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EL INNEGABLE PODER Y VERACIDAD DE LAS ESCRITURAS

JOSH McDOWELL

EDITORIAL MUNDO HISPANO


Editorial Mundo Hispano
7000 Alabama Street, El Paso, Texas 79904. EE. UU. de A.
www.editorialmundohispano.org

Nuestra pasión: Comunicar el mensaje de Jesucristo y la


formación de discípulos por medios impresos y electrónicos.

Inspirada por Dios. © Copyright 2016, Editorial Mundo Hispano 7000 Alabama Street, El
Paso, Texas 79904, Estados Unidos de América. Traducido y publicado con permiso.

Publicado originalmente en inglés por Shiloh Run Press, bajo el título God-Breathed. The
Undeniable Power and Realiability of Scripture. © Copyright 2015 por Josh McDowell
Ministry.

Las citas bíblicas han sido tomadas de la Santa Biblia Reina-Valera Actualizada, Edición
2015. © Copyright 2015, Editorial Mundo Hispano. Usada con permiso.

Traductor: Joel Sierra


Diseño de la portada: Lord & Loly Graphics Designs

Primera edición: 2016


Clasificación Decimal Dewey: 220.13
Tema: Apologética

ISBN: 978-0-311-05000-0
EMH Núm. 05000

3 M 2 16
CONTENIDO

Agradecimientos
1. La importancia de las palabras

Sección uno: El poder de las Escrituras


2. Por qué está viva la Biblia
3. El verdadero propósito de la Biblia
4. ¿Hay muchas maneras de interpretar la Biblia? En realidad no
5. La relevancia de la Biblia para cada persona
6. ¿Está escrita por Dios o por el hombre?
7 ¿Quién decidió qué libros formarían las Sagradas Escrituras?
8. Es única, no hay otra igual

Sección dos: La veracidad de las Escrituras


9. Antes de la invención de la imprenta
10. Pruebas de veracidad para literatura antigua
11. Pruebas de la veracidad histórica del Antiguo Testamento
12. Pruebas de la veracidad histórica del Nuevo Testamento
13. ¿Qué hay de los errores y contradicciones en las Escrituras? La
prueba de la evidencia interna
14. ¿Se consideran también Sagradas Escrituras los textos de otras
religiones?
15. Cómo puede la Biblia cobrar vida en tu vida
Agradecimientos

Deseo reconocer a las siguientes personas por su valiosa contribución en este libro.
Dave Bellis, amigo y colega por 38 años, por su colaboración en el bosquejo del
libro, por reunir trabajos míos y charlas sobre el tema y por escribir el primer borrador,
añadiendo luego todas las ediciones y revisiones hasta darle forma final a esta obra.
Reconozco y aprecio las ideas de Dave y sus habilidades como escritor, y estoy
profundamente agradecido por su contribución.
Tom Williams, por editar el manuscrito y aplicar sus valiosas ideas, su habilidad
con las palabras y su apasionado corazón a fin de dar vida a estas letras en la página
impresa.
Becky Bellis, por trabajar en la computadora para la preparación del manuscrito.
Don y Judy Kencke, por revisar el manuscrito y aportar su sabia dirección.
Dave Lindstedt, por sus instrucciones editoriales para completar el manuscrito.
Kelly McIntosh, vicepresidente editorial en Barbour Publishing y Annie Tipton,
editora supervisora, por aportar sus ideas y ayuda expertas en la elaboración del
bosquejo del libro.
Tim Martíns, presidente de Barbour Pubiishing, junto con todo su equipo, por
captar la visión de este libro y trabajar incansablemente para hacerlo realidad.

Josh McDowell
Diecinueve años de edad y todo un escéptico. Ese era yo cuando salí de la universidad
y viajé a Europa para hacer una investigación que probara la falsedad del cristianismo;
concretamente, demostrar que la Biblia no era históricamente veraz y que Jesús de
ninguna manera era el Hijo de Dios.
En la biblioteca de la Universidad de Glasgow (Escocia), observé un manuscrito
antiguo del Nuevo Testamento. Era un fragmento del Evangelio de Juan, capítulo 16,
y la tinta y el material de papiro sobre el que estaba el escrito tenían más de 1.700 años
de antigüedad. Esta porción del Evangelio de Juan, un manuscrito del siglo III, estaba
dentro de una vitrina protectora de vidrio en la biblioteca de la universidad. Era un
artículo valiosísimo que citaba palabras de Jesús.
Al estar allí me inundó un sentimiento extraño e inesperado. Aunque no podía leer
ni entender una sola línea del griego en el que estaba escrito ese texto, sentía que esas
palabras me alcanzaban de una manera casi mística. Aunque era un incrédulo en ese
tiempo, sentí un extraño poder en esas palabras.

Las palabras ruidosas de hoy


Palabras: pueden ser muy poderosas cuando se usan correctamente, pero en el mundo
actual me temo que mucha gente utiliza muchas de ellas simplemente para producir un
ruido excesivo.
Por todas partes hay personas usando un bombardeo de palabras fragmentadas con
la esperanza de lograr comunicarse. Por ejemplo, piensa en los mensajes de texto: la
generación actual está más “conectada” que nunca por medio de los teléfonos
inteligentes, y según un reporte reciente de un servicio de análisis de mercado de
“Experian Marketing Services”, el número promedio de mensajes de texto mensuales
enrre personas de 18a 24 años de edad es 3.853 (es decir, más de 128 mensajes de
texto por día).
La gente está usando también las palabras en cantidades sin precedentes en las redes
sociales: en el primer trimestre de 2014 Facebook reportó más de l.50 millones de
usuarios activos por mes; la compañía de investigación de mercado eMarketer calcula
que el 40 % de todos los niños y niñas estadounidenses menores de 12 años están
conectados por Internet y en el año 2015 se dice que la cantidad será del 50 %.
En el mundo actual de mensajes de texto, por medio de Twitter, Facebook y correos
electrónicos, estamos transmitiendo palabras en niveles sin precedentes, como en
ningún otro período de la historia. ¿Pero están todas estas palabras conectándonos de
verdad o solo están haciendo mucho ruido? El Creador de las palabras tenía en mente
un propósito cuando nos dio la capacidad de escribir y decir palabras a otro ser
humano, pues si se usan de modo apropiado pueden conectarnos efectivamente y
ayudarnos a establecer una relación. Las palabras son importantes, y las palabras
inspiradas por Dios, las Escrituras, son las más importantes de todas. Sin embargo,
debemos escuchar la forma en que se están usando para poder entender su verdadero
significado.

En busca del significado de las palabras


Los humanos tenemos la extraña habilidad de producir diversos sonidos con la boca y
la garganta, los cuales ordenamos en combinaciones específicas que llamamos
palabras, cada una de las cuales está diseñada para significar algo en particular. Los
idiomas que hablamos están compuestos de palabras, que son los ladrillos que
construyen la expresión de ideas, pensamientos y sentimientos. Cuando ensamblamos
palabras en oraciones que representan nuestros pensamientos, ideas y sentimientos,
estas se convierten en elementos básicos de nuestra comunicación humana.
El uso de las palabras nos permite lograr buena parte de lo que hacemos en la vida,
pues por medio de ellas podemos comunicar cómo llegar de un lugar a otro, completar
tareas, formar amistades, expresar amor a un cónyuge, establecer una familia y
expresar nuestro punto de vista sobre cualquier tema. Las palabras pueden transmitir
pensamientos creativos e ideas ingeniosas, pero su propósito más significativo es
cuando las usamos para conectarnos con otro ser humano en una relación. Sin
embargo, cuando no les ponemos atención o si no escuchamos con cuidado lo que otra
persona dice, pueden convertirse en simples sonidos o marcas en la página, y pierden
su poder de conexión.
Recuerdo el comienzo trágico de nuestra luna de miel. Dottie y yo nos habíamos
conocido apenas seis meses antes de casarnos. Pensaba que mi amada esposa y yo
teníamos toda una vida por delante para llegar a conocernos mutuamente, así que no
sentía ninguna prisa en descubrir todo lo que tuviera que saber sobre ella. Sin
embargo, mi flamante esposa no pensaba igual: pronto descubrí que estaba ansiosa por
compartir toda la historia de su vida conmigo en nuestra luna de miel.
Ibamos en auto manejando en la ruta entre la Ciudad de México y Acapulco cuando
Dottie comenzó a contarme acerca de su vida, su familia, su niñez, las cosas que le
gustaban y no le gustaban, sus puntos de vista sobre política, matrimonio y la crianza
de los hijos. Cualquiera que fuera el tema, Dottie venía preparada para hablar acerca
de ello.
Recuerdo que en un momento del viaje, mi capacidad de recepción se sobrecargó y
todo lo que ella seguía diciendo eran sonidos y ruido para mí, porque entretanto yo
estaba tratando de interpretar los confusos señalamientos de las carreteras y de vez en
cuando me detenía para buscar mi ruta entre un montón de mapas. Después de un rato,
la conversación de mi esposa se hizo intermitente y luego simplemente ella se calló.
Durante todo ese tiempo que ella había estado hablando yo había dado solamente
respuestas cortas (“Sí”, “Ajá”, “Ya veo”), pero honestamente no estaba
comprendiendo absolutamente nada del maratón de palabras de mi flamante esposa.
De hecho, ni siquiera me di cuenta cuando dejó de hablar.
Dottie había utilizado muchas palabras, pero estas no tenían significado para mí y
no lograron acercarnos más el uno al otro. Obviamente ella no había sentido la
necesidad de explicarme lo que debía ser evidente: que su ejercicio de
autodescubrimiento tenía como objetivo que el flamante esposo pudiera conocer mejor
a su nueva esposa. Pero cuando se dio cuenta de que yo no tenía la menor idea de lo
que ella estaba tratando de hacer ya no guardó silencio. ¡Explotó!
Ese no fue el mejor comienzo de una luna de miel, pero después de que ella me
explicara lo que estaba tratando de hacer y de que yo le pidiera muchas veces perdón,
logramos resolver la situación. Desde ese momento las palabras de cada uno de
nosotros comenzaron a tener más sentido para el otro. Yo empecé a ver el corazón
amoroso de mi esposa, que quería que yo la conociera profundamente, y ella empezó a
ver a un esposo que (a pesar de su breve caída en el pozo de la insensibilidad) quería
hacer feliz a su nueva esposa.
Dottie y yo recordamos hoy nuestra luna de miel con risas por lo que nos pasó. Esa
experiencia nos enseñó la importancia de las palabras y del escucharnos mutuamente,
de interpretar y buscar el significado correcto de los pensamientos y sentimientos que
fluyen de nuestro corazón.
Se necesita tiempo y esfuerzo para comunicarse efectivamente con palabras llenas
de significado, así como para escuchar, traducir e interpretar exactamente el
significado de esas palabras. En realidad saber usar las palabras es todo un arte. Y las
palabras de las Escrituras inspiradas por Dios comunican en particular con toda
maestría un mensaje poderoso diseñado para darle sentido a nuestra vida.

Dios es el maestro de las palabras poderosas


“Entonces dijo Dios: „Sea la luz...‟ ” (Génesis 1:3). En el pasado más remoto Dios
pronunció unas palabras y cuando lo hizo empezaron a suceder cosas. Había tanto
poder creador en esas palabras que el sol, las estrellas y la luna saltaron a la existencia.
De su boca salieron palabras que formaron todo lo que existe, incluyéndote a ti y a mí.
No solamente usó palabras poderosas para llamar a existencia a todas las cosas, sino
también para darle sentido a nuestra vida y a nuestras relaciones. Con el tiempo, Dios
hizo que esas palabras importantes y significativas se pusieran por escrito.
La Biblia, palabras de vida inspiradas por Dios, nos da todo lo que necesitamos para
comprender quiénes somos, por qué estamos aquí y hacia dónde vamos. Está
compuesta de las palabras vivas de Dios mismo que nos guían hacia el sentido de la
vida, del amor, de las relaciones y del gozo que Él quiere para sus hijos desde el
principio. Las palabras de la Biblia son sumamente poderosas, pero por alguna razón
muchas personas hoy en día no han podido ser cautivadas por su poder.
En las páginas de Inspirada por Dios queremos viajar juntos para volver a capturar
el misterio, el asombro, la pasión y el poder de las palabras de Dios en su libro. La
Biblia no es un libro común, pues en sus páginas se esconden las respuestas a cada
necesidad nuestra y la dirección para nuestra vida, además de consejos prácticos para
vivir en plenitud y alegría. Esto no es una exageración, sino la intención del Autor del
libro desde un buen comienzo.
Fíjate en esta historia verídica sobre la forma en que el gran maestro de las palabras
reveló el significado de las Escrituras a sus seres amados.
Había sido la peor semana de su vida. Mientras recorrían los 11 kilómetros que
separaban la ciudad de Jerusalén de la aldea de Emaús, aquellos dos viajeros trataban
de entender qué había pasado. Su mayor esperanza de liberación del poder opresivo
del Imperio romano estaba en un hombre que ellos creían que era el Mesías, pero que
había sido apresado por los romanos, quienes lo habían crucificado. Sus esperanzas se
habían desvanecido con la muerte de aquel a quien ellos llamaban Jesús.
Así es la vida. Tenemos esperanza de algo y algunas cosas sí se cumplen, pero lo
más frecuente es que nos enfrentemos a desilusiones, angustias y pérdidas. Aunque
intentamos hallar sentido y gozo en medio de la tribulación, es una lucha constante.
Seguramente así es como estos dos se sentían al andar juntos por aquel camino
polvoriento.
—No sé qué pensar de todo esto —decía el uno.
—Yo tampoco —contestaba el otro—. He oído que Pedro en persona vio la tumba
vacía.
—Sí —replicó su compañero—, pero eso no significa que Jesús se levantó de entre
los muertos como están diciendo las mujeres.
Más o menos en ese momento se les unió un extraño en su caminata.
—¿De qué están hablando? —les preguntó.
Uno de los dos, que se llamaba Cleofas, respondió:
—“¿Eres tú el único forastero en Jerusálén que no sabe las cosas que han
acontecido en estos días?” (Lucas 24:18).
—¿Qué cosas? —preguntó el forastero.
Los dos acompañantes le contaron al extraño todo sobre Jesús: quién habían creído
ellos que él era, cómo había sido crucificado y ahora se decía que se había levantado
de entre los muertos. Tal vez compartieron los altibajos de su estado de ánimo. Sin
duda hablaron sobre el gozo que habían experimentado con Jesús, la esperanza que
habían depositado en él y su desilusión por el hecho de que los romanos lo hubieran
matado.
Después de escuchar lo que decían los dos viajeros y de percibir su confusión, el
extraño comenzó a citarles las palabras de Dios. Desde los escritos de Moisés y todos
los profetas, les explicó lo que las Escrituras decían sobre este Mesías cuyo nombre
era Jesús.
Cuando llegaron a su destino, los dos viajeros le pidieron a su nuevo amigo que se
quedara con ellos a cenar y le ofrecieron hospitalidad. Cuando se sentaron para comer,
el extraño partió el pan, lo bendijo y extendió sus manos para compartirlo con ellos.
Entonces ocurrió algo asombroso: los dos amigos reconocieron a este extraño, quien
era nada menos que Jesús mismo, y luego desapareció frente a sus ojos. Se miraron el
uno al otro maravillados y dijeron: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros cuando nos
hablaba en el camino y nos abría las Escrituras?” (Lucas 24:32).
Estos dos caminantes habían oído desde la niñez esas palabras de las Escrituras que
Jesús les citó. Habían crecido leyendo esos textos, pero el experto en palabras
poderosas inspiró nueva vida en ellos. Al hacerlo, dio aliento y calor a sus corazones,
transformó la desilusión en esperanza y les mostró el camino para vivir una vida de
gozo. Eso es lo que la Palabra de Dios hace en nosotros. “Porque la Palabra de Dios es
viva y eficaz…” (Hebreos 4:12). Ella revela el corazón verdadero de un Dios que nos
ama y que quiere que le conozcamos. Su Palabra tiene el poder de llevarnos hacia una
relación íntima con él que en verdad transformará nuestra vida.

Dios es el maestro de las palabras veraces


A los 19 años de edad, siendo yo un estudiante universitario, me intrigaban los textos
antiguos de las Escrituras. Aunque era un escéptico, como ya mencioné, sentí un poder
extraño en aquellas palabras que vi escritas en un manuscrito de 1.700 años de
antigüedad. Sin embargo, yo no pensaba que esos manuscritos fueran veraces y, de
hecho, mi intención inicial era comprobar que la Biblia actual no es más que una
colección de registros distorsionados y nada fidedignos de leyendas y acontecimientos
míticos. Mi razonamiento era que si no podemos confiar en que los escritos de la
Biblia hayan sido transmitidos fielmente a lo largo de los siglos, entonces no tenemos
fundamento para creer sus afirmaciones. Dicho de manera simple, si la Biblia no es un
documento histórico fiable, todo lo que dice sobre Dios y la fe cristiana se pone en tela
de juicio.
¿Nunca te has preguntado si los escribas antiguos que copiaron las Escrituras
quitaron o añadieron algo? ¿No es posible que Dios hubiera dado doce mandamientos
a Moisés y que algún escriba después decidiera eliminar dos? ¿Y qué tal si al copiar el
Evangelio de Juan 100 años después de haber sido escrito un escriba cortó cinco
capítulos? Imagina si algunos escribas en su exceso de celo hubieran añadido o
cambiado las cosas que Jesús dijo o hizo para insertar ahí sus propias ideas. ¿Cómo
podemos asegurarnos de que tenemos una Biblia que representa exactamente lo que
Dios inspiró a los autores a escribir en su nombre? Dado que no poseemos ningún
manuscrito original, ¿cómo podemos entonces saber que las copias que tenemos son
veraces y exactas?
Aceptémoslo. Si no podemos asegurar que la Biblia es un libro históricamente
fiable, no podemos afirmar que es la Palabra poderosa de Dios. Sí, puede que Él sea el
maestro de las palabras poderosas, pero si estas no han sido transmitidas exactamente
hasta nosotros, su poder se perdería.
Hoy en día estoy convencido, sin duda alguna, de que la Biblia es veraz y que sus
palabras son palabras de Dios, con poder real. Cuando era estudiante universitario en
algún rincón de mi corazón yo quería creer en la realidad y el amor de Dios, pero no
tenía un fundamento verdadero para hacerlo, a menos que la Biblia fuera veraz.
Tú tampoco lo tienes.
Puede que creas sinceramente en Dios y en que su Palabra tiene poder, pero en
algún momento esa fe será puesta a prueba. Si tu fe está arraigada en la evidencia de
que la Biblia es verdaderamente fiable, tendrás toda la seguridad necesaria para
confiar en que la Palabra de Dios es absolutamente cierta. Puedo asegurarte que hay
evidencia clara de que Él ha dirigido milagrosamente la transmisión y la copia de sus
palabras a lo largo de los siglos, para que podamos saber que tenemos su verdad tal
como lo dispuso. Tú y yo podemos saber que la Palabra de Dios ha sido transmitida
hasta nosotros con toda veracidad, y debido a eso podemos experimentar sus palabras
poderosas en nuestra vida cotidiana. De esto trata este libro: de saber con certeza que
podemos experimentar el poder de la Palabra de Dios como ha sido revelada en la
Biblia porque es veraz.

Qué esperar
Un prerrequisito para entender el poder de la Palabra es saber que la Biblia ha
transmitido fielmente la Palabra de Dios. Así que sería lógico discutir su veracidad
antes de tratar con su poder. Pero quiero invertir el orden. ¿Por qué? Porque
francamente, quiero apelar a un deseo interno que creo que todos tenemos: en lo
profundo de tu ser sin duda te atrae la idea de un ser todopoderoso en el universo que
te ama mucho, un deseo profundo en cada corazón humano al que quiero apelar antes
que al intelecto. Por eso quiero comenzar compartiendo cómo y por qué el libro de
Dios tiene poder, pues espero que esta preparación del terreno te ayudará a captar más
profundamente la belleza, el misterio y la maravilla de la Palabra de Dios. Sentir
verdaderamente el poder de las Escrituras es ser cautivado por su Autor, y desarrollar
un amor real por Dios y un deseo de conocer el significado profundo de las palabras
que Él ha registrado para ti.
De manera que en los siete capítulos siguientes vamos a explorar el poder de las
Escrituras: veremos que la Biblia es un libro vivo de verdad; cuál es su propósito;
cómo debe ser interpretada; cuál es su relevancia en nuestra vida diaria; y cómo
puedes llegar a amar de verdad este documento sin igual.
Después de dejarnos atrapar por el poder de la Palabra inspirada por Dios, vamos a
revelar su veracidad, a fin de desarrollar la confianza profunda de que las palabras de
la Biblia han sido transmitidas exactamente hasta nuestros días, lo cual nos asegura
que Él nos ha revelado su verdadera naturaleza. Examinaremos la forma en que la
Biblia es veraz usando pruebas modernas para la veracidad de cualquier texto;
confrontaremos las aparentes contradicciones en las Escrituras; y explicaremos la
manera en que la Biblia puede cobrar más vida para ti.
¡Cuidado! Prepárate para ser cautivado por la Palabra de Dios. Cuando
comprendemos y experimentamos de verdad el poder y la veracidad de las Escrituras,
nuestro corazón arde (ver Lucas 24:32). Esto se debe a que no estamos hablando de
meros registros históricos y relatos de personajes bíblicos, sino de un libro que está
extrañamente vivo.
Mi oración es que logres descubrir mayor relevancia y poder para tu vida en las
palabras de las Escrituras, inspiradas por Dios. Hay un misterio en el libro de Dios que
Él quiere que descubras. Hay tesoros y pensamientos que necesitas para lidiar con los
desafíos de la vida y Dios quiere que los encuentres cuando lo busques a Él en su
Palabra: “Me buscarán y me hallarán, porque me buscarán con todo su corazón. Me
dejaré hallar de ustedes, dice el SEÑOR...” (Jeremías 29:13, 14).
¡Comencemos la búsqueda!
¡Qué momento tan tenso! Yo estaba muy, pero que muy nervioso. Con los ojos
cerrados le pedía a Dios que le permitiera a nuestra organización tener lo que tanto
anhelaba: al menos un fragmento pequeño de un manuscrito antiguo del Nuevo
Testamento. Recientemente habíamos adquirido algunos artefactos funerarios
egipcios, de entre 1.600 y 2.200 años de antigüedad, con la esperanza de que entre
todos los objetos pudiéramos hallar escondido algún fragmento de texto antiguo.
Habíamos esperado dos días mientras un equipo de expertos desmantelaba
cuidadosamente las piezas, y finalmente había llegado el momento de la verdad.
El 6 de diciembre de 2013 nuestro ministerio había organizado un gran evento en
Plano (Texas), para el cual reunimos a eruditos y especialistas en idiomas antiguos,
como el copto y el griego (el copto fue una variante del idioma egipcio que surgió
después de que los griegos conquistaran Egipto), pues los escritos que se hallaban por
debajo de la superficie externa de estos artefactos funerarios probablemente estaban en
griego o en copto. Yo estaba sentado a menos de cinco metros de la mesa en la que
estos especialistas habían estado trabajando durante horas. Lo que me interesaba no
eran los artefactos funerarios sino su estructura, compuesta de diferentes capas de
papiros (el antiguo papel para escribir) fechados entre el siglo III a. de J.C. y el siglo V
d. de J.C. Estos expertos habían estado extrayendo cuidadosamente de entre los
artefactos funerarios cada papiro para luego identificarlo. Yo estaba a la espera, con
toda la paciencia que podía, para ver si habían encontrado algún material bíblico.
El doctor Scott Carroll, un especialista en manuscritos antiguos, estaba listo para
anunciar sus hallazgos, rodeado por una grupo de unos 200 apologistas y líderes
cristianos que habían acudido por invitación exclusiva para participar en y observar lo
que estaba a punto de revelarse. Estaba a punto de llegar el momento de la verdad.

¿Qué íbamos a encontrar?


Sentado ahí, con expectativa y nerviosismo por lo que Scott y su equipo estaban a
punto de revelar, mis pensamientos se enfocaron en la forma en que yo había llegado
hasta ese momento. Scott era quien me había ayudado a adquirir un ejemplar de la
Torá en hebreo al que yo llamé la Torá de Lodz.
Se trataba de un rollo de 540 años de antigüedad con los primeros cinco libros de la
Biblia hebrea que yo había estado mostrando al público en mis conferencias pues me
ayudaba para explicar que la Biblia es verdaderamente fiable de maneras que nunca
me hubiera imaginado. La respuesta del público, especialmente de los jóvenes, era
maravillosa, así que el valor pedagógico de la Torá de Lodz me llevó a pedir al Señor
que nos permitiera obtener un manuscrito antiguo del Nuevo Testamento: poder
mostrar un objeto así a miles de jóvenes y adultos pondría a todos cara a cara con la
realidad de la verdad escrita sobre Cristo y su mensaje transformador. Así que, como
es lógico, pensé en Scott Carroll como la persona indicada para localizar un
manuscrito del Nuevo Testamento para nuestro ministerio.
Yo había conocido a Scott dos años antes durante un pequeño seminario en la
Universidad Baylor, en el que él estaba desmantelando con mucho cuidado pedazos de
papiro de las estructuras interiores de una antigua cubierta de una momia egipcia (unas
estructuras conocidas como cartonaje). Había desarrollado sus propios métodos para
el proceso de extracción y había llegado a descubrimientos extraordinarios de antiguos
textos clásicos y bíblicos. El papiro que estaba extrayendo en ese seminario en Baylor
pertenecía a la Colección Green, que Scott dirigía en ese tiempo, y para la cual había
ayudado a amasar más de 50.000 artefactos antiguos, papiros y pergaminos con valor
de millones de dólares. Si había alguien en el mundo que pudiera ayudarnos a
encontrar un fragmento antiguo del Nuevo Testamento era Scott Carroll.
El trabajo de Scott me fascinaba. Sus investigaciones y sus múltiples contactos en el
campo del estudio de manuscritos antiguos y medievales le otorgaban una capacidad
especial para saber en qué fijarse. En vez de buscar manuscritos en excavaciones
arqueológicas, Scott obtenía legalmente cartonaje antiguo con una estructura
compuesta principalmente de papiro descartado.
En tiempos de Cristo se acostumbraba escribir en papiros. Cuando un documento
comenzaba a deteriorarse o el texto empezaba a despintarse, se copiaba en un papiro
nuevo y se eliminaba el original (algo que también se aplica a los escritos de los
apóstoles). Sin embargo, los antiguos no vivían en una sociedad productora de basura
como la nuestra: nunca se desechaba algo que podía ser reutilizado o reparado, así que
la gente coleccionaba piezas descartadas de papiro que reciclaban humedeciéndolas y
prensándolas juntas para crear diferentes objetos.
Los artefactos funerarios egipcios que Scott estaba desmantelando en Baylor
estaban hechos de capas prensadas de papiro. Los sacerdotes funerarios egipcios
usaban papiro descartado para crear una especie de papel maché que utilizaban como
una estructura para cubrir momias u otros objetos. A veces cubrían el molde de papiro
con yeso y lo pintaban con oro o plata. Para visualizar el proceso, imagínate que le
arrancan las páginas a un libro desgastado, las mojan y luego las pegan en el rostro de
un maniquí de escaparate, siguiendo la forma de la nariz, las cejas, los labios y las
orejas. Luego, cuando el papel se seca, se aplica laca y pintura de color carite, y tienes
una máscara. Esta técnica de papel maché también se usaba para crear otras cosas
además de cubiertas de momias: paneles decorativos, refuerzos para las cubiertas y
lomos de libros, e incluso artículos para el hogar.
Parte delantera de una máscara egipcia

Nuestra organización comisionó a Scott para localizar uno o más de estos objetos
reconstituidos con la esperanza de descubrir manuscritos bíblicos en los papiros con
los que se había hecho el papel maché. Al final Scott nos encontró un espécimen que
para él tenía posibilidades. En vez de apresurarnos a extraer los papiros de esos
artefactos antiguos, decidimos crear una experiencia a fin de que otras personas
pudieran aprender también del proceso, por eso invitamos a más de 200 apologistas,
líderes cristianos y eruditos sumamente especializados en lenguas antiguas a formar
parte de este evento al que llamamos “Descubre la Evidencia”.
Después del almuerzo del segundo día, nos reunimos todos en la “sala de
reconocimiento”. Scott y sus colegas habían seguido trabajando durante la hora de la
comida para extraer cuidadosamente los papiros del cartonaje, y habían identificado
algunas piezas. Este era el momento que yo había estado esperando. Podía ver
claramente numerosos fragmentos de papiro que estaban dispuestos sobre la mesa y
que los expertos en lenguas estaban examinando inclinados sobre ellos, lupa en mano.
Cuando el grupo se asentó, Scott aclaró la garganta.
—Vamos a comenzar con las cosas de Josh.
Yo trataba de mantener la calma. Mi nieto estaba sentado en mi regazo; Dottie, mi
esposa, estaba sentada a mi derecha, y uno de mis colegas estaba a mi izquierda. Con
unas pinzas muy finas, Scott cuidadosamente levantó un fragmento de papiro y me
miró. Yo respiré hondo.
—Aquí tenemos una paráfrasis de los Evangelios, un texto bíblico en copto del
siglo IV.
Mi colega me tomó del brazo sin decir una palabra. Yo simplemente volví a respirar
hondo, miré el techo, y susurré:
—¡Sí! ¡Gracias, Señor!
Scott colocó el fragmento sobre la mesa y levantó otro.
—Aquí tenemos un segundo texto del Evangelio de Marcos, tres líneas... muy buen
texto bíblico, sin sellar, en uncial.

Parte trasera de una máscara egipcia

Scott repitió este proceso una y otra vez. Después del análisis y la identificación
inicial, pudimos constatar que Dios nos había encomendado seis pasajes del Nuevo
Testamento y un fragmento de manuscrito del Antiguo Testamento: ¡siete tesoros en
total! Aunque todavía no se han publicado los manuscritos porque deben someterse a
más investigaciones para determinar su contenido exacto y fechas más precisas, ya
sabemos qué pasajes son y el período de tiempo aproximado. Se trata de un fragmento
manuscrito de Jeremías 33, que posiblemente sea el papiro copto más antiguo que se
conozca de este pasaje. También hay manuscritos de Marcos 15, Juan 14, Mateo 6 y 7
y 1 Juan 2, que posiblemente sean los registros en papiro más antiguos que se
conozcan de estos pasajes en cualquier idioma, y Gálatas 4, fechado como uno de los
pasajes en papiro más antiguos que se conozcan. Estos tesoros eran mucho más de lo
que yo esperaba. ¡Me sentía absolutamente eufórico!
Caminé hacia la mesa y estuve mirando estos fragmentos de color cobrizo y al
tocarlos levemente, me inundó una ola de emoción. Dios había contestado mi oración
y sentía mucha humildad porque Él me permitiera compartir estos tesoros con el
mundo. Me acordaba de lo que había sentido cuando a los 19 años puse mis ojos por
primera vez sobre un manuscrito bíblico antiguo en Glasgow. De nuevo parecía existir
cierto poder en estos fragmentos.
Cuando visité Escocia siendo un adolescente rebelde no tenía nada de humildad y
mi arrogancia se había llevado lo mejor de mí. Estaba dispuesto a probarle a un grupo
de estudiantes cristianos que su fe en Cristo y en la Biblia era una locura sin
fundamentos. Cuando me burlé de ellos, me desafiaron a examinar la evidencia de la
veracidad de la Biblia y de que Cristo es en realidad quien dice ser, un desafío que
acepté con orgullo. Mi viaje comenzó allí en Glasgow.
Visité las bibliotecas y museos de Escocia y de allí fui a las bibliotecas de
Cambridge, Oxford y Manchester en Inglaterra. Examiné y estudié los manuscritos
antiguos que se albergan allí, incluyendo lo que en ese tiempo era el manuscrito más
antiguo que se conocía del Nuevo Testamento. Antes de terminar mi viaje, pasé meses
investigando en universidades de Alemania, Francia y Suiza. Después de devorar
muchos libros y de hablar con eruditos sobre el tema, terminé en la Biblioteca
Evangélica de la calle Chiltern, en Londres. Eran aproximadamente las 6:30 de la
tarde cuando empujé a un lado todos los libros que tenía a mi alrededor. Me recargué
en la silla y miré al techo diciendo estas palabras en voz alta sin pensarlo siquiera:
“¡Es verdad!”. Lo repetí dos veces más: “¡Es verdad! ¡Realmente es verdad!”.
Un diluvio de emociones me inundó cuando me di cuenta de que la vida, muerte y
resurrección de Cristo tenían un registro preciso y exacto, y que sí eran verdad. La
verdad de que Cristo es el Hijo de Dios penetró hondo en mi alma. Ya no podía seguir
rechazando la realidad de Cristo y mantenerme intelectualmente honesto conmigo
mismo. El impacto de este descubrimiento fue de verdad un momento de definición en
mi vida. Ahora reconocía que no estaba rechazando a Cristo por alguna razón
intelectual, sino emocional. Estaba dándome cuenta de mi rebelión y rechazo al
cristianismo. Comencé a ver que mi vida de pecado impedía mi relación con un Dios
amoroso que había enviado a su Hijo a morir en mi lugar. El poder y el significado
profundo de esos manuscritos antiguos me puso cara a cara con la persona de la
verdad, y su nombre era Jesús.

¿Están vivos de verdad estos textos?


Al recordar, me doy cuenta de que el momento explosivo que tuve en esa biblioteca de
Londres había sido preparado tiempo atrás por mis observaciones de los fragmentos
antiguos de papiro en los museos y bibliotecas de Europa. El contemplar manuscritos
copiados de fragmentos de las cartas de los apóstoles hizo que me diera cuenta de que
una persona real había copiado esos textos por una razón importante. El escritor (o
más precisamente, el copista) obviamente sentía que el mensaje en esas cartas era tan
valioso que debía ser pasado a la siguiente generación. Era como si los escritos
originales estuvieran vivos y cada nueva copia manuscrita preservaba y extendía esa
vida.
Caí en la cuenta de que esos manuscritos habían sido copiados por personas que
querían mantener viva la historia de Jesús. Detrás de cada antigua copia manuscrita de
las Escrituras estaba una persona que había escrito con cuidado y reverencia cada
palabra, letra por letra. La tinta que se había puesto en cada papiro parecía decirme:
“La verdad de estas palabras sobre Jesucristo ha dado nueva vida a otros. Están
escritas para ti también. ¿Vas a creer en Cristo y a experimentar nueva vida en él?”.
Ese es el mensaje que el apóstol Juan había escrito en el papiro original unos siglos
antes de que se hicieran las copias. Cuando se dio cuenta de quién era Jesús en
realidad, puso sus experiencias por escrito y explicó por qué lo hizo: “Por cierto, Jesús
hizo muchas otras señales en presencia de sus discípulos las cuales no están escritas en
este libro. Pero estas cosas han sido escritas para que ustedes crean que Jesús es el
Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre” (Juan 20:30,
31).
Al contemplar y tocar esos fragmentos de copias de líneas que habían sido escritas
originalmente por Marcos, Juan, Mateo y Pablo, me di cuenta de que esas palabras
tenían un poder seductor sin duda reconocido por la gente que las copió. Recuerda que
estos fragmentos se remontan al 350 d. de J.C. (es decir, antes de que fueran
reconocidos oficialmente por un concilio eclesiástico como la Palabra inspirada de
Dios), de modo que los copistas no habrían podido ser conscientes de que con el
tiempo aquello que estaban copiando sería reconocido como Sagradas Escrituras. El
canon del Nuevo Testamento no se estableció sino hasta el concilio de Hipona en el
año 393 y el de Cartago en el 397.
¿Qué hacía que los escritos de los apóstoles fueran tan atractivos para que la gente
siguiera copiándolos por cientos de años, incluso antes de que fueran reconocidos
oficialmente como Sagradas Escrituras? Obviamente sentían que la verdad de los
textos de los apóstoles era relevante para su vida, ¿pero por qué? ¿Por qué eran tan
cautivadores e importantes estos textos?
La respuesta es simple, pero no por ello menos asombrosa. Dios había inspirado a
sus apóstoles a comunicar su verdad universal por medio de palabras escritas que
luego mantuvo con vida por medio de la persona del Espíritu Santo, siempre presente:
la Palabra seguía viva porque el Espíritu Santo estaba comunicando su verdad eterna
directamente a su pueblo. El fragmento antiguo de 1 Juan 2 que compré es un gran
ejemplo de cómo la Palabra de Dios estaba tan viva para las personas del siglo IV
como todavía lo está hoy.
Justo antes de que se copiara este fragmento de 1 Juan 2, cerca del año 320, en la
iglesia egipcia de Alejandría estaba causando mucha controversia un anciano libio, de
nombre Arrio. Según él Jesús era un ser creado y no era coexistente eternamente con
el Padre, lo cual constituyó un ataque contra la divinidad de Cristo dentro de la
comunidad cristiana de Egipto, donde provocó un escándalo.
No era la primera vez que la divinidad de Cristo había estado bajo sospecha en la
iglesia antigua. 50 años después de la ascensión del Señor Jesús al cielo, una facción
herética de la iglesia comenzó a negar la enseñanza apostólica y a decir que Jesús no
era Dios encarnado; el apóstol Juan escribió su primera carta para combatir esas falsas
enseñanzas y resulta que el fragmento de texto que Dios me permitió adquirir habla
precisamente de este asunto.
Juan advirtió a la iglesia sobre los anticristos, los que afirmaban que Jesús no era el
Cristo, el verdadero Hijo de Dios. Las palabras coptas en el fragmento que tengo dicen
así: “No les escribo porque desconozcan la verdad sino porque la conocen y porque
ninguna mentira procede de la verdad” (1 Juan 2:21). A continuación formula y
contesta una importante pregunta: “¿Quién es mentiroso sino el que niega que Jesús es
el Cristo? Este es el anticristo: el que niega al Padre y al Hijo” (1 Juan 2:22). Así pues
Juan dio en el clavo al explicar por qué lo que estaba escribiendo era una verdad tan
poderosa:

Les he escrito esto acerca de los que los engañan. Y en cuanto a ustedes, la
unción que han recibido de él permanece en ustedes, y no tienen necesidad de
que alguien les enseñe. Pero, como la misma unción les enseña acerca de todas
las cosas, y es verdadera y no falsa, así como les enseñó, permanezcan en él (1
Juan 2:26, 27).
Las palabras del mensaje de Juan eran verdaderas y poderosas porque eran palabras
vivas de Dios, quien declaró entonces y todavía hoy declara que Jesús es el Cristo.
Dios quería que la gente del siglo I creyera esta verdad importante y eterna y también
quiere que nosotros creamos en el día de hoy. Esta verdad extraordinaria se nos
presenta en un escrito extraordinario que nos fue comunicado por el Espíritu Santo.
Estas palabras de Dios fueron hechas vivas para la gente del siglo I cuando se
escribieron por primera vez, y en el siglo IV cuando estos fragmentos rescatados
fueron copiados, porque el Espíritu de Dios los comunicó. A través de la guía del
Espíritu Santo a copistas fieles, Dios ha usado esas mismas palabras para comunicar la
misma verdad por los siglos hasta el día de hoy.
El apóstol Pablo lo explica claramente cuando escribe: “De estas cosas estamos
hablando, no con las palabras enseñadas por la sabiduría humana, sino con las
enseñadas por el Espíritu, interpretando lo espiritual por medios espirituales. Pero el
hombre natural no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura;
y no las puede comprender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios
2:13, 14).
La persona que copió 1 Juan 2 alrededor del año 350 sin duda sentía el poder vivo
de cada palabra; los cristianos egipcios sin duda lo sintieron porque comprendían que
estos textos estaban vivos por medio del Espíritu de Dios. Querían contrarrestar las
falsas enseñanzas que Arrio estaba difundiendo sobre Cristo y asegurarse de que sus
hijos aceptaran a Jesús como el Hijo de Dios, con el poder de perdonarles y darles la
potestad de ser sus hijos. Lo mismo es cierto para nosotros hoy: esas palabras de 1
Juan están vivas y son relevantes. En nuestro tiempo hay quienes dicen que Jesús fue
simplemente un buen maestro y aseguran que no es el Hijo de Dios ni tampoco el
único medio para lograr la salvación. Dicen que hay muchos caminos hacia Dios y que
Jesús fue un simple hombre que tenía un buen mensaje. Sin embargo, sabemos que eso
no es verdad porque el Espíritu de Dios declara en su Palabra que Jesús es el Cristo y
que quien diga lo contrario está equivocado. La Palabra de Dios declara la verdad, y el
Espíritu Santo de Dios la confirma para quienes tienen una mente y un corazón
abiertos.
El autor de Hebreos, junto con los apóstoles, afirmó que “la Palabra de Dios es
viva...” (Hebreos 4:12), lo cual es cierto porque la verdad y el mensaje de las
Escrituras pertenecen al Dios vivo, quien explica directamente sus verdades
espirituales a cada generación dentro de cada cultura del mundo. No hay otro libro
como la Biblia: puedes leer una novela y sentirte tocado profundamente por ella, o leer
un libro poético o cristiano muy inspirador que te conmueva mucho, pero esos libros
no son “la Palabra de Dios”. Ciertamente él puede utilizar cualquier cosa que leas para
ministrar a tu corazón, pero es su Palabra y su verdad lo que está poderosamente vivo
y así permanecerá para siempre: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán” (Mateo 24:35).
Piénsalo: las palabras de Dios han estado vivas y han sido poderosas (llenas de
vigor por el Espíritu Santo siempre presente) desde que Moisés escribió los primeros
cinco libros, el Pentateuco, hace más de 3.000 años; van a seguir vivas por toda la
eternidad. Eso fue lo que me cautivó cuando toqué con reverencia aquellos fragmentos
del Nuevo Testamento que había adquirido. El libro de Dios es un documento vivo
que Él quiere que tú y yo leamos. Contiene su vocabulario, son sus palabras eternas.
Dios está ahí, queriendo decir sus palabras vivas directamente a ti a fin de enseñarte su
significado transformador. ¿Pero qué quiere enseñarme a mí? ¿Qué quiere enseñarte a
ti?
Lo que la Palabra viva quiere decirnos y enseñarnos se le ha escapado a muchas
personas. Los líderes religiosos del tiempo de Jesús ciertamente malinterpretaron el
propósito de las Escrituras. Todo, desde Génesis hasta Malaquías, estaba escrito y
estaba vivo en ese tiempo, pero la mayoría de la gente no estaba en sintonía con el
Espíritu de Dios y por eso no comprendieron su significado. La Biblia tiene un
propósito claro y cuando lo comprendemos podemos captar realmente su verdad
transformadora. Conoce el verdadero propósito del libro vivo de Dios y podrás gustar
su relevancia. Ese es el tema del próximo capítulo.
Dottie estaba al borde de las lágrimas. Venía de una reunión en la escuela, muy
lastimada por lo que la mamá de otro alumno había dicho acerca de uno de nuestros
hijos. Mi primera reacción fue pensar en algún pasaje de las Escrituras que pudiera
guiar el pensamiento de mi esposa en esa situación y luego seguir con algún mensaje
práctico sobre acciones correctas y pasos concretos a seguir.
Para eso es la Biblia, ¿no es cierto? ¿No nos han dicho que su propósito es
enseñarnos cómo pensar y actuar correctamente? Desde luego yo lo creía así al
comienzo de mi vida cristiana.
Mi impulso natural fue señalarle inmediatamente a mi esposa lo que ella debía creer
en respuesta a esa mujer con la lengua tan larga que había criticado a nuestro hijo.
Dottie, naturalmente, quería corregir a esa persona, pero yo podía señalarle que
necesitaba contrarrestar su pensamiento con un pasaje como Deuteronomio 32:35:
“Mía es la venganza, yo pagaré...”. Estaba seguro de que Dottie se calmaría en cuanto
pudiera alinear su pensamiento con la Palabra de Dios y creyera que Él (y no ella) era
realmente el Juez en esta situación.
Después mi esposa debía actuar correctamente hacia esa persona, de modo que yo
podía aconsejarle diciendo algo como: Bueno, mi amor, no dejes que esto te afecte
tanto. Debes ser paciente y amable con esa señora, aunque no se lo merezca”.
Seguramente eso era la voluntad de Dios para mi esposa, pues sé que la Biblia nos
dice cómo actuar cuando la gente nos ofende: No devuelvan mal por mal ni maldición
por maldición sino, por el contrario, bendigan; pues para esto han sido llamados, para
que hereden bendición” (1 Pedro 3:9).

Una visión incompleta del propósito


No había nada malo en los consejos que pensaba darle a Dottie. ¡Qué mejor lugar que
la Biblia para encontrar dirección! Igual que todos, ella necesitaba pensar y actuar
correctamente. Algunos incluso llegan a afirmar que Dios nos dio su Palabra solo con
propósitos doctrinales y de conducta, para enseñarnos a pensar y actuar correctamente;
mencionan que en 2 Timoteo se estipula que las Escrituras tienen como fin la creencia
correcta y la vida en rectitud: „Toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil para la
enseñanza, para la reprensión, para la corrección...” (2 Timoteo 3:16).
Ciertamente las instrucciones sobre la guía doctrinal y la conducta recta son parte
del propósito de Dios para la Biblia. La palabra traducida como enseñanza en 2
Timoteo 3:16 proviene del griego didaskalia, que significa “doctrina” o “pensamiento
correcto”, así que Pablo está explicando en verdad que Dios nos dio su Palabra para
que podamos creer correctamente.
La palabra traducida como corrección en este pasaje viene del vocablo griego
epanortosis, que significa “restauración a un estado de vida correcto” o “mejoramiento
en el carácter”. De modo que Pablo ciertamente está diciéndole a Timoteo, además de
a todos nosotros, que la Biblia es la manera que Dios tiene para corregirnos cuando
estamos equivocados y restaurarnos a la vida recta. Por lo tanto, la tenemos para que
nos enseñe cómo creer y vivir correctamente.
Aunque la dirección es un aspecto importante de las Escrituras, no todo se reduce a
eso. De hecho, si no ubicamos en su contexto correcto las enseñanzas bíblicas sobre
creer y vivir en rectitud, es posible perder de vista el propósito verdadero de las
Escrituras. Esa era una de las razones por las que los líderes religiosos del tiempo de
Jesús estaban tan perdidos: sacaron la “creencia correcta” y la “conducta correcta” de
su contexto apropiado.
Los fariseos y los saduceos eran expertos en leyes religiosas, pero Jesús, ese rabino
joven y arrogante, los había tomado por sorpresa y los estaba desafiando. Como atraía
a multitudes y les robaba la atención de la gente intentaron ponerle trampas muchas
veces, con la esperanza de hacerle lucir mal frente a la gente.
Los saduceos en particular no creían en la doctrina de la resurrección. Le
presentaron a Jesús una cuestión teológica espinosa creyendo que podrían confundir al
maestro, pero su respuesta señaló claramente a las Escrituras como nuestra guía en
todo asunto doctrinal: “Y acerca de la resurrección de los muertos, ¿no han leído lo
que les fue dicho por Dios? Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de
Jacob. Dios no es Dios de muertos, sino de vivos" (Mateo 22:31,32).
El Señor Jesús citó Éxodo 3:6 para enseñarnos sobre la resurrección de los muertos.
Más adelante dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera,
vivirá” (Juan 11:25). Aquí se afirma sin ambigüedades el valor de la Biblia como guía
para la creencia correcta: las enseñanzas del Antiguo Testamento, las palabras de Jesús
y los escritos de los apóstoles son nuestra autoridad para decidir en cuestiones
doctrinales y están ahí para instruirnos sobre la manera de creer y pensar
correctamente.
Los líderes religiosos del tiempo de Jesús daban mucha importancia a la doctrina y
te atacaban si no tenías la creencia correcta. Insistían en el seguimiento absoluto de
cada detalle de la letra de la ley porque veían a las Escrituras como una lista de
deberes y prohibiciones. En una ocasión se acercaron a Jesús con una pregunta sobre
los impuestos: “¿Es lícito dar tributo al César o no?”. Jesús respondió: “Muéstrenme la
moneda del tributo”. Ellos le presentaron una moneda y entonces él les dijo: “¿De
quién es esta imagen y esta inscripción?”. Ellos respondieron: “Del César”. Jesús les
dijo: “Por tanto, den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo
22:17, 19-21).
Por supuesto, los fariseos estaban presentando una cuestión políticamente cargada
para atrapar a Jesús, pero él simplemente señaló que se debe obedecer a aquel a quien
se debe obediencia. Jesús respetaba los mandamientos de las Escrituras y muchas
veces nos repitió que debemos seguir las leyes, enseñanzas e instrucciones de las
Escrituras. En otras palabras, la Biblia tiene un propósito de conducta (se nos instruye
hacer esto, evitar aquello, aceptar estas ideas y abstenernos de aquellas acciones) y es
un libro de instrucciones sobre cómo vivir correctamente.
Las doctrinas y mandamientos de la Biblia actúan como dos barandillas que nos
guían por el camino correcto en la vida: las enseñanzas de las Escrituras (doctrinas)
son para que pensemos y creamos correctamente y las instrucciones de las Escrituras
(mandamientos) son para que actuemos y vivamos correctamente, pero si las sacamos
fuera de contexto podemos llegar a perder de vista el propósito verdadero de las
Escrituras, que consiste en guiarnos a guardar el equilibrio entre el pensar y el vivir
correctamente. Podemos llegar a exagerar con facilidad la importancia de la ley y
enfocarnos en conocer todas las doctrinas correctas, lo cual nos puede conducir a la
arrogancia y a la adquisición del conocimiento por sí mismo. Podemos llegar a
exagerar la observancia de la ley, lo cual nos puede llevar a una conducta legalista y a
actitudes de emitir juicio sobre los demás. Ese legalismo es lo que caracterizaba a los
fariseos, cuya creencia y vida no estaban en equilibrio porque no entendían el
mandamiento más importante de todos.
Mi amigo David Ferguson, de Intimate Life Ministries (Ministerios de Vida íntima)
en Austin (Texas), ha escrito mucho sobre lo que él denomina “El propósito olvidado
de las Escrituras”. Como él ha impactado mi vida y mi pensamiento acerca de Cristo y
las Escrituras, la siguiente sección toma sus ideas sobre la intención relacional de Dios
en su Palabra.

El propósito relacional de la Biblia


Jesús explicó el verdadero propósito de las Escrituras cuando respondió a la pregunta
del maestro de la ley: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley? Jesús le dijo:
'Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente.
Este es el grande y el primer mandamiento. Y el segundo es semejante a él: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo' ” (Mateo 22:36-39).
Primero, Jesús citó Deuteronomio 6:5, que era parte de la oración Shemá, recitada
por los líderes al principio y al final de cada día: “Escucha, Israel: el SEÑOR nuestro
Dios, el SEÑOR uno es” (Deuteronomio 6:4). Luego combinó el mandamiento de
amar a Dios que se encuentra en Deuteronomio 6 con otro mandamiento en Levítico
19:18, amar al prójimo como a uno mismo.
Jesús le dijo a ese curioso fariseo que los mandamientos más grandes e importantes
son amar a Dios con todo lo que tenemos y amar a nuestro prójimo como a nosotros
mismos. Sin embargo, no se detuvo ahí, sino que luego añadió una de sus afirmaciones
más profundas: “De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas”
(Mateo 22:40). En otras palabras, toda enseñanza y conducta correctas dependen de
los mandamientos de amar a Dios y amar al prójimo. El Señor Jesús le dijo a este
experto religioso (igual que a todos nosotros) que las Escrituras nos fueron dadas para
guiarnos primero a una relación más profunda de amor con el Autor del libro, y luego
también con todos los demás a nuestro alrededor.
Los fariseos y otros líderes religiosos aparentemente comprendían los propósitos
doctrinales y éticos de las Escrituras, lo que no podían entender era la conexión entre
creencia correcta, conducta correcta y relaciones correctas. Según lo que yo he podido
observar, mucha gente hoy en día tampoco puede ver esa conexión.
Jesús dijo algo sumamente importante, pero no era nada nuevo, ya que las
Escrituras hebreas están llenas de conexiones entre la verdad (creencia y
mandamientos) y las relaciones. Como el rey David dice en uno de sus salmos,
“Porque tu misericordia está delante de mis ojos, y camino en tu verdad” (Salmo
26:3); en otro salmo él ora “Enséñame, oh SEÑOR, tu camino, y yo caminaré en tu
verdad” (Salmo 86:11). Los escritores del Antiguo Testamento comprendían la verdad
dentro del contexto de las relaciones. La declaración de Jesús simplemente se ubicó en
el marco de las creencias doctrinales y de la obediencia, una perspectiva que habían
perdido los líderes religiosos en tiempos de Jesús. Jesús proclamaba que había un
propósito rotacional de la Palabra de Dios.
Lo que Jesús hizo al responder a la pregunta del fariseo es importante para nosotros
hoy en día porque establece el contexto apropiado para la lectura y comprensión de la
Biblia. En vez de considerar las Escrituras como un libro que simplemente nos enseña
cómo creer y cómo comportarnos, Jesús nos muestra que la raíz de todo está en cómo
debemos amar. Al destilar todas las verdades doctrinales y éticas de la Biblia en una
sencilla afirmación de dos partes (amar a Dios y amar al prójimo) el Señor del
universo nos mostró que los límites de lo que creemos y cómo nos comportamos
deben entenderse y experimentarse en el contexto de relaciones profundas de amor
para con Dios y con los demás.
La Biblia revela a un Dios personal, que hablaba a Moisés cara a cara, como habla
un hombre con su amigo (Éxodo 33:11), “cuyo nombre es Celoso, es un Dios celoso”
(Éxodo 34:14). Desde la primera palabra de Génesis hasta la última de Apocalipsis, la
Biblia refleja el corazón amoroso de un Dios que quiere que le conozcamos
íntimamente para que podamos disfrutar todos los beneficios de esta relación.
Por supuesto, Moisés comprendió esto, por eso le rogó a Dios: “Ahora, si he hallado
gracia ante tus ojos, muéstrame, por favor, tu camino para que te conozca” (Éxodo
33:13, énfasis añadido). El Señor Jesús, al orar a su Padre, enseñó a sus discípulos una
verdad muy importante: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero, y a Jesucristo a quien tú has enviado” (Juan 17:3). Dios habló por medio
del profeta Oseas, que dijo: “Conozcamos y persistamos en conocer al SEÑOR...
Porque misericordia quiero yo y no sacrificios; y conocimiento de Dios más que
holocaustos” (Oseas 6:3, 6).
Me conmueve profundamente saber que el poderoso Dios del universo es tan
relacional que se hace lo suficientemente vulnerable como para decirnos: “Quiero que
me conozcas”. Tal vez pongas en duda este hecho sorprendente y digas “Es difícil
creer que el Dios infinito y todo suficiente, que no se limita por el tiempo, el espacio,
la humanidad o cualquier otra cosa, deseara que le conociéramos profundamente”,
pero así es: el Dios infinito es personal. Como es personal, podemos amarle, adorarle
y agradarle con nuestra confianza y obediencia, y él puede amarnos, alegrarse con
nosotros, consolarnos, y revelar su persona y sus caminos a la humanidad.
Dios no es un capataz violento que simplemente exige obediencia, pues las
instrucciones en su Palabra sobre nuestro pensar y actuar son para nuestro beneficio.
Él sabe que el vivir de acuerdo a sus caminos trae gozo, plenitud y sentido a nuestra
vida.
Las leyes e instrucciones de Dios funcionan como límites para decirnos lo que está
bien y lo que está mal, pero vivir dentro de ellos no es opresivo ni restrictivo, sino para
nuestra protección, para nuestro bien. Como Moisés dijo a la nación de Israel: Y que
guardes los mandamientos del SEÑOR y sus estatutos que yo te prescribo hoy, para tu
bien” (Deuteronomio 10:13). Obedecer la Palabra de Dios siempre será para nuestro
bien a largo plazo, pues nos dirige por el mejor camino en la vida. El sabio Salomón
dijo que es Dios quien “preserva las sendas del juicio y guarda el camino de sus
piadosos. Entonces entenderás la justicia, el derecho y la equidad: todo buen camino”
(Proverbios 2:8, 9).
Cuando no permitimos que la Palabra de Dios nos corrija, lo más seguro es que
vayamos a sufrir las consecuencias de vivir mal. Salomón escribe: “Te guardará la
sana iniciativa y te preservará el entendimiento” (Proverbios 2:11). Pero, ¿qué pasa
con la gente que elige no seguir la verdad de la sabiduría? En Proverbios, Dios dice:
“No quisieron mi consejo y menospreciaron toda reprensión mía. Entonces comerán
del fruto de su camino y se saciarán de sus propios consejos” (Proverbios 1:30, 31).
Incluso la disciplina de Dios tiene un propósito relacional: el dolor que sentimos
cuando nos descarriamos por nuestro propio camino tiene la función de hacernos
volver a Dios, quien quiere que volvamos a refugiarnos bajo su protección y provisión
porque lo que más desea es que experimentemos una vida de gozo. El Señor Jesús
dijo: Estas cosas les he hablado para que mi gozo esté en ustedes y su gozo sea
completo” (Juan 15:11).

Las relaciones lo son todo en la Biblia


La Biblia nos revela a un Dios infinito que es santo, omnipotente y omnisciente, y, sin
embargo, es relacional porque quiere interactuar con cada uno de nosotros. Esta es la
naturaleza de las relaciones: se trata del deseo de conectarse íntimamente con otro ser
y de conocer a esa persona. Es como si Dios nos dijera: “Quiero que me abras la
puerta de tu vida y me invites a entrar para experimentar cada aspecto de tu vida
contigo. Aunque lo sé todo y, por tanto, ya conozco todo lo que se puede conocer de ti,
yo quiero que seas tú quien se revele plenamente a mí. A su vez, yo voy a revelarme a
ti, paso a paso. Quiero que me conozcas como soy”. Puede ser muy difícil de
comprender, pero nuestro Dios infinito y relacional nos ha dado su Espíritu Santo y la
Biblia para que podamos aprender, amar y vivir en una relación cercana con Él.
Dios nos ofrece darse a sí mismo, y desea que nos demos completamente a Él como
hijos que se entregan a un Padre amoroso. Consideremos de nuevo lo que Pablo
escribió a Timoteo sobre el propósito de las Escrituras: “Toda la Escritura es inspirada
por Dios y es útil para la enseñanza, para la reprensión, para la corrección, para la
instrucción en justicia‟ (2 Timoteo 3:16). Las Sagradas Escrituras no solo son útiles
para enseñar (pensamiento correcto) y para reprender y corregir (conducta correcta),
sino que también son útiles en nuestras relaciones, es decir, “para la instrucción en
justicia”.
La palabra instrucción es la traducción del griego paideia (“criar”), que se usa para
referirse a la crianza o educación de un hijo. Este pasaje sugiere que la Palabra de Dios
tiene el propósito de educarnos.
¿Pero cómo puede educarnos un conjunto de palabras en un libro? ¿No es la
educación una interacción de persona a persona? Jesús explica cómo la Palabra de
Dios puede ejercer la función de un padre o una madre para nosotros: “Y yo rogaré al
Padre y les dará otro Consolador para que esté con ustedes para siempre. Este es el
Espíritu de verdad...Y cuando venga el Espíritu de verdad, él los guiará a toda la
verdad...” (Juan 14:16, 17; 16:13). Dios el Padre envió a su Espíritu Santo para
guiarnos, es decir, para educarnos. La Biblia está viva porque el Espíritu Santo viene
a mostrarnos a Dios mismo y su verdad en las palabras que ha escrito. Nos ayuda a
entender el tipo de persona que Él quiere que seamos y cómo quiere que amemos y
vivamos.
Tal vez te preguntes por qué necesitamos la educación del Espíritu Santo si la Biblia
es todo lo que necesitamos para una vida y creencia correctas. Pero plantéatelo así:
¿qué es lo que en realidad educa a nuestros hijos? ¿Acaso son las instrucciones, las
direcciones, los mandatos que les damos? Eso son parámetros de conducta, pero no lo
que cría a nuestros hijos. Tampoco es el concepto mismo de “educación”, sino que son
los mismos padres (seres humanos relaciónales) quienes se esfuerzan por cumplir con
esa tarea. Así nos diseñó Dios: quiere que los niños se formen y se críen en relaciones
de amor, pues sin una relación con otra persona todo intento de inculcar creencias y
conductas correctas fracasará por estar disociado de los elementos necesarios de amor
y cuidado personal. Como he dicho muchas veces, la verdad sin relación conduce al
rechazo, y la disciplina o corrección sin relación conduce a la ira y al resentimiento,
pero cuando colocamos la verdad en el contexto de una relación de amor casi siempre
recibimos una respuesta positiva.
El Espíritu Santo nos administra las Escrituras como una madre amorosa, para
proveernos de sabiduría por medio de sus lecciones (Proverbios 3:5), de seguridad
gracias a sus límites (Éxodo 20), de cautela por medio de sus advertencias (Efesios
4.17-20) y de reprensión a través de su disciplina (Filipenses 2.3, 4). Podemos estudiar
la Palabra de Dios para encontrar creencias correctas, podemos incluso obedecerla
para tener una conducta correcta, pero no debemos olvidar el por qué lo hacemos. El
Dios relacional de la Biblia quiere que experimentemos su amor y el amor de quienes
nos rodean, y nos la dio porque quiere tener una relación cercana de amor con
nosotros, que disfrutemos de relaciones positivas de afecto con los demás y que
nuestras relaciones se extiendan por la eternidad.
El propósito relacional de las Escrituras es una realidad poderosa, la asombrosa
verdad de que Dios quiere que tú tengas una relación íntima con Él. Toma un
momento para dejar que esa verdad llegue hasta el fondo del corazón. Piensa en Jesús,
que por medio de su Espíritu Santo te habla directamente en términos muy íntimos.
Dios quiere que le conozcas íntimamente, quiere darte plenitud, completarte y darte
gozo en tu amor por Él y por otras personas; por eso nos ha dado su Espíritu y su
Palabra. Lee lo que el Señor nos dice a ti y a mí:

“Escudriñen las Escrituras, porque les parece que en ellas tienen vida eterna y
ellas son las que dan testimonio de mi” (Juan 5:39).
“Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”
(Juan 10:10).

“Estas cosas les he hablado para que mi gozo esté en ustedes y su gozo sea
completo. Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo
los he amado” (Juan 15:11, 12).

“Para que todos sean uno así como tú, oh Padre, en mí y yo en ti, que también
ellos lo sean en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste (Juan
17:21).

Estas palabras de Jesús me han hecho pensar en las Escrituras de una forma totalmente
diferente, han cambiado mi manera de ver la verdad doctrinal y me han dado una
nueva razón para obedecer los mandamientos bíblicos. Cuando era un cristiano joven,
leía y estudiaba la Biblia, lo cual hacía al principio a fin de entender lo que debía creer
y cómo debía vivir. Sin embargo, con el tiempo mis maestros me ayudaron a ver el
por qué detrás de mi creencia y conducta. Al comenzar a ver el corazón de Dios (sus
motivaciones, sus planes y su propósito para mi vida) todo cambió: mis relaciones
personales cambiaron porque aprendí a profundizar en ellas; mi sentido de propósito y
significado en el mundo se hizo más claro para mí; reorganicé mis prioridades y la
vida se convirtió en una aventura. Adopté un conjunto nuevo de planes y metas en la
vida que me emocionaban y me hacían sentir plenitud, todo por haber comprendido el
verdadero propósito de la Palabra de Dios.
La reorganización de mis prioridades, especialmente en relación con mi esposa y
mis hijos, ha sido algo profundo gracias a que he comprendido el propósito relacional
de la Palabra de Dios, un camino en el cual los libros de David Ferguson y sus
enseñanzas personales me han ayudado mucho.
Volvamos al episodio de lo que hice y lo que le dije a mi esposa Dottie aquel día
cuando llegó a casa después de haber sido lastimada por aquella otra mamá insensible.
Es verdad que mi esposa necesitaba pensar y actuar correctamente y que había
muchos textos bíblicos disponibles para guiarla, pero en ese momento particular lo que
ella necesitaba era experimentar la Palabra de Dios en el contexto de una relación
amorosa con Él y conmigo, su esposo.
Como Dottie estaba lastimada, yo sabía que necesitaba experimentar al “Dios de
toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones” (2 Corintios 1:3,
4). En ese momento, no le hacía falta escuchar un pasaje de la Biblia que dijera que
Dios es un juez justo o que necesitaba ser paciente y amable con una persona que
había sido grosera con ella, sino que su esposo experimentara con ella la segunda parte
de Romanos 12:15: “Lloren con los que lloran”.
De modo que en lugar de soltarle un montón de Escrituras, simplemente la abracé y
le dije: “Mi amor, ojalá no hubieras tenido que escuchar esas palabras, me duele
mucho lo que te pasó”.
Eso fue todo: nada de teología ni de “haz esto” o “no hagas aquello", ningún plan
para corregir errores, solo una expresión sincera que se identificara con su dolor: así
de sencillo, profundamente sencillo. Dottie se sintió comprendida y consolada, lo cual
era todo lo que necesitaba en ese momento. Unos días después me volvió a hablar del
asunto para pedirme consejo sobre cómo enfrentar esos comentarios críticos sobre
nuestro hijo, y ese sí fue el momento propicio para el pensar y actuar correctamente
según las Escrituras, pero la relación (el amor) siempre debe ir primero.
Con los años Dios me ha guiado por un sendero no solamente de estudio y
aplicación de la verdad de las Escrituras a mi vida, sino también de amarle a Él más
íntimamente y de amar a quienes me rodean de una forma más profunda por medio de
la experiencia comunitaria de Su verdad. Dottie se sintió amada aquel día porque yo
experimenté una verdad simple y profunda del libro de Dios con ella, y yo también
tuve un sentimiento más profundo de amor y sentido del “Dios de toda consolación”,
quien sonreía al ver a sus hijos experimentar en relación la verdad de Su Palabra.
He tenido mucha motivación para convertirme en un estudioso de la Palabra de
Dios, he querido saber lo que dice y lo que significa. Hay quienes me han dicho que el
significado de la Biblia a veces no es claro y que puede interpretarse en más de cien
maneras, algo que simplemente no es cierto. Puedes estar seguro de esto: en cada
pasaje de las Escrituras hay un significado relacional y podrás entender cómo se aplica
a ti cuando, por decirlo así, "aprendas el código” que revela su significado. Cuando
aprendas este “código de interpretación” las Escrituras cobrarán vida. Hay una forma
de interpretar correctamente las Escrituras, por eso en el siguiente capítulo quiero
ayudarte a descifrar ese código de interpretación.
Imagina que estás en tu grupo de estudio bíblico. Mark, el líder del grupo, acaba de
leer un versículo del libro de Gálatas: “Sobrelleven los unos las cargas de los otros y
de esta manera cumplirán la ley de Cristo” (Gálatas 6:2). Levanta su mirada de la
Biblia y examina los rostros de los miembros del grupo. Se detiene en Cindy, que está
sentada a tu lado, y le pregunta:
—¿Qué significa este versículo?
Cindy, cristiana profesa, hace una pausa para reflexionar sobre el pasaje.
—Bueno —comienza— lo que significa para mí es que si alguien tiene un
problema, debo ayudarle.
Mark asiente y dice:
—Muy bien.
Chad, que está en el otro lado del salón, da su opinión:
—Oye, Cindy, tengo un problemita financiero. Me hacen falta 2.500 dólares más
para comprarme una motocicleta nueva. ¿Podrías ayudarme a sobrellevar mi carga,
digamos con unos 1.000 dólares?
Todos en el grupo se ríen.
—Ahora en serio, Chad, tu pregunta es muy buena —dice Mark sonriendo—.
¿Debemos ayudarnos unos a otros con necesidades financieras como esa?
Luego Mark te mira directamente a ti.
—¿Qué te dice este versículo a ti? ¿Debemos ayudar a Chad a comprar una
motocicleta?
Aparte del asunto de cómo los cristianos han de sobrellevar mutuamente sus cargas,
es posible que pase inadvertido el leve cambio de significado entre la pregunta original
de Mark y la respuesta de Cindy: él preguntó “¿Qué significa este versículo?” y ella
respondió “Lo que significa para mí es...”.
La cuestión de lo que las Escrituras “significan para mí” o “significan para ti” es un
punto importante de atención entre mucha gente hoy en día que se basa en un error
serio y muy común en nuestra forma de interpretar las Escrituras. En lugar de fijarnos
en el texto bíblico para entender el significado intencional de la verdad de Dios,
mucha gente busca su propio significado de la verdad y como consecuencia
malinterpretan un pasaje tras otro de las Escrituras.
Hay dos errores básicos que la gente comete al tratar de interpretar el significado de
la Biblia:

1. Inyectan sus propios puntos de vista o emociones en las Escrituras.


2. Toman un versículo, una palabra, o un pasaje fuera de su contexto.
Cuando ocurre alguno de estos errores, malinterpretamos el significado y el mensaje
de la verdad de Dios.

¿Fue escrita la Biblia para nosotros?


Seamos sinceros, la Biblia no siempre es fácil de entender. Está compuesta de 66
libros y se divide en dos secciones (Antiguo Testamento y Nuevo Testamento) escritas
hace 2.000 o 3.000 años por múltiples autores y en tres idiomas distintos: hebreo,
arameo y griego. Las Escrituras surgieron en épocas y culturas muy diferentes a la
nuestra, de modo que es comprensible que mucha gente se confunda y batalle con su
interpretación.
Sin embargo, es muy importante entender que cada libro de la Biblia tiene un
significado intencional y que Dios quiere que lo descubramos. Él quiere revelarse a Sí
mismo y a Su verdad en el texto para que podamos experimentarle: conocerle y
amarle, vivir en sus caminos y amar a quienes nos rodean así como Dios nos ama a
nosotros. En esencia nuestra tarea es interpretar las palabras a fin de comprender su
significado intencional.
No obstante, aunque queramos interpretar lo que significan las Escrituras en nuestra
vida hoy, debemos recordar que ninguna parte de la Biblia fue dirigida
específicamente a nosotros, que vivimos en el siglo veintiuno.
Jesús habló a sus discípulos, a las multitudes, y a varias personas que vivían en la
nación de Israel en el siglo I y cada escritor del Nuevo Testamento tenía en mente a
una determinada audiencia, así que es improbable que estos autores previeran que
unos 2.000 años después sus escritos se publicarían como la Santa Biblia, con
autoridad sobre toda la raza humana.
Sin embargo, aunque esos autores escribieron dentro de un contexto histórico
específico para grupos que eran muy diferentes a los de nuestro mundo actual y las
palabras de las Escrituras no se hayan dirigido específicamente a nosotros en el siglo
XXI, eso no significa que no fueran escritas para nosotros. Los autores de la Biblia se
dirigieron a un público específico, pero la verdad de esos textos se aplica también a
nosotros hoy en día.
Para entender la verdad de Dios y cómo se aplica a nuestra vida debemos dar dos
pasos muy básicos: primero debemos entender la verdad que Él quiso comunicar a un
público específico en un tiempo específico de la historia y luego definir qué verdad
universal nos está revelando a nosotros el día de hoy. La verdad de la Palabra de Dios
trasciende la historia, la cultura, las costumbres, los idiomas y los tiempos, por eso
cuando intentamos entender lo que Él quería comunicar a la gente que recibió su
Palabra originalmente, también queremos entender lo que quiere comunicarnos hoy
día en nuestra vida.
Recordemos que la Palabra de Dios es un documento viviente. Pablo escribe acerca
de “la sabiduría de Dios en misterio” y dice que podemos conocer estas cosas porque
“a nosotros Dios nos las reveló por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña,
aun las cosas profundas de Dios” (1 Corintios 2:7, 10).
Pablo dice que hablaba con palabras que el Espíritu le dio: “De estas cosas estamos
hablando, no con las palabras enseñadas por la sabiduría humana, sino con las
enseñadas por el Espíritu, interpretando lo espiritual por medios espirituales” (1
Corintios 2:13). Hay verdades del Antiguo y del Nuevo Testamento que el Espíritu
Santo quiere aplicar a nuestra vida, pero para entender el significado de las mismas
debemos responder así: “Dios, ¿qué quieres que entienda en los textos de tu libro que
leo y escucho? Mi corazón está abierto. Ayúdame a descubrir el mensaje que quieres
darme en el contexto de nuestra relación de amor”.
Interpretar así la Palabra de Dios es un viaje fascinante, un emocionante proceso de
descubrimiento que no solo descubre la verdad que Dios reveló a su pueblo hace miles
de años, sino que también descubre lo que él quiere revelarte a ti, en tu vida, el día de
hoy.

El código de interpretación, descifrado


Para descifrar el código de interpretación bíblica se necesita seguir un proceso. Para
ser exactos, primero debemos obtener el significado real de lo que fue escrito o
hablado en un pasaje dado. Nuestra tarea no es crear el significado, sino simplemente
descubrir el significado original previsto. El apóstol Pedro nos dice que “ninguna
profecía de la Escritura es de interpretación privada” (2 Pedro 1:20). En vez de
introducir en un texto un significado que nosotros pensamos que puede estar ahí,
debemos extraer el significado que Dios quiere que comprendamos, un proceso deno-
minado exégesis.
La palabra exégesis proviene del griego exegeomai, que significa “dar a conocer,
explicar enseñando, declarar abiertamente”. Esta palabra se usa en el Evangelio de
Juan cuando el apóstol dice que el Hijo nos ha dado a conocer a Dios: “a Dios nadie
lo ha visto jamás; el Dios único que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer"
(Juan 1:18, énfasis añadido). Otra manera de traducirlo sería “él lo ha explicado”.
Para revelar y explicar bien el significado de un pasaje bíblico entramos en el
proceso de exégesis, acercándonos a cada texto con las preguntas de un reportero de
noticias: ¿Quién? ¿Qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Cómo? Este es el proceso
básico:
1. Examinamos el texto para entender su construcción gramatical.
2. Intentamos comprender el significado de las palabras individuales: literal,
figurativo, cultural, etc.
3. Descubrimos el contexto histórico: la identidad del autor, su entorno
cultural, la época en que vivió, etc.
4. Examinamos el mensaje en el contexto de párrafos, capítulos, libros
individuales y todo el alcance de la verdad bíblica.
5. Entendemos la verdad eterna aplicada en quienes recibieron el texto
originalmente.
6. Comprendemos cómo se aplica esa verdad eterna a nosotros hoy.

Al seguir los pasos de este proceso desciframos el código de Interpretación, aunque


debemos hacerlo con mucho cuidado. El apóstol Pablo nos exhorta: “Procura con
diligencia... traza bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15). A primera vista puede
parecer un desafío enorme, pero no lo es si seguimos un proceso probado para definir
el significado de la Biblia. Hay muchas herramientas valiosas para el estudio bíblico
que nos ayudan en el proceso (y más delante mencionaremos algunas), pero por ahora
veamos dos elementos clave en el proceso de interpretación: la determinación del
significado y la importancia del contexto.

La determinación del significado


Obviamente el idioma se compone de palabras, las cuales son los ladrillos con los que
se construyen las ideas. Cuando ensamblamos palabras en oraciones y párrafos, estas
se convierten en la unidad básica de comunicación. Esto se aplica a cualquier obra
literaria, y la Biblia es una obra literaria compuesta de palabras, oraciones y párrafos
que comunican la verdad de Dios.
Sin embargo, la manera en que interpretamos esos ladrillos básicos de
comunicación verbal es importante, pues su significado puede variar de acuerdo con la
intención del autor. Los escritores comunican su intención de maneras específicas que
podemos analizar y entender a fin de determinar su significado. En esta sección
consideraremos dos elementos que contribuyen a la determinación del significado:
metáfora y gramática.
Metáfora. Una metáfora es una palabra o frase que no tiene la intención de ser
interpretada literalmente. Las metáforas utilizan una palabra o frase muy conocida
para sugerir su parecido con algo más, de modo que esa palabra o frase metafórica se
convierte en una ilustración que añade impacto o clarifica la idea que el autor quiere
comunicar.
La Biblia hace uso de la metáfora con este propósito. Por ejemplo, Jesús dice en Juan
6:35: “Yo soy el pan de vida. El que a mí viene nunca tendrá hambre...”. ¿Qué quiso
decir Jesús con la expresión “pan de vida”? ¿Acaso significa que Él era una hogaza de
pan amasado, grano, agua y levadura? Ningún ser humano en su sano juicio pensaría
eso. El sentido común nos indica que la frase “pan de vida” no debe tomarse
literalmente porque es una metáfora. Al referirse a sí mismo como el pan de vida, el
Señor Jesús quiere decir que Él provee el sustento para nuestra vida espiritual, así
como el pan provee sustento para nuestra vida física. Este ejemplo es demasiado
obvio, claro está, pero es sorprendente escuchar las interpretaciones forzadas que
resultan cuando alguien trata de leer literalmente las metáforas bíblicas. Una buena
parte de la interpretación correcta es simplemente la aplicación del sentido común.
Aunque la Biblia es la comunicación de la verdad de Dios para nosotros, debemos
tener presente que tiene la forma de una obra literaria (y así debe ser, para comunicar
efectivamente), lo cual significa que se le aplican los mismos principios lingüísticos
que a otros textos de la literatura. Podemos entender mejor los pasajes si permitimos
que el lenguaje se exprese de maneras ordinarias, tal como lo hace en toda obra de la
literatura, en vez de imponer un estándar especial y artificial para su uso en la Biblia.
Esto significa que no podemos tomar cada palabra de la Biblia literalmente, sino que
debemos permitir que sus metáforas, símiles y analogías sean lo que realmente son, sin
forzarles a ser otra cosa.
Gramática. Al interpretar un texto bíblico debemos poner atención no solo a las
metáforas sino también a la gramática, la cual implica tiempos verbales, artículos,
adjetivos, sustantivos, sujetos, predicados y objetos. Estos elementos son los
componentes estructurales de oraciones y párrafos, así que son factores importantes
para determinar exactamente lo que significa un pasaje escrito.
Por ejemplo, el tiempo verbal afecta la interpretación de la declaración de Jesús:
“Yo soy el pan de vida”, cuyo tiempo (pasado, presente o futuro) es un factor
primordial a fin de entender su significado. ¿Qué tiempo utilizó Jesús para referirse a
sí mismo como el pan de vida?
Jesús no utilizó el pasado (“Yo era el pan de vida”) ni el futuro (“Yo seré el pan de
vida"), sino el presente: “Yo soy el pan de vida”. El uso del tiempo presente (“Yo soy”)
indica la naturaleza eterna, inmutable y constante de Cristo.
Al ver la manera en que Jesús utilizó este mismo término en el mismo tiempo verbal
en otro pasaje, vemos la gran importancia de la gramática para nuestro entendimiento
de las Escrituras. En Juan 8:58, Jesús dice: “De cierto, de cierto les digo que antes que
Abraham existiera, Yo Soy”.
A primera vista al lector inexperto podría parecerle que Jesús cometió un error
gramatical al emplear tiempos verbales que chocan en el mismo enunciado. Parece que
debería haber dicho “Antes que Abraham existiera, yo era [yo ya existía]”, pero su
utilización del tiempo presente en este contexto, aunque puede sonarnos extraña,
otorga información exacta que el tiempo pasado habría pasado por alto.
Permíteme que te explique.
En el libro de Éxodo, cuando Moisés se encontró con Dios en la zarza ardiendo y
este le encargó ir a persuadir al faraón para que dejara libres a los hijos de Israel,
Moisés le preguntó cómo debía responder cuando los israelitas le preguntaran quién lo
había enviado. Dios le da a Moisés una respuesta interesante, pues le dice: “Así dirás a
los hijos de Israel: 'YO SOY me ha enviado a ustedes' ” (Éxodo 3:14). Cuando el
Señor Jesús utilizó ese término, “YO SOY”, y se lo aplicó a Sí mismo, los que lo
oyeron no se quedaron sin comprender el mensaje. Como el término “YO SOY” tenía
un significado especial para la gente como un nombre que Dios se había dado a sí
mismo, cuando Jesús se lo aplicó (en el tiempo presente) entendieron claramente que
Él estaba afirmando ser uno con el Dios eterno. Sumidos en su propia incredulidad, los
enemigos de Jesús se enfurecieron por esta afirmación, que llegó a ser una de las
principales acusaciones en su contra.
Sin embargo, Jesús es el gran “YO SOY”. Él es el Dios que siempre es (aquel que
siempre vive en el tiempo presente), el eterno sustentador del universo y de nuestra
vida. Cuando entendemos bien la gramática y el lenguaje figurativo de la Biblia, como
es el caso con el resto de literatura, nos ayuda a ver el significado real de lo que
leemos; en este caso, la naturaleza eterna de Jesús y su unidad con Dios.

La importancia del contexto


Imagínate que pasas caminando cerca de donde yo estoy hablando con tres o cuatro
amigos y me oyes decir; “No, voy a dejar a Dottie la próxima semana y ella se va a
quedar en California”. No te detienes a averiguar nada más, sino que vas con uno de
tus amigos y le dices:
—¿Ya oíste la última novedad de los McDowell?
—No. ¿Qué ha pasado?
—Acabo de oír a Josh decir que la va a dejar la próxima semana pero que va a
permitir que se quede con la casa que tienen en California.
Impactado y desilusionado, tu amigo me lanza una mirada en la distancia: “No
puedo creerlo. Uno más de esos cristianos que siempre insiste en la importancia de las
relaciones pero no puede vivir a la altura de su propio mensaje. ¡Qué vergüenza!”.
En este incidente imaginario, tú me escuchaste correctamente, porque sí dije que iba
a dejar a mi esposa la próxima semana y que ella se iba a quedar en la casa de
California, pero lo que no escuchaste fue el contexto, que se hallaba en los enunciados
pronunciados antes y después de eso. Esta es la conversación completa, el contexto de
lo que escuchaste superficialmente, de pasada:
—Supongo que estás emocionado por tu próximo viaje de conferencias por
Sudamérica — dice uno de mis amigos.
—Sí —respondo—lo estoy esperando con muchas ganas.
—Te vas en unos pocos días, ¿verdad? ¿Va a ir Dottie contigo?
—No, voy a dejar a Dottie la próxima semana y ella se va a quedar en California —
hago una pausa—. Me voy por tres semanas, y la verdad es que no me gusta mucho
estar separado de ella tanto tiempo.
Lo que me escuchaste decir en un enunciado aislado fue algo exacto y correcto,
pero la interpretación era incorrecta porque mis palabras fueron sacadas del contexto
de la conversación completa. Es decir, es posible perder de vista el significado real de
lo que está escrito si no leemos un texto en todo su contexto.

Contexto literario
Interpretamos un pasaje dentro de su contexto cuando entendernos el entorno: lo que
está inmediatamente antes y después. Si no entendemos un pasaje que estemos
estudiando dentro de todo el relato, corremos el peligro de malinterpretarlo. El proceso
se complica cuando nuestras propias experiencias de vida interfieren en nuestra
percepción. Tomemos, por ejemplo, el pasaje de Gálatas 6:2 que citamos en la
ilustración al comienzo de este capítulo. ¿Era responsabilidad de Cindy ayudar a Chad
con la compra de una motocicleta a fin de poder obedecer la instrucción del apóstol
Pablo de llevar los unos las cargas de los otros? Al comienzo de mi vida cristiana, yo
creía que así debía ser, principalmente porque veía la instrucción de Pablo a través de
mi experiencia en una familia disfuncional.
Crecí en el hogar de un alcohólico y desarrollé un patrón de comportamiento que
los psicólogos denominan rescatador; cada vez que veía que mi padre trataba de
lastimar a mi madre yo intervenía para tratar de evitarlo, lo cual se convirtió para mí
en un patrón psicológico y emocional de por vida, así que siempre estaba intentando
rescatar a la gente lastimada y con problemas.
Después de mi conversión seguí con ese patrón de comportamiento enfermizo,
aunque no me daba cuenta de que lo era. Cada vez que veía a alguien dolido o
necesitado aparecía mí urgencia por rescatar, pero yo no sabía que esta era una
conducta compulsiva, más bien pensaba que se trataba de compasión: creía que estaba
mostrando amor cristiano. Al leer “Sobrelleven los unos las cargas de los otros y de
esa manera cumplirán la ley de Cristo” (Gálatas 6:2), me sentía emocionalmente
responsable por resolver los problemas de los demás y tratar de eliminar cualquier
carga que tuvieran. De modo que si me cruzaba con alguien como Chad, con una
“necesidad” financiera, me sentía obligado a ayudarle. Pensaba que estaba cumpliendo
“la ley de Cristo” y actuando como lo haría Jesús, pero en realidad estaba haciéndome
daño y, en la mayoría de los casos, no lograba ayudar a la persona como yo creía estar
haciéndolo; todo porque estaba viendo el amor de Dios a través de mis “lentes de
rescate” disfuncionales.
Necesité la ayuda de otras personas para poder ver claramente este pasaje. El
problema era que yo estaba sacando Gálatas 6:2 de su contexto literario. Aprendí que
este versículo no nos enseña que llevar la carga de otra persona significa
responsabilizarse de sus problemas o dolores y mucho menos de sus deseos, como era
el caso de Chad y su deseo de una motocicleta. Más bien significa estar al lado de la
gente y ayudarles amablemente a lidiar con sus problemas. Llevar las cargas de otras
personas no significa hacerse responsable de su problema, sino ser responsable por
ellos: consolarlos, animarlos y apoyarlos en la dificultad y el dolor.
Sí, Gálatas 6:2 nos dice que debemos sobrellevar “las cargas los unos de los otros”.
Sin embargo, aunque yo escaba leyendo este versículo a través de mis “lentes
disfuncionales de rescate”, lo habría interpretado correctamente si hubiera leído el
pasaje dentro de su contexto literario, el cual aparece en los versículos colindantes.
Para entender bien el versículo 2 hay que leer también el versículo 5: “porque cada
cual llevará su propia carga”. Antes de hablar sobre este versículo y explicar la manera
en que aporta el contexto, necesitamos revisar un par de definiciones de palabras.
Notemos que el versículo 2 utiliza el plural, cargas, y el versículo 5 usa el singular,
carga. Las palabras originales en griego son distintas. La palabra griega en el
versículo 2 es baros, que se refiere a una carga muy pesada y que Jesús usó para
describir a los obreros trabajando en la viña, que habían soportado el peso [baros] y el
calor del día” (Mateo 20:12); se trataba de una carga muy pesada.
Todos enfrentamos situaciones que se nos hacen pesadas, y Dios se agrada cuando
se pone en acción Gálatas 6:2 y alguien viene a nuestro lado para apoyarnos en esa
dificultad. Pensemos en un hombre que lleva una viga muy pesada sobre sus hombros,
pero entonces dos amigos vienen a su lado, ponen sus hombros a ambos lados de la
viga y ayudan al hombre a levantar la carga: esa es la idea. Cuando estamos agobiados
con una herida, una enfermedad, la pérdida de un empleo o de un ser querido,
necesitamos el cuidado, consuelo, ánimo y apoyo de otras personas. Necesitamos que
alguien nos ayude a levantar esa carga tan pesada.
En el versículo 5 Pablo usa una palabra diferente cuando dice: porque cada cual
llevará su propia carga”. Aquí se usa phortion, que se refiere a algo con poco peso,
como la mochila de provisiones que un soldado de aquel tiempo llevaba al campo de
batalla. Tal vez resultaría más claro si el versículo 5 se tradujera “Cada uno es
responsable de su propia conducta”, que es la misma idea expresada por Pablo en
Romanos 14:12: “De manera que cada uno de nosotros rendirá cuenta a Dios de sí
mismo”.
Todos tenemos responsabilidades personales y cuando no las cumplimos (por juzgar
mal, tomar malas decisiones o albergar malas actitudes) debemos enfrentar
personalmente las consecuencias sin esperar que otra persona lo haga por nosotros. Si
alguien con una conducta compulsiva a rescatar quisiera intervenir para eliminar las
consecuencias correctivas de la acción irresponsable de alguien, lo que haría sería
impedir que esa otra persona recibiera valiosas lecciones que podrían ser críticas para
su crecimiento y madurez.
Esta interpretación correcta de la Palabra de Dios ha sido sumamente valiosa para
mí. Cuando me di cuenta de que la obediencia al mandato de Gálatas 6:2 no significa
que yo era responsable de los demás, eso me liberó para ser responsable por los
demás, particularmente quienes estaban en dolor. Entonces comencé a buscar
oportunidades para permitir que el consuelo compasivo de Dios, su apoyo y aliento,
fluyeran a través de mí hacia los demás.
Como ya hemos demostrado, si queremos conocer el significado correcto de un
texto debemos verlo dentro de su contexto literario. ¿Por qué interpretaba yo mal el
mandato de Gálatas 6:2? El problema no era que leyera mal el sobrellevar las cargas
unos de otros, sino que interpretaba el versículo fuera de su contexto natural. Cuando
leí el versículo 5 y examiné las palabras griegas que se traducen como “carga y
cargas”, comprendí que “cada uno es responsable de su propia conducta” y eso me
permitió entender el versículo 2 en su propio contexto.
Cuando leemos un pasaje fuera de contexto estamos en peligro de asignarle un
significado extraño al texto, algo que los estudiosos denominan eiségesis (“introducir
significado”). La mayoría de los errores de interpretación provienen de introducir
significados en la Biblia que simplemente no están allí, algo que se puede evitar en
gran parte si leemos el texto dentro de su contexto literario.
Sin embargo, muchas veces para interpretar un pasaje en su contexto necesitamos
ver más que solo unos pocos versículos antes y después, pues se requiere verlo dentro
del contexto del capítulo e incluso de toda la Biblia. Aquí es donde son muy útiles las
referencias cruzadas.
Encontrar el contexto por medio de referencias cruzadas
Usar referencias cruzadas simplemente es el proceso de seguir un tema o una palabra
de un versículo a otro en la Biblia para descubrir todo lo que el libro dice sobre ese
tema. El beneficio de las referencias cruzadas es que permite que las Escrituras se
expliquen a sí mismas.
Para localizar referencias cruzadas existen varias herramientas y recursos. Muchas
versiones de la Biblia, especialmente las Biblias de estudio, incluyen listas de
referencias en una columna separada al lado del texto o en el centro. Tal vez tu Biblia
también tenga una concordancia, que es otra ayuda de referencias cruzadas. Otra
herramienta útil es una Biblia de referencias en cadena, como la Biblia de referencia
Thompson con versículos en cadena temática, la primera obra de este tipo, que todavía
está disponible hoy. Este tipo de Biblias tiene referencias marginales muy elaboradas y
un índice que hacen más fácil seguir el rastro de un tema por todas las Escrituras.
En el ejemplo del uso del tiempo verbal en presente para la frase “YO SOY”, nos
referimos a Moisés y la zarza ardiendo. ¿Cómo sabemos que “YO SOY” se menciona
en Éxodo 3:14? Las referencias al margen en nuestra Biblia de estudio mencionan el
pasaje de Éxodo; de hecho, en la Biblia de estudio que estoy usando ahora, tengo diez
referencias cruzadas para las palabras “YO SOY” solamente en el libro de Juan. El
seguimiento de esa cadena de referencias brinda un contexto importante para entender
la afirmación de Jesús “Yo soy el pan de vida”.
En una simple lectura de Juan 6 encontramos que el texto se centra completamente
en Jesús como sustentador de nuestra vida. La narración comienza con el relato de una
multitud que viene a oír a Jesús. Después de un tiempo, cuando la gente tiene hambre,
este le pregunta a su discípulo Felipe: “¿De dónde compraremos pan para que coman
estos?” (Juan 6:5). Después Felipe responde: Ni con el pan comprado con el salario de
más de seis meses bastaría para que cada uno de ellos reciba un poco”. Jesús realizó
un milagro alimentando a más de cinco mil personas solo con cinco panes de cebada y
dos pececillos.
“Yo soy el pan de vida” está en el contexto de este milagro y otro más: el de Jesús
caminando sobre el agua. La forma en que la gente respondió a estos milagros indica
que muchos estaban siguiéndole por razones equivocadas, por eso él les dijo: “De
cierto, de cierto les digo que me buscan, no porque han visto las señales sino porque
comieron de los panes y se saciaron” (Juan 6:26).
Jesús atendió la necesidad de la gente hambrienta, pero quería hacer mucho más por
ellos, más allá de únicamente satisfacer su necesidad física: “Trabajen, no por la
comida que perece sino por la comida que permanece para vida eterna que el Hijo del
Hombre les dará... Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este
pan vivirá para siempre” (vv. 27, 51).
Hay un significado muy profundo para nosotros en la afirmación de Jesús de que Él
es el pan de vida, pero no podemos interpretar ese significado correctamente sin leerlo
en el contexto de esos otros pasajes: así es como permitimos que las Escrituras se
expliquen a sí mismas. El Espíritu Santo nos quiere revelar la verdad de su Palabra
personalmente cuando entendemos su importancia para quienes recibieron el texto
originalmente, y una forma de lograrlo es leyendo la Biblia dentro de su propio
contexto literario.

Contexto histórico
La Biblia fue escrita en varios períodos de la historia, cada uno de los cuales provee su
propio contexto al material proveniente de ese período. Las normas de vida, la
comunicación, muchas actitudes sociales y modos de ver las cosas en esos tiempos
eran muy diferentes a los de ahora. El entorno, el estilo de vida y la estructura política
de esas épocas afectarán nuestra comprensión de pasajes que fueron escritos en y para
esos tiempos. Por lo tanto, para explicar o revelar el significado de las Escrituras,
debemos verlas dentro del contexto cultural de su época. Fijémonos en el contexto
cultural de la afirmación de Jesús: “Yo soy el pan de vida”. ¿Qué nos dice el entorno
histórico sobre la forma de interpretar este versículo?
El contexto histórico era el siglo I, durante la ocupación romana de Israel. En ese
tiempo el pan era la principal fuente de alimento, en lugar de un acompañamiento para
la comida principal como lo es hoy (algo que se come con la carne, la sopa o la
ensalada). El pan era la comida principal, de modo que el uso que Jesús hizo de esta
metáfora para el sustento de la vida eterna tenía un gran sentido para sus oyentes
originales: así como sin pan morirían de hambre físicamente, sin Jesús morirían
espiritualmente.
Cuando leemos la Biblia, entramos al pasado, un período de 1.500 años desde
aproximadamente el 1400 a. de J.C. hasta el 100 d. de J.C. Dentro de ese rango de
tiempo se dieron importantes cambios culturales, políticos y sociológicos. Cuando
comprendemos el entorno histórico en el cual se escribió un pasaje en particular
podremos entender mejor lo que Dios estaba diciendo originalmente a sus oyentes y
lectores, y por qué, para luego aplicar la verdad universal de Dios a nuestra vida en el
siglo veintiuno. El primer paso para experimentar la relevancia de la Biblia en nuestra
vida es entender cómo interpretarla. Ahora queremos explorar la manera en que la
Biblia, esta reliquia ancestral, tiene el propósito de convertirse en algo tan relevante
para nuestra vida diaria.
Era una mañana frenética. Yo tenía varias reuniones importantes y ya iba tarde.
Durante el desayuno Dottie me mostró un legajo lleno de asuntos pendientes para
sumar cosas a mi agenda, de por sí ya repleta, y yo estaba tratando de evitar cada uno
de ellos con respuestas pasivas como “Muy bien”, “Luego lo hago”, “Sí, me parece
bien”, “Bueno, lo voy a intentar”, pero mi esposa podía sentir que yo no estaba
escuchando de veras y que tenía muy poca intención de atender enseguida su lista de
asuntos pendientes. Se cansó de mis respuestas y trató de captar mi atención.
Perdí el control y comencé a discutir con Dottie frente a los chicos. Exploté, arrojé a
la mesa la agenda de Dottie y dije: “Ya me voy”. Salí furioso de la casa y me subí a mi
auto.
Llevaba apenas un kilómetro recorrido y ya sabía que había cometido un gran error.
Tal vez algún psicólogo famoso de la televisión podría explicarme por qué lo había
hecho, o un libro de autoayuda sobre el manejo de la ira podría guiarme para saber qué
hacer ahora. ¿Pero la Biblia? ¿Cómo podría ayudar a un esposo enojado una reliquia
ancestral como la Biblia? O en todo caso, ¿cómo podría ayudar con cuestiones
matrimoniales, parentales, financieras, emocionales o relaciónales?
Como ya hemos mencionado, la Biblia se escribió hace miles de años para culturas
completamente diferentes a las nuestras, pero como su Autor es un Dios relacional y el
Espíritu Santo está vivo y activo hoy en día para revelar su verdad, las Escrituras
pueden aplicarse a todas las áreas de nuestra vida. Podemos confiar en esto por tres
razones básicas: la Biblia revela verdades universales que proveen una cosmovisión
correcta; trata sobre la forma en que hemos de vivir; y nos encuentra exactamente en
nuestro momento de mayor necesidad. Exploremos cada uno de estos aspectos.

La Biblia es relevante para nuestra vida porque revela verdades universales que
proveen una cosmovisión correcta
Todos creemos ciertas cosas sobre Dios, sobre nosotros mismos, sobre los demás y en
general sobre toda la vida, las cuales interpretamos a través del lente de nuestras
experiencias pasadas y presentes: es cómo vemos el mundo, nuestra comprensión de la
realidad. Esta cosmovisión es lo que asumimos como verdad en cuanto a la
constitución básica de la vida y del mundo que nos rodea.
Todos tenernos una cosmovisión, aun sin saber cuál es, porque todo lo que
pensamos y hacemos pasa por el filtro de nuestras convicciones sobre el
funcionamiento de la vida. La mayoría de gente adquiere esas convicciones a partir de
varias fuentes: el darwinismo, la filosofía de la Ilustración, las religiones orientales, el
materialismo o el posmodernismo. Aquí quiero hacer una declaración audaz: ninguna
de estas filosofías o religiones provee una cosmovisión perfecta y completa que no
deje huecos; ninguna explica el mundo que encontramos en nuestra experiencia real.
De hecho, solo hay una fuente de cosmovisión que provee explicaciones completas y
satisfactorias para el mundo tal y como lo experimentamos: la Biblia.
Las historias del Antiguo Testamento sobre la Creación, el Jardín del Edén, el
Diluvio, Abraham, los hijos de Israel, etc., podrían parecer acontecimientos lejanos e
irrelevantes para el mundo de hoy. La vida, muerte y resurrección de Jesús a veces
pueden parecer un conjunto de incidentes aislados que se recuerdan solo en Navidad,
el Viernes Santo y el domingo de Resurrección, pero las Escrituras son muchísimo
más que simples historias aisladas sobre un pasado lejano y sobre reglas antiguas para
el comportamiento humano. La Biblia cuenta una historia grande, abarcadora, que en
última instancia une y da sentido a todo lo que hay en el universo y aún más allá del
mismo. Dentro de este grandioso relato épico hallamos una historia específica sobre la
raza humana: cómo y por qué fuimos creados, cómo tomamos un camino equivocado,
y el plan de Dios para rescatarnos y restaurarnos a fin de que vivamos en su propósito
original.
Nos resulta muy útil poder ver este panorama general descrito tan vivamente en la
Biblia, porque ahí es donde podemos hallar nuestro lugar en la historia de Dios. El
panorama general de las Escrituras puede resumirse en los siguientes puntos:
Creación. La cosmovisión bíblica nos habla del origen de todas las cosas: el tiempo,
la energía, el espacio, la materia, la vida y la humanidad.
El mal. El mal entró al mundo cuando un ser maligno tentó a la humanidad para que
rechazara a Dios, y así la separó de su fuente de vida eterna, lo cual provocó dolor y
muerte en su mundo perfecto.
Rescate. Dios vino a la Tierra encarnado como un ser humano y pagó un precio de
muerte para redimir a la humanidad de las garras del mal y restaurar a su creación para
sí mismo.
Vida nueva. Dios envió (y continúa enviando) a su Espíritu Santo a morar en los
seres humanos para que confíen en Cristo y nos da el poder de resistir al pecado y
vivir la vida en armonía con Dios.
Restauración. La cosmovisión bíblica asegura a los humanos la restauración final
del propósito original de Dios, incluyendo un mundo perfecto desprovisto de mal y
seres humanos sin pecado y con vida eterna.
Poder ver este panorama general de las Escrituras nos da una perspectiva integral de
lo que Dios está haciendo y de cómo encaja nuestra vida en la historia de la raza
humana. En otras palabras, nos da una cosmovisión completa y perfectamente
ensamblada que nos revela una forma de vida muy específica, una manera de conocer
lo que es realmente cierto, una imagen de lo que Dios quiso que fuéramos y de cómo
hemos de vivir basándonos en nuestra relación con Él.
Cuando estudiamos y leemos la Biblia como un libro de cosmovisión podemos
aplicar las grandes verdades universales de las Escrituras a nuestra vida diaria. Esto
nos permite comprender quiénes somos como seres humanos en relación con Dios,
qué es lo que constituye el bien y el mal, y cómo su manera de hacer las cosas está
diseñada para traer resolución a los problemas físicos, relaciónales, sociales, morales,
éticos, económicos y ambientales de la vida.
Cuando salí de mi casa aquel día, zumbando como una avispa enojadísima, mis
acciones no estaban siendo congruentes con una cosmovisión bíblica, y como
estudioso de la Palabra yo sabía que había actuado mal. Al ir conduciendo me dije a
mí mismo: “McDowell, ¿qué te está pasando? Regresa inmediatamente a casa y
arregla las cosas con tu esposa”. Di media vuelta, volví a casa, me disculpé con Dottie
por haber explotado y le pedí su perdón por haberla lastimado. Después, durante la
cena, les dije a nuestros hijos que había cometido un error al ser tan irrespetuoso con
su madre esa mañana y les pedí también a ellos que me perdonaran. Fue una
oportunidad para enseñarles la manera en que Dottie y yo habíamos resuelto nuestro
conflicto.
¿Qué verdades universales de las Escrituras fueron relevantes para mí en ese
momento? A mi mente llegaron tres verdades que guiaron mi senda. El primer texto
que me cité a mí mismo fue Efesios 4:26: “Enójense, pero no pequen; no se ponga el
sol sobre su enojo”. Cuando exploté frente a Dottie permití que el enojo me controlara
y fui culpable de dejar que el enojo me controlara, pero no me iba a permitir fallar
también en lo que dice la segunda parte del versículo. Estaba decidido a arreglar las
cosas con mi esposa antes de que el día terminara, y así lo hice.
Otras dos verdades bíblicas fueron relevantes para mí en ese momento. El rey
Salomón dijo “Pobreza y vergüenza [incluyendo pobreza y vergüenza relacional]
tendrá el que desprecia la disciplina, pero el que acepta la reprensión logrará honra”
(Proverbios 13:18). Y también “El que encubre sus pecados no prosperará, pero el que
los confiesa y los abandona alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13).
Seguir el rumbo trazado por estas verdades universales de las Escrituras me
permitió hacerme responsable de mi reacción emocional negativa y resolver el
conflicto con Dottie. La cosmovisión del libro de Dios contiene cientos de verdades e
instrucciones semejantes para hacer frente a cada aspecto de la vida. La Palabra de
Dios es relevante para cada persona.
La Biblia es relevante para nuestra vida porque trata sobre la forma en que hemos
de vivir
Mucha gente piensa que la Biblia es un libro de deberes y prohibiciones, leyes que
obedecer e instrucciones que seguir. Al mirar así a la Biblia se pierde de vista lo que
está detrás de esas leyes, instrucciones y mandamientos, pues de hecho todas las
instrucciones de las Escrituras son representaciones de los caminos de Dios y de su
forma de actuar. Cuando vivimos de acuerdo con esos caminos experimentamos gozo
verdadero porque estamos viviendo según nuestro diseño original, como gente creada
a imagen de Dios. Esta fue su intención desde el principio cuando dijo: “Hagamos al
hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, y tenga dominio sobre...
todo animal que se desplaza sobre la tierra. Creó, pues, Dios al hombre a su imagen; a
imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó” (Génesis 1:26, 27).
La Biblia nos enseña que Dios es un ser eterno y grandioso (Isaías 40:28) que es
todopoderoso (Salmo 147:5), siempre presente (Jeremías 23:23, 24), que nunca
cambia (Salmo 102:26, 27), que todo lo sabe (Isaías 46:9, 10) y que es perfectamente
santo (Isaías 6:3). Los humanos fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, pero
no a su imagen infinita. Más bien fuimos creados a su imagen y semejanza para
reflejar su capacidad de decidir, razonar, amar y crear.
Dios plantó estas características distintivas de su propia semejanza en lo profundo
de nuestro ser, dándonos la capacidad de decidir, razonar, crear y formar relaciones de
amor. Juan dice: “Dios es amor. Y el que permanece en el amor permanece en Dios y
Dios permanece en él. En esto se ha perfeccionado el amor entre nosotros...” (1 Juan
4:16, 17). Él implantó en nosotros un deseo de vivir nuestras relaciones, de amar a los
demás y de ser amados profundamente a fin de poder explorar las profundidades de
quiénes somos como personas creadas a su imagen.
Como seres relaciónales fuimos diseñados para amar y ser amados. Todos queremos
que los demás descubran quiénes somos y que amen lo que encuentran en nosotros,
además de conocerles como son en realidad y amarles por ser personas únicas y
originales. Fuimos creados para conocer y ser conocidos y diseñados para amar y ser
amados a fin de poder así disfrutar a Dios y disfrutarnos unos a otros. El libro de Dios
es su manual de instrucciones para saber cómo maximizar nuestro gozo en la vida.
Mucha gente se concentra solo en lo que perciben como negatividad en la Biblia. En
el capítulo 3 tocamos una gran verdad: la Palabra de Dios nos instruye para evitar
algunas cosas por nuestro propio bien. ¿Pero sabías que toda prohibición en las
Escrituras se deriva de dos motivaciones muy poderosas en Dios? Cada vez que Él
dice no lo hace para proveer para nosotros y para protegernos.
Dios dijo a los hijos de Israel: “Porque yo sé los planes que tengo acerca de ustedes,
dice el SEÑOR, planes de bienestar [proveer] y no de mal [proteger], para darles
porvenir y esperanza” (Jeremías 29:11). Cada vez que Dios daba instrucciones a los
hijos de Israel, era a fin de proveer para su pueblo y protegerlo. El también desea
proveer para nosotros y protegernos, pues la motivación de su corazón es el amor:
quiere que tengamos todo lo que necesitamos para llevar una vida feliz y plena. Esta
podría ser una buena definición bíblica del amor según Dios: amar significa hacer que
la seguridad, la felicidad y el bienestar de otra persona sean tan importantes como la
seguridad, la felicidad y el bienestar propios. Esta es la clase de amor que provee y
protege.

La protección de Dios al seguir su Palabra


Hace más de 45 años un doctor llamado S. I. McMillen escribió un libro fascinante
titulado None of These Diseases (Ninguna de estas enfermedades), donde tomó más de
dos docenas de mandamientos de la ley de Dios y demostró que fueron diseñados para
prevenir trastornos como la disentería, las enfermedades cardíacas, el cáncer cervical y
la artritis, mucho antes de surgiera la medicina moderna. El doctor Mcmillen escribe
en su prefacio:

Cuando Dios sacó a los israelitas del afligido Egipto, les prometió que si
obedecían sus estatutos, no caería sobre ellos “ninguna enfermedad [de las que
envié a Egipto]”. Dios garantizó un grado de libertad de las enfermedades que
la medicina moderna no puede repetir.

Por supuesto, esto no significa que nunca vamos a enfermarnos si obedecemos


siempre la Palabra de Dios, pero sus mandamientos actúan como un escudo protector
contra las consecuencias de nuestras malas decisiones. Tenemos, por ejemplo, las
instrucciones acerca de nuestra conducta sexual: Dios quiso que sus prohibiciones
fueran una respuesta positiva a nuestra vida sexual.
En términos bíblicos, la inmoralidad sexual está en cualquier actividad sexual que
ocurra fuera del matrimonio entre un hombre y una mujer (incluyendo relaciones
sexuales extramaritales y prematrimoniales). La Biblia afirma:

Que se abstengan de... inmoralidad sexual (Hechos 15:29).

Huyan de la inmoralidad sexual (1 Corintios 6:18).


Ni practiquemos la inmoralidad sexual... (1 Corintios 10:8).

Al seguir los mandamientos bíblicos de vivir una vida sexual pura y ser fieles a un
solo cónyuge, nuestra obediencia actúa como un escudo protector, ya que evitamos
cosas como culpa y vergüenza, embarazos no planeados, enfermedades de transmisión
sexual, inseguridad sexual y angustia emocional. Ese tipo de protección sin duda
intensifica la vida sexual de una pareja en su matrimonio. Cuando Dottie y yo apenas
comenzábamos a salir para conocernos, tomamos la decisión de esperar hasta el
matrimonio para expresar nuestro afecto sexual como pareja, un compromiso que
también significaba que después del matrimonio seguiríamos siendo sexualmente
fieles el uno al otro, y así ha sido. Gracias a que ambos fuimos obedientes a los
mandatos de Dios en relación con el sexo, hemos estado protegidos contra las
enfermedades de transmisión sexual, los sentimientos de culpa y los problemas de un
embarazo prematrimonial, y en consecuencia nunca tuvimos la desgarradora
experiencia de dar un hijo en adopción o tener que casarnos antes de estar preparados
para ello.
Hemos estado protegidos contra la inseguridad sexual que resulta de la comparación
con parejas sexuales anteriores, de la angustia emocional que puede surgir como
resultado de las relaciones sexuales prematrimoniales y de los sentimientos de traición
que puede ocasionar una aventura extramarital.
Al obedecer las instrucciones relevantes de Dios en relación con la conducta sexual,
una pareja puede experimentar la belleza y el gozo del sexo según su propósito
original. La motivación de sus prohibiciones es que Él quiere lo mejor para nosotros.
Podemos revisar la lista de mandamientos bíblicos y encontraremos que, como
resultado de aplicarlos a la vida, hay toda clase de protección: la Biblia nos advierte
contra robar o mentir (Éxodo 20:15, 16); el apóstol Pablo nos dice “Por lo tanto,
habiendo dejado la mentira, hablen la verdad cada uno con su prójimo...” (Efesios
4:25); la honestidad nos protege contra la culpa, la vergüenza, los engaños
continuados y el daño a nuestras relaciones con otras personas.
La Biblia nos enseña a actuar con misericordia. El Señor Jesús dijo:
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia” (Mateo
5:7). Recibimos aquello que damos, así que cuando mostramos misericordia tenemos
protección contra la carencia, la venganza y la falta de perdón (Mateo 5:7; 6:14, 15;
Lucas 6:38).
Si seguimos las instrucciones de Dios sobre ser justos, mostrar amor y respeto hacia
los demás, y ejercitar el dominio propio, estaremos protegidos contra las múltiples
consecuencias del pecado, lo cual no significa que esa obediencia dará como resultado
una vida sin dolor. De hecho, las Escrituras señalan que a veces sufriremos cuando
hacemos lo correcto, simplemente porque vivimos en un mundo corrompido por el
mal. Sin embargo, incluso ese sufrimiento tiene sus recompensas: en esta vida
presente cosecharemos bendiciones espirituales y al final Dios nos recompensará en la
eternidad.

La provisión de Dios al seguir su Palabra


El hecho de que Dottie y yo hayamos permanecido fieles a la Palabra de Dios antes y
después de casarnos nos ha protegido de todos los problemas que ya se han
mencionado. Ser obedientes a las Escrituras en nuestra relación sexual también nos ha
provisto muchas bendiciones positivas: han sido recompensas espirituales, como el
tener una relación consistente con Dios; hemos disfrutado la atmósfera óptima para
criar a nuestros hijos dentro de una relación familiar matrimonial; nuestra fidelidad ha
producido la paz interior y ha provisto confianza en la relación; en vez de la angustia
emocional que pueden traer las relaciones prematrimoniales o los sentimientos de
traición que surgen de una aventura extramarital, hemos disfrutado una intimidad
relacional sin las interrupciones causadas por la pérdida de confianza.
Vivir honestamente nos otorga una conciencia limpia, nos brinda una gran
satisfacción, cimienta una reputación de integridad y desarrolla relaciones de
confianza. Mostrar misericordia nos provee la bendición, la clemencia y el perdón de
los demás. En todo caso, cuando seguimos el camino de Dios cosechamos los
beneficios. El salmista expresa claramente los beneficios de obedecer sus mandatos:

La ley del SEÑOR es perfecta;


restaura el alma.
El testimonio del SEÑOR es fiel;
hace sabio al ingenuo.
Los preceptos del SEÑOR son rectos;
alegran el corazón.
El mandamiento del SEÑOR es puro;
alumbra los ojos.
El temor del SEÑOR es limpio;
permanece para siempre.
Los juicios del SEÑOR son verdad;
son todos justos.
Son más deseables que el oro;
más que mucho oro fino.
Son más dulces que la miel
que destila del panal.
Además, con ellos es amonestado tu siervo;
en guardarlos hay grande galardón
(Salmo 19:7-11, énfasis añadido).

Fuimos creados a imagen de Dios y para vivir de acuerdo a sus caminos. Cuando lo
hacemos, tal como mandan las Escrituras, vivimos una vida gozosa bajo su amorosa
protección y provisión. La Palabra de Dios es siempre relevante a nivel personal.

La Biblia es relevante para nuestra vida porque Dios nos encuentra en nuestro
momento de mayor necesidad
Esto no era lo que yo recordaba: las tejas en el techo del granero estaban casi todas
caídas, algunas ventanas de la casa estaban rotas y estaba creciendo toda clase de
maleza en el lugar donde yo había vivido mi niñez.
Había llevado a mis cuatro hijos adultos a ver lo que quedaba de la granja lechera
de casi 50 hectáreas que había sido mi hogar. Traté de explicarles cómo era el lugar a
comienzos de la década de 1940.
Señalé el porche trasero de la casa en ruinas y les expliqué que mi hermana mayor
hacía helado casero allí y yo me sentaba a observarla. Les conté que mi madre
preparaba la mejor zarzaparrilla en todo el estado de Michigan, y que yo me tomaba
de golpe todos los vasos que mi hermana me permitiera.
Luego caminé con mis hijos hacia el inestable granero. Los agradables recuerdos de
helado y zarzaparrilla caseros se desvanecieron de pronto. Estábamos solo a unos
pasos del viejo cobertizo y me detuve de repente. Al contemplar aquella estructura
castigada por las inclemencias del tiempo las lágrimas comenzaron a brotar y mi
visión se nubló. Me sentí paralizado por el recuerdo de un día terrible de vergüenza y
abandono hacía muchos años.
En ese entonces yo tenía 11 años de edad. Era un sábado por la mañana y estaba
emocionado porque iba a ver cómo movían una pequeña casa en nuestra granja de un
lugar a otro. El día anterior los trabajadores la habían levantado y habían colocado
ruedas debajo, así que yo esperaba ansioso para ver aquellos tractores llevando una
casa por la carretera.
Wilmot, mi hermano mayor, había demandado a mi padre y estaba tomando
posesión de esa casa y de la mitad de la granja. Yo estaba intentando quedarme fuera
del pleito familiar y simplemente quería disfrutar del espectáculo.
Parecía que todo el pueblo se había dado cita para presenciar tal acontecimiento.
Entonces, en el momento en que los tractores estaban enganchándose a la casa, mi
padre, borracho como siempre, comenzó a gritarle a Wilmot. El alguacil del pueblo,
que había llegado para ayudar a mantener la paz, avanzó hacia mi padre para evitar
una escena desagradable.
Pero era demasiado tarde. La mayoría de la gente del pueblo que apoyaba a mi
hermano comenzó a gritarle obscenidades a mi padre. Muchos de mis compañeros de
clase estaban también observando todo esto y fue más de lo que yo podía soportar, así
que corrí tan rápido como pude hacia el granero. Humillado y avergonzado, me subí a
la parte de arriba y me quedé allí llorando, tratando de esconderme bajo el maíz.
Pasaron horas y nadie vino a buscarme. Parecía que nadie siquiera se hubiera
percatado de mi ausencia, y me sentí solo y abandonado. Fue un momento crucial en
mi corta vida porque ese día se endureció el odio hacia mi padre. Me convertí en un
jovencito airado con un resentimiento profundo que me persiguió durante años.
Ahí parado frente al viejo cobertizo, reviví toda la escena inundado de emociones.
El dolor resurgió justo allí, frente a mis hijos adultos, que sabían lo que había pasado y
sentían lo que estaba sucediendo ahora. Para entonces, yo estaba llorando
abiertamente.
Mi hijo y mis tres hijas se me acercaron y me abrazaron. Lloraron conmigo,
acariciándome la cabeza y los hombros, y dijeron palabras de consuelo y de aliento.
Cuando recuperé la compostura, hallamos un lugar para sentarnos. Cada uno de mis
hijos afirmó que yo había sido un padre amoroso, aunque yo mismo no hubiera tenido
uno en mi niñez.
¿Qué ocurrió en ese momento? Mis cuatro hijos adultos estaban siendo fieles a las
Escrituras y Dios me estaba encontrando justo en el momento de mi necesidad de
consuelo, aliento y afirmación. Como mis hijos fueron fieles en afirmar, consolar y
animar a alguien necesitado, el “Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (2
Corintios 1;3) fluyó a través de ellos para cubrir la necesidad de su papá en ese
momento.
Todos tenemos ciertas necesidades emocionales y relaciónales: tenemos necesidad
de consuelo (2 Corintios 1:3, 4), apoyo (Gálatas 6:2), cuidado y afirmación (1
Corintios 12:25) y aliento (Hebreos 10:24). Dios satisface nuestras necesidades, y a su
pueblo se le ordena en la Escritura que se una a Él a fin de cubrir esas necesidades;
esas instrucciones aparecen al menos 35 veces en el Nuevo Testamento.
Cuando necesitamos consuelo, afirmación o palabras de aliento, como yo en aquella
ocasión, Dios está ahí para satisfacer nuestra necesidad y a menudo se agrada de hacer
fluir Su poder por medio de otra persona. Él es nuestro protector y proveedor amoroso,
y está ahí, directa o indirectamente, para encontrarnos en nuestro momento de
necesidad.

¡A Dios le interesa lo que te sucede!


A veces la vida nos juegas malas pasadas y en esas ocasiones podemos tener la
tentación de pensar que Dios no se da cuenta de que necesitamos fortaleza, ánimo o el
simple reconocimiento de que somos amados. Sin embargo, Él siempre está presente.
La Biblia dice: “Echen sobre él toda su ansiedad porque él tiene cuidado de ustedes”
(1 Pedro 5:7). Como su Palabra es veraz, viva y poderosa, podemos confiar en que
Dios estará presente ahí con nosotros y no nos fallará.
Recientemente, Dios me afirmó de una manera muy poderosa que sirve como
testimonio de que Él se interesa por todos y cada uno de nosotros de manera muy
cercana. Para dar un poco de trasfondo de lo que ocurrió, permíteme contarte que he
estado en el ministerio, dando conferencias sobre la verdad y las evidencias de la fe
cristiana por más de 50 años. Puesto que mi ministerio principal ha sido por medio del
hablar, un pasaje de 1 Pedro siempre ha estado muy cercano a mí:

Si alguien habla, hable conforme a las palabras de Dios. Si alguien presta


servicio, sirva conforme al poder que Dios le da, para que en todas las cosas
Dios sea glorificado por medio de Jesucristo (1 Pedro 4:11).

Ya tengo más de 75 años, así que sería natural preguntarse si una persona de mi edad
todavía puede ser relevante en sus “años dorados”. Mi lema siempre ha sido seguir
haciendo como hasta ahora “hasta que todo el mundo escuche”, una expresión que
comencé a usar al final de toda mi correspondencia hace más de tres décadas y que
todavía utilizo. Aunque todavía no he sentido que Dios quiera que renuncie, debo
confesar que a veces me pregunto cuánta fuerza me queda o cuánto tiempo más debo
seguir trabajando.
Hace poco Dios me respondió a esa pregunta por medio del incidente que narré
sobre los fragmentos de texto bíblico descubiertos en los artefactos antiguos por mí
adquiridos, pero todavía no te he contado el trasfondo de la historia, que tiene que ver
con la forma en que él me dio la afirmación que yo necesitaba.
Mi amigo el doctor Scott Carroll, que había aceptado la tarea de encontrar artefactos
antiguos para nuestro ministerio, investigó por meses y viajó miles de kilómetros
recorriendo sitios arqueológicos y estructuras antiguas. Finalmente, se reportó
conmigo.
—Josh, he revisado más de 100 artefactos y encontré algo que creo que podría ser
un descubrimiento sorprendente.
—Te escucho —le contesté.
—Bueno, no lo puedo garantizar —continuó— pero encontré unos artefactos que
creo que provienen del siglo IV o V después de Cristo. Son de una región que me dice
que hay buenas probabilidades de que tengan papiros bíblicos en ellos.
Mi corazón comenzó a latir más rápidamente mientras Scott me relataba sus
hallazgos. Tragué saliva y le pregunté:
—¿Cuál es el siguiente paso?
—Si me lo autorizas, le haré una oferta al dueño. Creo que podremos conseguirlos
por el precio que tú y yo ya hablamos.
Le dije a Scott que lo comprara todo. Mi mente comenzó a acelerarse mientras él
hacía los arreglos para conseguir esos tesoros escondidos que yo confiaba que se
usarían para extender el reino de Dios. Estaba muy esperanzado: mi sueño tan
esperado estaba a punto de convertirse en realidad, o al menos así pensaba yo.
Sentí la vibración del celular en mi cinturón. Era una llamada de Scott y yo estaba
seguro de que me llamaba desde el avión de regreso de Europa, con los artefactos en la
mano. En lugar de eso, me dio una mala noticia: otro coleccionista se había adelantado
y había adquirido cada uno de los artefactos que yo había autorizado a Scott que
comprara.
¡Qué desilusión! Sentí que se me caía el alma a los pies, pero luego me sentí peor
cuando me enteré de que esos artefactos sí contenían papiros bíblicos antiguos que
eran de verdad valiosos y únicos. Me dije a mí mismo: “¡Esos debían haber sido
nuestros!”. Estaba abatido y trataba de consolarme diciendo que seguramente habría
otros artefactos por ahí, pero persistía el amargo sabor de la desilusión.
Pasaron unas semanas en las que Scott siguió insistiendo en su búsqueda, y un día
se reportó desde Europa diciendo que había hallado otro conjunto de artefactos
antiguos que sentía que valía la pena comprar. Le dije: “¡Comprémoslo todo, ahora
mismo!”.
En esta ocasión Scott sí lo logró y planeamos el evento de descubrimiento que
describí en el capítulo 2. Al ir descubriendo cada fragmento bíblico en esa reunión, yo
estaba emocionado. Teníamos en nuestras manos pasajes de Jeremías 33, Marcos 1,
Juan 14, Mateo 6 y 7, 1 Juan 2 y Gálatas 4. Aunque todavía no se ha publicado nada
acerca de estos hallazgos, es posible que sean las copias más antiguas que se conozcan
de estos pasajes, lo cual por supuesto las convierte en piezas extremadamente valiosas
y únicas. Sin embargo, tengo que admitir que cuando comparé los siete fragmentos
que descubrimos con los descubrimientos sorprendentes que nos habían ganado en la
compra anterior, persistía en mí una cierta desilusión.
Eso fue hasta que me di cuenta de que Dios en realidad había reservado algo
especialmente para mí.
Para mi sorpresa, los siete pasajes bíblicos encontrados se relacionan directamente
con los temas de los que he hablado durante toda mi vida ministerial. He escrito y
hablado sobre la divinidad de Cristo desde el primer día de mi ministerio. En nuestro
fragmento de 1 Juan 2, el apóstol está advirtiendo a los creyentes que se cuiden de
quienes los quieren desviar al decirles que Jesús no es el Hijo de Dios. El apóstol
Pablo hace lo mismo en el fragmento de Gálatas 4. Era como si Dios me estuviera
diciendo: “¡Sigue proclamando en mi nombre este mensaje, Josh, hasta que todo el
mundo lo escuche!”.
En mis conferencias y en mis escritos he puesto énfasis en las profecías mesiánicas,
porque otorgan evidencia poderosa para apoyar el tema principal de la divinidad de
Cristo, por eso quedé anonadado cuando descubrimos que el fragmento del siglo V de
Jeremías 33 contiene la profecía de que un descendiente de David se sentará “en el
trono de Israel para siempre”. Era como si Dios de nuevo me estuviera diciendo:
“¡Sigue proclamando este mensaje, Josh, hasta que todo el mundo lo escuche!”.
Otro énfasis de mi ministerio ha sido la resurrección de Cristo, la evidencia más
grande de su divinidad. Dos de los fragmentos del Nuevo Testamento que ahora
tenemos son de Marcos 15 y Juan 14, sobre la muerte y resurrección de Cristo. Otra
vez escuchaba a Dios diciéndome: “¡Sigue proclamando este mensaje, Josh, hasta que
todo el mundo lo escuche!”.
Otro tema que siempre he destacado a lo largo de los años es la manera en que Dios
ha dado a los creyentes una forma de juzgar lo que es verdadero y falso y de discernir
entre lo bueno y lo malo. He hablado y escrito extensamente sobre este asunto y he
usado Mateo 7 como fundamento. Sorprendentemente, Dios me permitió obtener un
fragmento antiguo de Mareo 7. Estaba claro que Él me estaba diciendo: “¡Sigue
proclamando este mensaje, Josh, hasta que todo el mundo lo escuche!”.
Finalmente, estaba el fragmento del siglo IV de Mateo 6 con las palabras de Jesús
diciéndonos: “Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas
estas cosas les serán añadidas” (Mateo 6:33). Dios había colocado en mis manos el
texto bíblico que representa el tema de todos mis mensajes relaciónales: cuando
buscamos a Dios en sus caminos en cuanto a lo moral, ético y en todas nuestras
relaciones, Él nos da lo que necesitamos porque es nuestro amoroso proveedor y
protector. Cada una de mis seis campañas, que abarcan más de 36 años, ha tenido este
enfoque central. Al darme estos siete fragmentos bíblicos, Dios claramente me estaba
diciendo: “¡Sigue proclamando este mensaje, Josh, hasta que todo el mundo lo
escuche!”.
No me queda duda de que Él nos permitió obtener estos antiguos tesoros vivos para
ayudar a jóvenes y viejos a darse cuenta de que la Biblia es inspirada por Dios y que
es históricamente fiable, pero lo que en verdad me sorprendió es que dispusiera que yo
recibiera siete pasajes específicos que representan aquello de lo que he estado
hablando y escribiendo durante todo mi ministerio. Tal vez algunos digan que es una
coincidencia, sin embargo yo lo veo como su afirmación personal de lo que he estado
haciendo durante 50 años y Su ánimo para seguir haciéndolo.
El amigo que me señaló esta verdad y que me ayudó a unir los puntos añadió a su
observación: “Josh, ¿sabes lo que significa? Más de 1.600 años antes de que nacieras,
uno o más egipcios antiguos formaron cartonajes con fragmentos de papiros
descartados”. Al extender su mano hacia el montón de pedazos de papiro, su mano
recogió siete fragmentos bíblicos, los cuales se centran en cinco mensajes en los que
16 siglos más tarde un siervo de Dios necesitaría ser afirmado.
“Por más de mil seiscientos años”, continuó diciendo, “esos cartonajes quedaron
escondidos de la vista del público. Y cuando ibas a comprar un artefacto raro que
contenía un hallazgo bíblico muy valioso, ¿qué pasó? Alguien se te adelantó y lo
compró antes que tú, ¿Por qué? Para mí está claro. ¡Dios quería que tuvieras un
cartonaje especial que él había estado guardando durante 16 siglos para ti! Lo hizo
porque te ama y quería afirmarte en tus años dorados, para que supieras que todavía
eres su vocero valioso y que estará feliz si continúas proclamando su mensaje „hasta
que todo el mundo lo escuche‟ ”.
Si esta es la manera en que Dios me está diciendo “Sigue así, hijo mío”, entonces
voy a responder con un corazón de gratitud y humildad, y voy a decir: “Gracias,
Señor. Necesitaba seguridad y afirmación, y me la diste. Una vez más me has
encontrado justo en mi momento de necesidad”.
Al cerrar este capítulo quiero dejar algo en claro: aunque estoy agradecido por el
aliento que Dios me da para continuar en su servicio, en ningún momento interpreto
esto como una validación de mi ministerio. Lo que importa aquí es el ministerio de
Dios, en el cual con gran misericordia Él me ha permitido participar. Yo no podría
hacer lo que he estado haciendo sin el poder y la fuerza de Dios: cuando era joven
tenía muchas cosas en mi contra (un hogar destruido por el alcoholismo y la ira, el
trauma infantil del abuso sexual, mis luchas con el sentimiento de inferioridad que se
manifestaba en mi tartamudez), pero Él tomó las debilidades de mi vida y perfeccionó
su poder en mí.
Soy un ejemplo viviente de que la Palabra de Dios es relevante para cada persona,
así como lo es para ti también. Él inspiró a seres humanos hace 2.000 y 3.000 años
para que escribieran palabras que fueran relevantes para ti ahora mismo, en la
situación de vida en la que te encuentras. Esas palabras te dicen que Dios nunca te
dejará ni te abandonará: Él tiene palabras de consuelo para sanar tus heridas; un
espíritu de aliento para cuando estés luchando contra la desilusión; aceptación para
decirte que eres amado o amada tal como eres, sin importar nada; seguridad en
tiempos de peligro para eliminar tu miedo al futuro; una aprobación que dice que eres
su hijo o su hija; y un amor eterno que dice “Echen sobre él toda su ansiedad porque él
tiene cuidado de ustedes” (1 Pedro 5:7).

Fuiste creado con un propósito singular


La Biblia es relevante para ti a nivel personal porque afirma tu carácter único y la
forma especial en la que encajas en el universo de Dios, quien te ha creado para un
ministerio tan especial y valioso como el mío. Tal vez no sea un ministerio público ni
tampoco a tiempo completo o profesional, pero como dice Pablo en 1 Corintios 12,
cada uno de nosotros ha sido diseñado con talentos únicos que nos permiten funcionar
como miembros de su reino en maneras que nadie más puede hacer. Al comparar a la
iglesia con un cuerpo nos está diciendo que cada uno de nosotros es una parte única y
diferente: así como un cuerpo debe tener muchos órganos y miembros diferentes para
poder funcionar, como miembros del cuerpo de Cristo nosotros también debemos
tener dones, talentos y habilidades únicas que deben ser usadas para beneficiar al todo.
¿Cómo puedes encontrar tu talento o función especial? La Biblia nos lo dice. En 1
Corintios 12:4, Pablo escribe: “Ahora bien, hay diversidad de dones; pero el Espíritu
es el mismo”. Si te abres al Espíritu de Dios y te sometes a Su obra en ti, con su guía
encontrarás el lugar en donde debes servir.
Independientemente de la manera en que el Señor te haya llamado a servir, tu
propósito final es dar gloria y honor a Dios al conocerle, crecer y formarte más a Su
semejanza, además de vivir de acuerdo a sus caminos. Conforme Él te vaya
completando, podrás alcanzar a ver claramente tu sentido especial en la vida. Este
sello único te define como la persona que eres y te dice la razón especial por la que
estás aquí.
Como parte del cuerpo de Cristo tienes un destino específico que cumplir, participar
en su misión de reconciliar al mundo al amar a Dios con todo tu ser y a tu prójimo
como a ti mismo. Luego, en gloriosa esperanza, entrarás en tu herencia a vivir con Él
mismo en una relación perfeccionada en un mundo perfecto y sin pecado por toda la
eternidad.
Como puedes ver, la Biblia es relevante para cada aspecto de tu vida: las páginas de
las Escrituras son tu mapa y el Espíritu Santo es tu guía. La Biblia puede haber sido
escrita hace 2.000 o 3.000 años, pero su verdad es personalmente relevante el día de
hoy, por eso te invito con urgencia a que pongas atención a la Palabra de Dios, que
tiene todo lo que necesitas para entender quién eres, tu propósito, tu destino y tu lugar
en el plan universal de Dios. La Biblia es verdaderamente relevante hoy.
Rugió el trueno. Un relámpago destelló desde las nubes. La montaña se sacudió
violentamente mientras llamas y humo se elevaban hacia el cielo. Entonces sucedió.
Dios habló. Seres humanos aterrorizados y temblando de miedo bajo este espectacular
despliegue de fuerzas naturales oyeron con sus propios oídos la misma voz poderosa
que había creado el universo con sus palabras.
Esto es lo que pasó hace más de 3.500 años cuando Dios habló de manera audible a
los hijos de Israel en el monte Sinaí, aunque ese día hizo algo más que hacer oír su
voz, pues también le dio a Moisés “dos tablas del testimonio, tablas de piedra escritas
con el dedo de Dios” (Éxodo 31:18): las palabras de Dios fueron escritas por Dios
mismo.
Ese fue un día verdaderamente histórico y bastante inusitado. Moisés puso el
acontecimiento en perspectiva cuando dijo: “Pues pregunta, por favor, a los días
antiguos que te antecedieron, desde el día que Dios creó al hombre sobre la tierra, y
desde un extremo del cielo hasta el otro, si se ha hecho cosa semejante a esta gran
cosa, o si se ha oído de otra como ella” (Deuteronomio 4:32).
Allí estaban, dos tablas de piedra en las cuales Dios había escrito sus propias
palabras para que todos vieran y entendieran. Nadie podía discutir que estuvieran
contaminadas por algún sesgo humano, porque Él mismo las había escrito. Eso se
aplica literalmente a los Diez Mandamientos originales, ¿pero se puede hoy decir lo
mismo de toda la Biblia? ¿Tenemos las propias palabras de Dios habladas y escritas
por Él mismo? El apóstol Pablo parece referirse a las Escrituras de esta manera cuando
explica que al pueblo judío “las palabras de Dios les han sido confiadas” (Romanos
3:2); el Señor Jesús parece referirse a las Escrituras de esta manera cuando reprende a
los fariseos por su mal uso de las enseñanzas de estas: “Así han invalidado la palabra
de Dios por causa de su tradición (Mateo 15:6).
Las tablas de piedra originales sí se considerarían con certeza palabras directas de
Dios, escritas sin la intervención de un agente humano. Sin embargo, ese fue un caso
aislado, pues el resto de Escrituras fueron producto de seres humanos como Moisés, el
rey David, los profetas, y los apóstoles. Así que si las Escrituras son la Palabra de
Dios, ¿qué hizo Dios; poner a estas personas en algún tipo de trance para tomar el
control de sus manos y plumas a fin de escribir su mensaje para nosotros? Y si no hizo
eso, ¿cómo se puede considerar a las Escrituras como “la Palabra de Dios”?

El verdadero significado de la inspiración


¿Alguna vez has sentido la inspiración al escuchar una canción o leer un poema? Tal
vez incluso hayas escrito una canción o un poema muy inspirador. Hay canciones,
poemas, novelas, discursos públicos y charlas motivacionales de entrenadores que nos
pueden inspirar. No obstante, cuando decimos que la Biblia es inspirada, significa
mucho más que sentir el ánimo elevado por el discurso de alguna persona, por una
canción o un libro.
El apóstol Pablo escribió: “Toda la Escritura es inspirada por Dios...” (2 Timoteo
3:16). La palabra inspirada es la traducción del vocablo griego theopneustos, que
literalmente significa infundida por Dios” (theos, Dios; pneo, respirar o infundir). En
otras palabras, Dios infundió sus palabras en hombres, quienes a su vez las
escribieron. Estas personas no eran máquinas de dictado sin cerebro, ni entraron en un
estado hipnótico a fin de transmitir las palabras de Dios por escrito. Más bien, Dios
reveló a su mente lo que quería que escribieran y ellos, como sus siervos dispuestos,
pusieron por escrito lo que Él deseaba que dijeran. Estos hombres usaron sus propias
habilidades y talentos para escribir, pero eran muy conscientes de que los
pensamientos y las palabras que estaban escribiendo venían directamente de Dios.
El apóstol Pedro lo resume así: “Y hay que tener muy en cuenta, antes que nada,
que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque jamás fue
traída la profecía por voluntad humana; al contrario, los hombres hablaron de parte de
Dios siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:20, 21). Pedro dice que el
Espíritu Santo supervisó las palabras de Dios para que los hombres escribieran lo que
este quería, de modo que eran los instrumentos para transmitir su mensaje. El apóstol
Pablo señala el mismo punto cuando escribe: “De estas cosas estamos hablando, no
con las palabras enseñadas por la sabiduría humana, sino con las enseñadas por el
Espíritu, interpretando lo espiritual por medios espirituales” (1 Corintios 2:13).
Dios eligió muchas formas y medios para comunicar sus palabras a través de sus
mensajeros. En el caso de Moisés, Dios escogió hablar directamente con él: “Entonces
el SEÑOR hablaba a Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo”
(Éxodo 33:11). Después, Moisés les dijo a los hijos de Israel: “El SEÑOR tu Dios te
levantará un profeta como yo de en medio de ti,... el SEÑOR me dijo: ...Yo pondré
mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mande’ ” (Deuteronomio
18:15, 17, 18).
En algún momento Dios se comunicó con sus mensajeros por medio de sueños,
como hizo con José en Génesis 37; en el caso de Isaías, Ezequiel, Daniel, el apóstol
Juan y otros, les habló por medio de visiones; en otras ocasiones envió ángeles para
visitar a sus escritores (Génesis 19). Sin embargo, lo más frecuente es que las palabras
vinieran de una voz interior del Espíritu de Dios, lo cual se refleja en la frase “según la
palabra del SEÑOR” o expresiones similares, que se utilizan más de 3.000 veces en
todas las Escrituras. Dios quería darse a conocer y enseñarnos cómo tener una relación
con Él, así que comunicó con cuidado las palabras del SEÑOR por medio de sus
mensajeros humanos. El apóstol Pablo quería que sus lectores se dieran cuenta de que
él no era el origen del mensaje, sino un simple vocero de Dios: “Pero les hago saber,
hermanos, que el evangelio que fue anunciado por mí no es según hombre; porque yo
no lo recibí ni me fue enseñado de parte de ningún hombre sino por revelación de
Jesucristo” (Gálatas 1:11, 12).
Prácticamente todos los escritores humanos a quienes Dios escogió para comunicar
su mensaje aclararon que Él era la fuente del mismo, por eso es que decimos que Dios
es el autor de las Escrituras y los hombres fueron sus escritores. Sus verdades
espirituales fueron transmitidas por medio de hombres a la página escrita, así que
cuando leemos los textos de Moisés, David, Salomón, Isaías, Jeremías, Mateo,
Marcos, Lucas, Juan, Pedro, Pablo y el resto de mensajeros de Dios, podemos estar
seguros de que estamos leyendo las palabras de este.

¿Por qué tantos escritores?


Ya que Dios todo lo sabe y todo lo puede, podría haber hablado por medio de una sola
persona para comunicar su verdad universal a la raza humana, pero no lo hizo, sino
que eligió que Su verdad se transmitiera a través de más de cuarenta generaciones por
medio de más de cuarenta escritores diferentes provenientes de todos los ámbitos de
vida (entre ellos estadistas, eruditos, pastores, soldados, poetas, profetas, un médico,
reyes, amos, esclavos, fabricantes de tiendas y cobradores de impuestos) quienes
escribieron en distintos lugares (en un palacio, en la cárcel, en el desierto, en un
calabozo, en la ladera de una montaña y en una isla en el exilio). Dios eligió a gente de
diversos trasfondos con diferentes talentos y niveles de educación, de modo que sus
experiencias de vida también eran muy diversas. Tenían personalidades diferentes, y
también estilos para escribir y perspectivas de vida dispares, así pues cada escritor
aportaba su propia experiencia humana de carácter único. Está claro que esta fue la
intención de Dios.
Como humanos, cada uno de nosotros es formado y moldeado por nuestras
experiencias de vida. Las casas en las que crecimos, las escuelas a las que asistimos,
los padres y los amigos que tuvimos: todo es parte del telón de fondo y del elenco en
el escenario de nuestra vida. Lo que ocurrió bajo esas influencias y cómo respondimos
a los acontecimientos de cada día moldearon la persona que somos hoy. Y dado que
cada uno de nosotros es una creación única de Dios, con nuestro conjunto de
experiencias de vida, miramos la vida de una forma un poco diferente a los demás. Por
eso, si Él eligiera comunicar ciertas verdades a través de ti, es muy posible que hiciera
coincidir ese mensaje con tu personalidad particular, tus dones, tu educación y tus
experiencias vitales. Esto es precisamente lo que Dios hizo al seleccionar sus
mensajeros humanos: hablar por medio de personas que se relacionaban humanamente
con el mensaje que Dios quería comunicar.
Nota que Dios eligió al rey David para darnos su mensaje sobre los errores, el
pecado, el sufrimiento, la pérdida, el arrepentimiento y el perdón. David tuvo grandes
victorias en su vida, pero también tuvo fracasos lamentables y sufrió muchísimo por
las consecuencias de su pecado.
En cierto momento David fue el hombre más poderoso de todo Israel. Como rey
tenía esclavos y esposas, y podía tener cualquier cosa que deseara, dentro de ciertos
límites que, sin embargo, traspasó al acostarse con la esposa de otro hombre. Luego
intentó ocultar ese error enviando al esposo al trente de la batalla, donde seguramente
sería asesinado. David pagó muy caro por su pecado y durante años su familia se vio
azotada por la tragedia y la angustia.
El bebé nacido de esta relación adúltera murió a los siete días. Tiempo después uno
de los hijos de David, Amnón, violó a su media hermana Tamar y otro hijo, Absalón,
vengó la deshonra de esta asesinándolo. La familia de David nunca volvería a ser lo
que fue. Absalón también conspiró contra David y luego entabló una guerra civil para
destronarlo, aunque acabó muriendo en batalla, lo cual añadió más dolor a una historia
ya de por sí trágica.
Durante los años posteriores a su adulterio David experimentó engaños, traiciones,
contiendas, muertes familiares y angustias, pero fue llevado de vuelta al Señor por la
misericordia y el amor de Dios. ¿Quién podía estar más cualificado que el rey David
para ser su mensajero en lo referido a traición, culpa o perdón? Dios utilizó las
multifacéticas experiencias humanas de David para escribir muchos salmos. Los
escritos de David nos muestran atisbos incomparables al interior del corazón amoroso
de Dios: “Compasivo y clemente es el SEÑOR, lento para la ira y grande en
misericordia” (Salmo 103:8). El encuentro de David con su amoroso Señor transformó
su vida: en los salmos que escribió vemos la ternura de su corazón en devoción, su
deseo de servir y su pasión profunda por conocer de cerca a Dios. El rey David no fue
un mensajero escogido al azar para escribir la Palabra de Dios, sino un vocero
poderoso de este porque había experimentado ese mensaje en su propia vida. Dios
sabía que la humanidad necesitaba el mensaje de su amor infalible, comunicado a
través de los escritos de un rey que había sufrido la culpa y había recibido el perdón.
En otros casos Dios se dio cuenta de que necesitaba la hermosa poesía de un profeta
o la perspectiva sacerdotal de un teólogo, de modo que comunicó sus verdades
universales por medio de escritores que empleaban una variedad de formas y estilos
literarios, a fin de que esas verdades fueran relevantes y comprensibles para nosotros.
Independientemente de quiénes seamos nosotros o de lo diversas que sean nuestras
experiencias humanas, la Palabra de Dios ha sido transmitida a través de las
perspectivas, emociones y circunstancias de sus mensajeros a fin de encontrarnos en
nuestra necesidad justo en el momento indicado.
Pensemos en las experiencias de Moisés y la manera en que todo eso lo preparó
para ser el vocero de Dios que nos dio los primeros cinco libros de la Biblia. El nació
en un hogar hebreo en un tiempo en que Israel era esclavo de los egipcios y el faraón
(el rey de Egipto) había mandado que todos los bebés varones hebreos fueran
asesinados. Para salvar a Moisés su madre lo escondió en una canasta y lo puso a
flotar en el río Nilo. La hija del faraón lo encontró y se quedó con él para criarlo como
propio. Por providencia de Dios, la princesa, sin saberlo, contrató a la madre de
Moisés para que se encargara del bebé.
Criado como un príncipe en los salones del poder egipcio, Moisés fue educado en
toda la sabiduría de los egipcios. Adquirió habilidades literarias y capacitación como
líder; tal vez incluso se le estuviera preparando para ser el siguiente faraón. No
obstante, al ver la grave situación de los israelitas en esclavitud, Moisés mató a un
egipcio y a los 40 años de edad tuvo que huir y vivir escondido como pastor de ovejas.
Pasaron cuarenta años más antes de que Dios llamara a Moisés para guiar a su pueblo
a salir de Egipto y viajar hacia la tierra prometida. Ya conoces la historia. Después de
que el faraón dejara salir a los israelitas, Moisés guió a los hijos de Israel por el
desierto durante cuarenta años más.
Aquí tenemos a un hombre con educación de primera clase, que había conocido la
vida de la realeza, había asesinado a un egipcio, vivió como pastor de ovejas, obtuvo
libertad para su pueblo, hizo milagros, que hablaba con Dios directamente y que al
final condujo a los hijos de Israel a las puertas de la tierra prometida. Tenía una gran
combinación de experiencias a lo largo de sus 120 años de vida que le hacían el
candidato ideal para ser el mensajero de Dios y escribir Sus palabras. Moisés fue el
siervo perfecto elegido por Él para comunicar la historia de la creación, los comienzos
de la historia de la raza humana, y el pacto con su pueblo para traer redención y
restauración a un mundo pecador.
El apóstol Pablo es otro ejemplo de la manera en que Dios usó las experiencias en la
vida de un hombre para comunicar precisamente lo que Él deseaba que supiéramos y
lo que necesitábamos oír. Al principio Pablo (conocido entonces como Saulo) fue un
líder en la persecución de los primeros cristianos, con una sólida formación y
educación de gran calidad en la ley judía: era un hebreo de hebreos y un fariseo
celoso, legalista hasta lo sumo, orgulloso y arrogante, cruel y tenaz enemigo de Cristo.
Sin embargo, después de una conversión que transformó su vida, se convirtió en el
apasionado apóstol Pablo, que amó a Cristo y fue líder de la iglesia primitiva en amor
y humildad. Su devoción inquebrantable al Señor Jesús casi siempre lo metió en
problemas: escribió muchas de sus cartas desde la prisión; durante sus años de viajes y
ministerio misionero fue castigado varias veces por las autoridades civiles (recibió
treinta y nueve latigazos en cinco ocasiones y fue golpeado con varas tres veces); en
una ocasión fue apedreado pero sobrevivió, pasó por tres naufragios, resistió
innumerables noches sin dormir, y sufrió hambre y sed como líder de una iglesia
creciente pero perseguida (Filipenses 3).
Gracias a las experiencias y al trasfondo de Pablo, Dios pudo comunicarse de
manera efectiva por medio de él para explicar el significado de la salvación, la
naturaleza de la gracia y que Cristo es el centro de todo. Así pues, hemos podido
entender el corazón y la mente de Dios por medio de los escritos de un erudito con
grandes dotes, teólogo y humilde siervo de Cristo.
Cada libro, página y párrafo de la Escritura fue escrito a través de la lente de sus
voceros humanos y aun así comunica el mensaje exacto que Dios quiere que
recibamos. Esas palabras inspiradas por Dios fueron guiadas sobrenaturalmente por
medio de sus instrumentos humanos elegidos para que Su verdad se hiciera viva y
relevante a nuestra vida. Con Dios como el Autor y los hombres como escritores, los
66 libros de la Biblia pueden justamente denominarse como la Palabra de Dios.
Queda pendiente otra pregunta acerca de la inspiración. La Biblia, la Palabra de
Dios, se compone de 39 libros en el Antiguo Testamento y 27 libros en el Nuevo
Testamento. Hubo muchos otros libros y cartas sobre Dios y sus caminos que fueron
escritos antes de que se completara la Biblia. ¿Cómo sabemos que estos libros
concretos son los que Dios inspiró? ¿Quién decidió qué libros se publicarían como la
Santa Biblia completa? Si las personas hicieron esa selección, tal vez pasaran por alto
algunos escritos inspirados por Dios o incluyeran otros que no eran su Palabra. ¿Quién
tomó la decisión? Ese es el tema del siguiente capítulo.
—Estoy muy emocionado —dijo el hombre cuando se sentó a desayunar—. Las cartas
nuevas nos van a llegar hoy.
—¿Qué cartas, padre? —preguntó su hijo.
—Las cartas recién copiadas de los apóstoles. Hemos estado usando unas copias
prestadas de la iglesia en Alejandría y ya están muy desgastadas. Ahora vamos a tener
nuestras propias copias en la iglesia.
Era el siglo V, y esta pequeña iglesia egipcia estaba a punto de recibir los escritos
de Mateo, Marcos, Juan y Pablo. Dieciséis siglos después, en 2013, yo compré
fragmentos de esas cartas que he guardado en vitrinas protectoras. Ahora los
fragmentos están borrosos y despintados en algunos renglones, pero en aquel entonces,
recién copiados en papiros frescos, las páginas escritas a mano se veían limpias y
relucientes.
¿Por qué estaba tan emocionada esta congregación cristiana egipcia por recibir una
copia de las Escrituras que iba a ser suya? ¿Por qué razón un padre, así como el que
describí en mi anécdota ficticia de al principio, estaría jubiloso por la llegada de estos
escritos? En aquel tiempo las cartas de Pablo y de Juan y los Evangelios de Mateo y
Marcos ni siquiera habían sido reconocidos oficialmente como textos sagrados. ¿Por
qué eran entonces estos escritos tenidos en tal estima que se habían estado copiando y
transmitiendo por más de 250 años después de haber sido originalmente escritos?
¿Qué los hacía ser tan especiales para esta iglesia si no eran parte de una Biblia
oficial?
Mateo y Marcos escribieron sus narraciones de la vida de Jesús en algún momento
entre la mitad y el final de la década de 60 d. de J.C.; Pablo escribió su carta a la
iglesia de la provincia romana de Galacia entre el 55 y el 60 d. de J.C.; las narraciones
de Juan y sus cartas fueron escritas unos 35 años después. Antes de esos textos, las
noticias de la muerte y resurrección de Jesús se transmitían principalmente mediante
relatos orales. Pedro y los demás discípulos predicaban y difundieron el mensaje del
evangelio en las regiones vecinas de Jerusalén, donde Cristo había sido crucificado y
había resucitado. Pablo, después de su conversión, comenzó a visitar a los grupos de
seguidores de Cristo que iba encontrando por su camino y a escribirles cartas; fue
quien viajó más de todos los apóstoles.
Antioquía de Siria, la tercera ciudad más grande del Imperio romano, se convirtió
en el centro de operaciones de Pablo, quien viajó al oeste de Siria hacia la isla de
Chipre, a Galacia (que hoy es la parte occidental de Turquía) y luego a Asia Menor y
Grecia, recorriendo más de 2.000 kilómetros en sus viajes. Escribió trece cartas a las
nacientes iglesias que se estaban formando rápidamente. Las narraciones de los
Evangelios y las cartas de Santiago, Pedro y Juan también estaban en circulación.
Al principio los discípulos difundían el mensaje del evangelio por medio de relatos
orales y el crecimiento se daba principalmente por adición (por ejemplo, el mensaje de
Pedro en el día de Pentecostés añadió alrededor de 3.000 personas a la iglesia que
estaba naciendo), pero cuando los escritos de los apóstoles comenzaron a circular el
mensaje del evangelio se transformó en un ministerio de multiplicación que
alimentaba la extensión del mensaje de Cristo exponencialmente. Por todo el mundo
conocido surgían iglesias pequeñas como resultado de los escritos de los apóstoles y la
gente que recibía estos textos sabía que provenían de hombres que habían conocido a
Jesús personalmente o que se consideraban con conocimiento directo sobre la persona
y la enseñanza de Jesús. Por lo tanto, reconocían que los documentos que circulaban
eran las palabras inspiradas de Dios empoderadas por la misma presencia del Espíritu
Santo.
Para el año 100 d. de J.C., los apóstoles ya habían muerto pero la iglesia cristiana
estaba todavía en su etapa inicial, con menos de 25.000 seguidores de Cristo. Sin
embargo, en los doscientos años siguientes la iglesia experimentó un crecimiento
explosivo de multiplicación y llegó a contar con 20 millones de personas. ¡Esto
significa que la iglesia de Jesucristo se cuadruplicó en cada generación durante cinco
generaciones consecutivas!
Aunque durante este tiempo tuvieron lugar algunas divisiones entre las iglesias,
había una unidad sorprendente y una claridad asombrosa de propósito y de enseñanza,
gracias a que cada grupo apelaba a la autoridad apostólica: los escritos de los
apóstoles, o de discípulos cercanos a ellos y autorizados por ellos, eran lo que cada
grupo consideraba milagrosamente dirigido por Dios para revelar las enseñanzas y la
verdad del Señor Jesucristo.
La iglesia del siglo IV reconoció la autoridad de los textos de los apóstoles porque
sentía que provenían de Dios y que el poder sobrenatural de su Espíritu rodeaba a cada
palabra. Era como si Dios les hubiera inspirado cada palabra personalmente, pero
también se apoyaban en la sabiduría y el consejo de los líderes de la iglesia que habían
vivido durante el tiempo de los apóstoles. Los Padres de la iglesia, como se les llegó a
conocer, eran figuras de autoridad como Clemente de Roma, Ignacio y Policarpo.
Estos hombres habían conocido a los apóstoles y escribieron mucho, confirmando la
autenticidad y la autoridad de los escritos de estos, lo cual reafirmaba para la iglesia
primitiva la convicción de que los escritos de los apóstoles realmente venían de parte
de Dios.
Incluso el apóstol Pedro, que escribió su segunda carta antes del año 64 d. de J.C.
confirmó que las cartas de Pablo a las iglesias pertenecen a la categoría de Escrituras,
algo que señala en 2 Pedro 3:15, 16, Aunque no existía un Nuevo Testamento oficial
durante esos primeros años de la iglesia, para el tiempo en que murió el último de los
apóstoles (Juan), alrededor del año 100 d. de J.C., había un reconocimiento consistente
entre los seguidores de Cristo: los 27 libros que ahora conocemos como el Nuevo
Testamento son la verdadera Palabra inspirada de Dios.

¿Quién decidió en realidad?


Tal vez hayas oído que un concilio de la iglesia decidió cuáles libros de la Biblia, en
especial del Nuevo Testamento, eran considerados Escrituras, pero en realidad no fue
una persona ni una organización ni un grupo que decidió cuáles cartas o escritos de los
apóstoles iban a tener la categoría de Sagradas Escrituras. Más bien, los individuos, y
especialmente la iglesia primitiva por todo el mundo conocido, reconocieron o
descubrieron cuáles libros habían sido inspirados por Dios desde su principio. En otras
palabras, ningún grupo le dio a un texto en particular la autoridad de ser Escrituras: los
mismos escritos, por el poder del Espíritu Santo, manifestaban claramente que Dios
los había establecido como Sagradas Escrituras.
Sin embargo, sí que hubo un estándar o regla establecida para guiar a la iglesia
primitiva en su descubrimiento de cuáles textos eran Escrituras auténticas, inspiradas
por Dios. El proceso de descubrimiento condujo a la inclusión de un cierto grupo de
libros que se conocen como el canon de las Escrituras. Canon es una palabra que
proviene del griego kanon y que significa “vara de medir” o “regla”. Por la historia
sabemos que hubo al menos cuatro medidas o reglas que guiaron a los líderes de la
iglesia para reconocer cuáles escritos eran inspirados divinamente.

1. El escrito era obra de un apóstol o profeta de Dios, o de alguien estrechamente


ligado a uno o más de los apóstoles o profetas.
2. Los escritos manifestaban claramente el poder y la presencia confirmantes de
Dios.
3. El mensaje era congruente con otras Escrituras reconocidas.
4. El escrito había sido ampliamente aceptado por la iglesia desde un buen
principio.

En el año 367 d. de J.C. Atanasio de Alejandría reunió la primera lista oficial de libros
que hoy conocemos como el Nuevo Testamento, en la cual había 27 libros que más
tarde fueron canonizados oficialmente por la iglesia en los concilios de Hipona (393) y
Cartago (397). Estos concilios no autorizaron cuáles escritos eran obras inspiradas por
Dios, más bien reconocieron que estos textos eran autorizados por Dios mismo.
El Antiguo Testamento, compuesto de 39 libros, fue reconocido oficialmente como
Escritura inspirada por Dios en una fecha tan temprana como el siglo IV a. de J.C. y
ciertamente en una fecha no posterior al 150 a. de J.C. El texto de los 39 libros del
Antiguo Testamento se dividió primero en 24 libros: el contenido era el mismo que
tenemos actualmente, pero algunos de los escritos que hoy separamos en libros
distintos estaban juntos en un libro, lo cual explica el número inferior. Estos libros se
agrupaban originalmente en tres grandes divisiones: cinco libros de la Ley de Moisés,
ocho libros de los Profetas y once libros bajo la designación de Escritos.
El reconocimiento más definitivo de que todo el Antiguo Testamento es inspirado
por Dios proviene nada menos que de Jesús mismo, quien no solamente citó y enseñó
muchas veces usando textos del Antiguo Testamento, sino que específicamente se
refirió a sus tres secciones cuando dijo: “...era necesario que se cumplieran todas estas
cosas que están escritas de mí en la Ley de Moisés [los cinco libros], en los Profetas
[los ocho libros] y en los Salmos [incluidos en los once escritos]” (Lucas 24:44).
Jesús también citó el texto hebreo completo (nuestro Antiguo Testamento), desde el
primero hasta el último libro, cuando se refirió al primero y al último de los mártires
en sus páginas, diciendo: “...para que de esta generación sea demandada la sangre de
todos los profetas que ha sido derramada desde la fundación del mundo; desde la
sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías” (Lucas 11:50, 51). Esto equivalía a decir
“desde Génesis hasta Malaquías”, de modo que esta cita de Lucas 11 claramente
confirma que Jesús aceptó el canon completo del Antiguo Testamento.

¿Inspiró Dios más de 66 libros?


¿Alguna vez has sentido que Dios te ministró por medio de la lectura de un buen libro
escrito por algún autor cristiano o por medio de una canción muy inspirada? Mucha
gente ha escrito música o libros a lo largo de la historia y Dios los ha usado para
hablarnos. Dios está vivo hoy y presente por el Espíritu Santo, y puede guiar a
diferentes personas a escribir obras inspiradoras. ¿Inspiró Dios entonces a otros para
escribir sus palabras inspiradas más allá de los 66 libros de la Biblia? ¿Existe otra
“Escritura” en alguna parte que sea tan válida como la Biblia?
En pocas palabras, la respuesta es no, porque los líderes judíos y de la iglesia hace
mucho tiempo sintieron que el tiempo de la comunicación directa de Dios hacia
nosotros por medio de escritos apostólicos y proféticos ya está cerrado. El período de
aproximadamente 1.500 años que se reconoce como el alcance de la revelación
especial de Dios se extiende desde el tiempo de Moisés hasta la muerte de Juan, el
último apóstol.
Durante este tiempo, Dios se reveló a sí mismo de manera directa y especial, algo
que el escritor de Hebreos expresa así: “Dios, habiendo hablado en otro tiempo
muchas veces y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos últimos días
nos ha hablado por el Hijo...” (Hebreos 1:1, 2). Una vez que terminó de entregar su
mensaje completo por medio de sus profetas y por medio de Jesús, Dios “cerró el
libro”, por así decirlo, de la inspiración infundida por Dios. Esto no significa que no
haya bendecido los escritos de mucha gente ungida por Él a lo largo de los años, pero
estos no alcanzan el nivel y la autoridad de la Palabra de Dios.
Durante el tiempo en que se estaban escribiendo los libros canónicos surgieron otros
textos que algunos líderes pensaron que podrían ser considerados Escrituras inspiradas
por Dios y, de hecho, algunos apóstoles incluso usaron citas de esos textos (en el breve
libro de Judas se cita 1 Enoc 1:9 en los versículos 14 y 15), pero los líderes judíos no
consideraban al libro de Enoc como parte de las Escrituras.
Surgieron 14 libros como escritos espirituales y algunos pensaron que debían ser
incluidos como parte de las Escrituras del Antiguo Testamento. Estos libros, que ahora
se conocen como los apócrifos y que aparecieron entre el año 200 a. de J.C. y el
comienzo del siglo II d. de J.C., son los siguientes:

 l Esdras
 2 Esdras
 Tobit
 Judit
 Adiciones a Ester
 Sabiduría de Salomón
 Eclesiástico
 Baruc
 Susana
 Bel y el Dragón (adiciones a Daniel)
 Cantar de los tres muchachos hebreos (adiciones a Daniel)
 Oración de Manases
 l Macabeos
 2 Macabeos

Hay quienes creen que estos 14 libros debieran ser añadidos a los 24 libros
canonizados del texto hebreo, ya que algunos de ellos se encuenrran en la Septuaginta,
traducción al griego del Antiguo Testamento. Sin embargo, los líderes judíos
reconocieron como Sagradas Escrituras solo la lista original de veinticuatro libros del
texto hebreo, los mismos libros que Jesús había confirmado; se puede notar además
que Él nunca hizo referencia a alguno de esos libros añadidos y que solo utilizó los 24
libros reconocidos por el canon judío (los mismos 39 libros que tenemos hoy en día).
En Lucas 24:27 se utiliza la frase “todas las Escrituras” para referirse al Antiguo
Testamento, lo cual confirma que Jesús aceptaba la misma lista completa de libros
hebreos que el judaísmo reconocía como canónicos en ese tiempo.
El día de hoy esos 14 libros todavía circulan y son conocidos como “apócrifos”, que
significa “lo que está escondido”. Aunque estos libros no fueron aceptados por la
iglesia primitiva ni por los eruditos judíos en una fecha tan tardía como el 150 a. de
J.C., en el año 1546 d. de J.C. terminaron siendo incluidos en el Antiguo Testamento
que utiliza la Iglesia Católica Romana.
La Biblia protestante no incluye los apócrifos en el Antiguo Testamento por las
razones ya explicadas. Los eruditos protestantes también han señalado que ninguno de
los 14 libros apócrifos reclama para sí la inspiración divina y, de hecho, algunos
niegan efectivamente la inspiración. También se ha dicho que filósofos judíos muy
respetados como Filón de Alejandría, historiadores como Josefo y traductores como el
famoso Jerónimo, así como los Padres apostólicos de la iglesia, rechazaron los
apócrifos como Escrituras inspiradas por Dios.
Aunque los 27 libros del Nuevo Testamento fueron reconocidos extraoficialmente
por la iglesia como Escrituras en una fecha tan temprana como el 100 d. de J.C., había
quienes se preguntaban si ciertos escritos espirituales también eran inspirados por
Dios. Para la mitad del siglo II surgieron varios escritos, conocidos como apócrifos del
Nuevo Testamento y escritos gnósticos, entre los que se encuentran el Evangelio de la
Infancia atribuido a Tomás, el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Pedro y el
Evangelio de Judas.
Estos escritos en general contradicen a los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y
Juan, además de a las epístolas de Pablo. Algunas de sus enseñanzas contradictorias
incluyen la idea de que hubo múltiples creadores; que la salvación es por
“conocimiento espiritual”; que la ignorancia, y no el pecado, es el problema de la
humanidad; y otras enseñanzas que fueron refutadas por los 27 libros del Nuevo
Testamento. El Evangelio de la Infancia, un escrito gnóstico atribuido a Tomás,
describe una escena en la que varios niños tiran al suelo a un joven Jesús, quien
reacciona golpeándoles y abatiéndoles con su poder sobrenatural.
Todos estos textos espirituales añadidos fueron rechazados por la iglesia primitiva y
fueron en parte la razón por la cual los Padres de la iglesia establecieron un conjunto
de reglas para reconocer cuáles escritos eran realmente inspirados por Dios.
Hoy en día podemos saber con confianza que los 39 libros del Antiguo Testamento
y los 27 libros del Nuevo Testamento son el mensaje completo de Dios para nosotros.
Aunque leer otros escritos de hombres y mujeres muy espirituales puede resultarnos
beneficioso, podemos tener la seguridad de que lo que tenemos en nuestra Biblia hoy
es lo que Dios quiere que sepamos.
Aparte de ser reconocidos como Escrituras inspiradas por Dios, estos 66 libros se
distinguen por ser únicos de muchas otras maneras. Cuando se comparan con otros
escritos, nos damos cuenta de que la Biblia es un libro único, y en toda la antigüedad
no existe ningún otro documento comparable. Este carácter único es el tema de
nuestro siguiente capítulo.
Único: Solo y sin otro de su especie;
singular (extraordinario, excelente).

¿Cuántos libros hay en el mundo? Hace unos años, el Proyecto para bibliotecas de
Google Libros respondió a ese interrogante. Según Leonid Taycher, un ingeniero de
Google que trabajaba entonces en el proyecto, existen 129.864.880 libros en el mundo,
cifra que se refiere al número de títulos, sin contar todas las copias de cada uno de
ellos. Entre esos casi 130 millones hay uno que es realmente único y sobresale por su
singularidad y por no tener igual: es la Biblia.
Ningún otro libro ha sido inspirado por Dios ni está formado por una colección de
escritos con los pensamientos y conceptos de Dios mismo. La Biblia es la única que
tiene esa distinción, a la cual podemos añadir al menos otras cuatro características: la
Palabra de Dios es única en su continuidad, en su traducción, en su circulación y en su
supervivencia a través del tiempo, las persecuciones y las críticas.
Al revisar cada una de estas características únicas de la Biblia renovaremos nuestro
sentido de admiración y aprecio por la Palabra de Dios.

La Biblia es única por su continuidad


Ya se ha mencionado que la Biblia fue escrita en un período de tiempo de 1.500 años,
por más de 40 escritores diferentes provenientes de todos los ámbitos de vida que
escribieron en lugares diferentes en momentos distintos y bajo estados de ánimo
variados: algunos escribieron desde las alturas del gozo, otros desde las profundidades
de la desesperación; algunos escribieron durante épocas de certeza y convicción,
mientras que otros escribieron en medio de la confusión y la duda. La Biblia fue
escrita en tres continentes (Asia, África y Europa) y en tres idiomas diferentes (hebreo,
arameo y griego).
Consideremos ahora la gran variedad de estilos literarios que se encuentran en la
Biblia (poesía, cántico, romance, correspondencia personal, memorias, diarios,
biografía, autobiografía, profecía, narración histórica, códigos legales, tratados
didácticos, sátira, parábola y alegoría), dentro de los cuales los escritores tratan cientos
de temas controversiales. Sin embargo, desde la primera palabra de Génesis hasta la
última de Apocalipsis, la Biblia comunica una armonía asombrosa de pensamiento y
no se contradice a sí misma.
¿Cómo es posible que un libro que se formó durante un período de tiempo tan largo
y con escritores, estilos, temas y puntos de vista tan diversos no esté llena de
posiciones y perspectivas contradictorias? Se podría esperar que un libro así
inevitablemente fuera desarticulado e incongruente, lo cual sin duda así sería si el
verdadero autor del libro no fuera Dios mismo. La Biblia sobresale como única por su
continuidad y armonía en su tema, porque es el libro de Dios.
De la decisión de Adán y Eva en el Jardín del Edén a la respuesta de Dios surge un
plan único. De la entrega de la ley a Moisés a los sacrificios de corderos y cabritos
sobresale un solo propósito. De un bebé sin pecado en un pesebre a un sacrificio santo
en la cruenta cruz se revela claramente una misión. De la resurrección de Cristo a la
promesa de restaurar el designio original de Dios para un mundo pecador cada
capítulo de cada libro de la Biblia grita a una sola voz (Su voz) y con un solo tema
relacional: ¡la redención! Se ha esforzado hasta lo sumo a fin de redimir y restaurar
para Sí mismo a sus hijos perdidos por medio de la encarnación de Jesús. Dios se
relaciona apasionadamente con la humanidad, y su Palabra, empoderada por el
Espíritu Santo, es el medio que usa para comunicar las buenas nuevas de su plan de
redención. La Biblia es ciertamente única por su continuidad.

La Biblia es única por su traducción


El Antiguo Testamento se tradujo primero del hebreo y arameo al griego entre los
años 250 y 150 a. de J.C. La versión Septuaginta era la que leía principalmente el
mundo de habla griega durante el tiempo de Jesús. Años más tarde, otros eruditos
tradujeron el Antiguo Testamento también al griego y su traducción, la versión copta
(el idioma copto es una versión del egipcio tardío escrito con caracteres griegos), se
completó alrededor del año 350 d. de J.C. La Vulgata latina fue traducida por
Jerónimo, que comenzó su proyecto en el año 382 y tardó veinticinco años en
completarlo. La versión Vulgata de la Escritura fue el primer libro importante que
Johannes Gutenberg publicó en l455usando su nuevo invento, la imprenta.
Para principios del siglo IV las Biblias en hebreo y en griego habían sido traducidas
a diversos idiomas, como eslavo, siríaco (una versión tardía del arameo), armenio,
boháirico (dialecto del copto), persa, árabe, franco y anglosajón.
Las traducciones bíblicas al inglés (o a sus lenguas precursoras) comenzaron en el
siglo V con la versión anglosajona. El primer traductor que realizó una versión
completa de la Biblia en inglés fue John Wycliffe (1329-1384), cuya traducción fue la
única versión de la Biblia en inglés durante 145 años. William Tyndale, tal vez el más
grande de los traductores modernos, realizó su versión en inglés en la Biblia en 1.525.
Una de las versiones más populares en el mundo de habla inglesa, todavía hasta
nuestros días, es la Versión Autorizada, mejor conocida como la versión King James
(1611).
En cuanto a la traducción al español, Alfonso el Sabio ordenó la publicación de una
Biblia en castellano, conocida como la Biblia Alfonsina, que apareció en 1280 y fue
una versión parafraseada de la Vulgata latina. Otras versiones siguieron, como la
Biblia del Duque de Alba en 1432 y la Biblia de Ferrara en 1553. La más popular y
usada hasta nuestros días, conocida como la “Biblia del Oso”, vio la luz en 1.569 y fúe
traducida por Casiodoro de Reina, aunque más tarde fue revisada por Cipriano de
Valera y publicada en 1602.
El proceso de traducir la Biblia a diferentes idiomas comenzó desde el 250-150 a.
de J.C. y todavía continúa. Hoy la Biblia es el libro más traducido de todos los
tiempos. El reporte de las Sociedades Bíblicas Unidas (SBU) es que, en el año 2014, la
Biblia (o porciones de la misma) se ha traducido a 2.650 idiomas. La Biblioteca
Bíblica Digital de la SBU contiene más de 800 traducciones en 636 idiomas hablados
por 4.300 millones de personas. Los idiomas a los cuales se ha traducido la Biblia
comprenden el principal modo de comunicación para más del 90% de la población
mundial. La Biblia realmente es única por su traducción.

La Biblia es única por su circulación


Cualquier autor estaría encantado de ver su libro entre los más vendidos. No es común
que un libro llegue a vender 100.000 copias, y es más raro que llegue al millón de
ejemplares vendidos. Sin embargo, la Biblia no tiene igual. ¡Su distribución actual
supera miles de millones de copias! Existen en circulación más copias de la Biblia (o
porciones de la misma) que de cualquier otro libro en la historia de la humanidad.
Según el reporte de las Sociedades Bíblicas Unidas, se distribuyeron 32,1 millones
de Biblias completas y más de 372 millones de porciones de la Biblia solo en el año
2012. La Biblia realmente es única por su circulación.

La Biblia es única por su supervivencia a través del tiempo, las persecuciones y la


crítica
La Biblia se escribió en materiales perecederos, así que tuvo que ser copiada y vuelta a
copiar durante muchos cientos de años antes de la invención de la imprenta. Sin
embargo, los documentos del Antiguo y del Nuevo Testamento han sobrevivido a
través del tiempo como ningún otro texto de la historia. En comparación con otros
escritos antiguos, la evidencia documental de manuscritos para apoyar la veracidad de
la Biblia es más grande que la de las diez obras de literatura clásica más importantes
en conjunto.
La Biblia no solo ha sobrevivido al paso del tiempo sino también una terrible
persecución. En el año 303, el emperador Diocleciano promulgó un edicto para
prohibir el culto cristiano y destruir sus Escrituras: “Una carta imperial fue
promulgada en todas partes mandando que todos los templos fueran destruidos y las
Escrituras quemadas; declaraba que rodos los líderes cristianos perderían sus derechos
civiles y que los de familias que persistían en su profesión cristiana perderían sus
libertades”.
La ironía histórica de este acontecimiento quedó registrada por Eusebio, historiador
de la iglesia del siglo IV, quien relata que veinticinco años después del edicto de
Diocleciano, el emperador romano Constantino ordenó que se hicieran cincuenta
copias de las Escrituras financiadas por el gobierno.
Desde el tiempo en que se escribieron los manuscritos originales se han hecho
muchos intentos de destruir la Biblia, sin embargo la Palabra de Dios no solo ha
prevalecido sino que ha proliferado. Volraire, Famoso escritor escéptico francés del
siglo XVIII, predijo que en el curso de cien años el cristianismo sería solo una nota al
pie de página en la historia. Voltaire desapareció ya hace tiempo, pero la Palabra de
Dios ha seguido viva por siglos. Citando al profeta Isaías, el apóstol Pedro escribió:
“Toda carne es como la hierba, y toda su gloria es como la flor de la hierba. La hierba
se seca, y la flor se cae; pero la palabra del Señor permanece para siempre” (1 Pedro
1:24, 25).
La Biblia ha resistido el paso del tiempo y los esfuerzos de quienes quisieron acabar
con ella, además de severas críticas.
H. L. Hastings, famoso erudito y escritor del siglo XIX, declara con contundencia la
manera única en la que la Biblia ha resistido los ataques de infieles y escépticos:

Los incrédulos han estado refutando y atacando este libro por más de 1.800
años, pero permanece hoy tan sólido como una roca. Su circulación aumenta;
la gente lo ama más, lo estima más y lo lee más ahora que nunca. Los
incrédulos, con todos sus asaltos, hacen semejantes daños a este libro como lo
haría un hombre con un martillo de tapicero sobre las pirámides de Egipto.
Cuando un monarca francés propuso la persecución de los cristianos en su
dominio, un viejo estadista y guerrero le dijo: “Señor rey, la Iglesia de Dios es
un yunque que ha gastado muchos martillos”. De esta manera los martillos de
los incrédulos siguen picoteando contra el libro de los siglos; los martillos se
desgastan pero el yunque perdura. Si este libro no hubiera sido el Libro de
Dios, los hombres lo habrían destruido ya hace tiempo. Los emperadores y los
papas, los reyes y los sacerdotes, los principales y los gobernantes han hecho
sus intentos contra este libro; ellos mueren y el libro vive aún.

El teólogo y apologista Bernard Ramm, al comentar sobre las críticas contra la Biblia,
explica el asunto de esta manera:
Ningún otro libro ha sido tan picado, tan acuchillado, tan zarandeado, tan
escudriñado, tan difamado. ¿Cuál libro de filosofía o de religión o de
psicología o cuál obra de las bellas artes, sea de las clásicas o de las modernas
ha sido objeto de tantos ataques como la Biblia? Y con tanto veneno y
escepticismo. Y con tanta minuciosidad y erudición. Y sobre cada capítulo, cada
línea, cada precepto. Pero millones de personas todavía aman la Biblia, la leen
y la estudian.

Durante miles de años la Biblia ha resistido las pruebas y es realmente única por su
supervivencia a través del tiempo, la persecución y la crítica.
Sin embargo, aquí queda una reflexión interesante: la naturaleza única de la Biblia
no la hace de por sí verdadera, por eso en la siguiente sección me gustaría que
procuráramos descubrir por qué estamos seguros de que la Biblia es verdad. Vamos a
explorar la realidad innegable de la poderosa Palabra de Dios. Saber que la Palabra de
Dios es veraz hará que realmente se profundice tu fe en su Autor y en sus verdades
universales.
Imaginemos una comunidad judía pobre en un pueblecito en Polonia a mediados del
siglo XV, mucho tiempo antes de que Mozart escribiera una nota musical, antes que
Martín Lutero comenzara la Reforma o que Sir Isaac Newton descubriera las
principales leyes de la física, incluso antes de que Cristóbal Colón navegara hacia la
India para en su lugar descubrir América. Algo está a punto de suceder en este pobre
vecindario, un acontecimiento cuyas repercusiones se sentirán durante siglos. Tal vez
ocurrió de esta manera:
Era casi medianoche cuando el escriba Baruc se espantó por los fuertes golpes a su
puerta.
¿Quién podrá ser a estas horas?
El corazón de Baruc comenzó a latir como un martillo. Con cautela, dudosamente,
abrió la puerta... y rápidamente dio unos pasos hacia atrás cuando una persona salió de
la oscuridad e irrumpió en su casa.
—¡Moisés! —exclamó Baruc una vez recuperado el sentido—. ¿Qué ocurre? ¿Qué
te trae aquí a estas horas de la noche? ¿Y por qué estás sonriendo como si de pronto
hubieras heredado una fortuna?
—¡Baruc, ¡ya está certificada! —exclamó Moisés—. Simplemente no podía esperar
hasta mañana para decírtelo.
Moisés le contagió de inmediato su alegría a Baruc. Él sabía exactamente de lo que
Moisés estaba hablando. Su amigo estaba trayéndole la buena noticia que había estado
esperando escuchar durante semanas. El rabino había certificado la Torá que Baruc
había estado copiando durante más de un año. Las 304.805 palabras que había copiado
desde Génesis hasta Deuteronomio eran una obra de arte según la opinión del rabino.
Durante el siguiente Sabbat (el sábado judío), Baruc tomó la palabra frente a los que
estaban reunidos en la sinagoga de su pequeña aldea.
Señalando con su mano a la Torá, dijo: ―¡Me honro en anunciarles a todos que
nuestra nueva Torá está completa! Ya ha sido certificada por nuestro rabino‖. La
congregación se desbordó de emoción.
Para mi fue fácil imaginarme la escena porque, más de 550 años después, yo
también me desbordé de emoción al tocar el borde de esa misma Torá. Ahora me
pertenecía, mejor dicho, yo era su cuidador. No es un simple manuscrito hebreo de la
Edad Media: es una Torá completa, única (Torá es el nombre judío de los primeros
cinco libros de la Biblia). La llamé ―Tora de Lodz‖ en honor y en memoria de los más
de 230.000 judíos de la ciudad polaca de Lodz que sufrieron y murieron bajo el
régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
En ese tiempo, Lodz era la segunda ciudad más poblada en Polonia. Durante la
guerra, la sección judía de la ciudad, conocida como Gueto Lodz, fue uno de los
centros de detención más grandes en la Europa ocupada por los alemanes. Este rollo
antiguo se había preservado durante siglos y era la copia de lectura en la sinagoga de
los judíos polacos del siglo XX. Me pareció apropiado darle el nombre de un grupo de
personas que tenían tanta reverencia por la Palabra de Dios, la cual preservaron
durante la persecución. Sin embargo, cuando recibí este rollo no tenía idea de todo lo
especial que era ese artículo que había adquirido.
Esta Torá es especial no solo por su antigüedad, pues data de entre 1450 y 1500,
sino también por la forma en la que fue copiada. Como todas sus predecesoras, la Torá
de Lodz tuvo un grupo especial de soferim (escribas) que con gran cuidado copiaban
cada manuscrito. Todos los escribas en la antigüedad se enorgullecían de su oficio y
reproducían a mano los manuscritos con mucho cuidado, pero había algo especial en
los escribas judíos en particular: gracias a que había reglas muy estrictas y disciplinas
que ellos debían seguir, hoy en día no existe otra obra de la literatura mundial que
haya sido copiada de manera tan cuidadosa y exacta como el Antiguo Testamento.
La disciplina y el arte de los escribas judíos se originó entre los siglos V y III a. de
J.C. en una clase especial de eruditos judíos conocidos como soferim, derivado de una
palabra hebrea que significa ―escribas‖. Los soferim, que iniciaron un estándar estricto
de meticulosa disciplina, fueron luego eclipsados por los escribas talmúdicos, quienes
guardaron, interpretaron y comentaron los textos sagrados desde el año 100 hasta el
500 d. de J.C. Después de los escribas talmúdicos vinieron a su vez los escribas
masoréticos, mejor conocidos y aún más meticulosos (500-900 d. de J.C.).
El celo de estos escribas judíos, con una disciplina tan estricta y una atención tan
rigurosa a cada detalle, otorgaba a las reproducciones de las Escrituras la misma
autoridad que la del ejemplar original. Las reglas, los rituales, los procedimientos y las
continuas revisiones permitían a los escribas quedar completamente convencidos de
que cada copia terminada de la Torá era un duplicado exacto de las copias anteriores.
El escriba que copió la Torá de Lodz siguió esas reglas tan estrictas porque era muy
consciente de que estaba copiando palabras inspiradas por Dios.

El caso del meticuloso escriba de Lodz


La Torá de Lodz se escribió en 36 pergaminos o paneles de piel de becerro y cuando
está completamente desplegada mide poco más de 22 m de largo. Sorprendentemente
está en condiciones excelentes, pero no es eso lo que hace que sea un ejemplar
extraordinario.
Debido a que esta copia de la Tora estaba bajo la custodia de una comunidad pobre,
no podían pagar para que se hiciera una nueva copia si esta sufría algún daño, por eso
a lo largo de los años contrataban a escribas para que la remendaran, hicieran
correcciones y volvieran a entintar las partes desgastadas, a fin de que estuviera
siempre en perfectas condiciones.
Normalmente el rollo hebreo desgastado y deteriorado se guardaba después de
completar una nueva copia, pero esto nunca ocurrió con la Torá de Lodz, lo cual la
convierte en una Torá completa de antigüedad inusual. Debido a su fecha y su región
de origen, al uso de tradiciones de escritura más antiguas y a otros factores internos, la
Torá que yo había comprado era un manuscrito que normalmente se colocaría al lado
de piezas que se encuentran en las mayores colecciones privadas de rollos hebreos en
el mundo entero.
Después de que se hubiera analizado e investigado profundamente el trasfondo del
manuscrito, me di cuenta del tesoro maravilloso y único que había llegado a mis
manos. Sentí una profunda responsabilidad de compartir este tesoro con el mundo. La
existencia misma del rollo tiene un mensaje muy importante para nosotros sobre cómo
y por qué Dios preservó su Palabra.
La Tora de Lodz fue preparada hace unos 550 años principalmente por un escriba
asquenazí muy dedicado, aunque otros cuatro escribas (quienes probablemente eran de
la misma familia o seguramente de familias que se conocían entre sí) cambiaron varias
hojas a lo largo del tiempo. Con mucho cuidado preservaron la Palabra de Dios de una
generación a la siguiente.
Baruc (como llamé al copista del siglo XV en mi relato) fue un escriba que
observaba con precisión las tradiciones judías y los requerimientos para preparar las
pieles y la tinta que se usaban al copiar las Escrituras. Sin duda era un profesional
entrenado rigurosamente, con mucha habilidad y pasión por su trabajo, altamente
respetado como erudito religioso en su comunidad. El trabajo del escriba era muy
cansado para los ojos y la espalda: trabajaba horas interminables, encorvado sobre una
mesa, copiando las Escrituras con gran laboriosidad en un cuarto con la pobre
iluminación de velas y lámparas de aceite.
Baruc tenía talento, disciplina y reverencia extrema por la Palabra de Dios. Para
poder crear esta Torá reproducía cada letra a partir de otro manuscrito medieval
autorizado. Para lograr su certificación como escriba, Baruc había tenido que
memorizar 4.000 leyes y principios acerca del modo de copiar las Escrituras a fin de
asegurar su exactitud; si no hubiera conocido cada una de esas leyes sobre la
transcripción de manuscritos no habría estado cualificado para copiar el texto sagrado.
Sigamos de cerca a Baruc para ver su forma de realizar esta tarea tan importante.
Para empezar, Baruc consiguió de un carnicero judío pieles de animales limpios
según la ley, además de hojas de cebada en el mercado. Luego cortó las pieles en
paneles rectangulares que se remojaban en una preparación de agua y hojas de cebada,
un procedimiento que suaviza el cuero y facilita la eliminación de pelo y fibras.
Antes de rasparles el pelo, Baruc pasó las pieles por varios procesos adicionales
para facilitar el raspado y hacer el cuero más suave. También hizo un viaje al bosque
para juntar agallas de roble, unos nódulos que crecen en los troncos de los robles y que
son una excelente fuente de tanino. Con una navaja bien afilada y la precisión de un
cirujano, cortó suficientes agallas de la corteza de los robles hasta que hubo juntado
una bolsa llena.

Agallas de roble
Por miles de años, los escribas han recogido en los bosques agallas de roble, las
cuales eran muy importantes en el meticuloso proceso de creación de paneles de cuero
listos para escribir. El escriba ponía las agallas en agua hirviendo durante seis horas
para que soltaran el tanino, un compuesto químico ácido que se usa en el tratamiento
del cuero. Este proceso de curtido de pieles producía un cuero muy suave sobre el cual
se podía escribir, pero no antes de que el escriba raspara y lijara cada pedazo hasta que
quedara perfectamente liso. Se necesitaban varios días para la preparación de los
paneles de cuero.
Después de cortar cuidadosamente el cuero en rectángulos uniformes, Baruc hizo
pequeñísimos agujeros en los extremos de cada panel. Con mucho cuidado colocó una
clavija muy fina, del tamaño de un mondadientes, en cada uno de los orificios, como
preparación para marcar el cuero con una cuadrícula de filas y columnas simétricas.
A continuación ató hilos bien tensos horizontalmente de una clavija a otra, y usando
estos como guías, tomó un cuchillo sin filo que no cortara la piel para hacer con
cuidado marcas horizontales en la superficie, formando así una línea bien definida.
Después de marcar todas las líneas horizontales repetía el mismo proceso
verticalmente, creando así una cuadrícula perfecta para copiar todas y cada una de las
304.805 letras de la Palabra escrita de Dios.
En el mundo occidental, escribimos sobre las líneas, pero Baruc, en cambio, colgó
las letras en las líneas como hacían todos los escribas judíos.
En otras palabras, escribió debajo de las líneas y siempre de derecha a izquierda.
Esta técnica de escritura bajo las líneas significa que cuando vemos el rollo, según la
mentalidad del siglo XXI, nos parece que está al revés.
La cuadrícula era muy importante para el escriba pues le permitía mantener sus
letras en orden, sin mezclar las líneas de abajo o de arriba al escribir, un proceso que le
permitía ser más exacto al copiar cada letra. Baruc quería que un lector de las
Escrituras no solo leyera cada palabra exactamente sino que también la pronunciara
con exactitud, así que creía tener (como cada escriba judío que le precedió) la solemne
responsabilidad de reproducir cada letra de manera perfecta y clara, una meta que el
colgar sus letras en la cuadrícula le ayudaba a cumplir. Sabía que copiar mal lo que
Dios había dicho podría ocasionar una mala lectura, una mala pronunciación o, peor
aún, una mala interpretación y comprensión de lo que Dios quiere que su pueblo sepa
sobre Él y sus caminos.
Cuando cada panel estaba completamente lleno de texto, Baruc los cosía con
cordones hechos a partir de tiras de tendones de las patas de un becerro
ceremonialmente puro, un proceso que al final tenía como resultado un rollo de más de
22 m de largo.
La siguiente tarea de Baruc era preparar la tinta y los cálamos o plumas para
escribir. Recordemos que tenía que formar 304.805 letras, sin que ninguna de ellas
tocara a otra: el cuidado meticuloso, la estabilidad y la firmeza que requería esta tarea
explican por qué tardaría más de un año en completar esta hermosa Tora.
Baruc consiguió un buen número de plumas de ganso para sus cálamos.
Generalmente era preferible usar plumas de ganso porque eran más firmes que otras
plumas y duraban afiladas más tiempo. Mientras más afilado estuviera el cálamo,
menor probabilidad habría de que la tinta se corriera y las letras se tocaran entre sí: si
ocurría una de estas dos cosas se consideraba como un error que debía ser corregido.
Además de la pluma afilada de ganso, la tinta que Baruc usaba era de importancia
crítica para su tarea. También utilizó agallas de roble como parte de su fórmula: el
proceso consistía en aplastar las agallas y remojarlas con una mezcla cuidadosamente
preparada para producir una tinta que no se despintara con el tiempo.
Como ya hemos mencionado, un rollo de la Tora que comenzara a deteriorase y a
despintarse prácticamente debía ser ―retirado‖, guardado y luego quemado. Se
colocaba en un armario llamado geniza y entonces la nueva copia de la Torá se
convertía en el texto autorizado de la sinagoga. Los rabinos deseaban evitar la
posibilidad de que una palabra despintada fuera mal pronunciada y mal interpretada.
Sin embargo, la Torá de Lodz, copiada por un escriba asquenazí, es una excepción a
esta regla, pues siguió existiendo durante siglos, aún más allá de su tiempo propicio
(una evidencia de esto es la tinta que se ha vuelto anaranjada en algunos lugares). En
condiciones normales debió haber sido retirada y colocada en la geniza, pero debido a
que esta comunidad en particular no podía pagar una copia nueva, lo que hacían era
contratar escribas para que repintaran las letras desgastadas.
Algo que es evidente en esta Torá es que fue copiada a partir de una más antigua
producida durante la Edad Media, ya que hay evidencia clara de que el escriba
conservó muchos aspectos de la escritura medieval tardía: se pueden ver letras
estilizadas con rizos y muchas letras adornadas con espirales, las cuales solo se usaban
durante el tiempo medieval tardío. Esta Torá también conserva una tradición primitiva
en cuanto a la disposición del texto, pues no sigue los modelos tardíos para cada
columna, que variaban en anchura y número de líneas.
Se puede ver que generaciones posteriores de escribas hicieron notas y
―correcciones‖ a este rollo en algún momento posterior a 1450. Uniformizaron la
manera en que estaba presentado el texto y corrigieron la ortografía según la escritura
precisa de cada letra usando formas específicas (incluso en detalles como la forma en
que una letra debía ser golpeada con el cálamo entintado). Se nota cuándo el escriba
estaba intentando corregir alguna de las tradiciones de escritura medieval más antigua
mediante la aplicación de estándares más recientes y rigorosos.
Cuando los rabinos de generaciones siguientes leían esta Torá, sin duda entendían
que estaban frente a una reiteración más primitiva de la palabra sagrada; cuando la
congregación veía que la sacaban del gabinete, para ellos sin duda estaba claro que se
trataba de una pieza muy antigua. Probablemente existían relatos sobre la manera en
que esta Torá había sido pasada de generación a generación y así todos tenían presente
la rica tradición histórica de las Escrituras.

Ni siquiera la letra más pequeña desaparecerá


Cada palabra y letra en el texto hebreo (el Antiguo Testamento) son importantes, tal
como sucede también en el Nuevo Testamento. El apóstol Pablo dice claramente: De
manera que la ley ha sido nuestro tutor para llevarnos a Cristo... (Gálatas 3:24). Jesús
también afirmó claramente que Él era el cumplimiento de las promesas y profecías del
Antiguo Testamento, lo cual significa que no había venido a descartarlo: ―No piensen
que he venido para abrogar la Ley o los Profetas. No he venido para abrogar, sino para
cumplir‖ (Mateo 5:17). La Torá cuenta cómo los humanos pecaron contra Dios y lo
que el pecado causó entre ellos, pero también registra el pacto que Dios hizo con
Abraham para redimir a su pueblo por medio de un sacrificio a fin de satisfacer la
exigencia de justicia en relación con nuestro pecado: Jesús se convirtió en ese Cordero
perfecto para el sacrificio (Hebreos 3 – 10).
El Señor Jesús quería asegurarnos, más allá de toda duda, que Él era el
cumplimiento de la ley de Dios y que Su Palabra permanecería para siempre, hasta el
más mínimo detalle. Por eso dijo: ―De cierto les digo que hasta que pasen el cielo y la
tierra ni siquiera una jota ni una tilde pasará de la ley hasta que todo haya sido
cumplido‖ (Mateo 5:18). ¿Qué tan detallada ha de ser esa declaración?
La yod (―jota") es la letra más pequeña en el alfabeto hebreo y parece un apóstrofe
grueso, tal como se muestra en la primera letra. Una virgulilla (―tilde‖) es una pequeña
espina decorativa parecida a un pequeño cabello que le sale a una letra, como las que
aparecen sobre las letras en el recuadro blanco. Cinco tildes juntas eran una ―corona‖,
que a veces se usaba para decorar ciertas letras.
Para subrayar el hecho de que las Escrituras están moviéndose en la historia para
cumplir el propósito de Dios, Jesús dijo que ni una sola de estas jotas o tildes
desaparecerá. Su verdad es eterna y todas sus promesas se cumplen.
Observa las letras más pequeñas y las decoraciones más diminutas en estas palabras.
¿Puedes ver que las palabras han sido repintadas una y otra vez para preservarlas? A lo
largo de todo el rollo se puede observar que Dios ha protegido incluso el detalle más
pequeño de la manera más asombrosa. Son recordatorios poderosos de la verdad que
afirmó el Señor Jesús: Su Palabra es eterna y podemos confiar en ella.
Moisés escribió a los hijos de Israel: ―Al SEÑOR tu Dios temerás, y a él servirás‖
(Deuteronomio 10:20). Temerle significa tener un estado de asombro ante Su
grandeza, reverenciarle y adorarle como el Dios todopoderoso que muestra
misericordia y gracia para con Su pueblo. Esta reverencia es la evidencia clara de la
manera en que los escribas realizaban su deber solemne al pasar las Escrituras de una
generación a otra con tanta precisión y exactitud.
Imaginemos a nuestro escriba Baruc sentado para comenzar su gran tarea de copiar
la Torá de Lodz. Siguiendo la tradición judía normal, sumergió su cálamo nuevo en la
tinta recién preparada y pronunció cada palabra en voz alta antes de escribirla. De
acuerdo a la educación que había recibido, pronunció cada palabra correctamente y
copió cada letra con exactitud, pues incluso se le prohibía tocar una letra después de
haberla escrito.
―En el principio‖, dice en voz alta al formar las letras de las primeras palabras de la
Biblia con precisión laboriosa. Pero antes de completar la última letra de la palabra
principio, Baruc se detiene: la siguiente palabra en el texto es Dios. Por tanto, según la
tradición masorética, descansa su cálamo y se lava las manos ceremonialmente,
purificándose y consagrando la cinta con la cual va a escribir el nombre sagrado. Solo
entonces procede a escribir la palabra Elohim, Dios.
Una de las tradiciones más antiguas de los escribas era que no debían escribir el
nombre de Dios inmediatamente después de mojar el cálamo en tinta por temor a que
la punta de este llevara demasiada tinta. El nombre de Dios no debe aparecer
manchado ni corrido con exceso de tinta.

Yod y virgulilla (―jota‖ y ―tilde‖)


Si Baruc siguió esa tradición, entonces seleccionó un cálamo nuevo, lo sumergió en
tinta y formó la última letra de la palabra principio antes de escribir con cuidado el
nombre de Dios.

Elohim

Baruc copia cada letra con trazos suaves y separados, sin permitir que una toque a
otra. Debe asegurarse de completar el nombre glorioso antes de levantar la cabeza.
Cuánta reverencia, admiración y temor mostraba este escriba al copiar las palabras
sagradas de Dios. Aunque escribir el nombre de Dios seguramente requería una
reverencia ceremonial especial, cada letra que Baruc escribía debía ser exacta y jamás
de los jamases tocar otra letra. El texto de la Palabra de Dios era de verdad sagrado
para Baruc y para el resto de escribas de la tradición masorética.
En el alfabeto hebreo hay 22 letras y los escribas recibían instrucciones específicas
sobre cómo formar cada una de ellas de manera perfecta. Por ejemplo, la yod (―jota‖)
es la letra más pequeña del alfabeto.
Yod (―Jota‖)

La yod debe tener una pequeña pata al lado derecho y un rabito en su lado superior
izquierdo. El escriba debe doblar la cabeza de la letra hacia abajo un poco en la
izquierda, como una espinita inclinada. Sin embargo, la espina debe ser más corta que
la pata del lado derecho para que la yod no se confunda con otras dos letras hebreas
(resh y vav). Si la letra no se formaba de esta precisa manera, ya no servía y debía ser
borrada y vuelta a escribir. Nuestro Baruc quería que cada letra fuera tan clara y
perfecta que ni siquiera un niño pudiera leer mal la letra más pequeña, confundirla con
otra letra hebrea parecida, pronunciarla mal o malinterpretar el significado del texto.
La Torá era sagrada y la tinta no debía ser tocada por la mano humana debido al
carácter sagrado del texto. El lector de la sinagoga debe usar
un puntero para seguir las palabras en las columnas y
renglones dispuestos de modo tan perfecto.
Podrás observar que nuestro escriba de vez en cuando
alargaba una letra al final de una palabra. Por ejemplo, fíjate
en la línea horizontal al final de esta palabra.
Estas líneas cumplían una función importante: reducir la velocidad del lector para
que este pudiera pensar en el significado del texto sagrado. Los escribas no solo
querían copiar las Escrituras de manera exacta, sino también que el pueblo las
interpretara correctamente.
Hay una técnica diferente que se usa con el mismo fin, principalmente en los
Salmos, donde aparece 74 veces: es la palabra selah, que aparece por primera vez en el
Salmo 3:4 y que se podría traducir como ―pausa‖ o ―interludio‖ (en otras palabras,
―baja la velocidad y medita en esto, porque es muy importante‖).
El escriba que copió la Tora de Lodz usó también otra técnica para que el lector
hiciera una pausa: a veces agrandaba letras para indicar que ese pasaje era muy
importante o que existía una variante textual. Se trata de una característica que ayuda a
fechar el rollo, porque fue un estilo de escritura utilizado solo durante la Edad Media y
no antes ni después. Fíjate en la singularidad de esta letra:

Nun invertida
Es la letra número catorce del alfabeto hebreo y se llama nun, pero aquí aparece
invertida y adornada con tildes, lo cual servía para indicar que este pasaje también
podía encontrarse en otra sección o debería estar en otro lugar. Era la manera de
comunicarle al lector que ese enunciado pertenecía a otra sección de las Escrituras,
pero que él no iba a hacer el cambio. ¿Por qué? Porque los escribas tenían cuidado de
copiar las Escrituras exactamente como lo dictaba el manuscrito anterior, de modo que
no iban a mover un enunciado al lugar en el que probablemente debía estar porque
estaban comprometidos a reproducir el nuevo manuscrito exactamente como había
sido escrito el anterior. Cada vez que se leía este pasaje, la nun invertida servía como
recordatorio de la importancia que tenía el copiar esta Tora para el escriba, algo que
sigue siendo así hoy en día.
El doctor Scott Carroll pronunció unas palabras durante nuestro evento ―Descubre
la Evidencia‖, en el que presentamos el fragmento de manuscrito bíblico que yo había
adquirido, y comentó algo interesante acerca de los errores de los escribas:

Hace dos semanas estaba hablando en Israel con un amigo judío que es
escriba, es un sofer. Le pregunté: “¿Cuántos errores cometes en tu labor?” Es
una actividad a la que se ha dedicado por veinticinco años. Me contestó:
“Bueno, yo detecto y corrijo muchos mientras voy escribiendo, pero luego
cuando reviso de nuevo el trabajo, probablemente hay cien más que no había
corregido. Luego lo envío a un amigo, ¡y él encuentra otros cuarenta! Y luego
lo enviamos a una computadora, ¡y detecta veinte más!”.
¿Qué nos dice esto a fin de cuentas? ¿Fíjate en todos los errores? ¡No!
¡FIJATE EN TODAS I.AS CORRECCIONES!

Los escribas del mundo antiguo eran humanos y cometían errores, pero debido al
cuidado tan extremo que tenían al copiar la Palabra de Dios podemos ver todas sus
correcciones y saber que tenemos un texto hebreo exacto.
Cuando Baruc, nuestro escriba, completó la última letra de la última palabra de su
Torá, todavía tenía que ser sometida a certificación por otros escribas o por el rabino
(algunas tradiciones dictaban que fueran tres rabinos por separado para revisar su
exactitud), lo cual implicaba que había que desplegar el rollo en toda su extensión
(más de 22 metros) a fin de revisar y contar cada palabra y las 304.805 letras. Antes de
certificar una copia, los escribas y rabinos tenían que asegurarse de que contenía
precisamente el mismo número de letras que la Tora de dónde se había copiado. Por si
fuera poco, cuando contaban las palabras debían indicar cuál era la palabra en el
centro de la Torá. Sabían que la palabra de en medio se hallaba en Levítico 13:33, así
que si esa palabra del nuevo rollo no estaba exactamente en el versículo 33, este no
podía ser certificado.
Los escribas contaban no solo cada palabra, sino cada letra. La letra central de la
Torá se hallaba en Levítico 11:45, de modo que si la letra central del nuevo rollo se
hallaba en el versículo 45, los escribas podían confiar en que tenían una reproducción
exacta de la Torá anterior.
Para certificar la nueva Torá también era común asegurarse de que cada palabra
comenzara exactamente en el mismo lugar que en la Torá de donde se había copiado.
Si al copiar una línea un escriba veía que una palabra que debía quedar en un renglón
estaba a punto de pasarse al siguiente, comprimía las letras para hacer calzar la palabra
en ese mismo, pero teniendo cuidado de que una letra no tocara con la siguiente. Por
otro lado, si veía que iba a tener demasiado espacio en un renglón, estiraba las letras
para que la última letra de la última palabra quedara alineada exactamente en el
margen izquierdo. Cada renglón tenía que comenzar y terminar con la misma palabra
y la misma letra que la Torá de donde se había copiado para que la nueva copia
quedara perfecta. Se tomaba toda clase de precauciones a fin de asegurar que la nueva
Torá fuera un duplicado exacto de la anterior.
Fíjate en los puntos que hay sobre algunas de las letras.

Puntos

El recuadro blanco en la fotografía resalta estos puntos. Los puntos que hay sobre
estas letras son una manera de advertir al lector que posiblemente habrá un problema
textual o una exégesis diferente para este pasaje. Aun así, el escriba no podía corregir
este posible problema copiándolo de manera diferente, pues debido a su compromiso
por la exactitud de cada letra y palabra tenía que copiarlas igual que en el manuscrito
más antiguo.
Como puedes ver, Dios inculcó en sus escribas una reverencia laboriosa hacia las
Escrituras hebreas. Al examinar la Torá de Lodz nos damos cuenta del sacrificio que
implicó preservar la Palabra de Dios: devoción y cuidado, obsesión con los detalles y
reverencia sagrada en la escritura de cada letra y palabra. Estos escribas estaban
decididos a producir una transmisión exacta del libro de la ley, para que tú y yo (y
nuestros hijos) tuviéramos una revelación precisa del Dios al que adoramos.

Otros materiales de escritura comunes en la antigüedad


La Tora de Lodz fue escrita en cuero de becerro, pero este cuero (conocido como
pergamino) era solo uno de entre varios materiales usados en la antigüedad, entre los
que se encuentran los siguientes:

• Arcilla (Ezequiel 4:1).


• Piedra (Éxodo 24:12).
• Metal (Éxodo 28:36).
• Papiro (Apocalipsis 5:1).

En la antigüedad después del pergamino el material más común para escribir


manuscritos era el papiro, una palabra que proviene del griego y es la raíz de la
palabra papel. El papiro se hacía con la caña del mismo nombre, que abundaba en los
lagos y ríos de Egipto y Siria.
Para preparar el papiro para la escritura, se limpiaban las cañas, se pelaban y luego
se cortaban a lo largo en rebanadas delgadas y estrechas que después eran martilladas
y prensadas en dos capas colocadas en ángulo recto la una con la otra. Una vez seco,
se pulía para que quedara suave, normalmente con una piedra.
Así como se acostumbraba coser paneles de cuero para formar un rollo, con las
hojas de papiro también se formaban rollos, lo cual se hacía pegándolas por los bordes
y luego enrollándolas alrededor de una vara. Las hojas de papiro también se
presionaban de forma individual (como los libros modernos) y se escribía en ambos
lados para hacer más fácil su lectura y menos abultada su forma: a eso se le llamaba
libro o códice. Se dice que el cristianismo fue la razón principal para el desarrollo y la
difusión de los códices, que es la forma que usamos hoy para los libros.
Antes de la invención de la imprenta cualquier cosa escrita debía ser copiada a
mano a fin de poder preservarla para las generaciones futuras. Como ya se ha
mencionado, no se han encontrado los manuscritos originales del Antiguo ni del
Nuevo Testamento. Esos escritos originales de Moisés, los profetas y los apóstoles son
conocidos con el nombre de autógrafos. Cuando un autógrafo individual se transcribía
a una copia hecha a mano, se llamaba a esta manuscrito. Con el paso del tiempo, todo
manuscrito acababa deteriorándose, la tinta se desvanecía o se despegaba y era
necesario hacer una nueva copia del manuscrito.
Algunos de los manuscritos más antiguos hechos de cuero de becerro son de
alrededor del año 1500 a. de J.C. Los fragmentos de papiro más antiguos que se
conocen son de 2400 a. de J.C. Era difícil que estos papiros antiguos sobrevivieran,
salvo en el clima seco de las arenas de Egipto o en cuevas.
La pregunta más importante que surge acerca de los manuscritos de las Escrituras
no tiene que ver tanto con los materiales y procesos utilizados, sino con su veracidad.
Sí, los antiguos escribas judíos fueron muy laboriosos y meticulosos, y esto nos da
confianza sobre la exactitud, de los manuscritos que se transmitieron por generaciones,
pero esto por sí solo no es suficiente para tener certeza absoluta. Dado que hasta la
fecha no se ha descubierto ninguno de los textos originales de la Escritura, lo que
tenemos son copias de copias de copias que se han pasado de generación en
generación. ¿Cómo podemos entonces tener confianza de que lo que está en la Biblia
actual es lo que fue escrito originalmente? No podremos estar seguros de estar leyendo
las palabras exactas que Dios inspiró si no tenemos la certeza de poseer un registro
preciso de las palabras inspiradas por Dios y entregadas originalmente a sus
mensajeros.
La buena noticia es que podemos poner a prueba la veracidad de la literatura
antigua. Al aplicar estas pruebas se puede definir la exactitud y la veracidad históricas
de un cierto texto. ¿Cuáles son estas pruebas y qué resultados arrojan en el caso de la
Biblia? Ese es el tema de los cuatro capítulos siguientes.
No había ni un asiento vacío en el salón. Como conferencista invitado, pasé al frente
de esa clase de historia y comencé con una afirmación audaz: “Yo creo firmemente
que hay más evidencia para la veracidad del Nuevo Testamento que para diez piezas
cualquiera de la literatura clásica juntas”.
El profesor, que estaba sentado en una esquina en la parte de atrás del salón,
comenzó a echar unas risitas y gruñidos bastante obvios al final de mi introducción.
Para mí la mejor estrategia era confrontar directamente sus obvias objeciones.
—Discúlpeme, profesor —comencé—. ¿Puedo preguntarle qué es lo que le causa
risa?
Él contestó directamente:
—No puedo creer que alguien tenga el atrevimiento de afirmar, en una clase de
historia, que el Nuevo Testamento es veraz.
Y riéndose entre dientes añadió:
—¡Es ridículo!
No me sorprendían ni su tono de confrontación ni su postura, pues ya la había
escuchado muchas veces antes y estaba preparado para ello. Con toda calma, le hice
una sencilla pregunta a mi escéptico amigo:
—Dígame, profesor, ¿qué pruebas aplicaría usted como historiador a un texto
histórico para decidir sobre su exactitud y veracidad?
Todo el grupo se volvió hacia el profesor para escuchar su respuesta, pero él no
tenía nada qué decir. Increíble. Este profesor universitario de historia, que afirmaba
que el Nuevo Testamento no era un documento histórico fiable, no tenía manera de
corroborar su declaración. Tenía una opinión muy determinada de que la Biblia no era
veraz, pero ninguna evidencia real que apoyara su punto de vista.
Yo expliqué que hay tres principios básicos de historiografía que tienen que ver con
la veracidad de la literatura; la historiografía es sencillamente un método de
investigación y estudio de los acontecimientos históricos y la manera en que han sido
registrados. Los principios o pruebas que se utilizan para determinar la veracidad de
un registro histórico son los siguientes:

 La prueba bibliográfica: determinar si el texto o el registro histórico ha sido


transmitido de manera exacta.
 La prueba de la evidencia externa: determinar si el registro histórico ha sido
verificado o afirmado a partir de datos externos.
 La prueba de la evidencia interna: determinar el estado del registro histórico en
cuanto a su validez interna.
Para determinar si la Biblia o cualquier texto antiguo de la historia es veraz debemos
aplicarle estas tres pruebas. Vamos a examinar lo que se requiere para estas pruebas y
luego se las aplicaremos a la Biblia.

La prueba bibliográfica
Como ya hemos dicho, no contamos con un documento escrito original de ninguno de
los autores antiguos de la historia (no solo de la Biblia, sino de cualquier escrito
histórico), pero eso no significa en modo alguno que las copias no sean veraces. Sin
embargo, sí que necesitamos formular al menos dos preguntas fundamentales a fin de
evaluar la veracidad de una copia:

1. ¿Cuántas copias manuscritas de ese documento han sobrevivido?


2. ¿Qué intervalo de tiempo transcurrió entre la escritura original y la copia más
antigua que se conoce?

Esta prueba bibliográfica evalúa la veracidad de cualquier obra literaria a partir de la


sabia suposición de que un número mayor de copias (y una fecha más cercana de estas
al original) darán como resultado una mayor certeza de que tenemos el texto según fue
escrito originalmente. Cuantas más copias existan de un escrito original, mejores
comparaciones podremos hacer entre ellas a fin de determinar su consistencia. En
condiciones ideales Las copias serán reproducciones cercanas entre sí; además es
razonable pensar que la copia más antigua será la más veraz. Cuanto más lejana en el
tiempo sea una copia de su original, más posibilidades hay de la existencia de errores
al copiar que hayan sido reproducidos en copias posteriores.
Para tener un punto de comparación sobre los resultados de la Biblia en la prueba
bibliográfica, es útil considerar la situación de otros documentos antiguos. Como ya
hemos mencionado, toda obra de literatura antigua (es decir, todo lo que fue escrito
antes de la invención de la imprenta) tenía que ser copiada y vuelta a copiar a lo largo
de los siglos para que no se perdiera con el paso del tiempo. Sin embargo, las copias
de obras clásicas casi siempre están incompletas y contienen errores (un desliz en la
escritura, segmentos que faltan, errores ortográficos, etc.) que, por supuesto, se
transmiten de una generación a otra en ellas. Por esta razón a los estudiosos les resulta
muy útil tener acceso a copias múltiples para hacer comparaciones cruzadas de
manuscritos. Además, cuanto más antigua sea la copia, mejor será.
Es sorprendente que hoy en día existan pocas copias de muchos textos antiguos,
aunque algunas están en proceso de ser descubiertas por medio de los mismos
procedimientos que ya describimos y que nos permitieron adquirir los fragmentos del
Nuevo Testamento. Aun así, muchas ediciones modernas de libros antiguos se basan
solo en un puñado de copias (o tal vez, en algunos casos, en unos pocos cientos de
copias) que fueron hechas siglos después de las composiciones originales. Por
ejemplo, el relato histórico de La guerra de las Galias, de Julio César: este
acontecimiento histórico tuvo lugar entre los años 58 y 50 a. de J.C., y el último de los
libros se compuso antes del 44 a. de J.C. Durante años los eruditos informaron de que
existían solo diez manuscritos, pero hoy día se han encontrado poco más de 250 y la
copia más antigua data del siglo IX d. de J.C. aunque la mayoría de ellas son del siglo
XV. Todo esto significa que la copia más antigua que tenemos fue hecha unos 950
años después de las guerras del César.
A partir de estos registros históricos antiguos los estudiosos han podido reconstruir
las conquistas y las estrategias militares de Julio César, lo cual hizo que esos libros
tuvieran una gran influencia sobre las naciones europeas siglos después de haber sido
escritos: por ejemplo, durante el siglo XVI el emperador Carlos V estudió los
documentos para mejorar sus estrategias de batalla.
Para el año 1468, no mucho tiempo después de la invención de la imprenta, La
guerra de Las Galias era considerada un clásico y fue publicada en Roma. En 1972
todos los manuscritos conocidos de esa obra, incluyendo el trasfondo textual de cada
manuscrito, fueron catalogados y publicados en Holanda por Brill Academic
Publishers. Lo destacable aquí es que se considera que La guerra de Las Galias ha
pasado la prueba bibliográfica y por tanto es un registro histórico fiable y preciso, a
partir de poco más de 250 manuscritos y a 950 años de distancia entre el texto original
y la copia más antigua.
Otras obras antiguas pasan la prueba bibliográfica incluso con menos evidencia de
manuscritos: por ejemplo, el texto moderno de la Historia de Roma de Livio se basa
en 90 manuscritos de comienzos del siglo V y en 60 copias mucho más tardías que
datan de entre 400 a 1.000 años después del escrito original.
La historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides, quien vivió entre el 460 y el
400 a. de J.C., se basa principalmente en numerosos fragmentos de papiro de
principios de la era cristiana y en ocho manuscritos completos, siendo el más antiguo
de alrededor del año 900 d. de J.C. Los manuscritos de Las historias de Heródoto,
escrito por el historiador griego del mismo nombre, presumen de contar con 49
fragmentos de papiro y algunos manuscritos en pergaminos del siglo I d. de J.C. El
conocido autor F. F. Bruce, que trabajó como profesor de crítica bíblica en la
Universidad de Manchester (Inglaterra), dijo en defensa de la veracidad de estas obras:
“Ningún erudito del período clásico le prestaría atención al argumento de que la
autenticidad de Heródoto o de Tucídides está en duda porque los manuscritos más
antiguos que tenemos de sus obras están separados de los originales por más de 1.300
años”.
Aunque trabajan con evidencia tan escasa para estos documentos antiguos, los
eruditos pueden confiar en que han logrado pasar esta primera prueba para determinar
la autenticidad y la lectura correcta de los documentos originales.

La prueba de la evidencia externa


La segunda prueba que ayuda a los expertos a evaluar la veracidad de un texto antiguo
es la evidencia externa, la cual determina si otros materiales históricos confirman o
desvirtúan el testimonio interno del documento. En otras palabras, ¿se pueden
encontrar otros textos aparte de la obra que se está analizando que corroboren su
exactitud, veracidad y autenticidad?
Por ejemplo, otro autor antiguo podría haber citado pasajes de La guerra de las
Galias o haber mencionado que ocurrió tal o cual guerra, una evidencia externa que
corroboraría nuestra creencia de que los acontecimientos en cuestión realmente
sucedieron y que daría credibilidad al documento que se está investigando.
Otra manera de corroborar la evidencia externa sería por medio de artefactos físicos
que de alguna manera apoyen al texto antiguo. Digamos que se encuentran
armamentos que datan de la época de Julio César y que concuerdan con las
descripciones que hay en los documentos de La guerra de las Galias, o tal vez se
descubren huesos humanos o armas de guerra en un campo de batalla mencionado en
la obra: todo esto corroboraría la veracidad del registro histórico. Recientemente ha
habido muchos descubrimientos arqueológicos que ratifican numerosos textos
antiguos. En pocas palabras, cuando se confirma evidencia externa del texto en
cuestión, se refuerza la veracidad del mismo.

La prueba de la evidencia interna


La tercera prueba, la evidencia interna, consiste en revisar si un libro es congruente
consigo mismo y si los autores son fiables a la hora de decir la verdad. ¿Está el libro
lleno de contradicciones? ¿Hay evidencia de que las inclinaciones personales de los
autores les hicieron perder objetividad y distorsionar los hechos? Generalmente hay
tres estándares para responder a estas preguntas y para probar la veracidad interna de
un documento histórico.

1. DAR EL BENEFICIO DE LA DUDA


Todos recordamos alguna ocasión en la que sentimos que alguien en una posición de
autoridad (un maestro, un jefe, un padre o una madre) nos trató de manera injusta. Esa
persona nos juzgó antes de tiempo y decidió que cualquier cosa que hiciéramos iba a
estar mal: fuimos considerados culpables hasta que se demuestre lo contrario.
Algunos críticos desarrollan esa misma actitud injusta hacia ciertos libros y muchas
veces hacia la Biblia. Por ejemplo, se acercan al libro con su prejuicio contra la
posibilidad de los milagros, o como el profesor de historia que mencioné al comienzo,
con su resistencia a la afirmación de autoridad de la Biblia. Tratan como errores los
detalles que no pueden explicar y encuentran discrepancias allí donde no las hay.
Pero un lector objetivo debe acercarse a cualquier libro (incluyendo la Biblia) con
cierta amplitud de miras ante las afirmaciones del autor. Si alguien no simpatiza o si
tiene dificultades con una doctrina, con un hecho histórico o con una afirmación de
verdad, eso no significa que deba descartar el texto y considerarlo erróneo.
Al evaluar a la Biblia o a cualquier otro libro tenemos la sencilla obligación de darle
un trato justo. Si el texto de un libro es “inocente hasta que se demuestre lo contrario”,
el peso de la prueba está en que el crítico demuestre que hay una dificultad interna en
el mismo que constituye un error real.

2. LIBERTAD DE CONTRADICCIONES CONOCIDAS


Digamos que en algún lugar en dos de los manuscritos de La guerra de las Galias de
Julio César el texto dice que él nunca se casó, aunque se sabe y está ampliamente
documentado en muchos otros registros históricos que la primera esposa de Julio
César fue Cornelia, hija de Lucio Cornelio Ciña. ¿Qué ocurriría además si otros
manuscritos de La guerra de las Galias mencionaran a una mujer llamada Aurelia
como primera esposa del César? Esas contradicciones serían problemáticas y si no se
lograra hallar una solución satisfactoria todo el registro histórico quedaría en tela de
duda.
Al evaluar cualquier manuscrito antiguo los eruditos objetivos aplican el principio
según el cual se debe demostrar que cualquier supuesta contradicción en la obra es no
solo difícil de reconciliar sino totalmente irreconciliable. El escritor y erudito Robert
M. Horn describe las condiciones que deben cumplirse a fin de demostrar que un texto
contiene errores genuinos. Según él se requiere mucho más que la “mera apariencia de
contradicción”: primero debemos asegurarnos de haber entendido correctamente un
pasaje (por ejemplo, el uso que haga de palabras y números); en segundo lugar
debemos aprender cuanto sea razonablemente posible sobre el tema tratado en el texto;
y en tercer lugar debemos asegurarnos de que los nuevos descubrimientos en
investigación textual y arqueología (entre otras disciplinas) no pueden arrojar más luz
sobre el pasaje. Horn concluye así:
Las dificultades no constituyen objeciones y los problemas no resueltos no
tienen por qué ser necesariamente errores. Esto no es para minimizar el área de
dificultad sino para verla en perspectiva. Las dificultades se deben confrontar y
los problemas deben llevarnos a buscar una luz más clara, pero hasta que no
llegue el momento en que tengamos una luz total y definitiva sobre un asunto no
estamos en condiciones de afirmar “Aquí hay un error comprobado o una
objeción incuestionable”.

3. USO DE FUENTES PRIMARIAS


Cuando se descubre un plagio en alguno de los discursos o escritos de un candidato a
puesto público o de alguien recién elegido para trabajar en la administración pública,
tiene que dejar su candidatura o renunciar. En ocasiones se ha detectado plagio entre
reporteros de diarios que se inventan fuentes ficticias y fabrican información para
engrandecer sus reportajes. Sin embargo, estos métodos inapropiados de reportar una
historia no son nada nuevo.
Una revisión de escritos antiguos nos muestra que muchos escritores no respetaban
estrictamente los hechos y datos de los acontecimientos que relataban. Algunos
autores muy prestigiosos del mundo antiguo refirieron acontecimientos que ocurrieron
muchos años antes de que ellos nacieran y en países que nunca habían visitado.
Aunque esos escritos en general están basados en hechos reales, los historiadores
admiten que tiene más credibilidad el escritor que estuvo cerca de los acontecimientos
que relató, tanto geográfica como cronológicamente.

¿Cuál es el resultado de la Biblia en estas pruebas?


A mi amigo el profesor de historia le pareció ridícula mi afirmación sobre la veracidad
del Nuevo Testamento. Hay muchos críticos que sostienen que tanto el Antiguo como
el Nuevo Testamento son inexactos y no son veraces: por ejemplo, algunos dicen que
Moisés no pudo haber escrito los primeros cinco libros de la Biblia porque no existía
la escritura en su tiempo de vida; otros aseguran que el Nuevo Testamento no fue
escrito sino hasta la parte final del siglo II después de Cristo y que lo escrito entonces
eran simples leyendas y mitos, por eso concluyen que no hay absolutamente nada de
credibilidad en él. Hace poco más de diez años un popular acontecimiento alimentó
esta incredulidad: fue la publicación de una exitosa novela de Dan Brown y su
posterior versión cinematográfica. En su novela de suspenso El código Da Vinci
Brown afirma que “para la elaboración del Nuevo Testamento se tuvieron en cuenta
más de ochenta evangelios, pero solo unos acabaron incluyéndose”, y debido a esta
declaración mucha gente comenzó a cuestionar la veracidad de los Evangelios.
Hay muchos críticos de este tipo, con afirmaciones extravagantes que intentan
desacreditar la Biblia. ¿Están ellos en lo cierto? ¿Dicen la verdad? ¿O será más bien
que al someterla a estas pruebas de veracidad descubrimos que la Biblia es en realidad
un documento histórico fiable? No me creas así sin más; vayamos juntos a los
próximos tres capítulos y apliquemos las tres pruebas de veracidad histórica a la
Biblia.
Si el Antiguo Testamento es palabra inspirada por Dios, tal y como creemos, y si Él ha
supervisado sobrenaturalmente su transmisión a través de los tiempos, tal y como
creemos, entonces el Antiguo Testamento no debe enfrentar ninguna dificultad al
someterse a las tres pruebas de veracidad: la prueba bibliográfica, la prueba de la
evidencia interna y la prueba de la evidencia externa. ¿Qué resultados se obtienen de
esas pruebas con respecto al texto hebreo?

Prueba bibliográfica
Ya hemos mencionado algunos manuscritos antiguos, como La guerra de las Galias
de Julio César, la Historia de Roma de Tito Livio, la Historia de la Guerra del
Peloponeso de Tucídides y las Historias de Heródoto. Todas estas obras fueron
escritas entre el 480 a. de J.C. y el 17 d. de J.C. Estos documentos presumen de contar
en algunos casos con solo un manojo de manuscritos existentes el día de hoy y en
otros con poco más de 250, pero la evidencia de apoyo a estos manuscritos no se
compara con la de una de las obras más reconocidas y de mayor fiabilidad histórica, la
Ilíada de Homero (800 a. de J.C.): existen más de 1.800 manuscritos de la Ilíada y las
copias más antiguas son del 400 a. de J.C. Sin embargo, la Ilíada ni siquiera se acerca
al número de fragmentos de manuscrito y de rollos que se han encontrado del Antiguo
Testamento. A continuación presentamos un resumen breve de los descubrimientos
más importantes de textos hebreos.
A finales del siglo XIX se encontraron casi 250.000 fragmentos de manuscritos
judíos del Antiguo Testamento en la geniza (bodega para guardar manuscritos viejos)
de la Sinagoga Ben Ezra en El Cairo Viejo. Esos documentos fueron escritos entre los
años 870 y 1880 d. de J.C. Hace algunos años se publicaron más de 24.000 escritos de
material bíblico provenientes de esta colección de la Geniza de El Cairo.
Un manuscrito hebreo encuadernado de la Edad Media conocido como Códice
Aleppo fue copiado alrededor del 925 d. de J.C. (recordemos que códice es el término
utilizado para referirse a un libro compuesto de hojas de cuero, de pergamino o de
vitela, en vez de estar dispuesto en forma de rollo). Muchos expertos consideran que el
Códice Aleppo es la copia más importante del texto masoreta. Aunque se copió
originalmente como un texto hebreo completo (el Antiguo Testamento), hoy en día
solo sobreviven 294 de las 487 páginas originales.
El Códice Leningrado (1008 d. de J.C.), una copia completa de todo el texto hebreo,
se encuentra en la Biblioteca Nacional de Rusia y prácticamente todas las traducciones
modernas del Antiguo Testamento al idioma inglés se basan en él.
Para la década de 1940 ya se habían descubierto miles de fragmentos de
manuscritos del Antiguo Testamento, así como también docenas de rollos, pero eso
era solo el comienzo.
En la primavera de 1947 un joven pastor beduino hizo el descubrimiento de
manuscritos más grande de todos los tiempos. El escritor Ralph Earle resume el relato
del descubrimiento en su libro Cómo nos llegó la Biblia. El pastorcillo “lanzó una
piedra a un agujero en un acantilado al oeste del mar Muerto, a unos 13 kilómetros al
sur de Jericó, cerca del sitio arqueológico de Qumrán. Para su sorpresa, oyó ruidos de
cerámica rota. Al ir a investigar descubrió algo asombroso: en el suelo de la cueva
había varios jarrones grandes que contenían rollos de cuero, envueltos en lienzos de
lino”.
Cuando los arqueólogos completaron su investigación de las cuevas de Qumrán
(que eran once en total) se habían encontrado casi 1.050 rollos de entre 25.000 y
50.000 piezas (el número varía según la forma en que se cuenten los fragmentos). De
estos manuscritos, alrededor de 300 son textos bíblicos, y muchos más tienen
“relevancia directa para el judaísmo temprano y los orígenes del cristianismo”. Todos
los libros del Antiguo Testamento están presentes, exceptuando el libro de Ester, y las
copias más antiguas provienen del año 250 a. de J.C.
Con el descubrimiento de los Rollos del Mar Muerto (como se conocen
comúnmente los manuscritos de Qumrán) ahora tenemos textos del Antiguo
Testamento que son 1.175 años más antiguos que el muy fiable Códice Aleppo;
también podemos compararlos con el Códice Leningrado, que es 1.258 años posterior.
Ahora viene la parte emocionante; cuando se tradujeron los Rollos del Mar Muerto
y se compararon con versiones modernas de la Biblia hebrea, el texto resultó ser
idéntico, palabra por palabra, en más del 95 % de los casos. El 5 % de desviación
consiste principalmente en variaciones ortográficas: por ejemplo, de las 166 palabras
de Isaías 53, solamente hay 17 letras diferentes, de las cuales diez se refieren a
cuestiones ortográficas y cuatro a diferencias de estilo (las otras tres letras componen
la palabra luz, que fue añadida en el versículo 11).
En otras palabras, el descubrimiento de manuscritos más grande de toda la historia
reveló que después de más de 1.000 años de copiar el Antiguo Testamento solo se
produjeron variaciones muy pequeñas sin importancia, pues ninguna de ellas altera el
significado claro y nítido del texto ni pone en duda la integridad fundamental del
manuscrito.
El doctor Peter Flint, que pronunció unas palabras durante el evento “Descubre la
Evidencia” en el que presentamos los fragmentos de manuscritos bíblicos que yo había
adquirido, es el director del Instituto de los Rollos del Mar Muerto en la Trinity
Western University de la Columbia Británica y el autor de un libro titulado Los Rollos
del Mar Muerto (que he utilizado como fuente de información). El doctor Flint tiene
conocimiento directo de los Rollos del Mar Muerto porque editó o coeditó casi treinta
de ellos para su publicación. Esto es parte de lo que dijo en nuestro evento acerca de la
manera en que los rollos encontrados confirman el texto hebreo posterior:

Los Rollos del Mar Muerto con contenido bíblico son 1.250 años más antiguos
que el texto masorético, la Biblia hebrea tradicional. Hemos estado usando un
manuscrito de mil años de antigüedad para elaborar nuestras Biblias
modernas, pero ahora tenemos rollos que datan del 250 a. de J. C.
Y ahora la pregunta del millón: ¿qué resultado obtenemos cuando
comparamos los rollos bíblicos con nuestra Biblia hebrea? Tal vez hayas tenido
esa experiencia cuando alguien toca a la puerta de tu casa y te dice: “Tu Biblia
está llena de errores. La iglesia ha interferido y ha cambiado tu Biblia”. Ahora
podemos tomar nuestra Biblia actual y compararla con los Rollos del Mar
Muerto para ver si ha cambiado. ¿A qué conclusión llegamos cuando hacemos
esta comparación? Nuestra conclusión sencillamente es esta: los rollos
confirman la exactitud del texto bíblico en un 99 %.
Veamos un ejemplo en un pasaje muy famoso, el Salmo 22: “¡Dios mío, Dios
mío! ¿Por qué me has desamparado?”. Este es el salmo que Jesús exclamó en
la cruz y que en los Evangelios el autor relaciona con la crucifixión. En nuestra
versión de la Biblia el Salmo 22:16 dice así: “Los perros me han rodeado; me
ha cercado una pandilla de malhechores, y horadaron mis manos y mis pies”.
Ahora bien, tú conoces este versículo y dirías: “Esta es la profecía de la
crucifixión de Cristo". ¿Sabías que, de hecho, si hablaras con un rabino o
incluso con un erudito bíblico, te dirían: “No tan rápido"? Porque si lo lees en
la Biblia hebrea que fue traducida usando el Códice Leningrado, te
sorprenderías al saber que no dice eso, sino “Los perros me rodean, una jauría
de malvados me ha cercado como un león en mis manos y pies”.
Alguien pudiera decir: “¿Lo ves? La iglesia ha modificado el texto. Querían
poner ahí a Jesús así que ignoraron las palabras hebreas y añadieron la
expresión 'horadaron mis manos y mis pies'” Este es un gran desafío, pero
queridos amigos, les traigo buenas noticias.
Ese pasaje se preservó en uno de los Rollos del Mar Muerto, y sé de lo que
estoy hablando porque soy el editor de ese rollo que contiene este pasaje. Es la
copia más antigua del Salmo 22 en todo el mundo, y dice así:
“Me han rodeado perros, una banda de malvados me ha cercado; han
horadado mis manos y mis pies”. ¿No les parece asombroso?

Sí que lo es. Y dado que el manuscrito más antiguo es el que tiene más autoridad, la
expresión utilizada en nuestras Biblias actuales es la correcta. También tiene mucho
sentido pensar que si el autógrafo original son palabras inspiradas por Dios, entonces
él supervisó milagrosamente la transmisión de las Escrituras para que llegara l
exactamente y con precisión hasta nosotros.
Cuando finalmente sacamos la cuenta de cuántos manuscritos existen del Antiguo
Testamento, ¿cuántos exactamente existen en la actualidad? Las listas tradicionales
normalmente no tienen en cuenta la abundante evidencia de rollos existentes. Hay
nuevos hallazgos constantemente, de manera que no es fácil determinar el número
exacto de copias manuscritas del Antiguo Testamento.
Después de escuchar a expertos como el doctor Scott Carroll, el doctor Peter Flint,
el padre Columba Stewart (director ejecutivo del Museo Bill y de la Biblioteca de
Manuscritos en la Universidad de Saint John en Collegeville, Minnesota), y otros más,
he calculado que en la actualidad hay en existencia al menos 17.000 rollos y códices
hebreos anteriores al siglo XVIII. La autoridad del manuscrito de la Ilíada dé Homero,
con más de 1.800 copias, es impresionante, pero en comparación, la autoridad del
manuscrito del Antiguo Testamento, con aproximadamente 17.000 manuscritos, lo es
mucho más.
El cálculo del tiempo transcurrido entre los escritos originales del Antiguo
Testamento y la copia más antigua en existencia depende de cuál de los 39 libros
estemos hablando. Por ejemplo, no tenemos certeza de las fechas exactas de los
escritos de Moisés. Si escribió el Pentateuco en los últimos años de su vida, el
intervalo de tiempo entre la redacción de los primeros cinco libros del Antiguo
Testamento y la copia más antigua en los Rollos del Mar Muerto sería de 1.100 años.
Los otros 34 libros del Antiguo Testamento fueron escritos después, algunos en fecha
tan tardía como el 460 a. de J.C., de modo que el intervalo de tiempo entre los
originales y los manuscritos existentes de los Rollos del Mar Muerto es mucho menor.
Cuando analizamos cómo esos escribas copiaron tan meticulosamente el texto
hebreo, y luego consideramos el número de manuscritos en existencia y el intervalo de
tiempo entre el texto original y las copias más antiguas, el Antiguo Testamento pasa
de sobras la prueba bibliográfica, ¡sin duda alguna! Según este estándar, el Antiguo
Testamento que tenemos hoy en día realmente es históricamente fiable.

Prueba de la evidencia externa


Para determinar la veracidad de algún texto antiguo, los historiadores se preguntan qué
otras fuentes, aparte de la literatura que estén examinando, sustenta su exactitud y
veracidad. Sin dudar, podemos afirmar que la Biblia es el libro más citado y utilizado
en otras obras literarias de toda la historia.
Además de referencias extrabíblicas en la literatura, la Biblia (en particular el
Antiguo Testamento) es un libro que ha sido respaldado de manera regular y
consistente por la arqueología. Hasta la última parte del siglo XVIII, la búsqueda de
reliquias bíblicas en el Medio Oriente era trabajo de cazadores de tesoros aficionados
cuyos métodos incluían el robo y saqueo a tumbas. No obstante, todo cambió con el
descubrimiento de la Piedra Rosetta en Egipto por parte del ejército de Napoleón en
1799: la arqueología bíblica se convirtió entonces en la especialidad de arqueólogos
respetados. La excavación de ruinas antiguas por todo el Medio Oriente ha arrojado
nueva luz sobre los pueblos y acontecimientos mencionados en las Escrituras.
La arqueología ha fundamentado la historicidad de los pueblos y acontecimientos
que se describen en la Biblia, con más de 25.000 hallazgos que directa o
indirectamente tienen relación con las Escrituras. Se ha confirmado además la
existencia histórica de alrededor de 30 individuos que aparecen en el Nuevo
Testamento y casi 60 del Antiguo Testamento por medio de la investigación
arqueológica e histórica. En la Tierra Santa se ha excavado solo una pequeña fracción
de los posibles sitios bíblicos, y se podría publicar mucho más sobre las excavaciones
existentes. Aun así, la evidencia externa de datos arqueológicos que hoy poseemos
indica claramente que el Antiguo Testamento es históricamente fiable y no es
producto de mitos, supersticiones o adornos literarios.
En las Biblias de estudio se puede hallar abundante información sobre
descubrimientos arqueológicos relacionados tanto con el Antiguo como con el Nuevo
Testamento; por ejemplo, las “Notas sobre huesos y polvo” de la Apologetics Study
Bible for Students (Biblia de estudio de apologética para estudiantes) publicada por la
editorial Holman. En mi libro Nueva evidencia que demanda un veredicto dedico una
sección importante a la arqueología del Antiguo Testamento, además de un capítulo
entero al tema de la arqueología y la crítica bíblica.
Veremos algunos ejemplos de la manera en que la arqueología provee evidencias
externas de que el registro histórico del Antiguo Testamento es veraz.

La existencia de Babilonia y el rey Nabucodonosor


El libro de Daniel habla de la gran ciudad de Babilonia y de un rey llamado
Nabucodonosor, quien aparentemente vivió y reinó sobre Babilonia de 605 a 565 a. de
J.C. Aunque durante muchos años los críticos afirmaban que esa ciudad y ese rey
nunca existieron, hoy en día su existencia ha sido confirmada irrefutablemente por la
arqueología, pues se ha descubierto evidencia cerca de Hila, en la provincia iraquí de
Babil, a unos 100 km al sur de Bagdad.
Se han encontrado muchos fragmentos de ladrillos vidriados con restos de
caracteres cuneiformes que pertenecían a una inscripción de Nabucodonosor II en la
Puerta de Ishtar de Babilonia, y los arqueólogos afirman que no hay duda de que el
texto se refiere a la construcción de dicha puerta. El texto fue recuperado mediante la
comparación con otra inscripción completa encontrada en un bloque de roca que
contiene tres resúmenes de la inscripción principal del rey: “Yo, Nabucodonosor, puse
los cimientos de las puertas... Yo las adorné magníficamente con lujoso esplendor para
que toda la humanidad las contemple con admiración”.

La torre de Babel
El libro de Génesis registra un episodio en el cual todos hablaban el mismo idioma y
se pusieron a construir una torre que llegara hasta el cielo: la famosa historia de la
torre de Babel, tan contada en la Escuela Dominical. Se ha criticado mucho esta
historia y se ha afirmado que este acontecimiento nunca ocurrió.
Sin embargo, la literatura sumeria habla de un tiempo en la historia en el que había
un solo idioma. Los arqueólogos también han descubierto evidencia de que Ur-
Nammu, rey de Ur entre los años 2044 a 2007 a. de J.C., construyó un gran zigurat
(templo en forma de torre) como acto de adoración al dios luna Nanna. Las actividades
de Ur-Nammu están descritas en una estela (monumento) de un metro y medio de
ancho y tres metros de alto, en uno de cuyos paneles se muestra al rey preparándose
con una canasta de argamasa para comenzar la construcción de la gran torre,
mostrando así su lealtad a los dioses al tomar su lugar como un humilde trabajador.
Otra tabla de arcilla proclama que la construcción de la torre ofendió a los dioses y
por eso tumbaron lo que los hombres habían construido, los dispersaron por todas
partes e hicieron extraña su lengua. Estas descripciones son notablemente similares a
los relatos del Génesis sobre la torre de Babel.

Sodoma y Gomorra
La destrucción de Sodoma y Gomorra siempre fue considerada una leyenda religiosa,
hasta que la evidencia reveló que las cinco ciudades mencionadas como aliadas de
Sodoma en Génesis 14 eran de hecho centros de comercio en el área y estaban situadas
geográficamente tal como las Escrituras lo describen. La descripción bíblica de su
destrucción aparentemente también es exacta: la evidencia geológica en esa región
apunta a una gran actividad sísmica en la antigüedad que desorganizó las capas de la
tierra y las lanzó hacia arriba, además de indicar que las capas actuales de roca
sedimentaria se fundieron debido a temperaturas intensas. Todo esto sugiere una gran
conflagración, posiblemente debida al incendio y erupción de una cuenca petrolífera
bajo el mar Muerto (en ese sitio abunda el asfalto natural, de modo que una
descripción exacta de este acontecimiento sería que una gran cantidad de azufre o
alquitrán bituminoso voló por los aires debido a la fuerza de la erupción y cayó sobre
esas ciudades).

La inscripción de Balaam
Durante muchas décadas los eruditos críticos veían con escepticismo la historia de
Balaam y la burra parlante (Números 22:22-40), incluso se dudaba de que él hubiera
existido. Esto comenzó a cambiar en 1967 cuando los arqueólogos recuperaron los
restos de un recubrimiento de estuco con texto arameo entre los escombros de un
edificio antiguo en Deir Alá (Jordania). El texto contiene cincuenta líneas escritas en
tinta roja y negra, ya muy despintada y la inscripción dice “Advertencias del libro de
Balaam hijo de Beor. Él era un profeta (vidente) de los dioses”, que se corresponde
exactamente con lo que leemos en Números 22:5 y Josué 24:9. Aunque la edificación
en la que se encontró el texto data solo del siglo VIII a. de J.C. (durante el reinado del
rey Uzías de Judá; ver Isaías 6:1), la condición del estuco y de la tinta del texto indica
que es muy probable que sea mucho más antigua, de tiempos del Balaam bíblico.
Además de Balaam, se ha logrado la identificación histórica o arqueológica de casi
sesenta personajes del Antiguo Testamento, entre ellos los siguientes reyes: David (1
Samuel 16:13), Jehú (2 Reyes 9:2), Omri (1 Reyes 16:22), Uzías (Isaías 6:1), Jotam (2
Reyes 15:7), Ezequías (Isaías 37:1), Joaquín (2 Crónicas 36:8), Salmaneser V (2
Reyes 17:3), Tiglat-pileser III (1 Crónicas 5:6), Sargon II (Isaías 20:1), Senaquerib
(Isaías 36:1), Nabucodonosor (Daniel 2:1), Belsasar (Daniel 5:1), Ciro (Isaías 45:1),
etc.

Tablillas de Ebla
Durante muchos años los críticos se han burlado de la idea de que pudieran haber
existido ciudades antiguas con comercio, estructura social avanzada y formas de
escritura cuando Israel comenzó a existir como pueblo, según dicen las Escrituras
hebreas. La opinión más común era que esa civilización avanzada no pudo haber
surgido sino hasta el 800 a. de J.C.
Sin embargo, en 1976 el arqueólogo italiano Paolo Matthiae descubrió las Tablillas
de Ebla en la localidad de Tel Mardik en Aleppo (Siria). Se trata de un archivo real de
más de 16.000 tablillas de arcilla que datan del 2400 a. de J.C. Lo que este material
provee es una mirada al estilo de vida, el vocabulario, las prácticas de comercio, la
geografía y la religión de los pueblos que vivieron cerca de Canaán (después ocupado
por Israel) en la época inmediatamente anterior a Abraham, Isaac y Jacob. Las
traducciones de varias tablillas realizadas por Giovanni Pettinato y publicadas en su
libro Archives of Ebla: An Empire Inscribed in Clay (Los archivos de Ebla: Un
imperio inscrito en arcilla), sustentan la existencia de algunas ciudades mencionadas
en la Biblia, como Sodoma (Génesis 19:1), Zeboím (Génesis 14:2, 8), Adma (Génesis
10:19), Hazor (1 Reyes 9:15), Meguido (1 Crónicas 7:29), Canaán (Génesis 48:3) y
Jerusalén (Jeremías 1:15).
Además, estas tablillas también contienen nombres personales ligados a personajes
bíblicos como Nacor (Génesis 11:22-25). Israel (Génesis 32:28), Heber (Génesis
10:21-25). Micael (Números 13:13), e Ismael (Génesis 16:11). En lo que se refiere a
vocabulario contienen ciertas palabras que son similares a las utilizadas en la Biblia
(por ejemplo tehom, que en Génesis 1:2 se traduce como “el océano”). Las tablillas
también aportan información relacionada con el estilo literario y la religión de los
hebreos, así que nos ayudan a entender mejor las civilizaciones en la región que luego
se conoció como Israel.
En este capítulo hemos sometido las Escrituras del Antiguo Testamento a dos de las
pruebas que se aplican de manera protocolaria para determinar la veracidad de textos
antiguos: la prueba bibliográfica y la prueba de la evidencia externa. Como podemos
constatar, la veracidad del Antiguo Testamento se ha confirmado una y otra vez a lo
largo de la historia. La prueba que falta es la de la evidencia interna, pero antes de
entrar ahí quisiera aplicar al Nuevo Testamento las pruebas bibliográfica y de
evidencia externa, algo que haremos en el siguiente capítulo. Luego, en el capítulo 13,
aplicaremos la prueba de la evidencia interna tanto al Antiguo como al Nuevo
Testamento. Esta estrategia nos permitirá dedicar suficiente atención a las supuestas
contradicciones internas en la Biblia que con tanta frecuencia mencionan los críticos.
Para cuando se publique este libro los datos que he mencionado sobre el número de
manuscritos que existen del Antiguo Testamento y los números que voy a dar en este
capítulo sobre manuscritos del Nuevo Testamento ya se habrán quedado obsoletos,
debido a que la arqueología bíblica está en una búsqueda continua y los científicos
siguen haciendo nuevos descubrimientos.
El doctor Scott Carroll hizo la siguiente declaración en nuestro evento “Descubre la
Evidencia” en diciembre de 2013: “Al trabajar con otros eruditos de todas partes del
mundo, nos damos cuenta de que se están realizando grandes descubrimientos de
materiales bíblicos continuamente. ¡Ocurren prácticamente cada semana!”.
Algunos de estos nuevos descubrimientos, como los fragmentos que compré en
2013, son los manuscritos más antiguos que se conocen hasta hoy. Cada vez que
descubrimos más fragmentos como esos, se añaden al número masivo de manuscritos
de ambos Testamentos y nos dan nuevas oportunidades de comparación con las otras
copias. Esto también se aplica a otras obras antiguas, como los escritos de Platón,
Homero, Julio César, etc.
Solo en los últimos diez años se han descubierto más de 1.100 fragmentos de
manuscritos de la Ilíada de Homero, más de 240 porciones de manuscritos de La
guerra de las Galias de Julio César, más de 200 de los Diálogos de Platón, además de
muchos otros ejemplos de literatura antigua. Cada nuevo descubrimiento eleva la
veracidad del texto de cada documento, según la prueba bibliográfica.

Prueba bibliográfica
La autoridad del manuscrito de los 27 libros del Nuevo Testamento es ejemplar, tanto
en términos de los números por sí mismos como también en cuanto al intervalo de
tiempo entre los autógrafos originales y las copias más antiguas que tenemos. Hoy en
día hay más de 24.000 manuscritos del Nuevo Testamento en bibliotecas,
universidades y colecciones privadas por todo el mundo. E1 fragmento más antiguo es
una página del Evangelio de Juan que se encuentra en la Biblioteca John Rylands, en
Manchester (Inglaterra). Se ha fechado dentro de cincuenta años después que el
apóstol Juan escribió el original.
A continuación aparece una tabla comparativa de nueve escritos clásicos en la que
se mencionan sus autores, su fecha de creación original así como la de los manuscritos
más antiguos que se conocen, el lapso de tiempo en años y el número de copias en
existencia hoy en día; también se enumeran los manuscritos existentes hace solo diez
años. Con la prueba bibliográfica podemos comparar los datos de estas obras clásicas
y del Nuevo Testamento y, como verás, las diferencias son bastante notables.
COMPARACIÓN DE OBRAS ANTIGUAS CON EL NUEVO TESTAMENTO

Heródoto

Guerra de las Galias

1 frag. del

Tucídides

Demóstenes Algunos frags.

El Nuevo Testamento aprueba con calificaciones impresionantes la prueba


bibliográfica para evaluar la veracidad textual de escritos antiguos (actualmente
existen más de trece veces más manuscritos del Nuevo Testamento que de la Iliada de
Homero), y al comparar el lapso de tiempo entre los escritos originales y las copias
más antiguas vuelve a pasar la prueba por un margen amplísimo. Entre los
documentos del mundo antiguo, el Nuevo Testamento simplemente no tiene igual en
cuanto a autoridad bibliográfica.

Prueba de la evidencia externa


Desde la época de su composición original, el Nuevo Testamento ha sido con
diferencia el libro más citado en toda la historia: los líderes, escritores y teólogos de la
iglesia primitiva hicieron referencias a pasajes extensos de los Evangelios y de las
epístolas, y aunque algunas de estas no citan exactamente cada palabra, cumplen un
papel indispensable como evidencia externa del contenido de la Escritura. Como
explican los teólogos Norman Geisler y William Nix:
Los escritos de los autores más respetados en la iglesia primitiva (los lideres a
quienes los eruditos denominan padres apostólicos) otorgan un apoyo
abrumador a la existencia de los veintisiete libros autoritativos del Nuevo
Testamento. Algunos padres apostólicos escribieron citas extensas y muy
exactas del texto del Nuevo Testamento... Los escritores cristianos de esa época
proveen citas tan numerosas y extensas que si no hubiera sobrevivido ningún
manuscrito “se podría reproducir el Nuevo Testamento solo a partir de los
escritos de los Padres”

Geisler y Nix nos dicen que “antes del tiempo del Concilio de Nicea (325 d. de J.C.)
había alrededor de 32.000 citas del Nuevo Testamento, que no son exhaustivas en
modo alguno y ni siquiera incluyen los escritores del siglo IV. Si se suma el número
de referencias de un solo autor, Eusebio (que escribió antes del Concilio de Nicea y
fue contemporáneo del mismo), llegamos a un total de 36.000 citas del Nuevo
Testamento”. Revisemos estas cantidades en la siguiente tabla.

REFERENCIAS AL NUEVO TESTAMENTO


EN AUTORES ANTIGUOS

Autor Evangelios Hechos Epístolas paulinas Epístolas generales Apocalipsis Total

Justino Mártir 268 10 43 6 3 330


Ireneo 1.038 194 499 23 65 1.819

Clemente de Alejandría 1.017 44 1.127 207 11 2.406

Orígenes 9.231 349 7.778 399 165 17.922


Tertuliano 3.822 502 2.609 120 205 7.258
Hipólito 734 42 387 27 188 1.378
Eusebio 3.258 211 1.592 88 27 5.176

Totales 19.368 1.352 14.035 870 664 36.289

Además de verificar el texto del Nuevo Testamento, los autores cristianos primitivos
también nos permiten ver el notable cuidado con el cual fueron escritos los relatos
bíblicos de Cristo.
 Eusebio registra comentarios cuya huella podría llegar hasta el apóstol Juan por
vía de los escritos de Papías, obispo de Hierápolis (130 d. de J.C.), quien
escribió la afirmación de Juan de que Marcos “escribió con exactitud todo lo
que [Pedro] recordaba, pero no en orden de lo que el Señor dijo e hizo” y que
“Marcos no se equivocó en absoluto cuando escribía ciertas cosas como [Pedro]
las tenía en su memoria. Porque todo su empeño lo puso en no olvidar nada de
lo que escuchó y en no escribir nada falso”.
 Ireneo, obispo de Lyon, fue martirizado en el año 1 56 d. de J.C., después de
ochenta y seis años como cristiano. Estaba en una posición excelente para
verificar los relatos de Jesús porque había sido discípulo de Juan:

Mateo, estando entre los hebreos, dio a luz en su lengua un escrito del
Evangelio, mientras Pedro y Pablo evangelizaban en Roma y fundaban allí la
Iglesia. Y después de la muerte de éstos, Marcos, discípulo e intérprete de
Pedro, nos dejó también por escrito lo que Pedro había predicado. Asimismo
Lucas, compañero de Pablo, consignó en un escrito lo que aquél había
predicado; y luego, Juan, discípulo del Señor, el que había descansado sobre su
pecho, publicó también su Evangelio, durante su estancia en Éfeso de Asia.

Estas referencias antiguas no solo nos dan evidencia de la existencia de los escritos
originales del Nuevo Testamento, sino que su consistencia corrobora el contenido de
esos documentos.
Además de los escritores cristianos de los siglos 1 y II que verificaron los escritos
del Nuevo Testamento, muchos otros autores no cristianos también lo hicieron,
confirmando personas, lugares y acontecimientos registrados en el Nuevo Testamento.
He aquí algunos ejemplos:

 Tácito, autor romano del siglo I, considerado uno de los historiadores más
precisos del mundo antiguo, hace referencia a Poncio Pilato y a “esa execrable
superstición”, que supuestamente es su manera de referirse a la resurrección de
Cristo.
 Suetonio, secretario principal del emperador Adriano (quien reinó del 117 al
138 d. de J.C.), confirma la información de Hechos 18:2 de que Claudio expulsó
a todos los judíos de Roma en el año 49 d. de J.C.
 Josefo (37-100 d. de J.C.), era un fariseo de linaje sacerdotal e historiador judío,
cuyos escritos contienen muchas declaraciones que verifican la naturaleza
histórica tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Josefo se refiere a
Jesús como el hermano de Jacobo (Santiago) que fue martirizado, y además
escribió que Ananías, el sumo sacerdote, “convocando a los jueces del Sanedrín,
trajo ante ellos a un hombre llamado Jacobo, hermano de Jesús que es llamado
Cristo, y a otros. Los acusó de haber transgredido la ley, y los condenó a ser
apedreados”.
Este pasaje, escrito en el año 93 d. de J.C., provee una corroboración
proveniente del mismo siglo I sobre lo que afirma el Nuevo Testamento: que
Jesús fue una persona real, que era identificado por otros como el Cristo, y que
tenía un hermano llamado Santiago, quien murió como mártir a manos del sumo
sacerdote y del Sanedrín.
 Plinio el Joven fue un autor y administrador romano que tenía acceso
privilegiado a información oficial no disponible para el público. En una carta
enviada al emperador Trajano en el año 112 d. de J.C., Plinio describió las
prácticas de adoración de los cristianos primitivos:

...la costumbre de reunirse determinado día antes de salir el sol, y cantar entre
ellos sucesivamente un himno a Cristo, como si fuese un dios, y en obligarse
bajo juramento, no a perpetuar cualquier delito, sino a no cometer robo o
adulterio, a no faltar a lo prometido, a no negarse a dar lo recibido en depósito.
Concluidos esos ritos, tenían la costumbre de separarse y reunirse de nuevo
para tomar el alimento, por lo demás ordinario e inocente.

Esta cica provee evidencia sólida de que Jesucristo era adorado como Dios
desde una fecha muy temprana. Los cristianos del siglo II daban continuidad a
la costumbre de partir juncos el pan que aparece en Hechos 2:42, 46.

Estas fuentes externas y muchas otras más dan más pruebas de la veracidad del
registro bíblico que la de cualquier otro libro en la historia antigua. Además de la
verificación por parte de estos escritores no cristianos del Nuevo Testamento, existe
también la evidencia arqueológica.
Los arqueólogos destacaron la veracidad del Nuevo Testamento de manera muy
significativa cuando confirmaron la exactitud absoluta de los relatos de Lucas en su
Evangelio y en el libro de Hechos. Durante un tiempo los críticos habían llegado a la
conclusión de que la información de Lucas acerca del nacimiento de Jesús (Lucas 2:1-
3) era terriblemente confusa, que no hubo censo, que Cirenio no fue gobernador de
Siria en ese tiempo, y que no se exigió a la población retornar al lugar de origen de su
familia para participar en el empadronamiento.
Pero los descubrimientos arqueológicos posteriores confirmaron la versión de la
historia de Lucas. Primero mostraron que los romanos sí tenían un padrón tributario
regular y que realizaban censos cada catorce años; de hecho este procedimiento
comenzó a llevarse a cabo durante el gobierno de Augusto, y el primer censo tuvo
lugar entre el 23 y el 22 a. de J.C. o bien el 9 y el 8 a. de J.C., siendo esta última fecha
la que Lucas menciona. Segundo, se encontró una inscripción en Antioquía que
confirma que Cirenio fue gobernador de Siria alrededor del año 7 a. de J.C. En tercer
lugar, un papiro hallado en Egipto que provee instrucciones para la realización de un
censo romano dice así: “Dado que el censo se aproxima, todos los que por cualquier
motivo residan lejos de sus hogares deben prepararse para regresar de inmediato a sus
propias jurisdicciones a fin de poder completar la inscripción de su familia en el
padrón y de que las tierras de cultivo sean registradas bajo sus propietarios”.
Toda duda acerca de la precisión de Lucas en cuanto a geografía, lenguaje y cultura
ha quedado resuelta gracias a la investigación. Los arqueólogos creían que estaba
totalmente equivocado al ubicar las ciudades de Listra y Derbe en Licaonia y la de
Iconio en otra región (Hechos 14:6, 19), pues los escritos de Cicerón contradecían esta
posición al indicar que Iconio estaba en Licaonia; por tanto los arqueólogos confiaron
más en Cicerón que en Lucas y concluyeron que Hechos no era veraz. Sin embargo, en
1910 el arqueólogo británico Sir William Ramsay encontró un monumento que
mostraba que Iconio era una ciudad frigia, un descubrimiento que más tarde fue
confirmado por otros hallazgos. Muchos otros descubrimientos arqueológicos han
identificado la mayoría de las antiguas ciudades que se mencionan en Hechos y como
resultado de ello los viajes de Pablo ahora se pueden trazar con mucha precisión.
También los lingüistas dudaban del uso que Lucas hace de ciertas palabras. Un caso
clásico es su referencia a las autoridades civiles de Tesalónica como politarcas
(Hechos 17:6), pues al no encontrarse esta palabra en la literatura clásica simplemente
se supuso que Lucas estaba equivocado. Sin embargo, se han encontrado diecinueve
inscripciones que contienen el título usado por Lucas.
Los historiadores habían cuestionado también su historia sobre el alboroto en Éfeso,
donde describe el acontecimiento como una asamblea cívica (ecclesia) en un anfiteatro
(Hechos 1 9:23-29). No obstante, una vez más se demostró que Lucas está en lo cierto
cuando se encontró una inscripción que narraba la colocación de estatuas de plata de
Artemisa en “el teatro durante una sesión plenaria de la Ecclesia”. Después de las
excavaciones realizadas en ese teatro, se comprobó que tenía capacidad para 25.000
personas.
Cuando Jesús habló con sus discípulos acerca del templo en el monte de los Olivos,
les dijo: “¿No ven todo esto? De cierto les digo que aquí no quedará piedra sobre
piedra que no sea derribada” (Mateo 24:2). La exactitud de la profecía de Jesús quedó
demostrada en el Arco de Tito, que fue construido como un memorial en honor al
emperador Tito (79-81 d. de J.C.) por su hermano menor el emperador Domiciano
(81-96 d. de J.C.). Ese arco de mármol en Roma, ubicado entre el antiguo Foro y el
Coliseo, describe el traslado del botín (la menorá y los cuernos sagrados) por el saqueo
del templo de Jerusalén.
Además de estas evidencias importantes, hay excavaciones más recientes en el área
de la calle inferior por la parte sudoeste del monte del templo de Jerusalén en las que
se descubrieron unas piedras grandes que habrían sido derribadas desde las alturas por
los romanos en su campaña militar del año 70 d. de J.C. Hoy en día no sigue en pie
ninguna de las estructuras originales de los edificios en el monte del templo, de modo
que las imágenes y la inscripción en el Arco de Tito, así como los escombros
encontrados al pie del monte del templo en Jerusalén, proveen verificación histórica
del cumplimiento de la predicción de Jesús de que el templo judío sería totalmente
destruido.
Las investigaciones arqueológicas realizadas en Corinto entre 1928 y 1947 dejaron
asombrados a los expertos debido a dos objetos relacionados con las epístolas de Pablo
a las iglesias en Corinto y Roma. Una inscripción latina que data del año 50 d. de J.C.,
labrada en una vereda, identifica al colaborador de Pablo, Erasto, como tesorero de la
ciudad, lo cual concuerda con lo que el apóstol escribió en Romanos 16.23; la
inscripción dice que Erasto contribuyó con una porción de la vereda de su propio
bolsillo en gratitud por haber sido elegido para el cargo de tesorero. Es más, en 1935
se desenterró una plataforma de piedra (utilizada para dar discursos públicos, conducir
asuntos oficiales, realizar juicios y dar edictos) que se identificó como el trono bema.
Bema es la misma palabra griega que Pablo utilizó para describir el tribunal de Cristo
(2 Corintios 5:10), ante el cual debemos todos comparecer para recibir cada quien su
justa retribución (1 Corintios 3:10-17).
Toda la evidencia externa (los escritos de autores cristianos primitivos, los de
autores no cristianos de aquella época y los hallazgos arqueológicos) confirma con
rotundidad que el Nuevo Testamento es históricamente fiable. De hecho, los ejemplos
que se han dado en este capítulo son solo unas pocas muestras entre el cúmulo de
evidencia que existe y que nos muestra que el Nuevo Testamento es el texto más
documentado y ratificado de toda la antigüedad. Y seguramente habrá más. La prueba
de evidencia interna de la Biblia añade todavía más a esta veracidad ya confirmada.
Este será el tema del próximo capítulo.
¿Te ha mentido alguna vez alguien? Si has tenido esa experiencia, tu confianza en esa
persona quedó seriamente quebrantada. Si alguien miente una vez, ¿cómo se puede
saber que esa persona no te ha mentido en otras ocasiones o que no lo hará de nuevo
en el futuro? Cuando en una relación aparece la desilusión, se pierde la credibilidad y
la integridad de la otra persona.
Así ocurre también con los escritores de la Biblia. Si la hipertrofia de la verdad, las
mentiras flagrantes, los errores o imprecisiones (ya sean deliberadas o accidentales)
forman parte de la narrativa bíblica, entonces se pierden la integridad, credibilidad y
veracidad de las Escrituras. Una forma de verificar la veracidad de la Biblia es
determinar: (1) el alcance de las contradicciones internas y errores de copia; (2) si los
autores escribieron sobre asuntos acerca de los cuales no tenían conocimiento de
primera mano o bien tenían muy poco; y (3) si alguno de los escritores dice haber
escrito algo que en realidad fue obra de alguna otra persona. Por medio de estos tres
exámenes vamos a someter a la Biblia a una prueba de evidencia interna muy
completa.

¿Escribió Moisés el Pentateuco?


Los críticos han cuestionado la autoría de Moisés más que la de cualquier otro escritor
bíblico. Entre académicos conservadores del judaísmo y del cristianismo se ha
reconocido por mucho tiempo que Moisés escribió los primeros cinco libros del
Antiguo Testamento (el Pentateuco), y se cree que la fecha para sus escritos sería la
Edad del Bronce (1 500 a 1200 a. de J.C.).
Sin embargo, desde mediados del siglo XIX muchos eruditos han opinado que el
Pentateuco es una colección de escritos de varias fuentes, de grupos diferentes, que
reunieron información entre 850 y 445 a. de J.C., una opinión que se conoce como
hipótesis documental. Los defensores de la misma dicen que el período que se
describe en las narraciones atribuidas a Moisés (1400 a. de J.C.) es anterior a la
existencia de la escritura, así que según esta idea los libros que se consideraban
escritos por Moisés fueron en realidad reunidos durante cierto periodo de tiempo y
completados aproximadamente en el 400 a. de J.C. Esta fecha descarta a Moisés como
su escritor, porque se trata de casi 1.000 años después de su muerte, aproximadamente
en 1350 a. de J.C.
La hipótesis documental no es creíble por muchas razones, las cuales se explican
con detalle en el libro Nueva evidencia que demanda un veredicto. En este capítulo
vamos a citar solo algunas de las evidencias internas que demuestran por qué la
hipótesis documental es cuestionable.
En el capítulo 11 mencionamos el descubrimiento en 1976 de las tablillas de Ebla
por parte del arqueólogo italiano Paolo Matthiae. Esas tablillas de arcilla (más de
6.000) datan aproximadamente del año 2400 a. de J.C. y asestaron un fuerte golpe a la
suposición de que en los días de Moisés no existía la escritura y que por eso él no
pudo haber escrito el Pentateuco: “Pero los hallazgos de Ebla demuestran que unos
1.000 años antes de Moisés se registraban por medio de la escritura las leyes,
costumbres y acontecimientos en la misma área del mundo en la cual vivieron Moisés
y los patriarcas”.
Los críticos históricos argumentaban no solamente que la época de Moisés era
anterior a la invención de la escritura, sino también que los códigos legales y
sacerdotales que aparecen en el Pentateuco son demasiado avanzados como para haber
sido escritos por Moisés. Decían que los israelitas de esa época eran demasiado
primitivos como para haber desarrollado tal sofisticación y que no fue sino hasta la
primera mitad del período persa (538-331 a. de J.C.) que se escribieron legislaciones
tan detalladas.
Sin embargo, las tablillas de Ebla, que contienen códigos legales, demuestran que
siglos antes de Moisés ya existían procesos judiciales complejos y se había
desarrollado la dimensión casuística de la ley. Existen en ellas similitudes con el
código legal deuteronómico (por ejemplo, Deuteronomio 22:22-30), un texto al que
los críticos han asignado consistentemente una fecha mucho más tardía.
Otros hallazgos arqueológicos más recientes también le dan credibilidad a la autoría
de Moisés, ya que esos descubrimientos contradicen la idea de que el Pentateuco fue
escrito cientos de años después de Moisés. Por ejemplo, en 1986 se descubrió en
Jerusalén un texto bíblico más antiguo que los Rollos del Mar Muerto, con parte del
texto de Números 6:24-26 escrito en dos pequeños amuletos de plata. Gabriel Barkay,
de la Universidad de Tel Aviv, ubicó la fecha de estos amuletos en el período del
primer templo (entre 960 y 586 a. de J.C.), lo cual de nuevo demuestra que el
Pentateuco ya existía en su forma completa mucho tiempo antes del 400 a. de J.C.
También se ha argumentado que Yavé, el nombre de Dios, no se utilizaba antes del
período 500-400 a. de J.C. Si esto fuera verdad Moisés no pudo haber escrito el
Pentateuco, pero los amuletos de plata contienen el nombre Yavé y son anteriores al
586 a. de J.C., de modo que se deshace la suposición de que el Pentateuco no fue
escrito por Moisés ni tampoco en su época.
Además los críticos afirman que el código moral hebreo era demasiado avanzado
como para haberse desarrollado antes del 1200 a. de J.C. y dicen que una estructura
social tan avanzada no pudo haber existido antes del 800 a. de J.C. Sin embargo la
arqueología ha descubierto el código de Hammurabi, del Imperio acadio, que data de
antes del 1200 a. de J.C. y cuyas leyes son paralelas a las de Moisés, lo cual establece
la existencia de códigos morales avanzados, no solo durante el tiempo de Moisés sino
también antes de él.
La hipótesis documental también asume que ciertas expresiones y pasajes difíciles
de Levítico no se habrían usado en una fecha tan temprana como el siglo XIII a. de
J.C., por lo tanto, el Pentateuco tuvo que haber sido escrito mucho tiempo después;
por ejemplo, se refieren a términos como “ofrenda del todo quemada” (kalit), “ofrenda
de paz” (shrlamín), y “ofrenda por la culpa” (etshtim). Sin embargo, los arqueólogos
destruyeron esta crítica con el descubrimiento de las tablillas Ras Shamra (que datan
del 1400 a. de J.C.), que contienen una gran cantidad de literatura ugarítica e incluyen
muchos términos técnicos para sacrificios que también se encuentran en Levítico. Este
descubrimiento mostró que esos términos ya se utilizaban en Palestina en el tiempo de
Moisés y la conquista, por tanto toda la línea de razonamiento que afirmaba una fecha
posterior para la terminología de la cultura levítica no tiene fundamento.
Estos hallazgos y muchos otros proveen una cantidad abrumadora de evidencia para
sustentar la postura de que Moisés sí escribió todo el Pentateuco.

¿Tenían los autores de las Escrituras conocimiento de primera mano?


¿Alguna vez has leído uno de esos libros de “hágalo usted mismo”? Hay miles de
títulos, sobre todos los temas que ce puedas imaginar: cómo hacer gabinetes de cocina,
cómo redecorar tu casa, cómo hacerle una casa al perro, cómo reparar el auto, cómo
viajar por el mundo sin gastar una fortuna. Muchas veces me he preguntado si los
autores de esos libros de “hágalo usted mismo” realmente conocen el tema del que
escriben. ¿Han construido alguna vez una casa para perros, o reparado un auto, o
viajado por el mundo sin gastar una fortuna? Te sorprenderás al darte cuenta de
cuántos autores escriben sobre lugares que nunca han visitado o personas a quienes
nunca han conocido. Algunos simplemente no tienen conocimiento de primera mano y
ni siquiera utilizan fuentes primarias para su trabajo, sino que se basan en rumores,
leyendas o su propia imaginación. Uno de los estándares de mayor importancia en la
prueba de evidencia interna para un documento escrito es el uso de fuentes primarias.
Muchos escritores del Antiguo Testamento (por ejemplo Isaías, Ezequiel,
Nehemías, Esdras y Jeremías) tenían conocimiento de primera mano sobre lo que
estaba ocurriendo en Israel y lo que Dios quería que su pueblo supiera, por eso
registraron acontecimientos en los que participaron directamente y relataron sus
experiencias dentro de los mismos. La prueba de evidencia interna dictamina una
mayor credibilidad a autores como estos, que estaban cerca de los acontecimientos que
registran, tanto en la ubicación geográfica como cronológica. Ciertamente ese es el
caso de los escritores tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
Los relatos de la vida de Jesús, la historia de la iglesia primitiva y las cartas que
forman el grueso del Nuevo Testamento fueron en su totalidad escritos por personas
que fueron testigos oculares de los acontecimientos o bien contemporáneos de otros
testigos oculares. Estas fuentes primarias aportan una veracidad muy sólida al texto
del Nuevo Testamento.
Los escritores de los Evangelios (Mateo, Marcos y Juan) podían afirmar algo así;
“El que lo ha visto ha dado testimonio, y su testimonio es verdadero” (Juan 19:35). El
médico Lucas, que escribió el tercer Evangelio y Hechos, afirmó la autenticidad de
quienes escribieron sobre lo que oyeron y vieron: “Puesto que muchos han intentado
poner en orden un relato acerca de las cosas que han sido ciertísimas entre nosotros,
así como nos las transmitieron los que desde el principio fueron testigos oculares y
ministros de la palabra...” (Lucas 1:1, 2). Lucas registró estos testimonios exactos
“para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido” (Lucas
1:4). Mateo y Juan fueron testigos oculares de las cosas que escribieron, y eso le
permitió a este segundo afirmar: “Lo que hemos visto y oído lo anunciamos también a
ustedes...” (1 Juan 1:3). El apóstol Pedro también fue un testigo ocular, como lo afirma
en su segunda carta: “Porque les hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro
Señor Jesucristo no siguiendo fábulas artificiosas, sino porque fuimos testigos oculares
de su majestad” (2 Pedro 1:16). El apóstol Pablo, el autor más prolífico del Nuevo
Testamento, llegó a ser testigo ocular del Señor Jesús en el camino a Damasco y tuvo
contacto frecuente y abundante con otros apóstoles y testigos de la vida de este en la
tierra.
Algunos críticos han sugerido que para estos primeros discípulos fue fácil fabricar
leyendas sobre Jesús, pero F. F. Bruce, el difunto profesor de Crítica Bíblica en la
Universidad de Manchester, refuta esa idea, diciendo lo siguiente acerca del valor de
los relatos de testigos oculares de los registros del Nuevo Testamento:

Los predicadores originarios del Evangelio supieron el valor que tiene el


testimonio de primera agua, porque vemos que vez tras vez hicieron uso de él.
La afirmación constante y confirmada que presentaban era, “Nosotros somos
testigos de estas cosas”, y no puede haber sido cosa tan fácil.

Estos testigos oculares son más creíbles porque apelaron al conocimiento de sus
lectores (incluyendo a sus oponentes más hostiles) que fácilmente podían haber
contradicho cualquier relato falso. Sin embargo, esos autores invitaban a los testigos
oculares a que corrigieran sus afirmaciones si acaso eran falsas:

Hombres de Israel, oigan estas palabras: Jesús de Nazaret fue hombre


acreditado por Dios ante ustedes con hechos poderosos, maravillas y señales
que Dios hizo por medio de él entre ustedes, como ustedes mismos saben
(Hechos 2:22, énfasis añadido).

Mientras él decía estas cosas en su defensa, Festo le dijo a gran voz:


—¡Estás loco, Pablo! ¡Las muchas letras te vuelven loco!
Pero Pablo dijo:
—No estoy loco, oh excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y
de cordura. Pues el rey, delante de quien también hablo confiadamente,
entiende de estas cosas. Porque estoy convencido de que nada de esto le es
oculto, pues esto no ha ocurrido en algún rincón (Hechos 26:24-26, énfasis
añadido).

Encontramos argumentos similares en Hechos 2:32; 3:15; y 13:31, así como en 1


Corintios 15:3-8. F. F. Bruce señala: “uno de los puntos fuertes que surgen de la
predicación originaria de los apóstoles, es la confianza con que apelan a los
conocimientos que poseían quienes escuchaban. No sólo dijeron, „Nosotros somos
testigos de estas cosas‟ sino que agregaron, „como vosotros mismos sabéis‟ (Hechos
2:22). Si hubiese existido cualquier tendencia a apartarse de los hechos de un modo
efectivo, la presencia de posibles testigos hostiles entre el auditorio hubiera servido de
correctivo posterior”.
En efecto, los discípulos estaban diciendo: “Revisen el asunto, pregunten. ¡Ustedes
saben esto tan bien como nosotros!”. Desafíos como estos demuestran la suprema
confianza que tenían: que lo que habían escrito había ocurrido en verdad. Así lo
resume Bruce:

Pero no sólo tuvieron que habérselas los predicadores primitivos con testigos
amistosos; hubo otros que estuvieron menos dispuestos pero que también
estaban enterados de los hechos principales del ministerio y muerte de Jesús.
Los discípulos no podían exponerse a la presentación de inexactitudes, — no
digamos nada del manipuleo malicioso de los hechos, — que hubieran sido
descubiertas de inmediato por quienes se hubiesen sentido más que felices de
poder hacerlo.
Los discípulos estaban hablando directamente hacia quienes con fuerza se oponían al
mensaje y les decían: “Ustedes también saben que estos hechos son verdad. ¡Los
desafiamos a que nos digan lo contrario!”. Esta, por supuesto, habría sido una
estrategia muy imprudente si hubieran estado difundiendo mentiras.
La objeción de algunos críticos hacia estas evidencias es que los escritores solo
afirmaban estar escribiendo como testigos oculares o cuando todavía vivían los
testigos oculares. Según ellos, un pseudoautor que hubiera escrito cien o más años
después de los acontecimientos podría haber afirmado cualquier cosa. Si los
acontecimientos registrados en los Evangelios fueran artificios de escritores muy
posteriores a los discípulos, esos autores fácilmente podrían haber inventado no solo
los milagros de Cristo y su resurrección, sino también los desafíos de los discípulos de
Jesús a sus oyentes para que confirmaran la veracidad de sus relatos.
Por esa razón es tan importante investigar la fecha de los documentos originales. El
hecho es que se ha confirmado que los libros del Nuevo Testamento fueron escritos
durante la vida de los involucrados en los relatos, y no un siglo o más años después de
los acontecimientos que describen. En capítulos anteriores hemos aclarado que los
libros del Nuevo Testamento se completaron antes del año 100 d. de J.C., pero hoy en
día hay eruditos que argumentan que todos los libros se escribieron incluso diez o
veinte años antes. William Foxwell Albright, uno de los arqueólogos bíblicos más
importantes del mundo, afirmó: “Hoy por hoy podemos decir enfáticamente que ya no
existe una base sólida para fechar ningún libro del Nuevo Testamento después del año
80 d. de J.C., dos generaciones antes de los años 130 a 150 que manejan los críticos
más radicales de la actualidad” (Albright reiteró este punto en una conferencia de
prensa publicada unos años más carde). Este autor también afirmó que los
descubrimientos de los Rollos del Mar Muerto en Qumrán confirman las fechas que él
apoya para ubicar los textos del Nuevo Testamento dentro del tiempo de los discípulos
de Jesús: “El Nuevo Testamento confirma lo que de hecho siempre se había creído: las
enseñanzas de Cristo y sus seguidores inmediatos entre el año 25 y el 80 d. de J.C.”
El hecho es que los académicos deben considerar el Nuevo Testamento como un
documento legítimo de fuentes primarias del siglo I. Incluso muchos eruditos de corte
liberal ahora están considerando fechas más tempranas para el Nuevo Testamento: el
obispo anglicano y teólogo doctor John A. T. Robinson, que sin duda no era
conservador, llega a conclusiones sorprendentes en su obra innovadora Redating the
New Testament (La nueva datación del Nuevo Testamento), pues su investigación lo
convenció de que todo el Nuevo Testamento fue escrito antes de la caída de Jerusalén
en el año 70 d. de J.C.
Existe gran cantidad de evidencia que muestra que, en general, los hombres que
escribieron la Biblia tenían conocimiento de primera mano de los acontecimientos que
registraron o bien acceso a testigos de los mismos. Tenemos razones de peso para
creer que las Escrituras sí cumplen con este estándar de las fuentes primarias en la
prueba de evidencia interna.

¿Está la Biblia llena de contradicciones y errores?


Tal vez has escuchado o leído que los teólogos cristianos conservadores afirman que la
Biblia no tiene errores (o es inerrante), pero mucha gente está confundida sobre el
significado es esta afirmación. Decir que la Biblia es inerrante significa que cuando se
conocen todos los hechos (las Escrituras tal como fueron redactadas en sus autógrafos
originales, además de interpretadas correctamente), esta se manifiesta como verdadera
y no falsa en todo lo que afirma. Naturalmente, así debe ser si Dios es el autor real de
las Escrituras: es lógico que si Dios inspiró a ciertos seres humanos para que revelaran
sus palabras, se aseguraría de no contradecirse a sí mismo a fin de que su Palabra no
contuviera error alguno.
Habiendo dicho esto, aún tenemos que enfrentarnos con miles de manuscritos
bíblicos que son copias de copias de copias de los autógrafos originales. Aunque los
escribas tenían mucho cuidado de realizar copias exactas se cometieron algunos
errores, pero eso no significa que la Biblia esté llena de contradicciones y errores
como afirman los críticos.
Tales suposiciones de errores casi siempre surgen de la falta de observación de los
estándares básicos de interpretación de la literatura antigua. Hay ciertos principios de
interpretación que guían a los especialistas para discernir si hay errores claros o
contradicciones en cualquier texto. He aquí seis de los principios más críticos y su
aplicación a la Biblia.

Principio 1: Lo no explicado no es necesariamente inexplicable.


Hubo un tiempo en que los científicos no tenían explicaciones naturales para los
meteoros, eclipses, tornados, huracanes o terremotos, pero nadie llegaba a la
conclusión de que todas las cosas en la ciencia eran inexplicables. Del mismo modo,
los eruditos cristianos tratan a la Biblia con la misma premisa, que aquello que
actualmente no tiene explicación no es inexplicable. Simplemente siguen haciendo sus
investigaciones. Es un error asumir que lo que no ha sido explicado aún nunca será
explicado.

Principio 2: El contexto del pasaje controla el significado.


Se puede probar cualquier cosa con la Biblia si se toman palabras fuera de contexto.
Por ejemplo, cuando dice “No hay Dios” (Salmo 14:1), si se tomara literalmente
podría constituir una contradicción mayor, pero el contexto es el siguiente: “Dijo el
necio en su corazón: „No hay Dios'” (Salmo 14:1, énfasis agregado). Uno de los
errores principales de quienes critican la Biblia es no considerar los pasajes en su
contexto.

Principio 3: Los pasajes claros iluminan los difíciles.


Algunos pasajes bíblicos parecen contradecir a otros. Juan 3:16 habla del amor de
Dios por el mundo, mientras que el mismo autor en 1 Juan 2:15 nos dice: “No amen al
mundo ni las cosas que están en el mundo”. Sin embargo, al seguir leyendo en 1 Juan,
encontramos una explicación clara: está hablando de resistir las tentaciones del mal
que el mundo ofrece, mientras que en Juan 3:16 el significado claro es que Dios ama a
toda la humanidad. Concluir que estos pasajes se contradicen es abandonar el sentido
común que usamos para interpretar el lenguaje cotidiano.

Principio 4: La Biblia es un libro para humanos con características humanas.


Los críticos señalan al Salmo 19:6 como un caso obvio de error en la Biblia: “En un
extremo del cielo está su salida [del sol], y en el otro está su punco de retorno. ¡Nada
hay que se esconda de su calor!”. Hemos sabido desde hace siglos que el sol no se
mueve alrededor de la tierra y que la rotación de esta es lo que hace que el sol parezca
moverse. El mismo crítico, sin darse cuenta, puede decir que vio una hermosa “puesta
de sol”, ignorando el hecho de que un término puede ser no científico sin ser
incorrecto. La Biblia utiliza figuras retóricas del lenguaje cotidiano que no son
técnicas, así como expresiones comunes y recursos literarios conocidos; en algunos
lugares utiliza números redondeados y en otros cifras exactas: ninguno de estos
ejemplos del uso normal de la lengua se considera como contradicción.

Principio 5: Un reporte incompleto no es un reporte falso.


Marcos 5:1-20 y Lucas 8:26-39 hablan del encuentro de Jesús con un endemoniado en
Gadara, mientras que el relato paralelo en Mateo 8:28-34 nos dice que había dos
endemoniados. ¿Hay contradicción? Marcos y Lucas no fueron testigos oculares del
acontecimiento y pudieron haber escrito un reporte que se concentraba en el más
notorio de los dos endemoniados mientras se ignoraba al otro, así que sus relatos
pueden ser menos completos, pero no son contradictorios: Mateo simplemente provee
más información.
Principio 6: Los errores en copias no equivalen a errores en los originales.
Ya hemos comentado sobre este principio, pero en pocas palabras, los estudiosos
pueden determinar muchos de los errores de los copistas utilizando su sentido común y
comparando las copias con otras más antiguas. Es lógico pensar que aquellas copias
que cronológicamente están más cerca de los originales tengan mayor probabilidad de
ser más exactas.

Examen de algunos errores y aparentes contradicciones


Teniendo en mente los principios de interpretación ya mencionados, veamos algunos
supuestos errores y contradicciones en las Escrituras.
La mayoría de los eruditos bíblicos simplemente aceptan que en algunas partes de la
Biblia hay diferencias en la ortografía y números incorrectos. Por ejemplo, algunos
manuscritos del Nuevo Testamento escriben el nombre de Juan con una n; en otros se
escribe con dos, lo cual, técnicamente hablando, es un error aunque evidentemente uno
menor.
Nehemías 2:19 se refiere a un hombre llamado Gesem el árabe, pero unos capítulos
más delante en algunos manuscritos aparece como “Gasmu” (Nehemías 6:6). Esto
parece ser un error, pero si se examina con más cuidado, encontramos que es
simplemente una diferencia en la forma de nombres propios entre el hebreo y el árabe:
en Nehemías 2:19 se utiliza la versión hebrea y en Nehemías 6:6 se da el nombre en
árabe. Aunque a primera vista pareciera un error, en realidad no lo es.
En otras ocasiones se trata de errores cometidos por los escribas que copiaron el
texto hebreo, que eran humanos y debido al cansancio y al sueño podían copiar un
número equivocado. Por ejemplo, en algunos manuscritos griegos y siríacos dice que
el rey Ocozías tenía 42 años cuando comenzó a reinar en Jerusalén (2 Crónicas 22:2),
pero en 2 Reyes 8:26 dice que Ocozías tenía 22 años cuando comenzó a reinar.
En realidad, el rey Ocozías no podía haber tenido 42 años al comienzo de su
reinado, porque entonces sería mayor que su padre Joram. Este comenzó su reinado a
los 32 años, antes que su hijo fuera rey, y murió ocho años después, con 40 años de
edad. Obviamente, Ocozías tenía 22 años como se registra en 2 Reyes y está claro que
el copista de esos manuscritos de 2 Crónicas 22:2 cometió un error.
En 2 Crónicas 9:25 algunos manuscritos dicen que el rey Salomón tenía 4.000
establos para sus 1.400 carros, según se describe tanto en 1 Reyes 10:26 como en 2
Crónicas 1:14. Sin embargo en 1 Reyes 4:26 algunos manuscritos griegos reportan que
Salomón tenía “40.000 establos para caballos”. ¿Necesitaba el rey 40.000 establos
para guardar solo 1.400 carros? Eso no es probable, pero sí lo es más que un escriba
hubiera añadido por error un número extra a esa cifra de 4.000 establos.
Hay un error de copia similar a este en 1 Samuel 13:5: se dice que los filisteos
movilizaron 30.000 carros y 6.000 jinetes conductores de carros y lógicamente nos
preguntamos por qué tendrían tantos carros y tan pocos conductores. Los manuscritos
siríacos (arameos) y algunas versiones de la Septuaginta griega fijan la cuenta de
carros en 3.000, que es el número más probable, pues el error del número extra es sin
duda un desliz en la pluma de un escriba. Por supuesto, todos los manuscritos
subsecuentes se copiaron a partir del manuscrito alterado y el error se perpetuó.
Este tipo de errores de copia es comprensible y no cambia sustancialmente el
significado del texto. Sin embargo, hay otras supuestas contradicciones en las
Escrituras que aparentemente son problemáticas pues como ya hemos dicho, si hubiera
contradicciones claras en el texto original eso significaría que Dios se contradice a sí
mismo. Los críticos se apresuran a señalar algunas de esas aparentes contradicciones,
pero con un examen más detenido estas supuestas discrepancias pueden resolverse.
Por ejemplo, el reporte de Mateo de un ángel en la tumba de Jesús (Mateo 28:2)
aparentemente es distinto al de Lucas, con dos ángeles (Lucas 24:4). Los críticos dirán
que esta es una contradicción en la Biblia pero no lo es en absoluto: Mateo no dice que
en la tumba había solamente un ángel (si así fuera, entonces sería una contradicción al
reporte de Lucas), sino que simplemente identifica a uno, muy probablemente porque
fue el ángel que habló.
Esto no es contradicción, así como tampoco lo es que me digas que ayer fuiste a la
tienda y luego en otra conversación un poco más tarde me digas que tu amigo fue
contigo a la tienda: no te podría acusar de contradecirte a ti mismo en ese caso. Uno de
los principios de interpretación es que un reporte incompleto no es un reporte falso, de
modo que la falta de información adicional acerca de quién fue contigo a la tienda no
hace que tu primera información sea falsa. Así pues, los reportes de Lucas y de Mateo
sobre uno o dos ángeles no son contradictorios.
Otras supuestas contradicciones son un poco más complicadas, por ejemplo los
relatos diferentes de Mateo y de Pedro para explicar la muerte de Judas. En Hechos 1
leemos el relato de Pedro: “(Este, pues, adquirió un campo con el pago de su
iniquidad, y cayendo de cabeza, se reventó por en medio, y todas sus entrañas se
derramaron...)” (Hechos 1:18). El relato de Mateo parece muy diferente, pues reporta
la muerte de Judas así: “Entonces él, arrojando las piezas de plata dentro del santuario,
se apartó, se fue y se ahorcó” (Mateo 27:5). ¿Son contradictorios los dos relatos? En
realidad, no.
Mateo no dice que Judas no se cayó y Pedro tampoco dice que Judas no se ahorcó.
Esto no se trata de que uno de ellos tenga la razón y el otro esté equivocado, sino que
ambos relatos son verdad: uno de ellos simplemente provee detalles adicionales a lo
que se dice en el otro.
Una buena explicación sería esta: Judas se ahorcó en un árbol que estaba al borde de
un precipicio en el terreno que compró. Después de estar colgado ahí por algún tiempo
(o tal vez debido al peso de su cuerpo) la rama del árbol (o la soga) se rompió, se cayó
por el barranco y su cuerpo quedó destrozado por la caída.
Esto pudo haber ocurrido antes o después de la muerte de Judas, pues la explicación
concuerda con cualquiera de las dos opciones, una posibilidad que es totalmente
natural al examinar el terreno físicamente: desde la base del valle, las terrazas rocosas
tienen alturas de siete a doce metros y los barrancos son prácticamente
perpendiculares.
Todavía hoy en día crecen justo a orillas de los barrancos árboles que apoyan su
base en superficies rocosas, por lo tanto es fácil concluir que Judas se golpeó en una
de las rocas filosas al ir cayendo y por eso su cuerpo quedó rasgado y abierto. Mateo y
Pedro dan perspectivas diferentes de la muerte de Judas pero estas no son
contradictorias.
Una pregunta: ¿quién mató a Goliat en el Antiguo Testamento? Todos sabemos que
fue David quien mató a Goliat, según aparece en 1 Samuel 17:50, 51. Sin embargo en
2 Samuel el texto masorético utilizado en muchas traducciones dice que Eljanán “mató
a Goliat el geteo" (2 Samuel 21:19), lo cual parece ser una clara contradicción del
registro bíblico.
Sin embargo, 1 Crónicas nos da el registro de la misma batalla que 2 Samuel y dice
que Eljanán “mató a Lajmi, hermano de Goliat el geteo” (1 Crónicas 20:5). Esto indica
que un copista de 2 Samuel 21:19 cometió el error de dejar fuera las palabras “Lajmi,
hermano de” en el texto masorético. Si tienes una traducción más reciente, como la
Nueva Traducción Viviente, probablemente notarás que los traductores han corregido
el error al añadir las palabras “al hermano de” al texto.
El doctor Gleason L. Archer, erudito bíblico, teólogo y educador muy respetado que
participó en los equipos que tradujeron al inglés la “New American Standard Bible”
(NASB), y la New International Versión (NIV), era un profesor de seminario muy
talentoso con conocimientos de veintisiete idiomas. El doctor Archer dio testimonio
sobre la evidencia interna de la Biblia en el prólogo de su Encyclopedia of Bible
Difficulties (Enciclopedia de dificultades bíblicas):

Al estudiar una tras otra todas las supuestas discrepancias y contradicciones


entre el registro bíblico y la evidencia lingüística, arqueológica o científica, mi
seguridad en la veracidad de las Escrituras ha sido una y otra vez verificada y
fortalecida, por el descubrimiento de que casi todos los problemas textuales que
el ser humano ha descubierto en las Escrituras, desde los tiempos antiguos
hasta ahora, han sido resueltos de manera satisfactoria por el mismo texto
bíblico o bien por datos arqueológicos objetivos... En las Escrituras mismas hay
respuestas adecuadas y suficientes para refutar todo ataque que se haya
desplegado en su contra”.

Podemos confiar en que el texto bíblico no tiene contradicciones y que de hecho está
enraizado en los testimonios de testigos oculares. La Biblia pasa la prueba de la
evidencia interna: cuando sostienes una Biblia en tus manos y lees sus palabras,
puedes estar seguro de que estás recibiendo el mensaje desde el corazón de Dios hacia
el tuyo.
¿Pero es posible que Dios nos hable también por medio de los escritos de otras
religiones? ¿Es Dios tan exclusivo que no podría haber inspirado también a otros
autores de religiones diferentes para comunicar su mensaje? Hablemos de este tema en
el siguiente capítulo.
Dios creó un mundo muy diverso, basta solo con mirar la gran variedad de formas de
vida en plantas y animales. ¿Has encontrado alguna vez a dos personas que sean
exactamente iguales en todo, en apariencia, constitución física, personalidad y
procesos mentales? Incluso los gemelos idénticos tienen más diferencias de lo que te
puedas imaginar. Cada uno de nosotros tiene una personalidad única y nuestras
perspectivas de vida son diferentes. ¿No sería lógico pensar entonces que un Dios de
diversidad compartiría su verdad a través de diversas fuentes religiosas? Ciertamente,
Dios no escogería solo una Biblia y una religión para revelar Su persona y Su verdad,
¿o sí? Eso sería un gesto muy exclusivo de Su parte y en nuestro mundo actual la
exclusividad está prohibida.
La Fundación Pew publicó un estudio demográfico en diciembre de 2012 titulado
“El paisaje religioso global”, según el cual poco menos que un tercio de la población
mundial (32 %) es cristiana, 23 % musulmana, 15 % hinduista; 7 % budista, 0,2 %
judía y poco menos del 7 % practica religiones locales o tradicionales (por ejemplo las
religiones tradicionales de África, China y de los nativos americanos, así como la fe
bahá‟i, jainismo, sikhismo, taoísmo, wicca, etcétera. Un 16 % no tiene afiliación
religiosa alguna.
Más de la mitad de la población mundial acude a alguna otra fuente diferente a las
Escrituras judeo-cristianas en búsqueda de enseñanza e inspiración de su divinidad o
poder superior, de modo que es lógico que preguntes: “Josh, ¿me estás diciendo que
hay un solo camino hacia Dios, y que Él se ha limitado a una sola revelación escrita de
sí mismo, la Biblia?”.
Obviamente, si yo dijera eso, estaría afirmando que el cristianismo y la Biblia son
totalmente exclusivos y declarando que más del 50 % de la población mundial está
equivocada. A algunos podría sorprenderles que yo no pudiera hacer esa afirmación.
¿Quién soy yo para decir que mi religión, según se ha revelado en la Biblia, es la única
y verdadera? Ahora bien, antes de que me juzgues por esto, permíteme añadir ya
mismo que sí creo que las palabras inspiradas por Dios en las Escrituras son la única
revelación del único Dios verdadero, pero no soy el único que lo afirma sino que Él
mismo lo hace: Dios es el que dice ser el único Dios verdadero y que las Escrituras
son Su revelación verdadera para la humanidad. Yo simplemente he decidido creer lo
que Dios dice en su Palabra.

Dios dijo que es el único


Cuando Moisés bajó del monte Sinaí después de haber estado hablando con Dios, hace
más de 3.000 años, dijo a los hijos de Israel:
A ti se te ha mostrado esto para que sepas que el SEÑOR es Dios y que no hay
otro aparte de él. Desde los cielos te hizo oír su voz para enseñarte, y sobre la
tierra te mostró su gran fuego. Tú has oído sus palabras de en medio del
fuego... Reconoce, pues, hoy y considera en tu corazón que el SEÑOR es Dios
arriba en los cielos y abajo en la tierra, y no hay otro (Deuteronomio 4:35, 36,
39).

Moisés habló con este Dios sin igual que le reveló a él su identidad: “...el Dios de
Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob...” (Éxodo 3:15). Más tarde se revelaría
al profeta Isaías diciendo: “...porque yo soy Dios, y no hay otro. Yo soy Dios, y no hay
nadie semejante a mí. Yo anuncio lo porvenir desde el principio, y desde la antigüedad
lo que aún no ha sido hecho. Digo: „Mi plan se realizará, y liaré todo lo que quiero‟”
(Isaías 46:9, 10). Este Dios “es el Dios eterno que creó los confines de la tierra” (Isaías
40:28).
El mismo Dios que se reveló a Moisés y a los profetas los inspiró para escribir los
cinco libros de la ley (Pentateuco), los ocho libros proféticos y los once escritos.
Luego, cientos de años después de haberse revelado a Moisés y a los profetas, se
reveló de otra manera mucho más personal y espectacular: “Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros, y contemplamos su gloria, como la gloria del unigénito del
Padre lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). Este ser humano, Jesús, a quien Juan
llama “la Palabra”, fue quien nos dijo que Él era el anunciado por las antiguas
profecías. En el Antiguo Testamento hubo unas sesenta profecías importantes, con
unas 270 ramificaciones adicionales, que se cumplieron en este hombre llamado Jesús,
el Cristo, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob que asumió la condición humana.
Después de su crucifixión, muerte y resurrección, dijo a sus discípulos:

—Estas son las palabras que les hablé estando aún con ustedes: que era
necesario que se cumplieran todas estas cosas que están escritas de mí en la
Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos.
Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras, y
les dijo:
—Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciera y resucitara de
los muertos al tercer día; y que en su nombre se predicara el arrepentimiento y
la remisión de pecados en todas las naciones comenzando desde Jerusalén. Y
ustedes son testigos de estas cosas (Lucas 24:44-48).
Jesús se refería a las profecías de Isaías, Joel y Amos, que hablaban del plan redentor
del único Dios de enviar a su Hijo como sacrificio por todos los que creyeran en Él.
Tanto la Ley como los Profetas y los Salmos (los Escritos) apunta a este mismo Dios
que adopta naturaleza humana para morir y resucitar, para que los seres humanos
podamos reconectarnos con Él: resucitados a una vida nueva para siempre en relación
con Cristo.
Como podemos ver, el cristianismo no es una religión exclusiva inventada por un
grupo de fanáticos llamados “cristianos”, sino la revelación a toda la humanidad de
parte del Dios de Abraham, Isaac y Jacob. No fueron seres humanos imperfectos
quienes proclamaron su exclusividad, sino el mismo Dios Creador encarnado:

Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mi, aunque muera, vivirá. Y


todo aquel que vive y cree en mí no morirá para siempre (Juan 11:25, 26).

...porque a menos que crean que Yo Soy, en sus pecados morirán (Juan 8:24).

Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí (Juan
14:6).

Jesús afirmó esta exclusividad por una muy buena razón: Él es el único camino hacia
Dios porque ningún otro ser humano ha estado calificado para ser el sacrificio santo y
perfecto por los pecados del mundo, excepto Jesús, el Dios-hombre. Las Escrituras
tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento registran el plan exclusivo de Dios
para redimir a los seres humanos, lo cual, efectivamente, excluye a todas las otras
religiones y sus textos como medio para alcanzar la salvación.

No hay otro Dios, no hay otra Biblia


Muchos me han preguntado: “¿Y qué de Alá como Dios, y el Corán como la Biblia?
¿No es Alá lo mismo que el Dios de los cristianos y no es el Corán un libro de buenas
enseñanzas? ¿No es simplemente un camino diferente que Él ha creado para permitir
que la gente pueda alcanzarlo?”.
Es verdad que los musulmanes creen que el Corán es una revelación de Dios (Alá)
que fue transmitida verbalmente por medio del ángel Gabriel a Mahoma por primera
vez cuando este tenía cuarenta años de edad (610 d. de J.C.); dicen que recibió estos
mensajes, los cuales memorizó con precisión, durante un período de veintitrés años.
Poco tiempo después de la muerte de Mahoma (632), el Corán se compiló en un solo
libro que actualmente está dividido en 114 capítulos (o suras) y es más o menos del
tamaño del Nuevo Testamento. Los musulmanes consideran que el Corán en el texto
árabe original es la palabra literal de Dios y creen que provee dirección divina a toda
la humanidad. Dicen que Mahoma fue el último profeta de Dios, que sustituye a
Cristo, y que el Corán es la revelación final de Dios a todos nosotros.
¿Pero muestra el Corán a Alá como un Ser Supremo que es el mismo que el Dios de
la Biblia cristiana?
La Biblia dice que Moisés le pidió específicamente a Dios que se identificara, pues
le preocupaba que su pueblo en Egipto preguntara el nombre de Dios para asegurarse
de quién estaba autorizándole a él como su líder: “Dios dijo a Moisés: —YO SOY EL
QUE SOY [Yavé]. —Y añadió—: Así dirás a los hijos de Israel: “YO SOY [Yahvé]
me ha enviado a ustedes” (Éxodo 3:14). El Corán nunca se refiere a Alá como Yavé,
pero el Antiguo Testamento usa Yavé como el nombre de Dios más de 6.800 veces.
También hay otra diferencia importante entre el Alá del Corán y el Yavé de la
Biblia. En el libro de Lucas está registrado que un ángel vino a María y le dijo que
como virgen ella tendría un hijo: “...por lo cual también el santo Ser que nacerá será
llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35). Aunque un musulmán sincero estaría en rotundo
desacuerdo con esta diferencia, la Biblia afirma que Yavé tiene un Hijo eterno que
tomó la naturaleza humana en la persona de Jesús.
Además de estas dos diferencias hay otra distinción importante en el carácter del
Ser Supremo que se presenta en el Corán en comparación con el Dios de la Biblia. Es
verdad que el Corán muestra a Alá como eterno, todopoderoso, omnisciente, santo,
justo y misericordioso, así como la Biblia presenta a Yavé. Sin embargo, el Corán
afirma que estas son características de la voluntad de Alá y no su naturaleza: en otras
palabras, Alá puede llamarse bueno porque hace el bien, pero la bondad no es la
esencia de su carácter.
En cambio, la Biblia pone al descubierto un Dios totalmente diferente. Las
Escrituras revelan así la naturaleza y la esencia de Dios, Yavé: “Bueno y recto es el
SEÑOR" (Salmo 25:8), “El Santo y Verdadero" (Apocalipsis 3:7), “Él es la Roca,
cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud. Él es un Dios fiel, en
quien no hay iniquidad; es justo y recto” (Deuteronomio 32:4), “Justo es el SEÑOR en
todos sus caminos y bondadoso en codas sus obras” (Salmo 145:17), “...para anunciar
que el SEÑOR, mi roca, es recto y que en él no hay injusticia” (Salmo 92:15). La
bondad y la rectitud son la esencia misma del ser de Dios, no características que
adopta según un capricho momentáneo, pues estas son el centro de su naturaleza. Está
claro que la Biblia y el Corán representan dos visiones muy diferentes de Dios, como
lo muestra el siguiente relato.
Hace un tiempo viajé a Sudáfrica para compartir evidencias de la fe cristiana con un
grupo de musulmanes. En una de mis conferencias destaqué el tema de la consistencia
del carácter bondadoso de Dios y dije que Él siempre actúa de acuerdo con su
naturaleza de bondad y de rectitud y que todo lo que hace es siempre consistente con
quien Él es.
Al final de la conferencia se me acercó un joven:
—Su concepto de Dios no es mi concepto de Alá —me dijo—. Alá es todopoderoso
y sus poderes le permiten hacer lo que sea.
—¿Puede Alá mentir y engañar? le pregunté.
—Claro —respondió—. Él puede hacer todas las cosas porque no está limitado
como su Dios. Si quiere amar, ama y si quiere odiar, odia. Alá es todopoderoso.
—¿Podría Alá castigarte por algo que hicieras, incluso si hubiera sido algo bueno?
—Si a Alá no le agradara me castigaría.
—Entonces nunca sabes cómo va a responder Alá, ¿verdad?
Por un momento se quedó pensando. Luego respondió:
—Sí. No siempre sé lo que Alá va a hacer —hizo una pausa y se apresuró a
añadir— pero sí sé que él es todopoderoso.
Asentí y le dije:
—Mira, si yo sirviera a Alá, estaría haciéndolo por miedo. Si él ejercitara el poder
de hacer el mal tanto como el bien, simplemente porque en ese momento así lo
deseara, me castigaría por sus propios deseos egoístas. Esa sería una motivación
espantosa para servirle, porque yo nunca sabría qué es lo que le molesta.
El joven me escuchaba con atención, de modo que yo seguí:
—Mira, sirvo a Dios por amor. El hecho de que es santo, perfecto y omnipotente le
hace ganarse mi temor, mi respeto, pero como sé que es misericordioso y que siempre
actúa en concordancia con su esencia de amor, le sirvo por amor. Siempre sé lo que le
molesta y lo que le agrada, porque por su misma naturaleza Dios siempre es
congruente consigo mismo.
Salí de esa conversación con un profundo sentimiento de asombro y maravilla por el
Dios a quien sirvo. Siempre podemos contar con que Él va a actuar en amor, porque
así es Su naturaleza inmutable. El Dios revelado en la Escritura es aquel en quien
podemos confiar que siempre estará a nuestro lado y Su actuación siempre será recta y
justa: “Si somos infieles él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2
Timoteo 2:13).
Ser santo y recto no son cosas que Dios decide hacer; son lo que Dios es. Todo lo
recto, santo, justo y bueno se deriva de su naturaleza fundamental, su esencia. La
Biblia dice: “Toda buena dádiva y todo don perfecto proviene de lo alto y desciende
del Padre de las luces en quien no hay cambio ni sombra de variación” (Santiago
1:17).
Si los textos sagrados de otras religiones describen a Dios como alguien diferente al
Dios santo y justo que se reveló a sí mismo a Moisés y a los profetas, obviamente
entonces no se trata del mismo Dios, “...yo soy Dios, y no hay otro. Yo soy Dios, y no
hay nadie semejante a mí” (Isaías 46:9). La gente de otros grupos o religiones podrá
seguir describiendo a sus dioses de modo diferente al Dios revelado en las Escrituras,
pero como la Biblia nos dice claramente, todos son dioses falsos. Por mi parte, yo he
decidido basar mi creencia en el Dios revelado en las palabras inspiradas por Él en la
Escritura.
Incluso dentro de la amplia categoría del cristianismo hay diferencias sobre si la
Biblia es la única revelación verdadera de Dios, pues algunos creen que hay otros
libros inspirados por Dios y con igual autoridad que los 66 libros de la Biblia. Como
ya se ha mencionado, la Iglesia Católica ha aceptado otros 14 libros más en el Antiguo
Testamento con igual autoridad que los otros libros de la Escritura. La Iglesia de
Jesucristo de los Santos de los Últimos Días acepta el Libro de Mormón en igualdad
con la Biblia, ¿pero es el Libro de Mormón también palabra inspirada por Dios?
Para responder a esa pregunta, revisemos el canon que presentamos anteriormente,
los cuatro lineamientos que usaron las comunidades cristianas primitivas para
reconocer si un escrito ha sido de verdad inspirado por Dios.

1. El escrito era obra de un apóstol o profeta de Dios, o de alguien


estrechamente ligado a uno o más de los apóstoles o profetas.
2. Los escritos manifestaban claramente el poder y la presencia confirmantes de
Dios
3. El mensaje era congruente con otras Escrituras reconocidas.
4. El escrito había sido ampliamente aceptado por la iglesia desde un buen
principio.

Ahora veamos cómo se aplican estos lineamientos al Libro de Mormón.


En 1827 Joseph Smith, fundador de la iglesia mormona, afirmó que un ángel
llamado Moroni le informó que en una loma en lo que hoy es el estado de Nueva York
estaban enterradas unas placas de oro, las cuales (según el mensaje del ángel) tenían
grabados escritos antiguos. Smith dijo que las desenterró y después de traducirlas
publicó su contenido como el Libro de Mormón en 1830.
La iglesia mormona basa muchas de sus creencias en el Libro de Mormón, pero
también afirma que algunos otros libros son igualmente inspirados: Joseph Smith
sostenía que tuvo un encuentro con Jesús en el que el Señor le hizo muchas otras
revelaciones, las cuales se publicaron en Doctrina y Convenios; los relatos de la
interacción de Smith con Jesús y su historia sobre el descubrimiento de las placas de
oro se encuentran en un tercer libro, Perla de Gran Precio. Estos tres documentos,
junto con la Biblia y revelaciones subsecuentes, forman la base de las creencias de la
iglesia mormona. Desde la muerte de Joseph Smith en 1844, estos documentos han ido
suplementándose con otras revelaciones que la iglesia mormona afirma que han
recibido sus líderes. Sin embargo, consideran oficialmente al Libro de Mormón como
sus escrituras “más correctas”.
El Libro de Mormón está escrito con un estilo histórico similar a la versión de la
Biblia en inglés llamada King James. Cuenta sobre dos civilizaciones antiguas que
supuestamente emigraron al continente americano: se dice que el primer grupo estaba
compuesto de refugiados del episodio de la torre de Babel y que el segundo vino de
Jerusalén por el año 600 a. de J.C. El primer grupo fue destruido por causa de su
propia corrupción, pero el segundo, bajo el liderazgo de un hombre llamado Nefi,
estaba compuesto de judíos temerosos de Dios que prosperaron, aunque algunos de
ellos dejaron de adorar al Dios verdadero y recibieron la maldición de la piel oscura:
se dice que estos son los nativos americanos, antes conocidos como indios.
El Libro de Mormón afirma que después de su resurrección Jesús visitó el
continente americano y se reveló a los seguidores de Nefi. Este grupo acabó siendo
destruido por los indios alrededor del 428 d. de J.C. Joseph Smith sostenía que estos
relatos estaban escritos en las placas de oro que encontró y que tradujo como el Libro
de Mormón.
Los mormones creen que la Biblia es verdadera “en tanto que esté traducida
correctamente”, pero también aceptan los tres escritos de su iglesia y los consideran
inspirados por Dios. Además creen que sus líderes continúan recibiendo revelaciones
inspiradas por Dios, de modo que en esencia, esas “nuevas revelaciones suyas”
sustituyen a las revelaciones previas.
El Libro de Mormón, Doctrina y Convenios, Perla de Gran Precio y las revelaciones
posteriores de los líderes de la iglesia mormona conforman la teología y las
enseñanzas de esta iglesia. Tanto esta como sus miembros se presentan a sí mismos
como parte de la fe cristiana y, de hecho, creen que son la única iglesia verdadera. Sin
embargo, la teología de los mormones no es la del cristianismo según se enseña en las
Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento. Por ejemplo, la iglesia mormona
enseña lo siguiente:
 Dios el Padre fue antes un ser humano y hoy tiene carne y huesos en vez de ser
espíritu, como Jesús afirmó (Juan 4:24).
 Los humanos están destinados a alcanzar la divinidad. El dicho mormón es:
“Como el hombre es, Dios fue: como Dios es, el hombre puede llegar a ser”. La
Biblia enseña que seremos transformados a la semejanza de Dios, no que
alcanzaremos la divinidad (Efesios 4:23, 24 y 1 Juan 3:2).
 Las buenas obras son la base de la salvación y decidirán la posición que
tendremos en el cielo, lo cual contradice la visión bíblica de que la justificación
es por gracia por medio de la fe en Jesús (Romanos 3:27, 28 y Efesios 2:8).
 Las Escrituras no son la revelación final de Dios, sino que los líderes de la
iglesia mormona reciben revelaciones continuas que son iguales a las Escrituras
de ambos Testamentos e incluso las sustituyen.

Como puedes ver, el Libro de Mormón no cumple los lineamientos del canon en
ninguno de sus puntos, pero lo más notable es que no es congruente con las Escrituras.
Si tenemos en cuenta los otros documentos mormones supuestamente inspirados, el
mormonismo tiene una incongruencia interna porque los escritos posteriores
sustituyen a los anteriores: todo esto significa que el dios mormón no es el Dios
cristiano, perfecto y consecuente consigo mismo, porque el dios de los mormones
cambia y se corrige a sí mismo; por otra parte el Dios verdadero no tiene “cambio ni
sombra de variación” (Santiago 1:17). Además, los acontecimientos históricos que
sostiene el mormonismo (las migraciones al continente americano, las visitas de Jesús
y de ángeles, y el hallazgo de las placas de oro) no cuentan con evidencias externas
que los corroboren y validen. Simplemente son afirmaciones sin sustento hechas por
un hombre.
La Palabra de Dios, las Escrituras inspiradas, son verdaderas porque Él es
verdadero, y revelan al Dios Creador, al único poderoso y verdadero Dios que no tiene
igual. Creer esto no hace que una persona sea de mente estrecha o exclusivista,
simplemente significa que Dios ha declarado ser el único Dios verdadero, y que el
único camino a Él es a través de Su Hijo, Jesucristo, y que esa persona ha elegido
creer en Él.
El apóstol Juan dijo: “Amados, no crean a todo espíritu, sino prueben si los espíritus
son de Dios. Porque muchos falsos profetas han salido al mundo” (1 Juan 4:1).
Debemos poner a prueba ante la verdad de las Escrituras a los espíritus de otras
religiones, a doctrinas y grupos cuestionables. La Biblia es la revelación de Dios
mismo, de modo que si alguna opinión o idea no concuerda con el Dios de la Biblia y
la verdad de las Escrituras, podemos saber que es falsa.
Hemos cubierto bastante terreno en estos catorce capítulos. En el siguiente capítulo,
el último, me gustaría compartir contigo una forma de acercarse a las Escrituras que
puede resultarte nueva y refrescante. Cuando alguien la compartió conmigo, me ayudó
muchísimo a permitirle a Dios trabajar en mi vida. La Palabra de Dios es “viva y
eficaz”, y Él quiere que su verdad cobre vida en tu vida.
“Ven aquí inmediatamente”, ordenó el hombre con voz severa. Cuando apareció el
niño su padre le dijo: “Te pedí que limpiaras este cuarto, y no lo has hecho. ¿Por qué
no me has obedecido?”.
¿Has oído alguna vez la voz de un papá examinador o el tono de desilusión de una
madre agitada? Casi todos crecimos recibiendo correcciones por las cosas que no
hacíamos bien y nuestro sentido de aceptación se vio dramáticamente afectado por la
forma en que esa corrección se dio y cómo la recibimos. Para muchos que tuvieron
padres autoritarios ese sentido de aceptación se basó naturalmente en su desempeño
como hijos.
Uno de los errores más grandes que se cometen es leer la Biblia con los lentes
torcidos de nuestras experiencias pasadas, ya que ese planteamiento distorsiona
nuestra visión y nuestra relación con Dios.
Las investigaciones en el área de la formación de relaciones han llevado a los
psicólogos a lo que se conoce como la teoría del apego. La idea es que nacimos con la
necesidad de tener apegos seguros con los demás, así que inevitablemente vamos a
crearlos, y si no pueden ser seguros los haremos inseguros, incluso si afectan
negativamente a nuestra vida.
Mark Matlock, presidente del ministerio Wisdom Works, pregunta: “Si los apegos
humanos inseguros nos impiden tener conexiones saludables con los demás, ¿podrían
también impedirnos conectar con Dios?”.
Nuestra percepción de Dios generalmente está coloreada por nuestra relación de
niños con nuestro padre y madre, especialmente con el primero. Sin duda la forma en
que te relacionaste con ellos ha influido muchísimo en esa percepción: por ejemplo, si
creciste con padres autoritarios y sentiste su desaprobación, tienes la tendencia a
proyectar esos sentimientos en tu relación con Dios; es natural cargar con esos lentes
torcidos al leer las Escrituras, y eso provoca que veas a Dios como una figura
autoritaria y sancionadora.
Me he encontrado con muchos cristianos que estudian la Biblia con el lente del
“Dios examinador y/o desilusionado”. Al parecer se preguntan al menos tres cosas en
todos los pasajes que leen:

1. ¿Qué pecado debe evitarse aquí? (como si un Dios examinador estuviera


observando con ojo crítico).
2. ¿Qué mandamientos deben obedecerse aquí? (como si un Dios exigente
estuviera reclamando obediencia inmediata).
3. ¿Qué parte de mi vida tiene que cambiar? (como si un Dios desilusionado
exigiera un desempeño perfecto).
No quiero decir que no haya que evitar el pecado, tampoco que no debamos
comprender los mandamientos bíblicos que necesitamos obedecer, pero cuando vemos
Su Palabra a través de los lentes de un Dios examinador y desilusionado estamos
distorsionando su verdad. Pablo escribió a los seguidores de Cristo en Éfeso que
estaba orando para que Dios “les [diera] espíritu de sabiduría y de revelación en el
pleno conocimiento de él; habiendo sido iluminados los ojos de su entendimiento para
que conozcan cuál es la esperanza a la que los ha llamado...” (Efesios 1:17, 18).
La palabra griega para “sabiduría” es sofia, que se refiere a la verdad espiritual que
otorga la capacidad de percibir la verdadera naturaleza de las cosas. La palabra
revelación es la traducción del vocablo griego apokalypsis, que significa descubrir o
desvelar al alma el conocimiento de Dios. En otras palabras, cuando Pablo pedía en
oración que los ojos de nuestro corazón pudieran ser iluminados, estaba pidiendo que
Dios quitara de nuestra vida la imagen distorsionada que tenemos de Él y que nos
permitiera ver la verdadera naturaleza de quién es Jesús hasta que penetrara a lo
profundo de nuestra alma.
Dios quiere abrir los ojos de nuestro corazón para que podamos verle como es y
quitar de nuestra mente y emociones la imagen falsa de un Dios desilusionado o
examinador que fue colocada ahí por relaciones enfermas pasadas y presentes; quiere
que sus palabras inspiradas limpien y rectifiquen cualquier distorsión que tengamos de
Él. Cuando esto suceda podremos experimentar a Dios tal como Él siempre quiso.
Una vez más debo dar el crédito a mi amigo David Ferguson por las ideas que
aparecen en esta sección. El trabajo de David en cristología relacional ha impactado
mucho mi forma de ver a Cristo y su Palabra.
Puedes consultar el recurso de David Relational Foundations (Fundamentos
relaciónales) en la página www.relationshippress.com

¿Qué clase de Dios ves?


Vayamos al episodio en el que Jesús celebró su última cena de Pascua con sus
discípulos, una historia que se encuentra en Juan 14. Él les dice a los doce hombres
reunidos: “Si me aman, guardarán mis mandamientos” (Juan 14:15).
Ahora, supongamos por un momento que estás en el grupo con los Doce y que al
decir estas palabras Jesús te mira a los ojos. ¿Cómo responderías a esta afirmación en
tu mente y en tus emociones? ¿Por qué te estará diciendo Jesús estas cosas a ti? La
forma en que recibes sus palabras en este relato bíblico es algo muy revelador.

¿Está Jesús desilusionado?


¿Qué es lo que tú percibes en la voz de Jesús cuando dice esto acerca del amor y de los
mandamientos? Tal vez lo escuchas a través del filtro de algún sentimiento de culpa en
tu pasado. Puede que veas a Jesús cruzado de brazos, meneando la cabeza y diciendo:
“Si realmente me amaras, habrías guardado mis mandamientos todo el tiempo, tus
caídas de antes y de ahora dicen mucho de ti. Sé que estas tratando de agradarme pero
me has desilusionado mucho”.
Si sientes Su desilusión, tal vez quieras compensarlo trabajando más duro en tu
desempeño para Dios con la esperanza de sentirte digno de Su amor, pero el problema
es que nadie puede vivir perfectamente la vida cristiana. Si en las Escrituras
percibimos a un Dios desilusionado tendremos la tendencia de ver su amor como una
recompensa por nuestro buen desempeño, lo cual puede provocar que nos fijemos solo
en las prohibiciones de la Biblia y que perdamos de vista sus numerosas promesas.
Esta manera de ver las cosas dispone a nuestras emociones a sentir que “Tengo que
hacer lo correcto para recibir amor”, una percepción que afectará sin falta a todas tus
relaciones.

¿Está Jesús examinándote?


Cuando Jesús dice “Si me aman, guardarán mis mandamientos”, ¿te lo imaginas como
si estuviera alzando las cejas y poniendo énfasis en la primera palabra?
“Si me aman...”.
Tal vez percibes un tono cuestionador en Su voz, como si Su afirmación fuera
realmente una advertencia: “¿Sabes que estoy vigilándote para ver si guardas mis
mandamientos?”.
Algunos se imaginan a Dios precisamente así: como un examinador que nos califica
según lo bien que sigamos las instrucciones de la Biblia. ¿Es esa la clase de Dios que
ves? ¿Está junto a ti tomando nota, llevando la cuenta de todas tus acciones tanto
buenas como malas? Es difícil imaginarse a esta clase de Dios celebrando contigo
simplemente por ser la persona que eres, pues sus ojos escrutadores y examinadores
apagarían el gozo de la relación.
Si vemos a Dios como un examinador tendremos la tendencia a recibir incluso la
más mínima sugerencia de corrección por parte de los demás como un ataque personal
y nos pondremos a la defensiva. También es posible que nosotros mismos adoptemos
el papel de examinador y que estemos controlando con sospecha la conducta de los
demás, haciendo una montaña de un grano de arena en relación con cuestiones bíblicas
sin mayor importancia. Como podrás imaginar, a la gente le cuesta disfrutar de la
compañía de alguien que constantemente le está observando y tomando nota de
cualquier desviación de la letra de la ley.
¿Te está aceptando Jesús?
Cuando escuchas la afirmación de Jesús, ¿percibes a un Dios tolerante? Jesús te está
mirando a los ojos: este es tu Salvador, que te ve exactamente como eres, te ama y te
acepta más allá de lo que puedas imaginar. Te dice que en la casa de su Padre hay
muchas moradas, que va a preparar lugar para ti y luego te da una promesa, “...vendré
otra vez y los tomaré conmigo para que donde yo esté ustedes también estén” (Juan
14:3).
Ahora Jesús explica que las obras que ha hecho no fueron realmente suyas sino que
Su Padre trabajó por medio de Él. Luego te hace otra promesa: “De cierto les digo que
el que cree en mí, él también hará las obras que yo hago” (Juan 14:12).
Él te sonríe de modo tranquilizador y luego te da una promesa más: “Y todo lo que
pidan en mi nombre, eso haré...” (Juan 14:13). ¿Te parece que alguna de estas
promesas puede venir de un Jesús examinador o desilusionado? Provienen de Aquel
que te recibe con los brazos abiertos para abrazarte sin reservas ni condiciones. Luego,
con voz tierna y ojos comprensivos, te da una promesa final. Escucha sus palabras y
mira cómo extiende sus brazos hacia ti con una sonrisa en el rostro: “Si me aman,
guardarán mis mandamientos” (Juan 14:15). .
Esta es la primera afirmación de una promesa muy especial para ti con la que quiere
darte seguridad y confianza. Escúchala en los siguientes versículos: “Y yo rogaré al
Padre y les dará otro Consolador para que esté con ustedes para siempre. Este es el
Espíritu de verdad...” (Juan 14:16, 17). ¿No te da esto una confianza increíble? En
realidad Jesús está diciendo: “Si tú y yo tenemos una relación de amor, te prometo que
no te dejaré solo para que intentes vivir la vida cristiana por tus propias fuerzas. Voy a
estar en tu vida por medio del poder y la persona de mi Espíritu Santo, siempre estaré
ahí contigo para darte la fuerza necesaria y el gozo de vivir que siempre he querido
que tengas”. Recordemos que luego añadió: “Estas cosas les he hablado para que mi
gozo esté en ustedes y su gozo sea completo” (Juan 15:11).
Esta es la promesa bíblica que viene a nosotros de parte de un Jesús que nos acepta,
y cuando la recibimos su amor se convierte en algo real para nosotros. De hecho,
gracias a ese amor transformador somos capaces de corresponderle con un amor
profundo y de amarnos unos a otros como él nos ama.
Haz a un lado todas esas ideas preconcebidas sobre Dios surgidas de tus relaciones
pasadas o presentes y permite que las Escrituras definan para ti a un Jesús que te
acepta, que nos ama a cada uno de nosotros a pesar de nuestro pecado, incluyéndote a
ti.
Dios ha provisto por su misericordia la expiación por nuestro pecado con un
altísimo costo: Él separa por un lado lo que somos y por otro lo que hemos hecho, y
nos ama por lo que somos; luego nos acepta (nos recibe con los brazos abiertos) justo
en el momento en que fallamos.
Ese es el Dios que revela la Biblia. Recibe su aceptación incondicional y
experimenta la libertad frente a las culpas falsas y la autocondenación. Responde al
acogedor abrazo del Salvador y descansa en la seguridad de sus brazos. Extiende tu
mano y alcanza la promesa de tener su Espíritu Santo, que te da las fuerzas para vivir
una vida agradable ante Dios.
Si las palabras inspiradas por Dios en las Escrituras van a cobrar vida en nuestra
vida debemos ver a Jesús como realmente es: el Dios que nos ama y nos acepta sin
condición por lo que hizo Cristo en la cruz. Ahí está Jesús con los brazos abiertos,
anhelando guiarnos por Su Palabra para que podamos conocerle más íntimamente. Si
vemos a Dios con otros lentes, distintos al Jesús que nos ama y nos acepta, eso
distorsionará Su verdad y esta se volverá irrelevante para nuestra vida.
El Señor Jesús hizo una oferta especial a quienes lo oyeron en persona hace dos mil
años y hoy nos hace esa misma oferta a ti y a mí. Escucha sus palabras:

Vengan a mí, todos los que están fatigados y cargados, y yo los haré descansar.
Lleven mi yugo sobre ustedes, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de
corazón, y hallarán descanso para su alma (Mateo 11:28, 29).

Jesús quiere que estés en yugo con Él (los dos juntos), tan estrechamente que puedas
aprender de Él; quiere que aprendas quién es en realidad y lo mucho que te ama;
quiere que encuentres verdadero descanso para tu alma. Al leer su Palabra, procura
aprender la manera en que cada pasaje provee nuevo conocimiento sobre quién es
Dios. Descubre su corazón y sus motivos en las páginas de las Escrituras y explora la
manera en que la Biblia te habla sobre un Dios que te ama entrañablemente y a quien
puedes amar sin reservas. Fíjate en cómo te acepta Jesús y cómo quiere amar a los
demás por medio de ti. Mira la Palabra de Dios como un medio para conocerle y Él te
dará las fuerzas para vivir como debes. Pedro escribió: “Su divino poder nos ha
concedido todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad por medio del
conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y excelencia” (2 Pedro 1:3).
La Palabra de Dios es “viva y eficaz”, es la expresión del corazón de Dios hacia el
tuyo, es confiable y segura, es la palabra de verdad y vida. Conócela, experiméntala y
compártela con los demás. El Señor Jesús dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis
palabras no pasarán” (Mateo 24:35).
«DIJO DIOS… Y FUE ASÍ»

El propósito relacional de las Escrituras es una realidad poderosa, la asombrosa


verdad de que Dios quiere que tú tengas una relación íntima con Él… Dios quiere
que le conozcas íntimamente, quiere darte plenitud, completarte y darte gozo en
tu amor por Él y por otras personas; por eso nos ha dado Su Espíritu y Su Palabra.

La Biblia no es un libro ordinario. Sus páginas son la respuesta para satisfacer


cada una de tus necesidades y proveer dirección para tu existir. Creadas por el
mismo Dios, las Sagradas Escrituras tienen la capacidad de infundirte nueva
vida... revelando el verdadero corazón de un Dios que te conoce, te ama y desea
que tú también lo conozcas íntimamente.
JOSH McDOWELL utiliza documentos bíblicos antiguos y otros hallazgos
arqueológicos para explicar el inigualable carácter histórico de la Biblia. Además
de enseñar cómo se escribieron y por qué son fiables este libro muestra qué es lo
que hace que las Escrituras sean un texto en el que se puede depositar confianza
absoluta. Sin embargo no se limita a destacar la fiabilidad histórica de la Biblia,
sino también en la importancia de saber que podemos transformar cada aspecto
de nuestras vidas mediante la Palabra Inspirada por Dios.

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