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Grupalidad y devenir social: la experiencia adolescente

MARGARITA BAZ*

El horizonte conceptual de la problemática de investigación

Este trabajo es producto de un proyecto de investigación que se ocupa de analizar la experiencia adolescente desde dos
ejes analíticos: la dimensión de la grupalidad por un lado, y la dimensión del futuro como inscripción social del proyecto
de vida. Por ello hemos llamado a nuestro proyecto Grupalidad y devenir social. Su perspectiva teórica se ubica en el
campo de la psicología social, que reconoce como el horizonte problemático de su competencia la interdependencia
entre procesos sociales y la experiencia de los sujetos situados en condiciones históricas particulares.
Al haber formulado como ejes de investigación las preguntas siguientes: ¿cómo se inscribe en la subjetividad del
adolescente mexicano el vínculo social?, y ¿qué papel juega este vínculo en su horizonte de expectativas y su capacidad
de autonomía?, nos preguntamos por la grupalidad —dimensión fundamental de la subjetividad— como problemática
conceptual a explorar, mientras que, como trabajo empírico, realizamos procesos de grupo con adolescentes en un
diseño metodológico guiado por los intereses de investigación pero que también considera brindar un espacio de
reflexión y elaboración de los procesos de la subjetividad que se ponen en juego en la experiencia grupal.
Consideramos que los procesos de investigación e intervención no pueden estar desligados cuando el grupo es
utilizado como dispositivo de investigación —en la modalidad que abre a una experiencia de reflexión sobre la propia
subjetividad— y más aún cuando el fundamento de la problemática en estudio es la preocupación por la capacidad de
vínculo, autonomía y creatividad de nuestros jóvenes —la salud mental diríamos desde la clínica— en momentos
sociales críticos en los que, en palabras de Castoriadis (1998) existe una “crisis del proceso de identificación”, es decir,
crisis del proceso que fundamenta el lazo colectivo. Este autor sostiene que dicho vínculo se construye desde la
posibilidad que tiene una sociedad de crear significaciones que sustenten el valor de ser una sociedad, de asumir una
responsabilidad común, de “ser con otros” en proyectos compartidos. Ciertas expresiones psicosociales que parecen
características del mundo contemporáneo —y que en nuestro país se manifiestan cada vez con mayor evidencia— como
el conformismo, la desesperanza, la depresión y la falta de perspectiva de futuro en los jóvenes así como los
comportamientos adictivos son señales de alarma que invitan a una toma de posición activa desde los distintos campos
científicos y políticos.
Nuestra apuesta ha sido explorar la experiencia adolescente. La adolescencia es un espacio pleno de potencialidad.
En contraste con la claridad de una palabra como “pubertad” —la condición biológica de haber adquirido madurez genital
y la capacidad funcional de reproducirse— el término adolescencia ha sido ampliamente problematizado desde distintos
enfoques de las ciencias sociales. El debate está abierto y la diversidad de opiniones entre historiadores, filósofos,
biólogos y psicólogos es llamativa. El único acuerdo tal vez es que se trata de un proceso psicológico vinculado de
alguna manera con la pubertad. Ciertamente no es un mero espacio de tiempo que se interpone entre la infancia y la
edad adulta. Más bien tiene que ver con un proceso de desconstrucción y reconstrucción subjetiva en el que el pasado,
el presente y el futuro se vuelven a entretejer con hilos de fantasías y deseos en la batalla en la que el sujeto se coloca
para entrar al relevo de la generación adulta.
Considerada no como una etapa psicológica en abstracto, sino como experiencia, apunta a procesos de seres
situados en circunstancias históricas que define los conflictos de manera distintiva. Esto apunta a comprender un
proceso de cambios subjetivos profundos (duelos, diría A. Aberasturi) en el marco de la situación social que les ha
tocado vivir, lo que configura los desafíos y urgencias particulares que pesan sobre los adolescentes y jóvenes. Es decir,
la experiencia adolescente es la singularidad que refleja las significaciones construidas alrededor de sí mismo, los otros y
su sociedad, entendida en el anudamiento entre lo singular y lo colectivo, como alegoría que apunta a la configuración
tensa y heterogénea de la trama de subjetivación que va armando nuestro devenir como sujetos y como sociedad.
La experiencia adolescente la vamos a entender desde las dimensiones de singularidad, historicidad, la
configuración de un relieve del mundo y diversas temporalidades que vincularemos en nuestra investigación a la noción
de grupalidad pretendiendo explorar las condiciones y vicisitudes del vínculo social, es decir, de los procesos que unen
(y desunen) a los sujetos entre sí y con su sociedad. El pensamiento freudiano ha constituido una fuente de inspiración
fundamental para trabajar el tema de la grupalidad y en términos amplios las formas colectivas, desde una mirada que
articula la dimensión libidinal con las instituciones y la organización social. Posteriormente, autores como E. Pichon-
Rivière (1980), Rene Käes (1995) y Juan Carlos de Brasi (1990) han hecho aportes fundamentales para el desarrollo de
dicha noción.
Básicamente, entendemos a la grupalidad como una dimensión constitutiva de la condición humana, fundamento y
expresión de los lazos que definen nuestro ser social en tanto destino común. Se sustenta en la idea de una constitución
grupal del sujeto considerando que el individuo es propiamente un sujeto de una red de otros, siendo configurado como
una entidad plural, heterogénea, producto de procesos de identificación y pertenencia, estructurados a su vez desde una
lógica grupal en la medida en que la experiencia constitutiva de la subjetividad se arma en tramas vinculares.
Estrechamente relacionada con la premisa de la grupalidad constitutiva del sujeto está la cuestión del otro, la que pone
en el centro de la discusión la vertiente ética y política que se desprende de las relaciones entre seres humanos. Lo que
está en juego son los sentidos que se construyen alrededor del estatuto de ser miembro de la colectividad humana, que,
como plantea E. Levinas (2000) abren la cuestión de la responsabilidad respecto deñ otro, la que altera inexorablemente
el ámbito de la mismidad: el sentido de sí mismo dependerá en buena medida de cómo se va construyendo el sentido de
los otros.
La experiencia entonces, recrea una temporalidad cuyas dimensiones de pasado y futuro tienen una significación
que trasciende las nociones ingenuas de “metas” u “objetivos” como equivalentes de proyecto de vida. La relevancia de
estudiar el cómo se inscribe en la subjetividad del adolescente mexicano el vínculo social y el papel que juega este
vínculo en su horizonte de expectativas y su capacidad de autonomía estriba en la decisiva importancia de la noción de
proyecto que, tanto a nivel individual como colectivo, compromete el devenir de la vida social.
El proyecto en este sentido se despliega como horizonte, como campo de visibilidad que cumple funciones
orientadoras de la acción en un sentido tanto material como simbólico, donde el futuro es sentido de lo posible. Inscrito
en un campo ético, la esperanza es disposición ante la vida, lenguaje de alternativas. La mirada que se despliega para
construir el horizonte es un proceso complejo tensado por las instancias ideales y la experiencia de lo colectivo: el
diálogo constante con la trama intersubjetiva e institucional que lo hace miembro de la sociedad
El sentido del proyecto como motor en la construcción social es potenciado desde una apropiación de la propia vida
que no reduzca el plano de lo deseable a aspiraciones o anhelos individuales, sino que involucre activamente su
posicionamiento ante el campo social. La figura 1 sintetiza los complejos procesos que concurren en el fenómeno de la
grupalidad tal como venimos explorando.

El acercamiento empírico: grupos de reflexión con adolescentes

En escuelas de enseñanza media (nivel de secundaria y preparatoria) oficiales y privadas del Distrito Federal estamos
desarrollando nuestro trabajo empírico, consistente en procesos grupales de 3 a 5 reuniones con grupos de
adolescentes conformados con el criterio de grupo pequeño (mínimo 10, máximo 15 personas) y orientados desde la
concepción operativa de grupo, con un equipo de coordinación que convoca a la experiencia grupal como un espacio
abierto a la reflexión alrededor de la tarea: “ En este espacio les proponemos que piensen juntos cómo ven a la sociedad
mexicana de la que forman parte y qué proyectos tienen para su vida presente y futura ”. La producción grupal (tanto el
material discursivo —que es grabado— como el contexto establecido desde la observación del proceso tomando como
eje la tarea y la situación grupal) es tomado como un texto colectivo que se escucha como una trama compleja armada
desde dimensiones tanto singulares como colectivas, conscientes e inconscientes.

Figura 1
GRUPALIDAD
Procesos de vinculación y desvinculación que configuran el sentido social

 
Identificación Campo de la otredad
 
Pertenencia Alteridad
 
Identidad Extrañamiento
 
Los distintos “nosotros” Diferenciación
 
Regulación y sistemas Autonomía
simbólicos
 
Sujetación Subjetivación

horizonte ético

responsabilidad por el otro

dimensión subjetiva del vínculo social

Nuestra metodología es por tanto cualitativa y analítica. Nos proponemos indagar e interpretar el sentido que los
adolescentes otorgan a su experiencia en relación con los ejes de reflexión sugeridos. La situación socioeconómica
(grupos de escuelas públicas vs. privadas) y la edad (grupos de secundaria vs. grupos de nivel preparatoria) son
elementos comparativos que han sido tomados en cuenta en nuestro diseño de investigación. A cada grupo, junto con su
singularidad, lo consideramos portador de sentidos que hoy comparten los adolescentes mexicanos y en ese sentido
apostamos a la comprensión de procesos que trascienden los casos particulares de grupos con los que hemos
trabajado. La experiencia con los grupos de adolescentes ha producido un riquísimo material que estamos analizando
siguiendo procedimientos que hemos construido a lo largo de muchos años de trabajo con dispositivos grupales como
instrumentos de investigación, buscando acceder al texto latente que dé cuenta de los procesos de la subjetividad que
estudiamos. El esquema analítico que a la fecha nos permite dar cuenta de los primeros hallazgos está organizado como
tres metáforas:
1) Los horizontes: metáfora de los espacios posibles.
2) La esperanza: metáfora de los tiempos abiertos.
3) El valor de la vida: metáfora del campo ético de la condición humana de finitud.

Nuestra experiencia de investigación muestra que los adolescentes habitantes de la ciudad de México en los albores del
siglo XXI proyectan un horizonte ensombrecido y amenazante, construcción subjetiva claramente referida al vínculo
social, que aparece tensionado por el campo de la esperanza y la figura de un sujeto que resiste, que se empeña en
caminar ante circunstancias que se viven básicamente como adversas.

Bibliografía

Castoriadis, C. (1998), El ascenso de la insignificancia, Cátedra, Madrid.


De Brasi, J.C. (1990), Subjetividad, grupalidad, identificaciones. Búsqueda-Grupocero, Buenos Aires.
Kaës, R. (1995), El grupo y el sujeto del grupo. Amorrortu, Buenos Aires.
Levinas, E. (2000), La huella del otro. Taurus, México.
Pichon-Rivière, E. (1980), El proceso grupal, Nueva Visión, Buenos Aires.
Tenti Fanfani, E. (comp.) (2000), Una escuela para adolescentes. Reflexiones y valoraciones. UNICEF/Losada, Buenos Aires.

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