinas… Esta es la más hermosa gracia que se puede pedir y desear por quien
y para quien espera de la vida espiritual; o sea, un aumento de la luz celestial; luz que no
se puede adquirir ni con mucho estudio, ni por medio del magisterio humano, sino que
viene infundida directamente por Dios».

«Dilata tu corazón a los dones del Espíritu Santo, que espera de ti una señal para
enriquecerte».

«Bienaventurada el alma que posee todas las bellas virtudes que son frutos del
Espíritu Santo (amor, gozo y paz, paciencia y afabilidad, bondad y cortesía,
longanimidad y mansedumbre, fidelidad y modestia, continencia y castidad). Nada tiene
que temer. Brillará en el mundo como el sol en medio del firmamento».

«Deja que el Espíritu Santo actúe en ti, abandónate a su influjo y no temas. Él es


tan sabio, suave y discreto, que produce sólo el bien».

«El Espíritu Santo, que es espíritu de luz y fortaleza, custodie tu inteligencia en la


unidad de la doctrina».

«Esforcémonos en reprimir la vanagloria, la ira y la envidia: tres espíritus malignos


que esclavizan a la mayor parte de los hombres y que se oponen tremendamente al
Espíritu del Señor».

«Dejad plena libertad a la gracia que actúa en vosotros y no os turbéis jamás por
cualquier adversidad que pueda sobreveniros, conscientes siempre de que sólo son
obstáculos al Divino Espíritu».

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«Vivid en calma y no os preocupéis demasiado, porque el Espíritu Santo exige
tranquilidad y paz para actuar más libremente en nosotros».

«Consideremos ahora lo que el alma debe practicar para que el Espíritu Santo viva
en ella: todo se reduce a la mortificación de la carne, con sus vicios y concupiscencias, y
a renunciar al espíritu propio».

«Si la gracia de Dios no te hubiese iluminado y atraído hacia Él, tú habrías sido
semejante al necio que tras una noche entera caminando sobre la ribera del río sin
saberlo, con las densas tinieblas que lo circundan, al despuntar la luz que le advierte del
peligro en curso, y despreciándola, prosigue el camino desafiando al peligro. ¡Infeliz! En
un determinado momento la orilla se termina bajo sus pies, cae y se ahoga».

«¡Oh, necio, recapacita! Recuerda que por el bautismo has renunciado al mundo,
que estás muerto para él. El Espíritu Santo que habla por boca de san Pablo te lo dice: …
Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios».

«La lucha será tremenda, pero no temas perder la batalla: el Espíritu Santo te dará
tanta fuerza, que podrás librarla y vencer».

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TENTACIONES
«Si supiésemos los méritos que obtenemos por las tentaciones sufridas con paciencia
y vencidas, casi exclamaríamos: ¡Señor, envíanos tentaciones!». El Padre Pío sufrió las
acometidas del maligno desde los cinco años. Jesús permitió que el demonio le propinase
terribles palizas o que se sirviese de otras personas para calumniarle o injuriarle.

«Si tú no me hubieses perseguido, yo no me habría salvado», respondía el Padre Pío


cuando alguno de sus detractores le pedía perdón, arrepentido, por el injusto daño
infligido. Las tentaciones diabólicas constituían para el fraile capuchino un medio de
reafirmarse en el Amor a Dios, gracias al cual salía fortalecido.

De igual manera, las tentaciones deben servirnos a nosotros para demostrarle a Dios
que le amamos por encima de todas las cosas, como reza el primer mandamiento. Amar
significa luchar por aquel a quien queremos, empezando, naturalmente, por Dios. El
demonio, aunque parezca mentira, nos ratifica en la existencia de Dios y nos lleva a
amarle sabiendo que si rechazamos al maligno damos pruebas al Señor de nuestro
sincero amor por muy miserables que seamos. Y cuando mordemos el polvo, cayendo en
la tentación, siempre nos queda la esperanza del Sacramento de la Reconciliación. Y
vuelta a empezar sin darnos jamás por vencidos, porque Él nos perdona si se lo pedimos.

«Si supiésemos los méritos que obtenemos por las tentaciones sufridas con
paciencia y vencidas, casi exclamaríamos: ¡Señor, envíanos tentaciones!».

«No temáis al enemigo; nada podrá hacer contra la navecilla de vuestro espíritu,
porque Jesús es el piloto, y María, la estrella».

«El demonio sólo tiene una puerta para entrar en nuestro espíritu: la voluntad…
Nada es pecado si no ha sido consentido por la voluntad».

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«El diablo es como un perro rabioso encadenado; no puede herir a nadie más allá
de lo que le permite la cadena. Mantente, pues, lejos de él. Si te acercas demasiado, te
atrapará».

«Es verdad, sí, que Satanás impera en el mundo; pero impera porque otros le dejan
imperar».

«¡Oh, Jesús mío! No te dejaré hasta que no me hayas librado de la tentación.


Caminad entre vientos y mareas, pero con Jesús. Si teméis porque arrecia la tempestad,
gritad con San Pedro: ¡Señor, sálvame!».

«Vigilancia, oración y humildad son las armas para vencer todas las tentaciones,
que deben ir acompañadas de una confianza ilimitada en Dios, sin detenerse jamás en
mitad del camino».

«Fíjate bien: siempre que la tentación te desagrade, no tienes por qué temer, pues,
¿por qué te desagrada si no es porque quieres rechazarla?».

«No nos descarriemos en las horas de la prueba; por la constancia en obrar el bien
y por la paciencia al combatir en la batalla, venceremos el descaro de todos nuestros
enemigos. Como dijo el Divino Maestro, conquistaremos con la paciencia nuestras
almas, que la tribulación obra la paciencia, la paciencia genera la prueba, y la prueba
germina la esperanza».

«No abandonéis vuestra alma a la tentación, dice el Espíritu Santo, pues la alegría
del corazón es la vida del alma y un tesoro inagotable de santidad; mientras que la
tristeza es la muerte lenta del alma y no es útil para nada».

«Ten muy presente la exhortación del príncipe de los apóstoles, san Pedro: Sed
sobrios y velad. Vuestro adversario, el diablo, ronda como león rugiente buscando a
quién devorar. Resistidle firmes en la fe; y para mayor aliento, añade: Sabiendo que
vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos».

«Vive siempre alejada de la corrupción de la Jerusalén carnal, de las asambleas


profanas, de los espectáculos corruptos y corruptores, de todas esas sociedades de los
impíos».

«Los placeres y satisfacciones del mundo, reunidos en su conjunto, no son más que

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vil fango».

«Cuando el diablo se revuelve es señal de que no está muy contento. Lo que debe
inquietarnos de veras es su silencio».

«Es Dios mismo quien advierte que la tentación es una prueba de que el alma se
está uniendo con Él: Fili, accedens ad servitutem Dei, praepara animam tuam ad
tentationem [Hijo, si llegas a servir a Dios, prepara tu alma para la tentación]».

«El demonio no se permite tregua para hacerme perder la paz del alma y disminuir
en mí la mucha confianza que tengo en la Divina Misericordia. Y esto se esfuerza en
lograrlo principalmente por medio de las continuas tentaciones contra la santa pureza,
que va provocando en mi imaginación… De todo esto me río como cosas sin
importancia, siguiendo su consejo. Sólo me aflige, en ciertos momentos, no estar seguro
si al primer asalto del enemigo fui rápido en resistir… Estas tentaciones me hacen
temblar de pies a cabeza por ofender a Dios; nada temo, sino ofender a Dios».

«Quien te agita y te atormenta es Satanás; quien te ilumina y te consuela es Dios».

«¿No sientes tú cómo el apóstol Santiago exhorta a las almas para alegrarse cuando
son atacadas por diversos tormentos y numerosas contradicciones?: Fratre, omne
gaudium existimate, cum in varias tentationes incideritis [Considerad como un gran
gozo, hermanos míos, estar rodeados por toda clase de tentaciones]».

«¿No sabes que el Señor está siempre contigo y que nuestro enemigo nada puede
contra quien ha decidido ser todo de Jesús?».

«No te imaginas cuánto me aflige el sentirte siempre golpeada y sacudida por


Satanás; y mientras rezo al Señor para evitarte eso, una voz misteriosa y penetrante se
deja sentir en lo más alto del espíritu, hasta hacerme degustar las dulzuras del
sufrimiento y los méritos que tu alma va adquiriendo en esos combates».

«El maligno quiere convencerte de que eres víctima de sus ataques y del abandono
divino; no le creas, porque te quiere engañar; desprécialo en nombre de Jesús y de su
Santísima Madre».

«Es suficiente con que sepas lo que dice el gran san Francisco de Sales: que las
tentaciones son como el jabón que, desparramado sobre la ropa, parece ensuciarla pero

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en realidad la limpia».

«El enemigo no quiere darse por vencido. Se ha revestido de todas las formas.
Desde hace ya varios días viene a visitarme con sus satélites, armados con palos y
utensilios de hierro. Numerosas veces me ha tirado de la cama. Pero Jesús, su Madre, mi
ángel custodio, San José y San Francisco me acompañan con frecuencia en estos difíciles
momentos».

«El diablo sigue apareciéndose en su horrible aspecto y me azota de manera


espantosa. Pero gracias a Dios, Jesús me reconforta de todo durante sus visitas».

«Aquel monstruo, desde las diez que me acosté hasta las seis de la mañana,
continuó azotándome».

«El espíritu del Maligno excita, exaspera y nos hace experimentar, en el


arrepentimiento mismo, una especie de ira contra nosotros mismos».

«No temas de ningún modo las vejaciones de Satanás: nada podrá él contra quien
está sostenido de modo singular por la gracia vigilante del Padre Celestial».

«Pertenece al enemigo hacernos creer que nuestra vida pasada está totalmente
sembrada de pecados».

«Si te turban algunos pensamientos, piensa que ese azoramiento jamás viene de
Dios, sino del diablo».

«El temor a los pecados es infundado, porque Dios y la Virgen te protegen en las
pruebas. Repito que la verdad la digo yo en la plenitud de mi autoridad, y no así tu
pensamiento que, ofuscado como está por las tinieblas, no puede conocer las cosas como
son en realidad ante Dios… Vuestras penas no son castigos, sino medios de mérito que
concede el Señor, y las sombras que oprimen vuestra alma proceden del tentador que
quiere afligiros. Culpas no hay, especialmente de aquellos que guardan la santa pureza y
mucho se complace Jesús de vuestra alma a la que quiere con tantas pruebas purificada y
enriquecida».

«No aumentes las sombras que el enemigo va haciendo cada vez más densas para
atormentarte y alejarte si le fuera posible hasta de la comunión diaria».

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«No hagas caso ni siquiera del sentimiento que te induce a pensar que tus
oraciones, meditaciones, comuniones y todo eso que constituye tu patrimonio espiritual
no agrada al Señor, ya que sólo es sugerencia del mentiroso demonio».

«Continúa haciendo la meditación y demás prácticas de piedad y renueva siempre


la rectitud de intención, sin perturbarte si no logras hacer todo esto con la perfección que
desearías. Actúa como te he dicho y puedes tener la seguridad de que agradarás al Señor.
Desprecia, en nombre de la obediencia, cualquier temor o persuasión contraria, porque
ello es sugerencia de Satanás».

«Consuélate y alégrate sabiendo que el Padre Celestial permite los ataques del
demonio para que su Misericordia te asemeje más a su Divino Hijo en las angustias del
desierto, del huerto y de la Cruz».

«No temas la rabia de Satanás, que brama porque te fatigas por la causa de Dios».

«Si rechazamos la tentación, ésta produce en nuestra alma el efecto de la lejía en la


ropa sucia».

«No os esforcéis por vencer vuestras tentaciones, porque ese afán les daría más
fuerza; despreciadlas y no os preocupéis de más. Considerad a Jesús crucificado en
vuestros brazos y en vuestro corazón, y decidle, besando muchas veces su costado: Esta
es mi esperanza, esta la fuente de mi felicidad; Jesús, yo te apretaré con fuerza y no te
dejaré hasta que no me hayas colocado en un lugar seguro».

«Si escucháis voces sin poder distinguir si proceden de un espíritu bueno o malo,
volveos humildemente a Jesús y decidle: Si tú eres Jesús, manifiéstate a quien tú me has
designado como director. Y obligadle a repetir: ¡Viva Jesús! ¡Viva la Inmaculada
siempre Virgen María! Si no quiere repetirlo, escupidle a la cara y decidle a Jesús que lo
mande al infierno».

«Jesús es más poderoso que todo el infierno y a la invocación de su nombre toda


rodilla en el cielo, en la tierra y en el infierno se dobla ante Él, que es el consuelo de los
buenos y el terror de los impíos».

«Uno de vosotros [y dijo el nombre], durante esa noche era presa de una fuerte
tentación contra la pureza; invocaba con todo su corazón a la Santísima Virgen y
también reclamaba mi ayuda. Nada más saberlo, acudí en su auxilio. Empecé a rezar el

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Rosario con todo fervor y, con ayuda de la Virgen, derrotamos al demonio. Cuando él
venció la tentación y se durmió plácidamente, el peso de la batalla recayó sobre mí. Fui
apaleado terriblemente por el enemigo pero, al fin, triunfamos rotundamente en la
batalla».

«El pensamiento de ver a tantas almas que vertiginosamente se quieren justificar


en el mal, a pesar del Sumo Bien, me aflige, tortura, martiriza, me consume el cerebro y
me destruye el corazón».

«Cuando el enemigo quiera abrir una brecha en tu corazón para expugnarlo con los
temores del pasado, piensa que éstos se han perdido ya en el océano de la bondad
celestial; concéntrate entonces en el presente, en el que Jesús está contigo y te ama;
piensa en el futuro, cuando Jesús recompensará tu fidelidad y resignación».

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CONFESIÓN
«Para lavar un corazón son necesarias muchas lágrimas; un buen médico no duda en
emplear el bisturí».El Padre Pío nos anima a frecuentar el Sacramento de la Penitencia
con verdadero dolor de corazón y propósito de enmienda para permanecer en el combate.
Y si caemos derrotados, jamás debe cundir el desaliento, pues eso mismo es lo que desea
el perverso diablo para apartarnos de Dios y que arrojemos la toalla.

El Padre Pío llegaba a pasar dieciocho horas diarias en el confesionario, lavando


almas. Se calcula que durante su vida de sacerdote confesó a más de quinientas mil
personas. La confesión a lo Padre Pío implicaba decir todas las ofensas, sin callar
ninguna, y empezando por los que él denominaba peces gordos: aquellos pecados que
más vergüenza nos da confesar. Pues esos, precisamente, en primer lugar, para romper el
hielo.

«Una sola confesión de vida bien hecha equivale a centenares de exorcismos», me


decía en su día don Gabriele Amorth, exorcista oficial del Vaticano e hijo espiritual del
Padre Pío. No olvidemos que Dios es infinitamente misericordioso, pero también es
infinitamente justo. Con razón, el Padre Pío nos advierte: «Temed el juicio de Dios, no el
de los hombres». Que nadie caiga en la tentación de hacerse una fe a la medida.

«Para lavar un corazón son necesarias muchas lágrimas; un buen médico no duda
en emplear el bisturí».

«Aborrece el pecado, pero compadece al pecador».

«Lloro mis pecados y los de todos los hombres».

«Corramos confiadamente al tribunal de la penitencia donde Él, con anhelo de


Padre, nos aguarda siempre».

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«Es terrible la justicia de Dios, pero no olvides que también su misericordia es
infinita».

«En la Casa del Padre Celestial tienen prioridad los hijos pródigos».

«Temed el juicio de Dios, no el de los hombres».

«Recuerda: está más cerca de Dios el pecador avergonzado de sus malas acciones,
que el justo que se sonroja por hacer el bien».

«San Pedro, Apóstol del Señor, de quien recibió la potestad sobre los doce
apóstoles, ¿no negó a su Maestro? ¿No se arrepintió y amó al Salvador y la Iglesia lo
venera como santo?».

«Yo no puedo resignarme a tener a las almas más de ocho días alejadas de la
confesión».

[Testimonio de una hija espiritual]: «Una noche, mi padre me preguntó:

—¿Cada cuánto te confiesas?—Cada semana —respondí yo.

—¡Eh!... ¿Tan seguido? ¿Y qué le dices al Padre Pío?

—¡Le digo mis pecados!...

—¿Pero qué pecados cometes? Te tengo siempre enfrente y no veo que cometas
pecados.

Apenas vi al Padre Pío, le referí la conversación con mi padre y él me dijo


enseguida: Dirás a tu padre que una habitación bien limpia y no frecuentada, al
regresar a ella al cabo de ocho días está llena de polvo y necesita limpiarse de nuevo».

«No profanes el sacramento de la confesión».

«No se exige más que una condición: He pecado… El Divino Cazador vigila los
bosques de malezas y los desiertos en busca de su presa. Por fin, ésta llega jadeante,
agónica, a las redes del confesonario».

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«La Misericordia, hijo mío, sobrepasa infinitamente tu malicia».

«El espíritu de Dios es espíritu de paz; incluso en las faltas más graves, nos hace
sentir un dolor tranquilo, humilde, confidente, que depende de su infinita Misericordia».

«Aprended a odiar vuestros defectos, pero siempre con serenidad».

«Preferiría ser hecho mil pedazos antes que ofender a Dios una sola vez».

«Ni con el pensamiento ni en la confesión hay que recordar las culpas ya


manifestadas en confesiones anteriores».

«No dispongo ni de un minuto libre; todo el tiempo lo dedico a liberar a los


humanos de las garras de Satanás. ¡Bendito sea Dios! Vienen aquí innumerables almas
de toda clase social, de ambos sexos, con el único objeto de confesarse».

«Aquella de ustedes [a varias mujeres] que ha tenido el coraje de seguir a la


Magdalena en la culpa, tenga ahora la fuerza de voluntad de seguirla en la penitencia.
Quien ha caído en el fango, puede salvarse si tiene la voluntad de hacerlo».

«La Misericordia no tiene límites y la sangre de Cristo lava todos los crímenes del
mundo».

«En lugar de cantar el Miserere de nuestras culpas ante el trono del Señor, nos
hemos endurecido en el pecado volviéndonos indignos de las benevolencias divinas».

«En el disco del gramófono quedan impresas las ondas sonoras con cantos
delicados o groseros, y con palabras santas o indecentes; del mismo modo quedan
escritos en el libro de la vida los buenos pensamientos o los malos, las conversaciones
morales o las inmorales, las obras buenas o las malas».

«¡De ti depende escribir sólo el bien!».

«Recuerda siempre que no es el sentimiento lo que constituye la culpa, sino tu


consentimiento».

«Dios quiso hacer de mí un ejemplo de gracia, me quiere proponer como modelo a

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todos los pecadores a fin de que ni uno solo de ellos desespere. Que todos los pecadores
fijen, pues, sus ojos en mí».

«El confesor me asegura que a lo sumo he pecado venialmente… ¡pero qué me


importa, si de cualquier modo hice llorar a Jesús! Y si a Jesús le aflige sumamente la
ofensa que recibe de cada fiel, mucho más le duele la ofensa cometida por un sacerdote.
Le digo a Jesús que no quiero cometer más pecados; pero si Él no sostiene mi debilidad,
a la primera ocasión me mostraré tal como he sido siempre».

«Soy una criatura de la que el Padre se sirve para su Misericordia».

«Aguanta, querida hija, incluso cuando te sientas oprimida por la multitud y por el
horror de tus pecados. Entonces, más que nunca, acércate a los pies de Jesucristo que
lucha, que agoniza por nosotros en el huerto; humíllate, llora, suplica con Él y pídele a
grandes gritos la misericordia, el perdón de tus pecados, la ayuda para caminar siempre
junto a Él. Obra así y no dudes de que Dios, misericordioso y clemente, extenderá una
mano piadosa para alzarte de tu indigencia, de tu desolación espiritual».

«Hijo mío, Dios persigue sin descanso a las almas más obstinadas: le has costado
demasiado caro para que te abandone».

«Es una verdadera crueldad y tiranía despedir a centenares y aun a millares de


almas cada día, teniendo en cuenta que vienen de lugares tan lejanos y con el único
deseo de lavarse de sus pecados, y se van sin conseguirlo por falta de confesores».

«Llevo ya veinte horas de ininterrumpido trabajo en el confesonario».

«Yo trato a las almas según lo merecen delante de Dios… Quito lo viejo y pongo
lo nuevo».

«No puedes imaginarte cómo rezo por aquellos a los que he dado una penitencia
justa pero dura. Acompaño a todos mis penitentes como si fuese su sombra».

«Dentro de tres o cuatro días esta señorita volverá bien preparada. ¿Cree usted que
el Padre no ha rezado ya por ella? Pero precisa un tiempo para que la gracia obre…».

«¡Pobre ciega! En lugar de quejarte de mi severidad, deberías preguntarte cómo la


Misericordia se ha dignado mirarte después de tantos años de sacrilegios… Tu alma es

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un hervidero de pecados. El que comete un sacrilegio se traga su propia condenación y
no puede salvarse sin una gracia especialísima».

«¿Cuántas veces te has acercado en pecado mortal a comulgar sólo para salvar las
apariencias?».

«Pide perdón, haz propósito, vuelve al buen camino y tira derecho con mayor
vigilancia».

«En el infierno nadie absolutamente se inclina ante Dios. No es Él, por tanto, el
que no quiere perdonar. Al Señor no le falta jamás misericordia, sino a ellos
arrepentimiento».

«No debemos volver ni con el pensamiento ni con la confesión a los pecados ya


acusados anteriormente… ¿No habría que considerarlo como un acto de desconfianza en
Dios?».

«Dios ve manchas hasta en los ángeles, ¡cuántas más en mí!».

«No os vayáis nunca a la cama sin haber examinado antes vuestras conciencias
respecto a cómo habéis pasado la jornada, y sin haber dirigido a Dios todos vuestros
pensamientos, con el consiguiente ofrecimiento y consagración de vuestra persona y
también de todos los cristianos».

«Si obras bien, alaba y dale gracias al Señor por ello».

«Aquella alma que vivió pecadora fue vencida al fin de su vida por la divina
gracia».

«¡Si te dieras cuenta [a un sacerdote] de lo tremendo que es sentarse al tribunal de


la confesión! ¡Somos nosotros, los confesores, nada menos que administradores de la
Sangre de Cristo! ¡Y qué cuidadosos y atentos debemos estar para no maltratarla! ¡Para
no tirarla con tanta facilidad y ligereza!».

«¡En la confesión sólo absuelve Dios! ¡Si no te sientes culpable… si te absuelves a


ti mismo…, si no te sientes pecador… vete de aquí de una vez y no vengas a tentar la
paciencia de nadie!».

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«¡Si supierais cuánto sufro yo cuando me veo en la obligación de negar una
absolución! Pero debes saber que es mucho mejor ser criticado por los hombres en este
mundo que condenado por Dios en el otro».

«[A un penitente] Está usted en la herejía y, por tanto, todas sus comuniones han
sido sacrílegas. Es necesario que haga una confesión general. Examine a fondo su
conciencia y recuerde su última confesión bien hecha. Jesús no fue tan misericordioso
con Judas como lo está siendo con usted… Usted cantaba himnos a Satanás mientras que
Jesús, en su entrañable caridad, se ha sacrificado por su amor».

«[A otro penitente] ¡Tú sí que estás enfermo! ¡Estás mucho más grave que tu hija!
¡Tú estás muerto!...».

«¿Cómo puedes decir que estás bien, cuando tienes tantos pecados sobre tu
conciencia? Te contaría ahora mismo más de treinta y dos ofensas gravísimas a Dios».

«Si el Padre Pío conoce vuestros pecados, no os exime en modo alguno de la


humillación de declararlos. Su labor se limita a ayudaros. Si usted dice, por ejemplo: He
cometido tal pecado, tantas veces… quizás él os corrija diciéndoos: Recuerda tal día, tal
lugar...».

«El Señor te ha salvado y no te abandonará si tú no le abandonas».

«¡Da las gracias a Dios! A Él es, y a nadie más, a quien debes agradecer… ¡Dios te
ha concedido este favor! Devuélvele a Él las gracias, y no a mí».

«¡Pórtate bien!».

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HUMILDAD
«La humildad es la verdad, y la verdad es que yo no soy nada, que todo lo que de
bueno hay en mí es de Dios». Qué gran definición de tan difícil virtud, parafraseando a
Santa Teresa de Jesús. A la que podríamos añadir esta otra de San Josemaría Escrivá de
Balaguer: «No eres humilde cuando te humillas, sino cuando te humillan y lo llevas por
Cristo».

El Padre Pío, en efecto, como cualquier otro gran santo, no era humilde de cara a la
galería sino en lo más escondido de su corazón, ofreciendo en su caso la gran
persecución sufrida por parte de la propia Iglesia, a la que tanto amaba, cuando se le
prohibió celebrar la Santa Misa en público y confesar a los fieles durante dos años
enteros nada menos.

El fraile capuchino soportó en silencio por Amor a Dios y por Amor de Dios a los
demás, para salvar almas, no sólo permanecer durante cincuenta años crucificado de
Amor con los estigmas de Jesucristo en manos, pies y costado, sino las calumnias e
injurias de quienes afirmaban que se autolesionaba para provocarse las heridas o le
acusaban hasta de mantener relaciones sexuales con sus hijas espirituales. ¿No se trataba
acaso de pruebas durísimas que evidenciaban una humildad sin límites?

«La humildad es la verdad, y la verdad es que yo no soy nada, que todo lo que de
bueno hay en mí es de Dios».

«¡Limpia tu corazón de toda pasión terrena, humíllate en el polvo y ora!».

«Huid de la más mínima sombra que os haga tener un concepto elevado de


vosotros mismos».

«Para revestirnos de Cristo es necesario morir a nosotros mismos».

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«Si estuviésemos sostenidos por nuestra propias manos, caeríamos siempre y jamás
permaneceríamos de pie».

«Humíllate con el pensamiento muy dulce de estar en los brazos divinos de Jesús».

«Mientras temas caer en la soberbia y en la vanagloria no serás nunca víctima de


ellas».

«Estímate por lo que eres: nada, una miseria, una fuente de perversidad».

«Para arribar al puerto de la salvación, nos dice el Espíritu Santo, el alma de los
elegidos debe pasar y purificarse en el fuego de las dolorosas humillaciones, como el oro
y la plata en el crisol; de ese modo se ahorran las expiaciones de la otra vida».

«Consuélate entonces sabiendo que las alegrías de la eternidad serán tanto más
profundas y más íntimas, cuanto más hayan sido en nuestra vida presente los días
humillados y los años infelices».

«Dios está siempre atento para acoger y aliviar el alma que ante Él confiesa, en la
sinceridad de su corazón, su nulidad».

«Ten siempre ante los ojos de tu mente la gran humildad de la Madre de Dios y
Madre nuestra, la cual, a medida que crecían en Ella los dones celestiales, sobresalía más
su humildad. Tanto, como para poder cantar en el mismo instante en que fue cubierta por
la sombra del Espíritu Santo, que la convirtió en Madre del Hijo de Dios: He aquí la
esclava del Señor. El mismo cántico entonó nuestra querida Madre en casa de santa
Isabel, pese a llevar en sus entrañas virginales al Verbo hecho carne».

«El apóstol san Pablo nos dejó escrito en la carta enviada a los Corintios que un
momento de nuestras tribulaciones pasajeras puede merecernos en la eternidad una
gloria que vence la imaginación».

«Cuanto más rica se ve un alma, más razones tiene para humillarse ante el Señor,
pues los dones del Señor crecen, y ella nunca podrá dar plena satisfacción al
Dispensador de todo bien».

«Humíllate ante la Majestad divina considerando cuántas otras almas, más dignas y

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más ricas por dotes intelectuales y por virtudes, existen en el mundo y que
lamentablemente no son tratadas con ese particular amor con el que tú eres tratada por
Dios».

«El hombre es tan soberbio que, disponiendo de medios y salud, cree ser Dios e
incluso superior a Él».

«Es humildad no sólo reconocer nuestra abyección, sino amarla. He preferido, dice
el Profeta, ser abyecto en la casa de Dios antes que habitar en las mansiones de los
pecadores».

«Si volviera a nacer, me haría fraile, pero no sacerdote. Me aterra mi indignidad y


me aterra la responsabilidad del sacerdocio».

«Permanece muy cerca de la cuna del Niño Jesús, especialmente en los santos días
de su nacimiento. Si amas las riquezas, aquí encontrarás el oro que los Reyes Magos te
dejaron; si amas el humo del honor, te encontrarás el del incienso; y si amas las
delicadezas del sentido, percibirás la mirra olorosa que perfuma toda la gruta».

«Considera cuánto el Hijo de Dios se abajó en su encarnación y en su vida mortal,


especialmente en su dolorosa muerte hasta poder decir con el Profeta: Estoy reducido a
nada. Tengamos presente que tanta humillación fue la que lo hizo honorable y glorioso,
verificándose en Él su dicho celestial: El que se humille, será ensalzado».

«Este Verbo divino, por su plena y libre voluntad, quiso abajarse hasta nosotros,
escondiendo la naturaleza divina bajo el velo de la carne humana. De tal modo, dice san
Pablo, el Verbo de Dios se humilló, que llegó a consumirse: Se despojó de sí mismo
tomando condición de siervo».

«Sí, hermana mía, Él quiso esconder tanto su naturaleza divina que asumió en toda
la semejanza al hombre, sometiéndose incluso al hambre, a la sed, al cansancio; y, para
usar la misma expresión del apóstol de los gentiles: Probado en todo igual que nosotros,
excepto en el pecado».

«San Pablo nos ha descubierto también el secreto de la fuerza por la que Jesucristo,
en la miseria de nuestra carne, ha vencido a Dios en su gloria: por el abajamiento, la
oración, el llanto y los gritos: Cum clamore et lacrimis; pro sua reverentia».

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«En las luchas hombre a hombre, quien se asusta ante su adversario, quien está
herido, quien es desplomado a tierra, quien derrama su sangre resulta derrotado. En
cambio, en las luchas del hombre que tiembla ante el mismo Dios… el hombre que
arrastra su frente en el polvo, se humilla, llora, suspira y ora es el que triunfa ante la
justicia de Dios y le obliga a ser misericordioso».

«Te alerto de que al humillarte ante la mirada del Señor, te cuides de la falsa
humildad, que lleva consigo el desánimo, porque te conduce infaliblemente a la
desesperación».

«Negarse a someter el propio juicio al de los demás, máxime al de quien es un


experto en las cosas en cuestión, es señal de poca docilidad y de secreta soberbia… Por
lo tanto, anímate, evita las recaídas y mantente bien atenta ante este maldito vicio,
sabiendo cuánto le desagrada a Jesús, porque está escrito que Dios resiste a los
soberbios y da su gracia a los humildes».

«¡Arriba los corazones llenos de confianza en Dios! Humillémonos bajo su mano


poderosa, aceptando con buena cara las tribulaciones que nos manda, para que pueda
exaltarnos el día de su llegada».

«Cuando el tentador quiera hacernos caer en el orgullo, repitamos: Todo el bien


que hay en mí me lo ha prestado Dios; glorificarme de lo que no es mío sería una
locura».

«Húndete cada vez más en la humildad y en bendecir al Señor que se digna en su


bondad visitarte de este modo para disponerte a formar parte de la construcción de la
Sión celestial».

«El enemigo vence a los presuntuosos y no a los humildes de corazón».

«Acuérdate de Jesús, manso y humilde de corazón».

«Reflejémonos en la vida oculta llevada por Jesús. Toda su infinita majestad estaba
escondida entre las sombras y el silencio del modesto taller de Nazaret. Por lo tanto,
esforcémonos también nosotros por llevar una vida toda entera escondida en Dios».

«Humillémonos y recibámosle con todo el corazón lleno de amor».

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«Preocuparnos porque una acción no ha salido según nuestra recta intención no es
humildad; es signo manifiesto de que el alma no había depositado la perfección de su
obra en la ayuda divina, sino que más bien había confiado demasiado en sus propias
fuerzas».

«De nuestras miserias humillémonos siempre, reconociendo nuestra nada sin la


ayuda divina».

«Hijo mío, ten en cuenta que yo soy el mayor pecador del mundo».

«No sé cómo este hábito de San Francisco que llevo encima no escapa de mí».

«Quieres probar mi paciencia, porque piensas que tengo mucha. Pero te equivocas.
Malo y siempre malo».

«Creo que mi vida pasada y presente no es digna de la mirada de Dios. ¡Oh, qué
pesado me resulta esto, y tanto más cuando no hallo en mí fuerzas para ser mejor!».

«Miremos primero hacia arriba y después mirémonos a nosotros mismos. La


distancia sin límites entre el azul del cielo y el abismo produce humildad».

«Querría esconderme a los ojos de Dios y a los ojos de todas sus criaturas; querría
esconderme de mí mismo. Tan grande es el sufrimiento que me procuran mis miserias,
mi imperfección y mi pobreza, que mantienen mi espíritu completamente ahogado en las
tinieblas…».

«El amor propio, la falsa libertad de espíritu, son raíces que no pueden arrancarse
del corazón fácilmente; pero puede impedirse que produzcan sus frutos, que son los
pecados, con la práctica asidua de la virtud contraria y particularmente de la humildad,
de la obediencia y del amor de Dios».

«Debes humillarte ante Dios en lugar de hundirte en el desánimo».

«Cuanto más conoce el alma su miseria y su indignidad ante Dios, tanto más
insigne es la gracia que la ilumina para conocerse».

«Comprendo que el descubrimiento de la propia miseria por obra de este Sol


divino sea razón al principio de tristeza y de aflicción, de pena y de terror para la pobre

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alma que es iluminada de modo semejante, pero consuélate en el dulce Señor, porque
cuando este Sol divino haya calentado con sus ardientes rayos el terreno de tu espíritu,
hará despuntar nuevas plantas que en su momento darán frutos exquisitos y jamás
vistos».

«Si Dios nos quitase todo lo que nos ha dado, nos quedaríamos con nuestros
andrajos».

«Hay que tener paciencia y no desanimarse por cualquier imperfección o porque se


cae en ella con frecuencia sin quererlo».

«Si obras mal, humíllate, sonrójate ante Dios por tu infidelidad, pero sin
desanimarte».

«Humíllate pero no pierdas la paz».

«Las faltas que cometes inadvertidamente sólo deben servirte para adquirir
humildad».

«Si eres humilde, tranquila, dulce, llena de confianza en medio de la impotencia; si


no te impacientas, si no te prestas demasiada atención, si no te inquietas por todo lo que
vas a sufrir, sino que, con gusto —no digo que alegremente, pero con sinceridad y
firmeza— abrazas todas las cruces; si te contentas con permanecer en las tinieblas del
espíritu que te envía el Cielo, entonces amarás tu abyección».

«¿Qué quiere decir abyección, sino oscuridad e impotencia? Ama estar en ese
estado por amor a Aquel que lo quiere así, y amarás tu propia abyección, que es el grado
más elevado de la humildad».

«Humillémonos mucho y reconozcamos también que si Dios no fuese nuestra


coraza y nuestro escudo, nos veríamos traspasados de inmediato por todo tipo de
pecado».

«Si Dios te deja caer en alguna debilidad no es para abandonarte sino para
afianzarte en la humildad».

«Procura cultivar con tu amor, con diligencia, la suavidad y la humildad interior».

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«Pensad que el mismo Jesús que penetra a fondo en nosotros, que nos invade por
completo, que nos da todo, tendría que hacer germinar en nuestro interior la rama o la
flor de la humildad».

«El mundo no nos aprecia porque seamos hijos de Dios».

«No os preocupéis por los juicios del mundo».

«Resulta inconcebible que una persona con inteligencia y conciencia pueda


enorgullecerse».

«¿Has visto algún campo de trigo en plena madurez? Podrás observar que algunas
espigas son altas y vigorosas, y que otras están inclinadas hacia el suelo. Si coges las
más altas, las más vanidosas, comprobarás que están vacías; pero si coges las más bajas,
las más humildes, verás que están cargadas de granos».

«La humildad y la caridad caminan siempre juntas: la primera glorifica y la otra


santifica».

«Consideraos siempre en el último lugar entre los amantes del Señor, juzgando a
todos mejores que vosotros».

«Para encontrarnos con Dios, nosotros tenemos que subir y Él tiene que bajar. Pero
cuando ya no podamos más, al detenernos, humillémonos, y en este acto de humildad
nos reencontraremos con Dios, que desciende al corazón humilde».

«Cuando os sintáis oprimidos por la tentación, el medio para obligar a Dios a que
os ayude es la humildad de espíritu, la contrición del corazón».

«Revestíos de humildad hacia los demás, porque Dios se resiste a los soberbios y
da su gracia a los humildes».

«Quien tiembla ante Dios sintiéndose oprimido bajo el peso de la tribulación y


abatido a la vista de las profundas heridas abiertas en él por los propios pecados, de
modo que arrastra la frente por el polvo, se humilla, llora, grita, suspira y ora, es
precisamente el que vence, el que triunfa de Dios y le obliga a tener misericordia de él
cuando le parecía más indigno de ello».

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«El amor propio, hijo de la soberbia, es más malvado que su misma madre».

«Humíllate siempre y amorosamente ante Dios y ante los hombres, porque el Señor
habla al que tiene un corazón sinceramente humilde, el cual enriquece con sus dones».

«En este mundo ninguno de nosotros merece nada».

«Dios enriquece al alma que se despoja de todo».

«El mayor delincuente de la tierra es oro comparado conmigo».

«La vanagloria es un enemigo que acecha sobre todo a las almas consagradas al
Señor y entregadas a la vida espiritual… Ha sido llamada con acierto por los santos
carcoma de la santidad».

«La vanagloria nos empuja sin darnos cuenta a parecer siempre más que los demás,
a conquistar para nosotros la estima de todos».

«El propio San Pablo advierte a sus queridos filipenses: ¡Nada hagáis por
vanagloria!».

«Contra el maldito vicio de la vanagloria, auténtico gusano, polilla del alma


piadosa, oponed el desprecio por ella. No aceptéis que se hable mucho de vosotros; la
pobre opinión de uno mismo y creer que todo el mundo es superior a uno mismo son los
únicos remedios para protegernos de este vicio».

«La humildad, por el contrario, nos hará semejantes al Señor, que, en su


encarnación, se degradó y anuló, tomando la forma de un esclavo».

«Alejad de vosotros toda preocupación orgullosa que brota de las pruebas con las
que el buen Dios quiere visitaros».

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EUCARISTÍA
«Dudar del gran misterio que circunda la transustanciación es la mayor ofensa que
podemos hacer a Dios». La Misa del Padre Pío llegaba a durar más de dos horas. Desde
las dos de la madrugada y hasta las cinco, cuando comenzaba la Eucaristía durante los
primeros años de su ministerio, el santo capuchino se dedicaba en cuerpo y alma a
prepararse para la celebración.

Sus Misas eran proverbiales, como me recordaba Sor Consolata, una monja de
clausura que fue testigo clave en el proceso de canonización del Padre Pío e hija
espiritual suya, a la que entrevisté en Roma para mi libro Padre Pío. Los milagros
desconocidos del santo de los estigmas.

Sor Consolata me contó cómo a las Misas del Padre Pío asistía la Santísima Virgen,
rodeada de una legión angélica y acompañada de San Francisco, cómo el Padre Pío era
flagelado y coronado de espinas… Y ella no hablaba de oídas, sino porque, igual que
otras almas elevadas, lo había presenciado con sus propios ojos.

Durante la consagración, el Padre Pío lloraba a lágrima viva, consciente de que


estaba crucificando de nuevo a Jesús con sus propias manos. Hasta tal punto alcanzaba
su sufrimiento, que a veces se le abrían los estigmas y un reguero de sangre descendía
por sus manos.

«Dudar del gran misterio que circunda la transustanciación es la mayor ofensa que
podemos hacer a Dios».

«La santísima Eucaristía es el gran medio para aspirar a la perfección; pero es


preciso recibirla con el deseo y el compromiso de eliminar del corazón todo lo que
desagrada a quien queremos recibir».

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«Cada Misa, escuchada con devoción, produce en nuestras almas efectos
maravillosos, abundantes gracias espirituales y materiales que no podemos ni imaginar.
Es más fácil que la tierra exista sin sol, que sin el santo sacrificio de la Misa».

«Jesús pidió al Padre en nombre propio y en el nuestro también: Danos hoy, oh


Padre, nuestro pan de cada día. ¿Pero cuál es este pan? En esta pregunta yo entreveo
principalmente la Eucaristía. ¡Qué exceso de humildad la de este Hombre Dios! ¡Él, que
es uno solo con el Padre, que es el amor y la delicia del Padre Eterno, pide permiso para
quedarse con nosotros hasta el fin del mundo!».

«¡Qué exceso de Amor el del Padre hacia nosotros, que después de haber visto a su
Hijo sufrir el pésimo trato de un juego miserable, le permite permanecer aún a nuestro
alrededor para ser cada día víctima de nuevas injurias!».

«¡Oh, Padre!, ¿cómo puedes consentir que Tu Hijo permanezca todavía en medio
de nosotros para verlo cada día en las manos indignas de tantos pésimos sacerdotes?
¿Cómo se mantiene, oh Padre, Tu piadoso corazón al ver a tu Unigénito descuidado y
quizás también despreciado por tantos cristianos ultrajantes? ¿Cómo, oh Padre, puedes
consentir que Él sea recibido sacrílegamente por tantos cristianos indignos?».

«¡Oh, Padre Santo, cuántas profanaciones, cuántos sacrilegios debe tu piadoso


Corazón tolerar!».

«¿Quién, oh Dios, asumirá la defensa de este manso Cordero, que jamás abre la
boca por su propia causa sino sólo por nosotros?».

«¡Padre, yo mismo, por un sentimiento egoísta no puedo rogarte que quites a Jesús
de entre los hombres! ¿Cómo podría vivir yo, tan débil y flojo, sin este alimento
eucarístico? ¿Cómo cumpliríamos entonces la petición hecha por tu Hijo en nuestro
nombre: Hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo, sin ser fortalecidos por estas
carnes inmaculadas?».

«Si incluso con el poderoso auxilio que Jesús nos ha dejado en este sacramento de
amor me siento a menudo a punto de vacilar y de rebelarme contra Tu voluntad, ¿qué
sería de mí si yo te rogase y Tú me escucharas, quitando a Jesús de entre los hombres
con tal de no verlo una y otra vez ultrajado?».

«¡Ah! No poseo esta fuerza que quizás debería tener si amase un poco más a Tu

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santísimo Hijo… Glorifícalo, como Él te ha glorificado y mientras tanto, Padre Santo,
danos hoy nuestro pan cotidiano, danos a Jesús».

«Rodeados de gentes que odian a Dios con el corazón y tienen la blasfemia


siempre en sus labios, el medio seguro para mantenernos libres de la pestilente
enfermedad es fortalecernos con el alimento eucarístico».

«La Santa Misa es como un vale que nos ha dejado Cristo, y con el cual nos
presentamos al Padre para beneficiarnos del tesoro de los frutos de la cruz y de cuanto
necesitamos para nuestra salvación. En la Santa Misa, Cristo atiende nuestras súplicas,
las rectifica, las mejora y las presenta al Padre aludiendo al sacrificio ofrecido en la
cruz».

«Durante la celebración de la Santa Misa estoy clavado en la cruz con Jesús y sufro
todo lo que sufrió Él en el calvario en la medida en que mi naturaleza humana me lo
permite».

«En el momento de elevar la Sagrada Forma, una luz instantánea invadió mi


interior y vi claramente a la Madre celestial con el Niño en brazos, quienes me dijeron al
unísono: Tranquilízate. Estamos contigo, tú nos perteneces y nosotros somos tuyos».

«Los latidos del corazón, cuando me hallo con Jesús Sacramentado, son muy
fuertes. A veces me parece realmente que el corazón se quisiera salir del pecho. Otras
veces, en el altar, siento arder todo mi ser de tal forma que no sé cómo describírselo.
Sobre todo, siento que el rostro se me quema».

«¡Oh, si los hombres supiesen apreciar este don no sería tan escaso el número de
los que comulgan!».

«Acerquémonos a recibir el pan de los ángeles con gran fe y con nuestra alma
ardiendo de amor, y esperemos que este dulce amante de nuestras almas nos consuele en
esta vida con el beso de sus labios».

«Entonces sólo podremos decir, Dios mío y gloria mía: Sí, amante divino, Señor de
nuestra vida, tus pechos son mejores que el vino, y exhalan el aroma de los más
exquisitos perfumes. ¿Quién puede revelarnos los secretos admirables que se ocultan
bajo el velo de estas palabras de la esposa del sagrado Cantar?».

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«No sé hacer otra cosa que llorar y repetir: ¡Jesús, manjar mío!».

«Lo que más me aflige es no poder celebrar ni hartarme de las carnes del Divino
Cordero».

«Cada Misa es la primera Misa».

«Muchas veces al día presento tu corazón al Padre Eterno con el de su querido


Hijo. Y se lo presento indefectiblemente en la Santa Misa. Él no lo rehusará por razón de
esta unión, en virtud de la cual yo hago el ofertorio. Supongo que tú también harás algo
parecido».

«Entra en la iglesia en silencio y con gran respeto, considerándote indigna de


comparecer delante de la Majestad del Señor. Apenas estés a la vista del Dios
sacramentado, haz devotamente la genuflexión; busca el sitio, arrodíllate y rinde a Jesús
sacramentado el tributo de tu plegaria y de tu adoración».

«Cuando asistas a la Santa Misa sé modesta en las miradas, no muevas la cabeza


de un lado a otro para ver quién entra o sale. No te rías, por reverencia al lugar santo y
también por respeto al que está cerca de ti. Procura no hablar con nadie, a no ser que la
caridad o una urgente necesidad lo exijan… En suma, pórtate de manera que todos los
presentes se identifiquen contigo y les impulses a glorificar y amar al Padre celestial».

«La Misa es Cristo en el Calvario, con María y Juan a los pies de la cruz, y los
ángeles en permanente adoración… ¡Lloremos de amor y de adoración en esta
contemplación!».

«¡Agarrado a la muerte, no piensa en Él, sino en ti!».

«¡Oh, amor abismal el de su Corazón! Su Santa Faz transfunde tristeza y ternura.


Las palabras le brotan de las entrañas y desbordan amor».

«La Sábana Santa es la imagen del lienzo sagrado que envolvió el cuerpo de Jesús
tras su muerte».

«Pon tu corazón en el costado abierto de Jesús».

«El amor se templa con el dolor».

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«¡Oh, Jesús! Mi corazón delira cuando sueño que el amor te hace adelantarte a tu
pasión. Tú nos enseñaste que no hay amor más grande que dar la vida por aquellos a
quienes se quiere. Y ahora vas a sellar tu consigna con la sangre de tus propias venas».

«Jesús, mi aliento y mi vida. Hoy que tembloroso te elevo en un misterio de amor,


sea contigo, para el mundo, camino, verdad y vida… Y para Ti, sacerdote santo y
víctima perfecta».

«Tengo tanta hambre y sed antes de recibirle, que por poco me muero de
ansiedad».

«La sed y el hambre que siento, en vez de satisfacerse al tomar la Comunión,


siguen aumentando. Cuando recibo a Jesús la dulzura es inmensa y casi le suplico:
¡Basta, Señor, ya no aguanto más!».

«¿No es cada Misa una invitación de Cristo a sus miembros para hacerse con su
parte en la Pasión redentora?».

«Todos somos obreros, artífices de la Redención. La Misa debe ser para cada uno
la ocasión de transustancializar nuestros dolores que, incorporados a Cristo, adquieren
valor de eternidad».

«Jesús se ha entregado a nosotros por entero y sin límite. Esforcémonos en hacer lo


mismo con Él y aprendamos a entregarnos con el mismo amor. Sabemos bien lo que Él
nos da al entregarse a sí mismo: nos da el Paraíso».

«Jamás bajaría del altar».

«La Santa Misa es lo más grande del mundo y cada día lo salva de su perdición».

«Jesús nos ha dicho: Quien no come mi carne y no bebe mi sangre no tendrá la


Vida Eterna. Acerquémonos así a la Santa Comunión con gran amor y temor».

«¡Por nada del mundo dejes la comunión diaria! Desprecia todas las dudas que te
asalten sobre el particular. Yo me hago responsable de ellas… Mientras no se esté
seguro de haber cometido un pecado mortal, no hay por qué renunciar a la comunión».

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«No se comete un mal sin saberlo; si hubieses actuado mal, deberías conocerlo
claramente. ¿Cómo puede condenarse quien no es consciente de sus propios errores?».

«Si dudas, haz un acto de contrición y comulga».

«Rechaza esas sombras que se van apoderando de tu espíritu y que proceden del
enemigo, el cual quisiera, ya que apartaros de la comunión le resulta imposible, hacer
desaparecer de vuestra alma esa serenidad y abandono filial que se requiere para
acercarse a recibir el beso de Jesús en el santísimo sacramento».

«No temas ni te angusties con las dudas de tu conciencia, porque ya sabes que
obrando con diligencia y haciendo cuanto puedes sólo te queda pedirle a Dios su amor,
ya que Él no desea otra cosa que el tuyo».

«Entre las pobres almas existen algunas que creen ofender al Señor sólo por sentir
en sí mismas esa propensión violenta hacia el mal. Consolaos, almas elegidas, pues en
esto no existe pecado. El mismo san Pablo, vasija de elección, experimentaba en sí
mismo ese horrible contraste: Encuentro en mí —decía él— en el acto de querer obrar el
bien, una fuerza que me inclina al mal».

«Sentir, por tanto, los impulsos de la carne de forma violenta no puede constituir
pecado mientras el alma no se determina con el consenso de la voluntad».

«Todo el día sea preparación y acción de gracias de la Santa Comunión».

«¡Cuántas profanaciones en tu santuario! ¡Oh, Jesús mío! ¡Perdona! ¡Baja la


espada! ¡Y si debe caer, que caiga sobre mi cabeza!».

«Mientras tengas todas las mañanas a Jesús sacramentado debes considerarte


afortunadísimo».

«La comunión espiritual, cuando no es posible la sacramental, sustituye en parte a


la real».

«Es utilísimo y santísimo aplicar por los vivos el sacrificio de la Misa mientras se
peregrina en esta tierra. Ello nos ayudará a vivir santamente, a pagar las deudas
contraídas con la justicia divina y a hacer que el dulcísimo Señor sea más benigno con
nosotros».

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«No te sientes a la mesa sin hacer antes la bendición, pidiendo la ayuda divina para
que el alimento que con desgana tomamos para alivio de nuestro cuerpo no haga daño a
tu espíritu. Luego, siéntate a la mesa con algún pensamiento devoto, como si estuviese
presente el Divino Maestro con sus apóstoles santos en la última cena al instituir el
sacramento del altar».

«No te levantes nunca de la mesa sin antes haberle dado las gracias al Señor.
Haciéndolo así, nada debemos temer de parte del maldito estómago. Cuídate al comer de
la excesiva elección de los alimentos, sabiendo que poco o nada basta si se quiere
satisfacer al estómago. No tomes nunca más alimento del necesario, y procura en todo
ser moderada, inclinándote más por la sobriedad que por el exceso. No pretendo que te
levantes de la mesa en ayunas, sino que todo lo regules según la prudencia, que
administra todas las acciones humanas».

«En resumen: esforcémonos para que la cena corporal nos sirva de preparación
para la divina de la Santa Eucaristía».

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SUFRIMIENTO
«Los ángeles sólo nos tienen envidia por una cosa: ellos no pueden sufrir por Dios».
El Padre Pío era un maestro del sufrimiento, pero en modo alguno un masoquista, sino
un hombre convencido de que sirviéndose del mismo podía salvar a millares de almas,
como así fue.

Lo mejor siempre se compra al precio de un gran sufrimiento. El santo de los


estigmas experimentó toda la verdad de esta máxima cada día de su atormentada vida,
hasta el extremo de manifestar por escrito: «Sufro solamente cuando no sufro». El
sufrimiento entendido como un valiosísimo instrumento para la purificación de su alma,
y sobre todo para la purificación de millares de almas a las que, como ya hemos dicho,
salvó pagando tan alto precio.

Si algo nos enseña el Padre Pío es la enorme importancia de sufrir por Amor. Lo que
humanamente constituye una paradoja sin ninguna explicación, para los Hijos de Dios
cobra sin embargo todo el sentido del mundo. Es imposible ser feliz sin sufrir y, por lo
tanto, sin renunciar a uno mismo para hacer también felices a los demás. Amar implica
así sacrificarse para olvidarse de uno mismo y entregarse al prójimo. Ahí radica la clave
de quienes, como el Padre Pío, quieren estar cada día más cerca de Dios.

«Los ángeles sólo nos tienen envidia por una cosa: ellos no pueden sufrir por
Dios».

«Ten siempre presente delante de tus ojos: Él no vino para descansar ni para tener
comodidades, ni espirituales ni temporales, sino para luchar, mortificarse y morir».

«Sufro solamente cuando no sufro».

«¡Jesús, perdóname si no sé sufrir cuanto debería!».

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«¿Te parece poco que un Dios hable con sus criaturas, que vea cómo le contradicen
y que sea continuamente herido por su ingratitud y su incredulidad?».

«¡Oh, qué hermoso es llegar a ser víctima de amor!».

«Considera el fiat de Jesús en el huerto. ¡Cuánto le habrá pesado hasta hacerle


sudar y sudar sangre!».

«Pronúncialo tú también tanto en la prosperidad, como en la adversidad».

«Sé dócil y somete con humildad tus hombros a todas las cruces».

«Que siempre seamos amigos de la cruz, que nunca huyamos de ella, porque quien
elude la cruz huye de Jesús, y quien escapa de Jesús jamás hallará la felicidad. Jesús
nunca está sin la cruz, pero la cruz jamás está sin Jesús».

«¿Acaso no hemos leído en la historia que mujeres tiernas y vírgenes aún, como
santa Lucía, santa Inés, santa Ágata, Santa Cecilia y tantas otras han sufrido por amor al
Esposo divino los más crueles tormentos del martirio?».

«¡Insensato! Si tú reflexionases atentamente sobre lo que dices, te darías cuenta de


que todos los males que padece tu alma provienen de no haber sabido ni querido
mortificar, como se debía, tu carne. Si quieres sanar desde lo profundo de las raíces, es
necesario dominar, crucificar la carne, porque en ella está el origen de todos los males».

«Debes disponer tus labios y beber, como hizo el Divino Redentor, las negras
aguas del Cedrón, aceptando con piadosa resignación la tribulación y la penitencia.
Atraviesa con Jesús este torrente, sufriendo los designios del mundo por amor a Él con
constancia y coraje».

«Cuando advirtáis que aumenta el peso de la cruz, fortaleceos con la oración para
que Dios os consuele. Cuando os comportéis así no obraréis en absoluto contra la
voluntad de Dios, sino que acompañaréis aliviados a su mismo Hijo, que también oró a
su Padre en el Huerto de los Olivos. Debemos estar dispuestos a decir siempre, como Él:
¡Fiat!».

«Que la persecución de los mundanos y de todos los que no viven del espíritu de

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Jesucristo no te disuadan de recorrer el mismo camino por el que anduvieron los santos».

«No temas: ningún sufrimiento, por pequeño que sea, quedará sin mérito para la
Vida Eterna».

«El apóstol san Pablo nos dice que a la crucifixión de la carne hay que unir la
crucifixión de los vicios y de las concupiscencias. Los vicios son todos los hábitos
pecaminosos; las concupiscencias son las pasiones. Es necesario mortificar y crucificar
ambas constantemente para que no empujen a la carne al pecado. Por eso, quien se limita
a mortificar sólo la carne es semejante al tonto que edifica sin los fundamentos».

«San Pablo se alegra de que Jesús sea siempre glorificado en su propio cuerpo,
incluso en medio de todas las cadenas a las que será sometido. Si el apóstol vive,
exaltará a Jesucristo con su ejemplo y predicación, incluso en la misma cárcel; si es
martirizado, glorificará a Jesucristo rindiéndole el supremo testimonio de su amor».

«Más vale hacer la voluntad de Dios en la tierra que gozar del Paraíso».

«Hasta el Purgatorio es dulce cuando se pena por amor de Dios».

«¿Cómo es posible que un alma, que piensa en Jesús crucificado por ella, pueda
amar alguna cosa fuera de Él?».

«El sufrimiento cristianamente soportado es la condición por la cual Dios, autor de


toda gracia y de todo don orientado a la salvación, ha establecido para darnos la Gloria».

«El alma cristiana auténtica no deja pasar un solo día sin meditar la Pasión de
Jesucristo».

«¡Jesús —varón de dolores—, quisiera que todos los cristianos te imitaran!».

«La cruz debe ser nuestro pan de cada día».

«Quiero vivir muriendo para que mi muerte produzca la Vida Eterna y Aquél que
es la Vida resucite a los muertos».

«¡Oh, qué sublime y suave es la dulce invitación del Divino Maestro: Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame! Fue esta

72
invitación la que hizo pronunciar a santa Teresa aquella oración al Esposo divino: Sufrir
o morir. Fue también esta invitación la que hizo exclamar a santa María Magdalena de
Pazzi: ¡Sufrir siempre y no morir! Fue también por esta invitación que, arrebatado en
éxtasis nuestro seráfico padre san Francisco, exclamó: ¡Es tanto el bien que yo espero,
que toda pena me es soportable!».

«Para animarnos a sufrir de buena gana las tribulaciones que la Divina Piedad nos
prodiga, mantengamos fija la mirada en la Patria celestial reservada para nosotros…
Alejemos así nuestros ojos de los bienes terrenos, pues su vista arrebata y distrae al alma
y adultera los corazones… ¿No es una locura detener la mirada en lo que rápidamente
pasa?».

«La consideración de los bienes que en el Cielo poseeremos sea el dulce alimento
de nuestros pensamientos; que en la mente enamorada de las delicias eternas se
enciendan los más vigorosos afectos del corazón. Sólo entonces podremos repetir con
toda firmeza la invitación del mártir san Ignacio: ¡Oh, cuán vil es la tierra, mientras
miro al Cielo!».

«Cuando a Él le plazca colocarnos en la cruz, es decir, tenernos en cama enfermos,


agradezcámosle y sintámonos afortunados por tanto honor recibido, sabiendo que estar
en la cruz con Jesús es un acto sumamente más perfecto que el de sólo contemplarlo en
ella».

«Jesús te haga sentir siempre en tu corazón, como a todas las almas que lo aman
con sinceridad y pureza de espíritu, su invitación tres veces amorosa: Porque mi yugo es
suave y mi carga ligera».

«A la Virgen de Pompeya y al seráfico padre san Francisco le agradaron más, en


sus respectivas fiestas, tus sufrimientos físicos y morales bien llevados, que el ayuno
corporal».

«Saca ánimo de la paciencia que tuvo el Señor soportando a sus adversarios».

«Al decir de san Pablo, el bautismo mediante el cual nos convertimos en hijos de
Dios y en herederos de su Reino, es modelo, participación y copia de la muerte de
Cristo… Somos bautizados, según san Pablo, in morte ipsius: en su muerte; es decir,
para imitar la muerte de nuestro Redentor».

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«Así como Jesús fue sepultado en la tierra, de la misma manera nosotros hemos
sido sumergidos en las aguas del santo bautismo».

«Tómame contigo en la cruz para ayudarte a salvar el mundo».

«El Credo más bonito es el que surge de tu obra en la oscuridad, en el sacrificio, en


el dolor, en el esfuerzo supremo de una infalible voluntad de bien; es el que, en medio de
la tempestad, te eleva y conduce a Dios».

«Es una gracia de Dios gozar de la sabiduría de la cruz. Y cuando dispongamos de


la sabiduría de la cruz, obtendremos ese otro gran regalo que sólo la cruz proporciona: la
alegría de la cruz».

«Él no pondrá sobre ti más peso del que puedas soportar y contigo llevará tu fardo,
con tal de que advierta que tú, de buen ánimo, encorvas tus espaldas a la cruz».

«Ten gran confianza en su misericordia y en su bondad, que jamás te abandonarán.


Por eso mismo no dejes de abrazar bien su santa cruz».

«Ya es hora de salir de esta infancia espiritual y lanzar el espíritu a una región más
elevada donde respirar el aire más puro».

«¿Cómo no gozar al ver siempre deteriorarse este mísero cuerpo mío que es el
único obstáculo que me priva del convite divino?».

«No te lamentes nunca por las ofensas recibidas».

«El Señor me sostenga con su brazo; de lo contrario, yo muero porque no muero».

«¡Arriba los corazones! Subamos hasta el trono de Dios. Aquí no se lucha con la
fuerza del cuerpo, sino con la virtud del alma».

«Ten en tu corazón a Jesús crucificado y todas las cruces del mundo te parecerán
rosas».

«En la cruz se muere sin cesar de vivir».

«Jesús glorificado es hermoso, pero crucificado me lo parece todavía más».

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«Pide al Señor que te haga partícipe de sus dolores y te embriague de su cruz».

«No pongamos nuestra felicidad en gozar de una salud floreciente; de lo contrario,


estaríamos igual que los tontos mundanos privados de los secretos celestiales».

«Si tú no tienes suficiente oro ni incienso que ofrecer a Jesús, al menos tendrás la
mirra de la amargura».

«Jesús quiere agitarte, sacudirte, moverte y cribarte como al trigo, a fin de que tu
espíritu llegue a la mundicia y pureza que Él desea. ¿Podría acaso guardarse el trigo en el
granero si no está libre de toda cizaña o cáscara? ¿Puede acaso el lino conservarse en la
caja del patrón si antes no se vuelve cándido? Así debe ser también para el alma
elegida».

«¡Jesús, que nada, ni la vida ni la muerte, me separen de Ti! Si me uno a tus


sufrimientos con infinito amor, me será dado morir contigo en el Calvario y subir luego a
la Gloria».

«¡Oh, Jesús mío! Dame fuerza si mi pobre naturaleza se rebela algún día ante el
peligro inminente, para que pueda abrazar con amor las penas y las miserias de esta vida
de destierro».

«Destruye todo lo que en mí te desagrada e imprime en mi corazón, con el fuego


de tu santo amor, cada una de tus dolencias. Abrázame tan estrecha y dulcemente, que
jamás te deje solo en tus crueles tormentos».

«No te pido otra cosa que tu Corazón para reposar. No deseo más que participar en
tu santa agonía».

«¡Ojalá pudiese mi alma emborracharse con tu Sangre y sustentarse con el pan de


tu dolor!».

«Te quiero salvada [a una hija espiritual], porque me he hecho víctima por ti».

«La quinta máxima que debes tener siempre grabada en la mente es del apóstol San
Pablo: Mira que yo no me gloríe en otra cosa sino en la cruz de mi Jesús».

75
«Ya sé que sufres… ¿pero el sufrimiento no es acaso el signo evidente de que Dios
te ama?».

«Jesús quiere hacernos santos a toda costa».

«Podéis estar seguros de que si con el espíritu deseamos la cruz y nos abrazamos a
ella por amor de Dios, no por ello dejaremos de sentir en nuestra parte inferior la
protesta de la naturaleza que no quiere sufrir».

«Es precisamente la carne la que está enferma; pero Dios quiere el espíritu, no la
carne. Dejad, pues, que la naturaleza se resienta».

«También la humanidad de Jesús, en su agonía voluntaria, rogó que el cáliz se


alejara de ella...».

«¿Pero acaso por eso podéis concluir que el amor de Jesús a su Padre divino era
imperfecto?».

«¿Qué reo torturado, incluso admitiendo su merecimiento, no resiste la pena y su


naturaleza reclama ser liberada?».

«Si no te viera así de abatida, estaría menos contento, porque comprobaría que el
Señor te regala menos perlas».

«Jesús sólo os aflige para adornar la diadema de las perlas concedidas».

«¡Viva Jesús! Él está con nosotros y nada debemos temer».

«¡Perdóname, Dios mío! Nunca te he ofrecido nada que valga la pena y ahora, que
me alargas esta pequeñísima ocasión, lloro sin motivo. Esto es nada comparado con lo
que Tú sufriste en la Cruz».

«¡Ay de mí! ¡Me parece demasiado lejano este día! Como jadea la cierva, tras las
corrientes de agua, así jadea mi alma en pos de Ti, mi Dios. ¡Oh, qué triste es el exilio
para mi alma!... ¿Se compadecerá de mí el buen Jesús?».

«¡Qué hermoso será el mediodía que hará resplandecer el buen Dios después de la
purificación!».

76
«Sólo Dios puede dar a las almas dolores humanamente inexplicables y sostenerlas
al mismo tiempo en su aflicción, clavadas a la cruz de su Hijo».

«Él quiere tomar perfecta posesión de vuestro corazón y lo quiere traspasado de


dolor y de amor, como el suyo».

«Resígnate a beber del cáliz de Getsemaní».

«Hijo mío [Jesús al Padre Pío], necesito víctimas para calmar la justa cólera divina
de mi Padre; vuelve a ofrecerme el sacrificio de todo ti mismo y hazlo sin reticencia
alguna».

«Hijo mío [añade Jesús], no creas que mi agonía duró sólo tres horas, no. Estaré en
agonía hasta el fin del mundo a causa de las almas que tanto he colmado de favores.
Mientras dure mi agonía, hijo, no hay que dormirse. Mi alma está buscando unas gotas
de piedad humana. Pero, desgraciadamente, me dejan solo por el peso de la
indiferencia».

«No es la justicia sino el Amor crucificado que te crucifica y te quiere asociar a sus
penas amarguísimas, sin consuelo y sin otro sostén que el de las ansias desoladas».

«La lucha es penosa, pero sursum corda. Tened fija la mirada Arriba. Os reanimará
para todo el mérito del triunfo, el consuelo inefable y la gloria inmortal que circunda a
Dios».

«Quiere más estar en la cruz, que al pie de la misma; quiere más agonizar con
Jesús en el huerto, que compadecerlo. Sólo así te asemejarás más al Divino Modelo».

«No soy contrario a que te abstengas de quejarte en los sufrimientos, pero desearía
que lo hicieses con el Señor, con un espíritu filial, como lo haría un hijo pequeño con su
madre».

«No temas: después de haber sido traspasada con Jesús y puesta en su sepulcro,
verás la luz indefectible, y del Calvario pasarás al Tabor Eterno».

«El Señor me deja vislumbrar claramente, como en un espejo, mi vida futura, que
no será otra cosa que un continuo martirio».

77
«No desees bajar de esta cruz. ¡Oh, mi querida hija, esta vida es breve y las
recompensas que nos esperan en el ejercicio de la cruz son eternas!».

«¡No os asuste la cruz!».

«Te exhorto a amar a un Dios crucificado entre las tinieblas».

«Pon dulcemente tu corazón en las llagas de Nuestro Señor».

«¿Que cómo se produjo mi crucifixión?... ¡Dios mío, qué vergüenza y qué


humillación siento al tener que expresar lo que Tú hiciste en mi pobre ser!».

«Siento en lo más hondo de mí un continuo bramido semejante al de una cascada


de sangre. ¡Dios mío! El castigo ha llegado. Me someto a Tu juicio, pero sírvete de mí
para un fin de misericordia».

«Me muero de dolor a causa del tormento y de la vergüenza que siento en la


intimidad de mi alma. Temo morirme desangrado si el Señor no oye la llamada de mi
pobre corazón. Jesús, que es tan bueno, ¿me concederá esta gracia?, ¿me quitará, por lo
menos, la vergüenza que siento con estos estigmas? Levantaré mi voz hacia Él sin cesar
de confiar en su Misericordia y de pedirle que no me libre de la tortura ni del dolor, pero
sí de la vergüenza».

«Jesús me dice que en el amor es Él quien me deleita a mí y que, por el contrario,


en los dolores soy yo quien le deleita a Él».

«Ya no tengo más fuerzas para vivir. El estómago no retiene ningún alimento; todo
lo rechaza, menos las especies sagradas. Sea bendito Jesús, que en tantas aflicciones y
sufrimientos sólo Él permanece y me gobierna».

«Yo amo la cruz porque la veo siempre sobre las espaldas de Jesús».

«El Eterno, el Inmortal se anonada para sufrir un martirio sin precedentes —la
muerte infamante en la cruz— en medio de insultos, alaridos e ignominias para poder
salvar a su criatura que le ha ultrajado y se solaza como los puercos en el lodo del
pecado».

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«El hombre saborea el pecado, y Dios está triste hasta la muerte a causa del mismo.
Las angustias de una cruel agonía le hacen sudar sangre».

«Yo no puedo penetrar en este océano de amor y de dolor, oh Padre mío, sin que tu
gracia me acompañe. Ábreme el postigo para llegar hasta las más íntimas profundidades
del Corazón de Jesús, para que pueda comulgar la amargura que en el Huerto de los
Olivos le puso a las puertas de la muerte y servirle de consuelo en su aflicción».

«Deseo la muerte sólo para unirme con lazos indisolubles al Esposo celestial; pero
deseo también la vida para padecer siempre».

«Sea siempre la Cruz el lecho de nuestro descanso».

«Quisiera morir o volverme sordo, antes que escuchar tantos insultos como los
hombres lanzan a Dios».

«Ten la certeza de que, mientras duren las pruebas, el Señor te ama con
predilección y habita en el centro de tu espíritu».

«Las Sagradas Escrituras nos aseguran que un alma afligida está unida a su Dios:
Estaré a su lado en la desgracia, dice el Señor».

«El alma que teme perderse y combate mirando a Dios no se pierde y entonará el
himno del triunfo».

«Te preocupas por los enemigos de tu hermana, que se ríen de ella a sus espaldas y
la pobre sufre. Pero dime, si son enemigos, ¿qué bueno puedes esperar de ellos?
Recuerda que si ellos son sus enemigos, son también enemigos de Dios; y los enemigos
de Dios insultan a la cruz y a todos los que con el Hijo de Dios están crucificados. Eso
debería ser para ti incluso motivo de alegría, como lo es para tantas almas».

«Cuando Jesús me quiere dar a entender que me ama, me hace probar las llagas de
su pasión, las espinas, las angustias… Cuando quiere que goce, me llena el corazón de
ese espíritu que es todo fuego, me habla de sus delicias. Pero cuando quiere ser amado
Él, me habla de sus dolores, invitándome con una voz que es a la vez oración y mandato
a ofrecerle mi cuerpo para aligerarle las penas».

«El Señor, para halagarnos, nos regala muchas gracias, y nosotros creemos tocar el

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cielo con la mano. Pero ignoramos que para crecer necesitamos pan duro; es decir,
necesitamos cruces, pruebas, contradicciones».

«Dios trabaja tu alma para alcanzar su fin maravilloso, que es consumar tu


transformación en Él».

«Un día, cuando nos sea dado ver la Luz del pleno mediodía, conoceremos el valor
y los tesoros de nuestros sufrimientos terrenos».

«Aquéllos que han sentido las punzadas de la corona de espinas del Salvador, que
es nuestra cabeza, de ningún modo sienten ya otras heridas».

«¿Qué te podría decir de mí? La violencia de los dolores me vuelve mudo y


paralítico… Ruega para que mi alma no se pierda en esta terrible prueba».

«Estoy dispuesto a recibir cualquier castigo que Dios quiera darme».

«Callado, adoro y beso la mano de quien va golpeándome».

«Bendita sea la mano de Jesús que me golpea y me hace digno, a pesar de mis
escasos méritos, de sufrir por amor suyo».

«Padezco, pero no me quejo, porque es la voluntad de Dios».

«Nada deseo, excepto amar y sufrir».

«Yo no amo el sufrimiento por el sufrimiento; lo pido a Dios, lo deseo por los
frutos que aporta: da gloria a Dios, alcanza la salvación de mis hermanos en este
destierro y libra a las almas del fuego del Purgatorio».

«Jesús, perdóname si no sé sufrir cuanto debiera».

«El Calvario es el monte de los santos, pero de allí se pasa a otro monte que se
llama Tabor».

«Acuérdate de lo que sucedía en el corazón de nuestra Madre celestial al pie de la


Cruz».

80
«Desde hace tiempo voy sintiendo en mí la necesidad de ofrecerme como víctima
por los pecados y las almas del Purgatorio. Este deseo mío ha ido aumentando hasta
convertirse en una verdadera pasión».

«Más que nunca estoy satisfecho de padecer, y si no escuchara otra cosa que la voz
de mi corazón, pediría a Jesús que me diese todas las tristezas de los hombres. Si no lo
hago, es porque temo pecar de egoísta, deseando para mí la mejor parte: el dolor».

«Jesús escoge algunas almas, y entre ellas escogió la mía, para que le ayude en la
gran empresa de la salvación humana. Cuanto más sufren estas almas, más disminuyen
las penas del buen Jesús».

«Dios ha hecho que comprendiera el significado de ser víctima y, como tal, es


necesario llegar al consumatum est».

«Estoy crucificado de amor».

«Ama siempre el sufrimiento».

«Cuanto más grandes sean los sufrimientos, tanto más es el amor que Dios te da».

«Pasará, mis queridas hijas, el invierno y llegará la interminable primavera, tanto


más rica de bellezas cuanto más duras fueron las tempestades».

«Servir a Dios sin probar en la parte sensible algo de consuelo constituye la


devoción sustancial y verdadera. Eso significa servir a Dios y amarlo por amor a Él
mismo».

«Qué dulce y amargo eres a la vez, Señor. Tú hieres y sanas, llagas y salvas de la
muerte y al mismo tiempo das la vida. ¡Oh, dulces heridas! Aun siendo dolorosas,
alentáis el espíritu y lo preparáis para someterse a los golpes de nuevas pruebas».

«Jesús derramó y sigue derramando todos los días lágrimas de sangre por la
ingratitud humana».

«¡Qué cosa tan hermosa es ser víctima del amor!».

«A menudo siento miedo de morir y voy repitiendo el acto de contrición».

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«En comparación con las del cuerpo, las luchas espirituales son muy superiores».

«Jesús no te pide que lleves con él su pesada cruz, pero sí un trocito».

«Los mártires no sólo sufrieron, sino que murieron en el dolor y no encontraron a


Dios más que en la muerte».

«La prueba es durísima, pero el Señor no dejará de aligerar la cruz de vez en


cuando… El bálsamo de la Divina Misericordia endulza la amargura de la prueba».

«Desgraciadamente comprendo las angustias de tu estado: se asemejan a las del


infierno. Pero no te preocupes ni te asustes. No sé qué aconsejarte, hijita, para aliviar tu
martirio; y es inútil, porque el Omnipotente te quiere en holocausto».

«Quisiera también que durante la tempestad gritases siempre: ¡Señor, sálvame!,


para que no te hagas acreedora al reproche: Alma de poca fe, ¿por qué has dudado?».

«Déjate llevar, arrastrar y tragar por la tempestad, que en el fondo del mar
encontrarás, como Jonás, al Señor que te salva».

«Estás en la más avanzada noche, es verdad, pero el pensamiento de una aurora


reluciente y de un mediodía radiante te sostenga, te anime y te impulse a seguir
adelante».

«Agradece al Señor que te trate como un alma predilecta, que puedas seguirle de
cerca por la cuesta del Calvario».

«Lo que Dios quiere de ti es siempre justo y bueno».

«Bendice al Señor en todo lo que te haga sufrir aquí abajo. Y alégrate, porque a
cada victoria corresponde una nueva corona en el Paraíso».

«Hay que continuar viviendo, y por mucho tiempo todavía, para poder apurar
enteramente el cáliz de Getsemaní hasta las últimas gotas y exhalar el último suspiro de
vida en el Calvario entre el abandono de todo y de todos».

«La vida es un Calvario que conviene subir con alegría».

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«No deseo otra cosa de ti sino que, como una nueva María, asistas al crucificado
con tus oraciones y sufrimientos, y ofrezcas las penas de Él a la Divina Justicia para que
un día tenga misericordia de mí».

«El camino trazado por san Pablo al cristiano es el de desnudarse de los vicios del
hombre viejo, del hombre terreno, para revestirse con las virtudes enseñadas por
Jesucristo. En cuanto a desvestirse de los vicios, él dice: Mortificad vuestros miembros
terrenos».

«El santo apóstol experimentó en sí mismo la rebelión de los sentidos y de las


pasiones por las que lanzó este lamento: Soy yo mismo quien con la razón sirve a la ley
de Dios, mas con la carne, a la ley del pecado».

«¡Oh, qué dulce violencia ejerce Jesús sobre el corazón de esta alma para
permitirle su entrada en ella! Este misterio de amor sólo lo comprenderemos en plenitud
cuando estemos Arriba».

«El grano de trigo no da fruto si no sufre, descomponiéndose; así las almas tienen
necesidad de la prueba y del dolor para salir purificadas y renovadas».

«Si es deseo de Dios agregar a los aromas espirituales también los corporales, ¿no
te basta para ser más feliz en este valle de exilio?».

«¿Qué deseas tú, pues, sino que los designios divinos se cumplan en ti? Ánimo
entonces, y adelante siempre por los caminos del amor divino; estate segura de que en la
medida en que tu voluntad se someta a la de Dios, tanto más crecerás en perfección».

«Pensemos continuamente en el Cielo, nuestra verdadera patria; conservemos la


serenidad en los momentos alegres y tristes, como corresponde a un alma educada con
especial cuidado en la escuela del dolor».

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CARIDAD
«¿Dónde encontrar a Dios? La dirección es precisa: Donde hay caridad y amor, allí
está Dios». La existencia del Padre Pío no se concibe sin su incondicional entrega a Dios
y, por ende, a los demás. El fraile capuchino no hizo otra cosa durante su vida terrenal
que lo propio de un sacerdote santo: confesar, celebrar la Eucaristía, rezar el Santo
Rosario, mantener una estrecha dirección espiritual con sus hijos e hijas espirituales…
Todo por Amor de Dios, todo por caridad, olvidándose siempre de sí mismo.

Dedicaba casi las veinticuatro horas del día, pues apenas dormía, a rezar y ofrecerse
como víctima por la salvación de las almas, haciendo gala de una generosidad sin límites
propia de un alma enamorada de Cristo. «La caridad –manifestaba– es la virtud que nos
constituye en hijos de un mismo Padre que está en los Cielos». Y así era, en efecto. El
prójimo merecía para él todos los sacrificios necesarios para que retornase a Dios o
estuviese cada día más cerca de Él.

No hacía distinciones entre el prójimo: daba lo mismo que se tratase de un masón del
grado 33, como algunos a los que convirtió gracias a su encomiable perseverancia, como
de católicos tibios necesitados de un revulsivo para entregarse a Dios sin ninguna
condición.

«¿Dónde encontrar a Dios? La dirección es precisa: Donde hay caridad y amor,


allí está Dios».

«El primer movimiento de nuestro corazón es el de ir hacia Dios, que no es otra


cosa que amar su propio y verdadero bien».

«Quien ama, sufre».

«Ama la caridad más que a las pupilas de tus ojos, porque es precisamente ella la

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más querida por nuestro Maestro que con una frase totalmente divina suele llamarla mi
mandamiento».

«La caridad es la virtud que nos constituye en hijos de un mismo Padre que está en
los Cielos».

«Es tan hermosa la caridad, que el Hijo de Dios precisamente para encenderla en
nuestros corazones quiso Él mismo descender desde el seno del Padre Eterno y hacerse
semejante a nosotros para enseñárnosla y facilitar, con los medios donados por Él, el
logro de esta preclarísima virtud».

«El bien que obramos para las almas de los demás sirve también para la
santificación de la nuestra».

«Daría mil veces la vida si pudiese lograr que una sola alma rindiese al Señor una
alabanza adicional».

«Desde que el alma conoce a Dios se ve naturalmente empujada a amarlo; si el


alma sigue este impulso natural, excitada a su vez por el Espíritu Santo, ya está amando
al Supremo Bien. En consecuencia, esta alma afortunada está ya en posesión de la
hermosa virtud de la caridad».

«Pensad que nunca se crece demasiado en la bellísima virtud de la caridad».

«La primera virtud de la que tiene necesidad el alma que tiende a la perfección es
la caridad… Con razón se denomina a la caridad vínculo de perfección en la Sagrada
Escritura».

«La caridad tiene como hermanas gemelas el gozo y la paz. El gozo nace al
suspirar la posesión de lo que se ama… Para que el gozo sea perfecto y verdadero se
requiere que tenga por compañera indivisible a la paz, que actúa en nosotros cuando el
bien que poseemos es un bien supremo y seguro… Pues bien, el divino Maestro nos
asegura que vuestra alegría nadie os la podrá quitar. ¿Qué testimonio más seguro que
éste?».

«La paz del espíritu consiste esencialmente en la concordia con nuestro prójimo,
deseándole todo bien; consiste también en la amistad con Dios, mediante la gracia
santificante… Finalmente, la paz es consecuencia de haber conseguido la victoria sobre

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el mundo, el demonio y las propias pasiones».

«Ahora dime: ¿no es verdad que esta paz traída por Jesús puede conservarse bien
no sólo cuando nuestro espíritu está en la abundancia de las consolaciones, sino también
cuando el corazón está inmerso en la amargura por los rugidos y alaridos del enemigo?».

«El espíritu humano, sin la llama del amor divino, es conducido a la meta de las
bestias; y por el contrario, la caridad, el amor de Dios lo eleva tan alto que alcanza hasta
el trono de Dios».

«La vida, sin el amor de Dios, es peor que la muerte».

«Que las llamas del Divino Amor consuman en vosotros todo lo que no sea de
Jesús».

«Llevar a Dios a los enfermos vale más que cualquier otra cura».

«El deseo de unirnos a Jesús es santo».

«¡Jesús continúe con sus dones divinos, acreciente siempre la sed por su amor
celestial hasta la completa saciedad y haga partícipes a todas las almas, cuyos nombres,
por divina piedad y santa relación, están escritos en el libro de la vida eterna!».

«Quisiera amar con mayor perfección, y pese a todos mis esfuerzos para lograrlo,
siento siempre más vivo aún este deseo de amar… Dudo siempre porque me parece que
no tengo en absoluto caridad».

«Al término de cada jornada me siento siempre más consolado, relativamente se


entiende, porque veo aligerar y disminuir el peso del tiempo que me cae encima y me
separa del Sol Eterno».

«Pide a Dios que aumente siempre la santa caridad de tu corazón».

«Vivid de tal modo que el mundo pueda decir forzosamente de vosotros: Aquí está
Cristo».

«Perseverad en el amor de Dios que está por encima de todo y de todos, en el amor
al prójimo en Dios y por Dios».

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«El alma que ha escogido el amor divino no puede mostrarse egoísta en el Corazón
de Jesús, sino que debe sentir en ella arder también la caridad para con los hermanos,
que con frecuencia hace sufrir».

«Sufra, pues, tu alma por Dios y por los hermanos que no quieren saber de Él,
porque esto es el sumo agrado del Señor».

«Ama mucho a todos los hombres, pero sobre todo a quien ama a Dios mejor que
tú. Gózate porque el amor que tú no has acertado a darle a Dios, se lo dan otras almas
más queridas de Dios y a Él más fieles».

«Lo primero que debes cuidar es no litigar, no discutir con nadie; si te comportas
así, adiós paz, adiós caridad. Querer permanecer aferrada a la tenacidad del propio juicio
es fuente siempre de discordia. Contra este vicio maldito, san Pablo nos exhorta a
permanecer unánimes con un mismo afecto».

«Es necesario cuidarse también de no anteponer jamás el provecho propio al de los


demás, porque esto tiende siempre a la ruptura del buen vínculo, que es la caridad».

«El alma que tiende a la perfección en sus relaciones con el prójimo necesita
algunas virtudes, y la benignidad es la primera de todas. Gracias a ella, mediante un
comportamiento agradable, cortés, sociable y lejos de toda brusquedad, se atrae a los
demás».

«Es necesario que nos armemos también con la hermosa virtud de la


magnanimidad, que no permite al alma retroceder jamás a la hora de procurar el bien
ajeno, incluso cuando ve que el prójimo no saca provecho alguno».

«Es necesario igualmente armarse de mansedumbre, que reprime la ira, aun cuando
el alma se vea correspondida con la ingratitud, el ultraje y las ofensas».

«Nunca me he arrepentido de la dulzura empleada, pero siento remordimiento de


conciencia y tengo que confesarme cuando recurro un poco a la dureza. Sin embargo,
cuando digo mansedumbre no me refiero a la que deja pasar todo. ¡Ésa no! Sino que
aludo a la que vuelve dulce la disciplina, la cual nunca debe descuidarse».

«Pero todas estas hermosas virtudes todavía no bastan si no se añade a ellas la

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virtud de la fidelidad, mediante la cual el alma devota adquiere crédito y se asegura de
que en su obrar no exista doblez alguna».

«Los vicios con los que se puede ofender al prójimo interiormente, con el corazón,
son según nos los presenta san Pablo: ira, indignación y maldad».

«La ira es una pasión moral común también para el hombre justo, la cual de por sí
no es pecado; pero si no se sabe manejar, se vuelve pecaminosa: como sería enojarse
contra quien no corresponde antes de tiempo, o por algo que no se debe».

«La indignación es hija de la ira. Se da cuando alguien considera a otros indignos


de poseer lo que tienen y a quienes quisiera ver humillados y envilecidos con el castigo».

«La maldad, que procede tanto de la ira como de la indignación, busca a toda costa
y por todos los medios procurarle mal al prójimo».

«Se puede ofender también al prójimo exteriormente, con la lengua, de estas tres
formas: primero con la blasfemia, tanto al dirigirse a Dios con términos ultrajantes,
como al prójimo con palabras ofensivas, imprecaciones y similares; segundo, con el
discurso impuro a través del cual se muestra el fuego indecente que arde en el corazón y
que se quisiera contagiar a todos; y tercero, con la mentira, de la cual nacen los engaños,
los perjuros y otras mil patrañas que suelen dañar al prójimo».

«San Pablo no se contenta con recomendarnos paciencia para soportarnos


mutuamente, sino que él quiere también caridad. Y tiene mucha razón: puede suceder
que uno soporte pacientemente los defectos ajenos y perdone incluso las ofensas
recibidas, pero que lo haga sin mérito por falta de caridad, que es la reina de las virtudes
y las incluye a todas».

«Tengamos en gran consideración la caridad si queremos encontrar misericordia


junto al Padre celestial».

«Busca la soledad, pero sin descuidar la caridad con el prójimo».

«Faltar a la caridad es como herir a Jesús en las pupilas de sus ojos. ¿Hay algo más
delicado que la pupila del ojo?».

«No tendría dificultad en atravesarme con un puñal el corazón si así librase a

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alguien de un disgusto».

«Yo no puedo soportar ni la crítica ni el hablar mal de los hermanos».

«La murmuración me produce náuseas».

«Humildad y caridad caminan juntas: la una glorifica, la otra santifica».

«Así como en un collar un hilo retiene todas las perlas, así en la vida espiritual el
amor une a todas las virtudes. Si el hilo se quiebra, las perlas se desparraman; donde no
hay caridad las virtudes de decoloran y disipan».

«Amemos la caridad y practiquémosla; es la virtud que nos constituye en hijos de


un mismo Padre que está en los Cielos. Amemos y practiquemos la caridad, siendo ella
el precepto del Divino Maestro: en eso nos distinguiremos de la gente; amemos la
caridad y huyamos hasta de la sombra que de algún modo podría ofuscarla».

«Sí, amemos finalmente la caridad y tengamos siempre presente la gran enseñanza


del apóstol: Pues somos miembros de su Cuerpo, y que solamente Jesús es la Cabeza de
todos nosotros, sus miembros. Mostrémonos amables recíprocamente y recordemos que
todos hemos sido llamados a formar un solo cuerpo, y que si conservamos la caridad, la
preciosa paz de Jesús triunfará siempre exultante en nuestros corazones».

«Qué bello es el amor si se recibe como un don, y qué deforme si se busca y se


ambiciona».

«Pensemos en el amor que Jesús nos da y en su celo por nuestro bienestar, y


quedémonos tranquilos y no dudemos porque Él nos asistirá siempre con cuidado más
que paterno ante todos nuestros enemigos».

«Antes de que el Señor nos abandone es necesario que nosotros lo abandonemos».

«Teniendo tantos defectos que criticar en nosotros, ¿para qué perdernos en contra
del prójimo?».

«Cuántas veces, por no decir siempre, me toca exclamar ante Dios, juez inapelable,
como lo hacía Moisés: ¡O perdonas a tu pueblo o bórrame del Libro de la Vida!».

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«El hombre que superándose a sí mismo se inclina sobre las llagas del hermano
desventurado, eleva al Señor la más bella y noble oración».

«El amor de Dios sustancial es el acto de preferencia simple y desnudo con que la
voluntad antepone a Dios a cualquier otra cosa por su infinita bondad».

«La picardía y la socarronería son siempre diabólicas y causan mucho daño».

«La caridad es la medida con la que el Señor nos juzgará a todos».

«Al lado de los enfermos no basta con llevar los conocimientos científicos; es
preciso llegar a ellos también con amor. El amor se expresa con palabras. Habladles a
vuestros pacientes y llevad a Dios a sus almas. Esta será para ellos la mejor cura».

«Si faltamos a la caridad, cortamos la raíz del árbol de la vida con el peligro de que
se seque».

«En cada hombre herido en su carne está Jesús que sufre».

«¡Oh, qué sublime es la buena virtud de la caridad que nos trae el Niño Dios!
Todos tienen que llevarla en el corazón, sobre todo quienes hacen profesión de
santidad».

«El Niño Jesús te ofrece otra buena ocasión para que puedas ejercitarla. ¿Sabes de
lo que te estoy hablando? De esa pobre hija —modista— huérfana de madre… Sigue
mostrándole afecto hasta que ella pueda sentir lo menos posible la ausencia de madre.
Deseo que tú asumas el alto encargo como su tutora y madre, doble oficio que te deseo
lo ejerzas bien y con bastante escrupulosidad. Considera que tienes que tratar con un
alma simple, buena y muy amada por el Maestro Divino. Tú debes ser, en otras palabras,
su ángel de la guarda».

«En cuestiones económicas, intenta ser muy transigente y así se evitarán muchos
disgustos que hacen tanto mal y están siempre marcados con el sello de la suciedad
moral, especialmente cuando se trata de parientes. Te lo aconsejo no por justicia, sino
por caridad. Cuando un interés puede resolverse con la bondadosa conciliación, incluso
con cierta desventaja financiera, debemos evitar recurrir al rigor, a la justicia, recordando
que todos somos hijos de un Padre infinitamente misericordioso e indulgente con
nosotros».

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«Tengamos siempre presente que si el Señor nos juzgase con el rigor de la justicia,
quizá nadie llegaría a salvarse. De manera que hagamos que la justicia y la paz se besen
y esto lo conseguiremos, si a imitación de nuestro Padre celestial, tendemos siempre a
ser más misericordiosos que justos».

92
93
APOSTOLADO
«Jesús necesita salvar almas». Y la consigna del Padre Pío fue siempre muy clara y
rotunda: «¡Ayudémosle!». Igual que cualquiera de sus primeros discípulos, el Padre Pío
fue un digno apóstol de Jesús pero en los tiempos de hoy. De ahí la enorme fuerza de su
ejemplo dos mil años después.

El conocido periodista italiano Vittorio Messori definía muy bien al capuchino en


una sola pincelada: «El padre Pío es un meteorito del Medievo en pleno siglo veinte».
Aunque sería más justo añadir que también lo es en pleno siglo veintiuno, pues conozco
centenares de conversiones y/o curaciones de personas con nombres y apellidos por su
intercesión, tras leer el libro del Padre Pío que publiqué en 2010.

Todos somos instrumentos de Jesús, si aceptamos serlo naturalmente, para hacer


apostolado entre las almas. Es el mismo Jesús quien se sirve de cada uno de nosotros
para extender su Evangelio allí donde más se necesita. Y su Evangelio no es otro que su
Infinito Amor, porque Jesús nos ama a todos con locura sin excepción. ¿Cabe acaso una
prueba más fehaciente de su inefable Amor que seguir dejándose crucificar en el altar
por todos nosotros cada vez que se celebra hoy la Santa Misa? Y sin embargo,
demasiadas veces sólo sabemos corresponderle con desamor…

«Jesús necesita salvar almas».

«Con la bondad se atrae a las almas».

«No se va en carroza al Paraíso. Las almas no se compran con dinero; al Reino de


los Cielos se sube a través del sendero de la oración y del sufrimiento».

«Todo mi vivir es un vivir con Cristo en Dios, en beneficio de las almas».

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«¿Cómo puedo olvidarte a ti, que me has costado tan duros sacrificios y a quien he
engendrado para Dios entre agudos dolores?».

«Numerosas almas se alejan de Dios, fuente de vida, por el único motivo de que se
encuentran privadas de Su Palabra. La cosecha es abundante y los obreros pocos».

«No pierdas el ánimo si te toca trabajar mucho y recoger poco».

«Pobres almas las que se dejan atrapar por el torbellino de las preocupaciones
mundanas. Cuanto más aman al mundo, más crecen sus pasiones y deseos; surgen así las
inquietudes e impaciencias, los fuertes choques que destrozan sus corazones, que no
palpitan de caridad. Recemos por ellas».

«Si se nos escapan muchas almas es porque no pagamos su precio… ¡Las almas!
¡Las almas! ¡Si se supiera el precio que cuestan!».

«Se nos pedirá cuenta muy rigurosa de cada minuto, de cada acción de la gracia, de
cada ocasión que se nos presentaba para hacer el bien; la más leve transgresión de Dios
será tenida en cuenta».

«¿Quién nos dice que viviremos mañana? Levantémonos y atesoremos, porque


sólo el instante que pasa está en nuestras manos».

«No te preocupes del mañana. Piensa en hacer el bien hoy».

«¿Qué otra cosa podía desear mi alma sino llevarlos a todos a Ti, oh Señor, y
esperar con paciencia que ese fuego devorador me queme las entrañas con el deseo de
ser consumido?».

«Íntimamente suelo oír Tu voz que me solicita y me dice: ¡Santifícate y


santifica!».

«¡Cuántas almas tibias no se volverían fervorosas, cuántas almas fervientes no


serían más fervientes aún, y cuántas almas pecadoras no se tornarían penitentes al
escuchar a las almas enamoradas del Cielo proclamar los inefables efectos de la gracia
divina operados en éstas!».

«Rezo más por las almas que por mí. Es por mi indignidad, que me retrae de pedir

95
más gracias, dado que cada día las merezco menos a medida que crecen los favores del
Cielo».

«Paga siempre el mal con el bien».

«Si la oración por los demás incluyese la oración por uno mismo, ciertamente que
la más olvidada sería mi alma, y esto no porque no se reconozca necesitada de la ayuda
divina, sino porque le faltaría materialmente tiempo para presentar al Señor sus propias
necesidades».

«Suplico al Señor que acepte derramar sobre mí los castigos que aguardan a los
pecadores y a las ánimas del Purgatorio, centuplicándolas en mi persona, para que se
conviertan y se salven los pecadores y admita pronto en el Paraíso a las almas del
Purgatorio».

«No tengo ni un minuto libre. Todo el tiempo se emplea en desatar a los hermanos
de los lazos de Satanás. ¡Bendito sea Dios! Por eso os ruego que no me aflijáis más junto
con los otros en el trabajo de la caridad, porque la mayor caridad consiste en arrancar
almas atrapadas por Satanás a fin de ganarlas para Cristo. Y eso es precisamente lo que
hago día y noche».

«¡Las almas no me vienen de regalo, ni mucho menos! ¡Si supieras cuánto cuesta
un alma! ¡Las almas se compran a un precio muy caro! ¡No ignoráis vosotros lo que
costaron a Jesús! ¡Pues ahora es preciso que nosotros las paguemos con la misma
moneda!».

«Todo ministro del Señor debería siempre trabajar para la salvación de las almas;
no debería conocer jamás cansancio, no debería nunca decir: He trabajado demasiado
por las almas de los demás. Este es el espejo del verdadero sacerdote católico».

«Yo te rescaté al precio de mi sangre».

«Es el Señor quien reiteradamente me presenta a personas a las que jamás he visto
en mi vida y de las que nunca he oído hablar, con el fin exclusivo de que rece por ellas.
En tales casos me escucha siempre. Por el contrario, cuando no quiere escucharme, hace
que me olvide de rezar aun por aquellas que yo había hecho propósito firme de
encomendar».

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«Eran las 23 horas del día 18 del mes en curso [enero de 1905], cuando me
encontré lejos, en una casa señorial, donde el padre moría mientras venía al mundo una
niña. Se me apareció entonces María Santísima, diciéndome: Te confío a esta criatura;
es una piedra preciosa en bruto; trabájala, púlela, vuélvela lo más reluciente posible,
porque un día quiero adornarme con ella».

«Estas palabras me las va repitiendo Jesús cada vez que me regala nuevas cruces:
Mediante continuos y saludables golpes de buril y de un cuidadoso bruñido es como
suelo preparar las piedras que entrarán en la composición del edificio eterno».

«Si alguna vez he levantado un alma, ya puede estar bien tranquila, que no la
dejaré caer de nuevo».

«Salvad almas orando siempre».

«El dulce Jesús visite tu corazón, lo embriague de rocío celestial y haga que el
pronto y vigoroso desarrollo de sus dones en tu alma obligue a cuantos sean testigos de
tu transformación espiritual a irrumpir con el testimonio glorioso del profeta real:
Visitasti terram et inebriasti eam [Tú visitas la tierra y la haces rebosar]».

«En cada pobre está Jesús que se consume; en todo enfermo está Jesús dos veces
presente».

«El campo de batalla entre Dios y Satanás es el alma humana».

«El tiempo mejor empleado es el que se dedica a la santificación del alma del
prójimo».

«Hablar poco, obrar mucho».

«El alma puede propagar la gloria de Dios y trabajar para la salvación de las almas
mediante una vida auténticamente cristiana, orando sin cesar al Señor que venga su
reino, que su santísimo nombre sea santificado, que no nos deje caer en la tentación,
que nos libre del mal».

«Basta con que el alma quiera cooperar con la gracia divina para que su belleza
pueda alcanzar tanto esplendor, tanta hermosura como para atraer por sí misma, por
amor o estupor, los ojos del mismo Dios, según nos da testimonio la Sagrada Escritura:

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El Rey, es decir Dios, se prendará de tu belleza».

«¡Oh, Jesús! ¡Te recomiendo aquella alma! Debes convertirla. ¡Oh, Jesús! Te
recomiendo aquella persona: conviértela, sálvala. ¡Oh, Jesús! Convierte a ese hombre; te
ofrezco por él todo mi propio ser».

«¡Dios mío! ¡No le castigues! ¡También a nuestros sacerdotes, no les castigues! ¡A


nuestros superiores, ayúdalos! ¡Oh, concédele esta gracia! ¡Te he de cansar! ¡Tú debes
decir que sí! ¡Si se trata de castigar a los hombres, castígame a mí! Debes ayudar a los
sacerdotes, principalmente en nuestros días».

«¡Mándame si quieres hasta el mismo infierno, con tal de que te ame y de que se
salven todos!».

«Siento una voz que me repite sin cesar: ¡Santifícate y santifica a los demás!».

«Rogad por los pérfidos, rogad por los tibios, rogad también por los fervorosos,
pero de modo especial rogad por el Romano Pontífice, por todas las necesidades
espirituales y temporales de la Iglesia, nuestra tierna Madre».

«Ten gran compasión de todos los pastores, predicadores y directores de almas…


Ruega a Dios por ellos para que, salvándose ellos mismos, procuren fructuosamente la
salvación de almas».

«Bendigo de todo corazón la obra de catequizar a los niños, que son las flores
predilectas de Jesús».

«Vivo en la angustia más angustiada, no ya por no poder encontrar a mi Dios, sino


por no poder ganar a todos los hermanos para Dios. Sufro y busco en Dios la salvación
para ellos… ¡Qué terrible cosa es vivir del corazón! Esto obliga a morir en cada uno de
los momentos y de una muerte que no llega nunca a hacerme morir, sino para vivir
muriendo y muriendo vivir».

«Si sé que hay una persona afligida en el alma o en el cuerpo, ¿qué no haría yo
ante el Señor para verla libre de sus males? Con gusto cargaría con todas sus aflicciones
para verla marchar salva, y daría en su favor los frutos de esos sufrimientos si el Señor
me lo permitiese».

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99
MARÍA
«Recemos juntos para que Dios nos conceda la gracia de amar a María». La
devoción del Padre Pío a la Santísima Virgen fue siempre proverbial, convencido de que
Ella tenía el billete de entrada al Paraíso.

Llegaba a rezar treinta y cuatro Rosarios completos al día por una gracia
especialísima, mientras confesaba hasta dieciocho horas diarias y se «paseaba por el
mundo», como él mismo decía, gracias a su don de la bilocación (la posibilidad de estar
en dos lugares distintos al mismo tiempo).

El Padre Pío denominaba «el arma» al Rosario, pues sabía que con él se combatía
con éxito al demonio y se lograban alcanzar gracias para las almas que la propia Virgen
Santísima administraba como mejor le parecía. «Rezad el Rosario todos los días y Ella lo
pensará todo», animaba a sus hijos el Padre Pío. Fue María, precisamente, en su
advocación de la Virgen de Fátima, quien le curó cuando estaba desahuciado por los
médicos a causa de una pleuritis exudativa, en agosto de 1959. Desde el mismo lecho de
su celda número 5, el Padre Pío podía contemplar una bella imagen de Nuestra Señora de
las Gracias. Nada más empezar el día, se encomendaba a Ella para que le ayudase a ser
muy fiel en todo momento a Jesús.

«Recemos juntos para que Dios nos conceda la gracia de amar a María».

«¡Amad a la Virgen y hacedla amar! Rezad el Rosario, rezadlo siempre. ¡Rezadlo


cuantas veces podáis! El Rosario es la oración que hace triunfar sobre todo y a todos.
Ella, María, nos lo ha enseñado así, lo mismo que Jesús nos enseñó el Padrenuestro».

«¡Para entrar en el Paraíso se requiere algo muy importante! Hay que contar con el
billete de acceso a la Santísima Virgen. Si esto se consigue, lo hemos conseguido todo.
Ella es la Puerta del cielo. Y el billete que te permite el ingreso en el cielo es el Santo

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Rosario».

«¡Cómo! ¿Es que no sabes que las gracias las consigue la Virgen María?».

«Rezad el Rosario todos los días y Ella lo pensará todo».

«Tienes que saber que nunca podremos llegar a Jesús, fuente de agua viva, sin
servirnos del canal, que es la Virgen. Jesús no viene a nosotros si no es por medio de la
Virgen».

«El Espíritu Santo volcó su Amor en la Virgen, porque Ella era la única digna y
capaz de recibirlo en esa medida, la única que podía acercarse a Dios con la pureza de la
paloma y conocerlo y amarlo de verdad».

«¡Oh, María, ayuda de los cristianos, reza por nosotros a Jesús para que nos haga
santos!».

«María hermosee y perfume continuamente tu alma con nuevas virtudes y te


proteja con su amor maternal. Mantente cada vez más unida a la Madre del Cielo, porque
Ella es el mar a través del cual se alcanzan las playas de los esplendores eternos en el
reino de la aurora».

«Imitemos a María en su santa humildad y en su discreción. Que Ella nos haga


sentir todo su amor. Abandonémonos en la manos de la Madre celestial para alcanzar el
bienestar y la paz».

«Que María transforme en alegría todos los dolores de tu vida».

«Ofrezco al Señor mi pobre vida por las manos de mi querida y bella Virgen».

«Que María convierta en gozo todos los dolores de tu vida».

«María sea como un ancla a la que debes unirte siempre más estrechamente en el
tiempo de la prueba».

«¡María, Madre dolorosa, déjame seguir a Jesús y comulgar íntimamente su Pasión


y tu dolor!».

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«Que María, Madre de Jesús y Madre nuestra, te dé inteligencia sobre todo lo que
encierra el gran secreto del dolor cristianamente soportado, y te obtenga toda la fuerza
para poder ascender hasta la cima del Calvario cargando con la propia cruz».

«Abandonémonos como niños en los brazos de nuestra Madre celestial».

«Cuando se pasa delante de una imagen de la Virgen hay que decir: Te saludo,
María. Saluda a Jesús de mi parte».

«Si no existiese la fe, los hombres te llamaríamos diosa».

«Que la Virgen clemente y piadosa siga alcanzando de la inefable bondad del


Señor la fuerza para sobrellevar hasta el final tantas pruebas de amor».

«María convierta en gozo todos los dolores de tu vida».

«[A María Inmaculada] Abismo de gracia y de pureza. Tabernáculo del Altísimo.


Mujer revestida de luz. Maravilla incomparable del Creador. Receptáculo de los secretos
divinos. Encantadora paloma…».

«¡Alabado sea Dios, que ha puesto la fuente de mi salud y la garantía de la victoria


en manos de nuestra Madre celestial! Protegido y guiado por tan tierna Madre, seguiré
combatiendo hasta que Dios quiera, seguro y lleno de confianza en que con Ella jamás
sucumbiré».

«Ella brota como un rayo de luz del pensamiento de Dios. Ella brilla como estrella
de la mañana sobre toda la creación».

«Ella sola es capaz de captar los torrentes de amor derramados del Corazón de
Dios. Ella sola es digna correspondencia a ese Amor».

«¡Madre dulcísima, haz que yo Le ame! ¡Vierte en mi alma el amor que abrasó la
Tuya! ¡Purifica mi alma para que pueda adorarle en espíritu y en verdad! ¡Purifica mi
cuerpo para que le sirva de tabernáculo vivo!».

«¡Madre Mía purísima, inmaculada, ten piedad de mí! Que tu mirada maternal me
levante, me purifique y me eleve hasta Dios».

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«Debes recordar que si hoy te encuentras en el buen camino es por aquella gracia
que la Virgen de Pompeya te concedió… Acuérdate, te lo repito, de esa gracia y cree
pues que fue el primer vínculo que desde entonces te ligó a Jesús».

«Que la Virgen embellezca y perfume siempre tu alma con nuevas virtudes y te


proteja con su amor maternal».

«La Virgen Dolorosa te acompañará y te servirá de dulce inspiración… Ella nos


quiere bien, nos ha dado a luz en el dolor y en el amor».

«La Virgen Dolorosa nos obtenga de su santísimo Hijo que penetremos cada vez
más en el misterio de la cruz y nos embriaguemos con Ella de los padecimientos de
Cristo».

«Ahora me parece penetrar en lo que fue el martirio de nuestra Madre amadísima,


cosa que no me había sido posible antes. ¡Oh, si los hombres ahondasen en este misterio!
¿Quién podrá comprender a nuestra tan querida Corredentora? ¿Quién le negaría el título
de reina de los mártires?».

«Esforcémonos por tener siempre delante a esta bendita Madre y por caminar
siempre junto a Ella, pues no hay otro camino que conduzca a la Vida sino el que Ella ha
recorrido».

«Madre dulcísima de los sacerdotes, Medianera y Dispensadora de todas las


gracias».

«Por aquel sí pronunciado por María Santísima, el mundo obtuvo la salvación».

«Esforcémonos también nosotros, como tantas almas escogidas, en ir siempre


detrás de esta bendita Madre, caminando siempre cerca de Ella, pues no hay otro sendero
que conduzca a la Vida que no sea el que tomó nuestra Madre; no rechacemos este
camino los que anhelamos llegar a la meta».

«¡Madre dulcísima, haz que te ame! ¡Derrama en mi alma ese amor que ardía en la
tuya!».

«¡Muchacho, búscame el arma, dame el arma! [el Santo Rosario]».

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«Cada día rezo no menos de cinco rosarios completos… Bueno, a mi superior debo
decirle la verdad: he rezado treinta y cuatro».

«Quisiera tener una voz tan fuerte que pudiera con ella invitar a todos los
pecadores a amar a María. Pero como eso no es posible, he rogado y seguiré rogando a
mi ángel custodio para que cumpla por mí este deber».

«¡Cuántas veces he confiado a esta Madre las penosas ansias de mi corazón agitado
y cuántas veces Ella me ha consolado! En mis grandes aflicciones, al no tener ya madre
en esta tierra de angustias, no puedo olvidar que tengo una muy amante y misericordiosa
en el cielo. ¡Pobre Madrecita mía! ¡Cuánto me quiere!».

«¡Con qué cuidado me ha acompañado hasta el altar esta mañana! ¡Parecía que no
tenía que pensar en otra cosa sino sólo en mí, a fin de llenar mi corazón de santos
afectos!».

«En el momento de tomar la Sagrada Especie del Pan, me invadió de arriba abajo,
en toda la extensión de mi ser, una luz súbita, y vi claramente a la Celestial Señora con
su Hijo, Niño pequeño en sus brazos, y me dijo: ¡Estate tranquilo! ¡Nosotros estamos
contigo! ¡Tú nos perteneces y nosotros somos tuyos! Oído esto, ya no vi nada más».

«Cuando me encuentro en presencia de la Virgen y de Jesús, siento como si me


abrasara un puro fuego; me siento estrechamente unido al Hijo de Dios, por medio de su
propia Madre, sin ver cómo son las cadenas que me atan a ellos tan estrechamente; mil
llamas me consumen; siento como si muriese de continuo y, sin embargo, ¡vivo!».

«¡Oye, Mammina! No me importa que me mires así. Yo ya te quiero bien, más que
a todas las criaturas del cielo y de la tierra. Después, se entiende, de Jesús. ¡Pero te
quiero mucho!».

«María sea la estrella que os ilumine el sendero, os muestre el camino seguro para
llegar al Padre celestial; sea ella como el áncora a la cual debéis siempre uniros
estrechamente en el tiempo de la prueba».

«Que la Virgen nos caldee de amor de hijos hacia el Vicario de Cristo en la tierra,
y nos muestre un día a Jesús en el esplendor de su gloria».

«No os entreguéis de tal manera a la actividad de Marta, que lleguéis a olvidar el

104
silencio y la entrega de María. La Virgen, que tan bien encarna a una y otra, os sirva de
modelo y os inspire».

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ÁNGEL CUSTODIO
«¡Qué consolador es saber que estamos siempre bajo la custodia de un espíritu
celestial que no nos abandona ni siquiera en la acción que desagrada a Dios!». El ángel
de la guarda del Padre Pío era su más eficaz mensajero cuando no podía advertir a
alguien de algo importante o cuando deseaba recibir recados de personas que residían en
otras ciudades. Era tal la confianza depositada en él, que siempre recurría a sus «alas»
cuando lo necesitaba y jamás le fallaban.

¿Quién no se ha encomendado a su ángel custodio para algo tan peregrino como


encontrar un sitio donde aparcar el coche? Y en muchos casos ha dado resultado para
quienes creemos a pies juntillas en la Causalidad, con mayúscula, en lugar de la
casualidad.

En cierta ocasión, monseñor Pierino Galeone, hijo espiritual del Padre Pío que leyó
mi alma en confesión, le hizo una confidencia al capuchino mientras celebraba la Santa
Misa. Cuando terminó la celebración, don Pierino, habiendo olvidado el encargo
efectuado a su ángel custodio, le comentó aquello mismo y entonces el Padre Pío le
replicó: «¿Es que no sabes que ya me lo ha dicho tu ángel de la guarda?». La devoción al
ángel de la guarda es propia de todos los santos y de quienes aspiran a serlo.

«¡Qué consolador es saber que estamos siempre bajo la custodia de un espíritu


celestial que no nos abandona ni siquiera en la acción que desagrada a Dios!».

«Tengamos la buena costumbre de pensar siempre en él. Que a nuestro lado hay un
espíritu celestial que, desde la cuna hasta la sepultura, no nos deja ni un instante, que nos
guía, que nos protege como un amigo, como un hermano, que también debe consolarnos
siempre, especialmente en las horas más tristes para nosotros».

«Tú defiéndete —me dice el ángel custodio—; ahuyenta y desprecia siempre las

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malignas insinuaciones, y donde tus fuerzas ya no te alcancen no te aflijas, amado de mi
corazón, porque yo estoy junto a ti».

«Si la misión de nuestro ángel custodio es grande, la del mío es sin duda más
grande aún, debiendo hacer las veces de maestro para mí, enseñándome otros idiomas».

«¿A quién puede temer el alma devota que se preocupa por amar a Jesús teniendo
siempre consigo a semejante guerrero insigne?».

«¿No fue él quizás uno de tantos ángeles que junto al arcángel san Miguel
defendieron en el Paraíso el honor de Dios frente a Satanás y todos los otros espíritus
rebeldes, reduciéndolos finalmente a la perdición y relegándolos al infierno?».

«Él sabe que aún es poderoso contra Satanás y sus satélites, y que su caridad no ha
disminuido y ya nunca podrá dejar de defendernos».

«¡Si todos los hombres supiesen comprender y apreciar este gran don de Dios, en
la abundancia de su amor por el hombre, al asignarnos a este espíritu celestial!».

«Repite con frecuencia la hermosa oración: Ángel de Dios, custodio mío,


designado por la bondad del Padre celestial, ilumíname, custódiame, guíame ahora y
siempre».

«Recuerda a menudo su presencia: es necesario fijarlo con el ojo del alma.


Agrádale y ruégale. Él es tan delicado y sensible… respétalo. Teme constantemente
ofender la pureza de su mirada».

«Este ángel bueno reza por nosotros: le ofrece a Dios todas las buenas obras que
hacemos, nuestros deseos santos y puros».

«Que tu ángel te muestre siempre el camino recto que conduce a Dios y que
bendiga siempre a la Santa Tríada por ti».

«Cuando nos parezca estar solos y abandonados, no nos quejemos de no tener un


alma a la que poder abrirnos y confiar las penas».

«Por caridad, no olvidemos a este compañero invisible, siempre presente para


escucharnos, siempre dispuestos a consolarnos. ¡Qué deliciosa intimidad! ¡Qué feliz

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compañía!».

«¿Crees en tu ángel de la guarda?... ¡Mira bien, está ahí y es muy bello!».

«Nunca hubiese podido sospechar ni por lo más remoto que se trataba de una
trampa de Barba Azul [el demonio] si mi ángel no me hubiera desvelado la superchería».

«¡Cuántos favores nos hace nuestro ángel de la guarda sin que nos demos cuenta y
sin que lo sepamos!».

«Conviene no olvidar jamás al ángel de la guarda y encomendarse a él, a quien tan


a menudo hemos hecho llorar por no seguir sus inspiraciones, que eran, a fin de cuentas,
la voluntad de Dios».

«¡Ángel custodio, frena todas mis facultades para que jamás se desvíen de mi Jesús
doliente!».

«Jamás olvides que el ángel de la guarda está siempre contigo y que nunca te
abandona ante cualquier error que puedas cometer. ¡Oh, inefable bondad de este nuestro
ángel bueno! Él nos libre de futuras infidelidades».

«¿Cuál será la consolación cuando, en el momento de la muerte, tu alma vea a este


ángel tan bueno que te acompañó a lo largo de la vida y que fue tan generoso con
cuidados maternales? ¡Oh, que este dulce pensamiento te haga cada vez más aficionada a
la cruz de Jesús, pues esto es precisamente lo que desea este buen ángel».

«¡Oh, santo y saludable pensamiento el de querer ver a nuestro buen ángel».

«Recurre con frecuencia a la ayuda de tu ángel de la guarda».

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ALEGRÍA
«Conserva un espíritu de santa alegría». La alegría caracteriza a los Hijos de Dios. Es
imposible estar triste si permanecemos cerca de Dios, pues la tristeza es propia del
espíritu orgulloso que rechaza el Amor Supremo dejándose caer en brazos de Satanás, el
ángel soberbio que gobierna el Infierno donde ninguna rodilla se dobla ante la sola
mención del Todopoderoso.

Si alguna vez nos invade la tristeza, el Padre Pío nos invita a revivir la tremenda
angustia de Jesús en el Huerto de Getsemaní y a ofrecer la nuestra al Divino Padre en
señal de reparación.

El Padre Pío hacía gala siempre que podía de su buen humor y le gustaba contar
chistes sanos. No olvidemos que el demonio carece de buen humor, que siempre está
enfadado, y que sólo le gustan los chistes verdes. Aunque sólo fuera por eso, merece la
pena vivir la santa alegría a la que alude el Padre Pío.

«Cuando al caer el día te asalte la tristeza –advierte el capuchino-, debes reactivar


más que nunca tu confianza en Dios, humillarte ante Él, y expandir tu alma en alabanzas
y bendiciones al Padre celestial». Justo lo que tanto detesta el demonio, incapaz de
humillarse ante Dios por toda la Eternidad. Sólo el alma sencilla y humilde permanece
alegre.

«Conserva un espíritu de santa alegría».

«La tristeza es la muerte lenta del alma».

«No te abandones a la tristeza, porque el Señor está siempre con nosotros».

«No permitáis que en vuestros corazones entre la tristeza, que contrasta con el

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Espíritu Santo difundido en vosotros».

«Si aun así nos empeñamos en entristecernos, hagámoslo de manera que nuestra
tristeza sea santa, viendo el mal que se va expandiendo cada vez más por la sociedad
moderna. ¡Oh, cuántas pobres almas apostatan cotidianamente de Dios, nuestro Bien
Supremo!».

«Alegrémonos, pues llegará un día, y yo lo espero, en el que nuestro corazón no se


desgarrará por el remordimiento cruel de no amar suficientemente al dulce Señor».

«Te ruego que estés siempre contento».

«Cuando te sientas asaltada por la melancolía, trasládate con el pensamiento a


aquella noche fatal en la que el Hijo de Dios, en la soledad de Getsemaní, comenzó la
obra de la Redención y ofrece al Padre divino tus angustias junto a las de Jesús… Si
después de esto persiste la melancolía, recurre a las tareas manuales, busca distraerte.
Puedes entonar alguna canción alegre, invitando, si te es posible, a otras personas a
hacerte compañía».

«No debes desanimarte ni entristecerte si tus obras no te salen con la perfección


que buscaba tu intención. ¡Qué quieres! Somos frágiles, somos tierra y no todo terreno
produce los mismos frutos tal y como quiere el Sembrador».

«Cuando al caer el día te asalte la tristeza, debes reactivar más que nunca tu
confianza en Dios, humillarte ante Él, expandir tu alma en alabanzas y bendiciones al
Padre celestial».

«Aleja tu pensamiento de los objetos que te causan tristeza, rechaza todos esos
pensamientos como solemos apartar las tentaciones contra la santa pureza. Además no
debes detenerte en esos pensamientos que te afligen. Yo deseo que practiques esto; es
más, casi te diría (si es que no te desagrada) que todo esto te lo impongo, te lo ordeno».

«Procura focalizar tu intelecto en los objetos alegres, pensando en la bondad del


Padre celestial al darte a su Hijo Único, en la hermosura de nuestra santa fe, en la
felicidad reservada en el Paraíso, en la resurrección, en la ascensión de Jesús, en la gloria
de que goza en el Paraíso y que un día, si permanecemos fieles, también nos ha
reservado».

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«Que todas tus conversaciones sean santas y sobre temas alegres».

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DIRECCIÓN ESPIRITUAL
«A medida que se avanza en los caminos del Señor, siempre se va experimentando
una mayor necesidad de recurrir a la dirección espiritual». El Padre Pío mantenía la
dirección espiritual hasta por carta. Gracias a ello, precisamente, podemos reproducir
ahora algunos de sus valiosos consejos a sus hijas espirituales, que figuran en su
Epistolario, el cual se incorporó luego al proceso de canonización.

El fraile de los estigmas predicó con el ejemplo, pues mantuvo una dirección
espiritual desde que se decidió a dedicar su vida entera a Dios. Mediante la dirección
espiritual, aprendió a cultivar en todo momento la virtud de la obediencia, de la que hizo
voto cuando tomó los hábitos, junto con la pobreza y la castidad.

La dirección espiritual es crucial para cualquier alma que desee crecer en el Amor a
Dios; y un requisito indispensable para el director espiritual es que se mantenga fiel a la
Doctrina de Cristo sin concesiones ni lagunas de ningún tipo. Sólo así es posible para un
católico practicante confiar a un sacerdote lo más valioso que tiene: su propia alma. Y
entre tanto, como advierte el Padre Pío, el enemigo tratará de impedir el provecho del
alma, limando la confianza filial que todo dirigido debe tener en su director. Nada como
estar preparado.

«A medida que se avanza en los caminos del Señor siempre se va experimentando


una mayor necesidad de recurrir a la dirección espiritual».

«Obedece y no te equivocarás nunca: El obediente cantará victoria, nos dice el


Espíritu Santo; obedece y no tendrás que dar cuentas al Señor de lo que haces por
obediencia».

«Obedecer a los superiores es obedecer a Dios».

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«Sin obediencia no hay virtud; sin virtud no hay bien; sin bien no hay amor; sin
amor no hay Dios: y sin Dios no hay Paraíso».

«Obedeced prontamente. Para lograr obedecer, imaginad que obedecéis a Nuestro


Señor».

«Gracias a Dios, yo estoy dispuesto a obedecer cualquier orden que me notifiquen


mis superiores. La voz de ellos es para mí la voz de Dios, a quien quiero dedicar mi fe
hasta la muerte; y con su ayuda, obedeceré cualquier orden por muy penosa que pueda
resultar a mi miseria».

«Ofreceré muchas Misas con el fin de recibir la luz del Espíritu Santo para resolver
y guiarte bien a la perfección a la cual eres llamado».

«En la historia de la santidad a veces sucede que el elegido por Dios es objeto de
incomprensiones. Cuando esto ocurre, la obediencia es para él un crisol de purificación,
camino de progresiva identificación con Cristo y fortalecimiento de la auténtica
santidad».

«Para impedir el provecho de tu alma, el enemigo quiere hacerte abandonar la


confianza filial que todo dirigido debe tener en su director».

«Habiendo logrado su objetivo, el enemigo se ha asegurado la victoria, porque el


alma privada de la guía caerá en todo vicio, incluso en el más abominable. Se cegará de
tal forma que nada podrá desviarla de la senda de perdición que recorre. Esa alma llegará
a tal punto, que se creerá que no tiene más necesidad de ayuda, incluyendo la de Dios».

«¡Sabe el buen Dios cuánta fuerza necesito para tener que llamar al orden a un
alma!».

«Hija mía, escríbeme siempre con entera confianza de hija y no me ocultes nada...
El alma que ama a otra alma quiere estar en ella y tener conocimiento de todo su interior.
¿Cuánto más un padre que representa a Dios por partida doble? Por tanto, cada vez que
me escribas, ábreme tu espíritu como un libro, de modo que yo pueda leer hasta los
puntos y las comas».

«No me basta, para tu acertada dirección, conocer el estado general de tu alma,


sino que quiero saber también lo que en ella va sucediendo de nuevo y accidental. Si

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estuvieras bien persuadida del afecto santo que te profeso en el Señor y del fuego que me
abrasa el alma por tu santificación, no hubiera juzgado necesario hacerte esta
observación».

«Quieres que te diga cada cuánto tiempo me has de escribir: cuando quieras y lo
necesites. Por lo menos cada veinte días, contándomelo todo, sin callar nada. El director
debe estar informado de todo, de los dolores y de las alegrías».

«Tendré contigo toda la caridad de que rebosa el corazón de un padre».

«Ni llamo a nadie ni rechazo a nadie».

«Si alguna incomodidad me causase dirigirte espiritualmente, no será nunca


demasiado trabajar por la santificación de un alma comprada a tan alto precio por el Hijo
de Dios».

«De buena gana os acojo como a mis hijos espirituales, pero a condición de que os
portéis siempre bien, que no me obliguéis a hacer un mal papel delante de Dios y de los
hombres, que seáis ejemplo de vida cristiana. De lo contrario, también yo sé emplear el
látigo».

«Si fuera posible, querría conseguir del Señor solamente esto: Si me dijese Vete al
Paraíso, yo pediría esta gracia: Señor, no me dejes ir al Paraíso mientras el último de
mis hijos, la última persona encomendada a mis cuidados sacerdotales, no haya ido
delante de mí».

«He pactado con el Señor que, cuando mi alma se haya purificado en las llamas del
Purgatorio haciéndose digna de entrar en el Cielo, yo me coloque a la puerta y no pase
dentro hasta que no haya visto entrar al último de mis hijos e hijas».

«¡Temo que su largo silencio sea un lazo del enemigo! Guárdese bien de sus
asechanzas. Ni lo atienda siquiera. Y no me tache de importuno si le testimonio tanta
solicitud y me preocupo por su alma. Recuerde que yo la consagré esposa de Jesús… Por
el amor del Cielo, recuerde que contraje un deber estricto de velar sin desmayos por
usted… Desgraciado de mí si faltase a ese deber».

«Os suplico, por la mansedumbre de Jesús y por las entrañas de la Divina


Misericordia, que jamás os entibiéis en el camino del bien y que nunca despreciéis mis

115
consejos».

«Por amor de Dios, no hagáis estéril la gracia del Señor que os ha sido dispensada
en abundancia por los sacramentos. Estad siempre alerta y olvidad vuestro pasado;
esforzaos en progresar sin desmayos en la caridad, dilatad vuestro corazón en una gran
confianza para recibir los dones que el Espíritu Santo está siempre dispuesto a difundir
en vuestra alma».

«Lancemos siempre buen grano, que nada nos descorazone… y cuando este grano
germine en el calor y se convierta en trigo, velemos mucho para que no lo ahogue la
cizaña».

«La angustia es un mal mucho mayor que el mismo mal… ¡Caminad con sencillez
por los senderos del Señor y no torturéis vuestras almas! Tened para vuestros defectos un
horror santo y sereno, y no esa saña fastidiosa e inquieta que no hace sino cebarlos».

«Santidad significa ser superiores a nosotros mismos; significa victoria perfecta


sobre todas nuestras pasiones; significa desprecio real y constante de nosotros mismos y
de las cosas del mundo, hasta el punto de preferir la pobreza a la riqueza, la humillación
a la gloria, el dolor al placer».

«La santidad es amar al prójimo como a nosotros mismos y por amor de Dios. La
santidad, en este punto, es amar incluso a quien nos maldice, nos odia, nos persigue, y
hasta hacerle bien. La santidad es vivir humildes, desinteresados, prudentes, justos,
pacientes, caritativos, castos, mansos, laboriosos, cumplidores de los propios deberes…
Sólo la santidad tiene en sí la virtud de transformar al hombre en Dios».

«De ahora en adelante no volveré a ser condescendiente, dulce, como lo fui en el


pasado; sino que por voluntad de Dios me veréis severo, áspero, rudo, hasta impresionar
a muchos y escandalizarlos… No siempre obraré así, porque el que nace redondo no
puede morir cuadrado. Por temperamento yo no soy así, pero de cuando en cuando
haremos ese sacrificio por amor de Dios… Mi madre no me pudo hacer más dulce, pero
tampoco más duro».

«Sé dócil y obediente y no des lugar a la tristeza porque si te pierdes tú, lo que
Dios ya no permitirá más, implicaría para mí, según el compromiso asumido con Jesús
sobre ti, mi propia condenación».

116
«Todo me es conocido, tu vida y tu interior, y todo por divina misericordia… Cree
en mí que te hablo con toda sinceridad, sin equivocarme y sin doblez».

«Tú no me has abierto jamás tu interior, ni nunca nos hemos conocido


personalmente; pero el piadoso Señor me manifiesta tu interior para que te santifiques y
pueda consolarte en tus aflicciones...».

«¿Quién si no me pudo haber dicho lo que sabía de tu espíritu incluso en su parte


más secreta, escondida a todas las criaturas y sólo evidente para Dios en todo y a ti
misma en parte?».

«¡Sólo Dios sabe cuánto me interesa tu santificación y tu continuo provecho en los


caminos del Señor!».

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OTRAS PERLAS
«Te suplico, por la mansedumbre de Jesús y por las entrañas de Misericordia del
Padre Celestial, que no te enfríes nunca en el camino del bien». Con las perlas del Padre
Pío para el alma podrían confeccionarse preciosos collares con los que adornar un sinfín
de almas.

A modo de eslóganes, consignas o consejos, como se prefiera, el santo de los


estigmas nos ayuda a acercarnos a Dios, que es al fin y al cabo la misión de un santo:
interceder por nosotros allí Arriba. Y el Padre Pío lo hace de mil amores mediante frases
sencillas e inspiradas sin duda, como esta otra: «Reflexiona sobre lo que escribes, porque
el Señor te pedirá cuentas de ello. ¡Estate atento, periodista!».

«Todo se paga; antes o después, todo se paga», repetía el Padre Pío. Persuadidos de
esta gran verdad, Dios quiera que este humilde libro para la oración haga reflexionar a
muchas almas sobre lo más importante que está en juego: la propia salvación por toda la
Eternidad. El Padre Pío sabía muy bien que nadie tiene asegurada aquí, en la tierra, su
salvación y que al Cielo se entra por la puerta angosta, estrecha, y no por la ancha que
conduce a la condenación. Es por ello que nos anima a seguir sus consejos.

«Te suplico, por la mansedumbre de Jesús y por las entrañas de misericordia del
Padre Celestial, que no te enfríes nunca en el camino del bien. Corre siempre y no
quieras jamás detenerte, sabiendo que en este camino estarte quieto equivale a volver
sobre tus propios pasos».

«¡Corre y no te canses: el Señor guía tus pasos para que no te caigas en el camino!
¡Corre, porque el camino es largo y el tiempo bastante breve! Corre, corramos todos de
modo que al término de nuestro viaje podamos decir con el santo apóstol: Porque yo
estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He
competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la

118
fe».

«Quiero vivir y morir en la Iglesia».

«¡Siempre adelante con renovado entusiasmo!».

«Pelea hasta el extremo en el buen combate, ya que Jesús te dará la fuerza; es más:
Él está contigo y combatirá también por ti para que puedas superar todo».

«Ánimo siempre, que no tardará en aparecer un buen mediodía sobre el cielo de tu


alma».

«Miserables las naciones con las que el Señor ya no habla, ni siquiera con la
pacífica indignación, porque es señal de que han sido rechazadas por Él, abandonadas a
su propia ceguera y endurecimiento. Sobre vosotras, miserables naciones, se ha
cumplido lo que Dios había dicho por medio del profeta Ezequiel: Desahogaré mi furor
en ti; luego mis celos se retirarán de ti, me apaciguaré y cesaré en mi cólera».

«Dios enriquece el alma que se vacía de todo».

«Cuando Dios os conceda un favor, dirigid hacia Él vuestra sincera gratitud. Lo


mismo que Cristo, después de resucitar a Lázaro, dio las gracias: Padre, te doy gracias
por haber escuchado mi ruego».

«Tengamos bien esculpido en la mente lo que dice Jesús: en nuestra paciencia


poseeremos nuestra alma».

«Muertos son los que viven alejados de Dios».

«¿Cómo puede llamarse muerto al que ha alcanzado la Vida, la Eternidad?».

«Te recomiendo de modo particular la práctica de la dulzura».

«¡Ay de los que no son honrados! No sólo pierden todo respeto humano sino que,
además, no pueden ocupar ningún cargo civil».

«Reflexiona sobre lo que escribes, porque el Señor te pedirá cuentas de ello.


¡Estate atento, periodista!».

119
«Recordad que el matrimonio comporta obligaciones difíciles que sólo la gracia de
Dios puede hacer fáciles».

«La abnegación más importante se practica en el hogar doméstico».

«A la educación de la mente, mediante buenos estudios, procurad unir siempre la


educación del corazón y de nuestra santa religión».

«En todos los acontecimientos humanos aprende a distinguir la voluntad divina».

«Amad vuestra voluntad cuando es conforme a la de Dios».

«La sabiduría consiste en desconfiar de uno mismo».

«Recemos mucho por las almas del Purgatorio».

120
FUENTES CONSULTADAS
El autor ha tenido acceso a la Positio, donde se resumen los 104 volúmenes del
proceso diocesano de canonización del Padre Pío; y en concreto, para este nuevo trabajo
ha consultado el volumen III/2, que contiene el epistolario del Padre Pío dividido en tres
períodos: mayo de 1909-febrero de 1916, febrero de 1916-septiembre de 1918, y
septiembre de 1918-mayo de 1922.Además de la Positio, se ha manejado la siguiente
bibliografía:

CALBUCCI, M., La Passione di Padre Pio, Bologna, 1956.


CURCI, Giuseppe, L’innamorato della Madonna, Napoli, 1969.
CHIRON, Yves, El Padre Pío, el capuchino de los estigmas, Palabra, Madrid, 2006.
DA BAGGIO, Giovanni, Padre Pio visto dall’interno, Firenze, 1970.
DA RIESE, Fernando, El Santo Padre Pío, un crucificado sin cruz, Editorial Centro
de Propaganda, Madrid, 2009.
DE POBLADURA, Melchor, En la escuela espiritual del Padre Pío de Pietrelcina,
Gráficas Celarayn, León, 1983.
DE ROSSI, G., Padre Pio da Pietrelcina, Roma,1926.
DEL FANTE, Alberto, De la duda a la fe, Anonima Arti Grafiche, Bolonia, 1949.
DUBOIS, Jean-Dominique, El Padre Pío, Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 2004.
FERNANDO DA RIESE PÍO X, Padre Pio da Pietrelcina, Ediciones Padre Pío de
Pietrelcina, San Giovanni Rotondo, 1984.
GIGLIOZZI, G. I monili dello Sposo, Subiaco, 1958.
HAMEL, René, Con el Padre Pío, Vergara Editorial, Barcelona, 1957.
MORCALDI, FRANCESCO, San Giovanni Rotondo nella luce del francescanesimo,
Parma, 1961.
NAPOLITANO, Francisco, Padre Pío, el estigmatizado, Ediciones Padre Pío de
Pietrelcina, San Giovanni Rotondo, 2004. Segunda edición corregida y actualizada por
fray Elías Cabodevilla.
PANDISCIA, Antonio, Padre Pío, San Pablo, Buenos Aires, 2010.
DA CASACALENDA, Paolino, Le mie Memorie intorno a Padre Pio, Ediciones

121
Padre Pío de Pietrelcina, San Giovanni Rotondo, 1954.
PEDRIALI, G., Una figura del nostro tempo. Padre Pio da Pietrelcina, Roma, 1952.
PIETRELCINA, PADRE PÍO DE, Epistolario, Ediciones Voce di Padre Pio, San
Giovanni Rotondo, 1981 (4 volúmenes).
POLO, Marco, El varón de Dios, Editorial Vicente Ferrer, Barcelona, 1957.
PREZIOSI, Maria, Lucia Fiorentino, figlia spirituale di Padre Pio, Foggia, 1967.
RIPABOTTONI, Alessandro da, San Pío de Pietrelcina, cireneo de todos, Versión
en español a cargo de Georgina Blanco Jiménez.
RISSO, E., Quando ti vedevamo pasarse…, Alba, 1971.
SÁEZ DE OCÁRIZ, Leandro, Pío de Pietrelcina, místico y apóstol, San Pablo,
Madrid, 1999.
SÁNCHEZ-VENTURA, Francisco, El Padre Pío de Pietrelcina, un caso inaudito en
la historia de la Iglesia, Editorial Círculo, Zaragoza, 1969.
SPACCUCCI, Felice, Padre Pio responde, Napoli, 1966.
TRABUCCO, Carlo, Il mondo di Padre Pio, Roma, 1952.
WINOWSKA, María, Un estigmatizado de nuestros días, Ediciones Desclée de
Brouwer, Bilbao, 1962.

122
123
124
JOSÉ MARÍA ZAVALA
José María Zavala es periodista, historiador y escritor profesional. Autor de más de una
treintena de libros sobre los Borbones o la Guerra Civil española, ha trabajado durante
más de veinte años en las redacciones de los diarios El Mundo y Expansión, y en la
revista Capital. Colabora en el programa Cuarto Milenio, de Cuatro TV, y en el
periódico La Razón.

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Pero en su vida de esposo y padre de familia hay un antes y un después, desde su
conversión tumbativa por intercesión del Padre Pío, de quien es hijo espiritual. De ahí
que su libro más querido, y el que cambió su vida, sea Padre Pío. Los milagros
desconocidos del santo de los estigmas (LibrosLibres) con dieciséis ediciones en España
de momento y traducciones al italiano, portugués, húngaro o eslovaco. Es autor también
de Así se vence al demonio y coautor, junto a su esposa Paloma, de Un juego de Amor, el
testimonio de la acción de Dios en sus almas por mediación del Padre Pío.

+ info www.josemariazavala.com

facebook.com/josemariazavalagasset

@JMZavalaOficial

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Índice
MANO A MANO. PADRE PÍO 2
PRESENTACIÓN 4
CONFIANZA EN DIOS 6
ORACIÓN 14
AMOR A DIOS 27
ESPÍRITU SANTO 38
TENTACIONES 43
CONFESIÓN 49
HUMILDAD 55
EUCARISTÍA 63
SUFRIMIENTO 70
CARIDAD 85
APOSTOLADO 94
MARÍA 100
ÁNGEL CUSTODIO 107
ALEGRÍA 110
DIRECCIÓN ESPIRITUAL 113
OTRAS PERLAS 118
FUENTES CONSULTADAS 121
AUTOR 125

127

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