Sei sulla pagina 1di 5

La muerte entre los vivos y la vida entre los muertos

LUCÍA ARANDA FILIAN*

*Instituto Latinoamericano de Estudios de la Familia ( ILEF).

En este escrito se muestran algunas reflexiones acerca de la concepción que se tenía en el mundo
prehispánico sobre la vida y la muerte y su pervivencia en una comunidad indígena de la huasteca
hidalguense en donde he efectuado trabajo de campo en distintos periodos durante los últimos doce
años.
En todos los grupos humanos siempre ha existido el culto a la muerte. En algunos lugares de
Mesoamérica incineraban a los muertos, depositando sus restos en ollas, mientras que en otras
regiones, enterraban a los difuntos sin quemar sus cuerpos. A los nobles, antes de incinerarlos les
introducían en la boca una esmeralda ( chalchíhuitl), que representaba el corazón; en “la boca de la
gente baja” metían una piedra de poco valor llamada xoctli o piedra de navaja. También,
dependiendo de su rango, si la persona era noble la incineraban con esclavos, enanos, albinos y un
perro, el cual le ayudaría a cruzar el río para llegar al otro mundo. A los indios que morían a causa
de enfermedades contagiosas e incurables no los quemaban, los enterraban y les “ponían semillas
de bledos en las quijadas, sobre el rostro”. En algunas regiones, a las personas solteras también se
les enterraba sin incinerar.
A diferencia del mundo cristiano, en el que el lugar a donde va la persona después de muerta ya
sea el paraíso terrenal-cielo, purgatorio o infierno, depende de la vida que ha llevado durante su
existencia; en el mundo prehispánico, la clase de muerte que tenía la persona, determinaba el lugar
a donde iría después de muerta.
A su vez la forma de enterramiento también dependía de la clase de muerte que la persona había
tenido; por ejemplo, a aquellos que habían sido ejecutados por cometer adulterio tenían que
enterrarlos con las insignias de Tlazolteotl, diosa de las inmundicias.
El Mictlán, el inframundo, era el lugar al que iban los que morían de enfermedades ordinarias o
de muerte natural. Para llegar a él, había que pasar por dos montañas que entrechocaban una con
otra, adentrarse en regiones cuidadas por una serpiente o un lagarto azul, cruzar ocho colinas,
afrontar los vientos de obsidiana y cruzar el río guiado por un perro, para desembocar cuatro años
después en el Mictlán y disolverse en él. Allí se comían cosas que en la Tierra se consideraban
impropias para su consumo.
En el códice Carolino se habla del Mictlán como: “Infierno, lugar de dañados: Mictlán Moctlactli
Apuchquiauayocan: lugar sin ventana de humo. Sin chimenea, lugar oscuro, o caverna cerrada, sin
puerta alguna, ni ventana, ni hendedura” ( Códice Carolino: 41).
Se sabe por diversas fuentes, que los indios que morían fulminados por un rayo o ahogados, o
por enfermedades como la lepra, las “bubas”, la sarna, las enfermedades venéreas, la gota o la
hidropesía, todas ellas relacionadas con los dioses del agua, iban al Tlalocan, una especie de
paraíso terrenal, el lugar de la fertilidad, donde no había sufrimientos. A estas personas las
enterraban con una rama seca, con la creencia de que al llegar al Tlalocan esta rama seca
reverdecería, indicando esto que en el lugar de la abundancia se adquiría una nueva vida.
En relación con las mujeres muertas durante el parto se creía que éstas se convertían en diosas
y acompañaban al Sol del cenit al ocaso y vivían en el Oeste en la abundancia y la felicidad. Llegada
la oscuridad estas mujeres divinas (cihuateteo) tomaban el aspecto de esqueleto tzitzimime y
descendían a la tierra apareciéndose a sus maridos y reclamando sus vestidos y sus utensilios
domésticos, estas mujeres regresaban en ciertos días, a dañar las personas en las encrucijadas de
los caminos.1
Se tenía la creencia de que ellas se iban a la casa del Sol ( in ichan tonatiuh ilhuicac ), al igual que
los guerreros valientes muertos en batalla o en la piedra de los sacrificios; con la diferencia de que
éstos, transcurridos cuatro años, se convertían en aves de pluma rica y colibríes.
En relación con los niños, éstos al morir se iban ir a un lugar donde había jardines y un árbol
nutritivo con “mamas” llamado Chichihuacuauhco para que pudieran tomar leche.
Cuando los españoles llegan al Nuevo Mundo, y observan el culto guardado por los indios a sus
muertos, lo califican (como a casi todo comportamiento indígena), de idolatría, prohibiéndoles que
visiten a sus difuntos y les dejen insignias.
En algunos lugares de la huasteca se mantenía la creencia prehispánica de enterrar boca abajo a
quienes morían a causa de la picadura de la víbora “cuatro narices”, al creer que, de no hacerlo así,
“se había de hundir en agua aquel pueblo”. En ese tiempo, los indios enterraban a sus caciques en
cuevas y les rendían culto; los españoles, al tener conocimiento de esto, destruyeron los ídolos y los
restos de los caciques, tapando las cuevas para que el pueblo olvidara sus ritos.
Resulta interesante encontrar que, siglos más tarde, en Pachiquitla, una comunidad enclavada en
la cima de la Sierra Madre Oriental en el estado de Hidalgo, aún perviven tradiciones provenientes
del periodo prehispánico y colonial, entretejidas con la época actual. En esta comunidad se
consideran a sí mismos huastecos, y su lengua es el náhuatl. Aunque estos indígenas, debido al
mestizaje cultural, tienen la idea cristiana de un paraíso terrenal, cielo, un purgatorio y un infierno,
ellos a su vez conservan la creencia del mundo prehispánico, en la cual se consideraba que al lugar
donde iban después de la muerte dependía de la forma en que morían. Así se ha encontrado que las
personas que fallecen por accidente, asesinato, ahogamiento o suicidio ellos creen que van a un
lugar donde habita el dios de la lluvia. Estas personas son enterradas a la orilla del panteón.
En general, los ritos mortuorios comienzan con el velorio del difunto en su casa, donde a todas
las personas que lo acompañan se les da comida, café y, en ocasiones, bebidas alcohólicas. Al
tener una muerte natural, los hombres y las mujeres son enterrados con sus pertenencias. A las
mujeres se les entierra también con sus utensilios de cocina.
A los muertos, se les amarra en una mano una bolsita con dinero y en la otra se les pone una
tortilla; en el momento en que el cadáver pasa por el umbral de la casa, rompen una jícara que
tienen junto a la puerta, la cual servirá para que el difunto tome agua en el otro mundo. Cuando
pregunté por qué la rompían me contestaron: “Una jícara viva no le serviría, porque él está muerto y
necesita una jícara muerta igual que él”.
Momentos antes de introducir la caja a la tierra le hacen una “ventanita” en el lado derecho, para
que pueda salir el alma. Estas cajas de muerto eran pintadas hasta hace poco tiempo, de azul o
verde; el color azul significa el color del cielo, y el color verde, más usado, hace referencia al árbol
de la vida, un árbol que nunca muere.
Durante mi trabajo de campo y relacionado con este tema pude observar lo siguiente sobre las
personas que mueren ahogadas: un día después de un fuerte aguacero se escuchaba a lo lejos el
ruido del río que arrastraba palos y piedras y fue entonces cuando me comentaron que el dios de la
lluvia “estaba poniendo a trabajar a los ahogados”.
En relación a la mujer que muere en el parto y se convierte en diosa, en esta comunidad tienen la
misma creencia aunque se les llama ixmiquini, literalmente “la del rostro muerto”, aunque para ellos
significa actualmente “la que está ciega de tanta luz”. 2 Este nombre se utiliza en lugar de cihuateteo.
También en relación con este tema me tocó vivir lo siguiente: caminaba un día a media mañana
en Pachiquitla cuando comenzó a caer una lluvia suave con viento, los indígenas me comentaron
que eran las ixmiquini, mujeres que han muerto en el parto, que ayudan al dios de la lluvia y del
viento a barrer y trapear el cielo.
Cuando estas mujeres mueren en el parto, sus pertenencias (metate, metlapil, palitas) tienen que
ser rotas en pedazos por el esposo y arrojadas a una barranca en el Oeste llamada Ahacaya nombre
que viene de ehécatl, viento.
Alguna vez caminando por el campo encontré mariposas blancas y la gente me explicó que eran
las almas de los niños que habían muerto sin bautizar, es por ello que no las matan. Con estos
ejemplos se puede escuchar y observar la presencia constante de los muertos entre los vivos.
Cuando muere un niño menor de siete años, le atan a los pies una hierba llamada mallinalli3 y,
en el momento de enterrarlo, se la desatan; también le confeccionan una escalera de siete pisos
hecha de papel, que los padrinos del niño encargan a una persona especializada. La escalera es de
color rosa, amarillo y verde, y se coloca sobre el pecho del niño (esta costumbre no se lleva al cabo
con niños mayores de diez años). La caja donde lo entierran es de color blanco; a su vez esto se
relaciona con el color de las mariposas.
Los siete escalones de la escalera de papel que colocan en su pecho cuando muere un niño,
según mi interpretación, representan los diferentes ciclos desde nacimiento hasta la muerte 4 y por lo
tanto al morir aún pequeño el niño, no puede completar su ciclo por lo que requiere que se le ayude
con una escalera para alcanzar la divinidad.
Otro elemento importante en los ritos funerarios son las ollas. En el mundo náhuatl, éstas tenían
muy diversos fines: se consideraban como un útero, en algunas ocasiones eran usadas para
enterrar a sus muertos ya sea el cuerpo entero como el caso de algunos niños o en ocasiones sólo
las cenizas eran depositadas en ellas. Cada vez que se cumplía un ciclo de cincuenta y dos años, se
hacía la ceremonia del fuego nuevo donde se rompían las ollas y se tiraban a las acequias.
En Pachiquitla hasta hace algunos años a los cuatro días de nacidos agujereaban una olla y en
su interior frotaban ceniza del fogón de la recién parida y por allí atravesaban al niño cuatro veces,
así según mi interpretación cuando muere una persona rompen una olla en el momento en que la
caja con el muerto atraviesa el umbral para que salga la esencia de la olla que al fin de cuentas es
agua y el agua significa vida, a su vez cuando al recién nacido lo atraviesan por una olla se trata de
fortificar el tonalli, que también representa la vida, así en ambos casos se encuentra vida, muerte y
renacimiento.
La olla rota estará presente desde el nacimiento hasta la muerte. A su vez, en esa preocupación
primero por no permitir que salga el tonalli para finalmente al recorrer el camino, abrir una ventana
para que el alma salga. Así, para los indígenas de Pachiquitla, el morir es sólo dar un paso más
hacia la otra vida, vida a la que van preparados con todos sus instrumentos ya sean agrícolas,
domésticos y también musicales; si en vida eran músicos sus violines, flautas y guitarras los
acompañaran, si eran curanderos sus cuadernos con sus sueños anotados, junto a esto el dinero
para su pasaje, tortillas para el camino y agua. Así, entre música y lágrimas, entre el temor y la
esperanza y con la compañía de un perro negro, ya que si fueron buenos con estos animales, uno
de ellos le ayudará a cruzar al río para llegar al más allá.
Cuando los indígenas saben que ya va a llegar el día de muertos, comienzan los preparativos en
los cuales participa toda la comunidad, ya que es la fiesta más grande de todo el año y a los muertos
hay que recibirlos bien, si no se enojan.
Los sentidos se conjugan en el lenguaje que comparten vivos y muertos. La muerte está presente
en la vida cotidiana y hay momentos en que se hace más presente, ya que avisa cuando está cerca.
Esto se observa, cuando los difuntos llegan, los “vivos saben que ya vienen llegando los muertos”,
pues empiezan a soñarlos, bajan las nubes y los cubren con su húmedo ropaje impregnado de
gotas, así una vez más los vivos podrán decir “mira, ya llegaron los muertos y están llorando”.
La campana comienza a repicar y la banda a tocar su música para que los muertos sepan que ya
les toca ir a las casas y al panteón; así, vivos y muertos conviven en el mismo espacio, espacio
compartido por el ayer y por el hoy

Notas

1 “Decían que estas diosas. ‘andan juntas en el aire y aparecen cuando quieren a los que viven
sobre la Tierra y que empecían a los niños y les causaban enfermedades como la Perlesía [...]
también bajaban por la noche por sus husos y hacían torpedades’” Lucía Aranda Kilian, “El
cuadro dentro del cuadro” en Códices y documentos sobre México. Segundo simposio , vol. II, p.
195.
2 Lucía Aranda Kilian, “El cuadro dentro del cuadro” en op. cit., p. 200.
3 Tal vez el mallinalli represente muerte y vuelta a la vida ya que es una planta que sólo dura unas
horas viva, pero a su vez el pasto vuelve a salir y es posible que sea una forma de que la planta
le enseñe al niño que hay que morir para volver a nacer. En el mundo náhuatl el mallinalli estaba
relacionado con la muerte, ya que era un día del calendario y estaba representado por una
calavera con esta planta.
4 Cada ciclo representa un escalón: el primer ciclo es el nacimiento, el segundo es cuando el niño
cuenta entre tres y cinco meses, el tercer piso corresponde al momento en que ya se encuentra
fortificado, el tonalli, el cuarto escalón corresponde a la pubertad, el quinto escalón corresponde
al matrimonio, el sexto corresponde a la vejez y el séptimo escalón es la muerte. Lucía Aranda
Kilian, “Pregúntale a la tierra” ponencia presentada en el Congreso Internacional de Religiones,
México, 1995.

Bibliografía

Aranda Kilian, Lucía. “Los dos rostros de la divina Tlazolehécatl” en III Coloquio de Historia de la
Religión en Mesoamérica y Áreas Afines . México, UNAM, Instituto de Investigaciones
Antropológicas, 1993. pp. 144-154.
————— “Pregúntale a la tierra” Ponencia presentada en el Congreso Internacional de Religiones,
México, 1995. En proceso de publicación.
————— “El cuadro dentro del cuadro” en Códices y documentos sobre México. Segundo
simposio. Salvador Rueda et al. (eds.), México, CONACULTA, INAH, 1997 (Colección Científica,
356).
Códice Carolino, Ángel Ma. Garibay K. (ed.) Estudios de Cultura Náhuatl, vol. 7, 1967. UNAM,
Instituto de Investigaciones Históricas, México, pp. 11-58.
Florescano, Enrique. Memoria mexicana. Ensayo sobre la reconstrucción del pasado: época
prehispánica-1821. México, Editorial Joaquín Mortiz, 1987. ils. (Contrapuntos)
Graulich, Michel. “Los mitos mexicanos y mayas-quichés de la creación del Sol”, en Anales de
Antropología, vol. XXIV, 1987. UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológicas, pp. 289-325.
Graulich, Michel. Mitos y rituales del México antiguo . Madrid, Colegio Universitario de Ediciones
Ismo, 1990 (Artes, Técnicas, Humanidades, 8).
Graulich, Michel. “Las peregrinaiones aztecas y el ciclo de Mixcóatl” en Estudios de Cultura Náhuatl,
vol. 11, 1974. UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, pp. 311-354.
López Austin, Alfredo. Augurios y abusiones. México, Universidad Nacional Autónoma de
México/Instituto de Investigaciones Históricas, 1969, ils. (Serie de Cultura Náhuatl, Fuentes 7).
Sahagún, Fray Bernardino de. Historia General de las Cosas de Nueva España. intr., paleog., glos.,
y not. Alfredo López Austin y Josefina García Quintana. 2ª ed. México, Consejo Nacional para la
Cultura y las Artes/Alianza Editorial Mexicana, 1989.
Seler, Eduard. Comentarios al Códice Borgia II. trad. Mariana Frenk. México, Fondo de Cultura
Económica, 1963. (Sección de Obras de Antropología).
Serna, Jacinto de la. Tratado de la supersticiones, idolatrías, hechicerías, ritos, y otras costumbres
gentílicas de las razas aborígenes de México, not. y coment. Francisco del Paso y Troncoso.
México, Ediciones Fuente Cultural, 1953.

Potrebbero piacerti anche