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El peso de Bolívar

Aún en estos días no deja de sorprender el hecho de que la presencia de un


hombre en la historia latinoamericana haya representado tan hondos y polémicos
sentimientos, pero siempre reconociendo la importancia de su figura para el desarrollo
de la gesta de independencia de buena parte de la América del Sur. Simón Bolívar tiene
un peso específico para la historia de Suramérica y éste ha sido indudablemente el
motivo de la escritura de miles de libros en los que se asoman posturas favorables o en
contra de su forma de organizar la guerra o de administrar los estados que fueron
logrando la Independencia.
La Historia, debemos recordarlo, en sí misma no existe; ella no es más que la
recreación que hacemos los historiadores para designar la importancia de algunos
hechos por encima de otros y, esa jerarquización nos lleva a adelantar una postura
propia, que generalmente pretende dar una explicación, unas más objetivas que otras, a
los hechos del pasado. De manera tal que hay muchas y muy diversas maneras de
conocer y entender la figura de Simón Bolívar ante la historia; y esta visión es diversa, a
la vez, en cada país de los que formaron el denominado proyecto “República de
Colombia” (La grande).
En la mayoría de los casos, las guerras tienen algunas variables que terminan por
decidir su rumbo, y estos imponderables son los que hacen, finalmente, que la historia
sea una suma de complejidades que determinan la imposibilidad de establecer criterios
de generalizaciones o leyes inexorables de los hombres. Deben ser tomados en cuenta
factores como la preparación militar, la capacidad de estadistas de los gobernantes, la
frialdad y arrojo en las acciones y hasta una de las más difíciles de comprender como es
la fortuna.
El peso de Bolívar para el Perú
No pretendemos aquí disertar si Bolívar era mejor estadista o mayor guerrero
que José de San Martín (también denominado Libertador, por cierto), o si también era
mejor político que José de la Riva Agüero o José Bernardo de Tagle (primer y segundo
presidentes del Perú). Si las campañas realizadas por los colombianos denominada
“campaña del Perú”, desde el Norte, fue mejor dispuesta y organizada por Bolívar y
Sucre, que las denominadas “campañas de intermedios”, con menos suerte comandadas
por Rudecindo Alvarado y Andrés de Santa Cruz; lo cierto es que la campaña llevada a
cabo por Bolívar contó con mejor suerte.
Lo que sí quedó claro para la historia fue que San Martín decidió dejar los
destinos del Perú en manos de Bolívar y, muy probablemente, la razón de esta decisión
estuvo influida por el clima de anarquía que se suscitaba tanto en el Alto Perú como en
el Rio de la Plata, lo que determinó que los Libertadores del Perú no contaran con
suficientes recursos, armas y voluntad política para enfrentar, solos, al Virrey La Serna
y sus experimentados comandantes José de Canterac y Jerónimo de Valdés.
Lo que queremos resaltar aquí es que la idea de un Perú Monárquico
independiente impulsada por José de San Martín fue derrotada por la idea de República
que tenía Simón Bolívar, a su imagen y semejanza, tal como lo demuestra la
Constitución de Bolivia recién instaurada en 1826 denominada “la Vitalicia”. Bolívar no
solamente lleva adelante su idea de un Estado férreo y centralista para todos los países,
sino que, para el caso del Perú, modificó parcialmente hasta su bandera, lo que terminó
de sellar su poderío y gobierno.
El peso de Bolívar para Venezuela
En Venezuela la figura de Bolívar ha sido de una importancia capital para el
desarrollo de toda nuestra historia, desde su muerte hasta nuestros días. No hay ninguna
faceta de la sociedad que no se haya inmiscuido su memoria y pensamiento y, de esa
manera, la población se ha sentido que, como una protección divina, tiene a Bolívar
como un acompañante de sus desdichas.
Bolívar en Venezuela fue impuesto como una religión, ya no se trata de un
prócer a quien rendirle culto, ahora es una deidad, la que inspira a todos los gobiernos y
desarrolla todas las políticas. Y este nuevo culto fue creado más para una utilización del
personaje con intención política, que histórica.
Ya para el año 1842, el hombre más importante de Venezuela y, a su vez, héroe
de la independencia como fue José Antonio Páez, realizó el traslado de Santa Marta,
Colombia, los restos mortales del Libertador y, en fastuosa ceremonia, los subió desde
el puerto de La Guaira, cercano a Caracas, en varias carrozas fúnebres, por lo que las
crónicas dan cuenta de un fuerte impacto en la población al observar aquel rito fúnebre.
Más adentrado el siglo, otro Presidente, Antonio Guzmán Blanco, también
percibió lo importante que podía ser la figura de Bolívar para legitimar su gobierno y
construyó la sede de lo que sería el Olimpo criollo, fundó el Panteón Nacional, con lo
que quedó sentado para siempre que allí reposan los santos de la Patria y el santo mayor
al frente que, por supuesto, era Simón Bolívar.
Así, todo el resto de los gobernantes del siglo XIX fueron haciendo uso de su
figura para informar a la población que sus decisiones estaban guiadas por la mano de
tan excelso personaje, ya completamente introducido en la mentalidad de la población
como la imagen del hombre más bondadoso y justo.
Entra el siglo XX y la historia se repite, los presidentes Cipriano Castro y Juan
Vicente Gómez llevan hasta el delirio su figura por lo que, incluso, Gómez celebra el
centenario de su muerte en 1917 con una espectacular serie de eventos que hacen pensar
que su gobierno no es más que la continuidad inmediata de la gloria libertadora. La
fecha y nacimiento de Juan Vicente Gómez, para más señas son o así lo quisieron
parecer, idénticas a las de Simón Bolívar. Así se inicia el siglo XX con una figura
providencial al frente.
Además, algunos gobiernos democráticos (Eleazar López Contreras e Isaías
Medina Angarita) continúan exaltando el legado bolivariano, y otros, ya fuertemente
dictatoriales como el de Marcos Pérez Jiménez, lo llevan de la mano para justificar los
desmanes de su gobierno, sobre todo a partir del supuesto de que Bolívar siempre
sostuvo la idea de que Venezuela necesitaba de un hombre fuerte que, con mano dura,
echara adelante las riendas del progreso. A pesar de ello, las fuerzas democráticas
dieron al traste con su gobierno y, también de la mano de Bolívar, deciden derribar la
dictadura.
Los gobiernos democráticos que continúan desde 1958 hasta el final del siglo
XX, también hacen alarde de la figura máxima de la historia criolla y, unos más y otros
menos, logran justificar hechos de corrupción y despilfarro estatal que lleva a las
principales ciudades del país a ser pobladas con una extensa migración del campo que
sale de sus rutinas agrarias para conformar grandes cinturones de miseria a sus
alrededores.
En algunos momentos, en una época de fuertes contradicciones políticas y
militares que hemos denominado la época de la guerrilla, se enfrentaban las células
guerrilleras “Simón Bolívar” de la izquierda en armas contra el gobierno, contra algún
destacamento, paradójicamente también llamado “Simón Bolívar” del ejército
venezolano. Es decir, Bolívar en Venezuela sirve para todos los gustos políticos.
La política venezolana ya lleva inserta, como un sello, la marca de Bolívar y así,
hasta la moneda oficial, de su mismo nombre, termina por desvalorizarse, tanto o más
que los partidos políticos y las instituciones gubernamentales. Este hecho termina por
profundizar el malestar general de toda la población para con aquella Venezuela que se
creía próspera y rica y terminó siendo pobre y dependiente pues de lo único que vivía
era de la riqueza petrolera.
Así, llega el siglo XXI y los venezolanos llegamos a la mayor histeria colectiva
de la que se haya tenido noticia acerca de la utilización de la historia en función política.
En elecciones presidenciales queda como ganador el Presidente Hugo Chávez Frías e
inmediatamente comienza el punto más álgido de la locura política e histórica que haya
tenido nuestro país.
La Constitución de 1961 es modificada por una nueva que amplía los derechos
de los venezolanos a un punto que ni los estados más prósperos del planeta pueden
ofrecer; la locura se había desatado en Venezuela. Se modifica el nombre de la Nación y
comienza a denominarse República Bolivariana de Venezuela, se hacen cambios a los
símbolos patrios a petición del Presidente, pero, por supuesto por los más profundos
sentimientos bolivarianos. ¿Si Bolívar había modificado la bandera del Perú por qué
razón no habría este Presidente de poder modificar los propios símbolos patrios?
Todos los actos oficiales realizados en la historia de nuestro país, para ser
reconocidos como tales, debían tener entre sus eventos la tradicional ofrenda floral en
las respectivas plazas “Bolívar” que existen en todo el territorio nacional como mandato
constitucional y cuasi religioso.
En fin, pareciera que Venezuela, a lo largo de toda su historia se ha abalanzado
hacia una suerte de hiper bolivarianismo por el cual ya los venezolanos hemos perdido
la capacidad de asombro y, en fin, ya el país ha entendido que la política, la economía y
la sociedad tienen que estar vinculados a la figura de Bolívar estrechamente, incluso
muchos pobladores le atribuyen propiedades curativas y hasta le rezan para salvar a un
ser querido enfermo.
El paroxismo no se ha detenido aún. La nueva Constitución de 1999 obliga a
todos los municipios del país a que lleven, a manera de prefijo, el calificativo de
bolivariano. De tal modo, la locura generada ha llevado a que el principal municipio de
la República, el de la capital, se denomine “Municipio Bolivariano Libertador”.
Toda esta locura nos ha llevado a considerar que nuestra República no ha hecho
más que mirar al pasado para enfrentar el futuro y probablemente lo que se necesita es
mirar hacia adelante, dejar a los héroes en sus tumbas y comenzar a observar la historia
como realmente es y nos puede servir; como una manera de ver el mundo real sin las
fantasías heroicas diseñadas para justificar regímenes despóticos y manipulaciones
burdas de la historia para engañar a los incautos en un afán de patrioterismo que, hasta
ahora, sólo nos han llevado por un despeñadero.
Juan Carlos Reyes1
Caracas julio de 2020

1
Profesor de la Universidad Central de Venezuela y jefe del Departamento de Investigaciones de la
Academia Nacional de la Historia

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