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Science, Technology, and Government


de Murray N. Rothbard

Máster en Economía de la Escuela Austriaca


Innovación y tecnología en los procesos de mercado

Antonio España Contreras


13 de octubre de 2009

-1-
El debate sobre el sostenimiento de la I+D+i por parte del estado está de actualidad tras
la presentación del borrador de Presupuestos Generales del Estado para el año 2010
que, en su confección presente suponen un recorte del 15% para el departamento que
supuestamente vela por esta actividad en España1 .

Ante el mencionado anuncio no son pocos quienes, alarmados, se han movilizado en


defensa de la Ciencia, oponiéndose vehementemente y sin un mínimo análisis crítico o al
menos una reflexión previa, dado que los argumentos se reducen a presentar el recorte
como dañino para la I+D+i del país, al ser “asfixiada por la falta de recursos”2. Por ello, en
este contexto, es relevante y clarificador el artículo escrito por Murray N. Rothbard en
1959 y que comentaremos en las siguientes líneas.

Y es que sin duda, la asignación de recursos a la I+D+i (donde englobamos ciencia,


tecnología e innovación) es, como señala Rothbard, un subconjunto del problema más
amplio y cuestión económica clave: la asignación de recursos en general.

Porque si miramos de manera estrecha a la cuestión de la financiación de la I+D+i, ¿quién


podría estar en desacuerdo con la idea de que mejor cuanto más dinero para la ciencia?
El problema, sin embargo, surge cuando alejamos el zoom y abrimos la perspectiva:
resulta que hay otras muchas actividades que demandan recursos y que son tan
necesarias o más como la propia ciencia, porque

...if there are to be more scientists, or more scientific research, then there must be less
people and less resources available for producing all the other goods and services of
the economy.

Por tanto, habría que discernir cuánto hemos de desviar de la producción de otros bienes
para dedicarlo al “impulso” del I+D+i. Y, una vez decidida la cantidad, hay que resolver
aún otro problema más: escoger entre qué iniciativas y programas de investigación
repartimos ese montante que hemos separado para dedicarlo a la ciencia y la tecnología.

A ambos interrogantes Rothbard plantea que, como en el cualquier otra esfera de la


economía, la solución más eficiente en términos dinámicos al problema de asignación de
recursos -inter- e intrasectorial- consiste en dejarlo a la creatividad empresarial
desarrollada en un mercado libre, que tiene la virtud de asegurar la mejor asignación de
recursos y de hacerlo, además, coordinadamente, gracias a las señales que a través de
los precios se transmiten a consumidores, trabajadores, inversores y empresarios.

En su análisis, Rothbard diferencia claramente la investigación civil de la militar,


dedicando un interés especial a este segundo caso, que no es de extrañar dado que en
1959, mientras gobernaba el Republicano Eisenhower, se producía la escalada
armamentística nuclear y la carrera espacial características de los años más “calientes”
de la Guerra Fría (y que culminaría en su punto de mayor tensión con la crisis de los
misiles de Cuba, ya con el Demócrata Kennedy en la Casa Blanca).

1Ver, por ejemplo la noticia publicada en la edición online de El País el 4 de octubre de 2009: http://
www.elpais.com/articulo/sociedad/ciencia/victima/presupuesto/elpepusoc/20091004elpepisoc_3/Tes
2 Léase a modo de muestra, el artículo publicado por uno de los bloggers más afamados y seguidos en
España y, que curiosamente, es profesor universitario en una institución privada: http://
www.enriquedans.com/2009/10/la-ciencia-espanola-no-necesita-tijeras-no-al-recorte-del-presupuesto-en-
id.html

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Sin embargo, lo único que diferencia, en opinión de Rothbard la ciencia militar de la civil
es que en el primer caso el estado juega un papel fundamental como único consumidor
de I+D+i en el campo de la defensa, al detentar el gobierno el monopolio de la fuerza3 .

Como único consumidor, por lo tanto, es el gobierno quien fija y determina por la vía del
presupuesto nacional, la demanda efectiva de los bienes y servicios necesarios para
construir la estrategia de defensa que estima más apropiada en cada momento. Parte de
estos bienes y servicios, caen bajo el epígrafe de la I+D+i.

No obstante, pese a que el gobierno es quien determina unilateralmente la inversión,


Rothbard advierte que no debe olvidar nunca que los recursos que dedique a este
concepto -y que se extraen del flujo económico por medio de los impuestos- son recursos
que no se están dedicando a otras actividades civiles. Y no lo dice expresamente, pero se
puede leer entre líneas, que por desviar demasiados recursos del sector privado, se
termine teniendo un poderoso ejército pero que no haya nada que defender -¿acaso no
es así como terminó la URSS?

Por otro lado, recomienda fervientemente dejar en manos del sector privado la mayor
porción posible de la actividad científica con fines militares, limitándose el gobierno a
acudir al mercado a adquirir los desarrollos correspondientes, en lugar de actuar como
una corporación verticalmente integrada que abarca desde la investigación básica hasta
la fabricación de los ingenios bélicos. Y, en todo caso, allí donde sea necesario por
cuestiones militares contratar directamente técnicos y científicos en lugar de adquirir los
servicios de empresas privadas, Rothbard insiste en que dicha contratación se haga con
arreglo a las condiciones vigentes en el mercado libre.

Porque uno de los problemas a los que Rothbard dedica bastante espacio, y que está
relacionado con esto último, es la aparente falta de científicos de la que adolece la
economía norteamericana de la época. Su tesis es que dicha escasez no es real, tal y
como se refleja en el bajo nivel de los salarios en comparación a otras profesiones:

...there can no be lasting shortage of any ocupation on the free market, for if there is a
shortage, it will be quickly revealed in higher salaries, and these salaries will do all that
is humanly posssible to alleviate the shortage rapidly by attracting new people into the
field (and bringing back those who left the field)

Y, cabría añadir para el caso español de actualidad: trayendo a casa aquellos que no
dejaron el campo de la investigación pero sí el país, y alternativamente o también a la vez,
trayendo de fuera aquellos que disfruten de salarios más bajos en su país de origen.

En relación con la supuesta escasez de personal científico, subyace una idea en el


discurso de Rothbard: ésta es que el que el gobierno disfrute del monopolio de la defensa
de iure y del monopolio de la investigación básica de facto -en España por el carácter
público de las universidades-, no implica que pueda imponer sus condiciones a la hora de
fijar los salarios, de la misma manera que ningún monopolio de demanda no provoca
situaciones diferentes a las que surgirían si tal demanda no estuviera monopolizada4.

3En la actualidad, habría que matizar el énfasis en lo militar, dado que en el nuevo marco geopolítico y las
nuevas amenazas terroristas, crimen organizado e inmigración ilegal han desplazado el foco de la defensa
militar pura a cuestiones de seguridad interna o homeland security (national security y public safety).
4 Ludwig von Mises, La acción humana, pp.460-462, 7a ed., Unión Editorial, Madrid, 2004
-3-
Por lo tanto, si bien toda la ciencia básica se hace a expensas del erario público -dado
que la militar es privativa del estado y para la civil, la fiscalidad le deja poco margen a las
instituciones privadas-, y el estado se convierte en el único empleador de personal
dedicado a hacer ciencia, no por ello se deja de competir con otras ocupaciones del
ámbito privado a la hora de captar el talento disponible dentro y fuera de las fronteras.
Así, los perfiles más cualificados y de mayor ambición, se dedican a profesiones más
lucrativas, o bien emigran a otros países donde el trabajo científico está mejor pagado.

Al tema salarial en cualquier caso, habría que añadirle otras inconveniencias


características del entorno público: ausencia de meritocracia como criterio de progresión
profesional, jerarquías, sobrecarga de burocracia y reglamentaciones, falta de libertad a la
hora de escoger los temas de investigación y exploración, etc.

Llama la atención, no obstante, que pese a la evidencia de que no se trata de un


problema de carencia de científicos sino de salarios, Rothbard introduzca la crítica al
sistema educativo. Como si concediera, al menos momentáneamente, la tesis de que
existe la mencionada escasez para así arremeter contra un tema, que siendo
hiperrelevante, no parece que sea el argumento central de la exposición. La educación es
sin duda un elemento clave para el crecimiento y desarrollo de cualquier sociedad libre,
pero lo es en todos los ámbitos y no de manera diferencial para la I+D+i. Necesitamos un
sistema educativo consistente no sólo porque necesitamos buenos científicos, sino
porque necesitamos buenos médicos, ingenieros, abogados, arquitectos, y también
buenos fontaneros, albañiles, electricistas, etc. Necesitamos una educación que recupere
el valor del esfuerzo, la responsabilidad y la creatividad para todos, no sólo los científicos.

Por otro lado, uno de los argumentos más comunes, que ya señalaba Rothbard en 1959
pero que son de plena vigencia en el mundo predominantemente intervencionista de hoy
en día, es que la investigación científica, “left to the mercies of the free market, would be
insufficient for modern techonological needs”.

En efecto, hoy en día se escuchan y leen argumentos similares, como por ejemplo, que la
investigación supone esfuerzos a largo plazo y con alto riesgo mientras que la empresa
toma decisiones más a corto plazo, no viniendo mal, por lo tanto, el impulso estatal para
corregirlo. Así, se argumenta, de no ser por los esfuerzos públicos, nunca se construirían
radiotelescopios o aceleradores de partículas para la investigación de los físicos5.

Pues bien, resulta ciertamente sencillo de argumentar que el estado no sólo no corrige e
impulsa sino que interviene y distorsiona. Porque aparte de los efectos negativos de
cualquier subsidio, el control del gobierno

would tragically bureaucratize science and cripple that spirit of free inquiry on which all
scientific advance mus rest. (...) For government control means that rigid lines would
be set for research; and these lines can not meet changing requirements.

5Seguramente, quien argumentaba esto estaba pensando en el Gran Colisionador de Hadrones (más
conocido por sus siglas en inglés, HLC), diseñado para reproducir las condiciones del Big Bang y financiado
por el CERN, organización compuesta por 20 estados europeos. La construcción del HLC se aprobó en
1995 y ha entrado en funcionamiento en agosto de 2008, aunque con diversos problemas técnicos y averías
que han impedido que puedan realizarse los experimentos previstos. La construcción del mismo ha sufrido
un sobrecoste de 450 millones de euros frente a los 1.700 inicialmente previstos. Es evidente que un
proyecto así, sólo puede ponerse en marcha con dinero público, que es bien conocido que no es de nadie y,
por lo tanto, nadie puede reclamar.
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Así, se hace ciertamente difícil de imaginar que un burócrata, por formado que esté, sea
capaz de discernir (con criterios científicos) dónde mejor poner el dinero del contribuyente,
tratándose de una actividad en la que, si la acción humana por definición se enfrenta a la
incertidumbre de un futuro incierto, en el terreno de la investigación, la indeterminación
sobre los resultados que arrojará la investigación, es más inconmensurable aún si cabe:
uno sabe cuándo y dónde empieza, pero desconoce cuándo y dónde llegará, e incluso si
llegará algún día a alguna conclusión que merezca la pena. Como indica Rothbard, “the
essential feature of innovation is that the path to it is not known beforehand”, algo que
casa mal con la burocracia, inventada precisamente para aportar predictabilidad.

Aunque asumamos que la investigación y la ciencia son positivas per se para el progreso
de la sociedad, no hay manera humana de identificar a priori los proyectos de I+D+i que
van a representar un mayor avance sobre el resto. Ni siquiera sabemos qué proyectos
van a surgir en el futuro y si serán potencialmente más fructíferos que aquellos en los que
ya hemos comprometido nuestros recursos.

En este sentido, el funcionario de turno, buscando precisamente la predictabilidad


mencionada, se verá limitado a utilizar criterios basados en hechos pasados
demostrables, como puede ser el historial de ayudas concedidas previamente al
investigador, el grado de autoridad en la materia a investigar -por el número de
publicaciones-, etc., y sin duda descartaría a quienes Rothbard califica como las mentes
verdaderamente originales6.

Además, se hace complicado ver el encaje que tiene en un rígido esquema burocrático
todos esos fenómenos que se producen por sorpresa sin ser buscados deliberadamente y
para los que el Prof. Huerta de Soto toma prestado del inglés el término serendipidad 7.

En todo caso, hasta ahora hemos contemplado criterios que, al menos intencionalmente,
están directamente conectados con el fin perseguido: el aumento del conocimiento
científico o la invención de nuevas técnicas. Pero no hay que olvidar la advertencia de
Rothbard cuando se refiere a la ciencia soviética y que es aplicable a cualquier tipo de
intervención, incluso en las democracias occidentales:

Governmet control of science, government planning of science, is bound to result in the


politicization of science, the substitute of political goals and political criteria for scientific
ones.

Así, puede ocurrir que ante la decisión, por ejemplo, de dónde ubicar un gran
radiotelescopio financiado con fondos europeos -es decir, pagado con los impuestos de
los ciudadanos de la UE- los diferentes comités se vean influenciados por criterios no
específicamente científicos como el balance de votos de los diferentes estados miembro,

6A modo de ejemplo, Murray N. Rothbard recuerda que los inventores de Kodachrome eran músicos, que
Eastman, el gran inventor en la fotografía, era contable y otros casos similares. Hoy podríamos añadir, por
ejemplo el caso de Sergey Brin y Larry Page, que con 23 y 24 años respectivamente y siendo estudiantes
de doctorado, inventaron el potente algoritmo de búsqueda que hoy es Google.
7J. Huerta de Soto, Socialismo, cálculo económico y función empresarial, nota 12 en la p. 47, 3a ed. Unión
Editorial, Madrid, 2005. Rothbard cita como ejemplos de descubrimiento no buscados a propósito, entre
otros, el terileno, más conocido por su nombre comercial, Tergal, o el tratamiento para el cáncer de próstata.
Un ejemplo de más actualidad y muy conocido sería el de las notas adhesivas Post Its, inventadas a partir
de un superpegamento que no pegaba.
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la aritmética parlamentaria, el juego cruzado de favores -yo hoy te apoyo en esto si
mañana me das tus votos para aquello otro-, etc.

Por otro lado, surge la cuestión de los grandes proyectos que requieren de ingentes
cantidades de inversión únicamente abordables por los estados nacionales o incluso
organismos supranacionales8. Ante esta observación, Rothbard ofrece un relatorio de
ejemplos de grandes avances técnicos y científicos del siglo XX, incluido el campo de la
energía nuclear, que han sido llevado a cabo bien por “personas independientes,
siguiendo sus propias directrices y con recursos muy limitados”, o bien por pequeños
grupos de investigadores y científicos dentro de organizaciones -privadas- más grandes.

Además, habría que cuestionar la necesidad real de tamaños proyectos pues, ¿realmente
la sociedad en su conjunto está mejor después de tener un acelerador de partículas de
alta energía o un gran radiotelescopio? O, como dice Rothbard de la carrera espacial

It may seen exciting to engage in space exploration, but it is also enormous expensive,
and wasteful of resources that could go into needed products to advance life on this
earth. To the extent that voluntary funds are used in such endeavors, all well and good;
but to tax private funds to engage in such ventures would be just another giant
government boondoggle.

Y, en cualquier caso, aunque de dicho macroproyecto pudieran resultar descubrimientos


que cambiaran el mundo, eliminaran sufrimientos y mejoraran la calidad de vida de la
población, si un ciudadano no quisiera colaborar en el mismo por tener expectativas más
pesimistas o, simplemente, por tener otro fin más inmediato y más valorado en el que
emplear su efectivo, ¿cómo se justifica la acción coactiva del estado al apropiarse de esos
medios forzándole a perseguir unos fines distintos?

La pregunta que se plantea Rothbard finalmente es: ¿qué papel le queda al gobierno para
impulsar la I+D+i? Lo primero es algo en lo que insiste varias veces a lo largo de su texto:
evitar interferir positivamente en el proceso de mercado o en el proceso de exploración
científica, limitándose a reformar sus propias leyes que dificultan y obstaculizan la
investigación científica.

Y, en segundo lugar, introduce la política fiscal como palanca de acción,


fundamentalmente a través de la eliminación de subsidios y subvenciones y de su
sustitución por reducciones de impuestos, tanto a particulares como empresas y en forma
de créditos fiscales, gastos deducibles o directamente reduciendo o eliminando
impuestos. Sin duda, éste último mecanismo nos parece más eficiente, en tanto una
reducción general simplifica los procedimientos, reduce el fraude y por lo tanto los costes
de su control, y deja que sea el propio mercado el que incentive la I+D+i allí donde sea
más necesaria. Porque siendo coherentes con el principio que enuncia Rothbard de que
“every firm must stand on its own voluntarily-raised resources”, no deberían tomarse
decisiones de inversión en I+D+i (y en ningún otro concepto) que no fueran rentables si el
gobierno dejara de conceder subsidios o desgravaciones fiscales9.

8 Por ejemplo, ver nota 5.


9El artículo de Murray N. Rothbard concluye con un apartado sobre la automatización y sus supuestos
efectos perniciosos sobre el empleo que hemos obviado por considerarlo un debate superado en la
actualidad y que, en todo caso, habría sido sustituido hoy en día por el de la globalización. No obstante, los
argumentos a favor de uno y otro, no diferirían sustancialmente.
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