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Leyenda de la tijereta

Versión: Romina Oyarse

El pueblo guaraní tiene una leyenda, una leyenda que explica las hermosas aves en el cielo.
Particularmente una, de extensas plumas que al volar semeja unas tijeras, forma que le otorgó
su nombre.

Un día, llegaron hasta allí extraños visitantes desde el caudaloso río Paraná, para colonizar el
pueblo y construyeron fuertes bajo la espesa selva, donde españoles y nativos convivieron.

Ese era el hogar de Eirá, una joven conocida entre los habitantes por llevar colgada en su cintura
una yatapá –una tijera, pues era costurera– y por andar con prisa entregando sus encargos, pues
trabajaba muy duro para llevar el pan a la mesa y, sobre todo, para cuidar de su madre.

Su arduo trabajo de modista solo le permitía, en ocasiones, llevar a pasear a su madre enferma
a la costa del río, donde podían oír los sonidos del agua y maravillarse con las especies de plantas
exuberantes y con los animales que rondaban la zona.

Una tarde, durante uno de sus paseos, Eirá notó algo diferente en su amada madre. Había un
brillo especial en su mirada mientras admiraba aquel mismo río de siempre y aquellos colores
de las flores a su alrededor. Cuando ambas sintieron la brisa fresca levantarse regresaron a casa.
Esa noche fue más fría que cualquier otra. Ningún cuidado de Eirá bastó para salvar a su madre.

El dolor de la muchacha era incomparable, había vivido para cuidar de su madre y sin ella no
encontró refugio más que en su labor. Día y noche lo único que acompañaba a la joven era el
sonido de las tijeras y el dolor que solo empeoraba. Así, al poco tiempo, Eirá siguió a su madre
y pronto llegó al paraíso creado por el gran dios Tupá, dónde se alojaban las almas de las
personas de bien bajo una eterna apariencia de ave.

Tupá preparó para la joven un hermoso plumaje negro y blanco, que Eirá recibió agradecida,
pero apenada. Siempre había sido muy humilde y no quería mostrar su descontento, pero
aquello fue percibido por el dios de inmediato. Entonces le preguntó:

“¿Qué deseas, Eirá? ¿Hay algo que te inquieta? Te concederé lo que quieras por haber sido tan
amable y bondadosa”.

Ella permaneció en silencio, no era costumbre de la joven pedir algo.

“¿Qué puedo hacer por ti?” Volvió a preguntar, preocupado.

Eirá se hizo de valor y respondió: “Usted conoce mi historia, toda mi vida me he dedicado al
trabajo y al cuidado de mi madre… Quisiera tener un recuerdo de aquellos días para ayudarme
a seguir adelante”.

“¿Qué es lo que deseas?” dijo, intrigado, Tupá.

“Deseo llevar conmigo el recuerdo de una tijera, que me acompañó hasta el último momento
de mi vida” Murmuró la muchacha, emocionada.

Tupá entendió de inmediato su anhelo y le concedió a Eirá la confección del resto de su atuendo.
Ella tomó unas cintas negras y las agregó a los costados de la cola, para darle el movimiento de
abrir y cerrar sus plumas, simulando unas tijeras. Satisfecho, Tupá la envió nuevamente a la
tierra para disfrutar de su propia vida y adornar los cielos celestes con su hermoso traje.

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