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sábado, 30 de junio de 2018

Félix Rodrigo Mora


ÁFRICA: REVOLUCIÓN, NO EMIGRACIÓN
   

         Al observar la actual situación en el África subsahariana, tan preocupante, viene a la mente, como
fórmula positiva, el título del libro de Frantz Fanon “Por la revolución africana”, editado en 1964. Pero
sólo el título pues Fanon era cualquier cosa menos un revolucionario. Fue un racista antiblanco, un
miembro activo del peor producto político de esa época, el FLN (Frente de Liberación Nacional) de
Argelia, un estatólatra virulento y un agente intelectual del capitalismo global resultante de la II Guerra
Mundial. Sirvió al nuevo orden neocolonial, que es el que ahora está triturando a África y provocando la
emigración de una parte notable de su población joven (con gran regocijo del imperialismo europeo),
probablemente no la mejor, no la más ética, no la más vinculada a sus pueblos y a sus raíces y con
seguridad no la más revolucionaria.

         Ese fue Fanon, Pero su libro tiene, como se dijo, un título excelente: POR LA REVOLUCIÓN
AFRICANA. Claro que es otra mutación social muy diferente a la suya la que hoy se necesita[1]. Una
revolución popular, sin monstruosidades como el FLN argelino[2], sin racismo de ningún tipo y sin
clericalismos, que resuelva los principales problemas de África, hoy en primer lugar el expolio de su
población por los países ricos. Esto recrea y reproduce, aunque a una escala mucho mayor, lo que se
hizo con ese continente entre los siglos VIII y XIX, robarle su gente con la captura, comercio y trata de
esclavos, primero por el imperialismo musulmán y después, a partir del siglo XV, por el imperialismo
europeo.

         Lo cierto es que los problemas de África hoy son la consecuencia de la acción oligárquica y
antipopular, liberticida y desarrollista, misógina y estatolátrica, aculturadora y racista, de los Fanon y sus
correligionarios, los Nyerere, Shengor, Touré, Kenyatta, Mengistu, Nkrumah y Kérèkou, de los prebostes
del “socialismo africano” de los años 50/80 del siglo pasado, y posteriormente de los Sankara y los
Mandela. su locuacidad “radical” no podía ocultar que eran adoradores del Estado y títeres del
neocolonialismo y, por tanto, enemigos de los pueblos africanos, a los que trataron como a menores de
edad que debían ser “liberados” por caudillos carismáticos, intelectuales provistos de abstrusas
teoréticas, apoyados en poderes estatales formidables y carísimos… En realidad, les hicieron padecer
una represión fortísima, les expoliaron con los impuestos, les sometieron a sus caprichos y
extravagancias y les redujeron a una pobreza extrema.

Fueron la última versión del problema número uno de África, la persistencia, desde hace muchos
siglos, de un sistema estatal-esclavista que, aún adoptando variadas formas y manifestándose de
muchas maneras, es siempre uno y el mismo, la ausencia de libertad individual y colectiva debido a que
el Estado/Estados africanos cosifica a la persona hasta hacerla mero objeto mercantil[3]. Hoy esa
situación permanece en lo esencial idéntica a sí misma aunque difuminada en sus formas y apariencias.
Por eso lo que se necesita sobre todo es una revolución de la libertad, una revolución axiológica, en los
valores y la moralidad, y una revolución del sujeto, de la persona.

El progresismo burgués sostiene que en África al sur del Sahara sólo hay un problema, “la
miseria, el hambre y la pobreza extrema”. Para ello ofrece siempre la misma fórmula, desarrollismo
económico a cargo del Estado/Estados y en cooperación con las potencias imperialistas. Así contribuye a

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reproducir el problema número uno de ese continente, la persistencia de formas estatales de hiper-
dominación, de las cuales es una consecuencia entre otras la pobreza.

         Demos la palabra a otro hombre, también negro y de origen africano, éste actual. Me refiero a T.
Iwobi, nacido en Nigeria pero afincado en Italia desde hace bastante años, donde ocupa un alto puesto
político. Recientemente hizo unas declaraciones en contra de la emigración de africanos a Europa.
Advirtió que lo que está aconteciendo “no es emigración, es esclavismo”, de manera que África está
siendo “privada de sus mejores recursos humanos”. En oposición al discurso progresista “antirracista”
compara a la actual emigración con la antigua trata de esclavos (que persiste en los países musulmanes)
y arguye que “África ha sido privada de sus mejores recursos, antes los recursos naturales y hoy los
recursos humanos”. Añadió que “quienes llegan aquí (como emigrantes africanos a Europa) lo hacen
engañados, víctimas de una estafa”.

         El nigeriano-italiano enfatiza un hecho a reflexionar, que él, siendo católico, comprende a las
iglesias africanas, que manifiestan desaprobación ante la salida multitudinaria de jóvenes hacia el Norte,
pero que no comprende que el Vaticano apoye con fruición la arribada de aquéllos a Europa.
Ciertamente, la política del Papa actual sobre la emigración expresa de la manera más despiadada los
intereses del gran capitalismo europeo, al que Francisco sirve. No es menos significativo que la posición
del Vaticano y el Papa en esta materia sea la misma que la de nuestros anticlericales más enardecidos,
izquierdistas, marxistas, anarquistas, progresistas, republicanos y similares… Esto muestra que en las
cuestiones decisivas, y la emigración es una de las más importantes, el bloque de la reacción cierra filas.

En definitiva, el hombre negro Iwobi ha puesto en el lugar que les corresponde a los arrogantes
neo-negreros y neo-esclavistas blancos de la izquierda, que son los racistas más temibles, partidarios de
hacer la sustitución étnica, es decir, la limpieza racial, de los pueblos europeos por medio de los
emigrantes africanos. Para ello la precondición es impedir y prohibir a las mujeres europeas ser madres.
Es muy hipócrita por parte de Francisco y el Vaticano que “denuncien” en abstracto el aborto y se
nieguen a denunciar que, en concreto, el 80% de los abortos tienen lugar por imposición de la clase
empresarial, o burguesa, a sus asalariadas, a las que quieren al ciento por ciento para la empresa y la
producción, a fin de multiplicar sus ganancias dinerarias, sin hijos por tanto.

         Iwobi, al ser de ideología política parlamentarista y derechista, no logra, con todos sus aciertos
analíticos, establecer la vía por la cual África puede conquistar la soberanía sobre su población, a fin de
que ésta trabaje para los africanos y no para los europeos, como es de justicia. Esa vía es la acción
revolucionaria, dirigida a hacer que los pueblos de África recuperen lo que es suyo en los tres niveles de
la economía, 1) las materias primas y productos alimenticios, 2) la riqueza capitalizada en la forma de
elementos productivos y monetarios, 3) la población trabajadora. Todos y cada uno de ellos debe
permanecer en África y no ser llevado a otros continentes, para que de ese modo los africanos puedan
autoabastecerse de bienes básicos, producir lo que se necesita y subsistir decorosamente.

         Lo que estamos viviendo con la emigración de inmensas multitudes es una operación para la
liquidación social, cultural, política, económica e incluso étnica de las sociedades al sur del Sahara,
transformadas ya en espeluznantes criaderos de seres humanos, que luego son empujados, por docenas
de procedimientos (entre los que sobresalen las guerras creadas ex profeso para expulsar a su
población) hacia el Norte. Aquí enriquecen a las oligarquías europeas, sirven como criados a las
desalmadas clases medias europeas (convertidas en bloque al “antirracismo” neo-negrero, o sea, a la
principal forma actual del racismo de blancos) y pagan impuestos con los que mantener los cada vez
más hipertrofiados aparatos militares y policiales de la UE.

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         La liberación de las clases populares africanas hoy incluye la desaparición del régimen odioso de
criadero-granja de personas  con destino a la exportación, a la emigración, lo que ocasiona
maternidades excesivas (de hasta 8 hijos por mujer), que agotan a las féminas. Todo para que las
oligarquías europeas puedan tener mano de obra gratuita, por no criada, a su disposición y en sus
propios países. Esto es un perfeccionamiento del régimen esclavista clásico, en el cual los esclavos
debían ser comprados (o producidos) y tenían que ser trasladados a América, con desembolsos
cuantiosos, mientras que hoy son gratis y llegan por sí mismos, lo que es un ejemplo notorio de la
pertinencia de la teoría del progreso… El régimen de criadero de seres humanos es, en sí mismo, una
prueba de la persistencia en África del orden esclavista, aunque con numerosas modificaciones formales
y accesorias, pues tal fue el sistema de abastecimiento de mano de obra del estato-esclavismo.

También sirve este sistema para que las féminas burguesas y aburguesadas europeas dediquen
su tiempo a hacerse ricas y a disputar ferozmente por mas poder con otras mujeres y hombres, sin
preocuparse por tener descendencia, actividad “inferior” y “degradante” que, con un racismo obvio,
imponen a las féminas africanas. En efecto, ¿no es racista considerar que lo que es tenido por
indeseable para las mujeres europeas resulte excelente para las africanas?

         Romper con esa forma de racismo, neo-trata negrera y expolio imperialista demanda que cada
territorio, cada país, cada continente, se autoabastezca de personas, por tanto, de mano de obra, en vez
de robarla a los países pobres. Si la fórmula de soberanía alimentaria es, con algunas puntualizaciones,
pertinente, también lo es la de soberanía demográfica y poblacional. O sea: los africanos son para África,
no para Europa.

         ¿Cuál sería la naturaleza de dicha REVOLUCIÓN AFRICANA por hacer?

         En primer lugar ha de ser una revolución política que aniquile los descomunales aparatos de poder
hoy existentes, los Estados africanos creados por el neocolonialismo, por Fanon y sus colegas, entre
ellos el inicuo Mandela, máximo preboste del gran capitalismo globalizador que está triturando a África.
El problema principal allí no es la pobreza y el hambre sino la ausencia de libertad, individual y colectiva
por existencia de regímenes estatales hipertróficos. Hay pobreza extrema porque existe sobre-
dominación de modo que sólo una revolución de la libertad puede proporcionar a los africanos los
recursos materiales que necesitan. La libertad es lo primero y principal.

         Por eso todas las “soluciones” consistentes en más Estado (más militares, más policías, más
funcionarios, más impuestos, más intelectuales multi-subsidiados, más adoctrinamiento y más leyes, por
tanto más sometimiento y sujeción de la gente común) agravan el problema de África en vez de
resolverlo, como se comprobó con las “revoluciones antiimperialistas” de 1945-1980 que eran
delirantemente estatistas, pues cualquier ente estatal en las condiciones existentes, se ponga las
etiquetas que se ponga, es y será una nueva versión más o menos camuflada y evolucionada del sistema
esclavista milenario. Con ello empeoraría la dominación, opresión y ausencia de libertades. Tal fue,
como se ha expuesto, lo que hizo el FLN argelino y los partidarios del “socialismo africano” de hace unos
decenios, instauradores de regímenes de despotismo militar-funcionarial supuestamente desarrollistas y
paternalistas pero en realidad fascistas de izquierda. Algunos abiertamente genocidas, como el del
marxista Mengistu Haile Marian en Etiopia. Éste ha sido juzgado por genocidio pero no los jefes del FLN,
que incluso fueron peores.

         Así pues, tienen que ser revoluciones populares en vez de estatales, no realizadas por élites ni por
intelectuales ni mucho menos por militares (esto es del todo aberrante) sino por el pueblo, por los
pueblos. Revoluciones desde abajo y no desde arriba. Han de constituirse, por tanto, pueblos poderosos
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y libres que derroquen las dictaduras estatales existentes y que se autogobiernen por un régimen
democrático de asambleas soberanas. Ni el militarismo ni el estatismo izquierdista (fascismo de
izquierda) ni tampoco el parlamentarismo son solución. Sólo lo es el logro de la soberanía popular por
medio de la libertad política integral, autogobierno por asambleas, derecho consuetudinario africano,
justicia popular, igualdad política y jurídica entre hombres y mujeres, armamento general del pueblo,
libertad de conciencia y libertad civil, fiscalidad mínima y organización global de cada país de abajo a
arriba, sin aparato estatal ni clase mandante, por medio de un sistema de asambleas soberanas en red.

         En segundo lugar, hay que realizar una revolución de la persona, dado que el régimen de
despotismo estatal-esclavista milenario ha dañado, encanallado y envilecido sustantivamente al ser
humano de África. Es necesario establecer el principio de libertad individual con responsabilidad y
moralidad natural, iniciativa personal, autoconstrucción del sujeto y vida ética. Sin esta revolución del
yo, en tanto que tarea en buena media íntima y privada, es absolutamente imposible superar el sistema
de hiper-dominación vigente, cuya consecuencia más visible es la trituración, deshumanización y
cosificación del individuo, lo que en África, por causa del perverso sistema esclavista reforzado por la
trata negrera y neo-negrera, es particularmente grave.

         En tercer lugar resulta imprescindible estatuir un sistema de economía autocentrada en la que los


recursos y las personas africanas sean para África. En oposición al actual sistema de saqueo neocolonial
hay que conseguir que las materias primas y productos alimentación se queden en África, que los
beneficios de las empresas permanezcan allí en vez de ser enviados al Norte y que la mano de obra
trabaje en y para África. En unos cincuenta años, en el caso de que un gran ciclo de revoluciones en
África, Europa y el mundo no lo impidan, el continente africano quedará devastado y desertizado al
completo, si continúa la saca de neo-esclavos para los países imperialistas, por el momento sólo para
Europa pero pronto también para China, Japón, Rusia, EEUU, Arabia de los Saud, Irán e incluso Brasil.
Hay que romper los dientes, metafóricamente, a los neo-negreros de la izquierda y el progresismo[4],
tanto como a los de la derecha y el Vaticano, que se han erigido en opulentos abastecedores de mano
de obra africana al gran capitalismo europeo.

         ¿Qué pueden hacer los europeos para contribuir a LA REVOLUCIÓN AFRICANA ya en curso, en tanto
que colosal mutación continental e integral?

         En primer lugar dejar de lado la mentalidad paternalista, buenista y racista de “ayuda” a los
africanos, propia de las ONGs, la izquierda, la derecha y la Iglesia. Las clases medias europeas,
atiborradas de fervor “humanitario” y de ardor caritativo, deben aprender a tratar en pie de igualdad a
la gente africana, como seres humanos adultos en todo iguales a ellos y no como niños, abandonando
las manías protectoras y asistenciales. Se tiene que ver a los africanos como personas iguales a las
demás en libertad y responsabilidad, derechos y deberes, aciertos y errores, aptas para autogobernarse
y responsables de su propia vida, y no simplemente “víctimas”. Victimizar a los africanos es
horriblemente racista. Sería conveniente, también, que los europeos aprendieran algo consistente y
objetivo sobre el pasado y el presente de África, que vaya más allá de los mantras propagandísticos, tan
erróneos como perversos, del “anticolonialismo” del siglo pasado.

Creer, por ejemplo, que los problemas de África son culpa exclusiva de los europeos es ningunear
a los africanos, negarle su protagonismo en la historia y en el presente y reducirles a meras cosas. Ya
antes se explicó la falsedad radical de ello. Es además, un gran error y un enorme embuste. Va dirigido a
provocar el autoodio en los pueblos europeos, paralizando su obrar transformador y revolucionario. Su
origen es el poder constituido, sus agentes y jaurías.

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         En segundo lugar hay que dar apoyo a los movimientos populares africanos que se encaminen
hacia una solución revolucionaria de los problemas de aquel continente, rechazando las formulaciones
caritativas y de “ayuda”. Éstas son argucias del imperialismo de la UE para distorsionar la economía,
destruir la cultura popular africana, suscitar conflictos y guerras y saquear la mano de obra. Las ONGs
trabajan para las multinacionales, los servicios de información y los ejércitos europeos, los grandes
bancos y el gobierno de Bruselas. Es del combate, llevado hasta la revolución, de donde saldrá un África
nueva.

         En tercer lugar, se debe rechazar el pago de la deuda de los países africanos y el retorno de los
beneficios de las empresas europeas, conforme al principio de que todo lo que es de África debe
permanecer en África. Hay que contribuir a establecer una economía popular comunal autogestionaria
sobre la base de la expropiación sin indemnización de las oligarquías africanas (que llevan una existencia
principesca y derrochadora, a menudo más parasitaria que sus homólogas europeas) y de las
multinacionales de la UE, China, Rusia, EEUU y otros países. Los precios de intercambio no deben ser los
marcados por esa ficción ridícula denominada “libre mercado mundial” sino los que resulten de un canje
justo y equitativo de bienes y servicios, aunque la economía comunal se debe dirigir a abastecer a los
pueblos y sólo muy secundariamente a la exportación. En ella tiene que desaparecer el esclavismo, en
todas sus expresiones y manifestaciones, y también el salariado, en lo más fundamental. Hay que crear,
en resumen, una economía popular autogestionada específicamente africana, de abajo arriba, no desde
el Estado (lo que es imposible) sino desde el pueblo, desde los pueblos.

         En cuarto lugar, los europeos se deben oponer a la emigración de trabajadores de África a Europa.
Han de revolverse activamente contra el expolio de mano de obra, contra el nuevo tráfico negrero y sus
apologetas, los nuevos negreros. Hay que imponer que por cada inmigrante que llegue, el país receptor
entregue 150.000 euros al país donde aquél se ha criado, que es el coste medio de crianza de la mano
de obra en Europa. Esa suma, que contiene y realiza el ideal moral-económico de justicia conmutativa, y
se opone al empobrecimiento exponencial de África con la emigración como mecanismo decisivo de
externalización de sus riquezas, de expolio, ha de ir destinada al pueblo, no al Estado ni a las
instituciones. Hay también que ponerse en pie de guerra para que los salarios pagados a los emigrantes
sean idénticos a los de los autóctonos, de tal modo que los empresarios no encuentren aliciente en la
explotación de la mano de obra neo-esclava, lo que desincentivará la emigración.

         Así mismo, se requiere poner en práctica una política de natalidad, rápida y eficaz, en Europa que
permita la constitución de la inexcusable mano de obra nacida y criada en el viejo continente, lo que
hará innecesario saquear y robar la gente a África. Esto es lo más importante que hoy se puede hacer a
favor de los pueblos africanos, para detener la sangría de la emigración. De manera que impulsar
radicalmente la natalidad en Europa se eleva a factor decisivo para imposibilitar el saqueo y
empobrecimiento, la destrucción y aniquilación, de África.

         Los emigrantes aquí establecidos deben ser persuadidos para que retornen a sus países a hacer allí
la revolución. Se les debe demandar explicaciones sobre su venida, lamentada y mal vista por amplias
secciones de sus pueblos de origen, que les censuran por abandonar a sus familias, a sus padres y
madres, a todos los suyos, para correr tras el dinero y el consumo en una Europa ajena y que les trata
como esclavos. Iwobi, el hombre negro nigeriano-italiano, se hace eco del rechazo a la emigración que
se da ya en una buena parte de las gentes de los países africanos y con ese sector, que irá creciendo a
medida que África se vaya vaciando, y con ello degradándose y empobreciéndose, debemos unirnos.
Hay que tener en cuenta que los países imperialistas planean hacer una saca criminal y
exterminacionista de unos 100/150 millones de neo-esclavos africanos en los próximos 50 años, algo del

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todo insostenible, e inaceptable, que originará rebeliones masivas en contra. Frustrar ese proyecto es
tarea de la buena gente europea, de toda ella, unida con la buena gente africana, también toda ella.

         Hay que recordar a los emigrantes los deberes políticos, morales, convivenciales, sociales y
emocionales que tienen para con sus pueblos, sus culturas y sus gentes. Y de lo políticamente perverso y
moralmente inadecuado que resulta que vengan a Europa a hacer ganar más dinero a las oligarquías
que aplastan a los europeos y que aplastan también a los africanos. A fortalecer con los impuestos que
tributan a los Estados europeos, que un día sí y otro también envían soldados y policías a reprimir a los
pueblos africanos. La emigración a Europa hace, además, de válvula de escape de las tensiones en los
países africanos, que así se protegen de la revolución. Eso es particularmente verdad para los países
islámicos, en los que el clero musulmán se ha hecho gestor de la mano de obra local con destino al
Norte, lo que es una expresión más de la alianza histórica entre dicha clerigalla y el imperialismo
europeo, que se fraguó a comienzos del siglo XIX y que luego ha sido actualizada en varias ocasiones.

         Los europeos deben ver a los africanos emigrantes con realismo y objetividad, ni como “buenos
salvajes” ni, por supuesto, como “sucios negros”. Han de comprender que los seres humanos, todos,
contienen en su conducta y cosmovisión lo sustantivo del orden cultural en que han nacido y se han
criado. Los africanos provienen de sociedades atormentadas desde hace muchos siglos por sistemas
terribles de tiranías estatales hipertróficas, manejo servil de la mano de obra, mega-patriarcado y
violencia extrema, de manera que tienen una naturaleza acorde con las estructuras sociales que los han
creado en tanto que seres humanos. En particular, hay que tener en cuenta que los sistemas esclavistas
africanos son, como todos los de esa naturaleza en cualquier lugar del planeta, extraordinariamente
misóginos, al ser la mujer la víctima principal del sistema esclavista, de manera que quienes han nacido y
han crecido en África sólo con un esfuerzo de autoconstrucción personal largo y complejo pueden
emanciparse de considerar a la mujer como objeto y cosa[5].

Lo mismo cabe decir de su concepción sobre la persona y la libertad individual, nociones


inexistentes en la ideología dominante africana, por esclavista y no por africana. África, por desgracia,
no ha conocido un gran acontecimiento civilizador como la revolución altomedieval sureuropea, e
ignorar esta decisiva verdad sólo puede llevar a errores y conflictos. La objetividad y la exactitud deben
estar por encima de todo. Dicha revolución logró lo que parecía imposible, liquidar la sociedad estatal-
esclavista, y lo hizo a través de una suma de transformaciones sociales e individuales de una creatividad
enorme, de una inteligencia formidable. África, por el contrario, fracasó.

Se podría decir que ésta siguió el modelo de Espartaco, de alzamientos de esclavos finalmente
vencidos, mientras que la Europa del suroeste conoció el modelo bagauda, de levantamiento popular
revolucionario exitoso. Entender por qué fue así es complejo, aunque cabe señalar que una
responsabilidad enorme en ello la tiene el islam, que exterminó en el norte de África al movimiento
donatista, decididamente antiesclavista y en todo equivalente, e incluso precursor, al de los bagaudas
en Hispania y las Galias. Muy posiblemente la aniquilación a sangre y fuego de los donatistas por los
musulmanes a finales del siglo VII determinó la historia de África, en un sentido muy negativo, hasta la
hora presente. Ello dotó de continuidad al sistema esclavista, racista e hiper-patriarcal, estatista y
centrado en la gran propiedad privada.

         Lo cierto es que, retornado al presente, se puede sostener que en todos los países, todas las
culturas y todos los tiempos quienes emigran son el sector peor de la población, el más desarraigado,
egotista y ansioso de beneficios, el que se desentiende de su gente y de su tierra para ir en pos del
dinero fácil. Ya Cervantes calificaba ásperamente a quienes marchaban a las Indias y ese es también hoy
el juicio a emitir, pues quien abandona a los suyos por dinero es un codicioso, un logrero y un inmoral.
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De manera que toda idealización de la emigración que llega a Europa está fuera de lugar. Daña muy
gravemente a África y a Europa, y esto ha de ser expuesto a cada emigrante, con la petición de que
retorne a su país.

         En conclusión, la revolución popular integral europea debe fusionarse con la revolución popular
integral africana. Para hacerse una en pos de la revolución integral mundial.

[1] En la época, el vocablo “revolución” era habitual en los escritos sobre esta materia. Pondré dos
ejemplos, “África: los orígenes de la revolución” Jack Woddis y “La revolución del África negra”, de
Giampaolo Calchi Novati. Todo ello era un colosal malentendido pues lo que estaba en marcha no era
una revolución sino el paso del colonialismo al neocolonialismo, que a menudo fue un tránsito de lo
malo a lo pésimo. Confundir un vulgar cambio en la forma de dominación con una revolución manifiesta
la escasa perspicacia de quienes lo hacen. La explicación materialista de tal desacierto está en los
intereses egoístas de la nueva élite del poder, la aupada al poder con y por el neocolonialismo, en
general formada por intelectuales nativos occidentalizados, como Fanon, por completo ajenos a las
clases populares africanas, a las que manipularon y engañaron, explotaron y reprimieron con furor.

[2] Éste tuvo una inesperada influencia en los pueblos ibéricos cuando el llamado Movimiento Vasco de
Liberación Nacional lo tomó como modelo y referencia, desde principios de los años 60 del siglo pasado.
En vez de encontrar dentro de Euskal Herria las raíces de la revolución vasca, en sus instituciones
ancestrales actualizadas, batzarre, auzolan, komunala, atsolorra, etc., aquél se adhirió casi
exclusivamente a un modelo foráneo, de horripilante catadura, además. Tal obrar muestra lo aculturado
y desvasquizada que estaba ya una parte notable de Euskal Herria. Cuando la totalitaria y criminal
ejecutoria del FLN argelino en el poder se puso en evidencia, a partir de principios de los años 80, su
descrédito contribuyó en bastante al fracaso final de aquel Movimiento.

[3] Al leer esto podría echarse en falta al colonialismo. Pero no. Los hechos indican que los Estados
esclavistas africanos, asombrosamente militarizados, violentos, totalitarios y hostiles a sus propios
pueblos, existían desde mucho antes de la llegada de los europeos, e incluso de los musulmanes. Los
europeos se encontraron con el sistema de Estados mega-esclavistas africanos y con un modo de
producción basado en el trabajo forzado con sometimiento superlativo de la mujer, y lo aprovecharon,
pero no lo crearon pues ya existía. Durante siglos los europeos se redujeron a asentarse en enclaves
costeros, pues no podían penetrar en África, salvo en ciertos territorios minoritarios. No fue hasta la
segunda mitad del siglo XIX cuando constituyeron un sistema colonial total y omnipresente, contando
con la cooperación decisiva de las elites locales esclavistas (así como del clero musulmán), y a veces
fueron llamados por éstas, organizadas en la forma de Estados hiper-coercitivos. Así pues, mientras el
colonialismo en África no tiene ni dos siglos (en muchos países no llegó a existir ni siquiera un siglo) el
régimen de dominación estatal-esclavista autóctono es probablemente milenario. Esto indica cuál es el
problema principal y el obstáculo fundamental a remover.

[4] Hoy el partido español neo-negrero por antonomasia es Podemos. Está cumpliendo con una de las
tareas que le asignaron sus creadores e impulsores en las altas esferas del Estado y la banca, contribuir
al abastecimiento de mano de obra emigrante para el gran capitalismo. Primero  atrae a aquélla y luego
la somete a la inevitable violencia física (todo sistema esclavista o neo-esclavista exige coerción y
terror), como queda en evidencia con la política de apaleamiento diario de la comunidad senegalesa que
lleva a cabo -impunemente- el ayuntamiento de Madrid. Horroriza que aunque los mismos senegaleses
denunciaron al ayuntamiento podemita por darles palizas y luego por intentar comprar su silencio con
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5.000 (sic) euros, nadie, absolutamente nadie, entre la surtida relación de “antirracistas” de nómina,
haya levantado la voz contra la brutalidad policial ultra-racista ejecutada por Podemos, que es la
consecuencia inevitable de su  “antirracismo” verbal, el habitual en las hijas e hijos de papá, blancos y de
clase media. Podemos está siguiendo los pasos de la izquierda europea, por ejemplo, del que fuera
presidente de Francia, François Mitterrand,  que toda su vida combinó la verborrea “anticolonialista” y
progresista con la explotación, dominación, matanza y genocidio de los pueblos de África. Recordemos
aquello de “colonial-comunismo”, usado para definir el colonialismo (hoy neo-colonialismo) de la
izquierda comunista, de la que Podemos es un último retoño. Al haberse embarcado en una línea de
violencia física policial diaria contra los emigrantes africanos, se ha quitado definitivamente la máscara y
se está mostrando como lo que es, un partido fascista/neofascista de última generación que se sirve del
terror cuando lo cree necesario, contra los emigrantes y contra los revolucionarios autóctonos, respecto
a los cuales actúa como una nueva policía política, continuadora de la BPS (Brigada Político-
Social)  franquista. Mostrar y demostrar que es el partido fascista/neofascista por excelencia del Reino
de España es tarea que tiene pendiente el análisis político más rigoroso, y que se hará en su momento.
Llama la atención que mientras buena parte de la izquierda alternativa europea está renunciado a la
política pro-inmigración, como es el caso del Movimiento Cinco Estrellas de Italia, Podemos continua
aferrado a los mantras neo-racistas de antaño, lo que prueba lo rígida y absoluta que es su
subordinación al gran capitalismo español. Ello, además, muestra lo anacrónico, casposo y fuera de
época que es el izquierdismo español, que va cuarenta años por detrás del europeo. Con el partido de
los canallas fascistas España sigue siendo “la reserva espiritual de Occidente”…

[5] El sistema esclavista africano al sur del Sahara a la vez que se centraba en la explotación y dominio,
en la captura y venta de mujeres, tenía en mujeres (en otras mujeres, claro está) organizadas como
aparato militar una de sus principales fuentes de coerción y terror estatal. En efecto, los Estados
esclavistas africanos poseían regimientos femeninos temibles por su combatividad, crueldad y violencia,
que se entregaban a la captura de esclavos y, sobre todo esclavas, y a su manejo y represión posterior.
Es decir, eran mujeres quienes esclavizaban a mujeres (y también a hombres). Eso es una particularidad
de la historia africana, que la hace diferente de la historia de Europa Occidental, en la que no han
existido unidades militares femeninas, dejando de lado algún pueblo peninsular pre-romano, que, al
parecer, sí tuvo féminas que peleaban espada en mano. En esta cuestión África está, en un sentido y
sólo en él, por delante de Europa. Esa particularidad puede contribuir a explicar la asombrosa solidez y
permanencia del sistema estatal-esclavista de África, que al incorporar mujeres masivamente al ejército
se hizo particularmente fuerte, por tanto, perdurable. Ahora en Europa, por lo que parece, se desea
imitar ese modelo africano, con el régimen neo-patriarcal que está siendo construido por el feminismo
de Estado, en el cual las feminazis serán (lo son ya) una fuerza represiva sustancial contra mujeres
revolucionarias y no-revolucionarias, y también contra hombres. Por ejemplo, en el reino esclavista de
Dahomey (hoy República de Benin), fundado en el siglo XVII, la “principal fuerza de ataque estaba
formada por mujeres”, por miles de ellas, poderosamente armadas y de una crueldad notable, con
mandos y oficiales también femeninos. De ellas dependía en lo esencial la continuidad del régimen
esclavista, que vendía una buena parte de su ganado humano, mujeres tanto o más que hombres, a los
europeos, tras capturarlo en sangrientas incursiones y guerras por los territorios vecinos, aunque tenían
también instituciones de crianza de esclavos. Que hoy la República de Benin tenga 5 hijos por mujer es,
muy probablemente, una herencia de los sistemas de crianza en granjas de seres humanos propias del
régimen esclavista autóctono, que existió hasta finales del siglo XIX. En “Warrior women: The amazons
of Dahomey and the nature of war”, R.B. Edgerton, y “Amazons of black Sparta. The women warriors
of Dahomey”, S. B. Alpern.

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