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Al rechazar toda forma de objetivismo, Troploin afirma que la acción de las clases
explotadas es el único factor determinante en el devenir revolucionario. Llegan a
decir incluso que en el pasado la revolución comunista siempre fue posible, y que
si ésta no ha ocurrido no fue porque lo impidieran las condiciones estructurales
de la sociedad, sino porque la voluntad y la consciencia de los explotados no
estaban lo bastante desarrolladas. Dauvé y sus amigos a menudo han sido
acusados de defender un nuevo “humanismo subjetivista” que ignora la
importancia de aquellos factores estructurales que escapan a la acción inmediata
de las personas. Ellos se defienden argumentando que es inútil analizar factores
que en el pasado estuvieron fuera del alcance de los hombres, y que hoy
seguirían estándolo. Para ellos las “condiciones objetivas” son una frase que
oculta la sumisión de los hombres a una realidad alienante. Sólo se debe discutir,
para transformarlo, aquello que como explotados podemos hacer por nosotros
mismos para emanciparnos.
Por otro lado está el ambiente animado por el grupo Theorie Communiste,
quienes admiten una dialéctica histórica compleja donde intervienen tanto
factores subjetivos como objetivos. Para ellos el principal defecto de la
perspectiva de Troploin es que no aporta herramientas conceptuales útiles para
entender los movimientos revolucionarios del pasado, sus fortalezas y sus
debilidades, su fracaso. Asimismo, consideran que tal punto de vista no entrega
suficientes elementos que ayuden a potenciar las luchas sociales del presente,
más allá de una saludable voluntad de oponerse prácticamente a la dominación.
Los de Theorie Communiste piensan que se requiere un esfuerzo teórico mucho
mayor, que apunte al fondo del problema. Para ellos el fondo del problema es:
“La clase trabajadora desde su origen ha estado profundamente ligada a la clase
capitalista, en una relación dialéctica donde ambas representan polos opuestos de
una misma dinámica social alienada. De ahí provienen los límites y fracasos de los
movimientos revolucionarios del pasado. La cuestión ahora es criticar esa dialéctica
que mantiene unida a ambas clases en un antagonismo mutuamente dependiente,
tratando de identificar los factores que pueden poner fin a esa relación”. Pues bien,
¿dónde se encuentran esos factores? En la realidad material, concreta, inmediata,
de la lucha de clases. Es decir, en el terreno donde la clase trabajadora tiene que
elegir continuamente entre profundizar su antagonismo con la clase explotadora
tensando la cuerda al máximo, o llegar a acuerdos con ella con tal de seguir
subsistiendo como clase explotada.
Ahora les dejo un texto producido por un activista anónimo que usa el nombre de
Raoul Victor, titulado: “La visibilidad del proyecto revolucionario y las nuevas
tecnologías”. El autor participa en el foro de discusión del Proyecto Oekenux,
que se define así:
“En el Proyecto Oekenux diferentes personas con diferentes opiniones y diversos
métodos estudian las formas económicas y politicas del Software Libre. Un
problema importante consiste en saber si los principios del desarrollo de
Software Libre pueden constituir las bases de una nueva economía, que podría
ser el fundamento de un nuevo tipo de sociedad”.
Esta preocupación por sí sola ya dice bastante en relación con la controversia que
describía antes. Lo que resulta interesante aquí es que se trata de unas
reflexiones nacidas de ambientes que no entroncan directamente en las
corrientes revolucionarias más tradicionales. Esto les permite abordar una serie
de problemas contemporáneos sin las trabas intelectuales que implica asumir – o
ser acusado de asumir – de antemano posiciones “objetivistas” o “subjetivistas”.
¿No es esta capacidad de prestar atención directamente a los hechos materiales
disponibles una condición para poder hacer la crítica de la economía política?
Lo que los autores de Processed World lograron intuir hace 30 años, hoy es una
realidad palpable para una masa de explotados que pasan gran parte de sus
vidas enchufados a las cadenas de montaje digital… o bien creando, con espíritu
crítico, usos no alienantes para las herramientas tecnológicas disponibles. El
hecho es que una nueva generación de trabajadores dedicados a la informática y
las comunicaciones, empieza a preguntarse hasta dónde podrían llevarnos las
lógicas subyacentes a la producción digital. Curiosamente, es en los recovecos
de este sector productivo, y no en las reuniones de los viejos militantes, donde la
palabra “comunismo” vuelve a hacerse oír con un sentido concreto y
emancipador. Esto no es tan extraño. Lo extraño sería que alguien que se precie
de “revolucionario” no preste atención a estas tendencias nacidas del seno
mismo del modo de producción dominante. Eso significaría que ha entendido
muy poco o nada de lo que significa ser revolucionario.
Por último, quiero dejar clara una cosa: no adhiero a una visión cándida en la que
el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo abre las puertas a un
mundo por fin emancipado de toda la vieja mierda. Lo que me motiva en esta
discusión es la posibilidad de que ciertos desarrollos materiales como la
informática ayuden a hacer más visible, más palpable, el contenido del
comunismo. Pero no creo que esto sea un rasgo exclusivo de las nuevas
tecnologías. Hoy en día, de hecho, la lucha de las comunidades mapuche por
recobrar su vida en el Walmapu cuestionando el principio fundamental del
sistema capitalista, o sea el derecho de propiedad, contiene en germen esta
posibilidad de hacer visible el proyecto revolucionario. Quizás el mostrar cómo
esto funciona en relación con la tecnología, sirva para motivar a otros a mostrar
cómo funciona en relación con el territorio.
La siguiente nota fue publicada en la revista Invariance, que es animada desde 1969
por Jacques Camatte. Tras la detención de 14 anarquistas chilenos acusados de
“terrorismo”, es muy oportuno leer y difundir este documento.
«Me gustaría verte atada a un poste y hacerte sufrir, quisiera someterte a la peor
de las torturas, porque me resulta detestable oírte decir que todo el mundo
puede ser feliz» (*)
Esto viene a desmentir todo lo que esos poderosos han vivido para ocultar el
hecho de que han tenido que abandonar toda naturalidad, que han sido
domesticados, que están reprimidos. Por eso no soportan que otros hombres y
mujeres se atrevan a vivir lo que, antaño, a ellos les habría gustado vivir. Es por
eso que hoy reactivan el terror y la amenaza que ellos mismos sintieron de no ser
aceptados, y de tener que doblegarse a un mecanismo infernal, reviviéndolo todo
al proclamar que los de Tarnac les amenazan. Y para justificarse, añaden que
también amenazan a todo el país.
Pero ese terror está en ellos, y no es desplazándolo hacia otros(as) como podrán
resolver su inmensa inquietud, su obsesión de sentirse amenazados.
Los poderosos siempre han tratado de manipular el terror con el fin de neutralizar
aquello que les acosa y que nunca podrán alcanzar. A pesar de las matanzas
perpetradas durante milenios, ellos jamás se han salvado porque nunca han
podido percibir que el enemigo está dentro de ellos mismos, y que para salir de
su encierro, deben primero sentir que no hay enemigos.
(*) Carta anónima enviada el 1 de julio 1890 a Louise Michel, citado por Francoise
Thebaud, Louise Z., en “Le Monde”, el 7 de enero de 2000. El contenido de la
respuesta al anónimo: lo que yo experimenté fue peor que la tortura. [Louis
Michel (1830-1905) fue una agitadora e intelectual revolucionaria francesa que se
destacó en la Comuna de París de 1871. NdT]
Y bueno, como algunos textos que he traducido o escrito han sido publicados
en Hommodolars, sitio que parece estar en la mira del inquisidor Peña,
pensé: ¿seré acusado yo también de pertenecer a esa supuesta asociación
ilícita? ¿Serán acusados Ariel Zúñiga Núñez, Cristobal Cornejo y el autor del blog
punk+freejazz+dub… cuyos escritos han aparecido también en ese portal de
contrainformación? Si en su desesperación persecutoria los policías colocan
bolsas con pólvora o armamento de guerra bajo la cama de sus perseguidos, ¿por
qué no iban a escribir e-mails acusatorios para imputárselos a quien quieran ver
tras las rejas? ¿Acaso no consisten en eso las “evidencias científicas” de las que
se jactan los perseguidores de turno? No deberíamos pasar por alto este detalle.
Es importante, fíjense: con tal de poder encerrar a la gente por sus ideas, el
sistema judicial se dota de unos procedimientos probatorios tan “científicos” que
sólo pueden ser realizados por la policía y ¡nadie más puede replicarlos! Es decir
que esos “test científicos” se pueden usar para inculpar a las personas, pero no
para probar su inocencia, ni para que imparcialmente se compruebe la veracidad
de las “evidencias” ofrecidas. ¿No es esto una versión refinada de la policía del
pensamiento de la novela 1984 de Orwell?
En fin, sobre este montaje a la vez ridículo y alarmante, otros ya han dicho lo que
había que decir, mejor de lo que podría hacerlo yo. Más abajo van los links para
que difundan la información.
Sandín afirma que el darwinismo no es más que una justificación ideológica del
sistema capitalista. La teoría de la selección natural – según la cual los más fuertes
son los más aptos y los únicos que deben sobrevivir -justifica la creencia de que
debemos vivir constantemente en competencia. Por el contrario, la naturaleza se
caracteriza por su armonía profunda: sus componentes y las interacciones que se
dan en ella siguen un orden propio, anterior y distinto a las valoraciones
humanas, que son siempre fruto de unas estructuras sociales determinadas. Al
revés de lo que afirma hoy en día una ciencia reducida al estado de servidumbre
económica, los seres vivos no deben su existencia a una despiadada competición
mutua, no hay tal cosa como unos “genes basura” ni tampoco virus o bacterias
“asesinos”. Tales términos sólo revisten al universo natural con los prejuicios
nacidos de una sociabilidad humana aún terriblemente subdesarrollada.
(Extraído de Caosmosis)
Este libro – aparecido primero bajo el título «Un Monde Sans Argent», en tres
entregas sucesivas entre 1975 y 1976.- expone con un lenguaje sencillo y directo,
lleno de humor y de sentido común, las premisas históricas y las tremendas
posibilidades del movimiento comunista. Pero no se trata para nada de un
“manual para principiantes” de ésos cuya eficacia descansa en la débil
curiosidad de unos lectores acostumbrados a consumir textos que no afectan en
nada sus propias vidas. «Un mundo sin dinero» es un libro de agitación
comunista, en el mejor sentido del termino: dado que en sus páginas se expresa
un movimiento viviente que implica de un modo u otro a todo el mundo, este libro
no puede dejar de afectar al que lo lee. En «Un mundo sin dinero» no sólo se
discute la posibilidad de una radical transformación social futura; sobre todo se
habla de lo que somos y hacemos aquí y ahora, de cómo es y cómo funciona
nuestra actividad diaria… Habla de lo real para ayudar a transformarlo. Como se
afirma al principio de este primer volumen: “Discutir sobre la organización
comunista de la sociedad es, a pesar de los riesgos de error, comenzar a levantar la
chapa de plomo que pesa sobre nuestras vidas”.
DESCARGAR VOLUMEN 1
DESCARGAR VOLUMEN 2
Hace un tiempo subí a este sitio algunos textos donde se cuestiona la supremacía
dada a la organización en los círculos radicales («Sobre la
organización», «Apuntes sobre el ‘problema’ de la organización» y «La
organización como consecuencia de la práctica»).
Junto con subir dos textos donde se discute el sentido y la finalidad de los
atentados violentos tanto en contextos de paz social como de agitación
revolucionaria, dejo una nota que espero sirva para complementar la discusión.
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Desde hace algunos años abundan los atentados explosivos reivindicados por
grupos insurreccionalistas, y las discusiones a propósito de esas acciones y de la
ideología que las anima. Esa confrontación entre “organizacionistas” y partidarios
de la violencia apunta hacia un callejón sin salida: a la desesperación temeraria
de unos se opone la lucidez resignada de los otros, dejando en el aire la
sensación de que si uno rechaza el capitalismo está obligado a elegir entre ser un
forajido o un devoto de la organización. Ambos puntos de vista reflejan el peso
muert
o dejado por las ideologías revolucionarias del pasado, todas ellas variaciones de
la misma vieja melodía socialdemócrata: “las masas han de ser despertadas,
organizadas y movilizadas para que hagan lo que no podrían hacer dejadas a su
propia suerte”. Sobre ese tema de fondo desvarían los abnegados organizadores
de masas y los impacientes niños salvajes, comprometidos cada cual con los
medios que consideran mejores – aparatos organizativos o bombas, da igual –
para alcanzar el mismo fin: hacer que otros hagan lo que no han hecho
y deberían hacer.
Así que hay una continuidad esencial entre la ideologia revolucionaria de 1910 y
la del 2010, ambas condenadas, por su propia naturaleza, a servir a la
contrarrevolución. No hay que ser demasiado sagaz para percibir cómo en los
ambientes radicales los antiguos adeptos del vanguardismo leninista, ahora
reconvertidos en anarquistas insurreccionales, hacen sentir el peso muerto de su
historia de fracasos. Ya sea que defiendan la organización formal o la “afinidad”,
su discurso y su práctica parten siempre de la misma perspectiva alienada: al
proletariado uno se acerca, le despierta, le venga, le hace actuar… en nombre de
sus intereses y desde una posición exterior. Es así, y por más que algún
insurreccionalista actualizado invoque la concepción inmanente del comunismo
(“cada acto es expresión del movimiento real”, etc.), esto no pasa de ser una
justificación a posteriori y sin fundamento: lo que tiende al comunismo no lo hace
por obra y gracia de las intenciones que uno declara tener, sino por el significado
objetivo, social, de sus actos. Por más convencida que una persona esté de sus
razones, éstas no valen nada si no son contrastadas con las razones del resto: la
razón, como la lógica y el pan de cada día, es un resultado social.
Ésta es una verdad que, para los comunistas, no necesita ser demostrada. Los que
no han logrado experimentar esta verdad concretamente, en sus relaciones
cotidianas, sienten en cambio la necesidad de “organizar” a otros o de
“despertarlos”, para que esos otros hagan lo que se supone que tienen que
hacer. Ellos, organizadores o dinamiteros, creen que si los demás no se han
organizado o no han “pasado al ataque”, es porque no se han dado cuenta de algo,
algo que hay que hacerles ver organizándolos o impresionándolos
con golpes noticiosos. Pero al actuar así sólo están canalizando su propia
desconexión vital respecto a los intereses objetivos del proletariado, respecto a
sus reales posibilidades de desarrollo y a sus límites actuales. Esa desconexión
les lleva a identificarse con el proletariado, asumiendo que sus acciones son las
adecuadas sólo porque las hacen en su nombre. Pero uno sólo puede identificarse
y actuar en nombre de algo que no es uno mismo, algo que es otra cosa distinta
de uno; desde esa posición exterior cualquier intento por definir los intereses de
conjunto del proletariado y por defenderlos, parte de una falsedad fundamental.
El hecho de que existan proletarios que asumen esta posición dice poco sobre su
posición objetiva en la sociedad, pero mucho sobre su desclasamiento subjetivo.
Aunque ellos mismos sean proletarios, sus actos no expresan el interés de
conjunto del proletariado – que es auto-emanciparse de cualquier fuerza exterior
a su propio ser – sino su propio interés privado: sueñan con separarse de su clase
para volver a ella como salvadores.
Carlos Lagos P.
Apocalipsis y sobrevivencia
Febrero 2010
Sería utópico esperar que una actividad así emancipada pueda desplegarse bajo
las actuales condiciones capitalistas. Pero también sería iluso creer que se
pueden establecer relaciones comunistas mediante una actividad que profundiza
y refuerza las mistificaciones dominantes. No importa que esas mistificaciones se
defiendan en nombre del comunismo o de la revolución social: en sí mismas son
síntomas de debilidad e indulgencia frente al modo de vida capitalista.
La miseria advertida ya en los años treinta por Sam Moss en su artículo «La
impotencia del grupo revolucionario», se ha plegado sobre sí misma dando origen
a una miseria redoblada: ya no se trata sólo de grupúsculos revolucionarios que
se creen imprescindibles y que son totalmente ignorados, sino de individuos que
al no poder siquiera formar tales grupúsculos, usan internet para hacer creer que
su obra individual es la de un grupo o de una corriente. Como si bastara con
escribir la palabra “nosotros” para superar la indigencia en que se hallan las
minorías revolucionarias, a menudo reducidas a los dedos de una mano. Pero esa
indigencia, que sólo refleja el repliegue generalizado de la clase trabajadora, no
se puede superar con fórmulas mágicas ni con acciones desesperadas de
“propaganda”. La actividad que puede favorecer el resurgimiento de una
perspectiva comunista concreta, no tiene nada que ver con “despertar” a los
otros mediante golpes publicitarios, ni con cultivar alguna forma de reputación
radical; su eficacia se da en un nivel más profundo: a nivel de las relaciones entre
los revolucionarios y de ellos con su entorno. Tal eficacia sólo se puede juzgar
por el contenido mismo de esas relaciones y de la actividad que expresan.
Si detrás de esta web no hay un grupúsculo, tampoco hay, por el momento, una
sólida capacidad de producción teórica propia. Sólo la capacidad para asignar
grados de relevancia a determinados textos, capacidad para traducirlos y para
darles alguna difusón (se han privilegiado textos que no estuvieran traducidos al
castellano o que hayan tenido poca difusión hasta ahora). Como siempre, ¡se hace lo
que se puede! Y ésta es la tarea de los comunistas en cualquier caso: darle el mejor
uso posible a sus capacidades, organizando sus esfuerzos en función de objetivos
concretos.
En un sentido menos inmediato, este sitio web refleja un esfuerzo por rehabilitar la
importancia de la teoría como arma de agitación: los materiales reunidos aquí
forman parte, de hecho, de una tendencia que se caracteriza por considerar la
crítica comunista como una actividad práctica por derecho propio, parte integrante
del movimiento proletario y no un simple “accesorio” o una “condición previa” de la
práctica. Una prueba de que la actividad teórica no ocurre en ningún limbo
separado del mundo real, es que la existencia de este espacio ha servido
concretamente para crear lazos de colaboración – como es el caso de la edición
mancomunada de tres libros con los compañeros de Editorial Klinamen – a la vez
que ha hecho posible un fructífero diálogo con compañeros de otras latitudes.
Teniendo en cuenta estos signos de vitalidad militante, no parece muy descabellado
pensar que un espacio de difusión como éste pueda ayudar a mantener con vida una
tradición de disidencia comunista que casi ha sido sepultada por la historia oficial.
Por último, queda aclarar la cuestión de por qué había que decir todo esto. La razón
es que cualquier discusión o intercambio sería absurdo si partiera de ideas
mistificadas sobre lo que se hace, cómo se hace y quién lo hace. Todo esfuerzo por
desarrollar una comunidad de crítica comunista debe partir por explicitar sus
propias condiciones materiales de producción. Esa es la primera precaución contra
el autoengaño y para impedir la resurrección de la ideología.
Simplemente, hay momentos en que debemos ser capaces de existir y de hacer, aun
si las condiciones adversas impiden, en algunos casos, una verdadera actividad
grupal o de tendencia.
Carlos Lagos P.
Febrero 2010
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